jueves, 9 de diciembre de 2010


DICIEMBRE EN MADRID

Hace muchos años publique en LA NOCHE -- por entonces ”Único diario de la tarde en Galicia” – historias que llevaban por título general Historias de mi ciudad. La primera se tituló “Diciembre, lluvias y café” y decía, más o menos:

“¿Cómo será este diciembre en Santiago?” Me preguntaba ayer un gallego viejo, melancólico, cansado de trotar por el mundo. Hacía sesenta años que no aparecía por su tierra. Llegó a Madrid muy joven, en diciembre de mil novecientos y… No recordaba el año con exactitud. Quería ser escritor. Traía los libros de Rosalía bajo el brazo. Después de publicar algunos artículos en periódicos menores de la capital, se fue a América, como tantos y tantos paisanos. Estuvo en China y dio más vueltas por el mundo. Volvió hace unos meses cansado y derrotado. Me dijo que conoció a Valle–Inclán en Méjico y que habían discutido mucho. Le volvió a encontrar en Argentina donde casi se pegaron. “Nunca tuve suerte con mis hermanos de raza. Ahora me echó Fidel, que también es gallego”, decía.

Y repetía: “¿Cómo será este diciembre en Santiago?”. Le contesté que sería parecido al de Madrid, aunque la lluvia aquí no tiene el sabor de Compostela y, además, fastidia. “Jamás me salen bien las cosas. No puedo ir. Parecerá extraño, pero es que vivo contra el tiempo. Fíjese que hay comunicaciones, pero nada… siempre sucede algo que me impide volver a mi país. ¡Y estas Navidades…!” Pensé frívolamente que no tenía dinero y acabaría pidiéndome alguno para el viaje.

El hombre miraba continuamente hacia la puerta del café. Dijo que esperaba a un amigo. Le pregunté muchas cosas sobre aquel diciembre de mil novecientos y tantos…, pero empezó a responderme distraído. No comprendía su actitud puesto que él me había abordado diciendo que me conocía –quizás por ser asiduo del local—y me había invitado a tomar café; sin embargo, ahora no quería hablarme o me contestaba con desgana.

Pensé en lo absurdo de la situación aunque no me sentía violento. Lo lógico hubiera sido agradecer el café y haber salido del local. Pero era justamente lo último que estaba dispuesto a hacer. Al fin y al cabo, ¿no era curioso cuanto me sucedía? Estaba al lado de un hombre que había viajado por todo el mundo, pero no podía recorrer la distancia entre Madrid y Santiago porque se lo impedían las circunstancias o Dios sabe qué historias. Pensé, también, que quizás me había invitado para entretener la espera de su amigo. Juro que mi imaginación trabajaba a destajo. ¿Me pediría dinero? ¿Se habría confundido conmigo y, con escasa diplomacia, daba pie para que me marchara? ¿Sería uno de esos ancianos de tuercas flojas que pululan por los cafés madrileños?

Le dije que era escritor y contestó con ironía que ya lo sabía, De pronto me confesó: “Conocí a Baroja y a Unamuno. Cuando era panadero, Baroja me regaló pan alguna vez; nunca supo hacerse con el negocio. También conocí a Juan Ramón apenas llegado a Madrid; vivía de síncope en síncope” dijo extrañamente.

Me interesé por su apellido, pero no quiso dármelo y respondió solamente: “Nunca escribí libros. Esto le sucede a muchos escritores.” Cada vez me parecía más enigmático y mi curiosidad iba a más.

Fue entonces cuando la puerta del café se abrió dando paso a un hombre también mayor. Era bajo, cojeaba y llevaba una boina estrecha calada hasta las orejas. Iba tan mal vestido que así distraía de la fealdad del rostro. Andaba como quebrándose por una de sus rodillas. Se acercó a mi acompañante y se abrazaron. Luego me lo presentó: “Aquí un gallego que nunca estuvo en América, que no sabe leer ni escribir, que un día salió de Vigo soplando en su flauta de viento, con su carrito y su tarazana para mover la piedra redonda de esmeril y fue afilando cuchillos, navajas, espadas y cacerolas hasta la China. Hace veinte años que no nos veíamos. La última vez debió ser en Macao… y no importa que, cuanto estoy diciendo, le sirva para escribir alguna de esas historias que publica en LA NOCHE. Es como un encuentro para la eternidad; en esto mi amigo y yo estaremos de acuerdo”. Y acto seguido se despidieron de mí.

Disculparán que no sepa contar lo que sentí entonces, pues ni tengo imaginación ni había escrito historia alguna para el periódico que habían citado. Quedé chafado, estado en el que pasas de ser vidente y percibes las cosas que suceden a tu alrededor de modo más nítido, entre ellas que, si bien estaba invitado, tuve que pagar los cafés. Salí. Pensé en la lluvia, en la radioactividad sin saber la razón, en diciembre, en las distancias por tren. Después, en un quiosco, compré dos números atrasados de la revista Índice.

Como si la imaginación me hubiese inundado –de idiotismo, entiéndase-- regresé al lugar del crimen, digo al café. Pedí el servicio – tal como hacían los escritores de antaño antes de trasladar al papel los frutos de su imaginación. Tenía que escribir algo, mis confesiones, lo que fuese… “De eso no tenemos, señor”. La realidad cruel me devolvió el conocimiento. Empecé a ojear las revistas que había comprado y de pronto sentí la necesidad de imaginar aquel diciembre de mil novecientos y…

Baroja estaría mirando las cuentas de los repartidores en el despacho de su panadería. De vez en cuando se tomaría un respiro para repasar algún diálogo de La casa de Aitzgorri. De pronto miraría si llovía. Unamuno empezaría una de sus cartas a Candamo confiándole que Juan Ramón “nunca sabe lo que dice, balbucea y tararea como los loros, imitando lo que ha oído”. Después, gustoso de pasear por la calle de Alcalá, repetiría al acompañante de turno que en Vidas sombrías de don Pío se nota la influencia de Poe y Dostoiewsky. El acompañante aprovecharía el primer silencio del maestro para añadir que Baroja afirmaba que se había olvidado la influencia de Dickens.

¡Mundo fabuloso de los diciembres madrileños! pero, ¿y mi amigo, el viejo escritor gallego? ¿No le debo escribir ésto? ¿Fue ayer, hoy..? ¿Cómo se llamaría? ¿Qué escribió?

Pedí la cuenta y el camarero me dijo: “Señor, cuando usted se fue volvieron sus amigos; me refiero a los dos señores con lo que estuvo antes. Me dijeron que usted les pagaría las dos copas de coñac que se tomaron a cuenta de la historia que de seguro escribiría. Usted sabrá a qué se referían.”
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lunes, 15 de noviembre de 2010


LEYENDO A VALLE INCLÁN, BAROJA, PINILLA y SALINAS...


No soy de leer sólo un libro, sino varios en los que avanzo a distintas velocidades según el pulso de interés que me echan. En los días pasados me las vi con El trueno dorado de Ramón del Valle Inclán, Cuentos de Pío Baroja, Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera de Ramiro Pinilla y El valor de la vida de Pedro Salinas .

La novelita de don Ramón me atrajo pronto y la concluí enseguida. El asunto no sorprende: señoritos de juerga que terminan lanzando a un guardia por la ventana y tratan de esquivar el proceso subsiguiente.

Se publicó por entregas del 19 de marzo al 23 de abril de 1936 en el diario Ahora de Madrid. Eran “las últimas cuartillas” escritas por don Ramón, parte de una novela inacabada por su muerte, acontecida el 5 de enero de 1936. Según Gustavo Fabra Barreiro, prologuista y anotador de la publicación, El trueno dorado estaba destinado a inscribirse en El Ruedo Ibérico.

Me fascinó el dominio y empleo del lenguaje cheli de su tiempo, el poder metafórico de las palabras y giros elegidos, el humor negro sobre blanco que barbotea en el relato sugiriendo perfiles de la esperpéntica vida española según la visión del autor.

Leo el librito de Baroja cuento a cuento en los ratitos para leer un poco. Los primeros son preciosidades modernistas de Vidas sombrías que requieren una lectura concentrada, sin intromisiones, para paladear un tono y un ritmo cercanos a la poesía. Luego hay cuentos más largos y de piel distinta, algunos en deuda con otros géneros y libros barojianos. En cualquier caso es un librito para escolares. Es como un muestrario. A este tipo de libros no articulados por el escritor siempre les falta algo, como la rúbrica en la firma del autor.

Garantiza la lectura del libro de Pinilla que Planeta y Plaza & Janés no aceptaran su publicación; lo hizo ediciones Albia en 1977. El autor califica su libro de novela-biografía y no voy a perder tiempo elucubrado sobre su deuda con los cuadernos autobiográficos de su personaje, Antonio Bayo.

Si admitimos que la literatura española se caracteriza por ser de frutos tardíos –dijo Menéndez Pidal— la novela de Pinilla lo sería del neorrealismo o de la novela social de los años 50 del siglo pasado. Es un libro durísimo, una historia del hambre que subyugó a los pueblos y gentes de España después de la Guerra Civil. Antonio Bayo pone en solfa la frondosidad del Imperio hacia Dios que emergió de La Cruzada como Lázaro lo hizo con la grandiosidad del imperio español que se exhibía en el escaparate de Toledo. Antonio “El Ruso” practica el hurto para saciar el hambre; ello le conduce a varias cárceles, a penales, al manicomio, a una vida amorosa y un final trágicos.

Es un libro de pocos capítulos que contienen numerosos segmentos y se alarga por 633 páginas. No me gustan los libros que pasan de las 350, pero el de Pinilla me arrastró a velocidad de lectura creciente pese a sus situaciones reiterativas. Y leyéndole recordé a Baroja y a Ramón Carnicer, quien escribió un libro precursor titulado Donde las Hurdes se llaman Cabrera donde ya denunciaba una región que era de España, pero no lo parecía.

