La Iª Guerra Mundial de John Dos Passos,
La iniciación de
un hombre, 1917[i]
Corrían los primeros años del
siglo pasado. El joven John Dos Passos (1896/1970) tenía dos pasiones, la
arquitectura y la pintura; cultivó la primera en sus estudios y en sus viajes
–varios a España-- trabajaría la pintura –en especial la acuarela-- hasta el
final de sus días; ambas tuvieron influencia en su literatura.
Estudio arquitectura en la
Universidad de Harvard graduándose en 1916. Siguiendo la costumbre escolar de buscar
experiencias al finalizar los estudios, quiso apuntarse al servicio de
ambulancias de la Iª Gran Guerra. La muerte de su madre, persona amada y clave
en su vida, le asoló; su padre, un ser
distante que había rechazado su disposición a servir en la guerra, murió meses
después de la madre en 1917. El suceso permitió a John unirse al Norton-Harjes Ambulance Group. De sus
experiencias en Francia –y también en Italia-- resultaría la novela autobiográfica
La iniciación de un hombre, 1917 (One
Man’s Initiation, 1917) que vamos a comentar.
Un buque zarpa de un
muelle neoyorquino entre el revoloteo de pañuelos, aires hawaianos, la sirena
silbando agudos. El narrador inicia su trabajo acoplando la historia al punto
de vista del personaje Martin Howe que va de pie en la popa. Martin y sus
conmilitones de viaje pertenecen a la edad
del Jazz, según el escritor Scott Fitzgerald, jóvenes que carecen de
pasado, parecen no tener futuro y aprecian vivir en una fiesta inagotable; no
representan nada, pero gustan de adquirir experiencias extremas. Se han
apuntado a la guerra sin idea de lo que
representa -- es “una ocasión que nadie
debe perderse” afirmaría uno de los personajes de Faulkner.
En las primeras páginas asistimos
a la reunión que transcurre en el salón de fumar del buque; la atmósfera es de
total despreocupación: “El humo del
tabaco y el olor a cerveza y champaña espesan el ambiente” (p.9).
Los jóvenes celebran y parecen felices, confiados y dispuestos a acabar con los
alemanes; el icono del Tío Sam
se
impone en algunas de sus canciones, otras se dirigen contra el kaiser Bill (el emperador alemán).
Hablamos de una novela que
suma narraciones episódicas, modalidad criticada en USA --pero excelente en mi
opinión-- para reflejar primeras impresiones sobre la experiencia caótica de la
guerra donde los sucesos son continuos aunque diversos y tienen una naturaleza
inesperada. Además, la novela guarda un cierto
orden: se parte para la guerra en verano y concluye en el otoño; se estructura
en capítulos y estos en cuadros creados por un artista de pincel y pluma aunque
no siempre ligados salvo en lo principal: se trata de la 1ª Gran Guerra y por ella corre el
conductor de una ambulancia captando sensaciones, mayormente tragedias y
minutos de coñac, champaña y amistosas charlas con otros combatientes.
El lector enfrenta un
aluvión de imágenes desde el comienzo: “Amarillos-rosáceos
y púrpura-amarillentos, los edificios de Nueva York se aglutinan formando una
pirámide que se eleva por encima de
oscuras manchas de humo que flotan en el agua” (p.8); se
formarán ramilletes de diversas tonalidades mutando en colores y palabras
descriptivas. Welford Dunaway Taylor de la Universidad de Richmond[ii]
escribió que para Dos Passos era tan natural expresarse pintando acuarelas como
con las palabras porque eran su medio de expresión natural. Usaba las técnicas
modernistas y la influencia de las cubistas se puso de manifiesto al escribir Manhattan Transfer o la trilogía USA. El Dr. Taylor recordó que la combinación
pluma/pincel no era ajena a su generación como lo atestiguan las obras de
Sherwood Anderson y de Faulkner.
Martin es un personaje
para quien ni el pasado ni el futuro representan nada; carece de sentimientos
hacia su hogar y de prejuicios hacia la guerra, si bien, va a someterse a
experiencias radicales. El y los demás jóvenes del barco revelan una situación
parecida a la de Ulises: vivirán su aventura sabiendo que algún día desean
regresar, pero… ¿triunfantes como el
héroe clásico?
El
grupo que parte feliz de Nueva York, en cierto momento escucha palabras maléficas
que alteran ligeramente su estado de ánimo: el
gas --“Te corroe los pulmones como si
estuviesen podridos dentro de un cadáver” (p.11)—,
palabra conjurada por otra contundente: el
odio al enemigo: “Siempre he sentido
odio por los alemanes, su lengua, su país, todo lo que se refiere a ellos” (p.12)
dice alguno mientras Martin, reflexivo, se pregunta “si será todo verdad”
(p.
12).
