martes, 24 de septiembre de 2013



UNA CARTA DE RAMÓN GONZÁLEZ-ALEGRE


Revolviendo papeles hallé una carta de Ramón González-Alegre fechada el 24 de abril de 1963 en Vigo,  por lo tanto, recibida antes de irme a  Texas. Habíamos hecho amistad en los veranos previos. Él escribía y yo también. Su casa estaba casi enfrente a la de mis abuelos paternos en la calle del Agua de Villafranca del Bierzo, la misma calle donde nació el romántico liberal Enrique Gil y Carrasco. En aquellas tardes de cháchara  comentábamos lo que escribíamos.  Al concluir los veranos, la amistad se entretenía por carta.

Mi integración en la Universidad  de Texas en Austin --llegué en enero  de 1964—y en el sorprendente mundo norteamericano de aquellos días me absorbió  y la correspondencia con Ramón fue demorándose hasta desaparecer. Todavía en septiembre de 1965 me envió Por entre el arpa y la saudade con una dedicatoria muy afectuosa. Un día me pregunté: ¿Por qué no me escribirá Ramón? Desconocía que había muerto en 1968 con sólo 48 años. La historia se ha repetido cuando hace una semana supe que otro amigo de juventud, el profesor Antonio Martínez Herrarte, falleció hace dos años largos en Austin.

A Ramón le apasionaba escribir y, como le sucedió al paisano Martín Sarmiento, amaba el gallego, a cuya exaltación dedicó libros y actividad personal como director de la revista literaria Alba y como editor. Pero esa actividad no evitó que cayera en el olvido, como la mayoría de los escritores que hicieron su obra durante el franquismo. En Ramón también había un perfil de religiosidad que pudo contribuir a la postergación.

Ramón no me tuteaba; tampoco lo hacía con sus próximos -- al memos tal me pareció en aquel comienzo de los años sesenta. Era serio,  complejo; vivía años difíciles de ser vividos.  Carecía de tiempo y ello le impedía dedicarlo a las amistades. En la carta citada escribía con pesar: ”He de atender a la colaboración del periódico, porque me la piden personas relacionadas con la Empresa a quienes no tengo  más remedio que decir Amén. Pero yo quisiera disponer de horas para dedicar  a mis amigos, y estos propósitos fallan lamentablemente.

Su poética nacía de la experiencia del vivir aunque no era hombre acomodado a la realidad; mantenía una lucha interna que mencionaba de refilón y sin identificar en su carta: “Puede creerme que pienso que el meollo poético del hombre se basa en la experiencia viva. Este es el palenque de donde arrancan las furias del hombre y sus piedades. De ahí que yo haya empezado mi vida literaria arrancando de un acto positivo que empezó en mí mismo”.

En lucha con el ambiente, se colaba como podía por los entresijos que hallaba en aquel tiempo de silencio: ”he ido penetrando de un modo inconexo, a veces dramático, en un medio ambiente que me carga y que no soporto. Me he incorporado  con la vida a una forma de ser que pugna con mis sentimientos íntimos. Por ello he abocado a este conjunto de aparentes contradicciones que es el camino de mi tortura vital.”

Y de inmediato revelaba el  motivo de sus escapadas al Bierzo: “Por eso huyo, por eso no quiero sino evocar los manantiales de mi Bierzo, y ahora, tras la experiencia amarga, encontrar el camino de la Verdad”.

Su religiosidad le llevaba a comentar sin veladuras y con firmeza: “Ustedes los jóvenes están hartos de Teología confusa y de plañiderismo gregoriano, de hipocresía clerical, de viejos tumbos y más tumbos en el redondel hispánico de las conveniencias. Por eso les resulta difícil entender la significación tan profunda de una sobrenaturalidad permanente. ¡Si usted supiese cómo me repugnan a mí tales falsos profetas! Pero voy en busca de Algo que representa Una Obra Viva, que surge precisamente de la totalidad de la naturaleza humana. Me vive y me habita dentro San Francisco de Asís, y me apacigua frente a tantos beocios con capisayos. Tendríamos mucho que hablar de todo esto.”

Y se despedía con gracia: “No puedo escribirla más. Esto que le digo del trabajo agobiante no es más que el exacto reflejo de la verdad. En este país para poder comer hay que ponerse en carne viva las culeras.  Y ya no digamos si uno quiere tomarse un postre.”

Mi recordatorio pretende mínimamente contribuir --desde una imaginaria última fila del patio de butacas del Teatro villafranquino-- a rescatar del olvido a Ramón, propósito iniciado por el Instituto de Estudios Bercianos el pasado mes de  abril (2013) al  dedicarle las VIIIas. Jornadas de Autor mediante ponencias, recitales, lecturas dramatizadas y mesas redondas, aireando su vida y su obra también en una exposición y con la exhibición de un vídeo. Los actos tuvieron lugar en el citado Teatro Villafranquino de la capital histórica del Bierzo y también en el Centro Universitario de la UNED en Ponferrada.