El valor de la vida resplandecía en el escaparte de la librería Villadrich de Tortosa y mi mujer tuvo el detalle de regalármelo. Me las prometía felices con la novela aún a sabiendas de que estaba inacabada y el autor ni la había corregido.

Salinas había publicado excelentes ensayos literarios y conocidos relatos; estaba más que placeado en prosa. Pero esta novela… Hubo días que leí página y media y nunca alcancé las diez si no era con esfuerzo. El argumento es inconstante, tan pronto acontece en una ciudad norteamericana como en la Guerra Civil o en pesadillas parentéticas. Pasamos de un presente realista a una ensoñación. Gozamos de la descripción proustiana del living de Mrs. Harrison, para luego quedar poco menos que emparedados en las páginas que apelmazan La Biblia con el Catálogo de los grandes almacenes de Sears and Roebuck…

Pero nada de esto entorpece la lectura como el mismo texto. El poeta Salinas se caracterizó por ampliar el margen de los objetos poetizables, mas en esta novela surgen por doquier palabros y giros, por decirlo así, sorprendentes. Leo, por ejemplo: “Es la mañana, la prima hora del día, diosa del aseo, ministra de la mundificación.” Te quedas perplejo, quieto parado, varado para seguir. Quizás sea una novela tan en bruto y, por otras razones recluida en los cajones de don Pedro, que te expones a hacer juicios peripatéticos.


NOTAS.:

Ramón del Valle Inclán, El trueno dorado, Nostromo, Madrid, 1975.
Pío Baroja, Cuentos, Prólogo de Julio Caro Baroja. Alianza Editorial, 11ª edición, Madrid, 1982.
Ramiro Pinilla, Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera, Tusquets, Barcelona, 2010.
Pedro Salinas, El valor de la vida, Edición y estudio preliminar de José Paulino Ayuso, Biblioteca del Exilio, Renacimiento, Sevilla, 2009

viernes, 24 de septiembre de 2010

PÉTALOS CAÍDOS


El amor nos duele
y según nos duele, latimos.
Encontrar rosas
donde las rosas han bebido.
Lágrima fresca
yendo del corazón al nido.
Lágrima ácida
de lágrimas en olvido,
de los pétalos que han caído
en procesión misteriosa.
Y sin embargo, la flor mía
a tus encuentros, viva alondra.


DISLOCACIÓN

Tres campanas.
Soli solitario.
Tres campanas en una.
Tres pitos, tres estrellas;
el pájaro burlón.
Flores, bajas nubes;
aroma con aroma,
lluvia, desolación.
La raya huyente
huída, da adioses
lejanos; punto.
Aura. La luna
- pañuelo de lágrimas;
tengo pañuelo,
pañuelo de lágrimas;
y añil, tres estrellas,
pájaro burlón.
Tres trinos, tres ardillas.
Vuelan, rabo, arco…
¡Halló la raya fugitiva
el último perfil!
Soli, solitario.
Blando pito, blanda
luna, tres estrellas
y el pájaro burlón.
Flores, bajas nubes;
aroma con aroma,
lluvia, desolación.

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jueves, 9 de septiembre de 2010

Sonrisa navegante


Has sido patito en el rincón,
sonrisa navegante
para mi cuerpo niño de cristal y rayo.
Ven con otro beso a mi granada abierta",
y voy con las palmas hojaldradas de luz
y los ojos de raso cardenal a santiguarte.
Sonrisa navegante,
¿dónde posas por tu azurar naranja la espuma
que me siento ola desnuda de cresta y playa?
Pero eres mi sonrisa navegante”,
y soy, como soy, cabriola de lirios
heridos por el arpón de tu prisa blanda.



Susana: sueño definitivo


Por el pasillo de libros, pasito corto de Susana.
Por el pasillo de libros, la sonrisa Canela: Susana.
Por el pasillo de libros, el piernaslargas de Susana.
Por el pasillo de libros, misteriosa búsqueda: ¡Susana!

Ratoncito juguetón,
patizambito.
Merienda de rosas
la niña Susana,
patizambita.

Me la traes entre risas (…¡y el tesoro perdido!)
Mi ojos traidores te buscan más allá de la niña,
¡Susana!

La niña en medio,
la niña morena
de las puntitas.
La niña en cruz
y a sus dedos,
tu mano y la mía,
y la niña buscapapá
y la niña sonrisa
y yo y tú
desde los extremos,
tirando flores,
abriendo los labios
columpiando los ojos
sobre la niña en cruz,
la niña risueña
buscapapá, ¡patizambita!


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viernes, 27 de agosto de 2010

Tú, ancho mar

Yo no sé esta llama
que devora el corazón
dejándole en cenizas;
no es morir de la materia.
que la llama flota
con sus mil figuras.
y tórnase ancho mar
donde el corazón navega.
Es el corazón alma al fin en rumbo,
que avanza sin horizontes
sumando las distancias, lejanía;
es el permanecer en sabiduría
de estar en un tiempo sin huida.
Es el corazón envuelto en llamas
el crepitar de la existencia madurándose…
Es el corazón una torre de perdiz
viendo su morir en la altura sin retorno
que, elevándose de ojos ciegos,
siente entrar el morir más puro
para seguir, sin confín, adonde ella espera.
¡Ay fuego revelador del amor!
¡Cuando dañas al enmortecer la sangre
y al purificar las sombras!
Allí esa llama devora,
allí nace y crece la vida
que entra a navegar el mar de plenitud.
Allì el caminar sin romería,
allí la delicia del pasar
por uno mismo y volver a pasar
por el ancho mar de ti derramada sin orillas.

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lunes, 9 de agosto de 2010


MI PADRE CUMPLIRÍA LOS CIEN AÑOS…


De haber vivido, mi padre cumpliría los cien años hoy lunes 9 de agosto. Fue el tercero de seis hermanos. Su madre, Amparo Vázquez Armesto de Arellano, era mujer de linaje, educación exquisita y serena y cuidada belleza. Su padre, el manchego Augusto Martínez Ramírez, procurador de los tribunales, alcalde de Villafranca del Bierzo varias veces, fundador y director de algunos de los primeros periódicos del Bierzo.

De la infancia y adolescencia de mi padre contaré dos anécdotas reveladoras.
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Estudiaba interno junto a su hermano en uno de los colegios religiosos de La Coruña. Cierto día, uno de los profesores regañaba severísimamente a su hermano Pepe, tanto, que terminó cogiéndole de las orejas, sacudiéndoselas y aupándole a pulso desde ellas. Mi padre, que contemplaba la escena, se disparó como una centella y propinó un puntapié tremendo al profesor en una de sus canillas obligándole a soltar a su víctima. Ambos hermanos fueron expulsados del colegio al día siguiente.
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La otra anécdota se relaciona con mi abuelo. En cierta época electoral debía llevar a León las actas de los resultados. En la estación fue detenido y desposeído de los escrutinios aunque, para dulcificar el acto, le llevaron a casa del gobernador civil invitado a comer con él. Lo que el gobernador desconocía es que mi padre y su hermano también habían viajado por separado en el tren de su padre, aunque en vagones de segunda y tercera, y que uno de ellos custodiaba las actas auténticas con la misión de entregarlas al juez correspondiente.

Mi padre cursó Derecho en la Universidad de Valladolid en tan sólo tres años. Al terminar era tan joven que no alcanzaba el requisito de la edad mínima para colegiarse.

Años después, una excursión lúdica a Biarritz y su casino le deparó fortuna y bancarrota; tuvo que pedir la ayuda de su padre para regresar. Y regresó a Madrid justo cuando estalló el alzamiento de julio de 1936.

La IIª República y Guerra Civil le proporcionaron alegrías y sustos. Fue apoderado o secretario de Alejandro Lerroux, Calvo Sotelo, del jurista Antonio Royo Villanova, algún trabajo hizo en las Cortes. Estando con Calvo Sotelo tuvo que refugiarse detrás de un armario para protegerse del lanzamiento de una bomba.

Su boda tuvo lugar en 1938 , pero el acontecimiento fue distinto al de sus padres, cuya ceremonia ofició el Nuncio de S.S. el Papa en Madrid. Mi madre vivía en la casa que tiene estrellas doradas en los balcones y está situada en los comienzos de la calle Príncipe de Vergara. Mi abuela materna alejó convenientemente a la criada e instaló con rapidez una capilla accidental en el comedor de la casa. Ofició don Isidoro, pariente de mi padre, quien había sido un monseñor principal en el Tribunal Eclesiástico de Madrid, aunque por entonces anduviese oculto.

El joven matrimonio no vivía para sustos. Al margen de las bombas de la aviación franquista en las proximidades de su estrenada vivienda, estaban los requerimientos para acudir al frente. Mi padre sufrió unas fiebres tifoideas que habían mermado su salud y desmejorado su aspecto considerablemente; cuando venían a buscarle, aclaraba que el buscado era su hermano Román – un nombre que, aun siendo su primero, papá jamás había utilizado aunque costara en sus papeles de identidad; añadía que Román no estaba en casa en aquel momento y que posiblemente ya se había ido al frente.
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Como la argucia no podía durar mucho --su aspecto físico mejoraba-- decidió buscar otro acomodo para huir de sobresaltos y se alistó como abogado de la CNT-FAI, avío que le deparó alguna aventura como la acontecida con Valentín González El Campesino. La CNT le encomendó la defensa de un afiliado que había sido apresado por el militante comunista. Mi padre se desplazó a Extremadura en un Rolls-Royce escoltado por compañeros motorizados que llevaban las cananas cruzadas sobre el pecho. Cuando El Campesino hizo el ademán de arrojar una bomba de mano para disolver al grupo que solicitaba la libertad de su correligionario, los motoristas le amenzaron con sus metralletas y torcieron la querella a su favor, pero podemos imaginar el susto sufrido por mi padre.

