El caso del Juez Miller
El fiscal alzó los ojos, balanceó
su mirada entre los miembros del jurado y dijo con cierta solemnidad: “…El juez Miller nunca debió hallarse a
solas con la Sra. Lambert en lugar distinto
a su despacho del juzgado donde, por cierto, se veían a diario. El encuentro que
tuvo lugar en el Motel Oak Creek de la carretera degrada las razones de amistad
del acusado con la familia Lambert y justifica la solicitud de divorcio por adulterio
presentada en su día por el Sr. Lambert, quien,
tampoco se considera el padre de los hijos del matrimonio. Por consiguiente, y pareciendo
evidente que el Juez Miller prevaricó en su día al dictar sentencia contraria a
la petición del Sr. Lambert, solicito de
los miembros del jurado el veredicto de culpabilidad por prevaricación para el
Sr. Miller, acreedor a la pena de un año
en la prisión del condado y a la multa
de mil dólares contemplada en la ley...”
En la Sala se guardaba un
silencio absoluto. Existían lazos familiares o de amistad entre los presentes y
con las personas del banquillo, pero casi nadie entendía bien las razones del
proceso, de ahí que todos se mantuvieran expectantes. El juez Miller, no. Sentado
junto a su abogado mantenía la cabeza alta y los ojos perdidos en la imagen cegada
de la justicia que presidía la Sala. Repasaba las palabras de su abogado en la
interioridad de su conciencia como si no fueran suyas: “…Prevaricación
no es una palabra aplicable al acusado, al Juez Miller
que todos conocemos. Por razones de verdadera y antigua amistad, al margen de
trabajar juntos, el Sr. Miller estaba obligado a escuchar a la Sra. Lambert y si
eligieron un lugar apartado para comunicarse confidencialmente fue porque no
encontraron otro fiable. Además, no hay prueba alguna que sustancie de manera convincente la no paternidad del
Sr. Lambert respecto de sus hijos…“
Tampoco el Juez Miller escuchaba al Juez Holmes cuando instruía al jurado sobre
las cuestiones que debería decidir “…si hay
razones suficientes, alejadas de cualquier duda razonable, para considerar
al acusado culpable de prevaricación cuando
dictó una sentencia contraria a la demanda de divorcio presentada en su día
por el Sr. Lambert… si se considera que
el acusado actuó improcedentemente yendo al Motel Oak Creek a fin de mantener
una entrevista con su secretaria, la Sra. Lambert…”
Pero, se lo preguntarían los
presentes: ¿qué motivos tenía el juez Miller para entrevistarse con la bella
Sra. Lambert en aquella habitación del motel? ¿Acaso negaron que se hubieran
visto? Sucedió aquel atardecer. Llevaba rato esperándola en la habitación y, cuando
ella entró, Evelyn se le echó en los brazos; lloraba sofocadamente y tenía los
nervios alterados. Palpitaba en sus brazos como quince años atrás cuando,
siendo su secretaria, se veían en aquel mismo motel de carretera. Ahora el
motivo era distinto “…Evans, ¡tienes que
ayudarme! La acusación de mi marido es completamente falsa, ¡falsa de todo
punto! Es un hombre trastornado por el oficio de la guerra y no puedes imaginar
hasta qué punto. Te contaré secretos relacionados con él que ni imaginas…”
Evans Miller recuerda que Evelyn
era muy joven y él rondaba los cuarenta cuando Peter Lambert apareció en su vida.
Evans se había trasladado a Miami para asistir a un Congreso de Jueces de Condado. Durante esa semana,
Evelyn había salido con amigas conociendo
y sintiéndose muy atraída hacia un oficial de la Fuerza Delta todo músculo,
bien parecido y de sólo veinticinco años. A su regreso, Evans comprendió que su
relación con Evelyn había concluido, pero tampoco se lo tomó a mal. Permitió
que Evelyn continuara como secretaria suya, favoreció que el romance con Peter
floreciera y llegase hasta el matrimonio, quedando él como amigo de la pareja.
