CUADERNOS DE MARCELA, y IV
El futbolista y otros
copiones
Me dijeron que el alumno a quien llaman El futbolista, haciendo espavientos y a
voz en grito, quería tirarse desde la planta de los exámenes al patio del
claustro sin lograrlo porque algunos compañeros le tenían bien agarrado y él,
por supuesto, no lo impedía.
Nos habíamos acostumbrado al proceder que un profesor
canario estableció en un examen anterior. Si descubría copiando a un alumno lo llevaba al fondo del aula, criticaba delicadamente su conducta y le sugería
que, para disimular, volviese a su
asiento y, pasado un ratín, entregase el cuadernillo con la chuleta escondida en su interior. Ahora, casi siempre el alumno agradece un proceder tan considerado que deja su dignidad limpia ante los compañeros.
Hoy, sin embargo, la vocal del tribunal sorprendió al futbolista y le sacó del aula sin
miramiento alguno haciendo añicos su decencia. Él gritaba invocando justicia y proclamando su inocencia. Lo más chusco es que llevaba unas alpargatas
que le daban como un aire labriego, aunque llevarlas tenía su motivo.
El incidente surgió por despiste nuestro. Las dos aulas de examen de la tercera planta tienen puertas de entrada y
salida en
cada extremo. Pues bien, cuando el
futbolista acude a un primer examen sea en febrero, junio o
septiembre, Eugenio -el director-, ofrece al tribunal la oportunidad
de presenciar un suceso divertido, el de un alumno copiando al estilo futbolero,
pero con una condición: si decide actuar, retirarán el examen del alumno sin
acompañar nota si advierten que la chuleta no influyó en lo escrito.
Dado que las unidades didácticas están siempre en el
suelo porque así lo ordena el tribunal, para presenciar la actuación del futbolista se precisa que uno de los vocales actúe como vigilante con instrucciones
de recorrer los pasillos sólo hasta su mitad y luego regresar dando la espalda
aunque puede volverse con rapidez y, si le parece, escudriñar posibles chuletas
en los programas que estén sobre las mesas. Eugenio y los otros
miembros del tribunal saldrán del aula como si fuesen a tomar café, pero en
realidad se desplazarán por el claustro para entrar de nuevo al aula por la puerta de atrás de manera muy silenciosa.
Una vez localizado el asiento del futbolista --casi siempre próximo a las últimas
filas--, observarán que entre sus pies hay una unidad didáctica que descansa entre
el talón de la zapatilla del pie izquierdo y la puntera del pie derecho. Cuando
el vigilante da la espalda, el futbolista
taconeará la unidad volteándola y dejando
visible su contraportada, que si en su origen fue
totalmente blanca, ahora estará ornamentada con una chuleta de letras colosales para verse bien desde arriba, chuleta siempre relacionada con los dos o tres temas que el futbolista habrá estudiado.
El cuestionario del examen difícilmente coincidirá, pero el alumno tratará de meter los temas chuleteados vengan a
cuento o no porque el caso es escribir y quedar bien ante los compañeros que le conocen.
Lo divertido está en los taconazos y volteos frecuentes
que el futbolista realiza, especialmente cuando la unidad regresa a la
posición original si teme ser descubierto.
El rato jocoso que vive tribunal compensa, pero si no está advertido o
la unidad didáctica organiza un estrépito al tomar un rumbo imprevisto en su volteo, sucederá lo de hoy.
El futbolista también fue protagonista de otra
hombrada Estando en Madrid por asuntos personales
días después de suspender el Derecho
Canónico, único examen que presentó en los
pasados parciales, telefoneó al Prof. Pérez
Llantada desde una cabina próxima a La Cibeles. Le comentó que estaba de paso,
quería devolverle un bolígrafo olvidado cuando estuvo en Tortosa y también preguntarle
el motivo de haberle suspendido porque él sabía mucho derecho canónigo y, para demostrarlo… le silbó la marcha nupcial de
Mendelsshon. El mismo profesor, pasmado, se lo contó a Eugenio y preguntó si es el estudiante
estaba en sus cabales.
