De la
novela BABBITT
a LA CODICIA DE GUILLERMO DE ORANGE,
novela de GERMÁN GULLÓN
La Revolución
Industrial y sus desequilibrios tuvieron buen reflejo en las novelas de Charles
Dickens, aunque los asuntos morales y sociales le preocupaban por encima de los económicos.
La vida de Oliver Twist o la de Mr. Pip
en Great Expectations comienza en la
pobreza, ambos viven los sufrimientos propios de las capas inferiores de la
sociedad, llegan a los negocios, pero la fortuna --en toda la amplitud del
concepto-- viene de sus protectores.
Cuando la burguesía llevaba
tiempo encumbrando al hombre de negocios --y los autores paseándole por las
novelas-- surge Babbitt (1922), vendedor de fincas, booster
que encaja en la tipología de los que ascienden por la escalera social aunque, en
sus comienzos, ha sido presentado como tenedor de un pequeño buen negocio cuya reputación
depende de la opinión de los demás.
En determinado momento Babbitt
sufre una conmoción personal al saber que su mejor amigo ha matado a la esposa
y va a la cárcel. Entonces se rebela contra el escenario que caracterizaba su vida. Empieza a transgredir
los códigos sociales, se acerca al socialismo, al alcohol, prueba el adulterio,
hasta que una enfermedad de su mujer atempera sus rebeliones y regresa a su
vida anterior y a unos amigos encantados de su vuelta al redil.
Sinclair Lewis retrata en
Babbitt a un ser mediocre que vive los convencionalismos sociales dañados por la
corrupción moral de la clase media. Cuando Babbitt llega a ser vicepresidente del Booster’s Club de Zenith es
el paradigma del hombre de negocios de clase media, pero también es mediocre como
la pluralidad de sus colegas y resulta que los hombres de negocios son los que rigen la
nación.
La novela Babbitt, constituyó “la mayor documentación literaria de la
cultura del American Business” escribió el prestigioso profesor Mark
Schorer (1). Para el profesor norteamericano, documentación era la palabra clave, pues, la mayoría de los
capítulos de la novela apenas desarrollan un argumento, sin embargo, registran secuencias de la vida de Babbitt que
van desde una cena en su casa a la cuestión del matrimonio, la cultura del
automóvil, la utilización del tiempo libre en sus amplias posibilidades --desde
el béisbol a ir al cine, jugar al golf o al bridge--, el fenómeno de las
convenciones anuales, etc., etc. Desde esas y otras perspectivas Lewis realiza un
cuidadoso análisis sociológico del mundo comercial americano al mismo tiempo
que consuma una crítica formidable de la clase media.
Babbitt se convirtió en
arquetipo de personajes similares creados después hasta que Citizen Kane (1941) presentó en pantalla
la figura del magnate que, desde un escalón muy superior al de Babbitt, evoluciona
desde el idealismo social hasta su busca obstinada de poder personal, por
ejemplo, cuando manipula a la opinión americana sobre la guerra de Cuba a
través de su periódico, matrimonia con una sobrina del presidente o pretende
gobernar el estado de Nueva York.
La derrota de Mr. Kane
hace que los de su especie se agrupen en sociedades financieras, en holdings,
refugios donde se ocultan para acometer
sus objetivos de negocio e inversión, poder y enriquecimiento al menor riesgo. Desde ese
cobijo trasgreden los límites impuestos
por las leyes, influencian a los
gobiernos de los países más débiles, compran a sus funcionarios y patrocinan actividades que beneficien
sus intereses.
La virtud no ocupa lugar
en este tipo de individuos que suelen adornarse de un patriotismo aparente para
justificar sus empeños. Carecen de limitaciones en sus objetivos e incluso dan
lugar al crimen. La palabra negocio equivale
a corrupción en relación con ellos. Tales
personajes y sus comportamientos a través de las empresas que controlan son los
que retrata y combate La codicia de
Guillermo de Orange (2).
En su comienzo, la
novela de Germán Gullón alude a un hecho puntual: el jugador Iniesta marca un
gol y España gana el Campeonato Mundial de fútbol del año 2010. La victoria sobre Holanda, propicia un espíritu de revancha
en algunos magnates del país y en la prensa holandesa prejuiciada que, además, manporrea –expresión del autor-- a los
países del cinturón del ajo ocultándose
convenientemente el propósito que tienen aquellos de enriquecerse cuanto más
mejor de la crisis económica que padecen las naciones mediterráneas.
En la novela de Germán
Gullón brilla la ironía al narrar y al describir. Sobresale retratando
personajes como los tres cerditos --Joost
van der Linden, Peter-Paul Sloterdijk y Jan van der Toorn—socios de la
financiera Willem van Oranje donde se
cobijan. La ironía actúa al describir su
mirada verde turbia o su Jaguar verde oscuro (domina el color atribuido
al dinero) e, igualmente, al retratar sus
planes de negocio, la defensa chusca que hacen de la hegemonía cultural holandesa denostando lo extranjero y al servirse de gente
mezquina para todo. Respecto de España, activan el propósito de incrementar la
desconfianza hacia nuestro país para que
crezca el interés pagadero por sus letras y bonos de estado.
