sábado, 26 de enero de 2013


PÍO BAROJA: LOS RECUERDOS DE SU HERMANA CARMEN BAROJA

El manuscrito

Leyendo Los Baroja de Julio Caro, la profesora Amparo Hurtado supo que Carmen Baroja había escrito unas memorias  que permanecían inéditas. En 1993 se desplazó a Itzea y,  con el beneplácito de la familia Baroja, leyó los originales y logró que se publicaran con el título original de Recuerdos de una mujer de la Generación del 98 (1), edición, prólogo y notas a su cuidado.

Amparo Hurtado comentó lo difícil que fue atenerse a un manuscrito comenzado  antes de la guerra, que perdió páginas al derruirse el hogar barojiano de la calle madrileña de Mendizábal  en un bombardeo durante la Guerra Civil, se reinició a partir de 1943, además, compuesto de hojas sueltas de tamaños y colores diferentes y sin numerar. “Parecía un puzzle desmontado” define la  Profª Hurtado. Sin embargo, su trabajo ha permitido conocer a una mujer estupenda, representativa de su tiempo, de su familia, una verdadera artista de muchas capacidades, entre ellas, la de escribir.

El personaje, mujer del  98

Al comenzar la lectura, se tiene la sensación de que Carmen Baroja era auténticamente barojiana por quejarse de casi todo lo que merecía la pena de quejarse, en especial la falta de  medios que consideraba  el motivo principal que le impedía  ser algo más que una ama de casa. Resumía su vida así: “La niñez fue amable para mí, la juventud no, acaso por culpa mía; la edad madura tampoco, la vejez parece que sí, ¡Dios lo quiera!” (p. 44) refiriéndose al amor de sus hijos Julio y Pío.  La lectura  constituía su única diversión en una vida de estrechuras en la que,  además,  se sentía atosigada por un sentido del deber hacia las tareas domésticas diarias, quehacer que no le proporcionaban satisfacción ni reconocimiento alguno de la  familia.  

Carmen Baroja se estimaba una mujer del 98 aunque su hermano  Pío asegurara que tal generación no existía. Por esa razón  prometía al comenzar a escribir sus recuerdos: “me voy a hartar de escribir sobre mis pensamientos, mis ideas, mi persona…Puede que hasta adornarme un poco.” (p. 47)

Los reproches a su entorno enseguida aparecen. A la falta de dinero --siempre su cruz, una maldición de su vida--, había que añadir el escaso reconocimiento que recibía de  sus hermanos a los que tarda poco en criticar: “nunca se han ocupado más que de ellos  mismos. El egoísmo de Pío siempre he sido terrible; ahora ya da risa si no diera pena. A Ricardo le pasa igual con el egoísmo y la roñosería. ” (p. 54) “A veces me quejaba, y mi hermano Pío y sobre todo mi madre me afeaban mi manera de ser descontentadiza.” (p. 57)

Se estimaba vanidosa, pero nunca envidiosa. Le halagaba que la consideraran distinta a las demás mujeres. Tocaba el piano e interpretaba ópera y se deleitaba con la música y los clásicos sobre todo Mozart y Beethoven, éste último también favorito de su hermano Pío. Fue una artista que trabajó el metal e hizo arquetas y  esmaltes. Ganó una medalla en arte decorativo y los críticos hablaron bien de ella. Entre sus amistades se encontraban Romero de Torres, Penagos… pero siendo de modestas aspiraciones, más personales que públicas, consideraba que no tenía cultura artística, que no sabía el dibujo ni el oficio y lo abandonó todo sin la que la familia dijera nada.

El Mirlo Blanco

Las cosas cambiaron cuando la familia Baroja se trasladó a vivir al chalet del nº 24 de la calle Mendizábal. Pese a sustos iniciales --Pío enfermó creyendo que tenía pulmonía y ella cogió unas fiebres tifoideas-- Carmen escribió que en 1926 vivió la época de su vida más divertida y alegre.

