jueves, 7 de junio de 2018


FÚTBOL: El mito de “La furia española”


Alguna vez escuchamos la frase "Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo", preludio del famoso gol de cabeza que empató a los suecos en las Olimpiadas de Amberes de 1920. Efectivamente, el goleador, dos defensas además del portero quedaron espatarrados en el suelo, sucediendo que, las palabras y la acción siguiente, dieron pie al mito de la furia española.

¿De verdad un mito? Pues sí, porque algunos aseguran que el grito fue “Sabino, aurrera” y otros que fue aportación de los periodistas italianos que vieron el partido y, debido al color rojo de nuestras camisetas, hablaron de la “furia rossa”. La prensa española lo tradujo a su mejor conveniencia para subrayar el carácter español del equipo (9 vascos y 2 catalanes) que capitaneaba Belauste, el león de Amberes.

Javier Díaz Noci, autor de un trabajo interesantísimo Los nacionalistas van al fútbol. Deporte, ideología y periodismo en los años 20 y 30 (se puede leer en Google), recuerda que Joshé Mari Belausteguigoitia fue descrito como “alma del equipo español” y esencia de las virtudes de la raza en un librillo que llevaba por título Los Ases Deportivos. Joshé Maria Belauste publicado en Barcelona en 1921; rubricaba el mito creado por la prensa, sublimado durante el franquismo y perenne en cierta memoria popular.

Díaz Noci añade que habría que hablar de furia vasca o del Athletic en vez de furia española. Belauste, además de medio centro del At. Bilbao y del combinado nacional, era miembro de una familia nacionalista del PNV, habiendo sido el responsable de la sección de fútbol de las juventudes del partido en 1910. Luego integraría una escisión liberal del PNV y sería uno los fundadores de Acción Nacionalista Vasca (ANV) en 1930.

Belauste, no obstante, se dejó querer como protagonista del mito y, aunque su cariño a Vasconia le costó varios disgustos como el de ser desterrado a consecuencia de "un discurso extraordinariamente nacionalista", nada impidió que fuera candidato a diputado a Cortes, presentándosele como un compendio de las virtudes españolas. Sentencia Díaz Noci: “La furia española fue, por lo tanto, un invento consciente, no una mera casualidad. La anécdota, tal y como está contada Belausteguigoitia nunca la desmintió, aunque nadie más recuerde haber oído el famoso grito, y el gol ni siquiera fue el de la victoria -ése lo marcó Acedo, también del Athletic por cierto”.

La no incompatibilidad entre las ideas nacionalistas y el formar parte del equipo español de fútbol repitió después con el legendario Iribar y después con el defensa catalán Oleguer, dispuesto a jugar si se le convocaba como había hecho en las selecciones españolas inferiores. Por eso me parece muy atinado el comentario que Alberto Bacigalupe, autor del libro Belauste. El caballero de la furia (Bilbao, 2005), emite sobre este jugador: "Él no hizo más que atender a sus deseos, que eran el fútbol y la política" y de ahí que, aun desterrado por sus ideas, se enojara profundamente cuando atribuyéndole falta de forma no fuera titular del equipo español en los Juegos de París de 1924. Estamos ante otra versión de la proposición a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

Belauste, nacido en 1889, siempre se consideró amateur y nunca cobró por jugar; fue el primer capitán que tuvo la selección española; tenía otros cuatro hermanos futbolistas, medía 1’93 y pesaba 95 kilos. Ferviente católico, licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca y abogado en ejercicio, casó con una sobrina del pintor Zuloaga por cuya curación de una enfermedad seria peregrinó a pie de Bilbao a Lourdes, atravesando los Pirineos. Terminada la Guerra Civil se exilió a Méjico y, aunque no fumaba ni bebía, moriría de un cáncer de pulmón en 1964. Belauste es historia y merece seguir protagonizando los tres mitos, porque sin renunciar a su ideario --cuestión personal-, tampoco renunció a un fútbol –pasión colectiva- que teniendo el marchamo de vasco entusiasmó a todos lo españoles durante muchos años dándole una tarjeta de identidad.

Sin embargo, el fútbol no entraba en el mundillo literario o entraba poco en el tiempo de Belauste. En enero de 1929, la popular revista Estampa de Madrid publicaba la respuesta de Pío Baroja a la pregunta: “¿Qué le parece a Usted el fútbol?: “Mal se puede juzgar lo que no se conoce bien, y yo solamente he visto un partido de fútbol desde una casa que tengo cerca del campo del Real Unión, de Irún.” Baroja tenía 49 años y era consciente de la popularidad del fútbol, pues a él mismo se le habían quedado grabados los nombres de Echeveste, Gamborena y otros. Subrayaba la pasión que despertaba para sentenciar: “Demuestra también la importancia de este juego el hecho de que no existe rivalidad entre Irún y San Sebastián nada más que en lo que se refiere al fútbol, y en esto la lucha es enorme.” Y le encontraba la utilidad siguiente: “Tiene de bueno este deporte que parece que va a acabar con la fiesta de los toros, y además tiene una finalidad: el triunfo; y esto, como en las guerras, anima siempre a los pueblos, mientras de los toros no puede esperarse otro resultado: siempre el mismo o uno lamentable”.