El vagabundo del Castañar
Cuando la noticia saltó del Heraldo del Bierzo a los teletipos, “Vagabundo rechaza una fortuna de 20.000 €
en Vilela”, provocó un clamor atizado
por la prensa y la estación de Lebico se inundó de viajeros impacientes por escudriñar
al personaje o convencerle de que les cediese la fortuna que rechazaba.
Jamás vino tanta gente a Vilela desde
que el Papa hizo noche al escacharrarse el utilitario que le llevaba a Santiago,
o cuando el cerdo Periquín mordió la pantorrilla del presidente del gobierno; el hombre venía aquí a celebrar el centenario provincial de su partido en el mesón de El Castro y, sintiendo la
necesidad de aliviarse y ante la cola que le precedía para acceder al urinario,
optó por la cuadra del mesón; se puso a la faena sin notar la presencia del gorrino al que
irrigó lo que se dice bien, encolerizando al marrano y originando que le arremetiera y
causara una herida abierta con desgarro cercano a la arteria femoral. Sucesos que,
cada uno en su día, generaron sorpresa y asombro en la población, liquidaron
siestas y multiplicaron cuchicheos en las noches veraniegas de nuestros paisanos.
Volviendo a la noticia del día,
los gacetilleros escribieron… “Dicen que
a José le dieron ganas de coger la fortuna y echarse para atrás”, pero quienes
le conocen pontificaban lo contrario: “No
le han calado. Es de una pieza y el más cazurro de los leoneses.” El jefe de la policía municipal le tenía filia
y le aconsejaba: “José, eres rico y ya no
puedes andar por los caminos del Bierzo así como así”. Y él preguntaba: “¿Qué quieres decir?”, respondiendo el
otro: “Ahora vales 20.000 € y te pueden asaltar.
Lo digo por tu bien.” José permanecía mudo un momento y replicaba: “Pues, por eso justamente no quiero tener
nada y que se sepa, para que nadie la tenga conmigo.” El policía insistía: “No te creerán.”
Para alejarse de Vilela había que
adentrarse por un sendero en dirección a un bosque denso conocido como el
Castañar que se alineaba un trecho con la carretera de Toral y por el lado
opuesto con meandros del Burbia, para abrirse luego hacia un horizonte extenso que
en otro tiempo constituyó refugio de bandidos y cazadores furtivos, hoy amparando a gentes que huyen, van de paso o son hombres solitarios como José.
Se decía en Vilela que José tenía
una cabaña en el Castañar y la visitaba con frecuencia. El caso era cuchichear
cosas que nadie sabía de él, pero las imaginaban por esto o lo otro y llegaban
a concluir: “Siempre se puede llevar un
gazapo a la cazuela y servirse los frutos de alguna morera negra o de algún
cerezo de los que crecen solitarios por allí”, decían. Y abierta la
imaginación se entretenían con cien fantasías que les servía el ingenio. El más
avispado decía que había visto la cabaña en una de sus cacerías y le parecía una
choza de tres metros de altura con tejado de pizarra. Y se sumaba presto un sagaz
que criticaba su tamaño, pues, elevando la alzada a los 4 metros creía que no
era lugar para vivir porque no superaba los 4 x 7 metros cumplidos en el
interior.
Si las inventivas llegaban a José
se partía de la risa. Nadie como él sabía que la cabaña era distinta a como la
pintaban, que sus maderos procedían de los
castaños, tejos, nogales y robles del bosque y sus ensambladuras eran de caja y espiga
con clavijas de madera porque nunca usó clavos ni tornillos. Y no era grande ni
espaciosa ni alta para no competir con la naturaleza.
Para eso estaban el Castañar de
Villar de Acero y el admirado O Campano, castaño cuyo perímetro alcanzaba los
16 metros elevándose más de treinta sobre el suelo con cinco brazos de más de dos metros de diámetro y una
antigüedad estimada en unos 800 años… José lo sabía todo del Bierzo y lo amaba y
nada ni nadie había logrado superar ese amor, por eso también había renunciado
a la herencia de su pariente indiano y le importaba un comino que
despreciaran su cabaña donde tenía lo justo que debía tener, algo de leña para
la cocina, utensilios para guisar y comer, y un catre para dormir.
Tenía al regazo algunas de las
cartas recibidas con motivo de su renuncia porque lo pasaba bien leyéndolas. Alcanzó
una dirigida “Al hombre del
bosque, Vilela” y decía: “Me voy a
casar muy pronto y su dinero me vendría oportuno. Por cuestiones fiscales, gírelo a nombre de Marcial Valiente que es uno de los hijos que ya tenemos y
convendría que fuese pronto”. Uno de Cuenca le escribía: “Mándeme un cheque en el sobre adjunto. Le
enviaré un cartón de sus cigarrillos preferidos si me confía su marca favorita.”
Un burgalés le felicitaba: “Admiro su
decisión. Tengo tres empleos y gano al año cantidad parecida a la que usted rehúsa
para sostener una familia de cinco hijos, una mujer y un cuñado ocupa. Quizá me
vaya a vivir algún día con usted.” Y un madrileño aconsejaba: “Acepte el dinero en papel moneda. Vaya a una
gasolinera y gaste unos euros en comprar gasolina, rocíe con ella el resto de los
billetes y préndales fuego” José pensó que es lo que debería hacer mientras jugueteaba con una ardilla acercándola nueces.
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