jueves, 3 de octubre de 2019



PÍO BAROJA: EL ANARQUISMO Y LA CREACIÓN  DE   JUAN ALCÁZAR EN LA LUCHA POR LA VIDA[i]

Aurora roja es una novela que Mary Lee Bretz valoró “por su falta de movimiento y de acción”—estimación cuestionable cuando menos--, pero acertó al definirla como novela de ideas donde “la estructura se simplifica y la acción se hace más lenta para que el lector pueda fijar su atención en el aspecto ideológico. El diálogo predomina sobre la peripecia, los cambios de lugar se suceden con menos rapidez y en vez del desfile de personajes, la novela gira en torno a unos grupos fijos.” [ii] Añadiré de mi parte que Aurora roja, pese a cierta independencia respecto al cosmos de La busca y Mala hierba, se integra perfectamente en La lucha por la vida por su vinculación al leitmotiv de la busca y al procedimiento en la creación de los personajes, objetivo principal de mis estudios acerca de la trilogía.  

La caracterización inicial de Juan Alcázar en La lucha por la vida se orienta a convertirle en la antítesis de su hermano Manuel, el idealista frente al aburguesado estudiado en una entrada anterior. Juan tiene un pasado expuesto en dos episodios. El primero --capítulo 2º de La busca-- subraya las diferencias de temperamento con Manuel: Los dos muchachos manifestaron condiciones casi en absoluto opuestas: el mayor, Manuel, gozaba de un carácter ligero, perezoso e indolente; no quería estudiar ni ir a las escuelas; le encantaban las correrías por el campo, todo lo atrevido y peligroso; el rasgo característico de Juan, el hermano menor, era un  sentimentalismo enfermizo que se desbordaba en lágrimas por la menor causa.” (OC, I, LB, p. 269) Después, el narrador brinca hasta el prólogo de Aurora roja para retratar un Juan adolescente –seminarista en ese momento-- como “bajo, raquítico, de cara manchada de roseolas, y de mirar adusto y un tanto sombrío”, (OC, I, AR, p. 521) confesando a su compañero Martín que no tiene vocación y revelando: “Es que yo no creo en nada.” (OC, I, AR, p. 522)
Hablando con Martín, cruzan un puente sobre un río tenebroso que se  precipita con estruendo al llegar a una presa cercana, metáfora de la vida de Juan hasta el momento. Su pasado, tan figurativamente expuesto, desaparece cuando Juan sepulta en el río los objetos que simbolizaban  su vida anterior. El narrador ya sólo contempla el presente y, ahora, Juan parece un personaje inédito que quiere convertirse en hombre de acción y pronuncia palabras que recuerdan el determinismo de Roberto Hastings: “Siempre adelante –murmuró.  No hay que retroceder.(OC, I, AR, p. 525)
En su busca, de momento incierta, tomará el camino de París, ciudad donde establece vida de obrero manufacturando chucherías mientras estudia en el Louvre y en el Luxemburgo. Aunque vive solo y soñando, tras su descubrimiento de Rodin y Meunier le ilusiona ser artista y producir un arte nuevo como escultor.
En un pis-pas el narrador cierra el prólogo de Aurora roja y presenta al Juan recién regresado a España tan transformado que ni su hermano le reconoce. Tampoco hay rastro del sentimentalismo enfermizo de tiempo atrás; ahora es un idealista exaltado que Manuel observa como un tipo raro. Juan queda tan lejos del seminarista que fue y no creía en nada, como de  los artistas que conoce ahora y sólo ansían medallas y cruces. Su idea está puesta en la redención de la masa trabajadora: “El obrero para él era un artista con dignidad, sin la egolatría del nombre y sin envidia.” (OC, I, AR, p.522) Estimulado por esta visión frecuenta a gente que piensa como él y atrae nueva al grupo que se irá formando.
