PÍO BAROJA: LOS RECUERDOS DE SU HERMANA CARMEN BAROJA
El manuscrito
Leyendo Los Baroja de Julio Caro, la profesora
Amparo Hurtado supo que Carmen Baroja había escrito unas memorias que
permanecían inéditas. En 1993 se desplazó a Itzea y, con el beneplácito de la familia Baroja, leyó
los originales y logró que se publicaran con el título original de Recuerdos
de una mujer de la Generación del 98 (1), edición, prólogo y notas a su
cuidado.
Amparo Hurtado comentó
lo difícil que fue atenerse a un manuscrito comenzado antes de la guerra, que perdió páginas al
derruirse el hogar barojiano de la calle madrileña de Mendizábal en un bombardeo durante la Guerra Civil, se
reinició a partir de 1943, además, compuesto
de hojas sueltas de tamaños y colores diferentes y sin numerar. “Parecía un puzzle desmontado” define
la Profª Hurtado. Sin embargo, su
trabajo ha permitido conocer a una mujer estupenda, representativa de su
tiempo, de su familia, una verdadera artista de muchas capacidades, entre ellas,
la de escribir.
El personaje, mujer del
98
Al comenzar la lectura,
se tiene la sensación de que Carmen Baroja era auténticamente barojiana por
quejarse de casi todo lo que merecía la pena de quejarse, en especial la falta
de medios que consideraba el motivo principal que le impedía ser algo más que una ama de casa. Resumía su
vida así: “La niñez fue amable para mí, la juventud no, acaso por culpa mía; la
edad madura tampoco, la vejez parece que sí, ¡Dios lo quiera!” (p. 44) refiriéndose
al amor de sus hijos Julio y Pío. La
lectura constituía su única diversión en
una vida de estrechuras en la que, además, se sentía atosigada por un sentido del deber hacia
las tareas domésticas diarias, quehacer que no le proporcionaban satisfacción ni
reconocimiento alguno de la familia.
Carmen Baroja se estimaba
una mujer del 98 aunque su hermano Pío
asegurara que tal generación no existía. Por esa razón prometía al comenzar a escribir sus recuerdos:
“me voy a hartar de escribir sobre mis
pensamientos, mis ideas, mi persona…Puede que hasta adornarme un poco.” (p.
47)
Los reproches a su
entorno enseguida aparecen. A la falta de dinero --siempre su cruz, una
maldición de su vida--, había que añadir el escaso reconocimiento que recibía de
sus hermanos a los que tarda poco en criticar:
“nunca se han ocupado más que de
ellos mismos. El egoísmo de Pío siempre
he sido terrible; ahora ya da risa si no diera pena. A Ricardo le pasa igual
con el egoísmo y la roñosería. ” (p. 54) “A veces me quejaba, y mi hermano Pío y sobre todo mi madre me afeaban
mi manera de ser descontentadiza.” (p. 57)
Se estimaba vanidosa,
pero nunca envidiosa. Le halagaba que la consideraran distinta a las demás
mujeres. Tocaba el piano e interpretaba ópera y se deleitaba con la música y
los
clásicos sobre todo Mozart y Beethoven, éste último también favorito de su
hermano Pío. Fue una artista que trabajó el metal e hizo arquetas y esmaltes. Ganó una medalla en arte decorativo
y los críticos hablaron bien de ella. Entre sus amistades se encontraban Romero
de Torres, Penagos… pero siendo de modestas aspiraciones, más personales que
públicas, consideraba que no tenía cultura artística, que no sabía el dibujo ni
el oficio y lo abandonó todo sin la que la familia dijera nada.
El Mirlo Blanco
Las cosas cambiaron cuando
la familia Baroja se trasladó a vivir al chalet del nº 24 de la calle Mendizábal.
Pese a sustos iniciales --Pío enfermó creyendo que tenía pulmonía y ella cogió
unas fiebres tifoideas-- Carmen escribió que en 1926 vivió la época de su vida
más divertida y alegre.
