LA VIDA LENTA DE
JOSEP PLA
Hace un año que la editorial
Destino publicó La vida lenta. Notas para tres diarios (1956,1957 y 1964)[i]
de Josep Pla, libro muy bien editado, prologado por Xavier Pla, y traducido al
castellano por Concha Cardeñoso.
Comentando sobre los
dietarios, Xavier Pla recuerda los
precedentes de Thomas Mann o el de
Witold Gombrowicz quienes permitieron que fueran conocidos décadas después,
avisando Mann que el suyo carecía de valor literario.
Los dietarios, generalmente,
son como los apuntes del pintor --trazos, bosquejos, esbozos--, auxiliares de la
memoria para elaborar la obra
proyectada. Ahora bien, si carecen de valor literario, ¿por qué publicarlos?
Xavier Pla lo justifica diciendo que los
dietarios de Josep Pla “proporcionaban
una gran cantidad de datos reales sobre
la vida privada del escritor, mostraban reflexiones, lecturas y personajes que
no aparecen en los volúmenes de su obra
y, sobre todo, ayudaban a desmentir algunos lugares comunes que rodearon a la
figura de Pla en los últimos años de su vida”. Sin negar que los dietarios
por lo general son como “negativos de su
vida diaria”, recuerda que Pla “practicó
la literatura diarística en todas sus modalidades”, estupendamente en El cuaderno gris (1966), Madrid (1921), Un dietari (1929), Notes disperses (1969) Notes per a Sílvia (1976)… y otros
recogidos en volúmenes de sus Obras
Completas.
Las afirmaciones ocasionales
de Josep Pla, sus puntos de vista sobre las cuestiones que se dilucidaban en la
vida nacional, los hombres, las cosas, cómo se alimentaba, emergen a través de
una escritura a veces apasionada, otras reiterativa y poco estimulante, pero
que nos capta por su sinceridad y desenvoltura.
LOS
DIETARIOS
El Dietario de 1956 se
inicia el 1 de enero y observamos enseguida
que Josep Pla se siente como un viejo cansado y deprimido. Escribe poco y sin
ganas, pareciendo hipocondríaco. Acaba de cumplir los sesenta años. El 2 de febrero está en
Austria y advierte que puede sufrir un ataque al corazón. En otra ocasión
percibe molestias en el hígado. Un dietario de muchos sucesos diferentes que corre
hasta la página 173 del libro.
El Dietario de 1957 es
breve, 29 páginas. También comienza un 1 de enero: “Todo el día en la cama. Fatigadísimo”. Y poco después, el 10 de
febrero, exclama: “Pero ¡qué vida, Dios
mío!, ¡qué vida!”. Es un dietario que parece incompleto porque salta de
febrero a diciembre. Desconocemos si por cuestiones de salud o se perdieron hojas.
Lo real es que pasamos del 23 de febrero
al 21 de diciembre, cuando Pla, acompañado de
Josep Vergés y del fotógrafo Dimas, están a bordo del Conte Grande, un barco armatoste que lleva 1.400 viajeros hacia
Lisboa. El 28 de diciembre el dietario concluye con esas palabras:”En mar. Vida ordinaria. Comer, dormir, pasear, contemplación
del mar!”.
El Dietario de 1964 se abre con
una nota en la que Pla dice que llega a Lisboa en un avión de la K.L.M.
procedente de Buenos Aires-Río, que ha sido un buen viaje y le recibe su hermano. La primera anotación
corresponde ¡cómo no! al 1 de enero. Notamos variantes respecto de los
dietarios anteriores: estilo
puntillista, frases sueltas de significado oculto salvo para él, palabras
sueltas entre puntos. Su vitalidad continúa resintiéndose, pero las malas
noticias relacionadas con la salud de su madre le impresionan más.
Siente fatiga. “A veces me entran la
depresión y el desánimo. Es difícil de soportar”, dice el 15 de
febrero. Caracteriza a este diario la
simplicidad. En diciembre de 1964 el diario se entrecorta. Casi no encontramos
frases y sí palabras sueltas. Es un
diciembre de mal tiempo que invita a
meterse en la cama donde Pla lee y trabaja en Les hores. Este dietario tiene 151 páginas.
EL
HOMBRE
El Josep Pla presente en
esos diarios es un hombre mayor que en agosto de 1957 confiesa que lleva una
vida disipada y nocturna contra la que rebrinca a veces; a comienzos de
septiembre proclama: “He convertido el
día en la noche y la noche en el día”. Le gusta la lluvia. También y mucho
la cocina de su madre, o el coche, porque le acerca a todos los sitios en un
momento; Cataluña es un pequeño país que Pla recorre con entusiasmo siempre.
