UNA CARTA DE RAMÓN GONZÁLEZ-ALEGRE
Revolviendo papeles hallé una
carta de Ramón González-Alegre fechada el 24 de abril de 1963 en Vigo, por lo tanto, recibida antes de irme a Texas. Habíamos hecho amistad en los veranos
previos. Él escribía y yo también. Su casa estaba casi enfrente a la de mis
abuelos paternos en la calle del Agua de Villafranca del Bierzo, la misma calle
donde nació el romántico liberal Enrique Gil y Carrasco. En aquellas tardes de
cháchara comentábamos lo que escribíamos. Al concluir los veranos, la amistad se
entretenía por carta.
Mi integración en la
Universidad de Texas en Austin --llegué
en enero de 1964—y en el sorprendente
mundo norteamericano de aquellos días me absorbió y la correspondencia con Ramón fue demorándose
hasta desaparecer. Todavía en septiembre de 1965 me envió Por entre el arpa y la saudade con una dedicatoria muy afectuosa. Un
día me pregunté: ¿Por qué no me escribirá
Ramón? Desconocía que había muerto en 1968 con sólo 48 años. La historia se
ha repetido cuando hace una semana supe que otro amigo de juventud, el profesor
Antonio Martínez Herrarte, falleció hace dos años largos en Austin.
A Ramón le apasionaba escribir
y, como le sucedió al paisano Martín Sarmiento, amaba el gallego, a cuya
exaltación dedicó libros y actividad personal como director de la revista
literaria Alba y como editor. Pero esa
actividad no evitó que cayera en el olvido, como la mayoría de los escritores
que hicieron su obra durante el franquismo. En Ramón también había un perfil de
religiosidad que pudo contribuir a la postergación.
Ramón no me tuteaba; tampoco lo
hacía con sus próximos -- al memos tal me pareció en aquel comienzo de los años
sesenta. Era serio, complejo; vivía años
difíciles de ser vividos. Carecía de
tiempo y ello le impedía dedicarlo a las amistades. En la carta citada escribía
con pesar: ”He de atender a la
colaboración del periódico, porque me la piden personas relacionadas con la
Empresa a quienes no tengo más remedio
que decir Amén. Pero yo quisiera disponer de horas para dedicar a mis amigos, y estos propósitos fallan
lamentablemente.”
Su poética nacía de la
experiencia del vivir aunque no era hombre acomodado a la realidad; mantenía una
lucha interna que mencionaba de refilón y sin identificar en su carta: “Puede creerme que pienso que el meollo
poético del hombre se basa en la experiencia viva. Este es el palenque de donde
arrancan las furias del hombre y sus piedades. De ahí que yo haya empezado mi
vida literaria arrancando de un acto positivo que empezó en mí mismo”.
En lucha con el ambiente, se
colaba como podía por los entresijos que hallaba en aquel tiempo de silencio: ”he ido penetrando de un modo inconexo, a
veces dramático, en un medio ambiente que me carga y que no soporto. Me he incorporado con la vida a una forma de ser que pugna con
mis sentimientos íntimos. Por ello he abocado a este conjunto de aparentes
contradicciones que es el camino de mi tortura vital.”
Y de inmediato revelaba el motivo de sus escapadas al Bierzo: “Por eso huyo, por eso no quiero sino evocar
los manantiales de mi Bierzo, y ahora, tras la experiencia amarga, encontrar el
camino de la Verdad”.
Su religiosidad le llevaba a
comentar sin veladuras y con firmeza: “Ustedes
los jóvenes están hartos de Teología confusa y de plañiderismo gregoriano, de
hipocresía clerical, de viejos tumbos y más tumbos en el redondel hispánico de
las conveniencias. Por eso les resulta difícil entender la significación tan
profunda de una sobrenaturalidad permanente. ¡Si usted supiese cómo me repugnan
a mí tales falsos profetas! Pero voy en busca de Algo que representa Una Obra
Viva, que surge precisamente de la totalidad de la naturaleza humana. Me vive y
me habita dentro San Francisco de Asís, y me apacigua frente a tantos beocios
con capisayos. Tendríamos mucho que hablar de todo esto.”
Y se despedía con gracia: “No puedo escribirla más. Esto que le digo
del trabajo agobiante no es más que el exacto reflejo de la verdad. En este
país para poder comer hay que ponerse en carne viva las culeras. Y ya no digamos si uno quiere tomarse un
postre.”
Mi recordatorio pretende mínimamente
contribuir --desde una imaginaria última fila del patio de butacas del Teatro villafranquino-- a rescatar del
olvido a Ramón, propósito iniciado por el Instituto de Estudios Bercianos el
pasado mes de abril (2013) al dedicarle las VIIIas. Jornadas de Autor mediante ponencias, recitales, lecturas
dramatizadas y mesas redondas, aireando su vida y su obra también en una
exposición y con la exhibición de un vídeo. Los actos tuvieron lugar en el
citado Teatro Villafranquino de la
capital histórica del Bierzo y también en el Centro Universitario de la UNED en
Ponferrada.