Tal momento de ataraxia, de sentirse realizada, se relaciona con El Mirlo Blanco, el teatro de cámara que los Baroja y algunos amigos crearon haciendo las representaciones en la primera planta del chalet -- donde vivían Ricardo y Carmen Monné. 

El estreno tuvo lugar el 7 de febrero de 1926 escenificándose  diálogos de Los cuernos de Don Friolera de Valle Inclán. Pío Baroja tuvo tal éxito con El adiós a la bohemia que se animó a escribir y representar Arlequín, mancebo de  botica. También se llevaron a escena El torneo, El maleficio y Marinos vascos  de Ricardo Baroja y El gato de la mére Michele de la propia Carmen --las dos últimas obras se perdieron  durante la guerra, según comenta Amparo Hurtado—y obras de Isabel Oyarzábal, Rivas Cherif, O’Henry, Claudio de la Torre… y  hasta del mismo Edgar Neville.

Carmen Baroja protagonizaba muchas de las representaciones. Pasaba de los cuarenta años, pero tenía tan buen aspecto que, al presentársela, provocó la admiración de  Cipriano Rivas Cherif reflejada en este piropo de época:”¡Pero qué joven, qué joven! ¡Es completamente Kodak! ¡Qué silueta, qué silueta!” (p. 84)

También actuaban en el Mirlo Blanco los  hermanos Baroja, Josefina Blanco, Fernando Bilbao, el comentado Rivas y el propio Manuel Azaña -- asiduo de la casa-- entre otros. En  los decorados intervenían Ricardo Baroja y Julito Caro. La música corría  a cargo de Gustavo Pittaluga al violín y Cubiles al piano. A las representaciones asistía la intelectualidad madrileña y se recibían los elogios  de la crítica especializada. “Todo esto, reforzado con té y ricas pastas y dulcerías a que convidaba Carmen (Monné), tenía indudablemente grandes atractivos para los invitados” (p.84)

Feminista

Carmen Baroja vivió la aparición del feminismo y se consideró una feminista consciente de que las mujeres no llegaban a más por la falta de preparación y de conocimientos, pero igualmente de que había hombres estúpidos que por el hecho de ser hombres “gozaban de un sinfín de prerrogativas (…) Esto me sublevaba.” (p.68). Asistió a las reuniones de  la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maeztu, y fue cofundadora  del Lyceum Club  femenino junto a Vitoria Kent, Zenobia Camprubí y otras, llegando a dirigir la sección de arte.

Las relaciones con Manuel Azaña

La actividad del Lyceum le permitió conocer a personalidades de la época aunque no tan a fondo como hubiera deseado a causa de las obligaciones en casa y porque  su cuñada Carmen Monné “era verdaderamente avara de la amistad de sus amigos y no le gustaba nada la simpatía que demostraban por mi” (p. 93).

La Monné, esposa de Ricardo Baroja,  era la confidente de Manuel Azaña y en su piso se ataron los lazos que convirtieron al político en cuñado de Cipriano Rivas Cherif. La simpatía de Carmen Baroja por Azaña, no coincidía con la opinión de Pío: “creía que era pedantón, no muy culto y escritor pesado y molesto”. (p.100)   Pío y Azaña se trataron poco en las tertulias del Mirlo Blanco añadiendo Carmen que la falta de cordialidad de su hermano hacia Azaña era manifiesta y aún mostraba “menos confianza en la capacidad de los padres de la República y no se recataba en decirlo.” (p. 100) Carmen Baroja  defendía a Azaña como  escritor  aunque reconocía que  El jardín de los frailes que le había dedicado era plúmbeo.

La relación Ricardo Baroja con Azaña era asidua, pero tampoco terminó bien cuando le cerraron la posibilidad de entrar en la Junta del Ateneo que el político presidía. Ricardo hizo un casus belli del asunto y, según Carmen, dedicó improperios a don Manuel en la revista La Tierra.“ (p. 102)

Carmen mostró su opinión sobre algunas personalidades de manera muy descriptiva destacando la del manipulador de textos de Pío Baroja, Ernesto Giménez Caballero, al llamarle  “el gran falange”. (p. 91)

Algunas mujeres de la República

En los recuerdos de Carmen Baroja tampoco salen bien paradas algunas de las mujeres más significativas de la República con las que tuvo trato pese a que tuvieron una actitud de reconocimiento y consideración hacia ella. 

