PÍO BAROJA:
LA CRÓNICA BAROJIANA
DE SU SOBRINO PÍO CARO BAROJA
En el año 2000 Pío Caro
Baroja publicó Crónica barojiana (1),
libro que acoge La soledad de Pío Baroja
–que iba a servir de prólogo a unas pretendidas obras completas de Pío Baroja a publicar en Méjico-- más los
escritos, artículos y conferencias que el autor dedicó a sus tíos, padres y
hermano a lo largo de más de cincuenta años. Es un libro que al igual que los Recuerdos de Carmen Baroja o el de su
hermano Julio sirve para constatar la amplitud del mundo barojiano aunque Pío
Baroja fuese su núcleo principal. Veamos
sus aspectos principales.
.
Sobre el tío Pío Baroja
El autor dice que en La soledad de Pío Baroja escribió cosas
que no le hubieran permitido decir en la España de 1952, pero al juntar el
libro “se me empañan los ojos en el afán
de recordar a mis seres queridos, como último testigo vivo de aquella cadena de
seres excepcionales.” (p.9).
En 1952 se tenía una visión calidoscópica de Pío Baroja que oscilaba entre el “Pío impío”, el Baroja anglófilo,
el anarquista y contrario a un
Régimen que, no obstante, le manipuló a través de Giménez Caballero. Pío Caro rechaza
las etiquetas y aclara con rotundidad
acerca de la manipulación citada: “Baroja
ha sido siempre liberal, anarquizante si se quiere, pero ha sido un escritor, no
un médico-político falso, aunque usarlo como pantalla es erróneo y de mala
voluntad, aunque en este caso fue una maniobra propagandística.” (p. 29)
El sobrino evoca al Pío
Baroja íntimo en su biblioteca de Vera --donde escribió más de cincuenta
novelas--, o maniobrando los tres o cuatro relojes de la casa a los que daba
cuerda más de lo necesario, relojes barojianos “pues es el propio don Pío el que
calcula la hora exacta por su voluntad interna. Así, si tiene ya apetito,
supone que serán la una y media, hora que traslada al reloj y justifica pedir la comida”. (p. 42)
Quede muy claro que los
Baroja pasaron hambre en la guerra y
después; era gente preocupada por el
fuego, el calor y la comida --“en mi casa
la miseria estaba a punto de llamar”--, pues apenas conseguían dinero; el
sueldo de Rafael Caro Raggio en Correos era escaso y también el dinero que percibían
los hermanos Pío y Carmen por sus artículos en La Nación de Buenos Aires. Si algo les alimentaba fue la esperanza
de que al concluir la IIª Guerra Mundial se obrara un cambio en España.
Pío Caro aclara que Pío
Baroja fue germanófilo en la Iª Gran Guerra y aliadófilo en la siguiente (convirtiendo
a Winston Churchill en uno de sus héroes)
gracias a su espíritu liberal, su animosidad hacia las ideas y la violencia
hitlerianas y, como se ha dicho, a la creencia de que esa guerra traería el arreglo de España: “Posiblemente don Pío dentro de sus ideales
del siglo XIX, liberales, había dejado cabida a la ilusión y a un romanticismo
que la realidad ha desechado”. (p.
47)
Nos acerca a un día
cualquiera de la vida de Pío Baroja con la luminosidad de una cámara que retratara cómo escribía, sus paseos por el
Retiro, la puerta del piso abierta a cuantos le visitaban, sus tertulias y
amigos incondicionales, su amor por los gatos y los dulces, el hecho de vivir canturreando
o más bien susurrando canciones generalmente vascas, pues, jamás se pudo dudar
de su vasquismo que, guardado en el rincón más rico y sentimental de su corazón,
evidenció en La leyenda de Jaun de Alzate.
Comenta sobre esta obra: “mi tío aparece
pleno en ideas, en poesía, en descripción impresionista, en acción, en
filosofía, es un Pío Baroja completo, en pequeñas y sutiles dosis. “ (p. 116)
Subraya que para Pío
Baroja la ciencia estaba muy por encima de las artes y otras bagatelas, por eso idealizaba al hombre de
microscopio aunque le desilusionara conocerle en persona -- como le sucedió con
Ramón y Cajal mientras Einstein era un genio para él. Ese amor por la ciencia
primó en muchos escritos y, claro, subyace en El
árbol de la ciencia (1911).
Asegura que su
novelística refleja los lugares donde vivió porque en sus novelas siempre hay una
parte biográfica y otra imaginativa con diferente
calado y que los amores son predominantemente frustrados. Afirma que su tío no era un escritor localista
como la mayoría del oficio, que se documentaba adquiriendo estampas en la
librerías de viejo de Madrid o en los muelles del Sena de París, y piensa que
la imagen de Dorotea en El árbol de la
ciencia era la de una mujer que don Pío conoció, pero de la que nunca habló
por la rectitud moral que le caracterizo a lo largo de su vida, rechazando de
plano el tema de la misoginia en Pío Baroja.
