LA CREACIÓN DE MANUEL ALCÁZAR EN
Para Pío Baroja lo difícil era inventar personajes que tuvieran vida. Comenzaba su creación mediante una caracterización ligera al objeto de proyectar su evolución a lo largo de la novela. Creía que el personaje consiste en evolución y de ello dependía su verosimilitud. Resultaba un trabajo espaciado que no perjudicaba el ritmo vivo de sus novelas. Por eso nunca entendí las opiniones críticas que definieron sus personajes como rígidos y enterizos desde la primera página.
Al escribir una trilogía
abierta bajo el tema de la lucha por la vida resultaba
complicado crear un protagonista que encarnara una de las posibilidades destacadas de disputarla. Baroja fragmentó la fábula creando fabulillas para cada uno de los personajes quedando destinados a personificar distintas representaciones de la lucha por la
existencia; dejó una peculiar para el protagonista y todas de acuerdo con la
naturaleza proteica del leitmotiv de la busca.[ii]
Manuel Alcázar sería el personaje clave. Convertido en veedor del narrador y testigo del acontecer ejerce una atracción
centrípeta que evita el caos que podían originar las fragmentaciones de la
fábula. Aparentemente el protagonista funciona como figura próxima a lo que
tradicionalmente se consideraba como
héroe de la novela en su tiempo, pero el autor introdujo una
variante: eliminar la dependencia de los personajes secundarios respecto de la
figura principal introduciendo una especie de comunismo protagonizante, es
decir, traspasando la dimensión heroica al
personaje colectivo.
Las numerosas fabulillas
de esta obra se integran como en un
caleidoscopio cuyas imágenes aparecen y se diluyen sustituidas por otras en
cadena y sin fin, creándose un laberinto que en la trilogía será de vida y
muerte. Manuel es el encargado de contemplar el caleidoscopio funcionando como veedor de escenas donde lo semoviente no
son líneas o figuras geométricas, sino criaturas que perseguidas por sus
demonios particulares buscan la salida del laberinto donde están
sumidas.
Las imágenes iniciales deslizadas
por el narrador parecen las de un nacimiento: “venía
medio dormido, medio asfixiado en un vagón de tercera”
(…) “Cuando uno de los compañeros de
viaje anunció que ya estaba en Madrid, Manuel sintió verdadera angustia: un
crepúsculo rojo esclarecía el cielo, inyectado de sangre como la pupila de un
monstruo.” (OC, I, L.B., p. 268/269).
Y desamparado en el andén, la primera sensación es la del hambre al
reunirse con la madre. Las imágenes significan que llega completamente solo al
universo de la trilogía; es un ente de ficción aún no conectado a la realidad. El
crepúsculo rojo sugiere su porvenir hasta que trasciende simbólicamente en Aurora roja.
Cuando Manuel se libera convirtiéndose
en golfo-vagabundo descubre aspectos ambiguos en su carácter: repugna estar
sujeto, pero es indolente y perezoso, constantes que le hacen acomodaticio,
condición que, a su vez, le acarrea una
dependencia de quienes se imponen sobre su apetencia de libertad.
Manuel comparte con otros
protagonistas barojianos la condición de ser huérfano de padre, orfandad que también justificaría la desorientación
de sus pasos iniciales en la vida. Inicia su aprendizaje a través de cinco mujeres:
mientras la madre, Petra, le orienta hacia
el terreno moral, doña Violante, su hija y su nieta son las institutrices del vivir a lo que
salga y Matilde le inicia en la
actividad sexual. Ninguna resulta una maestra excelente, aunque la realidad se
encarga de ampliar las lecciones que recibe hasta que, pasadas las primeras
experiencias amorosas, se evade circunstancialmente de la tutela femenina y
opta por la masculina, tutela de unas por otros y al revés que resulta una
simple sustitución de funciones. Flores
Arroyuelo ya lo había sospechado al escribir: “Manuel
a lo largo de toda la obra, está sometido constantemente a una serie de
tensiones que en muchos casos solamente le zarandean sin más consecuencias, y en
otras le guían marcándole el alma.”[iii]
Manuel no posee espíritu
de trabajo. La primera mañana de trabajo en la zapatería del Sr. Custodio le
desalienta. “Al
principio, la monotonía en el trabajo y la sujeción atormentaban a Manuel; pero
pronto se acostumbró a una cosa y otra, y los días le parecieron más cortos
y labor menos penosa.”