Tal momento de
ataraxia, de sentirse realizada, se relaciona con El Mirlo Blanco, el teatro de cámara que los Baroja y algunos
amigos crearon haciendo las representaciones en la primera planta del chalet -- donde vivían Ricardo y Carmen Monné.
El estreno tuvo lugar el 7 de febrero de 1926 escenificándose diálogos de Los cuernos de Don Friolera de Valle Inclán. Pío Baroja tuvo tal éxito con El adiós a la bohemia que se animó a escribir y representar Arlequín, mancebo de botica. También se llevaron a escena El torneo, El maleficio y Marinos vascos de Ricardo Baroja y El gato de la mére Michele de la propia Carmen --las dos últimas obras se perdieron durante la guerra, según comenta Amparo Hurtado—y obras de Isabel Oyarzábal, Rivas Cherif, O’Henry, Claudio de la Torre… y hasta del mismo Edgar Neville.
El estreno tuvo lugar el 7 de febrero de 1926 escenificándose diálogos de Los cuernos de Don Friolera de Valle Inclán. Pío Baroja tuvo tal éxito con El adiós a la bohemia que se animó a escribir y representar Arlequín, mancebo de botica. También se llevaron a escena El torneo, El maleficio y Marinos vascos de Ricardo Baroja y El gato de la mére Michele de la propia Carmen --las dos últimas obras se perdieron durante la guerra, según comenta Amparo Hurtado—y obras de Isabel Oyarzábal, Rivas Cherif, O’Henry, Claudio de la Torre… y hasta del mismo Edgar Neville.
Carmen Baroja protagonizaba
muchas de las representaciones. Pasaba de los cuarenta
años, pero tenía tan buen aspecto que, al presentársela, provocó la admiración
de Cipriano Rivas Cherif reflejada en este
piropo de época:”¡Pero qué joven, qué
joven! ¡Es completamente Kodak! ¡Qué silueta, qué silueta!” (p. 84)
También actuaban en el Mirlo Blanco los hermanos Baroja, Josefina Blanco, Fernando Bilbao,
el comentado Rivas y el propio Manuel Azaña -- asiduo de la casa-- entre otros.
En los decorados intervenían Ricardo
Baroja y Julito Caro. La música corría a
cargo de Gustavo Pittaluga al violín y Cubiles al piano. A las representaciones
asistía la intelectualidad madrileña y se recibían los elogios de la crítica especializada. “Todo esto, reforzado con té y ricas pastas y
dulcerías a que convidaba Carmen (Monné), tenía indudablemente grandes atractivos para los invitados” (p.84)
Feminista
Carmen Baroja vivió la
aparición del feminismo y se consideró una feminista consciente de que las
mujeres no llegaban a más por la falta de preparación y de conocimientos, pero
igualmente de que había hombres estúpidos que por el hecho de ser hombres “gozaban de un sinfín de prerrogativas (…)
Esto me sublevaba.” (p.68). Asistió a las reuniones de la Residencia de Señoritas que dirigía María
de Maeztu, y fue cofundadora del Lyceum
Club femenino junto a Vitoria Kent, Zenobia
Camprubí y otras, llegando a dirigir la sección de arte.
Las relaciones con
Manuel Azaña
La actividad del Lyceum
le permitió conocer a personalidades de la época aunque no tan a fondo como
hubiera deseado a causa de las obligaciones en casa y porque su cuñada Carmen Monné “era verdaderamente avara de la amistad de sus amigos y no le gustaba
nada la simpatía que demostraban por mi” (p. 93).