A mis abuelos les ganó la pena cuando escucharon por radio la noticia de que el jurista y ex ministro republicano Antonio Royo Villanova y su secretario –mi padre- habían sido hallados muertos en un pozo negro. Al concluir la Guerra Civil mi abuelo se encontró con Germán Gullón, notable amigo maragato que había sido Presidente de la Diputación de León en tiempos de la monarquía. Mi abuelo le confió el desastre acontecido a mi padre, pero don Germán le dijo gozoso: “Nada de eso ha ocurrido, Augusto. Tu hijo no sólo está vivo sino que de alguna manera somos parientes porque se ha casado con una hermana de la mujer de mi hijo Ricardo”.

Quizás la primera imagen de mi memoria sea mi llegada a Villafranca del Bierzo con mis padres, brazos rodeándome o abalanzándose sobre mi mientras mis ojos estaban puestos en las escenas de caza que ilustraban el papel de la pared interior de la amplia galería del caserón y en el enorme caballito-balancín de cartón –seguro que de mi primo Mariano- sobre el que deseaba auparme.

Al concluir la guerra mi padre fue depurado y las cosas le habrían ido mal si personas a las que había ayudado o defendido durante la contienda no hubiesen intervenido en su favor. Por estos motivos recuerdo el formidable abrazo que don Gaspar Bayón Chacón --jurista que fue mi catedrático de Derecho del Trabajo en la Complutense-- le dio al encontrarse en Segovia el día de mi jura de bandera.
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Carecer del marchamo de afecto al Régimen siendo abogado penalista no era muy propicio en el Madrid que iniciaba los años cuarenta. Papá entendió que debía hacer oposiciones si quería que su familia saliese adelante, pero todavía pasó un tiempo antes que se le permitiera opositar a juez comarcal, cargo que ejerció en Pozuelo del Rey, Arganda, Alcalá y otras localidades próximas a Madrid. Después opositó a la justicia municipal y tuvo suerte, pues, dos opositores que le antecedían solicitaron plazas en la periferia española y así obtuvo la única que había en la Capital, la del Juzgado nº 14, distrito Centro de Madrid; luego les llamarían Jueces de Distrito. Recibió dos cruces distinguidas de San Raimundo de Peñafort, sin embargo, su recuerdo profesional más emotivo fue el homenaje que le tributaron los abogados madrileños con motivo de la primera.
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En 1965 viajó a Texas para asistir a mi boda. Un tío carnal de mi mujer, Jake Inselmann --a cuya memoria se erigió el Jake Inselmann Baseball Stadium de San Antonio--, era el secretario de esta ciudad y favoreció el nombramiento de mi padre como Alcalde de La Ciudad de La Villita, el pintoresco enclave de sabor hispanomejicano que atesora la preciosa ciudad tejana y que sirve para honrar a ciudadanos ilustres. El nombramiento anterior al de mi padre fue concedido al astronauta Leroy Gordon Cooper.

Después de mi boda mis padres se desplazaron a Washington. Papá deseaba conocer la Corte Suprema y otras instancias de la justicia federal americana donde fue tratado con una hospitalidad y cordialidad de las que guardó siempre un recuerdo muy agradable.

Mi padre había ilusionado que yo continuara la relación familiar con las leyes, pero no era mi vocación. Cumplí con él haciendo la carrera de Derecho, pero una vez finalizada marché a Texas con mi tío Ricardo Gullón para dar campo a mi vocación literaria. Siempre pensé que para mi padre fui un desencanto notable, pero a su muerte mi primo carnal Germán Gullón me confió en carta entrañable lo complacido que papá estaba de ver cómo me había desenvuelto en la vida y las palabras de Germán me reconfortaron sobre manera.

Hizo algunos artículos y reseñas profesionales para la revista Pretor de su compañero Pedro Aragoneses, pero sus ilusiones fueron menguando a medida que se acercaba la jubilación… exceptuada su afición a los viajes que realizaba junto a mi madre a la mínima oportunidad.

Sin embargo, su amistad con el financiero y mecenas José Celma Prieto le deparó una ilusión postrera: la de colaborar como secretario del primer Premio Internacional Rey Juan Carlos de Economía con el que don José quería honrar al Rey. La organización fue laboriosa jugando el Banco de España un papel primordial desde el primer momento. Aquel premio inicial tuvo un jurado de honor encarnado por los rectores o representantes de las universidades históricas que tuvieron el patrocinio de la corona española como el Real Colegio de España de la Universidad de Bolonia, la Pontificia y Real Universidad de Santo Tomás de Filipinas o la Universidad de San Marcos de Lima, la más antigua de América. El premio se concedió el 20 de noviembre de 1981 en una ceremonia hermosísima que tuvo lugar en el Instituto de España de la calle San Bernardo. Mi padre disfrutó mucho en aquel empeño y aquel día.

Sólo unos meses después, en marzo de 1982, moría. Mi abuelo Augusto dejó el tabaco a sus cincuenta y pocos años y vivió noventa y dos; todos sus hijos, incluyendo mis tías Concha y Pilar --que viven y gozan de salud-- superaron o superan los noventa años. Mi padre sólo vivió setenta y uno. En vista de la genética familiar, sus hijos jamás imaginamos que viviría tan poco, él, siempre tan lleno de vitalidad, tan activo y amigo de ayudar. El tabaco pudo con él. Mi padre se llamaba Gaspar Martínez Vázquez. Yo siempre estuve orgulloso de ti. Te quise y te quiero, papá.
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sábado, 24 de julio de 2010

ROMERÍA


De un sueño
nos traen al camino.
Para caminar venimos
aunque alcemos
nuestras manos, la luna roja
en nuestros pechos,
las manos para acariciar
y soñar, dormir y libar
de Venus como el cielo.
Por la tierra nuestros pasos
castañuelas solas
del alma en soledad.
Y un suspiro y un beso,
y de vez en cuando
la canción leyenda.
Risas, flores, sortilegio…
y más pasos peregrinos.
Caminar, el destino
del hombre oído
en las caracolas del mar.

Vientre de donde venimos
por un beso de menta
las estrellas al repicar.
Luna mora de las ojeras
danos tu bendición;
luna, no olvides las rosas
al decirnos adiós.

Dos rosas, blancarrosa.
Al medio la margarita,
--como beso en estampida.
como sol desperezado,
como sol desparramado…--
Margarita de las Rosas.

Si margarita es mi flor
será mi romera trigueña y blanca.
Y rosa cuando el rubor de la aurora
si margarita es mi flor.
Jugaré por las noches al corriverás de estrellas,
cantaré con el mimo del burlón en el nido,
si margarita es mi flor.

Dime estrella por qué camino
mi niña hila y muele el pan de rosas,
Dime estrella la ermita
donde hallaré cobijo
de una mujer blanca y lumbre a solas.
Dime estrella si mi esposa
me aguarda noche y día.



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sábado, 10 de julio de 2010


JUAN CRUZ RUIZ Y SUS "EGOS REVUELTOS"

Imaginamos al escritor sentado en el porche de su casa, frente al mar, recordando y escribiendo. Bajo su cabellera canosa hay dos brochazos de cejas negras y brillan dos ojos como carbones de arco azulado.

Su vida ha sido la de un periodista, editor, novelista; sobre todo un hombre de El País, del universo Prisa para el que ha trabajado y corrido mundo; a veces, muchas, lo ha pasado bien, otras no porque la gente se le va, muda a otro lugar o continente, o simplemente desaparece.

Ha concluido su libro Egos revueltos. Una memoria personal de la vida literaria (1). Ha escrito sobre los escritores con los que tuvo trato procurando contar qué les movía, si la vocación, la pasión, sus egos, es decir, su autoestima, pacífica, exacerbada y hasta violenta según quiénes.

La historia comienza cuando se traslada a Londres para entrevistar a Cabrera Infante, pero el cubano estaba, ¿cómo lo diremos?, ensimismado o, como excusaría su mujer, sufriendo un nervous breakdown. Así que Cruz disimula, habla de sus tiempos de estudiante, de cuando "los libros eran como lugares de recreo", de sus maestros -Emilio Lledó sobre todos- o Domingo Pérez Minik, de otras amistades españolas o londinenses, hasta que decide utilizar la lista que recibió de su amigo Marcos Ricardo Barnatán para contactos con los grandes escritores.

Narra sus charlas con Julio Caro Baroja, Gabo, el grupito de Carlos Barral. Salimos de su primer encuentro en Tenerife con un Cela griposo y tumbado en la cama que pide que hable y hable porque lo necesita para dormirse. Ese primer Cela que era un tipo como no había dos. Sobre su primer viaje a USA escribió que su primera mujer le llevó un bocadillo al avión para el viaje. Y cuando llegó al Austin tejano–fui testigo- escandalizó a los norteamericanos prefiriendo charlar y tomar un café a visitar la casa donde vivió O’Henry, gusto que mirándolo desde otro punto de vista estaba justificado.

Se cruzan en la memoria de Juan Cruz gente importante como el poeta Pablo Neruda y su devoción por las arepas, Juan Marichal, Leonardo Sciascia, Francisco Brines, los viajes a Oliver o el Boccaccio de los tiempos de la movida madrileña y tantas y tantos, hasta que Cabrera Infante le recibe para mantener una entrevista o, más bien, una hora de silencio que concluye la mujer del cubano alentándole con un “La próxima vez le hablará, ya lo verá usted”.

Hemos leído 101 páginas, pero el libro no concluye; sólo recorrimos cerca de un cuarto, apenas el 21%. El tinerfeño consulta la lista de contactos que le dio Barnatán y los encuentros continúan.
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Ahora estamos en París y Julio Cortázar emerge en páginas fenomenales aunque Cruz lamenta un olvido que no vemos por ninguna parte, pues, Rayuela es como el Ulises de Joyce, novelas que marcan épocas en la literatura y entierran a sus autores en el Partenón.

