jueves, 21 de febrero de 2013




PÍO BAROJA: LA CRÓNICA BAROJIANA
DE SU SOBRINO PÍO CARO BAROJA



En el año 2000 Pío Caro Baroja publicó Crónica barojiana (1), libro que acoge La soledad de Pío Baroja –que iba a servir de prólogo a unas pretendidas obras completas de Pío Baroja a publicar en Méjico-- más los escritos, artículos y conferencias que el autor dedicó a sus tíos, padres y hermano a lo largo de más de cincuenta años. Es un libro que al igual que los Recuerdos de Carmen Baroja o el de su hermano Julio sirve para constatar la amplitud del mundo barojiano aunque Pío Baroja fuese su núcleo principal.  Veamos sus aspectos principales.


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Sobre el tío Pío Baroja

El autor dice que en La soledad de Pío Baroja escribió cosas que no le hubieran permitido decir en la España de 1952, pero al juntar el libro “se me empañan los ojos en el afán de recordar a mis seres queridos, como último testigo vivo de aquella cadena de seres excepcionales.” (p.9).


En 1952 se tenía  una visión calidoscópica de Pío Baroja que oscilaba entre el “Pío impío”, el Baroja anglófilo, el anarquista y contrario a un Régimen que, no obstante, le manipuló a través de Giménez Caballero. Pío Caro rechaza las etiquetas y aclara  con rotundidad acerca de la manipulación citada: “Baroja ha sido siempre liberal, anarquizante si se quiere, pero ha sido un escritor, no un médico-político falso, aunque usarlo como pantalla es erróneo y de mala voluntad, aunque en este caso fue una maniobra propagandística.” (p. 29)

El sobrino evoca al Pío Baroja íntimo en su biblioteca de Vera --donde escribió más de cincuenta novelas--, o maniobrando los tres o cuatro relojes de la casa a los que daba cuerda más de lo necesario, relojes barojianos “pues es el propio  don Pío el que calcula la hora exacta por su voluntad interna. Así, si tiene ya apetito, supone que serán la una y media, hora que traslada al reloj y  justifica pedir la comida”. (p. 42)

Quede muy claro que los Baroja  pasaron hambre en la guerra y después; era  gente preocupada por el fuego, el calor y la comida --“en mi casa la miseria estaba a punto de llamar”--, pues apenas conseguían dinero; el sueldo de Rafael Caro Raggio en Correos era escaso y también el dinero que percibían los hermanos Pío y Carmen por sus artículos en La Nación de Buenos Aires. Si algo les alimentaba fue la esperanza de que al concluir la IIª Guerra Mundial se obrara un cambio en España.

Pío Caro aclara que Pío Baroja fue germanófilo en la Iª Gran Guerra y aliadófilo en la siguiente (convirtiendo a Winston Churchill en uno de sus  héroes) gracias a su espíritu liberal, su animosidad hacia las ideas y la violencia hitlerianas y, como se ha dicho, a la creencia de que esa guerra traería el arreglo de España: “Posiblemente don Pío dentro de sus ideales del siglo XIX, liberales, había dejado cabida a la ilusión y a un romanticismo que la realidad ha desechado”. (p. 47)

Nos acerca a un día cualquiera de la vida de Pío Baroja con la luminosidad de una cámara que  retratara cómo escribía, sus paseos por el Retiro, la puerta del piso abierta a cuantos le visitaban, sus tertulias y amigos incondicionales, su amor por los gatos y los dulces, el hecho de vivir canturreando o más bien susurrando canciones generalmente vascas, pues, jamás se pudo dudar de su vasquismo que, guardado en el rincón más rico y sentimental de su corazón, evidenció en La leyenda de Jaun de Alzate. Comenta sobre esta obra: “mi tío aparece pleno en ideas, en poesía, en descripción impresionista, en acción, en filosofía, es un Pío Baroja completo, en pequeñas y sutiles dosis. “ (p. 116)

Subraya que para Pío Baroja la ciencia estaba muy por encima de las artes y otras  bagatelas, por eso idealizaba al hombre de microscopio aunque le desilusionara conocerle en persona -- como le sucedió con Ramón y Cajal mientras Einstein era un genio para él. Ese amor por la ciencia primó en muchos escritos y, claro,  subyace en El árbol de la ciencia (1911).

