domingo, 5 de junio de 2016



CUADERNOS DE MARCELA, III

EL Comandante Angustias



Nota.: La UNED no habría funcionado en sus primeros años sin la ilusión y el esfuerzo impagable de sus profesores titulares y asociados multiplicándose a causa del todavía reducido número de catedráticos, programando y actuando en videos para TVE y redactando unidades didácticas memorables. Los profesores tutores igualmente se desvivían ilusionados en sus Centros aunque algunos también se sintieran movidos por otras  necesidades. A uno de estos últimos se refiere Marcela en sus Cuadernos.

La mayoría de los profesores-tutores del Centro parecen cortados por los mismos patrones, o son jueces, fiscales o abogados, o  P.N.Ns.  del Instituto; también podemos presumir de dos ingenieros nucleares -uno doctor-, un físico que desciende de Cristóbal Colón,  un doctor en Farmacia que es poeta laureado y enseña Biología, pero ninguno tan singular como el Comandante Angustias.

Al Comandante Angustias le cuesta media hora subir por las escaleras de San Luis. Agarrado al barandal de piedra como náufrago a un salvavidas, sube y resopla mientras un pie se alza y adelanta al otro con la parsimonia de un oso perezoso. El Comandante debe tener un enfisema descomunal, como corresponde a alguien que se ha beneficiado un cargamento de Ideales de papel amarillo que son los que fuma en cuanto tiene las manos libres.

Con todo, puntual es, pues, marcan las cuatro menos diez de la tarde cuando llega al primer piso; entonces se desplaza algo más ligero hacia el aula donde imparte clase de latín a los alumnos de Filología.

Lo supe por el profesor Octavi --que hacía una guardia sospechosa a la puerta del aula--, a  condición de que no informara al director y, lo pienso, para hacerme cómplice de la historia.

El Comandante, ya dentro del aula, distribuye unos papeles con caracteres en latín para que sus escasos estudiantes vayan traduciendo. Luego acurruca la cabeza entre los brazos y echa una siestecilla de unos veinte minutos; después, labora et labora con el pupilaje los entresijos de la traducción propuesta -- y se supone que bien realizada, aunque esto es una conjetura que toca resolver a Angustias.

“¿Y por qué no se jubila?”,  pregunté a Octavi y me contestó: “Porque siendo profesor de Instituto piensa que jubilarse es como condenarse a morir de hambre y, por las mismas razones económicas, tampoco está dispuesto a dejar  la UNED.  Parece que durante la guerra llegó a coronel habilitado, pero lo suyo era el latín y, como buen gallego, movió los brazos del pulpo necesarios durante los exámenes patrióticos de la posguerra para reconvertirse en profesor. Le llaman Angustias porque pasa la vida dándose lástima y provocando la de los demás.

Octavi, que lo sabe todo sobre el Comandante, me cuenta que es profesor de latín porque iba para cura, pero vino la guerra y al volver del frente conoció a la chica que se convertiría en su mujer y dejó pendiente lo del sacerdocio.

Cuando viaja a su tierra en vacaciones se detiene en Silos y como ha prometido a los hijos que jamás conducirá después de comer sin haber echado una siesta, la disfruta en un sillón  de la hospedería del monasterio donde excepcionalmente le dejan reposar; asegura, y no sé si es un invento de Octavi, que echar una siesta arrullado por el canto gregoriano --célebre en ese lugar-- es como un anticipo de su entrada triunfal en el reino de los cielos. Así las cosas, Angustias ha dicho a su mujer que en Silos tomará los hábitos si queda viudo, lo que me sorprende mucho porque no veo al hombre con trazas de durar, al menos si sigue subiendo por esta empinada, ancha  y desigual escalera de San Luis.
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