EXCURSIÓN
A LA LOMA DE LOS ROBLES
El timbre de la puerta del piso perturbó su siesta. Aún sobresaltado,
pretendió escuchar el bisbiseo entre Eulalia y el visitante, pero sólo pudo oír
pasos que se dirigían hacia la salita del recibidor. Se incorporó y cuando se encaminaba
hacia el perchero en busca de la bata elegante que usaba para recibir visitas,
Eulalia abrió la puerta del despacho y dijo:
--Es tu amigo Ramón Ledesma. ¿Te ayudo con la bata? -- Eulalia se
la extendió por detrás, le auxilió a pasar los brazos y le dio unas palmaditas
cariñosas al terminar.-- ¿Le hago pasar?
--Desde luego.
Cuando Ramón entró se admiró
al ver las paredes del despacho forradas con estanterías llenas de
libros. Enseguida los amigos se fundieron en un abrazo palmeándose las espaldas.
Ramón se sentó en el pequeño sofá situado frente al escritorio e Ignacio en la
butaquita de al lado.
--Chico, ¡qué lujo!
--¿Es que no tienes libros?
--Mi mujer me permite unos
doscientos, más algunos dedicados y los de valor. Dice que lo demás es morralla
porque o bien los leí, o no los leeré y
sólo ocupan sitio.
--Puede que tenga razón --sonrió Ignacio preguntando luego-- ¿Y qué
te trae por aquí?
--Pues verás, lo primero saludarte porque hacía tiempo que no nos
veíamos, y lo segundo comentar una cuestión que me tiene intrigado. El otro día
pasé por la Casa del Libro y vi tu último de narraciones. Lo compré y una vez
en casa, al ojearlo, observé que uno de los relatos se titulaba Excursión a
la loma de los robles, el mismo título del cuento que yo incluí en mi libro Recuerdos, que es anterior al tuyo. Es más, cuando lo estuve leyendo
me pareció que salía de la misma
fotografía que, probablemente, ambos tenemos de aquella vieja excursión a la
loma que hicimos tú y Linda, yo y Karen; los cuatro estábamos recostados
por parejas en un par de robles. Claro, entonces teníamos ventipocos años y
ahora ya no cumplimos los cincuenta. Además, creo que tus descripciones y las
mías se parecen muchísimo…
--Pero Ramón, habla de las semejanzas que quieras porque,
efectivamente, ambos estuvimos en la loma de los Robles en la ocasión que
aludes, pero tu cuento y el mío son
relatos distintos.
Ramón, que iba a proseguir, se quedó con la palabra en el aire,
mirando para Ignacio entre descreído y asombrado.
--¿Cómo dices?- acertó a preguntar
--Que tu cuento y el mío se titulan igual y se parecen en algunas
descripciones porque ni tú ni yo podíamos cambiar la realidad de la excursión,
pero son distintos, completamente distintos. Tu historia se centra en que a ti
te gustaba Karen y tú también a ella, pero aquel día íbais a pasar el examen de
sus dos hermanos quienes, por cierto, se presentaron en la excursión sin que nosotros les hubiéramos invitado, al
menos yo. Te estuvieron examinando de cabo a rabo, de cómo te comportabas con
ella tu proceder cuando comías, la manera de relacionarte con los demás, etc.,
etc.; tu relato da cuenta puntual de lo inseguro que estuviste a causa de la fraternal presencia y lo mal que lo
pasaste mientras Linda, yo y la misma Karen lo pasábamos genial, pero por razones
distintas.
--Sí, pero…
--Déjame acabar. En mi cuento no hay ningún examen sino un relato
de deseos, los míos pensando si Linda y yo íbamos a ir más lejos en nuestra
relación, algo que parecía interesarle a
ella, pero no tanto a mí por mi carácter de no sujetarme a nadie. ¿Entiendes?
--Todo eso es cierto, pero también hablasteis de nosotros y en
términos parecidos a lo que yo escribí.
--Mira, si lo que quieres decir es que yo te copié, pues no. La fotografía es la misma, las palabras
descriptivas se pueden parecer, el marco, incluso algunas frases, pero lo tuyo
iba en serio y lo mío, no, y tampoco podías imaginar mis pensamientos mientras nosotros
presumíamos que aprobarías el examen de los hermanos de Karen.
--Hombre, a ti no te iban los problemas; en aquella época sólo
pensabas en llevar al huerto a cuantas ligabas.
--Eso no viene a cuento y poco me conoces, Ramón, poco me conoces. Tener
a Linda era como tener un Mustang de 1964, preciosa, elegante, versátil, lúcida,
espectacular y tema de conversación para los demás, pero el día de la famosa
excursión yo ya estaba en guardia porque había tenido tres fallos conmigo.
--¿Fallos?