Aparece Juan Carlos Onetti y tras él, Adolfo Marsillach, Rafael Azcona y, fugazmente, Jesús Aguirre, Jaime Salinas, Jesús Fernández Santos, etc., etc., hasta que llegamos a Octavio Paz, el hombre que tuvo la suerte de desmentir su propia muerte a una emisora mejicana, que estaba obsesionado por corregirlo todo y que llamaba Juansito a nuestro autor.

Juan Cruz fue el lazarillo de Borges por las calles de Madrid y le pareció el hombre menos pedante que había conocido pese su bastón chino y sus camisas a rayas. Pedante no, pero presumido sí lo era, tanto que hasta consultaba su reloj para ver la hora, número que montó mientras daba una conferencia en Austin para asombro de los que allí concurríamos. Así que su lazarillo bien puede asegurar que Borges veía luces en el Hotel Palace de Madrid.

Y pasamos del yo revuelto de Francisco Ayala al de Eduardo Haro Tecglen, al irritable de Mario Benedetti por el que, no obstante, Cruz sintió cariño porque “estar con Mario, como con su poesía, era un viaje a la melancolía”.

Pienso que Paul Bowles –cuyo centenario se cumple este año- fue un compositor interesante y se pueden decir incluso cosas buenas sobre él como escritor, aunque según Mohamed Mrabet (2) , quien trabajo más de cuarenta años para los Bowles como cocinero, chófer, guardaespaldas, el americano vampirizaba sus historias, es decir, se las oía, las cogía y las moldeaba, pero Juan Cruz no ha visto a ningún vampiro, sino al hombre cuya “biografía haya sido un compendio de lo que le pasó al siglo XX cuando sólo quiso ser feliz y viajero”. Vio a un anciano desamparado, asustadizo, al que José Luis Gómez, Jesús Quintero y él trataron de divertir en una cena muy festiva porque le habían tomado un enorme afecto.

Aparece Severo Sarduy, un hombre sentenciado por unos análisis, pero aficionado a los crustáceos y los Bloody Mary. Son páginas centella que dejan el mensaje de que todos deberíamos querer a aquel cubano vitalista y divertido que escondía sus cicatrices.

Vemos a Juan Benet como amigo y consejero cuando Juan Cruz se convirtió en editor. Conectaron fácil porque Benet era un hombre de muchos amigos. Las páginas finales hablan de su muerte y entierro; son agrias, tristes, difíciles aunque las palabras carezcan de intención.

Las dedicadas a Manuel Vázquez Montalbán son las mejores del libro, tan emotivas como las que dedica a Hunter Gräss. Después de leerlas nos preguntamos: ¿dónde se nos ha quedado Manuel? ¿Por qué se martirizó al alemán, qué sacaron con ello?

Llega Pepe Hierro a consolarnos; parece un retrato a plumilla que le hubiera hecho Zamorano. Los bares, las bebidas y la vida se titula uno de los capítulos, y es que hay muchos bares recorridos y mucha bebida consumida en el libro. Se podría hacer un censo de las zonas húmedas de varias ciudades españolas y algunas de ultramar.

Me gusta lo que dice de Rulfo. En 1964 seguía yo un curso graduado sobre literatura hispanoamericana con el profesor George Shade en la Universidad de Texas, en Austin, cuando apareció una bellísimna compañera nuestra que se había desplazado a Méjico para sonsacar a Rulfo sobre La cordillera, posiblemente su última novela. Aquella linda pelirroja volvió para decirnos que de la novela sólo había el título y no se había progresado. Rulfo, es decir, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, tenía la costumbre de identificar los cementerios que sobrevolaba el avión en el que viajaba poniendo los pelos de punta de algún célebre compañero. Con personajes así no hace falta tenérselas como el Cid, la barba recogida y apretada bajo el cinturón para que no nos la mesen.

Eran los años del boom y abundan los hispanoamericanos, algunos salados como Alfredo Bryce Echenique, otros melancólicos como Augusto Monterroso, otros puestos como José Donoso “acostumbrado a adivinar que algo era de cahemir desde una milla de distancia” hasta que la vista se le apagó.

El ego de Ernesto Sábato reventaba porque siempre le ponían el tercero, detrás de Borges y Cortázar -aunque tan sólo se tratara de ponerles en orden alfabético-, y él tan pequeño, pero siempre enhiesto y con lanzas en los labios.

No podía faltar Augusto Roa Bastos un ejemplo del gran escritor mendicante, autor de una obra tan enorme como Yo el supremo, pero también obligado a escribir para alimentarse. Recuerdo que Baroja en sus Memorias se quejaba de que era muy triste llegar a anciano y continuar escribiendo para poder sobrevivir.

Miguel Delibes, Francisco Umbral, Camilo José de Cela tienen las páginas que tienen que tener… Son el bueno, el feo y el malo –dicho en solfa-- de nuestra literatura reciente; dejémosles con sus cuitas y lleguémonos hacia al final con Ángel González y algún otro.

El libro de Cruz es amable porque no parece haber hecho enemigos debido a su natural amistoso y expansivo. Además, siempre se habla bien de los muertos; como mucho te atreves a hacer dos o tres morisquetas a los que menos te han gustado, pero no pasas de ahí. Tampoco hay análisis de libros ni crítica literaria; sólo memorias personales contadas en buena e imaginativa prosa.

El libro tiene como brumas de cementerio. Ha desfilado casi toda una generación que se fue. Quizás nuestro autor ha sido uno de los primeros en darse cuenta y debemos agradecer su generoso retrato coral. Y esa generación tampoco parece tener una gran descendencia. ¿Tendrá razón Carlos Fuentes cuando dijo a Cruz: “El porvenir es otra vez latinoamericano” reafirmando una frase anterior, “Del boom al bumerang”?
______________
NOTAS:

1. Juan Cruz Ruiz, Egos revueltos. Una momoria personal de la vida literaria, Tusquets, Barcelona, 2010. Este libro obtuvo el XXII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias.

2. Ver César Antono Molina, "El amigo secreto de Paul Bowles", El Cultural de ABC, 14 de mayo de 2010. También se puede consultar en Google.

viernes, 25 de junio de 2010



POEMAS DEL BURBIA
(Final)





ARMONÍA


La tarde es alta sobre el río
y ese pescador de memorias
se persigna
Son campanas de San Francisco
proa al valle voces sonoras
maravilla
al aire de ese sin sentido
que repicando son las horas
armonía



ATARDECER


Y la tarde se volvió de oro
mirando a las montañas
donde el sol soñaba
El agua suspiraba en las cañas
y los pájaros de la vega
nadaban hacia los álamos
altos de Vilela
Por la huerta se oía cantar

El río no tié barca
porque no hay barquero
Se fue con la niña
del molinero


Frente a las Médulas
Vilela soñaba su alameda
en el cascaluz del cielo



OCTUBRE


Bajo la sombra
de las nubes
viaja el río
El sol que asoma
nos descubre
su camino
Ven y reposa
Es octubre
ocaso amigo



LLUVIA


Plata y gris
las estrellas sobre el río
Es que llueve
y son gotas de marfil
nácar frío
que esta noche me conmueven
Por decir
que de soledad herido
sí me duelen



CIPRES DE LA ANUNCIADA


Bajo el ciprés solitario
dicen que un hombre tendido
teje con mimo sueños sagrados
Que las margaritas silvestres
junto al ciprés solitario
consejas de amores deshojan
en silencios de sagrario

Si tuviese el cielo
secreto de hombres
iría a arrancarlos
para leer mi destino
sobre paz tan muerta
por estos caminos



TRISTEZA


Vivir es morirse
en el río
que ya no es fuente
sino mar al poniente
en el río
que es espejo doliente
de una memoria ausente
en el río
oscuro que dice
no volverás a sentirte



TRANSPARENCIAS DE
VILLAFRANCA DEL BIERZO



Al alba
desprendida la villa
de su nocturna silueta
al Burbia venía

Como blancas mariposas
San Francisco el Castillo
y la Colegiata
recogían el caserío
y lentamente posaban
en los cristales líquidos
que el río entramaba

Al mediodía
había ¡Dios! que verla
transparente móvil
sobre los peces de sol
que la encendían

La sombra
del martín pescador
el lienzo disolvía
Volvían San Francisco
el Castillo y la Colegiata
al cuadro que solían
y nos ganaba un silencio
entristecido
por el sendero del agua
.

martes, 8 de junio de 2010



POEMAS DEL BURBIA
(Segunda selección)


ENAMORADOS


Las luces del cielo
mi morenilla enciende
cuando al río la llevo
Por eso la quiero
porque es franca y no miente

De tus pies la senda
iré a penar un día
de rosas desvanecidas


ENSOÑACIÓN


Por un campo de nardos
yo vite en sueños
cantarina el agua
entontecía…
tántala agua
sobre la risa
tántala la brisa
sobre la ría…
y a volar paloma
fuiste lejos
solecita el agua
ensombrecía…
tántala agua
adormecida
tántala agua
ría ría…
por un mal aire
palomilla
por un mal aire
lejos ibas…

.

ADELFAS EN FLOR


Sabroso de amor
faltome ventura
Burbia que te quiere
Burbia que te halle
de la vega donaire
pasito de tarde
¡Ay molinera ay segadora
que yo era en la tolva
lo que en el rio ahora!
Y vosotras la adelfa
la adelfa en flor
que el agua amarga
que el agua endura…
Sabroso de amor
faltome ventura

.

