martes, 4 de septiembre de 2012




 
ALATRISTE


Gaspar me recomendó la lectura de El capitán Alatriste (1) de los Pérez Reverte, novela que yo presumía ajena a mis gustos literarios. Cedí a la sugerencia porque  cuando mi hijo tenía unos trece años sacó  de mi biblioteca el  Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio que leyó con agrado y, desde entonces,  fue convirtiéndose en un lector con criterio.

La excelencia de una novela histórica depende de la creación de un protagonista que invite al lector a compartir su tiempo y espacio. En principio, por ahí se encamina el éxito de Arturo Pérez Reverte con su Alatriste: haber construido un personaje creíble que nos traslada a la época de sus vivencias, que siente y padece como suponemos lo hacían los contemporáneos de su clase y condición convirtiéndose en su paradigma. Además, el autor  le relaciona con personajes como Quevedo o el conde-duque de Olivares que nos son familiares. De ellos conocemos determinados pasajes de sus vidas y no ignoramos que hicieron cosas conforme a un talante del que la historia se hace eco, pero se desconoce porqué las hicieron;  el acierto del novelista ha consistido en hacer creíbles los motivos en base a los antecedentes.

Contemplemos al protagonista principal. Alatriste se mueve por amistad o interés. La amistad le ayuda a consumir los ocios y también le aúpa sobre el perfil menos decoroso de su personalidad: protagonizar lances de fortuna como sicario al propósito de remediar sus necesidades diarias, si bien, los incidentes de ese tipo que protagoniza no menguan la simpatía del lector. Apostaríamos que  por un  motivo importante. 

Las aventuras de Alatriste ocurren en tiempos lejanos parangonables con los actuales.  En la época de Felipe IV desfallecían juntos el imperio y el ideario de los Austrias. En la actualidad decae el espíritu de la transición enredado –como acontecía en tiempos de Alatriste- en una crisis económica que tuvo una mise en escène premonitoria en 1993, tres años antes de publicarse la primera novela de la serie. Alatriste es un soldado de los tercios de Flandes mandados por Spínola que aún conserva ciertos ideales, pero vive de lo que salga como hoy algunos  millones de españoles. Las diferencias con Alatriste  son de imagen: los lugares por los que se mueve parecen otros, sus creencias y conocimientos semejan distintos, pero en realidad resultan familiares

La verosimilitud del espacio donde Alatriste se desenvuelve nace de la descripción ambiental. Se retrata Madrid como una población de 70.000 almas. En los barrios --que entonces se  llamaban cuarteles--  hay  400 tabernas “sin contar mancebías, garitos de juego y otros establecimiento públicos de moral relajada o equívoca”. Las tabernas son tan frecuentadas como las iglesias, aunque los hombres tiemblan ante la sola mención del Santo Oficio. Y nosotros, ¿no nos estremecimos ante secuelas posteriores y no tan lejanas del siniestro Oficio

Con Alatriste contemplamos qué se vende en los mercados callejeros, esquivamos las aguadas que vienen de los balcones, fisgamos los manjares y bebidas que Alatriste consume cuando entra en una taberna. Se trata de un espacio construido con imágenes verosímiles fáciles de apreciar, que enriquecen el texto y muestran cómo era el tiempo y el lugar donde vivía el protagonista. Así, la historia que presenta Pérez Reverte --con la ayuda de su hija Carlota, presentada como coautora-- abunda en detalles indicativos de que han documentado la época con rigor, pero sin apabullar al lector, pues la parafernalia cumple la función secundaria de actuar como herraje de la acción novelesca. 

La acción de la novela inicial de la serie se desarrolla en torno a la llegada de Carlos, príncipe de Gales, y de su amigo George Villiers –futuro duque de Buckingham—buscando una alianza con España mediante la boda del príncipe con la infanta María Ana. Se trata de un hecho histórico veraz que tuvo consecuencias posteriores, mas Pérez Reverte –digamos que con acierto enorme--  se centró en la vertiente romántica inicial del episodio porque le permitía concebir un vericueto de lances pugnantes y caballerescos con intervención de personajes históricos y de un Alatriste que emerge como héroe.

No se recomienda utilizar la primera persona para escribir una novela histórica salvo si se trata de diarios o cartas.  Y debe existir una buena razón si el narrador es, además, uno de los personajes porque desconfiamos del que lo sabe todo y además opina sobre el resto de los actores. El novelista debe tener una razón poderosa para que determinado personaje se ponga al frente de la narración, del porqué cuenta la historia y porqué esa historia debe obtener la estima del público. En Alatriste se da una respuesta convincente y, además, el narrador se catapulta desde la primera a otras historias creciendo como  personaje. Veamos.

Me llamo Íñigo.  Y mi nombre fue  lo primero que pronunció el capitán Alatriste la mañana en que lo soltaron de la vieja cárcel de Corte”… Ese hecho ocurría en el año veintidós o veintitrés del siglo XVII, coincidiendo con la llegada real de los nobles ingleses y la arribada al poder del conde-duque de Olivares.  El tiempo ha transcurrido desde entonces y ahora Íñigo se toma el trabajo de contar la vida del capitán. Enseguida descubrimos que Pérez Reverte emplea a Íñigo como narrador porque acrecienta la posibilidad de servirse de una omnisciencia verosímil y porque siendo Íñigo el primer devoto del héroe, resulta más fácil convencer al lector de que algo va a ocurrir y ocurre, manejando con sabiduría el  tiempo de las sorpresas. Y así el lector quede atrapado en un relato fijo en el protagonista en su 90%.

La novela histórica ha tenido autores notables, pero ¿qué diferencia a Pérez Reverte respecto de Galdós o Baroja por ejemplo? Galdós escribía sus Episodios nacionales con la finalidad de hacer didáctica de la historia; le importaban sus enseñanzas más que la transcripción veraz de los hechos. En sus Memorias de un hombre de acción Baroja parecía aferrarse meticulosamente a la historia, sin embargo,  la rescribía a su gusto y, no infrecuentemente, censuró en otros escritos la despreocupación por la exactitud de Galdós. Pérez Reverte no muestra la  afición por la historia cercana de los predecesores citados; en las novelas de Alatriste se retrata la historia lejana como un espejo reversible del presente.  

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1.- Arturo y Carlota Pérez-Reverte, El Capitán Alatriste, Alfaguara, Madrid, 1996. (Novela inicial de la serie)

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