A Carmen le molestaba en particular el desprecio que tenían hacia la mujer española. “Ellas, guapas, inteligentes y creyéndose muy superiores, no pudieron soportar que la señorita española, que ellas consideraban ñoña y cursi, las tratara, o mejor dicho, no las quisiera tratar.” (p.104)

Describe a Trudy Araquistain como una mujer cínica sin moralidad. De Margarita Nelken destaca su belleza, inteligencia y gracejo subrayando su odio al Lyceum que estigmatizaba como antifeminista cuando en verdad temía no ser aceptada como miembro. Menciona a Matilde Huici, Victoria Kent, Mábel Pérez de Ayala y otras. De alguna dice “Tenía un flair para los cuartos y los enchufes que aturdía.” (p.106)  La crítica es tan pormenorizada como dura, evidenciando su desengaño por la forma de ser de la mayoría.

Contrastan estas páginas con las dedicadas a la muerte de su madre ocurrida el 7 de septiembre de 1935 reveladora de la sensibilidad femenina que la adornaba. El relato en primera persona del entierro y del funeral acopia imágenes al detalle y sorprende con afirmaciones como esta: “Antiguamente, también se avisaba a las abejas de la casa para que construyeran cera para el difunto” (p. 147) o  preguntándose al final de ese relato  si el entierro fue una ceremonia vasca para “acompañar a la muerte y despistar a la imaginación, alejándola del dolor”.  (p. 150)

La Guerra Civil

Carmen Baroja  no tuvo simpatía hacia ninguno de los bandos de la Guerra Civil; odiaba la misma guerra. Muestra la confusión que trajo a las personas del pueblo. Narra el episodio de los carlistas arrojando al fuego los libros del Circulo Obrero Republicano,  entre ellos, tomos de Salgari “que adquirieron categoría de libros nefandos” (p. 155). 

Confirma que fue Martínez Campos el militar que libró a su hermano Pío del apresamiento de los carlistas y que una vez liberado,  hecho una furia por el miedo y la tensión que le produjo el suceso, marchara a Francia.  También comenta que “Alguna vaca murió más sentida por su dueño que una persona de su familia” (p.159). Y pormenoriza el relato  de las privaciones que acosaron a la familia que tuvo que dedicarse a quehaceres campesinos para poder comer.

Vera de Bidasoa era el pueblo más cercano al frente y esta circunstancia le convertía en mirador y en hospital. Carmen Baroja –además de sacarle  al campo y a sus animales el sustento para la familia-- se hizo enfermera como la mujer de Ricardo Baroja. Describe su actuación transmitiendo los horrores que se vivieron en aquel lugar de atmósfera calurosa y pestilente. Pienso  que ni su hermano Pío ha descrito la matanza de la guerra con tanto detalle, rigor y emoción. En determinados momentos sobresalen líneas llenas de poesía y de fuerza descriptiva como estas:  “Vinieron de lejos y cayeron allí, sobre los helechos verdes de San Marcial, en una tarde preciosa de septiembre, en la loma aterciopelada, con Irún a sus pies y el pueblecito blanco Biriatu mirando indiferente desde la orilla francesa del río. ¡Hermanos, hermanos! ¡Que la tierra de este humilde cementerio de Vasconia os  sea leve!” (…) “¡Pobres de nosotros! ¡Pobre de nuestro país!”´ (p.167/68)

El parte final  de la guerra es conocido. El de Carmen Baroja dice: ”un día de abril del año 39 nos dijeron que las tropas nacionales habían entrado en Madrid. Nos echamos a llorar, sin saber qué iba a ser de nosotros” (p.184), El final de la guerra  deparaba otro desastre familiar, el reencuentro con su marido “con el pelo blanco, viejo, raído, pobre, miserable, sin dientes. La entrevista fue tristísima.” (p.187)

Los hermanos varones

Carmen les tuvo cariño y apreció su valía. Para ella  Pío era un hombre de vida metódica, de levantarse y acostarse temprano, mientras Ricardo, una vez que abandonó su profesión de archivero, pasó a ser un artista inconstante en su trabajo y de un vivir disipado en cientos momentos.

