EL VALLISTA
HORACIO QUINTERO
A la memoria de Soledad Gullón Palacio
mi inolvidable y querida prima hermana
No me lo puedo
creer. El Horacio Quintero que sale en un artículo de la prensa de hoy no es el
Horacio que fue conmigo al colegio y se convirtió en un
amigo entrañable hasta que fui a la universidad y él empezó con lo suyo, que
era correr. Pero eso que escriben ahora sobre que fue el heredero de Edwin Moses, que en una ocasión igualó récord 47’10” de Samuel Matete en Zúrich, agosto de 1991, y luego se aproximó a los históricos
46’78” de Kevin Young en la Olimpiada de Barcelona cuando, poco después,
Horacio corrió en Hospitalet de L´Infant –sin que le homologaran nada a causa
del viento--, ni lo recuerdo ni pienso que fuera cierto porque jamás escuché
que se celebraran encuentros atléticos de alto nivel en la pequeña ciudad
tarragonina.
Dice el artículo
que en España pocos como él supieron
aunar táctica y velocidad en la especialidad de las vallas;
nadie como Horacio usó la habilidad necesaria para auparse y saltarlas con
limpieza, más la velocidad para llegar a
la valla siguiente. Escribiendo se pueden decir todo tipo de majaderías y hoy
se inventan cosas sin pudor y se extienden como un eco por las redes aún más rápido que a través de los
periódicos.
Solía verle
cuando
corría los 400 metros lisos en las pistas de la Complutense madrileña; ganar lo
hacía en la época que representaba a nuestro colegio, Sagrada Familia de
Madrid, y menos veces cuando se enfrentaba a los velocistas del
Pilar o del Areneros. Cierto que cuando se pasó a las vallas se superó y
cosechó triunfos notables, pero lo que se dice…
Porque quedé
sorprendido leyendo estas líneas: “Aunque
es hombre de pocas palabras y nada amigo de confidencias, Quintero regaló
nuestro oído al preguntarle si algo o alguien le ayudaron significativamente a convertirse en el atleta que fue; sonrió y
nos dijo en un susurro: “Un suspenso y mi padre”.
Y entonces
floreció un relato que me dejó estupefacto. Horacio dijo que cuando cursaba el
3º del bachillerato antiguo recibió un suspenso en matemáticas, el único en sus
años de bachillerato. El percance disgustó sobremanera a
su padre y este decidió que nadie de la casa iría de vacaciones salvo las
pequeñas con la abuela de Asturias mientras Horacio seguiría un horario de trabajo tremendo: “Temprano a desayunar y luego encerrado en un cuarto pequeño
y umbrío cuya única ventana daba a un patio interior. Allí debía estudiar matemáticas, dar clase y resolver los problemas que me ponía el profesor contratado por mi padre, un
estudiante de ingeniería de caminos que
andando el tiempo llegaría a ganar un premio Valle Inclán de teatro.”
Horacio añadió que
su padre parecía, pero no era tan cruel: “Estudiaba
de 9 a 1 de la tarde; después de comer dormía una siesta breve
y regresaba sobre
las cuatro y media al cuarto del espanto para resolver los problemas que me
había puesto el profesor. No obstante, mi padre
me había autorizado a salir sobre las siete de la tarde para hacer una marcha rápida desde casa, siguiendo
por O’Donnell y el paseo de coches del Retiro hasta la glorieta del Ángel Caído
y vuelta a casa. El recorrido unas veces lo hacía en plan de marcha atlética y otras a la carrera. Era el
momento feliz del día en un verano horroroso de calor, aliviado algunas noches cuando
mis padres decidían salir un rato después
de cenar a disfrutar de una horchata en la terraza de un quiosco célebre de la calle Génova de Madrid.”
Aquellas marchas
diarias tuvieron su repercusión al curso siguiente, prosigue el relato del
periodista. El colegio había contratado
un nuevo profesor de educación física que enseguida advirtió la puesta a
punto de Horacio y decidió que se preparara para competir en los 400 metros lisos
y en vallas. También estaba tan sobrado en matemáticas que el profesor de la
materia llegó a pedirle que se presentara al examen de matrícula de honor, desistiendo por odiar la
asignatura y porque había decidido estudiar Letras al curso siguiente, ¡curso en
el que lograría una matrícula de honor en griego!
