PALABRAS Y PLUMAS
EL VIENTO LAS LLEVA
Ocurrió un atardecer.
Entonces Nancy y Diana acostumbraban a ordeñar. Estaban sentadas y en la tarea,
cuando descendí del pajar y Nancy me
dijo:
--Te damos un cuenco de
leche si coges antes dos o tres pajaritos de la alameda para nosotras.
Aunque Diana se puso a reír,
respondí:
--Pues claro. Un pájaro
para ti y otro para tu hermana. ¿Qué preferís? ¿Un mirlo, un cardenal, o un
pájaro azul?”
--Correcaminos --me llamó la pequeña, que era Diana, alborozando su
risa--. Te acompaño y elijo.
Salimos hacia la
alameda. Cuando llegamos se sentó a mi lado. Pájaros bellísimos volaban sobre
nuestras cabezas. Diana levantaba los brazos y yo me alzaba para coger sus
manos y tornarlas en puños que guardaban la caza fantástica, y así
hicimos una y otra vez:
--¡Ahora
el mirlo!
--¡Ahora
el cardenal!
--¡Ahora
el pájaro azul!
gritaba Diana… Luego, Nancy
me trajo el cuenco de leche que tan merecido tenía.
Tiempo después estaba
en la alameda de nuevo, repitiendo el juego con Nancy hasta que, noche
de luna llena nacida, nos tumbamos en la hierba, los pájaros ya posados en los árboles, mirando.
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