Pío tuvo atenciones con ella; fue su médico cuando enfermaba,  la acompañaba al teatro  e incluso viajaron juntos a París, aunque tampoco fue mucho más allá: “Pío ha sido un hombre que no ha tenido más preocupación en su vida que sus escritos y la manera de hacerlos.” (p.197). No hace valoraciones de su obra, pero sí ofrece impresiones personales, siendo de particular interés cuanto escribe sobre la relación entre los personajes de las novelas y personas de la realidad, como en el caso de Silvestre Paradox, El árbol de la ciencia, o Shanti Andía. De su hermano Ricardo comenta que hacía todo por afición (…) pero no trabajó nunca ni con método ni pensando que aquello podría ser algo definitivo; trabajaba nada más que para divertirse, sin darle importancia, así que, si a lo suyo no lo estimaba, cómo iba a preocuparse por lo que yo hacía” (p. 79)

Apreciando la monarquía –pero no a Alfonso XIII-- el advenimiento de la IIª República sería trágico para ella y puso tan  nervioso a Pío que, según Carmen, dijo:Si esto dura, dentro de dos años está el comunismo en España” (p. 98). Ricardo, sin embargo,  era un propagandista de la República por pueblos y ciudades y lo hacía como su mujer “con un exhibicionismo que se les había desarrollado a los dos” (p.96), si bien,  a Ricardo le costó un ojo al sufrir un accidente cuando regresaba de un mitin.

De cualquier manera,  Carmen  deja un apunte interesantísimo de cómo sus hermanos veían el comienzo de la guerra: Pío oteaba el frente cercano a Vera justo antes de ser aprisionado por los carlistas por curiosidad y, suponemos, con interés de escritor; cuando lo hizo Ricardo “dijo que había ido a ver el efecto de las boinas rojas (de los carlistas) sobre el verde” (p. 159).

En la visión de Carmen sobre sus hermanos pudo influir el siguiente hecho. Desde 1918 su marido --Rafael Caro Raggio-- había estado publicando las obras de Azorín  y de los hermanos Baroja quienes un día de 1931 se pasaron a Espasa Calpe por consejo de Ortega, un día terrible para Rafael que estuvo llorando como un niño según cuenta en su libro Julio Caro. Amparo Hurtado dice que “esta situación distanció a los tres hermanos” (p. 32).

Visión de la generación de Ortega y Gasset

Me parecen del mayor interés las páginas finales donde asegura que mientras los hombres del 98 tenían “una enorme afición o vocación por su oficio”, que llegaban de provincias a conquistar la gloria y eran “gente de café, de discusión, todos ellos algo bohemios” (p. 194), los que venían detrás tenían una grandísima preparación, pero si no llegaron a más en sus actividades científicas fue por dos características, la cursilería y el esnobismo.

De Ortega y de Marañón da una visión muy diferente de la que se tuvo en la posguerra: “Dieron más importancia  a cualquier aristócrata ramplón o rico advenedizo que a lo que ellos representaban. Esto les ha colocado muchas veces en posturas algo radículas” (p. 195).  Si  Luis Martín Santos hizo una crítica fantástica ironizando sobre el personaje Ortega y Gasset en Tiempo de silencio, Carmen Baroja tampoco se contuvo nada al comentar lo que Ortega trasmitió a sus discípulos con su cursilería enfática (p. 196) y lo hizo con palabras de acritud: ”las ideas y la cursilería que han heredado del gran don José sus adeptos han tenido consecuencias terribles para España. Todos estos pollos fascistas son sus legítimos herederos, amamantados con sus teorías, y siempre con la cara vuelta a la última moda, o sea, al sol que más calienta.” ( p. 196)