Ramón nació  en Villafranca  del Bierzo en 1920, pero se fue a estudiar a Villagarcía de Arosa en 1926. Estudió  Derecho en Santiago, fue profesor en la Complutense de Madrid y se instaló  en Vigo en 1949 donde ejerció como abogado. Falleció en esta ciudad  en 1968.

Ramón era un berciano-gallego. Villafranca constituía su remanso, pero Galicia era su devoción. Cuando publico Os Namoros (1) dedicó los poemas de ese libro “a os meus fillos galegos, a os bercianos que ainda falan no idioma de Galicia”; el libro acogía la totalidad de su obra poética en gallego hasta entonces. Como Martín Sarmiento, Ramón estaba imbuido de amor hacia la lengua gallega que cultivó en sus escritos y amparó como editor en tiempos difíciles. Cuatro años después daría a conocer Por entre el arpa y la saudade (2) libro dedicado a Galicia evocando su geografía espiritual, humana y  física, un libro que merecía haber sido escrito en gallego, pero se hizo en castellano.

En el capítulo “Por Galicia” de Por tierras de Portugal y España Miguel de Unamuno decía que el paisaje gallego era marcadamente femenino. “Y como tal atrae a sus brazos y llama a reclinarse en reposo en su regazo, a soñar en las faldas de sus montes; es una paisaje habitable, que seduce como un niño, incubador de morriñas y saudades.” (3) Y si el contorno sinuoso de sus montes semeja los senos de mujer o su cabellera de castaños acentúa la apariencia femenina del paisaje es porque la  Galicia que el vasco veía era tierra de mujeres que labraban esos campos mientras los hombres se iban a la mar, a hacer las Américas o a trabajar en tierras de Castilla.

Ramón tenía una percepción sentimental  de Galicia, más de la tierra y del hombre, que el poeta sintetizaba recordando los memorable versos de Rosalía

Campanas de Bastavales,
cando  vos oio tocar,
mórrome de soidades

versos que otro berciano notable, Amancio Prada, ha cantado junto a María del Mar Bonet en el disco Rosas a Rosalía (4).

La Galicia descrita por Ramón es una Galicia real,  pobre, recóndita, la misma que dolía a Rosalía en el corazón, pero también descubría la imagen fantástica que surge de un paisaje cautivador armonizado por la sinfonía de los pájaros “que son vida” -- como dice uno de los aldeanos que retrata. Así, el poeta parangonaba el paraíso con Galicia: “Comprendo bien la razones de que no haya poetas místicos en Galicia. Del cielo en soledad no puede bajar ningún jardín más bello a recrear los sentidos. San Juan de la Cruz tuvo sus manos horas y horas arañando los ocres terrosos de las viejas cañadas de Castilla, donde el cielo se cruza con las rastrojeras y con los enormes surcos por donde se engendra el pan. Su ojos estaban demasiado hundidos en la tierra como para embelesarse con un prodigio semejante al de San Ero de Galicia, que escuchó extasiado a un pajarillo durante doscientos años, en un bosque de inigualable hermosura.”(5)
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NOTAS.:
1.: Ramón  González Alegre, Os Namoros, Porto S.A., Santiago de Compostela, 1961

2.-Ramón  González Alegre, Por entre el arpa y la saudade (Hombres y tierras de Galicia),  Ediciones A.B., Vigo, 1965

3.- Miguel de Unamuno, Por tierras de Portugal y de España. Andanzas y visiones españolas, Clcn. Crisol nº 157, Aguilar S.A., Madrid, 1953, p. 252

4.- Amacio Prada, Rosas a Rosalía, (Canciones y poemas), Fonomusic, 1997


5.- Ramón  González Alegre, Por entre el arpa y la saudade (Hombres y tierras de Galicia), Op. Cit., p. 45. Se refiere a San Ero de Armenteira (de Mois, Pontevedra), noble gallego del s. XII que transformó una de sus viviendas en un monasterio del que llegó a ser abad. Este personaje solía pedir a la Virgen que le mostrara cómo era el Paraíso. El asunto se recoge en la  Cantiga 103 de las Cantigas  de Santa María de Alfonso X El Sabio.  El monje entra en la huerta, se acerca a una fuente de agua clara y sentado en la hierba bajo el árbol que le resguarda escucha el canto de un pajarillo y, embelesado por la armonía del canto, el agua de la fuente y la belleza del lugar permanece trescientos años (doscientos en el decir de Ramón) pareciéndole  después que estuvo poco tiempo. El estribillo de la cantiga asegura “Quena Virgen ben servirá / a Parayso irá”.

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