sábado, 15 de noviembre de 2014

Historias de mi Ciudad


 EL  OPOSITOR



Desde hace mucho Manuel sabe que nada hay importante fuera del círculo dibujado por la luz del flexo que  irradia sobre el libro que tiene delante y, de lejos, se refleja en el edificio acristalado de enfrente. Y piensa que el carnet de identidad no debería decir estudiante sino  opositor, ¿para qué engañarse?

Nada importa fuera del círculo iluminado hasta que las letras del libro, cansadas de refractar luz se alteran y danzan frenéticamente en sus ojos, como los pasos que traza la bailarina del piso de arriba ensayando horas y horas sobre el techo del cuarto.

El tabaco  seca los labios de Manuel. De pronto se pregunta “¿Y la imaginación?” Le han dicho que la imaginación es como un fantasma ululante  que se cierne sobre su inteligencia, corrompiéndola con propuestas vitales y estéticas; le dicen, le cuentan… que la ciudad da mucho de sí, que salga, que se oree, que…

Piensa que está pagando mucho a cuenta del futuro. El DNI no debía asegurar que es soltero sino asexuado; tampoco el número de años sino dos palabras, quince minutos, porque ahora los días no tienen veinticuatro horas, sólo quince minutos, ¡los del tema! ¡Los que consume recitarlo delante del preparador!

En la ciudad hay mucha gente que, como él, decidió ser alguien algún día. Te pones frente a los libros más importantes de la carrera concluida y vuelves a estudiar. Es como en las Aulas de Gramática medievales donde el saber  se fiaba a la repetición y a la memoria. No se trata de aprender lo que ya sabes, sino de recitar los temas en el menor tiempo posible y llegar a ser funcionario de algo, burócrata dicen otros. Al final lo logras y que rían los demás.

Manuel no siempre fue así. Vivía la juventud como cualquiera, pensando en divertirse más que en estudiar.  Y escribía poemas y artículos para periódicos de provincias que le retribuían mal. Y estaban las chicas que le telefoneaban y ponían en guardia a su madre aunque para salir  él pretextaba que iba con los amigos a ver a su Atleti.  Vivir era algo maravilloso, pero cuando le empezaron a decir que era un joven sin porvenir, cambió.

Piensa en su compañero Vicente, hijo de un conserje del Hotel Nacional que estudiaba Derecho con una beca pequeñísima y se ayudaba vendiendo  los sellos que le proporcionaban sus compañeros. Vicente terminó la carrera con el número dos de la promoción y, como era emprendedor, pidió la ayuda que el gobierno de entonces concedía a los estudiantes que terminaban la carrera y querían poner despacho. Pues, no se la dieron y cuando fue a preguntar el motivo, un funcionario le citó para tomarse un café y ya en la cafetería le preguntó: “¿Se acuerda del lío que hubo en su Facultad sobre el establecimiento de aquella universidad privada en Pamplona? ¿Firmó algún papel contra ella?”  Había firmado y entró en alguna lista negra… Y ahora, ¿qué hará Vicente? ¿Ejercerá? ¿Habrá marchado del país como Antonio? Porque Antonio jamás quiso opositar; decía que nadie le robaba su juventud. Paco se defenderá dedicado al menudeo porque los asuntos de poco tenor abundan y como cuestan menos son más fáciles de cobrar. ¿Y Moncho? Colocado por su importante familia, llevará de la mano una cartera lujosa que, al parecer, debe esconder informes importantes… pero está vacía, siempre vacía porque él no trabaja, sólo cobra y  se jacta cuando la abre ante nuestros sorprendidos ojos.

Rafael ha llamado y dice que se casará pronto. Y Manuel se pone a pensar en las mujeres que habían dejado de llamar, mujeres bonitas, de terciopelo. Ahora ninguna se acuerda de él porque lleva seis años preparando la oposición. Bueno, está Mari Carmen, el ojo derecho de mamá, para ella preciosa, hacendosa, que mira por él y asegura que esa oposición está muy bien, que otro amigo de su hermano…

“¡Me faltan dos minutos y tres cuartos…!” Hay que seguir sacando jugo a los temas, el maná de mañana. Un día algún periódico publicará su foto y la Ciudad se le entregará y seguro que las chicas volverán a llamarle.

Cuando sale de casa para dar el tema tiene la sensación de haber visto a alguien, pero va concentrado, absorto y por mucho que luego se esfuerce en recordar no consigue determinar quién era.

Realmente le despistó algo sin importancia. Al salir encontró a dos chiquillos jugando junto a un árbol. Cada uno tenía una mandarina en la mano. El chaval que parecía más despierto decía al otro. “Vaya una merienda que nos han dado hoy. ¿Qué te parece si jugamos  a adivinar los gajos?” Manuel miraba como pasmarote mientras uno de los chicos adivinaba “Tú tienes ocho” respondiendo el otro “Y yo nueve”. Pelaron la fruta y el niño que habló el último gritó: “¡Tengo diez y tu ocho, así que dame dos!” Manuel no entendía el juego, pero presentía que algo tenía que ver con él sin descubrirlo hasta que oyó decir a uno de los chiquillos “¡Qué mirará ese pasmao!”. Entonces se alejó.

Próximo a la casa del preparador avista a la mujer que todos los días se cruza con él mirándole fijamente, pero él se apresura a entrar en el portal.  Poco después el  preparador le pregunta el tema 189 que no recuerda bien porque no es el del día. Vuelto a casa su madre le dice que había visto que Mari Carmen casi se cruzaba con él y le preguntó por qué no la había saludado. Manuel respondió que no se había dado cuenta porque iba metido en el tema.

Anochece. Los horizontes de la Ciudad se diluyen. El flexo del cuarto de Manuel se enciende reflejándose en el edificio acristalado de enfrente.
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