CAMPANAS DE SAN FRANCISCO


No sé que son tienen
los vencejos cuando trinan
ni las golondrinas
esta tarde de color gris
Asoman entre las nubes
que el sol desbarata
y espantan camino del Malvís
No hay azor que las persiga
ni las obligue a huir…
Serán las campanas locas
que en San Francisco
tañen para dejarse oír




LAR


Los sarmientos secos
la abuela prendía
y echaba castañas
y después patatas
El fuego crujía
El abuelo miraba
con melancolía
mientras nos contaban
la noche nacida
cuentos magníficos
que él ya sabía



AUSENCIAS

I

Calle del agua

Me iba
camino de la estación
Me iba
y me decía adiós
Mi abuelo en el balcón
solía
mirar calle arriba
¡Adiós abuelo!
No volvería
en el balcón
tu sonrisa
a recibirme
ni a despedirme
con amor


II


Ramón El Pescador

Y ya dispuesto
pues su vida fue tanta
el pescador
entró en el río
Tenía la barca
esperándole
las monedas contadas
los remos listos
y al buen Caronte
que le tendía
el vino amargo
para la travesía
Y bebió el vino
mientras la barca
se deslizaba
por las aguas dormidas



III

Senderos

De la mano de mi padre
paseaba por la orilla del río
los espejos de la tarde
navegaban por sus ojos
amigos
y me hablaba y sus palabras
quedaban suspendidas

Sé que olvidaba
que tenía como un sueño
arisco
y de pronto encalmaba
no se qué me susurraba
al oído

De la mano de mi padre
caminaba a orillas
del río
Los senderos de la tarde
se adentraban en mis ojos
perdidos

¡Dios! Pues si él era mi gozo
¿por qué lloro? ¿por qué olvido?

.

lunes, 24 de mayo de 2010



POEMAS DEL BURBIA(Primera selección)

.El Río Burbia que canto es el que llega por Las Cascadas --siete conchas que le van filtrando camino de la vega--, ondula entre Dragonte y el monte Malvís --dejando atrás la que fue miniatura celta de Puente de Rey-- y llega a los pies de las dos villas que, frente por frente, disputan ser el vigía del Bierzo: imponiéndose sobre la margen derecha del río, Corullón, que tiene en el vecino Alto de los Gallegos el mirador desde el que podemos admirar el vergel que enamoró a los romanos y, a los pies de su margen izquierda, Villafranca.

Desde esa capital histórica y sentimental del Bierzo el paisaje es otro: la vega donde Vilela dibuja una fantasía de álamos, chopos y nieblas ,  la  lejanía misteriosa donde surge la masa añil de Las Médulas con su vientre de oro desgarrado. Desde allí,  el martín-pescador siempre vuelve sesgando sobre las aguas del atardecer.

En ese espacio viví periodos de infancia y de juventud que me trascendieron y sobre él he vuelto con mis recuerdos y añoranzas en la madurez. Sin embargo,  la circunstancia geográfica o la irrealidad del Burbia de ayer respecto al de hoy no deben confundir al lector desfamiliarizado. El Burbia es también el río metafísico que cada uno conoce y nos moraliza sobre la fugacidad de la vida desde Heráclito.


.

.RÍO BURBIA

Un son de mirlo
un son silbino de aguacero
un fleco divino que se llega
por el valle entre los álamos
canta y ríe su peonza
a la luz de los almendros
Lanza verde que se allega
tan suave a la ribera
y los mimbrales detienen
y los juncos envaran y cimbrean
y Burbia abajo llevan
el cascaluz del Bierzo


¡Malvís, hacia los Vados
un son de mirlo avanza!


DE CASCADAS VIENE EL RÍO


Por las cascadas te he seguido
y como si una torrentera fueras
he quedado tendido en el vacío
y he caído donde tu no estabas
y estaban los ayes del río

¡Ay corazón
que tan de tarde vas
Las aguas de abajo
no vuelven atrás!


CANTARES DEL BIERZO


I

En el Alto de los Gallegos
se sueña el Bierzo
En el lago de Carucedo
duermen sus sueños


II

Por Puente de Rey
la vi pasar
Segaba para no llorar
¡Ay segadora
que a la aldea llevas
la gavilla de mis sueños!


III

¡Corullón!
Peña de amor
castillo chico
que en el agua esconde
pasarelas de amor




IV

En Cacabelos
sueñan las mocillas
bajo los almendros
y celan los mozos
en los viñedos

Almendros en flor
como rosas de amor
soñando eterno

V

Al corro juegan
las niñas de Camponaraya
Girasol lindo
que mece la tarde en las brañas


VI

¡Qué blanca era mi amiga
y qué premio tendría
en mi mano la flor…!

Mozo, si me mancillas
no tienes corazón

Espinareda arriba
subía la canción


VII

La niña de Ponferrada
.
Tropezón de cielo
hay en tus ojos ¡ay fuego!

Si supieras niña
que el alba te envidia

De juncos claros
vienen los sueños

Tropezón de cielo
hay en tus ojos ¡ay fuego!



VIII

Los almendros en flor
son nata en los viñedos
y guinda el acerol

Lago de Carucedo
lágrimas de doncella
miman tus sueños



FUENTE DEL SOCUBO

Y de pronto una muchacha
con el cántaro de la gracia
¡Ay trovador
qué tardo a la samaritana!
Que se te va de calle
vacilando a los ángeles
¡Ay trovador
que se te va la gracia!


Cuenta la leyenda que había amores entre el barón de Corullón y la abadesa de La Anunciada. Se encontraban a través de un pasadizo construído bajo el río que unía castillo y convento.

RONDÓ DE LA ABADESA
Y EL BARÓN DE CORULLÓN

El sol no llegaba al agua
por culpa de las palomas
que zureaban transidas
en el altar de la aurora

Y náufragas parecían
las ensimismadas olas
que en el azogue del río
eran amores y sombras

Me embrujaba sí el alba
su despertar amapola
sobre la vega del Burbia
en ademán vencedora
.
... y náufragas parecían
las ensimismadas olas
que en el azogue del río
eran amores y sombras...
.


Nota.: En las dos entradas de junio de 2010 concluyen los Poemas del Burbia

jueves, 6 de mayo de 2010


POEMAS DE AUSTINViví en Austin (Texas) de enero de 1964 hasta agosto de 1968; luego marché a Pensilvania. Mi estancia en la capital tejana fue creativamente fértil; escribí y publiqué Romería (1965), concluí otras dos colecciones de poemas, Los convidados de piedra y Poemas del limo. Los Poemas de Austin que he seleccionado pertenecen al libro Poemas de Austin. Poemas del Burbia (2009), poemas que por su intimismo romántico no entraban en ninguna de las colecciones surrealistas que escribí entonces. El caso es que sobrevivieron en algún lugar de mi escritorio, que se fueron armonizando con el tiempo y las relecturas, y se convirtieron en evocaciones queridísimas de un tiempo de juventud.


Toda Texas estaba alfombrada de lupinos. Aquellas flores silvestres como torres azules jaspeadas de blanco que crecen en cualquier tierra, sea buena o mala, evocaban en mí otras flores, otros campos y montañas; era la primavera, mi primera lejos de España.

SPRING
(Primavera)


La antigua leyenda de las rosas de plata
vuelve a mis ojos esta primavera
de soledad mía
como al candor de los ojos niños
vuelan las margaritas
en las blancas primaveras de mi tierra
La antigua leyenda de las rosas de plata
punzando las sienes de las doncellas
sobre los campos de trigo
agua-jazmín en la ubre de amor de las montañas




En los parterres ajardinados de la Universidad de Texas en Austin abundaban los pensamientos silvestres, esas flores menudas que tiemblan a la caricia del viento, pero cuyas faces imperturbables, nos hacen soñar o descaran nuestros sentimientos.


WILD PANSIES
(Pensamientos silvestres)

El amor en las guitarras
en la corrala del sol
del sol mordiendo en las tunas
en los regatos de cactus
y el olé-orí del cow-boy
(--Y tus enaguas Linda
por la noche alumbrarás)
Gigantes
por la alcoba horizontal
Bajo el sol y sobre el sol
la tierra columpiándose
La pipa
del viejo
mezclacuentos
ha perdido el color...
sobre los lirios
en las guitarras
sobre los pensamientos silvestres
en cabalgada de máscaras




Al supermercado se llegaba por una pista situada a las afueras de Austin. A todos sorprendía aquel biplano aparcado entre los automóviles del estacionamiento. Cuando cerraba el establecimiento y todos se iban, el dueño subía al avión, casi siempre al ocaso.


DAYDREAMS
(Para mi soñar)


Por el cielo azul
la avioneta plata
bajo las nubes rojas
riza y salta
y viene a tierra
posada de amor
murmullo escarlata
y pestañea Hélices
llenando la brisa
de margaritas suicidas
Quisiera soñar
darme la felicidad
del pájaro de aluminio
tan juguetón clavel tinto
en la tierra amarilla
de este campo que el viento
-la brisa invertida-
vuelve tobogán
de empinada y descenso
Para mi soñar
un poco de tul
de nube bermeja
de cielo escarlata
para mi soñar




Pegado al río Colorado estaba Barton Springs un parque que tenía un pequeño auditorio frecuentado por los grupos de rock. Las aguas, los árboles y la espesura bendecían los amores juveniles de la primavera.


BARTON SPRINGS
(Manantiales de Barton, en Austin)


Llegas como el agua
alba y rosa a cantar hermosa
Y brincas en mis venas
y brincas en mis labios
y brincan los cien mil palpos
de tu coral
Ven, que no hay noche de abril
que perdone un nido
Ven, que no hay llanto que merezca
un río
Ven, abrázame fuerte
hostia de mis sueños sagrada
muerte que me mece
adormece
para siempre jamás

TAKING A NAP IN BARTON SPRINGS
(Siesta en Barton Springs)


Estaba recluído en mi pequeña paz
regurgitándome
(cueva del silencio, permanencia)
y fue el viento que se agita contra la ciudad gris
y fue y vino
entrando Dios sabe por dónde
para llevárseme un temblor
(él, que gritaba contra la ciudad gris
bañada en muerte de piedra)
Mas, ¿por qué desperdiciar ternuras
aun tan levemente propias como un temblor?
¡Mi temblor desprendido!...
Voy detrás de mi temblor con un caza-mariposas
el silencio de aquí
alfarea un sueño profundo,
la mariposa se deshace
en el murmullo de allá
(¡ay el viento contra la ciudad de piedra!)
Más temblores desprendidos
por el viento
Más angustias tontas
El silencio acaramela soledad

Lo descubres un día cualquiera que susurras “Ya no eres como solías”, que te dices “No tengo suerte” o tienes miedo sin saber porqué. Me ocurrió mirando a la bahía que los españoles bautizaron con el nombre de Corpus Christi en el Golfo de Méjico , cuya costa defiende la Isla del Padre, una isla maravillosa de playa traicionera donde encallaron puñados de galeones españoles cuyos marinos pagaron las monedas que debían a Caronte con creces.