--Pues sí, no por su importancia, sino por ser indicativos de su
carácter. Un par de meses antes de la excursión, cuando murió su abuela materna
le di el pésame, mis palabras eran sinceras, pero Linda me salió con esto: “¿Y tú porqué ibas a sentirlo si no la
conocías y ni sabes que lo que significaba para mí?” Me quedé sin respuesta,
haciendo capiruchos en mi cerebro. --Y aleteó sus manos de manera expresiva--.
La segunda ocurrió cuando Camilo José de Cela visitó nuestra universidad. Como
el gallego estaba hasta las narices del cóctel que tenía lugar en la casa de la
profesora Mirta, recordarás que nos arrastró al jardín con los demás jóvenes españoles que
estaban allí y nos pusimos a libar y cantar como cosacos. Cuando llegó la hora
de irse, Linda me preguntó intencionadamente: “¿Y por qué cantabais cosas que no
sentíais? No veo el motivo ni la razón.” Pensé que igual estaba molesta
porque la había abandonado entre los que libaban de pie en el living de la casa, pero ya
me fastidió que no comprendiese que un puñado de españoles viviendo en USA
podíamos pasarlo muy bien cantando A
Rianxeira, Asturias patria querida o alguna jota navarra. Vamos, que me fastidió.
--Te entiendo.
--La tercera metedura de pata sucedió la
primera vez que ella y yo, los dos solos,
fuimos a la loma de los robles.
Se me ocurrió decirle que los montes cercanos se parecían a los que me habían
enamorado del paisaje de Villafranca del Bierzo. Pues Linda se puso como una
fiera: “Ya estamos con el me parece, el me recuerda a esto o lo otro de España, son cosas como las de allá, etc. ¡Cuándo
se te meterá en la cabeza que son montañas de aquí, norteamericanas, y te
gustan o no te gustan por lo que son, ¿te recuerdo yo a alguna chica de España
también?” Le respondí que de ninguna de las maneras, pero por dentro me
cabreé y mucho por su incomprensión a entender que uno ni se adapta inmediatamente
a su nueva residencia ni deja de amar nunca los recuerdos de su patria, pero si
algo me enervaba más fue su tendencia a criticarme por esto o lo otro.
--Mira, no pensaba que Linda fuera así.
--Que protestara no me hubiera enfadado, pero su
tendencia a criticar sí; otro suceso
ocurrió a final del curso, cuando recibimos las notas por nuestros
trabajos sobre la novela española del 98.
La había ayudado muchísimo a escribir el suyo, pero el profe le puso una B y a
mí una A-. El suyo y el mío trataban sobre Azorín, pero Linda no admitía
razones por las cuales su trabajo tuvo
una nota inferior, aunque sólo fuese porque mi español era el de un nativo y,
la verdad, sabía más de Azorín que ella, ¡hasta le vi una vez en el Ateneo de
Madrid! Deduje que me estaba acusando de no
haberla ayudado lo suficiente o bien creía que el profesor, al fin y al
cabo español también, prefería a los de su tierra.
--¿Y por eso rompiste con Linda?
--Esos acontecimientos prepararon el camino. Ella decidió viajar al extranjero
con una amiga y sus cartas, llegadas de tarde en tarde y con detalles de
amistades y de los encuentros que hacía por el camino, no contribuyeron a nuestra
relación. Cuando volvió, estaba sustituida.
Ramón le miró sonriendo y al poco dijo:
--Y así
iniciaste tu carrera de relevos femeninos de 100, 200 o 400… -- provocando una carcajada hilarante
de su amigo hasta que Ignacio preguntó:
--¿Y qué me cuentas de Karen?
--Sabías que nos casamos, ¿no? Pues, seguimos
juntos. Pese al tiempo transcurrido continua siendo una preciosidad de cara y
de cintura para arriba, o a mí me lo parece,
pero engordó. Lo peor no fue eso sino cuando aparecieron sus migrañas
cuáqueras. Decía que en España era imposible frecuentar gente de sus ideas, a
sus iguales. Y ahora regresa a Pensilvania cada año por periodos que a veces
duran hasta siete meses a lo peor; el resto me lo dedica.—Y Ramón inclinó la
cabeza haciendo una mueca.
--¿Y tú estás conforme?
--Pues sí, porque a pesar de todo nos llevamos
y, quiero creer, que esos distanciamientos temporales ayudan; la verdad es que
no pienso lo contrario.
--¿Y qué haces cuando estás de Rodríguez?
--Aprovecho para escribir.
--Ya.
Cayeron en un silencio largo. Ramón pensó que
la visita había terminado, que nada más tenían que hablar. Pero su amigo le
preguntó:
--¿No crees que de aquella famosa fotografía queda sólo la imagen de cuando éramos
jóvenes?
--Puede que sí. De todos modos –dijo Ramón
pausadamente-- y como Cortázar recuerda en uno de sus relatos, “Nadie sabe nada de nadie, y no es una
novedad.”
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