“…Todo iba bien hasta que nos mudamos de nuestra casa de la calle
Elmer a la vivienda de la calle Possum. Hacíamos la mudanza cuando Peter descubrió una caja mía que contenía
fotografías viejas,
algunas facturas, cartas de amigas y,
entre ellas, una tuya que, por no
recuerdo el motivo, había conservado. Peter
sintió curiosidad y, sin pedirme permiso, leyó la carta en la que te quejabas de ser un galán
tímido apenas considerado por mí. Su lectura
provocó las bromas de Peter y no
se cansaba de preguntarme, riendo, qué habría sido de mí si me hubiera casado
contigo mediando veintidós años de diferencia entre nosotros. Jamás sospechaste
nada porque Peter seguía llamándote papito cuando los tres nos veíamos para comer o con motivo de algún acontecimiento,
pero Peter estaba cambiando y cuando regresó de Irán, de la Operación Garra de Águila de 1980 ordenada
por el Presidente Carter, ya no era el mismo que conocíamos. Iba de la euforia
a la depresión, bebía demasiado cuando no tenía servicios y no le sentaba bien.
En la cama, y perdona, tampoco era el soldado cariñoso y potente que yo había conocido
sino un amante nervioso que no lograba consumar el amor algunas noches. Noté que miraba a nuestra
pequeña Nancy de una manera rara y, no pocas veces, como si le molestase su presencia. Parecía
como si hubiese olvidado hablar conmigo y se mantenía distante y con el ceño
fruncido muchas horas. Tres años después, cuando la invasión de la isla de Granada
ordenada por el Presidente Reagan, regresó con un compañero diciéndome que era un
amigo del alma que le había salvado la vida a quien le debía todo. Ambos estaban
de permiso y esa misma noche se emborracharon de una manera más que considerable
en casa. Peter casi no se sostenía en pie y en un rapto increíble empujó a su
amigo hacia mi habitación diciéndole algo así como “Tienes que conocer a mi
mujer. Tienes que hacer el amor con ella porque yo no puedo y ella necesita
hombres enteros, ningún impotente a su lado”. El amigo entró por la fuerza en mi cuarto y parecía muy asustado, sobre
todo al notar mi pánico al comprobar que
Peter nos había encerrado por fuera y no podíamos salir del cuarto. No sucedió
nada desagradable. Greg, creo que se llama así, me miraba de seguido como
pidiendo perdón. Terminó tumbándose en el suelo y yo hecha un ovillo en la cama.
Llegamos a dormir y debió abrirnos el curto por la madrugada A la mañana
siguiente ni Peter ni Greg se hablaron. Peter permanecía tumbado en el sofá del
living como abstraído, mirando hacia el techo y cuando Greg susurró que se iba,
que tenía que volver el Fuerte, Peter sólo le dijo “Bueno, ya nos veremos por ahí…” A mí no me dijo nada, Me dio la impresión de que daba por descontado
que había pasado de todo entre Greg y yo, por su culpa, y estaba arrepentido,
pero igual se trataba de una figuración
mía, porque actuó como si nada hubiera pasado y hasta se llevó a Nancy al
pequeño zoológico infantil del Parque del Lago. Un año después nació Peter Jr.
Y días después me confió que iba a hacerse una vasectomia “porque no quiero tener más hijos”, dijo. La decisión de Peter además de
parecerme insultante me dolía en el alma. Creí que tenía figuraciones que le
hacían desdichado cuando no le pasaba absolutamente nada como demostraba la
existencia de nuestro pequeño Peter Jr. Y no puedo ocultarlo, me atormentaba pensando
que Peter creyese que el pequeño era hijo de Greg, o bien, que tú y yo nos veíamos durante sus ausencias y los hijos
eran nuestros y no suyos. Decidí visitar al Dr.
Glasser porque iba a realizar la intervención solicitada por Peter. Le comenté
mis temores sin guardarme nada y me atreví a rogarle que simulara la operación
de vasectomia, que no se la hiciese de verdad porque su cuerpo funcionaba y
todo eran suposiciones de una mente algo
descabalada por la guerra. Claro, el doctor se negó a hacer lo que le pedí y,
además, fue un error de mi parte, aunque después de que Peter se hiciera la operación quedé
embarazada y nació Salter. Peter pensó
que no podía ser hijo suyo de ninguna de las maneras y presentó la demanda de divorcio por adulterio
que tú juzgaste…”
Evelyn echó un largo respiro y
dio pasos por la habitación hasta que sus miradas interrogativas hacia Evans no
hallaron respuesta. Seguía muy nerviosa y al rato decidió despedirse besándole en
la mejilla. Evans estaba distraído pensando que las insignias de rango crecían en
el uniforme de Peter al mismo tiempo que sus sospechas. Pero ¿cavilar que
Evelyn no era mujer amante de su marido
y de sus hijos? No buscaba respuesta. Días más tarde decidió no admitir la
pretensión de Peter. Jamás obtendría el divorcio mientras no demostrase la
existencia de adulterio alguno.