Una gran mujer y dedicatoria final

La todavía hoy desconocida Carmen Baroja (1883-1950) no sólo se dedicó al arte trabajando el metal y los esmaltes. Publicó un libro en Labor titulado El encaje en España (1933), Martinito, el de la casa grande (1942) relato novelesco dedicado a sus hijos Julio y Pío, el Catálogo de la colección de amuletos (1945), el Catálogo de la colección de pendientes (1948) –ambos para el Museo del Pueblo Español cuando lo dirigía su hijo Julio--, el libro inédito Amuletos mágicos y joyas populares (1949) que la editorial Argos iba a publicar, además de una comedia, reportajes de todo tipo, algún poema, guiones de cine sobre novelas de su hermano Pío  y artículos para La Nación de Buenos Aires y para la revista literaria Mujer.

Y mi dedicatoria final será para Amparo Hurtado Albir, traductóloga importante en su área y catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona, pues, al preocuparse  por la obra de Carmen Baroja descubriendo su enorme personalidad y editarla en una  tarea que le llevó cinco años, no sólo ha contribuido de manera sustancial al conocimiento de Carmen Baroja sino que ha ampliado los límites de lo que se entendía como mundo barojiano  que no puede circunscribirse sólo a Pío Baroja, sino que debe ampliarse a otros miembros de la familia.  Mi reconocimiento por su  trabajo es por tanto enorme.

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Nota.:

1.- Camen Baroja y Nessi, Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, Prólogo, edición y notas de Amparo Hurtado, Tusquets Editores, Barcelona, 1998


martes, 15 de enero de 2013


PÍO BAROJA Y UN  PERSONAJE DE ACCIÓN: EL ROBERTO HASTING DE LA LUCHA POR LA VIDA(1)


Del personaje de acción barojiano se ha estudiado su filosofía, las relaciones con el autor y, menos, su creación literaria y significado como arquetipo de ficción. Su galería abunda en las novelas de Pío Baroja, pero comentarla en bloque ha llevado a generalizaciones fáciles y poco reveladoras, por ello mi estudio se enfoca hacia uno de sus personajes más característicos por cuanto enseña del proceder barojiano en la creación.

En las dos primeras novelas de La lucha por la vida (2), Baroja relata las peripecias de Roberto Hasting buscando la herencia de unos parientes  y da la impresión de que esa busca constituye uno de los motivos centrales de la obra. Tiene condición protagonizante y cuanto le ocurre constituye parte sustancial de un argumento que él engarza sirviendo de contraste con Manuel Alcázar. De pronto, el personaje empieza a eludirse, a aparecer y desaparecer del espacio novelesco para regresar sólo en algunas escenas de la tercera novela de la trilogía.

Andrenio escribió lo siguiente sobre el origen del personaje: “Baroja se ha inspirado, sin duda en la, realidad, acaso en el asunto Sackeville, en aquella historia del lord casado con una bailarina española, de cuya unión nace un hijo, que al cabo de los años viene a España a perseguir las pruebas de su estado civil. Los periódicos hablaron mucho de esa novelesca historia que se perdió luego  en el papel sellado de la curia, y ha reaparecido en las páginas de una novela”. (3)

La historia de los Sackville pudo influir hasta cierto punto en la de Roberto, pero no en la caracterización del personaje. En mi opinión, tampoco sirve de mucho destacar la constitución nietzschana de Hasting, pues, nunca existió fidelidad de Baroja a la filosofía del germano, tema que Carmen Iglesias puso en los términos justos al observar inteligentemente que “Baroja se identifica plenamente con la teorías científicas de Darwin y se deja seducir por la filosofía de Nietzsche, pero, en el fondo, las ideas de ambos autores chocan con su sentido moral.” (4)

Si para Nietzsche no había fronteras entre el bien y el mal, Roberto actúa siempre en consonancia con principios morales tradicionales. Ni la mente más puritana calificaría alguna acción suya de abominable: recurre sólo a medios legales para obtener su fortuna, es de una fidelidad absoluta a Kate, fustiga la inmoralidad de Santín porque vive a costa de su mujer y, si alardea de un egoísmo fiero, resulta que es de una generosidad extraordinaria con su familia y con Manuel Alcázar. Su culto al yo, más que producto de una filosofía o eco de las ideas de Baroja, queda reflejado en estas palabras: “Yo soy una mezcla del individualismo inglés de los manchesterianos, y del individualismo español, agresivo y cabileño. En el fondo experimentamos todos la fatalidad de la raza,” (I, AR, p.566).