El insomnio le acosa a
diario llegando a decir: “Lo más
importante de la vida es dormir” (p.161). En
sus insomnios lee, a veces escucha Radio París. Es un hombre que vive para
sentirse libre y por eso rechaza los homenajes que se le preparan “para tener la libertad de siempre” (p.172).
Pla vivió con Adi Emberg
–compañera y esposa- desde 1925 a 1939. Y tuvo relación con Aurora Perea Mené,
viviendo juntos en L’Escala entre 1943 y 1948; luego, Aurora marchó a la Argentina
donde casó. Años después recuperaron el contacto epistolar y el Pla de los
dietarios se muestra añorante, incluso angustiado
esperando las cartas que Aurora no prodiga y que una vez recibidas parece que no
contienen las palabras que él desea leer. Pla la visitó varias veces en Buenos
Aires y, al parecer, la ayudó económicamente. Como dice el prologuista sobre
esta relación: en los diarios dejó “testimonio
de una obsesión contradictoria, nostálgica y erótica” (p.346).
Pla combate la soledad frecuentando o dejándose frecuentar por amistades que fueron muchas y fraternales --Josep
Quintá, Luis Medir, los Sagrera, muchísimos más-- con quienes hace parada y fonda frecuente en el Can Miquel de
Palafruguell. Los amigos también se acercan a su masía a visitarle, o le van a
buscar y a veces se hacen compañía viajando al extranjero, ellos para hacer negocios,
él para escribir artículos.
Las conversaciones con los
amigos son valiosas porque le traen noticias de fuera y, sobre todo, de dentro del país, por ejemplo, si se barrunta una depuración en Falange, la
detención de Dionisio Ridruejo –
que le afecta; sólo cuando se habla de
las operaciones médicas se le pone la carne de gallina.
En algún momento su amigo Antrás llega con un tocadiscos
comprado en Andorra y escuchan un trío de Schubert en el que toca Casals, el Cant dels ocells y las sardanas de los
Serra padre e hijo. En otro momento aparecen Fuster y Raimon que pernoctarán en
su casa y al día siguiente junto a Ortínez,
Quintá y otros amigos escuchan a Raimon tocar en la guitarra “cosa muy personal” (p.281).
Cierto día tiene una larga conversación política con Vicens Vives y el
comentario que escribe es: “Vicens flojea”
y pone en duda la capacidad del catalán
para la política aunque el 29 de diciembre de 1956, cena en casa de Vives y
escribe: “Vicens es admirable y un gran
amigo”.
Por lo general ni hay
retrato ni se excede en elogios de
los amigos, pero se esmera en el bosquejo de los protagonistas de encuentros
ocasionales. El 16 de agosto de 1956 se encuentra con Dionisio Ridruejo y le
parece “interesante, simpático y
fascinador”(p.107).Tres días después le define
como un personaje “agudo, inteligente y mentalmente fino” que ha causado impresión en la reunión de
amigos. Ello no quita para que observe que a veces “pone cara de víctima”. El antifranquismo no es raro en sus
conversaciones. El 25 de agosto Pla confiesa: “Ridruejo ha estado brillante, pero su capacidad cerebral llega a
asustarme” recordándole la misma que tenía él cuando era joven.
Pla es un escritor que, como
muchos del oficio, padece dipsomanía. En algún momento reflexiona así: “Por el horror que me dan los borrachos me
hago idea del horror que debo de dar a la gente cuando me emborracho” (p.9).
Sus bebidas favoritas son las cañas, el vino, el wiski y el champán (en la
traducción al castellano no aparece la palabra cava) y comentando los efectos de beberlas apunta: “La intoxicación de wiski es más soportable
que la del mejor vino del país” (p.14). En
la misma página asegura que trasnocha: “¡Bebo
más de la cuenta. Llego a casa a las tres
y media”.
Sentirse viejo es un
sentimiento que, como se ha dicho, acusa de manera reiterada. El 20 de marzo
comenta con cierto humor: “La primera vez
en la vida que me pesa la langosta” cenada la noche anterior para celebrar
su santo. En abril de 1964, le gana la fatiga primaveral y siente dolor en las
piernas, sensaciones que se prolongan. El 15 de
julio se siente tan cansado, que confiesa: “Últimamente me canso de la gente”. En septiembre, al regresar de un
viaje en automóvil por Francia y Alemania, menciona un estado de gravedad en la
salud de su madre que le conduce a sentirse verdaderamente mal y lleno de tristeza.
La salud de su madre siempre le afectó profundamente, pero se distrae trabajando
en el Cuaderno gris y leyendo mucho. La
familia le importa y nunca la deja de lado.
