sábado, 7 de noviembre de 2015





DON   LEANDRO


NOTA

Don Leandro, es el primer relato de mi libro Historias de España. Lo abre una escena protagonizada por el abuelo de uno de los personajes y unos guardias civiles  que pasan por  debajo de su balcón.  Después, un hombre comenta a un viejo amigo el motivo de no despedirse de él un verano cuando eran chicos y hace memoria de los sucesos que lo determinaron. El relato se conecta a un suceso de la Guerra Civil y a otro del maquis en la postguerra. Las andanzas de los chicos sirven de contrapunto mientras un sargento aclara a sus compañeros la historia verídica que se oculta en torno al personaje del abuelo.


I

El cabo Fadrique y dos guardias jóvenes asomaron al final de la calle Cedeiro. Al divisarles desde el balcón, don Leandro se puso de espaldas y desplegó el periódico. Cuando creyó que se aproximaban, leyó en voz alta para que se enteraran los que  iban a pasar por debajo: “... En este mes de agosto de 1945, el ejército rojo soviético ha aplastado al poderoso ejército japonés de Kuangtung y ha entregado al ejército rojo chino el valioso equipo militar capturado, a saber, 3.700 piezas de artillería, 600 tanques, 861 aviones de guerra y numerosas embarcaciones navales. Esta acción, a la larga, puede resultar decisiva en la guerra que libra Mao con Chiang Kai-chek...” Los guardias jóvenes mostrando cierto desasosiego y cuchichearon entre sí algo que el cabo cortó con un seco:

-- ¡Ni caso!

Los guardias prosiguieron hasta el fin de la calle, donde estaba el cuartelillo. Una vez dentro, se quitaron los tricornios y el correaje. El más joven se atrevió a preguntar mientras frotaba sus botas con una gamuza:

-- Mi cabo, ¿por qué no paramos los pies a ese viejo provocador?

-- Porque ya tuvo lo suyo. Preguntadle al sargento Marcos. El viejo-ya-tu-vo-lo-su-yo — silabeó mientras se sentaba a escribir.


II


¿Qué habrá sido de ti, Pepín? Raulito me dijo que eres perito industrial en Vigo, que tienes familia; poco más. Las amistades de niños se desvanecen, pero me acuerdo bastante de ti. La pandilla de mi primo mayor no siempre me acogía cuando veraneaba en Lebico; entonces me juntaba con mi primo Raulito y contigo. Acudir a la casa de tu abuelo, don Leandro, se convirtió en una costumbre y estar con vosotros en una diversión continua. Mi primo era de la casa. Don Leandro le tenía adoptado porque Raulito juraba y perjuraba que sería médico como él. Y tu abuelo lo daba por hecho y decía: “Cuando muera, todo ese instrumental de la vitrina será para ti”. ¿Recuerdas? Lo primero que hacía mi primo cuando subía a vuestra casa era comprobar si el instrumental seguía en la vitrina y en la disposición de siempre; luego saludaba. También me recibíais muy bien; al fin al cabo yo era hijo del mejor amigo de tu padre; si nos conocíamos menos era porque yo vivía en Madrid y sólo iba a Lebico por los veranos.

De todos mis recuerdos sobresale el de la tarde de mi marcha y fue por los sucesos tremendos que ocurrieron. Fue un domingo de octubre tardío; mi padre había prolongado nuestra estancia para buscar unos foros que nuestro abuelo consideraba perdidos y, también, porque mi madre había mostrado muchísimo interés en presenciar la vendimia.

Tal día se supo que el maquis había asesinado al párroco de Dragonte. Corrían rumores de todo tipo y uno de ellos  ponía los pelos de punta... que si el cura estaba diciendo misa y, justo cuando alzaba, le soltaron dos ráfagas de metralleta haciendo una cruz ante el espanto de los feligreses; otros dicen que alguien disparó y el cura dijo “Salvase el que pueda que yo estoy servido” y se metió como pudo en la sacristía; entonces El Corchas, no es seguro que fuera él, tiró una bomba adentro, pero no reventó. También pillaron a cuatro hombres con quienes el jefe de los guerrilleros tenía cuentas pendientes y les dijeron: “El que quiera salvar la vida que me de tres mil pesetas”, se las dieron, pero les mataron y además hirieron a dos mujeres.

Estábamos a punto de cruzar la calle cuando nos detuvimos en la acera para no ser arrollados por el sargento Marcos, el cabo y dos guardias que venían apresurados desde el cuartelillo camino del monte. Cuando pudimos subir a tu casa, contamos lo ocurrido en Dragonte a tu abuelo y, escuchados los detalles, don Leandro dejó caer el Diario de León sobre las rodillas y, soltando un exabrupto, repitió varias veces ... “¡La que se va a armar! “¡La que se va a armar!”.

Ya tranquilos, hicimos planes para pasar la tarde y entonces dijiste con voz de ordeno y mando: “Vamos a la poza de las culebras”. Y para allá fuimos aunque el lugar no era mi preferido porque era el escogido por el tío Monchín para enseñarnos a nadar. El tío decía: “Aquí te puedes bañar tranquilo porque no viene nadie gracias a las culebras” y lo repetía y repetía. Ya metidos en el agua, me colocaba su cinto rodeando el pecho y la espalda y, sosteniendo el sobrante en alto, me gritaba aguas adentro: “¡Bracea y dale a los pies!”, algo que yo hacía desesperadamente y con mucha desconfianza mientras lloraba de miedo a ahogarme y por las culebras.

Aquel verano nos dio por espiar al Goyo y su novia; corrían rumores de que se daban el filete en una chopera cercana a la poza y ardíamos en la curiosidad de verles en faena. Goyo era el mítico portero de la Gimnástica y Cultural de Lebico; la novia, un monumento de Vega de Espinareda. Raulito aseguraba que el organista de San Cosme había comentado que el espectáculo de los novios era como el encuentro de un piano con las manos de Beethoven..., un decir, porque sólo les vimos esa vez: estaban sentaditos y en animosa charla.

Total, que esa tarde, como tantas otras, nos entretuvimos saqueando el acerolo de un huerto próximo al río, tirando cantos sobre la superficie del agua para ver quién lograba más rebotes y llegaba más lejos, hasta que nos cansamos y nos sentamos en la orilla. Raulito, que por entonces era muy sabido, contó historias que nos pasmaron... que el río Burbia había marcado la frontera entre los reinos de Galicia y de León y así figuraba en los viejos mapas... que el Rey Bermudo I de Asturias, sabiendo que el emir Hisan I regresaba a Córdoba con un gran botín fruto de una incursión por Galicia, trató de cortarle el paso justo aquí, en Lebico, pero el general Yusuf Ibn Bokht le infringió tal derrota que, después, Bermudo I decidió abdicar muy avergonzado por haber capitaneado el mayor desastre militar de los asturianos... 
      
Nos sentíamos felices matando el tiempo cuando nos sobresaltaron unos resoplidos roncos y entrecortados detrás de nosotros. Se enfrentaban  un lagarto verdinegro y una culebra de escalera cuyos cuerpos se revolvían en una pugna feroz, bien que la culebra parecía tener las de ganar. Sin dudarlo, empezamos a tirar piedras hasta que la culebra se alzó amenazante basculando hacia nosotros y desaparecimos tan veloces como los feroces contendientes.

