sábado, 26 de enero de 2013


PÍO BAROJA: LOS RECUERDOS DE SU HERMANA CARMEN BAROJA

El manuscrito

Leyendo Los Baroja de Julio Caro, la profesora Amparo Hurtado supo que Carmen Baroja había escrito unas memorias  que permanecían inéditas. En 1993 se desplazó a Itzea y,  con el beneplácito de la familia Baroja, leyó los originales y logró que se publicaran con el título original de Recuerdos de una mujer de la Generación del 98 (1), edición, prólogo y notas a su cuidado.

Amparo Hurtado comentó lo difícil que fue atenerse a un manuscrito comenzado  antes de la guerra, que perdió páginas al derruirse el hogar barojiano de la calle madrileña de Mendizábal  en un bombardeo durante la Guerra Civil, se reinició a partir de 1943, además, compuesto de hojas sueltas de tamaños y colores diferentes y sin numerar. “Parecía un puzzle desmontado” define la  Profª Hurtado. Sin embargo, su trabajo ha permitido conocer a una mujer estupenda, representativa de su tiempo, de su familia, una verdadera artista de muchas capacidades, entre ellas, la de escribir.

El personaje, mujer del  98

Al comenzar la lectura, se tiene la sensación de que Carmen Baroja era auténticamente barojiana por quejarse de casi todo lo que merecía la pena de quejarse, en especial la falta de  medios que consideraba  el motivo principal que le impedía  ser algo más que una ama de casa. Resumía su vida así: “La niñez fue amable para mí, la juventud no, acaso por culpa mía; la edad madura tampoco, la vejez parece que sí, ¡Dios lo quiera!” (p. 44) refiriéndose al amor de sus hijos Julio y Pío.  La lectura  constituía su única diversión en una vida de estrechuras en la que,  además,  se sentía atosigada por un sentido del deber hacia las tareas domésticas diarias, quehacer que no le proporcionaban satisfacción ni reconocimiento alguno de la  familia.  

Carmen Baroja se estimaba una mujer del 98 aunque su hermano  Pío asegurara que tal generación no existía. Por esa razón  prometía al comenzar a escribir sus recuerdos: “me voy a hartar de escribir sobre mis pensamientos, mis ideas, mi persona…Puede que hasta adornarme un poco.” (p. 47)

Los reproches a su entorno enseguida aparecen. A la falta de dinero --siempre su cruz, una maldición de su vida--, había que añadir el escaso reconocimiento que recibía de  sus hermanos a los que tarda poco en criticar: “nunca se han ocupado más que de ellos  mismos. El egoísmo de Pío siempre he sido terrible; ahora ya da risa si no diera pena. A Ricardo le pasa igual con el egoísmo y la roñosería. ” (p. 54) “A veces me quejaba, y mi hermano Pío y sobre todo mi madre me afeaban mi manera de ser descontentadiza.” (p. 57)

Se estimaba vanidosa, pero nunca envidiosa. Le halagaba que la consideraran distinta a las demás mujeres. Tocaba el piano e interpretaba ópera y se deleitaba con la música y los clásicos sobre todo Mozart y Beethoven, éste último también favorito de su hermano Pío. Fue una artista que trabajó el metal e hizo arquetas y  esmaltes. Ganó una medalla en arte decorativo y los críticos hablaron bien de ella. Entre sus amistades se encontraban Romero de Torres, Penagos… pero siendo de modestas aspiraciones, más personales que públicas, consideraba que no tenía cultura artística, que no sabía el dibujo ni el oficio y lo abandonó todo sin la que la familia dijera nada.

El Mirlo Blanco

Las cosas cambiaron cuando la familia Baroja se trasladó a vivir al chalet del nº 24 de la calle Mendizábal. Pese a sustos iniciales --Pío enfermó creyendo que tenía pulmonía y ella cogió unas fiebres tifoideas-- Carmen escribió que en 1926 vivió la época de su vida más divertida y alegre.

Tal momento de ataraxia, de sentirse realizada, se relaciona con El Mirlo Blanco, el teatro de cámara que los Baroja y algunos amigos crearon haciendo las representaciones en la primera planta del chalet -- donde vivían Ricardo y Carmen Monné. 

