viernes, 9 de diciembre de 2011



29 de diciembre de 1968
(Educación Musical)




Sucedió doce años antes de la fecha citada. La Semana Santa había discurrido triste, como siempre, y las lluvias habían impedido la mayoría de los desfiles procesionales en toda España. Se charlaba mucho porque contar trivialidades era lo más socorrido en aquellos días. Se encomiaba el monumento gigantesco montado para el Jueves Santo en la catedral de Toledo y corría la noticia de que el Vizconde de Santo Domingo de Ybarra poseía un cofre --que perteneció a Juan Sebastián Elcano-- con la pasión de Jesucristo labrada al fuego por indígenas de las Molucas.

Gente habituada al boca en oreja añoraba las celebraciones de los viejos tiempos, cuando lo religioso daba paso a ciertas liberalidades, hasta que la Sala de Alcaldes madrileña prohibió en 1752 que las mujeres acudieran tapadas a los actos religiosos “que más bien van a objeto de ilícito comercio que a manifestaciones de religiosidad”.

También se comentaba la muerte accidental de don Alfonso de Borbón, hijo segundo de los Condes de Barcelona, y que el embajador turco había ido a descansar los días de Pascua en Mallorca mientras el norteamericano regresaba de las Baleares.

La semana Santa también me aburría porque las radios ponían motetes y música sacra  atroche y moche y en los cines del barrio repetían las películas características de esas fechas: el documental Imaginería castellana y El mártir del Calvario en el Alcántara,  El Judas con Antonio Vilar en el Tívoli y en el Salamanca aunque este anunciaba Romeo y Julieta en color para el Domingo de Resurrección, prometiendo más para tal día la programación del Teatro Cómico,  la revista ¡Anda con ella! con Amparo de Lerma y Tony Leblanc.

Ese mismo domingo  Franco despedía  al Sultán Mohamed V que  salía para Granada y dejaba Madrid agradecido por la decisión española de devolver el Protectorado fronterizo de Ceuta y Melilla mientras Martín Artajo viajaba a Washington para reunirse con Eisenhower... ese mismo domingo desperté tras haber soñado que compraba una Mobylette con transmisión por cadena y horquilla telescópica a plazos de doscientas sesenta pesetas mensuales sin que necesitara matrícula ni carnet de conducir... ese mismo domingo en el que por treinta pesetas se podía escuchar al Orfeón Infantil Mexicano en el Teatro Alcázar... tenía una entrada para el recital que José Iturbi ofrecería en el Palacio de la Música a partir de las 11’45 de la mañana. Era el domingo 8 de abril de 1956.

Fui con mis mejores ropas y entré con la timidez propia de quien no es habitual. Subí ruborizado al entresuelo escoltado de gente mayor. Jovencitos de mis años y parecer, no sé si alguno. Me repuse mirando a las damas, peripuestas y elegantes, algunas luciendo estolas que parecían de armiño o de visón, aunque sólo parecía - según corrigió mi madre a la hora de comer aunque ella no había ido al concierto.

José Iturbi era realmente famoso en Madrid –había actuado antes con la Orquesta Municipal de Valencia-- por sus conciertos como pianista o dirigiendo la Filarmónica de Nueva York, la de Filadelfia, la de Rochester o la Sinfónica de Chicago y, sobre todo, por las películas de la Metro como Levando anclas y otras en las que había actuado.

Me interesaba su concierto porque me gustaba la música clásica no sacra. Desde la altura de mi butaca del entresuelo no me pareció que Iturbi tuviera unas manos grandes, pero movía la izquierda con una agilidad pasmosa, como una araña tejiendo redes sobre el teclado, y elevaba repetidamente su mano derecha con una estudiada solemnidad para caer suavemente y arrancar notas y arpegios que movían las cabezas de los asistentes en señal de aprobación.

Iturbi interpretó una variedad de sonatas, sonatinas y composiciones de Scarlatti, Poulenc, Chopin, Ravel, Debussy, Albéniz y Granados… con una profesionalidad parecida a la de un viajante catalán enseñando el muestrario y con la destreza depurada que no permite el menor fallo: su interpretación de la Sonata en Fa Mayor de Mozart me dejó bizco.

El problema surgió cuando algunas personas interpretaron la conclusión del primer movimiento de una de las piezas como su final y rompieron a aplaudir rendidamente  Yo mismo estuve a punto de hacerlo, pero la sala se puso a chistar in crescendo y se me cortaron aliento e intento. Aprendí que, en lo aplaudir, debía esperar a que los sabidos de las primeras filas palmearan primero.