La Monné, esposa de
Ricardo Baroja, era la confidente de
Manuel Azaña y en su piso se ataron los lazos que convirtieron al político en
cuñado de Cipriano Rivas Cherif. La simpatía de Carmen Baroja por Azaña, no
coincidía con la opinión de Pío: “creía
que era pedantón, no muy culto y escritor pesado y molesto”. (p.100) Pío y
Azaña se trataron poco en las tertulias del Mirlo
Blanco añadiendo Carmen
que la falta de cordialidad de su hermano hacia Azaña era manifiesta y aún
mostraba “menos confianza en la capacidad de los padres de la República y no se
recataba en decirlo.” (p. 100) Carmen Baroja defendía a Azaña como escritor
aunque reconocía que El jardín de los frailes que le había
dedicado era plúmbeo.
La relación Ricardo Baroja con Azaña era asidua, pero tampoco terminó bien cuando le cerraron la posibilidad de entrar en la Junta del Ateneo que el político presidía. Ricardo hizo un casus belli del asunto y, según Carmen, dedicó improperios a don Manuel en la revista La Tierra.“ (p. 102)
La relación Ricardo Baroja con Azaña era asidua, pero tampoco terminó bien cuando le cerraron la posibilidad de entrar en la Junta del Ateneo que el político presidía. Ricardo hizo un casus belli del asunto y, según Carmen, dedicó improperios a don Manuel en la revista La Tierra.“ (p. 102)
Carmen mostró su
opinión sobre algunas personalidades de manera muy descriptiva destacando la
del manipulador de textos de Pío Baroja,
Ernesto Giménez Caballero, al llamarle “el gran falange”. (p. 91)
Algunas mujeres de la
República
En los recuerdos de
Carmen Baroja tampoco salen bien paradas algunas de las mujeres más
significativas de la República con las que tuvo trato pese a que tuvieron una
actitud de reconocimiento y consideración hacia ella.
A Carmen le molestaba en particular el desprecio que tenían hacia la mujer española. “Ellas, guapas, inteligentes y creyéndose muy superiores, no pudieron soportar que la señorita española, que ellas consideraban ñoña y cursi, las tratara, o mejor dicho, no las quisiera tratar.” (p.104)
A Carmen le molestaba en particular el desprecio que tenían hacia la mujer española. “Ellas, guapas, inteligentes y creyéndose muy superiores, no pudieron soportar que la señorita española, que ellas consideraban ñoña y cursi, las tratara, o mejor dicho, no las quisiera tratar.” (p.104)
Describe a Trudy
Araquistain como una mujer cínica sin moralidad. De Margarita Nelken destaca su
belleza, inteligencia y gracejo subrayando su odio al Lyceum que estigmatizaba
como antifeminista cuando en verdad temía no ser aceptada como miembro.
Menciona a Matilde Huici, Victoria Kent, Mábel Pérez de Ayala y otras. De
alguna dice “Tenía un flair para los cuartos y los enchufes que aturdía.”
(p.106) La crítica es tan pormenorizada
como dura, evidenciando su desengaño por la forma de ser de la mayoría.
Contrastan estas
páginas con las dedicadas a la muerte de su madre ocurrida el 7 de septiembre
de 1935 reveladora de la sensibilidad femenina que la adornaba. El relato en
primera persona del entierro y del funeral acopia imágenes al detalle y sorprende
con afirmaciones como esta: “Antiguamente,
también se avisaba a las abejas de la casa para que construyeran cera para el
difunto” (p. 147) o preguntándose al
final de ese relato si el entierro fue
una ceremonia vasca para “acompañar a la
muerte y despistar a la imaginación, alejándola del dolor”. (p. 150)
La Guerra Civil
Carmen Baroja no tuvo simpatía hacia ninguno de los bandos
de la Guerra Civil; odiaba la misma guerra. Muestra la confusión que trajo a las
personas del pueblo. Narra el episodio de los carlistas arrojando al fuego los
libros del Circulo Obrero Republicano, entre ellos, tomos de Salgari “que adquirieron categoría de libros nefandos” (p. 155).
Confirma que fue Martínez Campos el militar que libró a su hermano Pío del apresamiento de los carlistas y que una vez liberado, hecho una furia por el miedo y la tensión que le produjo el suceso, marchara a Francia. También comenta que “Alguna vaca murió más sentida por su dueño que una persona de su familia” (p.159). Y pormenoriza el relato de las privaciones que acosaron a la familia que tuvo que dedicarse a quehaceres campesinos para poder comer.
