PÍO BAROJA Y UN PERSONAJE DE ACCIÓN: EL ROBERTO HASTING DE LA LUCHA POR LA VIDA(1)
Del personaje de acción
barojiano se ha estudiado su filosofía, las relaciones con el autor y, menos,
su creación literaria y significado como arquetipo de ficción. Su galería abunda
en las novelas de Pío Baroja, pero comentarla en bloque ha llevado a
generalizaciones fáciles y poco reveladoras, por ello mi estudio se enfoca
hacia uno de sus personajes más característicos por cuanto enseña del proceder
barojiano en la creación.
En las dos primeras
novelas de La lucha por la vida (2), Baroja relata
las peripecias de Roberto Hasting buscando la herencia de unos parientes y da la impresión de que esa busca constituye uno
de los motivos centrales de la obra. Tiene condición protagonizante y cuanto le
ocurre constituye parte sustancial de un argumento que él engarza sirviendo de
contraste con Manuel Alcázar. De pronto, el personaje empieza a eludirse, a
aparecer y desaparecer del espacio novelesco para regresar sólo en algunas
escenas de la tercera novela de la trilogía.
Andrenio escribió lo
siguiente sobre el origen del personaje: “Baroja
se ha inspirado, sin duda en la, realidad, acaso en el asunto Sackeville, en
aquella historia del lord casado con una bailarina española, de cuya unión nace
un hijo, que al cabo de los años viene a España a perseguir las pruebas de su
estado civil. Los periódicos hablaron mucho de esa novelesca historia que se
perdió luego en el papel sellado de la
curia, y ha reaparecido en las páginas de una novela”. (3)
La historia de los
Sackville pudo influir hasta cierto punto en la de Roberto, pero no en la
caracterización del personaje. En mi opinión, tampoco sirve de mucho destacar
la constitución nietzschana de Hasting, pues, nunca existió fidelidad de Baroja
a la filosofía del germano, tema que Carmen Iglesias puso en los términos justos
al observar inteligentemente que “Baroja
se identifica plenamente con la teorías científicas de Darwin y se deja seducir
por la filosofía de Nietzsche, pero, en el fondo, las ideas de ambos autores
chocan con su sentido moral.” (4)
Si para Nietzsche no había
fronteras entre el bien y el mal, Roberto actúa siempre en consonancia con principios
morales tradicionales. Ni la mente más puritana calificaría alguna acción suya
de
abominable: recurre sólo a medios legales para obtener su fortuna, es de una
fidelidad absoluta a Kate, fustiga la inmoralidad de Santín porque vive a costa
de su mujer y, si alardea de un egoísmo fiero, resulta que es de una
generosidad extraordinaria con su familia y con Manuel Alcázar. Su culto al yo,
más que producto de una filosofía o eco de las ideas de Baroja, queda reflejado
en estas palabras: “Yo soy una mezcla del
individualismo inglés de los manchesterianos, y del individualismo español,
agresivo y cabileño. En el fondo experimentamos todos la fatalidad de la raza,”
(I, AR, p.566).
Tampoco influye Nietzsche
en su desprecio por la democracia porque Roberto ni es el héroe modernista encaramado a su torre de
marfil ni, aunque lo pensaran algunos, el aristócrata de las minorías que Ortega
y Gasset definiría más tarde. Se concreta así: “Yo prefiero obedecer a un tirano que a una muchedumbre, prefiero
obedecer a la muchedumbre que a un dogma. La tiranía de las ideas y de las
masas es para mi la más repulsiva.”(I,
AR, p.633). Si el héroe modernista permanece en actitud pasiva frente a los
demás y emplea su tiempo en la observación y reflexionando sobre el hecho de
vivir desde su atalaya, Roberto es carácter de acción, se mueve dentro de su fabulilla por objetivos
–dinero, amor, poder—y, en mi opinión, es un self made man, arquetipo del que se hace a sí mismo que, al final,
se orienta hacia posiciones conservadoras.
El tema del tiempo influye
en la caracterización del personaje de acción barojiano. Si el presente
paraliza el vivir de Andrés Hurtado en El
árbol de la ciencia, si Manuel Alcázar mora en un presente zigzagueante
determinado por esa actitud suya de “estar
a lo que salga”, Roberto se desentiende del pasado y del presente y vive
exclusivamente para el futuro como el lugar donde piensa instalarse: “Yo no soy de los que están a lo que salga.
No viene la montaña a mi, pues yo voy a la montaña; no hay más remedio.” (I, MH, p. 388)
Se decide en un baile
de máscaras que son simbólicas y ocultan a hombres-muñeco, títeres aburridos.