Regresamos al patio de tu casa, y en un pis pas te esfumaste en la panera para después volver con un michino en la mano izquierda y unos cables en la derecha. Ataste los cables por un lado a sus patas delanteras y por el otro los enlazaste a un conmutador de la luz. Entonces dijiste: “Veremos si es verdad que los gatos tienen siete vidas” y accionaste la palanca del conmutador ligeramente hacia abajo. La corriente fluía y el gatito saltaba y hacía contorsiones grotescas pareciendo un puerco espín, la piel erizada y maullando entre convulsiones. Al mismo tiempo oíamos un chirrido como de algo que se fríe. Tirabas de la palanca hacia abajo o la alzabas, lentamente o aprisa, así varias veces, hasta que le mataste. Un olor a pelo y carne chamuscada se extendió por el patio cuando arrojaste el animal al suelo envuelto en una pequeña nube de humo. Luego dijiste a Raulito: “¿No vas a ser médico? Comprueba si tiene siete vidas”. No sé qué hizo mi primo porque yo salí de estampida, más asustado que cuando el tío Monchín me metía en la poza de las culebras; quizás oí un grito de mi madre llamándome, o lo quise oír. Por eso no me despedí de ti.


III


La tarde ha sido intensa. Han perseguido a los maquis, pero no han dado con ninguno. El sargento redacta el atestado como le enseñó el teniente Paláez, preguntándose “¿Quién?” y escribiendo

“...Evaristo González Pérez, alias Recesvinto, natural de Dragonte donde nació en 1916, acompañado de los guerrilleros Abelardo Macías alias Liebre, Silverio Yebra Granja, alias Atravesado, Guillermo Morán García y Odilio Fernández Rodríguez...”

preguntándose “¿Cuándo?” y escribiendo,

“...El 21 de octubre de 1945...”

preguntándose “¿Cómo?” y escribiendo

“...No hay unanimidad entre los testigos. Unos aseguran que ametrallaron al párroco cuando alzaba en la misa, otros que le tiraron una bomba de mano, siendo lo más posible que les dispararan...”

preguntándose “¿Dónde?” y escribiendo

“...Por lo expuesto, tampoco está claro si al párroco le mataron en la iglesia, si le alcanzaron en la sacristía o, lo más viable, que le asesinaran junto a los otros a las afueras del pueblo...”

preguntándose “¿Por qué?” y escribiendo

“...Evaristo González fue apresado al final de la guerra y sometido a juicio. El cura aportó informes y denuncias contra Recesvinto lo que sirvió para que, primero,  fuese condenado a muerte, pena después conmutada por treinta años de prisión que no terminó de cumplir al evadirse...”

El sargento no tarda en poner el punto final y, observando el cansancio de los compañeros que fueron con él de batida, pide a su mujer que acerque unos vasos de vino. Beben golosos, despacio y en silencio hasta que uno de los guardias jóvenes pregunta:

--Mi sargento, ¿tendría inconveniente en contarnos qué sucedió con ese viejo que nos incordia cuando pasamos bajo su balcón?

El sargento se toma un tiempo y después dice:

-- Una tarde... creo que fue en julio de 1939, se presentó en Lebico gente de Gobernación relacionada con uno de aquí; nos pidieron que arrestáramos al médico y a su hijo; al primero por ser un miembro destacado de Izquierda Republicana o del partido socialista, no recuerdo bien, y al hijo porque le presumían igual militancia. Les arrestamos y cuando les metimos en el calabozo del cuartelillo, uno de los de Gobernación les largó: “Esta noche tenéis que decidir a quién de los dos paseamos mañana”. Llegó el día siguiente y el médico dijo que ya estaba todo acordado, que le mataran a él. Entonces el mismo individuo de la noche anterior se puso a reír y a befarse mientras soltaba: “¡Eso te crees, viejo! ¡Con nosotros se viene el joven porque es quien puede hacer más daño!”. Se lo llevaron al Ayuntamiento de Villafranca donde estaban retenidas otras personas. Cuando era prácticamente de noche subieron trece o catorce detenidos al camión de gaseosas de Olarte. Les bajaron en el kilómetro 8 de la carretera de Ponferrada a Orense, por Prioranza. Alumbrados por los faros del camión, les fusilaron. Parece que uno logró escapar y se unió al maquis.

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Año 1.945

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