El estreno tuvo lugar el 7 de febrero de 1926 escenificándose  diálogos de Los cuernos de Don Friolera de Valle Inclán. Pío Baroja tuvo tal éxito con El adiós a la bohemia que se animó a escribir y representar Arlequín, mancebo de  botica. También se llevaron a escena El torneo, El maleficio y Marinos vascos  de Ricardo Baroja y El gato de la mére Michele de la propia Carmen --las dos últimas obras se perdieron  durante la guerra, según comenta Amparo Hurtado—y obras de Isabel Oyarzábal, Rivas Cherif, O’Henry, Claudio de la Torre… y  hasta del mismo Edgar Neville.

Carmen Baroja protagonizaba muchas de las representaciones. Pasaba de los cuarenta años, pero tenía tan buen aspecto que, al presentársela, provocó la admiración de  Cipriano Rivas Cherif reflejada en este piropo de época:”¡Pero qué joven, qué joven! ¡Es completamente Kodak! ¡Qué silueta, qué silueta!” (p. 84)

También actuaban en el Mirlo Blanco los  hermanos Baroja, Josefina Blanco, Fernando Bilbao, el comentado Rivas y el propio Manuel Azaña -- asiduo de la casa-- entre otros. En  los decorados intervenían Ricardo Baroja y Julito Caro. La música corría  a cargo de Gustavo Pittaluga al violín y Cubiles al piano. A las representaciones asistía la intelectualidad madrileña y se recibían los elogios  de la crítica especializada. “Todo esto, reforzado con té y ricas pastas y dulcerías a que convidaba Carmen (Monné), tenía indudablemente grandes atractivos para los invitados” (p.84)

Feminista

Carmen Baroja vivió la aparición del feminismo y se consideró una feminista consciente de que las mujeres no llegaban a más por la falta de preparación y de conocimientos, pero igualmente de que había hombres estúpidos que por el hecho de ser hombres “gozaban de un sinfín de prerrogativas (…) Esto me sublevaba.” (p.68). Asistió a las reuniones de  la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maeztu, y fue cofundadora  del Lyceum Club  femenino junto a Vitoria Kent, Zenobia Camprubí y otras, llegando a dirigir la sección de arte.

Las relaciones con Manuel Azaña

La actividad del Lyceum le permitió conocer a personalidades de la época aunque no tan a fondo como hubiera deseado a causa de las obligaciones en casa y porque  su cuñada Carmen Monné “era verdaderamente avara de la amistad de sus amigos y no le gustaba nada la simpatía que demostraban por mi” (p. 93).

La Monné, esposa de Ricardo Baroja,  era la confidente de Manuel Azaña y en su piso se ataron los lazos que convirtieron al político en cuñado de Cipriano Rivas Cherif. La simpatía de Carmen Baroja por Azaña, no coincidía con la opinión de Pío: “creía que era pedantón, no muy culto y escritor pesado y molesto”. (p.100)   Pío y Azaña se trataron poco en las tertulias del Mirlo Blanco añadiendo Carmen que la falta de cordialidad de su hermano hacia Azaña era manifiesta y aún mostraba “menos confianza en la capacidad de los padres de la República y no se recataba en decirlo.” (p. 100) Carmen Baroja  defendía a Azaña como  escritor  aunque reconocía que  El jardín de los frailes que le había dedicado era plúmbeo.

La relación Ricardo Baroja con Azaña era asidua, pero tampoco terminó bien cuando le cerraron la posibilidad de entrar en la Junta del Ateneo que el político presidía. Ricardo hizo un casus belli del asunto y, según Carmen, dedicó improperios a don Manuel en la revista La Tierra.“ (p. 102)

Carmen mostró su opinión sobre algunas personalidades de manera muy descriptiva destacando la del manipulador de textos de Pío Baroja, Ernesto Giménez Caballero, al llamarle  “el gran falange”. (p. 91)

Algunas mujeres de la República

En los recuerdos de Carmen Baroja tampoco salen bien paradas algunas de las mujeres más significativas de la República con las que tuvo trato pese a que tuvieron una actitud de reconocimiento y consideración hacia ella. 

A Carmen le molestaba en particular el desprecio que tenían hacia la mujer española. “Ellas, guapas, inteligentes y creyéndose muy superiores, no pudieron soportar que la señorita española, que ellas consideraban ñoña y cursi, las tratara, o mejor dicho, no las quisiera tratar.” (p.104)

Describe a Trudy Araquistain como una mujer cínica sin moralidad. De Margarita Nelken destaca su belleza, inteligencia y gracejo subrayando su odio al Lyceum que estigmatizaba como antifeminista cuando en verdad temía no ser aceptada como miembro. Menciona a Matilde Huici, Victoria Kent, Mábel Pérez de Ayala y otras. De alguna dice “Tenía un flair para los cuartos y los enchufes que aturdía.” (p.106)  La crítica es tan pormenorizada como dura, evidenciando su desengaño por la forma de ser de la mayoría.