LA
TIERRA
Si en 1938 Josep Pla colaboraba
con la prensa vasca de la zona nacional, no tardaría en desilusionarse, sobre todo al
saber que ya no podría publicar en catalán. España no le parece un país
agradable de vivir. En octubre de 1956 escribe:
“El pueblo y la gente están fabulosamente
aburridos. Los únicos que tienen ánimo para decirse algo son los del futbol y los católicos” Y
poco después: “Impresionante país de
locos corrompidos por el franquismo” (p. 168). Estando en Lisboa embarca en
el clíper de la Pan American que viene de
Nueva York y le llevará a Barcelona, un viaje que califica de magnífico,
pero escribe esta reflexión: “La visión
de España erosionada y pétrea. Este país nunca será nada.” (p.206).
Mucho
antes había señalado al culpable de manera cruda: “El asco físico que me da Franco me deprime” (p.
64).
El 18 de julio de 1956
recuerda que 20 años atrás se declaró la Guerra Civil, contienda que tiene muy presente.
Define con ironía la festividad del 12 de octubre: “Una cosa a la que llaman la Raza”. En febrero de 1957 la situación
política general le deprime tanto que escribe: “El país ha llegado al envilecimiento total”(p.193) apreciación
motivada por haber leído
en
La Vanguardia un artículo que trata a los catalanes de
cobardes. Cuando el 1 de abril de 1964 se conmemoran los famosos XX Años de Paz,
añade “de miseria, de policía, de indignidad” (p.238).
Por el contrario permanece atento
a la política internacional, muy agitada
en 1956 con los acontecimientos de Hungría y la crisis de Suez. El 29 de
octubre celebra con sus amigos y brinda con champán la entrada de los israelitas en Egipto;
sin duda admira a los judíos. El 14 de
enero de 1957 registra los alborotos que tuvieron lugar en la universidad francesa
y la huelga de los usuarios de tranvías y autobuses que Vicens Vives había
anunciado el día anterior. Tres días más tarde comenta: “Se
perfectamente que vamos de cabeza al desastre, pero no tengo ni fuerza ni
juventud para decirlo en voz alta e ir a la cárcel. Horrible”. El 21 de enero del mismo año
concluye un artículo sobre la unidad de Europa, pero teme que no se publique. “Oigo hablar de política con tanta
desorientación que me fatigo mucho” (p.181).
Josep Pla era un devoto de
lo catalán, el elemento positivo en su vida. Se enfurece cuando algún diario
habla mal de los catalanes como hemos visto. Tiene tan interiorizado ese
sentimiento que sale a flote con frecuencia, por ejemplo, cuando visita el castillo de Alfonso V en Nápoles y
ve “las barras catalanas en la puerta”,
cuando cruza la frontera y observa: “El
Catalán de Francia es mucho mejor que el de España” (p.182) o
cuando define al obispo de Gerona tras visitarle: “de inteligencia catalana, activa y práctica” (p.334).
ESCRIBIR
PARA VIVIR
Ama escribir, también
porque tiene que pagarse el vivir, pero
le molesta hacerlo a destajo, especialmente para los periódicos: “Llegará un momento en que la fatiga de
escribir para los diarios sea insurmontable”; en otra ocasión se lamenta “¡Cuatro horas he pasado pluma en mano! “,
o bien “Dos cuartillas – cuatro horas. Es
horrible. Es dificilísimo escribir con un poco de claridad” (p.64), lo
que manifiesta su profesionalidad y culto al bien hacer. El 6 de marzo de 1964
comenta: “Escribir cada día me cuesta más”;
dos días después cumplirá 67 años.
La censura es el tormento
que lleva peor. En cierta ocasión pasa el día en Destino escribiendo un artículo sobre el algodón y temiendo que no
pase la censura: “Trabajar pensando en la
posibilidad de que la censura lo desmonte todo es una tortura típica del país.
En todos los regímenes, desde hace casi cuarenta años, he trabajado con esta
limitación. Todavía aguanto, ¡Qué cabronada! (p. 14). La
censura le parece tan insoportable que llega a decir: “Tal vez sea el momento de tomar una decisión e irse de aquí” (p.143).
LECTURAS
Y ESCRITORES
Pla es un lector impenitente de grandes autores como Voltaire,
Shakespeare, Dostoievski, y tuvo una gran admiración por Pío Baroja sobre el
que escribió. Cuando habla de Moliere lo califica de fabuloso “quizá el primero de la vida moderna”; su
Misanthrope es el mayor alegato contra el
Barroco” (p.211). Montaigne le resulta una
lectura apasionante. Cuando inicia el Dietario
de 1957 comenta: “En los momentos
factibles leo a Montaigne – que nunca molesta” (p.175), y líneas
más abajo insiste: ”Leo a Montaigne, que
cada día me gusta más, a pesar de las continuadas y repetidas lecturas” (Ibid.)