Piensa que tiene dos caminos: “emanciparse”
de la existencia mezquina, o “lanzarse”
a la vida trágica. Calificando el
tiempo anterior de existencia mezquina, decide que su lucha por la vida
consistirá en una búsqueda de futuro. Para las máscaras futuro es consunción; para Roberto --según sabemos-- es dinero, amor, poder. Y resuelve ganar ese futuro mediante la gimnasia de la
voluntad para fortalecer su conducta. En su vocabulario destacan los
pensamientos y las palabras que reflejan
esa busca; convencido de que llegará a ser millonario, comenta: “Estoy construyendo la máquina que me llenará
de dinero.” (I, LB, p. 273)
A diferencia de las
novelas protagonizadas por Fernando Osorio o Andrés Hurtado donde predomina la
acción interior, el proyecto vital de Roberto se endereza hacia el exterior: su
vida es el esfuerzo por realizarse en el mundo tangible de los seres y de las
cosas; ansía el dinero para llegar al
poder y de esa manera dominar a los unos y poseer las otras. Nada le
aparta de sus objetivos. Cuando en busca de fortuna queda sin un céntimo y decide trabajar
en un periódico para sobrevivir, dice a Manuel: “Yo me río de estas cosas, porque tengo el
convencimiento de ser rico, y, cuando lo sea, recordaré con gusto mis apuros.”
Y mirando el paseo de coches del Retiro,
añade: “Por aquí andaremos nosotros en
carruajes, cuando yo sea millonario.” (I,
LB, p.339)
Don Telmo le ofrece diez
mil duros a cambio de que se case con su sobrina y le ceda la mitad de la
herencia que busca. Pero Roberto no acepta: “O todo o nada” (I, LB, p.340).
Esa entereza y esa pertinacia dan a su proyección vital el carácter de una
conquista. En algún momento, Roberto dice a Manuel: “Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible.
Nada hay imposible para una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una
flecha, apunta muy alto, lo más alto que puedas; cuanto más alto apuntes, más
lejos irás”. (I, LB, p. 294) De
ahí que el atractivo del personaje de
acción barojiano provenga de su semejanza con el héroe clásico mientras que, en aquellos comienzos
del siglo XX, los novelistas preferían al protagonista burgués varado, el mismo
que Baroja también cultivó en otras novelas.
Como conquistador, ni
se plantea la pregunta de si Kate le quiere. Dispone de los demás a su placer;
sugiere y consigue que Esther abandone a Santín. A Manuel, que le llama don Roberto, le trata en la frontera que mediaría entre la
amistad y el aprecio. Con su actitud, parece destacarse de los demás caracteres:
él, ser suficiente, y deficientes los demás.
La acción marca un
proceso de innovación constante en estos personajes, pero
la voluntad de acometerla se apacigua, si es que no se detiene, cuando se
aproximan al logro del último objetivo.
En el caso de Hasting se quiso ver un ejemplo excepcional del personaje que logra
sus propósitos, pero el Roberto de La
busca y Mala hierba ¿es el mismo
que reaparece en el capítulo VIº de la primera parte de Aurora roja?
Al cambio físico --“Parecía más fuerte, más hombre, con un gran
aplomo en los movimientos” (I, AR, pp. 543-544)— se une el moral.
Logradas la mayoría de las metas, Roberto parece en situación de reposo. Es un self
made man rico que ayuda a Manuel
a comprar una imprenta de la que será socio capitalista y hasta hace propuestas para más
adelante que chocan con su deriva hacia un conservadurismo personal: “Dentro de unos años pondremos una gran casa
editorial para ir descristianizando España.” (I, AR, p. 544) En las escenas de Aurora roja en las que Hasting reaparece
suena como antes, pero su dinámica ya
no es, sino que parece. Amor y
fortuna le han condicionado al presente. En contraste, Manuel Alcázar es ahora quien
ejercita la gimnasia de la voluntad que tanto adornaba a su poderoso amigo y camina
hacia un futuro de metas precisas.
Pero demos un paso atrás.
La creación de Roberto–excelente por muchos conceptos—se interrumpe a causa de
una situación romántica. Las dos primeras novelas de La lucha por la vida relatan sus andanzas en busca de dos mujeres
que tenían en sus manos nada menos que su destino y su fortuna. La acción se
desarrollaba como un pasacalles colorido por los barrios bajos madrileños hasta
que Hasting se relaciona con la extraña pareja formada por Bernardino Santín
–fotógrafo y golfo—y la polaca Esther. Roberto censura al primero por vivir a costa de la segunda y, cuando ésta
le pide consejo, la induce al abandono de Santín, recomendación que ella
entiende como una proposición para irse con él. Roberto insiste en que tiene un
destino y sólo está dispuesto a aceptarla como hermana, mientras Esther avanza
hacia él y Roberto, no pudiendo resistirse, abre sus brazos.
La escena evocada es verosímil
y las consecuencias posibles lo serían porque Baroja creía que la mujer casada
con un imbécil tenía derecho al adulterio (5), pero no sucede nada de lo
previsible; el narrador silencia a los dos personajes: Esther desaparece de la
trilogía y Roberto se desvanece para regresar cien páginas después, en Aurora roja, diciendo en pocas palabras que
el proceso de la herencia ha sido fallado a su favor, que está casado con Kate y en vísperas de ser padre. Tenemos la impresión
de que el narrador ha escamoteado parte de una historia. ¿Qué ha sucedido para que
la fábula de Roberto evolucionara así?
