jueves, 24 de febrero de 2011


LOS INTERESES CREADOS

Se considera la mejor obra de Jacinto Benavente. Estrenada en el Teatro Lara de Madrid el 10 de diciembre de 1907, he sentido la curiosidad de releerla con el fin de adivinar las razones de la aceptación permanente del público en épocas y escenarios de países distintos, sea interpretada por actores profesionales, universitarios o aficionados, pese a que el comediógrafo esté relegado en la estima literaria que no en la histórica.

Iniciada la lectura nos encontramos con personajes escogidos mayoritariamente de la Comedia del Arte, caracterizados y vestidos ad hoc como tipos del siglo XVII llegados a una ciudad imaginaria. La voz cantante --nunca mejor dicho-- la lleva Crispín quien define la obra ante el espectador con estas palabras: He aquí el tinglado de la antigua farsa…, anticipando una pieza cómica para hacer reír.
 
En la farsa hay un titiritero y unos muñecos de trapo, marionetas o fantoches que representan clases e importantes oficios sociales; ricos, burgueses o pobres encarnan el poder, la riqueza, la justicia, la milicia, la literatura, mientras el titiritero personifica al autor y capitaliza el tema como muñidor de la trama. No extraña, pues, que cuando Benavente viajaba con intención de participar en la representación de la obra llevara entre sus ropas las de Crispín.

El planteamiento es bastante simple. Dos pícaros, Crispín y Leandro, llegan a la ciudad dispuestos a conseguir para el segundo la mano de Silvia, hija del opulento Polichinela. Pretenden sustraerse a la pobreza y los quehaceres que les tienen perseguidos por la justicia y en huida permanente.
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El enredo es colosal. La astucia de Crispín teje una maraña de intereses en torno a Leandro a quien ha presentado en sociedad como importante, culto y generoso, adornándole de un halo de misterio.

Crispín lo enreda todo con el objetivo de lograr la conquista de Silvia para su compañero de andanzas. Los intereses que origina para favorecer el proyecto son ardides disfrazados de verdades convenientes a todos. Por detrás, el autor pone en solfa los grandes principios e instituciones de la sociedad ya comentados: el matrimonio, la actividad financiera, la milicia, la justicia, incluso la poesía y destaca el pragmatismo interesado de quienes los representan.

El desenlace surge de un imprevisto. Leandro, antes movido por el interés, se ha enamorado de la rendida Silvia y está dispuesto a abandonar su porfía, pero Crispín convence al resto de los personajes de que el matrimonio de los jóvenes amantes interesa a cada uno de ellos y se colmarán sus expectativas lucrativas. Obviamente el amor ha surgido de aquella manera, pero Crispín lo ha utilizado como vehículo de los intereses más convenientes.

Se ha dicho que los personajes de Benavente carecen de profundidad psicológica, aserto que no se aviene con esta farsa. Torrente Ballester afirmó que los caracteres benaventinos pensaban más que actuaban, pero en Los intereses creados, Crispín teje y mueve los hilos de una representación propia del teatro de fantoches como gran pensador y con verdadero dinamismo. Además la obra se adorna con vestuarios, músicas, festejos y una actuación coral que proporcionan un campo de libertad enorme al posible director de escena y también a la imaginación del lector.

Benavente irrumpió en la literatura española para modernizar el teatro que se hacía a finales del siglo XIX, limpiarle de romanticismos dotándole de realismo y naturalidad, eliminando las poses declamatorias, los efectismos, y aportando un lenguaje cuidado, eficaz, e incluso poético cuando tocaba.

Si la obra de Benavente que hemos comentando se estrenó cuando se evidenciaban los problemas económicos que condujeron al crash económico de 1919/1929 (¿influirían tal deriva y el tema universal de su farsa en el Premio Nobel de 1922?), leerla casi cien años después cuando estamos afectados por otra larga e importantísima crisis económica, descubre su intemporalidad al margen de su actualidad.

Las palabras finales de Silvia al hablar de los muñecos de la obra: “como a los humanos, muévenlos cordelillos groseros, que son los intereses, las pasioncillas, los engaños y todas las miserias de su condición” ofrecen un retrato de toda época.

Silvia concluirá su parlamento diciendo que el hilo salvador del amor “pone alas en nuestro corazón y nos dice que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba”. Al calificar el amor como algo que trasciende al mundo de los intereses, ¿no hace Silvia una concesión de final feliz muy propia de enamorada?


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