Pero el
futbolista no está sonado. Es funcionario de Correos en Castellón, de mediana
edad y aunque anda corto de memoria, este
curso matriculó a su hijo mayor alardeando de que él también lo hacía para dar ejemplo. Bueno, el padre está
matriculado en tres asignaturas del 2º curso y lleva otras tres de 1º... Claro
que, a quinientas pesetas que cuesta la matrícula de cada asignatura, si no aprueba tampoco
sufrirá un descalabro económico.
El Delegado de Alumnos ha denunciado el asunto del
copieteo porque sube la nota de los defraudadores y, por efecto contrario, baja la de los estudiantes que acuden a examen con el único bagaje de sus estudios.
Nosotros tenemos muy en cuenta su petición, sin embargo, resulta imposible prevenir casos como el del copión del pinganillo que actuó en los exámenes
de septiembre pasado, una especie de copieteo que, me temo, se pondrá de moda y
debe ser atajado cuanto antes. Desde el váter de la segunda planta alguien transmitía la contestación al cuestionario que un chorizo sacó apresuradamente
del aula de las pruebas.
Resultó una peripecia chusca porque el pinganillo que hacía pasar por sordo al
alumno estaba mal conectado a la centralita o receptor que ocultaba bajo el cinturón del pantalón;
así, en vez de procesar y transmitir las palabras que el elumno esperaba
oír, la centralita decidió actuar por iniciativa propia y expulsar al aire sonidos
similares a los que exhala una barriga
hambrienta sin que él pudiera ahogarlos.
La bulla terminó provocando que los compañeros de las proximidades y los
mismos vocales del tribunal que pasaban cerca le dedicaran frases como “¿No desayunaste hoy?”, “¡Sí que estás bueno!”, “¡Tendrás que
aliviarte!”, etc., fraseología compasiva que convenció al copión con flojera intestinal de que, pasada la media hora de seguridad en la que
nadie puede salir del aula, debía entregar el cuadernillo e irse al fresco y comentar con su compinche.
Una muestra de los preocupados que estamos con el
copie es el proceder que tuvimos con el
funcionario del traje inglés a quien el tribunal rebautizó como el pijín de librea inglesa, un tipo que
acude a examinarse de punta en blanco con un terno propio de la City
londinense.
Todo comenzó una tarde cuando pasaba un vocal a su lado y
el funcionario llamó su atención para susurrarle intencionadamente: “Señor, mire para allí porque están copiando y eso nos perjudica”.
El vigilante se sobresaltó y fue de inspección en la dirección señalada, circunstancia que el funcionario
del traje inglés aprovechó para desabrochar su chaqueta, abrirla por la
izquierda y dejar a la vista un manojo de rollitos de papel prendidos al forro entre los que eligió el más conveniente.
El funcionario actuaba de la misma guisa examen
tras examen hasta que fue descubierto por el Dr. Martínez de Velasco, célebre
por sus ojillos de lince -- entraba en
el aula, siempre por la puerta de atrás y tardaba décimas de segundo en
localizar al copión más avezado. En esta ocasión la víctima fue el pijín de librea inglesa,
descubierto cuando trajinaba en el interior de su chaqueta.
Desde entonces, al funcionario se lo hemos puesto difícil, porque si
los copiones nos gustan poquísimo, estimamos aún menos a quienes atropellan el espíritu
universitario denunciando a sus compañeros en provecho propio. Ahora, antes de que se inicie una tanda de
exámenes avisamos al tribunal de las triquiñuelas del funcionario y se lo
identificamos. Eugenio me confesó que ayer tuvo un momento muy feliz cuando al
concluir el examen de Derecho Civil II escuchó a unos estudiantes preguntando al
funcionario si había copiado y él respondió: “No hubo manera. Se situó un vocal a mi lado y me fue imposible del todo”.
Eugenio cree que estamos erradicando el copieteo en los exámenes, pero la
verdad es que copiando o sin copiar sólo aprueba un 28% de los alumnos, porcentaje que encoge mucho en Ciencias y todavía más entre
los alumnos del Curso de Acceso de
Mayores de 25 años. Hacer carrera en la
UNED no se regala; de ninguna de las maneras.
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