martes, 5 de julio de 2016



CUADERNOS DE MARCELA, y IV

El futbolista y otros copiones


Me dijeron que el alumno a quien llaman El futbolista, haciendo espavientos y a voz en grito, quería tirarse desde la planta de los exámenes al patio del claustro sin lograrlo porque algunos compañeros le tenían bien agarrado y él, por supuesto, no lo impedía.

Nos habíamos acostumbrado al proceder que un profesor canario estableció en un examen anterior. Si descubría copiando a un alumno lo llevaba al fondo del aula, criticaba delicadamente su conducta y le sugería que, para disimular, volviese a su asiento y, pasado un ratín, entregase el cuadernillo  con la chuleta escondida en su interior. Ahora,  casi siempre el alumno agradece un proceder  tan considerado que deja su dignidad limpia ante los compañeros.

Hoy, sin embargo, la vocal  del tribunal sorprendió al futbolista y le sacó del aula sin miramiento alguno haciendo añicos su decencia. Él gritaba invocando justicia y proclamando su inocencia. Lo más chusco es que llevaba unas alpargatas que le daban como un aire labriego, aunque llevarlas tenía su motivo.

El incidente surgió  por  despiste nuestro. Las dos aulas de examen de  la tercera planta tienen puertas de entrada y salida en cada extremo. Pues bien, cuando el futbolista acude a un primer examen sea en febrero, junio o septiembre,  Eugenio -el director-,  ofrece al tribunal la oportunidad de presenciar un suceso divertido, el de un alumno copiando al estilo futbolero, pero con una condición: si decide actuar,  retirarán el examen del alumno sin acompañar nota si advierten que la chuleta no influyó en lo escrito.

Dado que las unidades didácticas están siempre en el suelo porque así lo ordena el tribunal, para presenciar la actuación del  futbolista se precisa que uno de los vocales  actúe como vigilante con instrucciones de recorrer los pasillos sólo hasta su mitad y luego regresar dando la espalda aunque puede volverse con rapidez y, si le parece, escudriñar posibles chuletas en los programas que estén sobre las mesas. Eugenio y los otros miembros del tribunal saldrán del aula como si fuesen a tomar café, pero en realidad se desplazarán por el claustro para entrar de nuevo al aula  por la puerta de atrás de manera muy silenciosa.

Una vez localizado el asiento del futbolista --casi siempre próximo a las últimas filas--, observarán que entre sus pies hay una unidad didáctica que descansa entre el talón de la zapatilla del pie izquierdo y la puntera del pie derecho. Cuando el vigilante da la espalda, el futbolista taconeará la unidad volteándola  y dejando visible su  contraportada, que si en su origen fue totalmente blanca,  ahora estará ornamentada con una chuleta de letras colosales para verse bien desde arriba, chuleta siempre relacionada con los dos o tres temas que el futbolista habrá estudiado. El cuestionario del examen difícilmente coincidirá, pero el alumno tratará de meter los temas chuleteados vengan a cuento o no porque el caso es escribir y quedar bien ante los compañeros que le conocen. 

Lo divertido está en los taconazos y volteos frecuentes que  el futbolista realiza, especialmente cuando la unidad regresa a la posición original si teme ser descubierto.  El rato jocoso que vive tribunal compensa, pero si no está advertido o la unidad didáctica organiza un estrépito al tomar un rumbo imprevisto en su volteo, sucederá lo de hoy.

El  futbolista también fue protagonista de otra hombrada  Estando en Madrid por asuntos personales días después de suspender el  Derecho Canónico, único examen que presentó  en los pasados parciales, telefoneó al Prof.  Pérez Llantada desde una cabina próxima a La Cibeles. Le comentó que estaba de paso, quería devolverle un bolígrafo olvidado cuando estuvo en Tortosa y también preguntarle el motivo de haberle suspendido porque él sabía mucho derecho canónigo y, para demostrarlo… le silbó la marcha nupcial de Mendelsshon. El mismo profesor, pasmado,  se lo contó a Eugenio y preguntó si es el estudiante estaba en sus cabales.