Contrastan estas páginas con las dedicadas a la muerte de su madre ocurrida el 7 de septiembre de 1935 reveladora de la sensibilidad femenina que la adornaba. El relato en primera persona del entierro y del funeral acopia imágenes al detalle y sorprende con afirmaciones como esta: “Antiguamente, también se avisaba a las abejas de la casa para que construyeran cera para el difunto” (p. 147) o  preguntándose al final de ese relato  si el entierro fue una ceremonia vasca para “acompañar a la muerte y despistar a la imaginación, alejándola del dolor”.  (p. 150)

La Guerra Civil

Carmen Baroja  no tuvo simpatía hacia ninguno de los bandos de la Guerra Civil; odiaba la misma guerra. Muestra la confusión que trajo a las personas del pueblo. Narra el episodio de los carlistas arrojando al fuego los libros del Circulo Obrero Republicano,  entre ellos, tomos de Salgari “que adquirieron categoría de libros nefandos” (p. 155). 

Confirma que fue Martínez Campos el militar que libró a su hermano Pío del apresamiento de los carlistas y que una vez liberado,  hecho una furia por el miedo y la tensión que le produjo el suceso, marchara a Francia.  También comenta que “Alguna vaca murió más sentida por su dueño que una persona de su familia” (p.159). Y pormenoriza el relato  de las privaciones que acosaron a la familia que tuvo que dedicarse a quehaceres campesinos para poder comer.

Vera de Bidasoa era el pueblo más cercano al frente y esta circunstancia le convertía en mirador y en hospital. Carmen Baroja –además de sacarle  al campo y a sus animales el sustento para la familia-- se hizo enfermera como la mujer de Ricardo Baroja. Describe su actuación transmitiendo los horrores que se vivieron en aquel lugar de atmósfera calurosa y pestilente. Pienso  que ni su hermano Pío ha descrito la matanza de la guerra con tanto detalle, rigor y emoción. En determinados momentos sobresalen líneas llenas de poesía y de fuerza descriptiva como estas:  “Vinieron de lejos y cayeron allí, sobre los helechos verdes de San Marcial, en una tarde preciosa de septiembre, en la loma aterciopelada, con Irún a sus pies y el pueblecito blanco Biriatu mirando indiferente desde la orilla francesa del río. ¡Hermanos, hermanos! ¡Que la tierra de este humilde cementerio de Vasconia os  sea leve!” (…) “¡Pobres de nosotros! ¡Pobre de nuestro país!”´ (p.167/68)

El parte final  de la guerra es conocido. El de Carmen Baroja dice: ”un día de abril del año 39 nos dijeron que las tropas nacionales habían entrado en Madrid. Nos echamos a llorar, sin saber qué iba a ser de nosotros” (p.184), El final de la guerra  deparaba otro desastre familiar, el reencuentro con su marido “con el pelo blanco, viejo, raído, pobre, miserable, sin dientes. La entrevista fue tristísima.” (p.187)

Los hermanos varones

Carmen les tuvo cariño y apreció su valía. Para ella  Pío era un hombre de vida metódica, de levantarse y acostarse temprano, mientras Ricardo, una vez que abandonó su profesión de archivero, pasó a ser un artista inconstante en su trabajo y de un vivir disipado en cientos momentos.

Pío tuvo atenciones con ella; fue su médico cuando enfermaba,  la acompañaba al teatro  e incluso viajaron juntos a París, aunque tampoco fue mucho más allá: “Pío ha sido un hombre que no ha tenido más preocupación en su vida que sus escritos y la manera de hacerlos.” (p.197). No hace valoraciones de su obra, pero sí ofrece impresiones personales, siendo de particular interés cuanto escribe sobre la relación entre los personajes de las novelas y personas de la realidad, como en el caso de Silvestre Paradox, El árbol de la ciencia, o Shanti Andía. De su hermano Ricardo comenta que hacía todo por afición (…) pero no trabajó nunca ni con método ni pensando que aquello podría ser algo definitivo; trabajaba nada más que para divertirse, sin darle importancia, así que, si a lo suyo no lo estimaba, cómo iba a preocuparse por lo que yo hacía” (p. 79)

Apreciando la monarquía –pero no a Alfonso XIII-- el advenimiento de la IIª República sería trágico para ella y puso tan  nervioso a Pío que, según Carmen, dijo:Si esto dura, dentro de dos años está el comunismo en España” (p. 98). Ricardo, sin embargo,  era un propagandista de la República por pueblos y ciudades y lo hacía como su mujer “con un exhibicionismo que se les había desarrollado a los dos” (p.96), si bien,  a Ricardo le costó un ojo al sufrir un accidente cuando regresaba de un mitin.