Asegura que su novelística refleja los lugares donde vivió porque en sus novelas siempre hay una parte  biográfica y otra imaginativa con diferente calado y que los amores son predominantemente frustrados.  Afirma que su tío no era un escritor localista como la mayoría del oficio, que se documentaba adquiriendo estampas en la librerías de viejo de Madrid o en los muelles del Sena de París, y piensa que la imagen de Dorotea en El árbol de la ciencia era la de una mujer que don Pío conoció, pero de la que nunca habló por la rectitud moral que le caracterizo a lo largo de su vida, rechazando de plano el tema de la misoginia en Pío Baroja.

El 98 españolizó a Pío Baroja así como a otros jóvenes escritores que llegaron a Madrid viniendo de provincias. Su españolismo no era de bandería sino de individualidad expresada a través de Avinareta y penetrando en nuestra historia del s. XIX a través de veintitantos tomos. El sobrino juzga las  Memorias de un hombre acción así: “El alma de España, el brío, la violencia, la furia,  ese tópico que se mueve en nuestra sangre, está en las Memorias de un hombre de acción. El Baroja cien por cien español está aquí, aquí hay que buscarlo como enseñanza histórica, de independencia y  de individualidades.“ (p. 146)

Define al Pío Baroja de los años finales como un exiliado que vivió doce años en un piso cuarto de la calle de Ruiz de Alarcón, escribiendo con dificultad sus obras póstumas y sus Memorias con una memoria fiel para recordar el pasado, aunque nula para la vida diaria. A renglón seguido denuncia: “Y es en esos años cuando la censura deshace sus obras, cuando se prohíbe la publicación de sus libros, cuando se intentan hacer sus Obras Completas y estas tienen que aparecer mutiladas y en un orden extraño, absurdo, burdo y caprichoso, y luego, se intentan retirar.“ (p. 169)

En la segunda parte del libro, también titulada Crónica barojiana, el sobrino revista las obras más importantes del tío. Sobre  Fernando Ossorio, protagonista de Camino de perfección, revela que era una conocido de Pío Baroja cuando era estudiante del doctorado y vio al personaje en una cervecería de la calle del Príncipe y ofrece datos interesantes sobre el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia, compañeros de juventud  con los que Pío Baroja se topaba a diario en San Carlos, la facultad de Medicina madrileña.

Defiende que la revalorización de Toledo y de El Greco se debe a la gente del 98 --no al libro de Bartolomé Cossío ni tampoco a Marañón-- constituyendo una influencia que llegó a Picasso quien por aquellas fechas colaboraba con Pío Baroja y Azorín en Gente joven, revista germen de muchas cosas según el sobrino.

Pío Caro se pregunta por qué mueren los personajes de Pío Baroja para asegurar que “sólo mueren los privilegiados, los que más ama, los que ensalza; los que le hacen temblar la pluma tienen el privilegio de morir dentro de la literatura(p. 215) y así muere Zalacaín, el Juan Alcázar de  Aurora roja, Andrés Hurtado, Jaun de Alzate, el Roberto O’Neil de El laberinto de las sirenas,  el Olarra de La nave de los locos, o el Thierry de Las noches del Buen Retiro. Un proceder constante que empezó en 1904 y duró hasta 1934, treinta años de coherencia.