El 98 españolizó a Pío Baroja así como a otros jóvenes escritores que
llegaron a Madrid viniendo de provincias. Su españolismo no era de bandería sino
de individualidad expresada a través de Avinareta y penetrando en nuestra
historia del s. XIX a través de veintitantos tomos. El sobrino juzga las Memorias
de un hombre acción así: “El alma de
España, el brío, la violencia, la furia,
ese tópico que se mueve en nuestra sangre, está en las Memorias de
un hombre de acción. El Baroja cien por
cien español está aquí, aquí hay que buscarlo como enseñanza histórica, de
independencia y de individualidades.“
(p. 146)
Define al Pío Baroja de
los años finales como un exiliado que vivió doce años en un piso cuarto de la
calle de Ruiz de Alarcón, escribiendo con dificultad sus obras póstumas y sus Memorias con una memoria fiel para
recordar el pasado, aunque nula para la vida diaria. A renglón seguido denuncia:
“Y es en esos años cuando la censura
deshace sus obras, cuando se prohíbe la publicación de sus libros, cuando se
intentan hacer sus Obras Completas y
estas tienen que aparecer mutiladas y en un orden extraño, absurdo, burdo y
caprichoso, y luego, se intentan retirar.“ (p. 169)
En la segunda parte del
libro, también titulada Crónica barojiana,
el sobrino revista las obras más importantes del tío. Sobre Fernando Ossorio, protagonista de Camino de perfección, revela que era una
conocido de Pío Baroja cuando era estudiante del doctorado y vio al personaje
en una cervecería de la calle del Príncipe y ofrece datos interesantes sobre el
Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia,
compañeros de juventud con los que Pío
Baroja se topaba a diario en San Carlos, la facultad de Medicina madrileña.
Defiende que la
revalorización de Toledo y de El Greco se debe a la gente del 98 --no al libro
de Bartolomé Cossío ni tampoco a Marañón-- constituyendo una influencia que
llegó a Picasso quien por aquellas fechas colaboraba con Pío Baroja y Azorín en
Gente joven, revista germen de muchas
cosas según el sobrino.
Pío Caro se pregunta
por qué mueren los personajes de Pío Baroja para asegurar que “sólo mueren los privilegiados, los que más
ama, los que ensalza; los que le hacen temblar la pluma tienen el privilegio de
morir dentro de la literatura” (p.
215) y así muere
Zalacaín, el Juan Alcázar de Aurora roja, Andrés Hurtado, Jaun de
Alzate, el Roberto O’Neil de El laberinto
de las sirenas, el Olarra de La nave de los locos, o el Thierry de Las noches del Buen Retiro. Un proceder constante
que empezó en 1904 y duró hasta 1934, treinta años de coherencia.
Sobresalen páginas del
libro, sin duda escritas con especial ternura, como Intermedio. Paseos de un solitario. Recuerda el piso de la calle Ruiz de Alarcón --ya
vacío--, a don Pío recibiendo visitas, las mañanas que iba a pasear al Retiro,
la costumbre de coger castañas de indias para quemarlas en el chubesqui de un
cuarto donde su madre solía tocar al piano la Sonata
de Kreutzer --que era como un himno familiar-- y, después, su deseo de ir al
Cementerio Civil a ponerle una flor, “quizás
una única flor”.
El siguiente capítulo, Pío Baroja y el cinematógrafo, arranca con Pío Caro
confesando su pasión por el cine del que fue crítico, ayudante de dirección y
documentalista, afición que, hasta cierto punto, tuvieron su tío Ricardo y Azorín, pero no Pío Baroja: “pocas veces se salió de su principal vocación y si lo hizo fue con poco
entusiasmo. Así pocas veces intentó el teatro y menos el cine, y si lo hizo fue
por divertimento. Su mundo, su estructura, era la novela” (p. 264).
A don Pío le era fastidioso acudir a un cine al anochecer porque sólo le
apetecía leer o escribir calentito en su cuarto de casa. El sobrino dice que
alguna vez le oyó hablar de Buster Keaton, de Charlot y de Greta Garbo que
constituían “las tres únicas estrellas que podía retener en su prodigiosa memoria”
(p. 265)
sumándose a la admiración que siempre tuvo
por los clowns ingleses a quienes
dedicó varios artículos.
Pío Baroja interpretó un
pequeño papel como ayudante del cura Santa Cruz en Zalacaín el Aventurero (1929) de Francisco Camacho, película de la
que no parece existir copia alguna pese a los rastreos realizados por la
familia y los amigos. También, según Pío Caro, escribió una novela-film
dividida en unas 290 escenas que tituló El
poeta y la princesa o El cabaret de la cotorra verde. Afirma que hubiera tenido otra suerte cinematográfica en Inglaterra. Arturo Ruiz-Castillo
filmó Las inquietudes de Shanti Andía en
1946; tío y sobrino la vieron en una sesión privada mereciendo este comentario
del novelista: “Este joven (Ruiz-Castillo) cree que el
mar se puede hacer en una palangana” (p.