(OC,
I, LB, p. 286).
Aunque deteste la vida golfa que llevan Vidal y El Bizco se acomoda a ellos. En los momentos de desamparo se acoge
a la protección de La Baronesa, Vidal
o Jesús. Sólo cuando desaparecen los problemas es cuando Manuel se amolda a la
actividad laboral. Tras el Osorio de Camino
de perfección, Manuel prolonga la estirpe de los protagonistas de Pío
Baroja que son personajes de acción hasta cierto punto, pero también pusilánimes
como el Luis Murguía de La sensualidad
pervertida (1920) o el Miguel de Susana y los cazadores de moscas (1938)
muchos años después.
Se ha escrito que Baroja utilizó
a Manuel como un alter ego suyo[iv],
o bien, que quiso convertir a Manuel Alcázar en un arquetipo de la golfería apoyándose
en lo escrito en Patología del golfo[v].
De haber sucedido, Manuel habría sido un personaje distinto del que fue y, como
arquetipo, probablemente de cartón-piedra. Tan difícil resulta clasificar un
personaje como hacerlo con una persona de la realidad a no ser que se intente una apreciación
superficial. Si nos atenemos a las escenas que Manuel protagoniza en la novela,
convendremos que si unas veces parece golfo, en otras no se tiene la impresión,
que si en tal escena parece vagabundo, pensaremos después que no lo era. Esas
impresiones contradictorias emanan de su apariencia y del carácter variable del
personaje. Manuel es complicado, y cualquier
interpretación será pertinente sólo en un momento de su evolución, sin
englobarlo enteramente.
Varios personajes de la
trilogía le inscriben en el círculo de los golfos por las apariencias. Roberto
Hasting le tiene como la imagen de lo que no se debe ser y le instala en la
esfera de los que tampoco tienen fe: “Antes
de que cantara el gallo me negarías tres veces”
(OC,
I, LB, p. 346) le espeta al Manuel que tiene por su anti-héroe. Si le
busca trabajo está convencido de que no resultará y cuando Manuel, trabajando
como modelo del escultor Alex, asegura a Roberto que ya sabe qué cosa es ser un
obrero, su amigo, nada dispuesto a variar de parecer, responde: “Hoy no eres más que un vago, y debes
hacerte un obrero. Lo que soy yo, lo que somos todos los que trabajamos.”
(OC,
I, MH, p. 391) Cuando pasado mucho tiempo se encuentran en las
páginas de Aurora roja el saludo de
Roberto es significativo: “Hola,
ilustre golfo” (OC, I, AR, p. 554).
Y cuando le presta el dinero que Manuel precisa para poner la imprenta y
Roberto se convence de que al fin está trabajando, opina que se ha vuelto un “sentimental infecto”
(OC,
I, AR, p. 643).
La apariencia física de
Manuel también pesa en la opinión de otros personajes. El
panadero de una tahona será quien le
llame golfo por primera vez debido a sus trazas. Cuando actúa como hijo de La Baronesa, los golfantes que preparan
el chantaje de don Sergi, pretenden la transformación física del muchacho: “pero, por más que le adornaron y le
escamondaron, no se consiguió darle un aspecto verosímil de hijo de familia;
siempre trascendía a golfo, con sus ojos indiferentes y burlones y la expresión
de la sonrisa entre amarga y sarcástica.” (OC,
I, MH, p. 406) Cuando Vidal
le abre la puerta de su casa, estalla así: “¡Rediez!
Qué facha de golfo tienes” (OC, I, MH, p. 479)
Salvadora también le considera golfo porque no trabaja.