Le fascina la lectura del Bismarck de Banville, le parece
magnifico, pero no así Marx: “Es un autor que me deprime por la obsesión
que tiene” (p.167). En enero de 1957 cruza la
frontera y adquiere Les Temps Nouveaux
de Sartre demostrando su preocupación por estar al día en todo.
Sobre Judíos, Moros y Cristianos de Cela comenta: “un libro colosal que hace vomitar a cada paso”. Los Papeles de Son Armadans le decepcionan. El 27 de
noviembre de 1956 visita a Cela en su casa de Palma y dos días después vuelve a
cenar con él y sus amigos. Cela le regala su pluma y Pla comenta: “Conversación animada. Fascinación que
produce Cela” (p.158).
A veces gusta de leer a
Valle Inclán pese a su barroquismo. La lectura del Tirano Banderas le cansa. Sorprende cuando asegura que “Cela está todo en Valle-Inclán, incluida la
técnica” (p.192); luego, cuando le informan que Cela ha
sido nombrado académico, exclama: “¡Lo
que faltaba!” (p.196).
VIAJES
Los viajes sustancian buena
parte de sus artículos y libros. Viaja a Italia y Grecia en agosto de 1956 en
el Citta de Messina y el periplo le
lleva por diversos lugares del país donde observa los costurones de la IIª Guerra
Mundial, pero también hace observaciones peculiares relacionadas con sus gustos:
estando en Brindisi afirma: “El siniestro
barroco ha destrozado todo vestigio medieval” (p.41).
En Grecia, por el contrario, casi todo
le parece admirable además
del yogur: “Me emociono al pensar que a lo mejor he pisado por donde
pisaba Sócrates” y proclamará repentinamente: “Los griegos son los andaluces de los Balcanes” (p.
49). A su regreso añorará Grecia: “Hace
un mes que volví de Grecia. Estaba fuerte y magnífico. El retroceso ha sido
enorme. Ahora estoy deprimido y enfermo” (p. 65) y más
tarde: “Hace dos meses que volví de Grecia.
Dos meses de restaurante -- que todavía
he resistido. Pero que fatiga” (p.79).
El mismo año de 1956 realiza
en automóvil un viaje acelerado hacia Alemania; su pluma se vuelve descarnada,
sólo apuntes. La autostrada de Hamburgo
le parece magnífica. Va a Copenhague en el tren que viene de París; en Dinamarca
le cantan los pájaros, el mirlo y el ruiseñor. Entra en Suecia y va a Oslo
donde escribe que “los noruegos son inseparables
del agua” (p.90). Estocolmo le parece maravilloso y el 16
de julio ya está en Helsinki.
La Europa que recorre entonces
está llena de turistas, y se duele: “París,
que hastío” (p.96). En Perpiñán ve a Josep
Sebastià Pons manteniendo conversaciones inagotables y deliciosas con él, pero el 1 de agosto
llega a Cervera y escribe: “Me hace
ilusión volver a casa”, si bien y como siempre sucede cuando regresa del
extranjero, el 12 de agosto tiene sensaciones de vejez cuando pretende escribir
para el número 1.000 de la revista Destino.
A
finales de enero de 1957 está en Viena que le impresiona. Regresará a Alemania
en 1964 y escribe su parecer sobre lo que está muerto y lo que está vivo. La
burguesía le asusta un poco. No escucha ninguna marcha militar. Define
Frankfurt como una ciudad comercial maravillosa y graciosa. Escribe para Destino. Le sorprende que siendo 20 de agosto
mucha gente lleve abrigo. Sale poco y escribe mucho mientras su amigo Paco Sagrera
vende corcho. Ya en Francia, Reims le gusta. Le asombra la velocidad que hay en
las autopistas alemanas y francesas. Grandes comidas y momentos de obsesión por
Aurora. El 30 de agosto está de vuelta. El
1 de septiembre de 1964 regresa a casa y ya no se siente bien. Ha sido “El
viaje más largo de mi vida en automóvil”.
La vida lenta es
un libro de lectura a veces incómoda, pero compensa de sobra el retrato
magnífico que surge, el conocimiento del quehacer de Josep Pla entre los 6o y los 67 años de edad
– aún viviría 14 años más. He reseñado algunas de sus vivencias que en el libro
son muchísimas y van expuestas tal cual, con una espontaneidad formidable. El
libro, además, favorece y mucho que no se desvanezca la figura de este escritor
catalán singular que fue de los mejores de su tiempo en España.
[i]
Josep Pla, La vida lenta. Notas para tres
diarios (1956,1957 y 1964) Edición y prólogo de Xavier Pla, Traducción de
Concha Cardeñoso Sáenz de Miera, Ediciones Destino, Barcelona 2014, 380 páginas. Citaré sus páginas cuando no referencie fechas.