Dos tipos de novela --la
naturalista y la subjetivista-- triunfaban cuando Baroja empezó a escribir. El
autor naturalista subrayaba los factores metafísicos, genéticos y sociales que
limitaban la libertad del hombre y escribía buscando una utilidad social; el de
novelas subjetivistas se entretenía menos en los factores que determinan la
vida y el comportamiento, desligaba los personajes del mundo fenoménico hasta un
cierto punto proporcionándoles mayor libertad al propósito de escudriñarles
psicológicamente.
Pío Baroja heredó lo principal
de ambas maneras de novelar. El énfasis naturalista y la introspección
psicológica ya aparecían en Vidas sombrías
(1900) y resplandecieron en sus mejores
novelas. El naturalismo en Baroja se embozaría
definitivamente en la idea darwiniana del struggle for life, tema de su trilogía La lucha por la vida (1904) donde
el leitmotiv de la busca
impulsa las acciones de los personajes y el
hallazgo depende de su fortaleza y fortuna
para realizarse en la vida; tres
personajes principales -–Manuel Alcázar, Salvadora y Roberto Hasting— laboran y
lo logran mientras los demás caracteres realizan una busca infructuosa y/o sucumben
víctimas de la ley del más fuerte.
Pero el tema de la lucha por la
vida y el leitmotiv de la busca ya aparecían en Camino de perfección (1902) como estuvieron en novelas posteriores
y el subjetivismo de Baroja –relevante en Camino
de perfección—se irá perfilando más hasta dar en la cumbre de El árbol de la ciencia (1911), la más
importante de sus novelas. El subjetivismo también acoge circunstancias autobiográficas
del autor[ii], pero se centra principalmente
en la indagación del personaje que, proyectado sobre el plano de una realidad
literaria, busca su identidad.
La publicación de la trilogía
de La lucha por la vida Baroja puso
de relieve la realidad exterior como el espacio donde se entabla la batalla por
la subsistencia, una batalla al fin y al cabo universal protagonizada por la
especie del hombre y, para representarla, creó un héroe colectivo. En Camino de perfección y El árbol de la ciencia Baroja auscultó la
realidad interior en la busca emprendida por dos héroes concretos, Fernando
Ossorio y Andrés Hurtado. Registrar la evolución de sus procesos mentales
importará más que su relación con los
otros; la acción interior más que sus actividades. Ossorio y Hurtado son
conscientes de estar limitados por causas genéticas y familiares, pero se
rebelarán contra sus taras aunque, a la manera modernista, se encierren en la
torre de marfil de su yo creyendo que el remedio a todo consiste en no
accionar, en alejarse de la realidad y del vulgo municipal y espeso.
Añadiré que la busca identitiva
de los protagonistas de Camino de perfección y El árbol de la ciencia[iii],
refleja un periplo que poco a poco les va inmovilizando en el espacio y en el
tiempo hasta desligarles de la idea de futuro. Por otro lado, el Noventa y ocho queda reflejado en estas
novelas, pero como ilustración del condicionamiento que pesa sobre los
individuos que se realizan en una sociedad decadente.
De entrada se observa el empleo
de una singularidad muy barojiana en la creación del personaje: un sentimiento de orfandad --característico
de una adolescencia no superada del todo-- que refuerza la sensación de soledad y
desamparo del héroe cuando emprende su particular lucha por la vida.
Fernando Ossorio vive infancia
y adolescencia como si estuviera huérfano de padre y madre. La educación que
recibe de una nodriza fanática y de un abuelo volteriano determina el espíritu
contradictorio del héroe. Cuando el abuelo muere, la madre “a quien indudablemente estorbaba en su casa
y que no quería tenerme a su lado” (CP,I,7) le
envía a Yécora para que concluya el bachillerato. Pasa dos años interno en un colegio de escolapios y otro en la casa de un
administrador de las fincas familiares, experiencias que, según Fernando, le
transforman en vicioso, canalla y malintencionado. Regresa a Madrid cuando
muere su padre; tiene dieciocho años. Fernando resume así su experiencia: “Total, que gracias a mi educación han hecho de mí un degenerado” (CP,I,8). Atribuye
la histeria que padece a sus mayores: “la
influencia histérica se marca con
facilidad en mi familia. La
hermana de mi padre, loca; un primo, suicida; un hermano de mi madre, imbécil,
en un manicomio; un tío, alcoholizado” (CP,II,13). Todo
ello ha contribuido a entristecer su vida condenándole a vivir dentro de sí y
avejentándole prematuramente.
Hurtado padece un desamparo
comparable al de Ossorio. El narrador dice: “Se sentía aislado de la familia, sin madre, muy solo, y la soledad le
hizo reconcentrado y triste” (AC,1ª-IV,48). No
gravita hacia su padre; muy al contrario, la hostilidad entre Hurtado y su progenitor
crece a
medida que Andrés se hace hombre: “El
hijo no le pedía nunca dinero, quería considerar a don Pedro como un extraño”
(AC,1ª-IV,49). Al
comenzar la carrera decide residir en un cuarto situado bajo el techo de la
casa donde antes vivía con su padre significando el alejamiento intencionado del espacio familiar.
El espacio familiar resulta clave
para el desarrollo de la personalidad porque custodia las raíces, diríamos, la
genética del ser; la familia presta una identidad hasta que el adolescente elabora
la propia y se encauza hacia un cometido en la vida. Fernando y Andrés rechazan
los lazos familiares, la identidad prestada. Pretenden eliminar de su
experiencia cuanto condicionó e influyó en sus actitudes de hoy. Al salir del espacio
familiar corren el peligro de ser absorbidos por el mundo exterior, pero se
defienden buscando su realización personal. Ossorio ha elegido el camino de la
experiencia mística confiando que la fe le resuelva el problema de creer y de motivarse
en la vida. Hurtado opta por el camino de la experiencia intelectual.
Cuando ambos se ponen en acción,
la adolescencia no superada les lastra. Se
manifiesta en las vacilaciones y contradicciones continuas de sus caracteres, en el impulso
egoísta que domina la mayoría de sus actos y la autocrítica constante. De la depresión
pasan a la irritación y viceversa.
Fernando no sabe cómo huir de
su amorío con la tía Laura; jamás se sintió tan mal, tan lejano a sus ideales
de vida: “Y cada día Fernando estaba más
intranquilo, más irritado y desigual en su manera de ser. De afirmaciones
categóricas pasaba a negaciones de la misma clase, y si alguno le contrariaba,
balbuceaba por la indignación palabras incoherentes”(CP,VI,35). Más
adelante estalla en improperios y bestialidades contra el cura y el
administrador de Yécora cuando ambos creían haber influido beneficiosamente en
la vida del joven. Su tendencia a la depresión es tan continua que ningún
bienestar le satisface; comentando su estancia en la finca de labor dice: “Lo cierto que hace dos semanas que estoy
aquí, y empiezo a cansarme de ser dichoso” (CP,XLVII,180).
Andrés Hurtado cree que el
optimismo y el pesimismo “son resultados
orgánicos como las buenas o malas digestiones” (AC,3ª-V,160), sin
embargo, su hermana Margarita le acusa de hacer siempre lo posible por sentirse
mal. Trabajando de médico en la Higiene se
despreocupa de las miserias de las prostitutas, pero observa que la atmósfera
del lugar le hace daño, que en su vida no hay nada sonriente o amable: “Los dos polos de su alma eran un estado de
amargura, de sequedad, de acritud, y un sentimiento de depresión y de tristeza”
(AC,6ª-V,265).
Incluso cuando está casado con Lulú y la felicidad parece sonreírle “Su pensamiento le hacía pensar que la calma
no iba a ser duradera” (AC,7ª-II,293). La
tendencia a la irritación y lo depresivo en ambos protagonistas les impide progresar en el
camino de la fe o de la experiencia intelectual que se habían propuesto.
El miedo a la enfermedad y a lo
desconocido es propio
de la adolescencia.[iv]
Buscando el éxtasis de los místicos, Ossorio siente como un “aura epiléptica” y piensa que se va a
caer en cualquier instante: “Voy a tener convulsiones –se decía a sí mismo, y
esta idea le producía terror pánico” (CP,VII,37). Sus
miedos proceden de la infancia, otros se forjaron en la pubertad; al acostarse
cree oír la respiración de un hombre; al abrir la puerta de un cuarto oscuro ve
la silueta de tres ajusticiados
al fondo. El miedo es “un huésped continuo” (CP,VIII,44). Su
debilidad física le hace temer un estado de locura o de anemia cerebral. Se
viste pobremente para salir a los caminos, “cosió
unos cuantos billetes en el forro de su americana, se vistió con su peor traje,
compró un revólver” (CP, VIII,44.45)… que
sacará al oír los ladridos de un perro. Su miedo tiene origen en el desorden de
su cerebro, en la histeria y en la impotencia para encontrar la fe y el Dios
que busca.
Andrés tiene miedo a salir mal
en los exámenes y le
aterra la idea de la tuberculosis. Ejerciendo de médico en Alcolea prescribe
los medicamentos en pequeñas dosis a fin
de no correr el riesgo de una torpeza, pues, piensa que “no hacía casi nunca un diagnóstico bien” (AC,5ª-IV,209). Ama
a Lulú, pero las palabras de su tío Iturrioz respecto de lo que pueda suceder
con su descendencia le
meten miedo en el alma, y cuando va a ser padre anticipa lo peor llevado de su
fatalismo. Ansía encaramarse a las ramas del árbol de la ciencia, pero la vida
le atrae de una manera trágica: “Muchas
veces se le figuraba que en su vida había una ventana abierta a un abismo.
Asomándose a ella, el vértigo y el horror se apoderaban de su alma” (AC,7ª-II,293).
El erotismo destaca asimismo a
través de rasgos adolescentes
en
la trayectoria de Ossorio y Hurtado. Cada uno tiene su ideal de mujer, pero mientras buscan, aceptan el
placer vicario para aquietar los instintos; imaginan amores donjuanescos con monjas que
han muerto o apenas vislumbran a través de las rejas del convento, o dejan que
su sexualidad explote atraídos por mujeres mayores –caso de Fernando con su tía
Laura—o casadas y experimentadas, como le sucede a Andrés con Dorotea. La
atracción va seguida de la repulsión que sienten por la persona objeto del encuentro
erótico; le sucede a Ossorio con la mujer de luto, Laura y la jovencita Adela
con la que además se siente impotente. Hurtado prefiere la neurosis al amor,
pero atribuye a la castidad su mal estado de salud; la necesidad le acerca a
Dorotea para encontrar el acto de amor absurdo y la experiencia aniquiladora.
El adolescente tiende al
pensamiento abstracto y su vía de escape hacia lo espiritual o intelectual es
un fenómeno que suele estar relacionado con la aparición de sus trastornos
físicos o eróticos. El ideal de Fernando es lo contrario de lo que ha vivido y
vive: “El ideal de su vida era un paisaje
intelectual, frío, limpio, puro, siempre cristalino, con una claridad blanca,
sin un sol bestial; la mujer soñada era una mujer algo rígida, de nervios de
acero, energía de domadora y con la menor cantidad de carne, de pecho, de
grasa, de estúpida brutalidad y atontamiento sexuales”(CP,VI,29)
Consciente de que día por día se aleja de sus ideales pasará el tiempo
autocriticándose y elaborando proyectos de purificación que su abulia le impide
realizar. Hurtado se le asemeja y, pese a la falta de emoción cientificista con
la que se expresa, Lulú, que le conoce
bien, exclamará: “¡Qué hombre más
ideático!” (AC,7ª-II, 291).
Los adolescentes imitan las
personas o los arquetipos que, a su juicio, resolvieron los problemas de identidad –o de parecida
envergadura—que ellos experimentan. La
busca identitiva de Ossorio y Hurtado pretender
ser personal, pero están influenciados por los otros
con quienes se asocian.
Fernando busca enardecer su fe,
sentir el éxtasis propio de los místicos. Lo que no consigue rezando en las
iglesias lo vislumbra en los cuadros de Pantoja de la Cruz, Sánchez Coello y
sobre todo El Greco. Contemplando El
entierro del Conde de Orgaz, “Fernando
levantó los ojos, y en la gloria abierta por el ángel de grandes alas, sintió
descansar sus ojos y descansar su alma en las alturas donde mora la Madre
rodeada de la eucarística blancura en el fondo de la Luz Eterna” (CP,XXIII,101). Un
día tropieza con los Ejercicios de
San Ignacio de Loyola; el libro no le influye al principio, pero luego
encuentra “ un fondo de voluntad, de
fuerza; un ansia para conseguir la dicha ultraterrena y apoderarse de ella, que
Ossorio se sintió impulsado a seguir las recomendaciones del santo, si no al
pie de la letra, el menos en su espíritu” (CP,XXI,109) y
concluye preguntándose si él también ha nacido para místico, dispuesto a que la
fe le atraviese el corazón “con una
espada de oro” (Ibíd.).
Andrés, más intelectual y
apartado del prójimo es, sin embargo, el más propicio a dejarse atraer e influenciar.
Su dependencia de Iturrioz es enorme: el tío desempeña el papel de guía y
consejero que en circunstancias normales hubiera oficiado don Pedro; le resuelve casi todos sus problemas
materiales –recomendaciones para pasar los exámenes, puestos de trabajo—y siempre le predica la acción en
un círculo pequeño. Andrés, sin apego a la religión, tiene su biblia particular
en el Parerga y Paralipomena;
Schopenhauer, según Hurtado, “tenía para
él atractivo de ser un consejero chusco y divertido” (AC,VIII,72), aunque
le llena de pesimismo y le induce a la inacción. Los consejos de su tío y las
influencias del filósofo batallan en su mente, pero si Schopenhauer parece más
influyente en las decisiones de Hurtado por
su tendencia al pensamiento abstracto, después, cuando ya no hay remedio, reconoce la verdad de lo
predicado por su tío.
El adolescente se siente
atraído por el mundo exterior, pero cuando éste se muestre adverso, le huye.
Fernando pasa por esta experiencia y llega a negar la existencia de la realidad
exterior: “¿Qué es la vida? ¿Qué es
vivir? ¿Moverse, ver, o el movimiento anímico que produce el sentir?
Indudablemente, es esto: una huella en el alma, una estela en el espíritu, y
entonces ¿qué importa que las causas de esta huella, de esta estela, vengan del
mundo de adentro o del mundo de afuera? Además, el mundo de afuera no existe; tiene la realidad que yo le quiero
dar. Y, sin embargo, ¡qué vida ésta más asquerosa!” (CP,
XX,91).
A Hurtado no sólo le molesta la
realidad sino que, pesimista como es, adjetiva el mañana como una realidad
insufrible. Estando en Valencia: “Andrés
no quería salir a la calle; tenía una insociabilidad intensa. Le parecía una
fatiga tener que conocer a nueva gente!“ (AC,3ª-IV,156), y
cuando su hermana Margarita le pregunta la causa de su ostracismo, responde: “No me interesa nada de cuanto pasa afuera”
(Ibíd.).