Escribimos que la novela de pensamiento encaja en La lucha por la vida y transluce en Aurora roja donde los libertarios discuten sobre los objetivos del anarquismo; son controversias de café que no llegan a reflexiones intelectuales porque, entre otros motivos, el proyecto anarquista y el anarcosindicalismo español estaban sin acendrar en aquellos inicios del siglo XX. Los personajes se apiñan, preferentemente, en torno a dos concepciones del anarquismo: el filosófico o literario[iii] que eleva al individuo sobre las concepciones morales y socio-religiosas impuestas por la sociedad y subraya, por ejemplo, el derecho de todos al bienestar y a la justicia, pero rechaza la revolución, y el anarquismo activo que alienta atentados contra personalidades y lugares de reunión social, actos ajustados al concepto de propaganda por el hecho [iv] que  respalda la supresión de las categorías y la idea de prender fuego a todo.
Pío Baroja enhebraba cuestiones de pensamiento e historia documentándose bien y vivió y se interesó por esos albores del anarquismo español, tema que persistiría en su obra después de La lucha por la vida. Además, Baroja también cimentaba sus personajes e ideas con ingredientes que tenía en casa donde convivía con su hermano, el republicano Ricardo Baroja, pintor y grabador; el profesor Mainer ha escrito refiriéndose a obras de este como “La fragua” o “Asfaltadores en la Puerta del Sol”: “Los temas elegidos denotan la fuerte presencia de una corriente de pintura urbana y social que se acusó en la plástica del cambio de siglo, quizá con más relieve que en la literatura, aunque sea inevitable asociar estos tanteos  de Ricardo con un filón temático que luego veremos en la trilogía La lucha por la vida, de su hermano Pío.[v]
Juan Alcázar parece asumir y representará las ideas ácratas relativas al arte. Lily Litvak recuerda que un anuncio  propagandístico  del folleto de la época “Arte y rebeldía” decía así: “El arte ha de ser rebelde, y rebelde libertario.[vi] Y añade: “De allí el empeño libertario de exigir que la creación artística revele en su temática la decadencia de las costumbres burguesas, el falseamiento de sus relaciones e instituciones, el derrumbe del individuo, el ofuscamiento de los valores sociales.[vii] Para que el arte anarquista fomentara el espíritu de rebeldía y hacer rebeldes, la creación artística debería enfrentarse al “arte contemplativo, (…) contra toda creación destinada al ocioso deleite de una clase parásita,  y que, por tanto, no representase el trabajo, la vida laboral y la lucha proletaria, que no fuese fruto del esfuerzo de los productores, sino flor parásita para disfrute de los explotadores.” [viii]  
Si se acepta que Juan Alcázar representa las ideas recogidas en el párrafo anterior, también hay motivo para argumentar si podemos definirle como un arquetipo, un modelo de ideas del anarquismo, o sería más propio conceptuarle como un personaje de acción intelectual; incluso parece un ácrata de base cuando profiere exclamaciones hacia los juristas que claman contra los indultos, mientras palidece cuando el verdugo de El Bizco comenta las acciones de la ejecución por garrote.
Lo cierto es que Juan Alcázar se ha convertido en un referente del anarquismo al abrazar sus ideales, por su fidelidad a los mismos y proyectarse como un ser inmaculado, ajeno a cuestiones banales. Aunque no se prodigue en la manifestación de ideas, sí interviene decididamente en episodios de los dos primeros capítulos de la IIª Parte de la novela, cuando lidera con éxito la propuesta de que la taberna que acoge las reuniones de sus camaradas lleve por nombre ‘Aurora Roja’,  y también en el Capto. Iº de la IIIª Parte, cuando surge la gran disputa entre Pepe Morales y él sobre los conceptos y las diferencias principales entre socialismo y el anarquismo del momento y la manera de reflejarse en los periódicos de los idearios respectivos. Para Morales el aspecto económico era lo más importante, para Juan era la rebelión frente al principio de autoridad, la imposición o el dogma.