Horas después de conocerse la
sentencia, Evelyn le telefoneó “…echaste abajo su petición, pero me gritó que tu sentencia prueba que eres mi
amante y piensa denunciarte. Evans, he vivido
meses en el infierno y no salgo de él. Sus llamas me rodean y consumen sin la mínima piedad. No dejes que te consuman
a ti…”
Ahora se repetía el espectáculo del juicio anterior.
Actuaban como testigos personas que se habían
sentado junto al estrado del juez al menos en una de las causas. Tíos,
sobrinos, amigas y amigos, juraron que los Lambert habían formado una pareja
ideal, resplandeciendo la virtud de ella y la bonhomía, el humor y el patriotismo
y fervor solidario de él. Incluso Gregg, sin mencionar la enredada visita que hizo
a casa de los Lambert, juró que no había hombre más íntegro ni mujer más hacendosa
y devota de su marido. También subió al estrado el Dr. Gassler quien, a
preguntas de la defensa, aseguró “…la vasectomia es un anticonceptivo efectivo casi un cien por cien de las veces que se
practica, pero no es causa de esterilidad inmediata. Si el hombre tiene sexo
sin protección muy poco después de la cirugía, puede ocasionar un embarazo, porque el esperma fértil almacenado en el
área más amplia de los vasos deferentes, llamado ampolla, permanece allí
después de la vasectomia. El hombre no debe pensar que es estéril hasta que un
análisis de su semen demuestre que no hay esperma si eyacula. El análisis debe iniciarse
entre ocho y doce semanas después de la intervención y, aconsejamos, que se
repita cada seis semanas mientras se encuentren espermatozoides móviles o la
cantidad de cien mil por milímetro…”
El Juez Holmes creyó ver en los
ojos de Peter Lambert un brillo súbito. En realidad, Peter buscaba en su
cerebro memoria de una cópula que justificara el nacimiento de Salter. El
Juez Holmes volvió la vista hacia donde estaba Evelyn, quien parecía sumergida
en un estado de confusión perceptible.
Evans no piensa nada porque lo
sabe todo, por ejemplo, que el Dr. Gassler se negó a simular la operación que proponía Evelyn; podrían
retirarle su licencia. Mira para Evelyn y, por primera vez en muchos días, no
encuentra rastro de la angustia que mostraba en el motel. Resplandece su
belleza en su delgadez tan femenina. Si pudiera abrazarla seguro que sentiría
su cuerpo de algodón, sus manos delicadas y sus labios tan bien diseñados para
ofrecer besos cálidos... Pero decide alejar su mirada.
El jurado ha permanecido reunido
unos cuarenta y cinco minutos y ha entregado el veredicto al Juez Holmes quien
ordena su lectura en público “…consideramos
que el Juez Miller dictó una sentencia justa al no admitir la solicitud de divorcio
presentada por el Sr. Lambert. Creemos que las evidencias presentadas en su favor no
han sido convincentes; no encontramos pruebas que avalen las sospechas
del demandante. También consideramos que el Sr, Miller es un juez íntegro
cuando dicta resoluciones, pero cometió un error acudiendo al Motel Oak Creek
de la carretera por lo que solicitamos le
sea impuesta la multa mínima de un dólar...”
El Juez Holmes acaba de golpear en
la mesa con su mazo dando la vista por concluida. Alzándose, pasea su mirada escéptica
entre el público que se estrecha en abrazos, se
saluda, o busca la salida. Luego, como hace siempre al concluir un
juicio, comenta para sí: “Será fácil dictar la sentencia, pero ¿estamos en el camino de hacer justicia?”.
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