Hasta el momento en que
Esther –-presumiblemente-- le seduce, Roberto era un personaje rectilíneo en quien
propósitos y acción coincidían en una misma dirección: “Mire usted, Esther; yo soy un hombre que va
por la vida en línea recta. Es mi única fuerza; tergo anteojeras, como los caballos,
y no me desvío de mi camino. Mis dos aspiraciones son hacer una fortuna y
casarme con una mujer; todo lo demás es para mi una tardanza en conseguir mis
fines.” (I, MH, p.444) Pero se
deja enardecer por el arrobo de una Esther agradecida y se arrebata en sus
labios.
Si recordamos que La busca y Mala hierba se publicaron conjuntamente como folletín en El Globo, podría establecerse la hipótesis
de que la pluma ligera con la que el folletín solía escribirse se le deslizó
a
Baroja o, mejor, se apercibió de que el encuentro entre Roberto y la polaca podría
exigir modificaciones en el desarrollo de Roberto Hasting --hasta ese instante
perfilado como arquetipo genuino del hombre de acción--, pues, ¿cómo conciliar la fidelidad de Roberto hacia su
amada Kate y el encuentro con Esther? ¿No tendría la fábula que derivar
hacia el terreno amoroso, acentuándose la elaboración y la presencia de los personajes
femeninos implicados y obligando a la resolución del posible triángulo,
circunstancias hacia las que la trilogía no se dirigía precisamente porque el
tema del amor de Hasting ya estaba prediseñado, Roberto con Kate?
El narrador decidió
dejar las cosas como estaban y, sin resolver los interrogantes que el lector
pudiera plantearse, eliminó la figura de Esther y escondió la presencia de
Roberto haciéndole aparecer en algunas escenas de Aurora roja por dos motivos:
el personaje tenía planteada una busca cuya resolución exigía unas palabras
cuando menos y por su función de contraste respecto de Manuel Alcázar.
Ocasionalmente Baroja
utilizaba el amor como punto final de sus novelas o como un accidente que el
personaje elude: la evolución de Manuel Alcázar concluye con su boda, la
grandeza de Quintín viene de su renuncia al amor, el matrimonio conduce a
Andrés Hurtado desde la ilusión y el amor al suicidio, Fausto Bengoa adquiere
su dimensión existencial cuando vive separado de su mujer o es abandonado por
ella. Lo mismo acontece a los personajes femeninos de magnitud barojiana: la
grandeza de Laura está en su soledad, la de Sacha Savarof en su independencia
intelectual respecto de los hombres que la vida le acerca.
Tampoco resulta
sorprendente que mientras Roberto
Hasting interesa a su autor, Baroja le mantenga a distancia de Kate hasta el punto
de convertirla en uno de los personajes menos figurativos de la trilogía; la
pareja ni siquiera es presentada en coloquio amoroso. La figura de Esther tuvo
un final precipitado, pero el narrador necesitaba redondear su
arquetipo como hombre de acción y, de alguna forma, justificar que aún no hubiera
conquistado el poder aunque se
perfila como futuro conservador inglés (6).
Roberto reaparece afirmando que la
acción enérgica no sirve para cambiar radicalmente la forma de la sociedad,
pero revelando qué es la acción y para qué sirve: “La acción es todo, la vida, el placer. Convertir la vida estática en
vida mecánica; este es el problema. La lucha siempre, hasta el último momento,
¿por qué? Por cualquier cosa.” (I,
AR, p. 635)
_____________
(1) Este estudio
--concluido en enero de 2013-- es una revisión a fondo del por mi titulado “Baroja y un personaje de acción:
Roberto Hasting” , INSULA, nº
308-309, (Agosto, 1972), pág. 10.
(2) Pío Baroja, Obras Completas, Vol. I, Biblioteca Nueva,
Madrid, 1946. Mis citas de la trilogía
provienen de esta obra con data del volumen, iniciales de la novela y la
página.
(3) Andrenio, Novelas
y novelistas, Madrid, Calleja, 1918, pp. 121-122. La novela a la que se refiera es
Pepita de Victoria Sackville-West.
(4) Carmen
Iglesias, El pensamiento de Pío Baroja,
Librería Robredo, México, 1963,
pág. 63.
(5) Pío Caro Baroja lo manifiesta
así en Crónica barojiana, Editorial
Caro Raggio, Madrid, 2000. Textualmente
dice que “a don Pío le gustaba recalcar
como queriendo justificar que la mujer bella e inteligente casada con un
mentecato tiene derecho al adulterio”(…) “Generalmente la adúltera es un ser
superior a su marido.” Op. Cit., pp. 250-251.
(6) Roberto le dice
a Manuel: “Si en Inglaterra llego a
entrar en política seré conservador”(…)”¿Qué haría yo en Inglaterra siendo
anarquista? Vivir oscurecido. No; yo no puedo
despreciar ninguna ventaja en la lucha por la vida” (I,
AR, p. 566) Y concluye la conversación recomendándole: “Y eso de la anarquía tómalo como sport; no te metas demasiado.” (I, AR, p.568)
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