273).
El libro dedica
bastantes páginas a los otros miembros de la familia subrayando de inicio la
grandeza de la obra familiar: “unos doscientos
escritos, entre novelas, textos, poesías
y estudios, y cerca de otros dos mil testimonios
plásticos entre cuadros, aguafuertes o dibujos, y naturalmente muy poca gente
conoce esta obra en su totalidad” (p.
286)
Recuerda la muerte de su hermano Julio quien no había tenido jubilación ni
seguridad social tras haber trabajado cuarenta
y cinco años en el Instituto de Investigaciones Científicas, que a don Pío se
le discutiera ser enterrado en el Cementerio Civil, o a su propio padre, quien había publicado unas trescientas
obras importantísimas en su editorial Caro Raggio, desilusionado y arruinado
física, moral y profesionalmente por la guerra.
Sobre Ricardo Baroja y
su hermano Julio Caro
Recuerda del tío
Ricardo que fue autor de cien óleos bellísimos de los que se perdieron la
mitad. En una segunda etapa de pintor profesional, pintó “varios cientos más que, año tras año, llevaba para vender a
exposiciones de San Sebastián, Bilbao o Madrid, a precios que oscilaban entre
las setecientas y las cuatro mil pesetas, y de los que no vendía tantos como a él le hubiera gustado para asegurarse
el potaje diario.” (p.
316) Subraya
la importancia de sus aguafuertes –se decía que el aguafuerte en España pasa de la mano de Francisco de Goya a la de
Ricardo Baroja--, que fue premiado menos de lo que merecía, su reencuentro
con el País Vasco tras la adquisición de la casa de Itzea y la famosa conferencia
La crítica del Arte en la que atacó a
los críticos del ramo afirmando: “profesión nueva y sin ninguna utilidad para
el arte, puesto que todas las grandes obras se han hecho sin necesidad de ellos
y los críticos no han influido con sus opiniones en cambiar la marcha natural
de cada artista” (p.
319), conferencia
que fue impresa y costeada
por compañeros artistas.
La pérdida del ojo
bueno en un accidente de automóvil cuando Ricardo Baroja regresaba de un mitin
a favor de la República afectó a su obra y Pío Caro relata sus desvelos para
volver a pintar con el ojo que padecía astigmatismo, logrando al fin que
nacieran sus Croquis de guerra,
tablillas que constituirían una de las obras más importantes sobre la Guerra
Civil desde el punto de vista artístico y testimonial.
Ricardo también fue
novelista y ganó el Premio Cervantes de 1935 por La Nao Capitana. Además escribió libros de aventuras como Aventuras del submarino alemán U, novelas
galantes como Fernanda, y El pedigree que, por su concepción de un
mundo moderno, Pío Caro considera anticipo
de Aldous Huxley. Ricardo Baroja reunió sus recuerdos, “escritos con mucho donaire” en Gente
del 98.
El cine interesó a
Ricardo Baroja. Debutó como actor en Al Hollywood Madrileño (1927), actuó junto
a su hermano Pío en la citada Zalacaín el
aventurero (1929), en El sexto
sentido (1929) y La incorregible
(1931). En 1947 Florián Rey llevaría al cine su novela La Nao Capitana. Además hizo algunos decorados, escribió guiones
que propuso interpretar a Ramón Franco. Cuenta su sobrino que acudía a los
cines frecuentemente y se entusiasmó con El
acorazado Potemkim, película que vio varias veces, si bien, otras opiniones
aseguran que su entusiasmo por el cine
fue descendiendo hasta actuar para ganar un dinero que le permitiera
visitar París, viaje que hizo y del que volvió escondiendo una ametralladora destinada a propósitos
magnicidas aunque el episodio tuviera un desarrollo cómico tal como lo narra
Pío Caro.
Ricardo Baroja apenas
salió de casa durante la guerra y la postguerra. En los meses de frío escribía
y leía; cuando pasaba el invierno se desperezaba y pintaba; el sobrino dice “que era bonito verle pintar”. Pío Caro
escribe abundantes páginas dedicadas a resaltar la personalidad de un Baroja “injustamente olvidado”.
También dedica un
recuerdo a su hermano Julio Caro Baroja del que destaca su devoción por el
estudio, su facilidad para el dibujo en todos sus aspectos, así como “su
sentido jocoso de la vida” y termina
con el recuerdo amoroso de su madre, de su prosa y de sus versos que junto a
ella lleva en el corazón.
El valiosísimo libro
de Pío Caro --al igual que los Recuerdos
de su madre Carmen Baroja—resulta una fuente de conocimientos y atestigua la
enormidad y calidad de un mundo barojiano poblado de personajes reales y ficticios
inolvidables que retrataron la España que va de finales del s. XIX a la mitad
del s. XX.
_____________
NOTA.:
l.- Pío Caro Baroja, Crónica barojiana, Edit. Caro Raggio,
Madrid, 2000, 415 págs. Citamos del mismo.
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