Del concierto me fui con una sensación muy agradable, sin que pueda decir más debido a lo romo de mis conocimientos musicales: en el cole formaba parte del coro que acompañaba la misa obligatoria de los domingos antes de que acudiéramos a nuestras clases para recibir las temidas notas de la semana. Por otro lado, el recital de Iturbi había dejado en evidencia mis virtudes pianísticas adquiridas durante los veranos en Villafranca del Bierzo. En el piano de los abuelos, mi madre me había enseñado a tocar una machicha –música que según Baroja se cantaba y bailaba antes de que se impusiera el tango (1) -- con un parcial a mano cambiada. Después ensayé variaciones con las mismas notas, atreviéndome a componer una melodía que mamá aseguraba con cariño que le gustaba escuchar. Por lo demás tocaba de oído y mal algunas canciones populares que debido a mi sordera actual no podría repetir.

 

***

 
Miércoles 25 de diciembre de 1968, día de Navidad. Hace pocos meses que dejé Texas y vine a Pensilvania. Es una mañana apacible aunque bastante fría. Después de abrir, celebrar regalos y desayunar, dedico mi ocio a ojear diarios de Filadelfia y Nueva York.

Las noticias principales celebran el viaje de vuelta del Apolo VIII tras preparar la conquista de la luna. Se exhibe una fotografía impensable de la tierra desde el espacio facilitada por la esposa del astronauta Lowell. Me atrae el comentario de Borman: la Luna es un gran oasis de una soledad acongojante.

Gromyko concluyó su visita a El Cairo. Egipto y la URSS solicitan que Israel abandone los territorios ocupados. Se hacen cábalas sobre quién puede estar al frente de Fatha y Arafat dice: “Yo soy sólo un soldado. Nuestro jefe es Palestina”. Pronostica un camino de muerte y sacrificio para volver a la patria; si caen ellos, seguirán sus hijos y después sus nietos.

La revolución del pasado mes de mayo ha fracturado la UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia). Mientras las comunistas quieren su transformación en un sindicato, los demás se decantan por un movimiento apolítico.

Mi alarma crece al leer que aquí, la gripe Hong-Kong ha originado cerca de mil muertos en unas 122 ciudades en lo que va de mes. Se comenta que en Nueva York hay casi doscientos mil personas sin calefacción a causa de una huelga.

La lectura de los periódicos empieza a desagradarme, así que enciendo el televisor. Tengo a Leonard Bernstein y la Orquesta Filarmónica de Nueva York en la pantalla. Me choca que el director y los músicos vistan como el público. Las mujeres trajes informales o pichis y algunas ni se han quitado el anorak. La mayoría de los hombres lleva el pelo largo y algunos –quizás lo calvos- gorros de lana. La chiquillería no se diferencia de los mayores. El público parece relajado.

Leonard y su orquesta van a interpretar el Don Quixote de Strauss, la misma pieza que dirigió el 14 de noviembre de 1943 sustituyendo a Bruno Walters por enfermedad de este, un concierto que se transmitió a todo el país y le lanzó a la fama…. El de hoy es uno de esos Conciertos para jóvenes de la CBS que teniendo precedentes desde 1895, han adquirido un formato singular con Bernstein desde 1958 y tanto han gustado por aquí.

Leonard se ha vuelto hacia el público y explica la novela de Cervantes de manera muy breve, sencilla y didáctica. Después enumera los motivos de la Sinfonía y, tras cada explicación, los músicos tocan algunas notas como ejemplo. El público escucha muy atento, con la devoción del que gusta ser educado. Parece que estamos listos para disfrutar la música de Strauss.

Recuerdo mi sorpresa al descubrir que en los Estados Unidos había verdadera devoción por la música medieval europea, la barroca, la del siglo XIX y que la guitarra junto al invento del órgano Hammond eran y son los instrumentos favoritos. Entre los discos más vendidos hay piezas del barroco, sinfonías… Música que ha filtrado en los Beattles al igual que la influencia de los trovadores se deja notar en Donovan, Pete Seeger, Bob Dylan, y en Joan Báez; ahora les llaman cantautores…. Me impresiona la actividad musical de este país. En los diarios que acabo de leer he visto varios anuncios de casas que venden instrumentos musicales, sobre todo órganos y guitarras. Hay órganos que cuestan sólo treinta y cinco dólares.