Comenté el distanciamiento de
Fernando y Andrés de sus familiares, paralelo al que tienen con los amigos. Su apartamiento del prójimo, de los otros, resulta equidistante a su
alejamiento del espacio exterior. Para verlo claro, comparemos esa situación con las que tienen los
personajes de La lucha por la vida. En
la trilogía hay un héroe colectivo, pero existe comunicación entre los
personajes que se mueven por los distintos círculos espaciales del Madrid simbólico;
incluso podemos definir al héroe colectivo como una masa enajenada,
activa, que participa de la misma busca:
la salida del laberinto de la miseria, el triunfo en la lucha por la vida. Pero
la masa enajenada de La lucha por la
vida no se parece casi en nada a la masa resignada de Camino de
perfección y El árbol de la ciencia;
el adjetivo resignada no establece la
diferencia por sí mismo: es la cualidad que los protagonistas atribuyen al
colectivo de los otros porque Ossorio y Hurtado no vacilan en subrayar cuanto
les diferencia de ellos.
Estando en Yécora, Fernando
contempla la procesión nocturna del Miércoles Santo; mientras el pueblo se
arrodilla al paso de las imágenes, Ossorio “se
irguió, con intenciones de protestar de aquella horrible mascarada. Vio las
miradas iracundas que le dirigían los disciplinantes, al ver su acto de
irreverencia, los ojos negros llenos de amenazador brillo a través de los antifaces, y sintió el odio; cubrió su
cabeza, ya que no podía hacer más en contra, y, volviendo la espalda a la
procesión, se escabulló por una callejuela” (CP, XLII,162).
Andrés Hurtado se encuentra a
disgusto en Alcolea. El pueblo ejemplifica a cualquier comunidad que ha ido deteriorándose
y no reacciona; es, como la Orbajosa de
Galdós, símbolo de España y, al mismo
tiempo, espeja la abulia que Hurtado padece, temperamento que, sin embargo, le solivianta cuando la percibe en los otros: “El pueblo aceptó su ruina con resignación” y se añade: “—Antes éramos ricos—se dijo cada
alcoleano--. Ahora seremos pobres. Es igual; viviremos peor; suprimiremos
nuestras necesidades” (AC,5ª-V,212).
Andrés siente malestar y repulsa
ante
ese estoicismo y su distanciamiento del pueblo se evidencia en el aire que
adquiere de extranjero y en la
animosidad creciente que provoca: “Poco a
poco, y sin saber cómo, se formó alrededor de Andrés una mala reputación; se le
consideraba hombre violento, orgulloso, mal intencionado, que se atraía la
antipatía de todos” (AC,5ª-VIII, 226).
Si la enajenación de los
anarquistas de Aurora roja surge de una
relación imposible con la sociedad y han decidido derribarla para reconstruirla,
en Camino
de perfección y El árbol de la
ciencia sus protagonistas buscan alejar su microcosmos del macrocosmos
social, erradicarse. Repudian la corrupción del macrocosmos y a un prójimo al
que piensan satisfecho con su riqueza o su miseria. Fernando ha subido al monte
y sentado en una peña observa a Yécora y “hubiese
querido tener en su mano la máquina infernal, el producto terrible engendrador
de la muerte, para arrojarlo sobre el pueblo y aniquilarlo y reducirlo a
cenizas y terminar para siempre con su vida miserable y raquítica” (CP,XLIV,170). El
distanciamiento de Hurtado es mayor: “Su instinto antisocial se iba aumentando, se
iba convirtiendo en odio contra el rico, sin
tener simpatía por el pobre” (AC,6ª-V,265) consciente
de que la estirpe burguesa se prepara para esclavizar a los pobres. Piensa que
los de abajo son un casta degradada, pero no hace excepciones y, su irritación,
da pie a ideas tremendas como la de colocar media docena de ametralladoras y
liquidar a todos los que vuelven de la corrida de toros los domingos.