En mi opinión, Vidal, El Bizco, El Cojo, Calatrava y algunas
mujeres se aproximan mejor al arquetipo del golfo. A Manuel le escasea la filosofía que debería de tener para
ser un vagabundo barojiano y le sobra conciencia moral para ser arquetipo del
golfo. Flores Arroyuelo aseveró –con exceso-- que “Manuel
es un alma inocente que a cada paso se está sorprendiendo de la maldad de los
demás.”[vi]
Sus entradas en el mundo de la golfería son el resultado de situaciones de desamparo
y no tanto del deseo de aprovecharse de la sociedad que le margina. La primera
vez que se une a Vidal y El Bizco no
tarda en sentir miedo de la clase de vida que llevan. La muerte de la Petra le
hace permanecer en la calle sólo el
tiempo de reflexionar que la vida de parásito no es para él. Del oasis con el
Sr. Custodio le expulsa su fracaso amoroso con Justa; siente despecho contra la
sociedad y está dispuesto a matar, pero en seguida defiende a un muchacho
llagado de un matón. Su permanencia con La
Baronesa está determinada por la presencia de Kate –mujer que constituye su
ideal femenino— y por el hecho de tener cama, ropa limpia, comida y afecto. Al
separarse de ambas mujeres acude a la primera mano que se le tiende: Jesús le
inicia en el vagabundeo y en la violencia del anarquismo, pero Manuel
no tarda en preferir la compañía de don Alonso cuyo sentido común mitiga la
influencia cavernaria del otro; no extraña que Manuel y Jesús rompan de mala
manera en Aurora Roja.
En la creación de Manuel
Alcázar no se novela la textura interior del personaje. Manuel es autónomo,
pero está plegado a su función de testigo; ve mucho, pero habla poco y no se
describen sus pensamientos. El narrador barojiano despacha en pocas líneas los
momentos en que el protagonista podría confiarnos los vórtices de su vida
interior, por ejemplo, la escena donde vela a su madre: “Manuel aquella noche pensó y sufrió
lo que quizá nunca pensara ni sufriera; reflexionó acerca de la utilidad de la
vida y acerca de la muerte con una lucidez que nunca había tenido. Por más
esfuerzos que hacía, no podía detener aquel flujo de pensamientos que se
enlazaban unos con otros.”(OC,
I, LB, p. 340). ¿Cuáles eran esos pensamientos? No lo sabremos
nunca; pese a la intensidad manifestada de sus sufrimientos resulta que se ha dormido;
le despierta un alboroto organizado por estudiantes
borrachos que viven en el piso de encima y, alborotando y cantando, han llamado
al piso de doña Casiana para preguntar por uno de sus pupilos. Probablemente el
narrador prefirió adornar el velatorio con un efecto tremendista en vez de
relatar las reflexiones del protagonista; la intervención de Manuel ante la
invasión estudiantil se reduce a preguntar “¿Quién
es?”
En las tres páginas
siguientes Manuel se duerme otras dos veces. Enterrada la madre, abandona la
pensión y callejea un rato; encuentra al Expósito
y le acompaña en alguna aventurilla; después de comer se adormece
profundamente. Al despertar ya no está el Expósito
sino un puñado de golfos; como amenaza
lluvia les sigue en busca de refugio; cuando lo encuentran, Manuel escucha las
historias del Mariané y de otros sin participar nada en la conversación.
Barajando lo contado por sus compañeros de cobijo se vuelve a dormir. Al
despertar está solo y el narrador introduce una bella descripción del amanecer
madrileño.
Situaciones como la descrita
se producen a menudo en la trilogía: el narrador aprovecha las coyunturas activas
o fisiológicas de su protagonista –como el sueño-- para concluir un cuadro y
cambiar de escenario; legítimo, aunque se note la artesanía. Se han explicado estas
escenas de apariencia interpolada como
una colección de cuadros sin eslabón; pienso, muy al contrario, que cumplen
una función estructural. La aparición del Expósito
en la escena comentada sirve para que
Manuel se entere del lugar donde los golfos reparan su gusa: el cuartel de
María Cristina. Cuando el narrador agota el hilo narrativo y los vagabundeos de
Manuel amenazan con ser insustanciales, le encamina al citado cuartel donde
tropezará con Roberto Hastings --desaparecido hacía tiempo de la
acción—abriéndose la puerta a pasajes del mayor interés. Por su parte, las
historias del Mariané y de los golfillos ayudan a la composición ambiental y
presagian la clase de vida que, con algunas intermitencias, llevará Manuel. En
resumen, cada escena contiene elementos copulativos que impiden el desorden de
las imágenes del caleidoscopio.