Pero si los bonos son
una inversión segura aunque aburrida, también tienen vaivenes positivos en
tiempos de tormenta: los tres cerditos
juegan con ventaja porque saben que los gobiernos atacados y la UE garantizan
el pago de los intereses. Los beneficios que recibe la sociedad financiera Willem van Oranje se amplían adquiriendo
compañías estatales a precios favorables, traficando con pistolas de
plástico convertidas que se fabrican en Lisboa, etc., negocios respaldados por el lobby que actúa en el Parlamento europeo
con la pretensión de que los beneficios sean mayores e impidiendo que se
aprueben normas que puedan resultar desfavorables.
Para lograr objetivos, los tres cerditos pretenden que los medios
de comunicación destaquen cuantas noticias desfavorables se produzcan en España silenciando las favorables. Si el panfleto Apología de Guillermo de Orange contra Felipe II originó la Leyenda Negra de tan nefasto como largo
recorrido, el plan secretísimo de la financiera Willem van Oranje persigue una actualización de temas y modos
contando siempre con la ayuda a prestar por instituciones como la inglesa Battle of Trafalgar.
El clan de los antagonistas es estrecho en la
cúspide –los tres cerditos-- y amplio
en la base formada, entre otros, por un periodista impresentable de un gran
periódico holandés en Madrid, un rector de universidad embaucado, las emperifolladas
esposas y las carnales secretarias, un criminal bielorruso y sus secuaces
serbios amigos del spray naranja y de
los palos, así como la casposa banda madrileña Residuos Tóxicos más interesada
en hacer bote que en rasgar la guitarra.
En el clan de los protagonistas sobresalen dos que lideran la batalla
y desempeñan la función de introducir y hacer actuar a sus amigos. Ellen Viser,
una chica holandesa autora de la tesina “La crisis financiera española vista por la prensa holandesa” y que,
para ganarse la vida, será técnica en un equipo madrileño de hockey sobre
hierba mientras estudia un master en periodismo de El País. Junto a Ellen actúa
su amigo Sebastian Wooda “Bas”, reportero del Amsterdam Revue y cachas part-time de un bar del barrio rojo, que proviene
del club Los Mariachis, asociación de
alumnos de español.
Gracias a Ellen y Bas conocemos
a los profesores de español contra los que se ejerce violencia, a un par de entrenadores
deportivos, a la avezada novia de “Bas” y al viejito francés que preside el
Banco Central de la Unión Europea en Fráncfort, al productor televisivo
que proyecta plantear el tema del enriquecimiento de la clase política, y policías, fiscales, deportistas y hasta hackers honestos como
Pepe Paredes, es decir, una multitud de personajes
que siempre da la cara y presenta batalla. El clan de los protagonistas se conduce como un personaje colectivo que, como
si representara a la ciudadanía airada de nuestros días, denuncia y se enfrenta a los cerditos solapados en la Willem van Oranje, desenmascarándolos,
actuando contundentemente y con la intención
de vencer.
La novela de Germán
Gullón es brillante, optimista y esperanzadora, trabajada, valiente y honesta
en su denuncia. Destaca asuntos y realidades ajenas a la novela tradicional
incorporando de manera inteligible el lenguaje de la economía y de las finanzas,
y dibuja personajes creíbles que viven azares tan enjundiosos como verosímiles.
Y como sucede en la novela de caballerías, vencen los buenos y sus héroes obtienen
el premio de la dama. Todo ello sin llegar a las trescientas páginas.
La
codicia de Guillermo de Orange no es una novela anti
holandesa. Su autor tiene familia directa de allí y vive la mitad del año en
ese país. En una entrevista que le hizo Pablo Ojeda (3), Germán Gullón comentó
que Holanda había cambiado mucho desde el comienzo de la crisis en 2008: “Ya no es el país ejemplo de libertad,
civismo y apertura. Ha surgido un recelo hacia lo extranjero y en concreto
hacia lo español.” Se refería después a la visión positiva que tienen de nosotros los
holandeses que viven en nuestro país mientras el periódico más importante de
Holanda publica crónicas de mala fe como las emitidas por el personaje de la
novela. Respecto al mítico Guillermo de Orange aseguraba: “lo tenían un poco aparcado, porque querían parecer un país moderno y
neutral. Pero con la crisis se ha vuelto a recuperar su discurso”.
Finalmente explicaba su propósito al escribir la novela: “no podemos desenterrar las rencillas del pasado que tanto daño hicieron
en nuestro continente.” Y aseguraba que “la mayor parte de los holandeses, entre los que no han calado los
prejuicios azuzados por la ultraderecha, están conmigo.”
NOTAS
1.-
Sinclair Lewis, Babbitt, Sixth Signet
Classic Edition, New York, 1964. “Afterward”
by Mark Schorer, p. 320.
2.-
Germán Gullón, La codicia de Guillermo de Orange, Ediciones Destino, Barcelona,
2013.
3.- Pablo Ojeda, Germán Gullón, entrevista publicada en el suplemento “El Cultural”
de EL MUNDO el 28 de enero, 2013 y en El Cultural.es pudiéndose leer en Google. .
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