Una cuestión distinta es la afirmación repetida de que Juan desempeña el papel de portavoz del autor. En mi opinión, cuando el narrador aparece en la novela actúa como un personaje más, como un argüidor, es decir, arguye, contradice o impugna las opiniones expresadas por otros personajes, pero recogiéndolas y respetando su integridad tal cual. Carlos Blanco Aguinaga afirmó que se notaba mucho la mano de Baroja en Aurora roja, más de lo deseable, pero esta observación no le impidió añadir: “Hay que tener en cuenta que no es ‘la política’ en La lucha por la vida un ‘tema’ impuesto por el autor, inventado subjetivamente e incrustado aquí y allá en la novela por ‘ensayismo’ (ese vicio, según se dice, de los del 98) sino que es la forma de pensamiento y de acción que toma la conciencia social de los personajes.[ix] Esto, por citar un momento importante, se constata en el episodio en que Juan experimenta el fracaso de su misión evangelizadora y decide pasar a la acción, comprometiéndose al punto de conspirar contra la vida del rey. ¿Estaba Baroja detrás de eso? Desde luego no, como tampoco lo está el Libertario que califica la conjura de añagaza burda.
Al lado de Juan revolotea el grupo de los libertarios que ha ido desplazando a la mayoría de los personajes secundarios y comparsas que circulaban por La busca y Mala hierba. Los ácratas tienen su espacio peculiar en la taberna ‘Aurora Roja’ donde el tránsito principal es el que se desliza del pensamiento a la voz, acentuado en las controversias; allí es donde Juan recuerda que no se exige ser valientes a los anarquistas y que sus actos tienen valor si nacen de sus conciencias y no del mandato de alguno. (Cap. Iº de la 2ª Parte) Se trata  del mismo Juan que más tarde se rebela contra la farsa de la caridad oficial tras conocer la historia del Mangue, mientras desfila ante él la gente del arroyo como la Manila, prostituta tagala que arranca del narrador un muy breve alegato antirracista. En el escenario de ese lumpen --similar al conocido de La busca y Mala hierba— destaca el grupo formado por Juan, el Libertario y Prats más el veedor Manuel cuando visitan y se enfrentan al señor gomoso que quiere fundar un periódico y con el que ni concuerdan ni  acuerdan nada.
A los ácratas no se les caracteriza con rasgos individualizadores (el perro inglés Kis o el gatillo Roch captan más atención descriptiva del narrador que muchos personajes de Aurora roja) a diferencia de la atención prestada hacia los personajes secundarios y comparsas en las dos primeras novelas de la trilogía. El narrador prefiere ofrecer una imagen global de los anarquistas mediante estampas animalizadoras o cosificadoras centelleantes al describir a los asistentes al mitin del teatro Barbieri. El Libertario ha definido al auditorio afirmando que pocos tienen caras de personas y ve escasas miradas de inteligencia, el narrador añade: “Había rostros irregulares, angulosos, de expresión brutal, frentes estrechas y deprimidas, caras amarillas o cetrinas, mal barbadas, llenas de lunares; cejas torvas, bajo las cuales brillaba una mirada negra. Y sólo de trecho en trecho alguna cara triste, plácida, de hombre ensimismado y soñador…(OC, I, AR, p. 620). La imagen del establo se acopla a otra: “algunos chuscos en el gallinero relinchaban con gran maestría.(OC, I, AR, p. 621) Y cuando se habla de un orador agresivo se destaca que tiene una mandíbula de lobo y unos músculos maseteros…
Sin embargo, la fisonomía individualizada de los libertarios de Aurora roja emerge de las ideas que cada uno tiene y defiende porque gustan de contradecirse. Frente al anarquismo filosófico de Juan (que otros definieron como literario porque no siendo él dogmático prefirió la lectura de los dinamiteros de la roca burguesa, Tolstoi o Ibsen, a los libros anarquistas), está el individualismo rebelde, más filosófico que práctico del Libertario, el sospechoso del estudiante Maldonado, el pragmático de Prats no obstante introductor de la cuestión catalana con suficientes tientos en la novela, el activo del arroyo del sr. Canuto –tan amigo de pegarle fuego a todo y de echar los bergantes al aire con las tripas afuera--, secundado por Jesús o el Madrileño  para quien la gente del Congreso o del Senado recuerda la jaula de monos del Retiro o a los chimpancés.