Quedé sobrecogido
al observar cómo los bulos llegan a la gente con apariencia de hechos reales a través
de la prensa diaria y, presumo, que los
lectores se los tragan sin preguntar si son verdaderos o falsos. Casi siempre el
bulo se comparte entre afines y conocidos, así se encadena, se viste de realidad
y, de paso, aúpa el papel de quien lo propaga porque sabe cosas que los demás desconocen.
Algunos se pasan la vida decorando la realidad, aun cuando Juan Castilla avisó:
“otras personas que han vivido esa
situación saben que no ha sido así. No es una mentira consciente, pero
objetivamente hay una transformación".
De tanto repetir las mentiras, sus protagonistas llegan a creérselas y
las convierten en parte de su vida.
Lo digo porque las
cosas no ocurrieron como Horacio las contó al periodista. Cuando suspendía se
las arreglaba para ocultarlo a su padre; su madre, muy buena
gente, firmaba las notas semanales hasta que apareció Ramón Cardeñoso, un gordito
grandullón que se dedicaba a toda clase de negocios entre los compañeros, desde vendernos chicle Bazooka Bubble Gum recién traído de
América, según él, hasta postales atrevidas de las actrices de Hollywood. Ramón
propuso a Horacio que si le daba dos duros hablaría con un amigo que no era del cole, quien por otros dos duros
semanales imitaría la firma del padre a la perfección, firma que, dicho sea de
paso, no era un primor: tres garabatos
en línea recta ligeramente ascendente y una sencilla rubrica de ida y vuelta
por debajo. Horacio sacó el dinero prestado de su criada, la Paca, a cambio de
hablar por teléfono cuando no estaban sus padres en casa, pero llegaron los
suspensos de final del curso y se puso todo patas arriba.
“Me quedo sin vacaciones, ¡seguro!”. Yo no
sabía cómo consolar a Horacio hasta que Cardeñoso le confió un plan más o menos
así: “Mira, si a mi amigo le das cinco
duros irá a casa de tus padres haciéndose pasar por un emisario del Hermano
Tarsicio, el director, para decir que no
se tomen a mal tus notas, consecuencia de unos exámenes pésimos, nada más,
pero si dedicas al estudio un par de horas cada día del verano excepto
sábados y domingos, aprobarás en septiembre sin la menor duda, y les
recomendará que, para que no decaiga tu autoestima, disfrutes de las vacaciones
de siempre, salvo las horas de
estudiar.” Horacio, cuyo desasosiego empujado por el miedo era colosal, le
creyó y soltó el dinero solicitado.
Pero resultó que
el Hermano Antonio, que llevaba las cuentas del colegio, fue quien apareció en
la casa de Horacio. No estaba el padre,
pero sí la madre y el fraile dijo que traía un cometido delicado de parte del
Director. Que en el colegio sospechaban que no estaban enterados de la marcha en
los estudios de Horacio, pues, no entendían cómo habían
firmado semana tras semanas notas tan desastrosas sin aparecer por el colegio y
preguntar; sospechaban que Horacio ocultaba y, probablemente, falsificaba sus
notas o la firma de su padre. Añadió que Horacio era un atleta dotado, pero no
servía para estudiar etc., etc. Horacio no perdió sus vacaciones, pero dejó el
cole, le pusieron a trabajar y luego se dedicó al atletismo.
A pesar de los años
transcurridos, la lectura del artículo me ocasionó un repelús enorme. Si Horacio
dejó de estudiar ¿a qué venía inventarse situaciones que no vivió jamás? El
suspenso en matemáticas al que se aludía en el periódico era el que yo tuve, el
castigo paterno fue el que yo sufrí y encima, que se adjudicara una matrícula
de honor en griego también mía, es lo que peor me supo. Decidí telefonear a
Horacio. Tras escucharme, contestó sin avergonzarse: “Mira, te lo voy a explicar. Tu hiciste carrera, yo no; tampoco tienes que preocuparte del
futuro, yo sí. Maquillar mi currículo con algunas de tus vivencias jamás
pretendió robarte nada. Tuvimos en cuenta que llevas una vida oscura, y esas cositas biográficas que
me atribuí no te son útiles ya. Tengo un palmarés como atleta oxidado y debo reinventarme
si quiero salir de concejal de deportes en las elecciones próximas al
ayuntamiento. Quienes me hacen la campaña, los del marketing, dijeron que debía
mostrarme como un sufridor desde pequeño, vamos, exhibir vivencias que ayudaran
a ataviar mi identidad; las tuyas y algunas más me venían al pelo.
Chico, ¡de algo hay que vivir!
Junio 2018
Las historias de Sonso
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