Tampoco influye Nietzsche en su desprecio por la democracia porque Roberto ni es  el héroe modernista encaramado a su torre de marfil ni, aunque lo pensaran algunos, el aristócrata de las minorías que Ortega y Gasset definiría más tarde. Se concreta así: “Yo prefiero obedecer a un tirano que a una muchedumbre, prefiero obedecer a la muchedumbre que a un dogma. La tiranía de las ideas y de las masas es para mi la más repulsiva.”(I, AR, p.633). Si el héroe modernista permanece en actitud pasiva frente a los demás y emplea su tiempo en la observación y reflexionando sobre el hecho de vivir desde su atalaya, Roberto es carácter de acción, se mueve dentro de su fabulilla por objetivos –dinero, amor, poder—y, en mi opinión, es un self made man, arquetipo del que se hace a sí mismo que, al final, se orienta hacia posiciones conservadoras.

El tema del tiempo influye en la caracterización del personaje de acción barojiano. Si el presente paraliza el vivir de Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia, si Manuel Alcázar mora en un presente zigzagueante determinado por esa actitud suya de “estar a lo que salga”, Roberto se desentiende del pasado y del presente y vive exclusivamente para el futuro como el lugar donde piensa instalarse: “Yo no soy de los que están a lo que salga. No viene la montaña a mi, pues yo voy a la montaña; no hay más remedio.” (I, MH, p. 388)

Se decide en un baile de máscaras que son simbólicas y ocultan a hombres-muñeco, títeres aburridos. Piensa que tiene dos caminos: “emanciparse” de la existencia mezquina, o “lanzarse” a la vida trágica.  Calificando el tiempo anterior de existencia mezquina, decide que su lucha por la vida consistirá en una búsqueda de futuro. Para las máscaras futuro es consunción; para Roberto --según sabemos-- es dinero, amor, poder. Y resuelve  ganar ese futuro mediante la gimnasia de la voluntad para fortalecer su conducta. En su vocabulario destacan los pensamientos y las palabras que  reflejan esa busca; convencido de que llegará a ser millonario, comenta: “Estoy construyendo la máquina que me llenará de dinero.” (I, LB, p. 273)

A diferencia de las novelas protagonizadas por Fernando Osorio o Andrés Hurtado donde predomina la acción interior, el proyecto vital de Roberto se endereza hacia el exterior: su vida es el esfuerzo por realizarse en el mundo tangible de los seres y de las cosas; ansía el dinero para llegar al  poder y de esa manera dominar a los unos y poseer las otras. Nada le aparta de sus objetivos. Cuando en busca de  fortuna queda sin un céntimo y decide trabajar en un periódico para sobrevivir, dice a Manuel: “Yo me río de estas cosas, porque tengo el convencimiento de ser rico, y, cuando lo sea, recordaré con gusto mis apuros.”  Y mirando el paseo de coches del Retiro, añade: “Por aquí andaremos nosotros en carruajes, cuando yo sea millonario.” (I, LB, p.339)

Don Telmo le ofrece diez mil duros a cambio de que se case con su sobrina y le ceda la mitad de la herencia que busca. Pero Roberto no acepta: “O todo o nada” (I, LB, p.340). Esa entereza y esa pertinacia dan a su proyección vital el carácter de una conquista. En algún momento, Roberto dice a Manuel: “Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible para una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una flecha, apunta muy alto, lo más alto que puedas; cuanto más alto apuntes, más lejos irás”. (I, LB, p. 294) De ahí que el atractivo del  personaje de acción barojiano provenga de su semejanza con el  héroe clásico mientras que, en aquellos comienzos del siglo XX, los novelistas preferían al protagonista burgués varado, el mismo que Baroja también cultivó en otras novelas.