Los ácratas se reúnen los domingos en la ‘Aurora Roja’ donde presentan a nuevos compañeros que ofrecen el discurso que va a caracterizarles. También acuden extranjeros con galones como Caruty, el exasperado trovador de letras subversivas, Skopos que fue testigo de la bomba del Liceo y de la ejecución de Santiago Salvador,  y el judío ruso Ofkin para quien la cuestión social es una cuestión de química, de creación de albuminoides por síntesis artificiales, la transformación de las sustancias inorgánicas en orgánicas para resolver la lucha por la vida…
En Aurora roja hay interludios --como en las dos novelas anteriores— que denuncian las oportunidades magras de quienes buscan salida en su lucha por la vida.  Un pasaje  importante narra la captura del Bizco -- participando un don Alonso que se había hecho policía y a resultas muere de pleuresía confirmando que su vida fue, según él la definía recordando con humor la batalla perdida por Napoleón, un uartelú continuo. Se comentan las posibilidades que tienen las mujeres desamparadas como la Violeta, las andanzas de Jesús y la caída del Sr. Canuto, visiones del anarquismo internacional mediante personajes extranjeros o españoles que asisten al mitin de Barbieri donde Juan tendrá su momento de gloria y Caruty maridará anarquía y literatura en un grito. Juan ve la liberación del hombre en el anarquismo y se implica en el episodio de la bomba de Passalacqua que concluye en nada por la corazonada de Salvadora, pero que evidencia su radicalización, el deseo de que el armazón social salte a fuerza de bombas para barrer lo que queda de una sociedad podrida. Juan ha ignorado los consejos médicos y asistiendo al célebre mitin ha dado pie a  un estado febril que acerca la muerte.
El símbolo de la aurora roja se manifiesta respecto de Juan  de una manera más pertinente y vigorosa que los ecos quijotescos que vio algún estudioso o las similitudes con la figura del precursor porque los parecidos son  sólo eso, parecidos. El Libertario resumirá la vida y trascendencia de Juan en su oración fúnebre: “Pudo alcanzar la gloria de un artista, de un gran artista, y prefirió la gloria  de ser humano. Pudo asombrar a los demás, y prefirió ayudarlos… Entre nosotros, desalentados, él sólo tuvo esperanzas.(OC, I, AR, p. 655) Juan había sido el luchador sin éxito, aunque heroico en la batalla. Su preocupación antes de morir consistía en ver la aurora simbólica del nuevo amanecer revolucionario, pero el narrador desarbola el símbolo dejándolo en un destello sobre el Juan yacente: “El reflejo rojo del día daba en el rostro pálido del enfermo. De pronto hubo una veladura en sus pupilas y una contracción en la boca.” “Estaba muerto(OC, I, AR, p. 653)  
NOTAS.
i Citaré a Pío Baroja por sus Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1946, indicando el tomo, siglas de cada novela de la trilogía,  y la página.
[ii] Mary Lou Bretz, La evolución novelística de Pío Baroja, Porrua Turanzas, Madrid, 1979, p. 190.
[iii] Jorge Campos, en su librito Introducción a Pío Baroja (Alianza Editorial, Madrid, 1981) constata el predicamento del anarquismo en aquellos años: “sabido es que anarquismo, aunque fuera un anarquismo literario, prendía en muchos jóvenes intelectuales, como en el caso de Azorín”, p. 67.
[iv] Ignacio de Llorens, “Anarquismo y violencia. La propaganda por el hecho”, Polémica, 5 de abril de 2013. Se puede leer en Google.
[v] José-Carlos Mainer, Pío Baroja, Taurus, Madrid, 2012, p. 58. Ejemplo que documenta lo que dice el Prof. Mainer fue el certamen de la Academia de Bellas Artes de  San Fernando de 1897 para adjudicar unas becas de estudio en Roma proponiendo como tema obligatorio la realización de un óleo con el tema "El anarquista y su familia" al que concurrieron --entre otros-- pintores como Fernando Álvarez  de Sotomayor, Eduardo Chicharro y el mismo Julio Romero de Torres con su destacado lienzo "Conciencia tranquila"
[vi] Lily Litvak, La mirada roja. Estética y arte del anarquismo español (1880-1913), Ediciones del Serbal, 1988, op. cit., p. 14.
[vii] Litvak, op. cit., p. 13
[viii]Litvak, op. cit., pp. 14/15
[ix] Carlos Blanco Aguinaga, Juventud del 98, Siglo XXI, Madrid, 1970, p.248

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