No hay escuela americana que no tenga su banda de cuarenta, cincuenta y, hasta ciento veinte músicos como suman los de la Bellaire High School de Houston. Estas bandas, con sus aires entre militar y de opereta, actúan en los partidos de fútbol americano para animar o relajar tensiones. Cuando vivía en Austin (Texas) acudí con don Fernando Lázaro Carreter –que era vecino mío- a un encuentro de la Reagan High School donde mi mujer enseñaba. Don Fernando se sorprendió mucho al ver que la banda y las animadoras de ese instituto local animaban a la afición adversaria y las de esta se comportaban igual porque tales gentilezas contrastaban con la agresividad de los jugadores en el césped. Aquí la música es un arte democrático y Beethoven alterna con el pop y hasta presta su nombre a los perros.

He notado que en USA se silba poco: encontrar una persona en la calle silbando sería como toparse con un indio fumando una pipa de cannabis y haciendo burbujitas con el humo. Tampoco se oye cantar a los niños fuera de las fechas tradicionales convenidas o en los campamentos de boys-scouts ni se exceden las amas de casa cuando hacen sus labores. El paseante lleva su radio portátil y grita –cantar sería demasiado decir-- si es mayor. En las casa funcionan los tocadiscos de todo precio y tamaño a buen volumen. Los discos son enormemente baratos y han sido uno de los regalos frecuentes en estas Navidades.

También recuerdo la malísima educación musical que recibimos en España. No pasábamos de hacer coro para cantar en misa, bisbisear villancicos en Navidad o tarantear con la cuchipanda veraniega. Se escuchaba a Antonio Machín, Juanito Valderrama, José Guardiola y Los cinco latinos. Los trovadores estaban en París o no les entendíamos porque cantaban en lo que por entonces se llamaban dialectos.

Nuestros compañeros de oído más fino formaban parte de tunas jacarandosas. Música diaria la interpretaban nuestras criadas, salía del armonio de la iglesia o de la armónica Hohner de jóvenes cuyo repertorio casi siempre era el mismo: La polca del barril de cerveza, Solo ente el peligro o Taps, una de las canciones de Raíces profundas. Había conciertos de música clásica, pero se necesitaba un dinero que excedía el peculio semanal y tampoco existía una afición que nadie había despertado ni educado.

Vuelvo a concentrarme en Bernstein, en este concierto de su último año como director de la Filarmónica de Nueva York. Parece un Scaramouche que llevara una batuta invisible en vez de la espada. Hace palomas con las manos; seguro que también dirigiría con los pies de terciarse. Es un grandísimo director y se puede permitir exhibicionismos junto al atril. La cuestión es que su público norteamericano ha aprendido lo que hay que saber de la pieza de Strauss y disfruta de la interpretación.

 

***


Posdata


Termina 2011 y puede decirse que la educación musical en España ha mejorado, pero no es la que debía ser. El Conciertazo de Fernando Argenta que nos ilustraba sobre la música clásica permaneció ocho años en Televisión Española y se retiró en 2008. Antes, Argenta había hecho una labor encomiable junto a Araceli González a través de Radio Nacional con el programa Clásicos populares. Pienso en Pilar Lago, su formidable labor universitaria desde la UNED y en sus correrías por España comprometida en la formación musical de los maestros cuando no existía la especialización o abanderando la terapia musical incluso en las cárceles. También merecen reconocimiento las escuelas de danza dedicadas a la formación de la tropa infantil en ese arte.


Los teatros han relevado a la televisión en la tarea de acercar la música a niños y jóvenes con espectáculos como el del Rey León, pero es un relevo muy parcial porque la mayoría no puede asistir. Las televisiones transmiten sucedáneos, conciertos y óperas enlatadas a horas tempraneras o intempestivas. Así las cosas, concluimos que la educación musical didáctica y formativa de niños, jóvenes y en general de los españoles debía mejorar.


Desconozco la razón, pero me gustaría escuchar Love is a many splendored thing cuando lo que llega a mis oídos son los esfuerzos de la vecinita del 7º tratando de acertar con el himno del Barça en su flauta, seguro que un deber del colegio.



Muchas felicidades en estas Fiestas y mi deseo de un generoso 2012. Hasta enero.
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[1]  Pío Baroja, Bagatelas de otoño,  Edt. Caro Raggio, Madrid, 1983, pp. 186-187

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