En Aurora roja la evolución de Manuel se desliza hacia su aburguesamiento
y el narrador le retira a un segundo plano convirtiéndose en antagonista de su
hermano, Juan, quien asume parte de la función testimonial que tenía Manuel.
El encuentro de ambos hermanos
revela que Manuel no es ya un ser insumiso ni despreocupado de su apariencia.
Juan también le juzgaba por las trazas, pero no tarda en apreciar un cambio y
cuando le elogia la casa donde vive con Salvadora e Ignacia, Manuel acepta la
apreciación satisfecho: “Si
–contestó Manuel con cierta indiferencia-, no estamos mal.” (Idem)
El instinto antisocial de Manuel ha quedado desplazado por el instinto
hogareño, tan fuerte, que empieza a dominar sus sentimientos e ideas. Cuando
Juan quiere invitarle al teatro, Manuel
se resiste: “Lo
paso mejor en casa.” (OC, I, AR, p. 545)
El
hogar –que representa el acomodo, la seguridad y es una
despensa de moralidad—resulta el espacio que identifica mejor al Manuel de hoy como
la calle identificaba al Manuel de
ayer. Su encuentro con Violeta –antigua amante de Vidal que es un despojo a sus
35 años-- le origina un profundo malestar; al regresar a casa nota que “Había allí un ambiente limpio, de
pureza.” (OC, I, MH, p.547).
Acompañando a las mujeres de su casa al merendero donde se celebra el éxito de
una exposición de Juan, Manuel expresa su
miedo a que el ayer vulnere la seguridad del presente con una frase
significativa: “No
vaya a venir aquí la golfería” (OC,
I, AR, p. 548); encontrará a la Justa, su antigua novia y
la impresión que le produce no puede ser más repugnante.
El instinto de propiedad
no denuncia al burgués porque está relacionado con la exigencia natural que
sienten las criaturas de poseer un espacio propio para vivir y reproducirse,
pero cuando el instinto de propiedad se racionaliza y el individuo se somete a
los dictados del interés y del egoísmo, aun cuando niegue o no se aperciba de
su condición, sus actitudes, gestos o palabras le denunciarán como burgués. Veamos
una conversación entre los dos hermanos que no requiere mayor explicación. Mientras
Juan duda si aceptar una medalla por la exposición que presentó, Manuel piensa
que hizo bien porque le proporcionará un dinero que si no lo quiere le puede
servir a
él; Juan pregunta a Manuel:
- ¿Tantas ganas
tienes de ser propietario?
- Todo el mundo
quiere ser propietario.
- Yo no.
- Pues yo, sí; me
gustaría tener un solar, aunque no sirviera para nada, sólo para ir allá y
decir: esto es mío.
- No digas eso
replicó Juan-; para mí ese instinto de propiedad es lo más repugnante del…
mundo. Todo debía ser de todos.
Más
adelante es Manuel quien afirma:
- (…) Yo, entre
explotado o explotador, prefiero ser explotador, porque eso de que se pase uno
la vida trabajando y que se imposibilite uno y se muera de hambre…
- No tiene uno
derecho al porvenir. La vida viene como viene, y sujetarla es una vileza.
- Pero, bueno, ¿qué
me quieres decir con esto? ¿Qué no me darás el dinero?
- No, el dinero te
lo llevas, si es que me dan la medalla: lo que digo es que no me gusta esa
tendencia tuya de hacerte burgués. Vives bien…
- Pero puedo vivir
mejor… (OC,
I, AR, p. 552/553)
Salvadora e Ignacia le
han ido arrastrando a la burguesía, la primera con su pasión por el trabajo, las
dos porque desean seguridad y le obligan
a dar el paso definitivo: pedir a Roberto el dinero que necesita para poner la
imprenta; cuando lo obtiene, el narrador, que se había mantenido en la sombra,
prorrumpe con este comentario definitorio: “Ya
era un burgués, todo un señor burgués.” (OC,
I, AR, p. 554)
Lo que resta de la
trilogía confirma la evolución del protagonista. Manuel sufre el turno de ser
engañado por albañiles y chapuceros. Cuando sorprende a Jesús utilizando la
imprenta como escenario de una bacanal y se indigna, el amigo anarquista le
rebaja un escalón al llamarle cochino burgués. Cierto que acompaña a su hermano a los
mítines y tertulias de los anarquistas, pero sus hazañas le parecen cosas de
asesinos y bárbaros. Hay un momento de prueba cuando el Bolo le presta una serie de
libros que Manuel lee con avidez; Danton le apasiona y llega a decir: “Ya no me importaría ser golfo, no
tener dinero; habiendo leído la Historia de la Revolución
Francesa creo que sabría ser digno.”
