LEYENDO A VALLE INCLÁN, BAROJA, PINILLA y SALINAS...
No soy de leer sólo un libro, sino varios en los que avanzo a distintas velocidades según el pulso de interés que me echan. En los días pasados me las vi con El trueno dorado de Ramón del Valle Inclán, Cuentos de Pío Baroja, Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera de Ramiro Pinilla y El valor de la vida de Pedro Salinas .
La novelita de don Ramón me atrajo pronto y la concluí enseguida. El asunto no sorprende: señoritos de juerga que terminan lanzando a un guardia por la ventana y tratan de esquivar el proceso subsiguiente.
Se publicó por entregas del 19 de marzo al 23 de abril de 1936 en el diario Ahora de Madrid. Eran “las últimas cuartillas” escritas por don Ramón, parte de una novela inacabada por su muerte, acontecida el 5 de enero de 1936. Según Gustavo Fabra Barreiro, prologuista y anotador de la publicación, El trueno dorado estaba destinado a inscribirse en El Ruedo Ibérico.
Me fascinó el dominio y empleo del lenguaje cheli de su tiempo, el poder metafórico de las palabras y giros elegidos, el humor negro sobre blanco que barbotea en el relato sugiriendo perfiles de la esperpéntica vida española según la visión del autor.
Leo el librito de Baroja cuento a cuento en los ratitos para leer un poco. Los primeros son preciosidades modernistas de Vidas sombrías que requieren una lectura concentrada, sin intromisiones, para paladear un tono y un ritmo cercanos a la poesía. Luego hay cuentos más largos y de piel distinta, algunos en deuda con otros géneros y libros barojianos. En cualquier caso es un librito para escolares. Es como un muestrario. A este tipo de libros no articulados por el escritor siempre les falta algo, como la rúbrica en la firma del autor.
Garantiza la lectura del libro de Pinilla que Planeta y Plaza & Janés no aceptaran su publicación; lo hizo ediciones Albia en 1977. El autor califica su libro de novela-biografía y no voy a perder tiempo elucubrado sobre su deuda con los cuadernos autobiográficos de su personaje, Antonio Bayo.
Si admitimos que la literatura española se caracteriza por ser de frutos tardíos –dijo Menéndez Pidal— la novela de Pinilla lo sería del neorrealismo o de la novela social de los años 50 del siglo pasado. Es un libro durísimo, una historia del hambre que subyugó a los pueblos y gentes de España después de la Guerra Civil. Antonio Bayo pone en solfa la frondosidad del Imperio hacia Dios que emergió de La Cruzada como Lázaro lo hizo con la grandiosidad del imperio español que se exhibía en el escaparate de Toledo. Antonio “El Ruso” practica el hurto para saciar el hambre; ello le conduce a varias cárceles, a penales, al manicomio, a una vida amorosa y un final trágicos.
Es un libro de pocos capítulos que contienen numerosos segmentos y se alarga por 633 páginas. No me gustan los libros que pasan de las 350, pero el de Pinilla me arrastró a velocidad de lectura creciente pese a sus situaciones reiterativas. Y leyéndole recordé a Baroja y a Ramón Carnicer, quien escribió un libro precursor titulado Donde las Hurdes se llaman Cabrera donde ya denunciaba una región que era de España, pero no lo parecía.
El valor de la vida resplandecía en el escaparte de la librería Villadrich de Tortosa y mi mujer tuvo el detalle de regalármelo. Me las prometía felices con la novela aún a sabiendas de que estaba inacabada y el autor ni la había corregido.
Salinas había publicado excelentes ensayos literarios y conocidos relatos; estaba más que placeado en prosa. Pero esta novela… Hubo días que leí página y media y nunca alcancé las diez si no era con esfuerzo. El argumento es inconstante, tan pronto acontece en una ciudad norteamericana como en la Guerra Civil o en pesadillas parentéticas. Pasamos de un presente realista a una ensoñación. Gozamos de la descripción proustiana del living de Mrs. Harrison, para luego quedar poco menos que emparedados en las páginas que apelmazan La Biblia con el Catálogo de los grandes almacenes de Sears and Roebuck…
Pero nada de esto entorpece la lectura como el mismo texto. El poeta Salinas se caracterizó por ampliar el margen de los objetos poetizables, mas en esta novela surgen por doquier palabros y giros, por decirlo así, sorprendentes. Leo, por ejemplo: “Es la mañana, la prima hora del día, diosa del aseo, ministra de la mundificación.” Te quedas perplejo, quieto parado, varado para seguir. Quizás sea una novela tan en bruto y, por otras razones recluida en los cajones de don Pedro, que te expones a hacer juicios peripatéticos.
NOTAS.:
Ramón del Valle Inclán, El trueno dorado, Nostromo, Madrid, 1975.
Pío Baroja, Cuentos, Prólogo de Julio Caro Baroja. Alianza Editorial, 11ª edición, Madrid, 1982.
Ramiro Pinilla, Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera, Tusquets, Barcelona, 2010.
Pedro Salinas, El valor de la vida, Edición y estudio preliminar de José Paulino Ayuso, Biblioteca del Exilio, Renacimiento, Sevilla, 2009