Llegados a Burdeos continúa
el ambiente de fiesta y las preocupaciones se circunscriben a las bebidas y a las mujeres. Una presentación bucólica de la
naturaleza no tardará en mudar. Los recién llegados no esperan que el porvenir
sea de rosas. En el ambiente empieza a crecer la inquietud motivada por los
aviones de los boches, tan temidos
por los conductores de ambulancias. Martin
observa un desfile sobre el
barro; los rostros de los soldados son como de niños “tiernos y sonrosados” (p.29). La
mujer de un maestro comentará después: “¡Oh
los pobres muchachos, vimos subir a tantos…! (…) y jamás vimos regresar a
ninguno de ellos”. (p. 30/31) Cuando Martin y su
amigo Tom van por una carretera hacia el hospital, el pincel del narrador contrasta
el olor y la humedad que aspiran y respiran, la muerte y la vida. Más tarde y como
un fogonazo aparecerá otro hombre que
quiere
matar a todo el mundo para detener la guerra (p. 49).
Romanticismo y modernismo
fluyen de la paleta del autor; por ejemplo cuando Martin contempla una abadía
que “se erguía como una torre de fantástica perfección sobre
una velo de brumas a escasa altura, haciendo que el valle pareciese un lago
bañado por la resplandeciente luz de la luna” (p.49), una abadía que al
convertirse en su visión favorita también simbolizará –al ir destruyéndose-- la
evolución de su conciencia sobre una guerra que le va alienando: “¿Dios
mío!, si por lo menos existiese algún lugar adonde uno pudiera huir de toda
esta estupidez, de la hipocresía de los gobiernos, de esta terrible reiteración del odio, este odio
asfixiante…” (p. 52)
En las pausas de la guerra
se canta La Madelon y se bebe Chartreuse o champán. París es una
fiesta de amor para el grupo de soldados entre los que encuentra Martin y también
su camarada Tom Randolph empecinado en la busca de preservativos. La imagen femenina
recurrente es la de las mujeres-objeto que aparecen y desaparecen rápidamente
de la narración.
La guerra adquiere una
presencia visual y auditiva características. A inicios del capítulo Vº se dice
que “los obuses estallaban en pequeñas
nubes de algodón”; aparece una
escuadrilla de aviones franceses acosados por los antiaéreos y las
ametralladoras mientras “la majestuosa
bóveda añil del cielo del mediodía se llenaba del distante rugido de los
motores”; un tren chirriante llega a una estación y los licenciados “con sus repletas musettes balanceándose en sus caderas, corrieron
hacia la plataforma”… (p.59)
Mientras, París continúa como
espacio de fiesta para el grupo de soldados de Martin y Tom; desean
desprenderse del fango y del aburrimiento por medio de la gula y el amor
vicario. En otras imágenes aparece la muerte: “¿Has visto alguna vez un rebaño de reses conducido al matadero en una
espléndida mañana de mayo?” (p.85) se pregunta alguno
como si adivinase el pensamiento de Martin. La situación real que les sobrecoge
es la de estar esperando un ataque enemigo; simbólicamente, el narrador utiliza
otra imagen: la columna de humo que produce una bomba al caer se alza como un ciprés (p.
87).
La guerra varía los
pareceres; los aguerridos soldados que ayer desfilaban marchando al combate bajo
el peso del armamento y de los cascos, ahora “parecían fatigados, descoloridos y cadavéricos” (p.89). Las
imágenes cosificadoras emergen: “Las
cabezas de los hombres tenían un aspecto fantasmal, con extraños y grandes
ojos, y pedazos de hule gris en lugar de semblantes” (p-
96).
En contraposición, la naturaleza
se
humaniza al estar tan herida como los combatientes: “El terreno está repleto de cicatrices, con tierra revuelta como heridas
abiertas, y los brazos inclinados de las pequeñas y agolpadas cruces de madera,
con alguna que otra corona torcida y un ramo de flores mustias.“(p.123)
En la parte final se
expresa la desilusión que padecen los soldados y el anti belicismo aflora: “Y para esto habían estado luchando durante
siglos y siglos de civilización. Generaciones enteras habían consumido sus
vidas en minas, fábricas, fraguas, capos y talleres, afanándose, tensando más
más sus mentes y músculos, puliendo el espejo de su inteligencia…para esto.
¡Todo para esto!” (p-130). La muerte del prisionero
alemán que ayudaba transportando
camillas refleja que el deseo de matar alemanes ha mutado, al menos en Martin,
y se evidencia al recoger su cuerpo: “Era
como si su propio cuerpo participara de la agonía de aquel hombre. Por fin
todos los odios y mentiras estaban siendo purificadas con sangre y sudor. No
quedaba más que la serena amistad entre seres semejantes provenientes de
diferentes rincones del universo, eternamente semejantes.” (p.131).
Martín ha sido el testigo principal
de cuanto sucede a lo largo de la novela. Participa en la guerra conforme a su cometido de conductor de ambulancia o de camillero, pero
su implicación coge vuelo cuando el proceso de la guerra le alcanza y entonces reflexiona.