Ramón nació en Villafranca
del Bierzo en 1920, pero se fue a estudiar a Villagarcía de Arosa en
1926. Estudió Derecho en Santiago, fue
profesor en la Complutense de Madrid y se instaló en Vigo en 1949 donde ejerció como abogado.
Falleció en esta ciudad en 1968.
Ramón era un berciano-gallego. Villafranca
constituía su remanso, pero Galicia era su devoción. Cuando publico Os Namoros (1) dedicó
los poemas de ese libro “a os meus fillos
galegos, a os bercianos que ainda falan no idioma de Galicia”; el libro
acogía la totalidad de su obra poética en gallego hasta entonces. Como Martín Sarmiento,
Ramón estaba imbuido de amor hacia la lengua gallega que cultivó en sus
escritos y amparó como editor en tiempos difíciles. Cuatro años después daría a
conocer Por entre el arpa y la saudade
(2) libro
dedicado a Galicia evocando su geografía espiritual, humana y física, un libro que merecía haber sido
escrito en gallego, pero se hizo en castellano.
En el capítulo “Por Galicia” de
Por tierras de Portugal y España Miguel
de Unamuno decía que el paisaje gallego era marcadamente
femenino. “Y como tal atrae a sus brazos y llama a reclinarse en reposo en su
regazo, a soñar en las faldas de sus montes; es una paisaje habitable, que
seduce como un niño, incubador de morriñas y saudades.” (3) Y si el
contorno sinuoso de sus montes semeja los senos de mujer o su cabellera de castaños
acentúa la apariencia femenina del paisaje es porque la Galicia que el vasco veía era tierra de mujeres
que labraban esos campos mientras los hombres se iban a la mar, a hacer las
Américas o a trabajar en tierras de Castilla.
Ramón tenía una
percepción sentimental de Galicia, más
de la tierra y del hombre, que el poeta sintetizaba recordando los memorable
versos de Rosalía
Campanas de Bastavales,
cando
vos oio tocar,
mórrome de soidades
versos que otro
berciano notable, Amancio Prada, ha cantado junto a María del Mar Bonet en el
disco Rosas a Rosalía (4).
La Galicia descrita por Ramón es una Galicia real, pobre, recóndita, la misma que dolía a
Rosalía en el corazón, pero también descubría la imagen fantástica que surge de
un paisaje cautivador armonizado por la sinfonía de los pájaros “que son vida” -- como dice uno de los aldeanos
que retrata. Así, el poeta parangonaba el paraíso con Galicia: “Comprendo bien la razones de que no haya
poetas místicos en Galicia. Del cielo en soledad no puede bajar ningún jardín
más bello a recrear los sentidos. San Juan de la Cruz tuvo sus manos horas y
horas arañando los ocres terrosos de las viejas cañadas de Castilla, donde el
cielo se cruza con las rastrojeras y con los enormes surcos por donde se
engendra el pan. Su ojos estaban demasiado hundidos en la tierra como para
embelesarse con un prodigio semejante al de San Ero de Galicia, que escuchó
extasiado a un pajarillo durante doscientos años, en un bosque de inigualable
hermosura.”(5)
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NOTAS.:
1.: Ramón González Alegre, Os Namoros, Porto S.A., Santiago de Compostela, 1961
2.-Ramón González Alegre, Por entre el arpa y la saudade (Hombres y tierras de Galicia), Ediciones A.B., Vigo, 1965
3.- Miguel de Unamuno, Por tierras de Portugal y de España.
Andanzas y visiones españolas, Clcn. Crisol nº 157, Aguilar S.A., Madrid,
1953, p. 252
4.- Amacio Prada, Rosas
a Rosalía, (Canciones y poemas), Fonomusic, 1997
5.- Ramón González Alegre, Por entre el arpa y la saudade (Hombres y tierras de Galicia), Op.
Cit., p. 45. Se refiere a San Ero de Armenteira (de Mois, Pontevedra), noble
gallego del s. XII que transformó una de sus viviendas en un monasterio del que
llegó a ser abad. Este personaje solía pedir a la Virgen que le mostrara cómo
era el Paraíso. El asunto se recoge en la Cantiga
103 de las Cantigas de Santa María de Alfonso X El Sabio. El monje entra en la huerta, se acerca a una
fuente de agua clara y sentado en la hierba bajo el árbol que le resguarda escucha
el canto de un pajarillo y, embelesado por la armonía del canto, el agua de la
fuente y la belleza del lugar permanece trescientos años (doscientos en el
decir de Ramón) pareciéndole después que
estuvo poco tiempo. El estribillo de la cantiga asegura “Quena Virgen ben servirá / a Parayso irá”.