De cualquier manera,  Carmen  deja un apunte interesantísimo de cómo sus hermanos veían el comienzo de la guerra: Pío oteaba el frente cercano a Vera justo antes de ser aprisionado por los carlistas por curiosidad y, suponemos, con interés de escritor; cuando lo hizo Ricardo “dijo que había ido a ver el efecto de las boinas rojas (de los carlistas) sobre el verde” (p. 159).

En la visión de Carmen sobre sus hermanos pudo influir el siguiente hecho. Desde 1918 su marido --Rafael Caro Raggio-- había estado publicando las obras de Azorín  y de los hermanos Baroja quienes un día de 1931 se pasaron a Espasa Calpe por consejo de Ortega, un día terrible para Rafael que estuvo llorando como un niño según cuenta en su libro Julio Caro. Amparo Hurtado dice que “esta situación distanció a los tres hermanos” (p. 32).

Visión de la generación de Ortega y Gasset

Me parecen del mayor interés las páginas finales donde asegura que mientras los hombres del 98 tenían “una enorme afición o vocación por su oficio”, que llegaban de provincias a conquistar la gloria y eran “gente de café, de discusión, todos ellos algo bohemios” (p. 194), los que venían detrás tenían una grandísima preparación, pero si no llegaron a más en sus actividades científicas fue por dos características, la cursilería y el esnobismo.

De Ortega y de Marañón da una visión muy diferente de la que se tuvo en la posguerra: “Dieron más importancia  a cualquier aristócrata ramplón o rico advenedizo que a lo que ellos representaban. Esto les ha colocado muchas veces en posturas algo radículas” (p. 195).  Si  Luis Martín Santos hizo una crítica fantástica ironizando sobre el personaje Ortega y Gasset en Tiempo de silencio, Carmen Baroja tampoco se contuvo nada al comentar lo que Ortega trasmitió a sus discípulos con su cursilería enfática (p. 196) y lo hizo con palabras de acritud: ”las ideas y la cursilería que han heredado del gran don José sus adeptos han tenido consecuencias terribles para España. Todos estos pollos fascistas son sus legítimos herederos, amamantados con sus teorías, y siempre con la cara vuelta a la última moda, o sea, al sol que más calienta.” ( p. 196)

Una gran mujer y dedicatoria final

La todavía hoy desconocida Carmen Baroja (1883-1950) no sólo se dedicó al arte trabajando el metal y los esmaltes. Publicó un libro en Labor titulado El encaje en España (1933), Martinito, el de la casa grande (1942) relato novelesco dedicado a sus hijos Julio y Pío, el Catálogo de la colección de amuletos (1945), el Catálogo de la colección de pendientes (1948) –ambos para el Museo del Pueblo Español cuando lo dirigía su hijo Julio--, el libro inédito Amuletos mágicos y joyas populares (1949) que la editorial Argos iba a publicar, además de una comedia, reportajes de todo tipo, algún poema, guiones de cine sobre novelas de su hermano Pío  y artículos para La Nación de Buenos Aires y para la revista literaria Mujer.

Y mi dedicatoria final será para Amparo Hurtado Albir, traductóloga importante en su área y catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona, pues, al preocuparse  por la obra de Carmen Baroja descubriendo su enorme personalidad y editarla en una  tarea que le llevó cinco años, no sólo ha contribuido de manera sustancial al conocimiento de Carmen Baroja sino que ha ampliado los límites de lo que se entendía como mundo barojiano  que no puede circunscribirse sólo a Pío Baroja, sino que debe ampliarse a otros miembros de la familia.  Mi reconocimiento por su  trabajo es por tanto enorme.

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Nota.:

1.- Camen Baroja y Nessi, Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, Prólogo, edición y notas de Amparo Hurtado, Tusquets Editores, Barcelona, 1998


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