Contemplando el mar que se extiende a lo lejos, confiesa a su amigo Tom: “¡Pobre vida! –exclamó-- ¡Y yo que esperaba
hacer tantas cosas con ella!” (p. 139);
ambos reirán, pero con cierta amargura. Piensa que su participación en la guerra ha sido una
tragedia precisamente porque no sabían
lo que era; los americanos en casa tampoco lo sabían. En otro momento dice: “Yo solía creer en la libertad”(p.
143)
porque se ha pasado la vida luchando por ella, pero ahora “no estoy seguro de que exista tal cosa.” (p.
144) Martín recuerda el ondear de las banderas en América, un país guiado
por la prensa y se pregunta: ¿quién la rige? Y cavila sobre las fuerzas ocultas
que les sobornaron hasta que decidieron ir “cegados
y amordazados, a la guerra” para concluir: “Somos esclavos del talento adquirido, unos esclavos consentidores”(p.
145).
La visión política del
drama se enfatiza con el soldado Merrier al sentenciar: “Todo lo que sucede hoy en día no es más que la lucha de clases…”
(p.147)
André Dubois estima que ellos son parecidos a las ovejas, que siempre hubo una
ley para el señor y otra para el esclavo: “Somos
esclavos. Estamos ciegos. Estamos sordos (…) Ahora sólo sabemos aquello que nos
dicen los dirigentes. ¡Oh mentiras, mentiras (…) que están asfixiando la vida!
(…) Debemos alzarnos desesperada, cínica y despiadadamente, para demostrar, al
menos, que no vamos a consentirlo (…) ¡Oh, hemos sido engañados tantas veces! ¡Hemos
sido tan ingenuos, tan ingenuos!” (p.152)
Los jóvenes que en uno de los cuadros de la novela brindan por la Revolución saben que la guerra es su
principal enemigo y cuando Martin se pregunta si lo creen realmente, el soldado
Dubois asegura que son simples intelectuales, pero el poder lo detentan los
otros, y el soldado Lully reduce las expectativas: “Sólo podemos combatir las mentiras”(p. 156).
Los últimos cuadros de la
novela son devastadores: los camaradas mencionados anteriormente, Merrier,
Dubois o el anarquista Lully están muertos; se lo participa a Martín el soldado
herido cuyo rostro “adopta el aspecto
macilento de la muerte.”(p. 164) Algún crítico ha
recordado que uno de los poemas más conocidos de la época tenía por título “They are dead” (Ellos están muertos)
Lejos
de sentir lo mismo que en su juventud –ya no era el izquierdista radical de
antaño-- Dos Passos comentó en la primavera de 1969 a David Sanders para The
Paris Review[iii],
que los jóvenes que en su tiempo estaban o salían de Harvard, tenían un
pensamiento liberal, ideas independientes, pero con una suerte de ética
protestante tras ellos. Él no congeniaba con sus camaradas, pero al cabo del tiempo mejoró su
opinión porque habían estado sometidos a
la presión social que era favorable a los aliados y la contraria y anti-germana
que les habían vendido. Cuando la guerra estalló en el verano de su segundo año
de universidad, desaprobaba la guerra como actividad humana, pero ansiaba ver
cómo era. Y cuando fue, la Iª Guerra Mundial se convirtió en su universidad.
Expresó que desde una ambulancia se podía tener un punto de vista más objetivo
sobre la guerra porque el espíritu de combate que conduce a los soldados de
infantería es distinto al de quienes van recogiendo los deshechos de la
refriega. Evidentemente, todo esto inspiró y quedó reflejado en La iniciación de un hombre: 1917.
Opino
que Dos Passos estaba entre los que
consideraban que el héroe ya no se sobreponía a la aventura y triunfaba como
Ulises, sino que quedaba asolado asistiendo al triunfo de los intereses sociales que le manipularon.
La
primera edición de esta novela se publicó en Londres y el autor debió aportar
75 libras. No parecía una novela para darle fuste, sin embargo, ha envejecido
como los buenos vinos hasta convertirse en una de las novelas más estimables
sobre la Iª Guerra Mundial pese a que un trabajo posterior de Dos Passos tocase
parecidos temas con alarde más profesional.
Debemos felicitar a Errata Naturae
y a la traductora Elena Sánchez Zwickel por
habernos acercado libro tan notable mientras se celebra el centenario de la 1ª
Gran Guerra.
NOTAS
[i] John Dos
Passos, La iniciación de un hombre: 1917,Traducción
de Elena Sánchez Zwickel, Errata Naturae, Madrid, 2014.
[ii] University of Richmond Museums. John Dos Passos and His World, September
26 to December 07, 2003, Marsh Art Gallery, Universityof Richmond Museums. Richmond
Virginia: University of Richmond Museums, 2003. Folleto de la Exposición (El texto mencionado se puede leer en Google)
[iii] David Sanders, “John Dos
Passos, The Art of Fiction No. 44”, The
Paris Review. Se puede leer en Google.