IN CORPUS CHRISTY BAY
(En la Bahía de Corpus Christi)


Madre
ya no me cuentan cuentos
los luceros
ya no soy más marinero
que va a puerto
no corzo ni mancebo
de los vientos


Madre
ya se me voló el trebol
que me dieron
las gaviotas del velero
de los sueños
y hay mucha mar adentro
Tengo miedo

Barquero errante
del mar mío
calza el remo
que estoy dormido


EPÍLOGO de 1991


Mi tío Ricardo Gullón me llevó a Austin y gracias a él viví entre mis 24 y los 28 años algunos de los mejores de mi vida. Mientras le llevábamos al cementerio de Astorga se me agolpaban imágenes del que también fue mi maestro que me permitieron escribir este poema donde brilla ese terceto del soneto amoroso de Quevedo que tanto le gustaba

.

EL ADIOS DEL CISNE
En el entierro de Ricardo Gullón


Burlando primaveras
noches alegres glorias y querellas,
elocuente cisne modernista
el invierno enmudeció tu acento
tu elegante movimiento
en el lago sombrío
de espejo oscuro y sin nombre

Del Teleno venían voces
de San Marcos
que el cisne egregio no oía
en sus médulas muriendo...

"Su cuerpo dejará, no su cuidado,
serán ceniza, más tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado."

y el cisne bajo un manto de violetas
despidió la luz y su tristeza.


domingo, 11 de abril de 2010

TAXI CON GASÓGENO

Cuando vivíamos en Madrid, una tarde mi abuelita me dijo: “Ponte el abrigo y acompáñame. Vamos a ver al tío Fernandito.” Nuestro taxista de siempre, Teodoro, aguardaba junto a su viejo automóvil unido a un carrito donde tenía instalado el gasógeno. Una vez acomodados, bajó la bandera del taxímetro y arrancó.

Apenas había circulación, así que tardamos poco en llegar a la Red de San Luis. Al descender por la Avenida de José Antonio vimos grandes cartelones con anuncios que distraían y escondían los edificios destruidos. “Había que ver esta Gran Vía lo que era, un mírame y no me toques, y en lo que quedó. La gente la bautizó como La Avenida de los Obuses cuando la guerra; había sacos terreros por todas partes, pero el resultado es el que se ve” comentó Teodoro mientras meneaba la cabeza de un lado a otro. “Pues sí”, asentía mi abuela.

Ya estábamos en carretera cuando el taxi dio como dos tirones y quedó parado. “¡Maldita sea! --gruñó Teodoro--. Un momento, que miro el gasógeno.” Salió del automóvil mientras yo me volvía y ponía de rodillas junto a mi abuela para fisgar por la ventanilla de atrás. Vi que Teodoro abría el maletero, sacaba un saco del que extraía carbón y luego parecía echarlo en algún lugar del gasógeno. También me parece que anduvo agachado y sacando ceniza, hasta que se aupó y permaneció con los brazos en jarras mirando hacia la chimenea del artefacto; cuando echó algunas volutas de humo volvió a su asiento. “Perdone la señora, pero el repostaje lleva casi un cuarto de hora por cada hora de trayecto entre que limpias la ceniza, echas el carbón, enciendes y ves que ha prendido. Además no conseguí leña de brezo para que ese trasto deje de parecer un fogón de castañera y tire como es debido.”

Se ve que Teodoro tenía ganas de hablar porque no tardó en preguntar: “Y usted, Señora, ¿conoce la leyenda del loco del manicomio?Como mi abuela respondiera negativamente. Teodoro empezó a contarla pausadamente: “Pues parece ser que una noche se escapó el tipo más loco y peligroso de los que había en Ciempozuelos y justo esa misma noche, una pareja de novios ya prometidos para casarse, regresaba de una juerga celebrada en un lugar vecino, cuando se les terminó la gasolina a dos kilómetros de su casa. Esperaron a que alguien les socorriese, pero como nadie aparecía, el novio decidió acercarse a la gasolinera del pueblo con una lata, quedando su novia a la guarda del coche. Pasaron dos horas desde que el joven había marchado cuando su novia empezó a escuchar unos golpetazos secos, fuertes y repetidos en el techo del automóvil. Asustadísima, salió corriendo y, cuando consideró que estaba alejada, giró la cabeza y observó que un hombre daba los golpes y los daba con la cabeza de su novio.” Mi abuela se llevó los dedos a la boca después de repetir “¡Jesús! ¡Jesús!“ Teodoro concluyó la historia: “Cogieron al loco, pero la chica no tardó en ingresar en el mismo manicomio.”

Me iba aterrorizando a medida que Teodoro contaba su historia y me dieron unas ganas enormes de orinar, pero no quería bajarme del taxi para evitar que la historia se repitiese conmigo. Me dijeron que estábamos a punto de llegar, que aguardara, pese a que el miedo me estaba dejando, además, sin respiración y sin saliva.

El edificio de ladrillo se presentó ante nosotros sin inspirarme confianza alguna. Llegué a los lavabos temblando porque las sombras empezaban a adueñarse del lugar e imaginé que ocultaban a una pandilla de locos dispuesta a rebanar mi cabeza. Salí disparado y cuando pude asirme a la falda de mi abuela respiré hondo y aquieté mi corazón que hasta ese momento había brincado como un garbanzo friéndose en una sartén.

Nos sentaron en una salita y no tardó en aparecer una monja llevando del brazo al tío Fernandito a quien mi abuela abrazó. La monja también saludó mostrando gran familiaridad al ser de nuestro mismo pueblo; un rato después dijo: “¡Ay doña Luisa! Ni se imagina lo que Fernandito nos hace padecer. El lunes de la semana pasada se quedó dormido fumando un cigarrillo y casi prendió fuego a la cama, claro, con él adentro.

Fernandito miraba a lo lejos sin decir nada. Llevaba una gorra de visera a cuadros y un mono de color mostaza que daba a su rostro un color ictérico poco saludable. Además, aquel día no debían haberle afeitado o él no se había afeitado, ¡a saber! Las dos mujeres continuaron hablando de él y de las gentes del pueblo hasta que la monja se despidió. Entonces la abuela pasó a decirle cosas, pero Fernandito no se inmutaba aunque parecía escuchar.

Aquel hombre tan decrépito y de mal color no era el descrito en casa como capaz de los dislates mayores a realizar por ser humano alguno; por ejemplo, pasear desnudo por la gran balconada de nuestra casona de verano avergonzando a las mujeres mayores y provocando el curioseo de las jóvenes, pues dicen que era muy apuesto además de bien dotado... Cierto día, enfadadísimo con la familia por censurar su noviazgo con Ágata, bajó por la carretera que lleva al río a más de ciento veinte kilómetros por hora en su motocicleta y, al trazar la curva del final, dio con moto y huesos en el río estando a punto de matarse... Y lo peor es cuando murió la Tancreda --como maliciosamente llamaban mis familiares a la madre de Ágata, una mujer tan pequeña como convencida republicana-- Fernandito se empeñó en que tenía que ser enterrada en nuestro panteón familiar por tratarse de su suegra, lo que logró porque mi abuela no hizo oposición y tenía opinión principal sobre sus hermanos, quienes nunca le hablaron más.

Ágata era la hija del peón caminero que cuidaba un trozo de cinco kilómetros cerca de Lebico, realmente una belleza sin competencia en toda la región, y tío Fernandito se había casado con ella y malvivido, más por sus vicios que por otros motivos. El lío empezó cuando tía Ágata amaneció una mañana sin un pelo derecho en su cabeza; Fernandito la había rapado por la noche con tijeretazos a desmano, pero sin hacer ruido. Al día siguiente apareció un lagarto en el cocido y nadie dudó que había sido él. Otra mañana, las gallinas del corral yacían con la cabeza separada del cuerpo y el gallo correteaba y aleteaba sin rumbo muy afectado por el desmán inferido a su harén. Tiempo después, la tía buscó en su armario ropa que ponerse y halló que no tenía nada de nada; Fernandito la había dejado en la iglesia para los pobres y cuando ella preguntó el motivo, él respondió mirándola fijamente: “¿Pero no te habías muerto?” Cositas como estas dieron que cavilar y hubo miedo pensado en la mujer y en el hijo; cositas así dieron con él en Ciempozuelos. Sólo mi abuela veía a Fernandito y se ocupaba de los gastos de su estancia y cuidados.

Cuando montamos en el taxi para regresar a Madrid, mi abuela pidió a Teodoro que hiciera un alto en la Puerta de Alcalá. Llegados allí nos dirigimos a un edificio que tenía a su derecha una pequeña tahona-pastelería y a su izquierda una librería. Subimos al tercer piso donde estaba la pensión de tía Ágata cuando venía a Madrid. La abuela era el único miembro de la familia que mantenía contacto con ella. A mí también me gustaba la tía por un buen motivo; cuando mi abuela la visitaba para dar noticias de Fernandito y se disponían a hablar de sus cosas, tía Ágata me daba unas pesetas preguntándome: “¿Serías tan bueno de ir a la pastelería de abajo y subirte seis merengues de los que dos serán de fresa y otros dos de café y los otros dos los escoges tu?