La fase culminante de la
adolescencia surge cuando se pierden las ilusiones; entonces, lo normal es ser absorbido
por la vida aunque algunos contemplan la idea del suicidio. Ossorio y Hurtado
han llegado al punto de no sentirse motivados por nada. El tiempo psíquico adquiere
toda su relevancia. Acaba de anotar el fin de la adolescencia y el albor de la
madurez Llegado el final, tiempo y
espacio proyectan una imagen única: la inmovilidad. Si el pasado de Fernando y
Andrés está lleno de pérdidas afectivas así como de experiencias inconclusas,
si el presente ha querido ser una busca agónica de la realización personal y la
busca ha fracasado, los personajes están inmóviles en el espacio interior, en
un presente sin asomo de futuro. Entonces emerge la imagen del laberinto. El
espacio interior donde han vivido Ossorio y Hurtado es un laberinto de viso
infernal. Al asomarse a los abismos de su personalidad, Fernando y Andrés sólo encontraron
angustia, vértigo y terror; sus miedos frecuentes, sus irritaciones, han sido
signos de impotencia ante lo inapelable. En el infierno no cabe la idea de
futuro; sólo un presente estático, angustioso y devorador.
Fernando ha llegado al instante
en que el cerebro parece desintegrarse; su trashumancia ha derivado en una
caída progresiva, sin una esperanza; en eso estado de postración se deja ganar
por Dolores, la prima que lanza el hilo para sacarle del laberinto y
restituirle al espacio familiar y al orden burgués por la vía del matrimonio; a partir de la boda
será otro.
Hurtado ha gozado fugazmente de
la felicidad junto a Lulú, pero al fracasar en la experiencia del hijo y perder
a la esposa, incapaz de soportar el triunfo del determinismo que ha pesado
sobre su vida y el de las leyes de la ciencia que había olvidado por amor, se
suicida.
Y así concluyen estas
dos fábulas tan parcialmente semejantes y de tan opuesto final, contadas por un
autor fantástico, capaz de navegar con facilidad por los vericuetos más
complejos de la ficción reflejando la vida.
NOTAS.:
[i] Este trabajo es una revisión profunda del
que apareció en Barojiana, Taurus, Madrid, 1972. Este libro incluye los siguientes
estudios: Juan Benet, Barojiana;
Carlos Castilla del Pino: Baroja:
Análisis de una irritación,
Francisco Pérez Gutiérrez: Los
curas en Baroja; Javier Martínez Palacio:
Personaje, tiempo y espacio en Baroja; Manuel Vázquez Montalbán: La perversidad sentimental de Pío Baroja.
[ii] Carmen Baroja en Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, Prólogo edición y
notas de Amparo Hurtado, Tusquets, Barcelona, 1998, hace comentarios sobre su
hermano y su obra a partir de la pág. 188 y ss. En el libro de Pio Caro Baroja Crónica barojiana. La soledad de Pío Baroja,
Ed. Caro Raggio, Madrid, 2000, hay un capítulo “Baroja y su obra”, pág. 87 y
ss. donde comenta algunas influencias de la biografía de su tío en sus novelas.
[iii] Mis citas provienen de Pío
Baroja, Camino de perfección (Pasión
mística), Las Américas Publishing Co., New York, s.f. (esta edición es
copia de la de Rafael Caro Raggio de 1920) y Pío Baroja, El árbol de la ciencia, Caro Raggio/Ediciones Cátedra, Madrid,
1987. Las citas anotan las siglas del
título de cada novela, el capítulo y la página. En el caso de El árbol de la ciencia, dividida en siete partes, señalo Parte y Capítulo de la misma.
[iv] Al estudiar las características adolescentes de los
personajes de novela tuve en cuenta el formidable libro de Robert E. Lott, Language and Phychology in
Pepita Jiménez, University of Illinois Press, Urbana, 1970, y el de Justin
O’Brien The Novel of Adolescence in
France, Columbia University Press, New York, 1937.
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