Como conquistador, ni se plantea la pregunta de si Kate le quiere. Dispone de los demás a su placer; sugiere y consigue que Esther abandone a Santín. A Manuel, que le llama don Roberto,  le trata en la frontera que mediaría entre la amistad y el aprecio. Con su actitud, parece destacarse de los demás caracteres: él, ser suficiente, y deficientes los demás.

La acción marca un proceso de innovación constante en estos personajes, pero la voluntad de acometerla se apacigua, si es que no se detiene, cuando se aproximan  al logro del último objetivo. En el caso de Hasting se quiso ver un ejemplo excepcional del personaje que logra sus propósitos, pero el Roberto de La busca y Mala hierba ¿es el mismo que reaparece en el capítulo VIº de la primera parte de Aurora roja?

Al cambio físico --“Parecía más fuerte, más hombre, con un gran aplomo en los  movimientos” (I, AR, pp. 543-544)— se une el moral. Logradas la mayoría de las metas, Roberto parece en situación de reposo.  Es un self made man rico que ayuda a Manuel a comprar una imprenta de la que será socio  capitalista y hasta hace propuestas para más adelante que chocan con su deriva hacia un conservadurismo personal: “Dentro de unos años pondremos una gran casa editorial para ir descristianizando España.” (I, AR, p. 544) En las escenas de Aurora roja en las que Hasting reaparece suena como antes, pero su dinámica ya no es, sino que parece. Amor y fortuna le han condicionado al presente. En contraste, Manuel Alcázar es ahora quien ejercita la gimnasia de la voluntad que tanto adornaba a su poderoso amigo y camina hacia un futuro de metas precisas.

Pero demos un paso atrás. La creación de Roberto–excelente por muchos conceptos—se interrumpe a causa de una situación romántica. Las dos primeras novelas de La lucha por la vida relatan sus andanzas en busca de dos mujeres que tenían en sus manos nada menos que su destino y su fortuna. La acción se desarrollaba como un pasacalles colorido por los barrios bajos madrileños hasta que Hasting se relaciona con la extraña pareja formada por Bernardino Santín –fotógrafo y golfo—y la polaca Esther. Roberto censura al primero  por vivir a costa de la segunda y, cuando ésta le pide consejo, la induce al abandono de Santín, recomendación que ella entiende como una proposición para irse con él. Roberto insiste en que tiene un destino y sólo está dispuesto a aceptarla como hermana, mientras Esther avanza hacia él y Roberto, no pudiendo resistirse, abre sus brazos.

La escena evocada es verosímil y las consecuencias posibles lo serían porque Baroja creía que la mujer casada con un imbécil tenía derecho al adulterio (5), pero no sucede nada de lo previsible; el narrador silencia a los dos personajes: Esther desaparece de la trilogía y Roberto se desvanece para regresar cien páginas después, en Aurora roja, diciendo en pocas palabras que el proceso de la herencia ha sido fallado a su favor, que está casado con  Kate y en vísperas de ser padre. Tenemos la impresión de que el narrador ha escamoteado parte de una historia. ¿Qué ha sucedido para que la fábula de Roberto evolucionara así?

Hasta el momento en que Esther –-presumiblemente-- le seduce, Roberto era un personaje rectilíneo en quien propósitos y acción  coincidían en una misma dirección: “Mire usted, Esther; yo soy un hombre que va por la vida en línea recta. Es mi única fuerza; tergo anteojeras, como los caballos, y no me desvío de mi camino. Mis dos aspiraciones son hacer una fortuna y casarme con una mujer; todo lo demás es para mi una tardanza en conseguir mis fines.” (I, MH, p.444) Pero se deja enardecer por el arrobo de una Esther agradecida y se arrebata en sus labios.  