(OC,
I, AR, p. 604) Pero cuando Salvadora e Ignacia, asustadas por el
aspecto tenebroso de su amigo le exigen
que no vuelva a poner los pies en casa, Manuel acepta.
En consecuencia, su lejanía de los anarquistas es casi total. Cuando Salvadora descubre la bomba que traía Passalacqua para comprometer a Juan, Manuel barrunta lo que el lector sabía, que es un completo burgués: “Como si aquella máquina infernal hubiese estallado en su cerebro, Manuel sentía que todas sus ideas anarquistas se desmoronaban y sus instintos de hombre normal volvían de nuevo.” (OC, I, AR, p. 639) La creación de Manuel ha concluido. Su boda con Salvadora se despacha en unas líneas; certifica la redención prevista en Patología del golfo. Y el sueño que Manuel tiene a la muerte de Juan, de que los anarquistas de hoy gritarán mañana muerte a la anarquía, deja pocas dudas sobre el curso final del protagonista.
En consecuencia, su lejanía de los anarquistas es casi total. Cuando Salvadora descubre la bomba que traía Passalacqua para comprometer a Juan, Manuel barrunta lo que el lector sabía, que es un completo burgués: “Como si aquella máquina infernal hubiese estallado en su cerebro, Manuel sentía que todas sus ideas anarquistas se desmoronaban y sus instintos de hombre normal volvían de nuevo.” (OC, I, AR, p. 639) La creación de Manuel ha concluido. Su boda con Salvadora se despacha en unas líneas; certifica la redención prevista en Patología del golfo. Y el sueño que Manuel tiene a la muerte de Juan, de que los anarquistas de hoy gritarán mañana muerte a la anarquía, deja pocas dudas sobre el curso final del protagonista.
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NOTAS.:
i Citaré a Pío
Baroja por sus Obras Completas,
Biblioteca Nueva, Madrid, 1946, indicando el tomo, siglas de cada novela de la
trilogía, y la página.
ii Véase mi entrada a este
blog “Pío Baroja: tema, leitmotiv, fábula y estructura en La lucha por la vida” de 4
de junio de 2019.
iii Francisco J. Flores
Arroyuelo, Las primeras novelas de Pío
Baroja, 1900-1912, La Torre de
los Vientos, Murcia, 1967, p.72
iv Un primo de Baroja, Justo
Goñi, juzgó la figura de Manuel de la siguiente manera: “Tu personaje es un hombre de pueblo, falsificado. Es como tú, que no
puedes ser más que un señorito. Hagas lo que quieras, te vistas de anarquista,
de socialista o de golfo, no eres más que un señorito.” Pío Baroja, OC, V, Juventud, egolatría, Biblioteca Nueva,
Madrid, 1948, p. 177. Esta opinión dio
pie a quienes estimaron la figura de Manuel Alcázar como uno de los muchos
alter-ego que hay en sus novelas. Si esto fuera cierto, habría que desprenderse
de lo puramente inventivo y estudiar el personaje en relación con el caudal de
experiencias personales o intelectuales del autor. Por el contrario, creo que
la tan citada teoría barojiana de inventar el personaje principal se
cumple respecto de Manuel en toda regla.
v
Pío Baroja, Obras completas, op.
cit., tomo V, El tablado de Arlequín, “Patología del golfo”, pp. 55/59.
vi
Francisco J. Flores Arroyuelo, Las primeras novelas de Pío Baroja, 1900-1912,
op. cit, p. 71.