Sobresalen páginas del libro, sin duda escritas con especial ternura,  como Intermedio. Paseos de un solitario. Recuerda el piso de la calle Ruiz de Alarcón --ya vacío--,  a don Pío recibiendo visitas, las mañanas que iba a pasear al Retiro, la costumbre de coger castañas de indias para quemarlas en el chubesqui de un cuarto donde su madre solía tocar al piano la Sonata de Kreutzer --que era como un himno familiar-- y, después, su deseo de ir al Cementerio Civil a ponerle una flor, “quizás una única flor”.

El siguiente capítulo, Pío Baroja y el  cinematógrafo, arranca con Pío Caro confesando su pasión por el cine del que fue crítico, ayudante de dirección y documentalista, afición que, hasta cierto punto, tuvieron su tío Ricardo y  Azorín, pero no  Pío Baroja: “pocas veces se salió de su principal vocación y si lo hizo fue con poco entusiasmo. Así pocas veces intentó el teatro y menos el cine, y si lo hizo fue por divertimento. Su mundo, su estructura, era la novela(p. 264). A don Pío le era fastidioso acudir a un cine al anochecer porque sólo le apetecía leer o escribir calentito en su cuarto de casa. El sobrino dice que alguna vez le oyó hablar de Buster Keaton, de Charlot y de Greta Garbo que constituían  “las tres únicas estrellas que podía retener en su prodigiosa memoria(p. 265) sumándose a  la admiración que siempre tuvo por los clowns ingleses a quienes dedicó varios artículos.

Pío Baroja interpretó un pequeño papel como ayudante del cura Santa Cruz en Zalacaín el Aventurero (1929) de Francisco Camacho, película de la que no parece existir copia alguna pese a los rastreos realizados por la familia y los amigos. También, según Pío Caro, escribió una novela-film dividida en unas 290 escenas que tituló El poeta y la princesa o El cabaret de la cotorra verde. Afirma que hubiera tenido otra suerte cinematográfica en Inglaterra. Arturo Ruiz-Castillo filmó Las inquietudes de Shanti Andía en 1946; tío y sobrino la vieron en una sesión privada mereciendo este comentario del novelista: “Este joven (Ruiz-Castillo) cree que el mar se puede hacer en una palangana(p. 273).

El libro dedica bastantes páginas a los otros miembros de la familia subrayando de inicio la grandeza de la obra familiar: “unos doscientos escritos, entre novelas, textos, poesías y estudios, y cerca de otros dos mil testimonios plásticos entre cuadros, aguafuertes o dibujos, y naturalmente muy poca gente conoce esta obra en su totalidad(p. 286) Recuerda la muerte de su hermano Julio quien no había tenido jubilación ni seguridad social tras haber trabajado  cuarenta y cinco años en el Instituto de Investigaciones Científicas, que a don Pío se le discutiera ser enterrado en el Cementerio Civil, o a su propio  padre, quien había publicado unas trescientas obras importantísimas en su editorial Caro Raggio, desilusionado y arruinado física, moral y profesionalmente por la guerra.


Sobre Ricardo Baroja y su hermano Julio Caro

Recuerda del tío Ricardo que fue autor de cien óleos bellísimos de los que se perdieron la mitad. En una segunda etapa de pintor profesional, pintó “varios cientos más que, año tras año, llevaba para vender a exposiciones de San Sebastián, Bilbao o Madrid, a precios que oscilaban entre las setecientas y las cuatro mil pesetas, y de los que no vendía tantos  como a él le hubiera gustado para asegurarse el potaje diario.” (p. 316) Subraya la importancia de sus aguafuertes –se decía que el aguafuerte en España pasa de la mano de Francisco de Goya a la de Ricardo Baroja--, que fue premiado menos de lo que merecía, su reencuentro con el País Vasco tras la adquisición de la casa de Itzea y la famosa conferencia La crítica del Arte en la que atacó a los críticos del ramo  afirmando: “profesión nueva y sin ninguna utilidad para el arte, puesto que todas las grandes obras se han hecho sin necesidad de ellos y los críticos no han influido con sus opiniones en cambiar la marcha natural de cada artista(p. 319), conferencia que  fue impresa y costeada por compañeros artistas.