Bajaba contentísimo porque sabía que dos de los merengues serían para mí y además caería otro porque la abuela jamás tomaba más de uno. Compre, subí y me concentré en mis delicias mientras ellas seguían charloteando de sus cosas hasta que los dulces pasaron a mejor vida. Para entonces mencionaban a Nando --el hijo de la tía Ágata y del loco-- a quien alguna vez había visto por nuestra casa. Mi abuela le tenía un cariño enorme y aunque sabía que era un donjuán y se lo pasaba pipa ejerciendo pese a estar casado, la abuela se lo perdonaba todo porque era muy cariñoso y la hacía reir como nadie relatando sus trapacerías .

Pero aquella tarde las dos mujeres terminaron poniéndose muy serías. “Te tengo que contar...” dijo tía Ágata. Parece que Nando había tenido un hijo con diphallia o algo así, una anomalía por la cual el crío nació con dos penes. Un desorden rarísimo y añadió: “Quienes lo sufren tienen riesgo de duplicación renal, anorrectal y de espina bífida entre otras cosas. Los penes son iguales de tamaño y el crío puede orinar por uno o ambos y ¡fíjate! –exclamó tía Ágata-- tener erecciones con los dos...” Agregó que era posible que no viniese más por Madrid, pues Nando se había vuelto muy raro y “temo que le pase lo mismo que a Fernandito.”

Teodoro nos acercó a nuestra casa de Narváez en un satiamén y se puso muy contento con la propina que recibió de mi abuela, y tan contento estaba que tuvo el detalle de mostrarme el gasógeno de frente, un gran cilindro de hierro que tiene chimenea y una pequeña mirilla por la que se ven llamas que crean gas a partir de la combustión incompleta de materia orgánica, una cosa bárbara, ¡pistonuda! “Es como un infierno en pequeñito” me dijo Teodoro.

lunes, 22 de marzo de 2010

EL CINE EN EL TERRITORIO DE LA FICCIÓN.


Se dice del cine que es el séptimo arte. Las artes interpretan el mundo, la vida, mediante una serie de recursos para reflejarle, imitarla o interpretarles. El cine, además, comparte con la literatura el gran territorio de la ficción.

Pero el cine está sometido a un enemigo poderoso: los fallos circunstanciales originados por descuido o desidia de los directores y guionistas, y los condicionantes que surgen --sobre todo cuando el presupuesto escasea-- y hacen que las películas concluyan fallidas, desbaratadas...

Una película como El tercer hombre (1949) nos quita el respiro al verla, pero también se lo quitó al personaje Harry Limes que interpretó Orson Welles. Las escenas famosas de la persecución fueron rodadas en dos escenarios distintos, en las alcantarillas de Londres y en las de Viena; en las de Viena oímos respirar al personaje, pero no en las rodadas en Londres. Cuando Martins (Joseph Cotten) acude al funeral y pregunta de quien se trata, se ve una tumba negra detrás de él; cuando luego camina y se sitúa junto a Anna, la tumba negra sigue apareciendo detrás, pero se ha corrido y aparece a la derecha de ella. Al parecer fueron escenas filmadas en los estudios de Shepperton donde sólo se disponía de unas cuantas tumbas falsas para rodar... y había que aprovecharlas.

Utilizar la historia y practicar el anacronismo ocurre a menudo. En la película 55 días en Pekín (1963) se supone que la acción tiene lugar hacia 1900, pero en determinado momento los marines norteamericanos usan una ametralladora que se estrenó en 1917 durante la Iª Guerra Mundial. Antes de la escena de la batalla de 1846 en Gangs de Nueva York (2002), el cura Vallon recita una oración a San Miguel diciendo más o menos: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro protector contra la debilidad y las mañas del diablo”... palabras prestadas de una oración escrita por el Papa León XIII en 1888.

En las películas de Woody Allen hay misterios gratuitos. Por ejemplo en Match Point (2005); cuando los personajes de Tom y Nola juegan al ajedrez, la cantidad de vino en el vaso de Nola sufre altibajos tan dispares entre escenas como para preguntar a Woody si toca a ver visiones.

La reciente polémica catalana sobre los toros me recordó que tenía entre mis vídeos Sangre y arena en la versión de la novela de Vicente Blasco Ibáñez que se estrenó en 1941. Me apeteció verla y la sorpresa fue enorme porque la película de Rouben Maumolian trasluce considerables dosis de españolidad en las interpretación de los personajes, en la fotografía de exteriores e interiores, la música aportada por Alfred Newman -- memorable el pasodoble bailado por Rita Hayworth y Anthony Quinn—todo bastante convincente, lo que explica la resistencia del film al paso del tiempo.

Sangre y arena recibió merecidamente un óscar por la fotografía. La cámara retrata objetos y personas adornándoles con unas colores impresionantes entre los que predominan azules, rojos y amarillos sorprendentes; los colores sirven para subrayar el acento dramático o amoroso de las escenas; por ejemplo, los colores se miman a tal punto en la escena de la muerte del torero Nacional que parece un cuadro, y cuadros parecen otras escenas. Sin embargo, el dinero debió acabarse antes de tiempo porque el final de la película acumula despistes; a diferencia de la muerte antes citada, la de Tyrone Power plantea incógnitas: no sabemos si el toro le ha corneado por delante o por detrás, y el traje de luces del torero yacente está tan impoluto y el protagonista tan aseado y limpio que, más que a morir, parece a punto de levantarse para ir a otra corrida.

Arte o artesanía, el cine resulta un usuario del territorio de la ficción sorprendente. En las escenas finales de Recuerda (1945), nuestros ojos van a la misma velocidad de Ingrid Bergman y Gregory Peck deslizando sus esquís por la pista donde él recuperará su memoria. En la realidad, ambos personajes están en semicuclillas mientras Hitchcock proyecta a sus espaldas un paisaje nevado para practicar esquí alpino. No importa que la postura de la Bergman sea forzada y se escore a su izquierda en ocasiones de manera que no cuadre bien con el supuesto manejo de los esquís o con la posición del compañero. El suspense nos tensiona y ciega al engaño. Como dice uno de los personajes de Alfonso Ussia
[i]: “Si usted cree en las películas, le parecerá normal que aparezca por la puerta el pato Donald y se siente a cenar con nosotros.”


[i] Alfonso Ussia, El diario de mamá, Editorial Planeta, Barcelona, 2009, pág. 242.

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viernes, 5 de marzo de 2010

SONSO

Sonó el timbre de la puerta y Sonso fue a abrirla. Al hacerlo quedó como petrificado. Marta, su antigua novia, le miraba entreabriendo los labios con media sonrisa. “¿Me invitas a pasar?” El, todavía sorprendido, dijo:. “¡Oh! Sí, sí” y se hizo a un lado para después guiarla por el pasillo que conducía al saloncito contiguo a su despacho.

Ni escuché sus saludos. No hacía más que mirarla impresionado por los cambios que el tiempo se había cobrado. Había perdido aquel maravilloso brillo de sus ojos que ahora parecían hundidos y tristes. Las mejillas se habían desplomado y su nariz había dejado de ser respingona para abultarse, enrojecerse y acopiar granillos rosáceos en las paredes externas de las fosas nasales. Su cintura también había ensanchado. Y el pelo, que recordaba tan largo y liso, parecía una masa de estopa de la que sobresalían algunas canas. A Marta, el tiempo la había borrado la juventud; estaba claro.

-- Tu dirás-- diijo el hombre un tanto nervioso.
-- Me comentaron que tu padre había fallecido.
-- ¡Ah, sí! Hace dos meses. Gracias por venir, aunque no tenías porqué.
Marta se apretujó los manos nerviosamente mirando al suelo
-- Apreciaba mucho a don Tadeo, tú lo sabes, pero.....
-- Muchas gracias de verdad; es ley de vida. No era necesario que te molestaras.

Dijo que apreciaba a mi padre. Que recuerde, jamás le había visto. Nunca estuvo en casa. Pero no era el momento de corregir. De cualquier forma, fue un detalle el de venir a darme el pésame, sobre todo después de tanto tiempo sin vernos”.

Se miraron como si ya nada tuvieran que decirse y desviaron los ojos hacia las librerías que guarnecían las paredes a sus espaldas.

-- ¿Qué tal Julián? – peguntó él por preguntar.
-- Supongo que bien.

Me chocó la respuesta. Julián, su marido, fue nuestro mejor amigo hasta que Marta se decidió por él y me dejó. Nos habíamos conocido en la facultad de Letras. Éramos uña y carne hasta que Julián empezó a jugar sucio. Si lo miras, fue más bien una trapisonda, como una puñalada trapera. Ocurrió el día que salimos tarde de un examen. Caminábamos para coger el autobús que nos subiría a la Moncloa cuando de pronto dijo a Marta que puesto que era tarde y ambos vivían cerca y en dirección opuesta a la mía, le ofrecía ir en taxi con él. Y Marta, ante mi asombro, dijo que sí. La historia se repitió en los días siguientes. Y lo peor es que desde entonces les encontraba juntos cuando llegaba a la universidad o cuando acudía al bar de Filosofía. Tampoco se me escapaba el bochinche que aumentaba entre ellos cada día. Pese a todo, Marta todavía salía conmigo los domingos, pero como si lo hiciera obligada a ir en una procesión y casi siempre callada, callada...”

-- Nos hemos separado hace tres meses y lo probable es que nos divorciemos.
-- No lo sabía.
-- ¡Hombre! ¿Por qué ibas a saberlo si no nos vemos desde los tiempos de la facultad?
-- Sí, cuando me dejaste—se atrevió a replicar.
-- Esa es otra historia - susurró ella

Lo de Marta hacía lustros que estaba olvidado. Luego, los dos me tuvieron sin cuidado, pero la visita de Marta empezaba a mortificarme, el que viniera a remover historias.”