Si recordamos que La busca y Mala hierba se publicaron conjuntamente como folletín en El Globo, podría establecerse la hipótesis de que la pluma ligera con la que el folletín solía escribirse se le deslizó a Baroja o, mejor, se apercibió de que el encuentro entre Roberto y la polaca podría exigir modificaciones en el desarrollo de Roberto Hasting --hasta ese instante perfilado como arquetipo genuino del hombre de acción--, pues,  ¿cómo conciliar la fidelidad de Roberto hacia su amada Kate y el encuentro con Esther? ¿No tendría la fábula que derivar hacia el terreno amoroso, acentuándose la elaboración y la presencia de los personajes femeninos implicados y obligando a la resolución del posible triángulo, circunstancias hacia las que la trilogía no se dirigía precisamente porque el tema del amor de Hasting ya estaba prediseñado, Roberto con Kate?

El narrador decidió dejar las cosas como estaban y, sin resolver los interrogantes que el lector pudiera plantearse, eliminó la figura de Esther y escondió la presencia de Roberto haciéndole aparecer en algunas escenas de Aurora roja  por dos motivos: el personaje tenía planteada una busca cuya resolución exigía unas palabras cuando menos y por su función de contraste respecto de Manuel Alcázar.  

Ocasionalmente Baroja utilizaba el amor como punto final de sus novelas o como un accidente que el personaje elude: la evolución de Manuel Alcázar concluye con su boda, la grandeza de Quintín viene de su renuncia al amor, el matrimonio conduce a Andrés Hurtado desde la ilusión y el amor al suicidio, Fausto Bengoa adquiere su dimensión existencial cuando vive separado de su mujer o es abandonado por ella. Lo mismo acontece a los personajes femeninos de magnitud barojiana: la grandeza de Laura está en su soledad, la de Sacha Savarof en su independencia intelectual respecto de los hombres que la vida le acerca.

Tampoco resulta sorprendente que mientras  Roberto Hasting interesa a su autor, Baroja le mantenga a distancia de Kate hasta el punto de convertirla en uno de los personajes menos figurativos de la trilogía; la pareja ni siquiera es presentada en coloquio amoroso. La figura de Esther tuvo un  final precipitado,  pero el narrador necesitaba redondear su arquetipo como hombre de acción y, de alguna forma, justificar que aún no hubiera conquistado el poder aunque se perfila como futuro conservador inglés (6).  Roberto reaparece afirmando que la acción enérgica no sirve para cambiar radicalmente la forma de la sociedad, pero revelando qué es la acción y para qué sirve: “La acción es todo, la vida, el placer. Convertir la vida estática en vida mecánica; este es el problema. La lucha siempre, hasta el último momento, ¿por qué? Por cualquier cosa.” (I, AR, p. 635

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NOTAS.:

(1) Este estudio --concluido en enero de 2013-- es una revisión a fondo  del por mi  titulado “Baroja y un personaje de acción: Roberto Hasting” , INSULA, nº 308-309, (Agosto, 1972), pág. 10.
(2)  Pío Baroja, Obras Completas, Vol. I, Biblioteca Nueva, Madrid, 1946.  Mis citas de la trilogía provienen de esta obra con data del volumen, iniciales de la novela y la página.
(3)  Andrenio, Novelas  y  novelistas,   Madrid, Calleja, 1918,  pp. 121-122. La novela a la que se refiera es Pepita de Victoria Sackville-West.
(4) Carmen Iglesias, El pensamiento de Pío Baroja,  Librería Robredo, México, 1963, pág.  63.
(5) Pío Caro Baroja lo manifiesta así en Crónica barojiana, Editorial Caro Raggio, Madrid,  2000. Textualmente dice que “a don Pío le gustaba recalcar como queriendo justificar que la mujer bella e inteligente casada con un mentecato tiene derecho al adulterio”(…) “Generalmente la adúltera es un ser superior  a su marido.” Op. Cit., pp. 250-251.
(6) Roberto le dice a Manuel: “Si en Inglaterra llego a entrar en política seré conservador”(…)”¿Qué haría yo en Inglaterra siendo anarquista? Vivir oscurecido. No; yo no puedo  despreciar ninguna ventaja en la lucha por la vida” (I,  AR, p. 566) Y concluye la conversación recomendándole: “Y eso de la anarquía tómalo como sport; no te metas demasiado.” (I, AR, p.568)