Pero el futbolista no está sonado. Es  funcionario de Correos en Castellón, de mediana edad y aunque anda corto de  memoria, este curso matriculó a su hijo mayor alardeando de que él también lo  hacía  para dar ejemplo. Bueno, el padre está matriculado en tres asignaturas del 2º curso y lleva otras tres de 1º... Claro que, a quinientas pesetas que cuesta la matrícula de cada asignatura, si no aprueba tampoco sufrirá un descalabro económico.

El Delegado de Alumnos ha denunciado el asunto del copieteo porque sube la nota de los defraudadores y, por efecto contrario,  baja la de los estudiantes que acuden a examen con el único bagaje de sus estudios. Nosotros tenemos muy en cuenta su petición, sin embargo,  resulta imposible prevenir casos como el del copión del pinganillo que actuó en los exámenes de septiembre pasado, una especie de copieteo que, me temo, se pondrá de moda y debe ser atajado cuanto antes. Desde el váter de la segunda planta alguien transmitía  la contestación al cuestionario que un chorizo sacó apresuradamente del aula de las pruebas.

Resultó una peripecia chusca porque el  pinganillo que hacía pasar por sordo al alumno estaba mal conectado a la centralita o receptor que ocultaba bajo el cinturón del pantalón; así, en vez de procesar y transmitir las palabras que el elumno esperaba oír, la centralita decidió actuar por iniciativa propia y expulsar al aire sonidos similares  a los que exhala una barriga hambrienta sin que él pudiera ahogarlos.  La bulla terminó provocando que los compañeros de las proximidades y los mismos vocales del tribunal que pasaban cerca  le dedicaran frases como “¿No desayunaste hoy?”, “¡Sí que estás bueno!”, “¡Tendrás que aliviarte!”, etc., fraseología compasiva que convenció al copión con flojera intestinal de  que, pasada  la media hora de seguridad en la que nadie puede salir del aula, debía entregar el cuadernillo e irse al fresco y comentar con su compinche.

Una muestra de los preocupados que estamos con el copie es el proceder que tuvimos con el funcionario del traje inglés a quien el tribunal rebautizó como el pijín de librea inglesa, un tipo que acude a examinarse de punta en blanco con un terno propio de la City londinense.

Todo comenzó una tarde cuando pasaba un vocal a su lado y el funcionario llamó su atención para susurrarle intencionadamente: “Señor, mire para allí porque están copiando y eso nos perjudica”. El vigilante se sobresaltó y fue de inspección  en la dirección señalada, circunstancia  que el funcionario del traje inglés aprovechó para desabrochar su chaqueta, abrirla por la izquierda y dejar a la vista un manojo de rollitos de papel prendidos al forro entre los que eligió el más conveniente.

El funcionario actuaba de la misma guisa examen tras examen hasta que fue descubierto por el Dr. Martínez de Velasco, célebre por sus ojillos de lince --  entraba en el aula, siempre por la puerta de atrás y tardaba décimas de segundo en localizar al copión más avezado. En esta ocasión  la víctima fue el pijín de librea inglesa, descubierto cuando trajinaba en el interior de su chaqueta.

Desde entonces, al funcionario se lo hemos puesto difícil, porque si los copiones nos gustan poquísimo, estimamos aún menos a quienes atropellan el espíritu universitario denunciando a sus compañeros en provecho propio.  Ahora, antes de que se inicie una tanda de exámenes avisamos al tribunal de las triquiñuelas del funcionario y se lo identificamos. Eugenio me confesó que ayer tuvo un momento muy feliz cuando al concluir el examen de Derecho Civil II escuchó a unos estudiantes preguntando al funcionario si había copiado y él respondió: “No hubo manera. Se situó un vocal a mi lado y me fue imposible del todo”. Eugenio cree que estamos erradicando el copieteo en los exámenes, pero la verdad es que copiando o sin copiar sólo aprueba un 28% de los alumnos, porcentaje  que encoge mucho en Ciencias y todavía más entre los alumnos del Curso de Acceso de Mayores de 25 años. Hacer carrera  en la UNED no se regala; de ninguna de las maneras.

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