Confirma que fue Martínez Campos el militar que libró a su hermano Pío del apresamiento de los carlistas y que una vez liberado, hecho una furia por el miedo y la tensión que le produjo el suceso, marchara a Francia. También comenta que “Alguna vaca murió más sentida por su dueño que una persona de su familia” (p.159). Y pormenoriza el relato de las privaciones que acosaron a la familia que tuvo que dedicarse a quehaceres campesinos para poder comer.
Vera de Bidasoa era el
pueblo más cercano al frente y esta circunstancia le convertía en mirador y en
hospital. Carmen Baroja –además de sacarle al campo y a sus animales el sustento para la
familia-- se hizo enfermera como la mujer de Ricardo Baroja. Describe su
actuación transmitiendo los horrores que se vivieron en aquel lugar de
atmósfera calurosa y pestilente. Pienso que
ni su hermano Pío ha descrito la matanza de la guerra con tanto detalle, rigor
y emoción. En determinados momentos sobresalen líneas llenas de poesía y de
fuerza descriptiva como estas: “Vinieron de lejos y cayeron allí, sobre los
helechos verdes de San Marcial, en una tarde preciosa de septiembre, en la loma
aterciopelada, con Irún a sus pies y el pueblecito blanco Biriatu mirando indiferente
desde la orilla francesa del río. ¡Hermanos, hermanos! ¡Que la tierra de este
humilde cementerio de Vasconia os sea
leve!” (…) “¡Pobres de nosotros! ¡Pobre de nuestro país!”´ (p.167/68)
El parte final de la guerra es conocido. El de Carmen Baroja
dice: ”un día de abril del año 39 nos
dijeron que las tropas nacionales habían entrado en Madrid. Nos echamos a
llorar, sin saber qué iba a ser de nosotros” (p.184), El final de la guerra
deparaba otro desastre familiar, el reencuentro
con su marido “con el pelo blanco, viejo,
raído, pobre, miserable, sin dientes. La entrevista fue tristísima.”
(p.187)
Los hermanos varones
Carmen les tuvo cariño
y apreció su valía. Para ella Pío era un
hombre de vida metódica, de levantarse y acostarse temprano, mientras Ricardo,
una vez que abandonó su profesión de archivero, pasó a ser un artista
inconstante en su trabajo y de un vivir disipado en cientos momentos.
Pío tuvo atenciones con
ella; fue su médico cuando enfermaba, la
acompañaba al teatro e incluso viajaron
juntos a París, aunque tampoco fue mucho más allá: “Pío ha sido un hombre que no ha tenido más preocupación en su vida que
sus escritos y la manera de hacerlos.” (p.197). No hace valoraciones de su
obra, pero sí ofrece impresiones personales, siendo de particular interés cuanto
escribe sobre la relación entre los personajes de las novelas y personas de la
realidad, como en el caso de Silvestre
Paradox, El árbol de la ciencia, o
Shanti Andía. De su hermano Ricardo comenta que “hacía todo por afición (…) pero no
trabajó nunca ni con método ni pensando que aquello podría ser algo definitivo;
trabajaba nada más que para divertirse, sin darle importancia, así que, si a lo
suyo no lo estimaba, cómo iba a preocuparse por lo que yo hacía”
(p. 79)
Apreciando la monarquía
–pero no a Alfonso XIII-- el advenimiento de la IIª República sería trágico
para ella y puso tan nervioso a Pío que,
según Carmen, dijo: “Si
esto dura, dentro de dos años está el comunismo en España”
(p. 98). Ricardo, sin embargo, era un propagandista
de la República por pueblos y ciudades y lo hacía como su mujer “con un exhibicionismo que se les había
desarrollado a los dos” (p.96), si bien, a Ricardo le costó un ojo al sufrir un
accidente cuando regresaba de un mitin.
