sábado, 1 de agosto de 2015


El cocodrilo


Para mis nietos Christopher,
Aroa, Sophia, Luca y Allyson


Lizardo medía casi seis metros. Iba y venía sesgando por el río Mara cuando percibió que, si sacaba el cuerpo del agua además de la cabeza, surgía otro cocodrilo de parecido tamaño junto a él. Parecía gris y hacía sus mismos movimientos y gestos, abría la boca para refrescarse y ensayaba los bocados que daría a un ñu cuando la manada inmensa cruzara el río.

En un recodo se cruzó con Perezoso, un cocodrilo menor de tres metros que no se escondía entre los ramajes de la orilla como los demás enanos de su especie cuando, en son de burla, se les preguntaba si se habían caído de la camisa de algún francés.

Perezoso no se escondía porque había ganado fama de sabio en una reunión de cocodrilos que se entretenían exponiendo y resolviendo acertijos. Ocurrió cuando uno dijo que el sol pasa un día entero para ir de oriente a poniente y preguntó después si alguno sabía cómo regresaba. 

El Gran Lagarto, así llamaban al cocodrilo más grande y poderoso del río, respondió: “Muy fácil; haciendo el mismo recorrido al revés”. Entonces Perezoso se atrevió a preguntarle: “¿Y tú cómo conoces ese camino si cuando el sol lo hace por la noche, no se le ve, y tú estás ocupado en la caza o reposando?” Quedaron todos maravillados por su audacia en corregir  y avergonzar 
al Gran Lagarto, y ya nadie discutió ni su valentía ni sabiduría, motivo por el que Lizardo le preguntó:

--¿Qué puedo hacer para librarme de este compañero que va conmigo a toda parte imitándome fastidiosamente?

--Ése que llevas al lado es tu sombra. ¿Quieres librarte de tu sombra? Difícil, muy difícil. Lo conseguirás sólo al atardecer, cuando el sol se ponga, porque entonces esa y otras sombras se apoderan del mundo, lo apañan todo y lo ocultan. No se puede con las sombras.

--¿Y ni siquiera me puedo deshacer de la que me molesta?

--Lo puedes intentar escondiéndote, pero reaparecerá cuando salgas y el sol te dé; además,  si coges la costumbre de ocultarte, comerás muy poco. Es muy difícil. Tienes que acostumbrarte a su compañía.

--¿Y por qué?

--Porque las sombras siempre están ahí recordándote que nada es lo que parece y, en algunas situaciones, eso ayuda. Voy a contarte una historia.

Y Perezoso, ahuyentando  al pececillo que zascandileaba en la proximidad de su boca, contó la historia de la tigresa, sus tres cachorros y el mago que solía robarles cuando la madre dormitaba haciendo la digestión  de alguna caza. Entonces entraba en la guarida con el saco, metía a  los pequeños en él, salía, ataba el hato a la silla de su caballo y marchaba al galope. Perezoso prosiguió:

“Cuando la tigresa descubría el robo no tenía dudas del autor y salía enrabietada y disparada en busca del mago que se burlaba de ella con particular ingenio hasta que los pequeños aparecían ante la madre cuando menos lo esperaba.

“En esta ocasión, el mago detuvo la cabalgadura cada poco para cavar hoyos en los que asentaba espejos gruesos y planos que llegaban a formar una línea recta entre ellos. El último estaba situado delante de un artefacto que proyectaba una imagen de los cachorros que se transmitía a cada uno de los espejos anteriores.

“La tigresa llegó muy fuerte al primero de los espejos y al descubrir la imagen de los cachorrillos se tiró contra el espejo con intención de acogerlos, pero se llevó un gran trompazo con lesiones en las manos delanteras y, lo peor, el espejo se deshizo en pedazos y en cada uno reaparecían los cachorros, minúsculos y repartidos por el suelo llenando a su madre de dolorosa confusión.

“Cuando después de varios fracasos alcanzó el último espejo, sin fuerzas y bastante herida, observó que los cachorrillos se movían con desespero y cuando iba a lanzar una de las zarpas contra el vidrio, desapareció la imagen de los pequeños y surgió la del mago quien, sonriendo, le dijo que si proseguía la busca pensaba llevar su prole a la Reserva Nacional Masai Mara donde jamás podría entrar salvo que ella también decidiera quedarse; después de decir esto se llevó la pata derecha a la nariz y bailoteó la otra en son de burla. Entonces la tigresa se echó al suelo y puso las manos delanteras sobre la cabeza, sometida y doliente.

Así permaneció buen rato hasta que sintió que le mordisqueaban la cola como si llamaran su atención y al volverse descubrió a los tres cachorros felices de hallarla.

Lizardo se volvió al pequeño Perezoso preguntándole:

--¿Para qué me has contado esa historia? No veo que tenga relación alguna conmigo.

Perezoso le miró sorprendido y contestó:

--Ni yo tampoco. Tampoco sé para qué te la he contado. Bueno ¡Ah! ¡Sí! Porque si escuchaste bien, la tigresa sólo veía imágenes que eran como sombras de sus cachorros y tratando de romper el hechizo del espejo se hacía daño y no conseguía nada. La sombra que te sigue, querido Lizardo, te engañará siempre como el espejo engañó a la tigresa. Puedes volverte contra ella y hasta tratar de comértela, pero sólo zamparás aire y tus dientes chocarán contra el cristal del agua.

El pequeño cocodrilo se detuvo un momento y luego añadió:

--Tienes que hacer como el filósofo Asclepiades, un bípedo humano, el mismo que un día quedó ciego, pero  lejos de quejarse, se burló de su mala fortuna diciendo: “Hice una ganancia grande con la ceguera porque  hasta ahora andaba solo, pero de aquí en adelante iré siempre acompañado”. Si pretendes acabar con tu sombra no harás más que chapotear en el agua y, avisando de tu presencia, no cazarás, Tienes que aceptar al cocodrilo sombra y en los momentos tranquilos jugar con él pretendiendo que vas a morderle y llevarle al fondo del río; además de divertirte mejorarás tu técnica de caza, tu resistencia y tu mente; harás un ejercicio aerobio muy bueno para tu corazón, tus pulmones y tus músculos y estarás preparado magníficamente para cazar.

Lizardo quedó convencido y, a partir de aquel día, navegó con el cocodrilo sombra al lado persuadido de que era lo mejor porque si algo te parece mal,  pero sabes sacarle provecho, saldrás ganando.
.

.

No hay comentarios: