RECORDANDO A SHERWOOD ANDERSON
Se
tragó el palillo que pinchaba la aceituna mientras bebía uno de sus martinis.
Iba de crucero hacia Sudamérica El
palillo recorrió los intestinos y cuando Sherwood llegó a Cristóbal, en la zona del canal de
Panamá, se declaró la peritonitis que le produciría la muerte el 8 de marzo de 1941 en Colón. Tenía 64
años. Del suceso se cumplirán setenta años en dos meses. El epitafio grabado en
su tumba dice: “La vida y no la muerte es la gran aventura”.
Había
publicado bastante. Un libro destacaba sobremanera, Winesburg, Ohio (1919), colección de 22 narraciones breves que
forman una novela para unos y una
colección de historias cortas para otros. El libro no tuvo mucho éxito en las
librerías, pero sí crítica excelente. Es un collage de la vida en una pequeña
ciudad y explora la relación y comunicación entre sus habitantes. En su tiempo
y después concitó la admiración de quienes atribuyeron a la lectura de Winesburg, Ohio su vocación de escritores.
La
estúpida muerte de Sherwood Anderson tampoco empañó su reputación de haber sido
el autor que más influyó en la
Generación perdida (Lost Generation).
William Faulkner lo reconoció: “Él fue el
padre de mi generación de escritores norteamericanos y de la tradición
literaria norteamericana que nuestros sucesores llevarán adelante. Anderson
nunca ha sido valorado como se merece.” Su influencia no sólo derivó de los
libros sino que la ejerció personalmente, por ejemplo, respecto de Hemingway y
el citado Faulkner.
A
Hemingway le conoció en Chicago en 1921, justo cuando Anderson acababa de
regresar de París. Anderson le persuadió de que también debía irse a la capital
francesa por ser la única ciudad recomendable para un escritor aprendiz debido
a su liberalidad y amor al arte en todas sus manifestaciones; además, allí
vivía la gente más interesante del mundo y era barata y conveniente para el
cambio de moneda. También le facilitó cartas de recomendación para Gertrude
Stein, quien había sido su amiga y se convertiría en mentora del joven Ernest.
Faulkner
recordó siempre que coincidieron en Nueva Orleans y que Anderson le convenció
para que se dedicara a la prosa y dejara la poesía en segundo lugar. Trabajaban
en el mismo periódico, paseaban, charlaban y bebían hasta que Faulkner se
encerró para escribir una novela. Años más tarde escribió: “Cuando terminé el libro, La paga de los
soldados, me encontré con la señora
Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije que ya lo había
terminado. Ella me dijo: “Sherwood dice que está dispuesto a hacer un trato con
usted. Si usted no le pide que lea los originales, él le dirá a su editor que
acepte el libro”. Yo le contesté “trato
hecho”, y así fue como me hice escritor”.
Mientras
Faulkner se convertiría en uno de los apologistas de Anderson, Hemingway,
esclavizado por un carácter bipolar que dominaba sus emociones, parodió el
estilo de Anderson en The Torrents of
Spring (1926). También se alejaría de la Stein –que siempre tuvo a Anderson
en un alto concepto- y mantuvo diatribas con ella mientras se hacía amigo de
Ezra Pound, quien le presentaría a James Joyce, pronto compañero de borracheras
épicas. Otra muestra de su personalidad es que Hemingway tampoco estaba ufano
de su nombre de pila simplemente porque lo asociaba al del protagonista ingenuo
y loco de La importancia de llamarse
Ernesto de Oscar Wilde.
Sin
duda los movimientos literarios engullen a sus precursores de la misma manera
que las revoluciones devoran a sus hijos. El palillo famoso fastidió la vida de
Anderson como, antes, ciertos amigos pusieron palos en la rueda de su fortuna,
pero dejó buenos libros y, sobre todos, Winesburg,
Ohio. Con él alumbró los caminos literarios por los que discurriría la Lost Generation y continuará motivando a
escritores en ciernes. Vale la pena recordarlo.
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Sherwood Anderson, Winesburg, Ohio, Traducción de Emilio Olcina Aya, R.B.A. Editores, Barcelona, 1995.
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