De cualquier
manera, Carmen deja un apunte interesantísimo de cómo sus
hermanos veían el comienzo de la guerra: Pío oteaba el frente cercano a
Vera justo antes de ser aprisionado por los carlistas por curiosidad y,
suponemos, con interés de escritor; cuando lo hizo Ricardo “dijo que había ido a ver el efecto de las
boinas rojas (de los carlistas) sobre el verde” (p. 159).
En la visión de Carmen
sobre sus hermanos pudo influir el siguiente hecho. Desde 1918 su marido --Rafael
Caro Raggio-- había estado publicando las obras de Azorín y de los hermanos Baroja quienes un día de
1931 se pasaron a Espasa Calpe por consejo de Ortega, un día terrible para Rafael
que estuvo llorando como un niño según cuenta en su libro Julio Caro. Amparo
Hurtado dice que “esta situación
distanció a los tres hermanos” (p. 32).
Visión de la generación
de Ortega y Gasset
Me parecen del mayor
interés las páginas finales donde asegura que mientras los hombres del 98
tenían “una enorme afición o vocación por
su oficio”, que llegaban de provincias a conquistar la gloria y eran “gente de café, de discusión, todos ellos
algo bohemios” (p. 194), los que venían detrás tenían una grandísima
preparación, pero si no llegaron a más en sus actividades científicas fue por
dos características, la cursilería y el esnobismo.
De Ortega y de Marañón
da una visión muy diferente de la que se tuvo en la posguerra: “Dieron más importancia a cualquier aristócrata ramplón o rico
advenedizo que a lo que ellos representaban. Esto les ha colocado muchas veces
en posturas algo radículas” (p. 195). Si Luis
Martín Santos hizo una crítica fantástica ironizando sobre el personaje Ortega y
Gasset en Tiempo de silencio, Carmen
Baroja tampoco se contuvo nada al comentar lo que Ortega trasmitió a sus
discípulos con su cursilería enfática (p. 196) y lo hizo con palabras de acritud:
”las ideas y la cursilería que han
heredado del gran don José sus adeptos han tenido consecuencias terribles para
España. Todos estos pollos fascistas son sus legítimos herederos, amamantados
con sus teorías, y siempre con la cara vuelta a la última moda, o sea, al sol
que más calienta.” ( p. 196)
Una gran mujer y
dedicatoria final
La todavía hoy
desconocida Carmen Baroja (1883-1950) no sólo se dedicó al arte trabajando el metal y los
esmaltes. Publicó un libro en Labor titulado El encaje en España (1933), Martinito,
el de la casa grande (1942) relato
novelesco dedicado a sus hijos Julio y Pío, el Catálogo de la colección de amuletos (1945), el Catálogo de la colección de pendientes
(1948) –ambos para el Museo del Pueblo Español cuando lo dirigía su hijo Julio--,
el libro inédito Amuletos mágicos y joyas
populares (1949) que la editorial Argos iba a publicar, además de una
comedia, reportajes de todo tipo, algún poema, guiones de cine sobre novelas de
su hermano Pío y artículos para La Nación
de Buenos Aires y para la revista literaria Mujer.
Y mi dedicatoria final
será para Amparo Hurtado Albir, traductóloga importante en su área y
catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona, pues, al preocuparse por la obra de Carmen Baroja descubriendo su enorme
personalidad y editarla en una tarea que
le llevó cinco años, no sólo ha contribuido de manera sustancial al
conocimiento de Carmen Baroja sino que ha ampliado los límites de lo que se
entendía como mundo barojiano que no puede
circunscribirse sólo a Pío Baroja, sino que debe ampliarse a otros miembros de
la familia. Mi reconocimiento por
su trabajo es por tanto enorme.
____________
Nota.:
1.- Camen Baroja y Nessi, Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, Prólogo, edición y notas de Amparo Hurtado, Tusquets Editores, Barcelona, 1998