-- Hace tiempo que necesitaba confesarte algo que desconocías. --Comentó ella mientras bajaba la cabeza--. Te ocultamos algo entonces, Sonso. ¿Recuerdas que jugábamos a la lotería primitiva? Julián decía que nos haría ricos. Nosotros éramos unos descreídos totales, pero le dábamos dinero y él rellenaba los boletos para comentar cada vez: “No ha tocado nada de nada. Los millones tendrán que esperar”. También recordarás aquel día que me fui con él en taxi. No fuimos a casa, no; me llevó a un restaurante del barrio y allí me confesó que había jugado unos boletos distintos de los nuestros y le había tocado un premio multimillonario, tan grande, que ni se lo había comentado a los suyos porque primero–-Marta vaciló antes de proseguir--, quería saber si yo estaría dispuesta a comprometerme y casarme con él. Me resistí un tiempo, pero me presionaba y me hacía regalos tan magníficos, que torció mi voluntad. Lo demás ya lo sabes.

“¡Torció su voluntad! ¿Habrase visto cara más dura? Y yo entonces la creía íntegra...”

--En todo caso –-comentó él de manera algo brusca--, las cosas del amor... Fueron cosas vuestras.
Permanecieron en silencio hasta que ella dijo:
--Hay algo más. Nunca supe si el boleto premiado fue el que compartía con nosotros. Puede que no lo fuera –él lo aseguraba así-, pero no dejo de hacer suposiciones.
--¿Sospechas o lo crees? – preguntó Sonso mirándola fijamente. Ella volvió a bajar los ojos.
--La verdad es que no lo sé.

Ni me importa. Jamás me dieron explicaciones de nada; simplemente desaparecieron. Debieron pensar: Con su pan se lo coma. Pero es igual. Las cosas, las personas, las tienes hoy y mañana las pierdes, y yo he vivido sin necesidades y sin convivir con una Marta que, de haberse casado conmigo, estaría apenada por no haberse ido con él. Pero, ¿a qué ha venido esta mujer? ¿A alterarme la vida de nuevo?"

--Lo siento mucho de veras, Sonso. – Marta se alzó para salir. Sonso la acompaño hasta la puerta y la despidió sin palabras y sin darle la mano.
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domingo, 21 de febrero de 2010


JOSÉ VENEGAS



Mi hija Virginia gusta de curiosear en las librerías de lance de Montevideo y en una de ellas encontró el libro Andanzas y recuerdos de España de José Venegas que adquirió y me regaló las pasadas Navidades. El libro se imprimió en la imprenta Ferrari Hermanos de Buenos Aires y lo editó la Feria del Libro de la capital uruguaya en 1943. Es un ejemplar de segunda mano, pero bien conservado en su estructura al haberse impreso a base de cuadernillos cosidos a mano y seguramente unidos al lomo con goma alemana permitiendo que sus hojas se abran y pasen perfectamente extendidas.

No sabía nada acerca de José Venegas y las palabras preliminares del autor tampoco prometían una biografía personal porque, según él, la vulgaridad de la misma “no interesa a nadie fuera de mi círculo privado”. Sin embargo, encontré un relato fascinante de la vida española entre 1920 y 1939.

Empieza describiendo el periodismo y a los periodistas que trabajaban en el importante diario El Liberal de aquellos años; incluye no pocas chanzas y bromas de mejor o de peor gusto, mientras descubre al paso una realidad española que iba nublándose poco a poco. Junto a los gacetilleros que Baroja habría asimilado al golfo arquetípico que llamó Superhombre con ironía, desfilan verdaderos superperiodistas y personajes como Unamuno, Baroja, Valle Inclán, “Tono”, no pocos políticos amigos o adversarios, y hasta La Argentinita – protagonista de notable anécdota por cierto.

El capítulo Elecciones en Huesca de 1923 retrata el caciquismo y el clientelismo como motores de la vida política en torno a las actas de diputado en provincias. Deja anécdotas sabrosas como la del abogado y candidato catalán José María España que suscita el ¡Viva España! de sus seguidores, pero también el ¡Viva España con honra! de sus antagonistas.

Retrata personajes como Diego Martín Veloz, militarista de origen cubano a la espera de su medalla Laureada, poseedor de casas de juego y diputado que fue descrito por don Miguel de Unamuno –según Venegas—con la siguiente frase: “Antes se emborrachaba con ginebra, pero ahora se emborracha con el Espasa, y es muchísimo peor”. Veloz fue presidente de la Diputación de Salamanca del 28 de julio al 1 de agosto de 1936... Un error de Venegas consiste en decir que su amigo murió al frente de una patrulla franquista en el Guadarrama, cuando parece que falleció en su casa de Salamanca rodeado de los suyos.

Tampoco es menos fascinante el dibujo que traza del periodista y sindicalista peruano César Falcón, quien salió de su país junto a José Carlos Mariátegui y Félix del Valle para vivir en España entre 1919 y 1939. Hombre caracterizado por la seguridad en si mismo, el oportunismo y el aprovechamiento de las amistades hasta constituirse en un parásito de muchas. Venegas deja un retrato que linda en lo pintoresco, pero Falcón era un tipo original: marxista capaz de vivir una aventura romántica como la de raptar a la jovencísima Irene, hija de un judío alemán y de una española, ayudante de Ramón y Cajal, a quien años más tarde –ya separada del peruano cuyo apellido había adoptado- se conocería como Irene Falcón, amiga íntima y confidente de Dolores Ibárruri, La Pasionaria.

Escribe todo un capítulo en torno al curiosísimo padre Chumillas --pariente en cierto modo del San Manuel Bueno unamuniano, de cuya juventud hay referencias en la novela Mala hierba de Baroja, amigo suyo y sobre todo de Azorín --, que ejercía el sacerdocio para poder comer. El padre Chumillas también sirve a Venegas para explayar sus opiniones sobre la religión y su influencia en la vida española.

El capítulo sobre el final de la IIª República contiene algunas de las reflexiones más perspicaces que he leído. Venegas fue un socialista de base recio en sus creencias, pero fiel a sus amigos y protectores aunque no compartiesen su ideología. En Venegas funcionaba una independencia de criterio que pocas veces se encuentra en memoriales de unos y de otros sobre lo acontecido en aquellos años. Pluma ágil, muchísimas veces simpática, testigo de las vicisitudes de políticos y literatos y, sobre todo, de aquellos veinte años anteriores a la Guerra Civil.

Celebramos que el libro de José Venegas López haya sido rescatado del olvido y publicado de nuevo --con un prólogo del profesor Eugenio Pérez Alcalá-- en la colección Biblioteca del Exilio por el Centro de Estudios Andaluces y la Editorial Renacimiento en octubre de 2009.





viernes, 5 de febrero de 2010

Confidencias sobre mi libro 
HistoriaS de EspañA


En julio del año pasado empecé a publicar  el libro HistoriaS de EspañA en mi blog finalizado hace cosa de medio mes. Me parece oportuno hacer  algunas confidencias acerca de su contenido.HistoriaS de EspañA acontece en tres espacios, dos  reales –Madrid y Tortosa- y otro ficticio –Lebico-- que también lo fue de mi libro Historia de mi pueblo. Llamo historias a su contenido porque cuentos y narraciones similares lo son para mi, como lo fue alguna tan brevísima como el “Corrido en Dallas” donde narré, como si se tratase de un corrido en son tejano-mejicano,  el asesinato de John Kennedy. (Ver mi entrada del 23 de enero de 2009)

La fecha que doy a cada una de las historias indica que sucedió efectivamente en tal año, siendo dudosa la de “La visita”, pues, pudo suceder años antes o después, aunque –si se me permite la chanza- antecedió al euro con seguridad.

De niño contemplé al viejo médico evocado en “Don Leandro” leyendo en voz alta las noticias del periódico que podían mortificar a los guardias civiles que pasaban bajo su balcón  camino del cuartel. El hijo muerto que se rememora era el mejor amigo de juventud de mi padre. 
Sin embargo, resulta inútil descubrir más personajes de la realidad en los protagonistas porque  se historian 65 años de vida española y de españoles en sucesos espaciados --de los que fui testigo casi siempre—protagonizados por entes de mi fantasía. El Napoleón de las novelas, a fin de cuentas, nada tiene que ver con el de la realidad.

“Entre septiembre y octubre” historia años de juventud de mi generación nacida al concluir la Guerra Civil, la misma que el Sr. Carrero Blanco quiso sacrificar y, sin embargo, protagonizó la transición. Orillé vivencias como la presencia que tuvimos algunos jóvenes universitarios en la AECE (Asociación Española de Cooperación Europea) y las acciones que facilitaron la integración en la Facultad de Derecho de un personaje que después sería importantísimo para salvar nuestra democracia, pero si quise reflejar la frustración que, 
antes o después,  alcanza a todas las generaciones. “Entre septiembre y octubre”era una novela larga, pero la poda apuntada y mi desmedida afición a corregir, la dejó en su mitad.

El tío Jacobo” historia a un tío de mi madre (q.e.p.d.) en tiempos que ella era niña y cuya historia parcial trasladé nada menos que al 23-F para significar los aprietos que trajo a los españoles acontecimiento tan célebre como tragicómico.

La visita” es un tributo a mis 51 años de vida universitaria y a la ciudad tortosina donde vivo desde hace casi 35 años. Salió de un tirón pese a las vueltas del hilo narrativo, sin embargo, corregirla me llevó tanto tiempo que doy por tentativo el año en que aconteció.

Lo relatado en “La tertulia” sucedió en lugares tan dispares como mi antigua casa de la calle madrileña de Narváez, en Austin (Texas) y en Tortosa..., por eso congregué los sucesos en el espacio ficticio de Lebico y en ese lugar reuní también a los personajes que protagonizan esa verdadera historia. Si la narración hubiese sido un capítulo de mis memorias y hubiese cometido la indignidad de descubrir a los protagonistas que se esconden tras los entes de ficción, daría pie a un cotorreo en el mundillo literario y traicionaría mi intención de escribir historias.
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NB.:

Las  historias se pueden leer en las siguientes entradas:

Don Leandro (07/11/15)
Entre septiembre y octubre (26/09/15)
El 23-F del Tío Jacobo (25/10/15)
La visita (04/10/15)
La tertulia (25/11/15)