La pérdida del ojo bueno en un accidente de automóvil cuando Ricardo Baroja regresaba de un mitin a favor de la República afectó a su obra y Pío Caro relata sus desvelos para volver a pintar con el ojo que padecía astigmatismo, logrando al fin que nacieran sus Croquis de guerra, tablillas que constituirían una de las obras más importantes sobre la Guerra Civil desde el punto de vista artístico y testimonial.

Ricardo también fue novelista y ganó el Premio Cervantes de 1935 por La Nao Capitana. Además escribió libros de aventuras como Aventuras del submarino alemán U, novelas galantes como Fernanda, y El pedigree que, por su concepción de un mundo moderno,  Pío Caro considera anticipo de Aldous Huxley. Ricardo Baroja reunió sus recuerdos, “escritos con mucho donaire” en Gente del 98.

El cine interesó a Ricardo Baroja. Debutó como  actor en Al Hollywood Madrileño (1927), actuó junto a su hermano Pío en la citada Zalacaín el aventurero (1929), en  El sexto sentido (1929) y La incorregible (1931). En 1947 Florián Rey llevaría al cine su novela La Nao Capitana. Además hizo algunos decorados, escribió guiones que propuso interpretar a Ramón Franco. Cuenta su sobrino que acudía a los cines frecuentemente y se entusiasmó con El acorazado Potemkim, película que vio varias veces, si bien, otras opiniones aseguran que su entusiasmo por el cine  fue descendiendo hasta actuar para ganar un dinero que le permitiera visitar París, viaje que hizo y del que volvió escondiendo  una ametralladora destinada a propósitos magnicidas aunque el episodio tuviera un desarrollo cómico tal como lo narra Pío Caro.

Ricardo Baroja apenas salió de casa durante la guerra y la postguerra. En los meses de frío escribía y leía; cuando pasaba el invierno se desperezaba y  pintaba; el sobrino dice “que era bonito verle pintar”. Pío Caro escribe abundantes páginas dedicadas a resaltar la personalidad de un Baroja “injustamente olvidado”.

También dedica un recuerdo a su hermano Julio Caro Baroja del que destaca su devoción por el estudio, su facilidad para el dibujo en todos sus aspectos,  así como “su sentido jocoso de la vida”  y termina con el recuerdo amoroso de su madre, de su prosa y de sus versos que junto a ella lleva en el corazón.

El valiosísimo libro de Pío Caro --al igual que los Recuerdos de su madre Carmen Baroja—resulta una fuente de conocimientos y atestigua la enormidad y calidad de un mundo barojiano poblado de personajes reales y ficticios inolvidables que retrataron la España que va de finales del s. XIX a la mitad del s. XX. 

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NOTA.:

l.- Pío Caro Baroja, Crónica barojiana, Edit. Caro Raggio, Madrid, 2000, 415 págs. Citamos del mismo.


lunes, 11 de febrero de 2013



LO SIENTO, DR. TRÍAS


Fue, no lo recuerdo bien, entre 1968 y 1970. Sabía que Ricardo Gullón venía desde Texas para dar una conferencia en la Pennsylvania State University y se presentó en el aeropuerto de Pittsburg junto a  Javier Herrero. Querían saludarle e intercambiar algunas impresiones sobre el momento español. No le volví a ver desde entonces aunque siempre leí los innumerables artículos que publicaba en la prensa y me admiraba la continua aparición de sus libros sobre temas que poco a poco le convertían en el más notable e imaginativo pensador de nuestro país. Hablar de D. Eugenio Trías siempre ha sido hablar de cosas serias, de la teoría del límite, de la imaginación sonora en este predio español de tanta fruslería y bagatela. Lamentable que los cigarrillos se lo llevaran como hicieron con mi padre. Lo siento, Dr. Trías; lo de leer periódicos ya no será lo mismo sin Ud. ahora que, al fin, está dialogando a solas con la sombra.

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