CUADERNOS DE MARCELA, III
EL Comandante Angustias
Nota.:
La UNED no habría funcionado en sus primeros años sin la ilusión y el esfuerzo impagable
de sus profesores titulares y asociados multiplicándose a causa del todavía reducido
número de catedráticos, programando y actuando en videos para TVE y redactando unidades
didácticas memorables. Los profesores tutores igualmente se desvivían
ilusionados en sus Centros aunque algunos también se sintieran movidos por
otras necesidades. A uno de estos
últimos se refiere Marcela en sus Cuadernos.
La mayoría de los
profesores-tutores del Centro parecen cortados por los mismos patrones, o son
jueces, fiscales o abogados, o P.N.Ns. del Instituto; también podemos presumir de dos
ingenieros nucleares -uno doctor-, un físico que desciende de Cristóbal
Colón, un doctor en Farmacia que es
poeta laureado y enseña Biología, pero ninguno tan singular como el Comandante Angustias.
Al Comandante Angustias le cuesta media hora subir por las escaleras
de San Luis. Agarrado al barandal de piedra como náufrago a un salvavidas, sube
y resopla mientras un pie se alza y adelanta al otro con la parsimonia de un
oso perezoso. El Comandante debe tener un enfisema descomunal, como corresponde
a alguien que se ha beneficiado un cargamento de Ideales de papel amarillo que
son los que fuma en cuanto tiene las manos libres.
Con todo, puntual es, pues, marcan las
cuatro menos diez de la tarde cuando llega al primer piso; entonces se desplaza
algo más ligero hacia el aula donde imparte clase de latín a los alumnos de
Filología.
Lo supe por el profesor Octavi --que
hacía una guardia sospechosa a la puerta del aula--, a condición de que no informara al director y, lo
pienso, para hacerme cómplice de la historia.
El Comandante, ya dentro del aula, distribuye unos papeles con caracteres
en latín para que sus escasos estudiantes vayan traduciendo. Luego acurruca la
cabeza entre los brazos y echa una siestecilla de unos veinte minutos; después,
labora et labora con el pupilaje los
entresijos de la traducción propuesta -- y se supone que bien realizada, aunque
esto es una conjetura que toca resolver a Angustias.
“¿Y por qué no se jubila?”, pregunté a Octavi y me contestó: “Porque siendo profesor de Instituto piensa que
jubilarse es como condenarse a morir de hambre y, por las mismas razones
económicas, tampoco está dispuesto a dejar
la UNED. Parece que durante la
guerra llegó a coronel habilitado, pero lo suyo era el latín y, como buen gallego,
movió los brazos del pulpo necesarios durante los exámenes patrióticos de la
posguerra para reconvertirse en profesor. Le llaman Angustias porque pasa la vida dándose lástima y
provocando la de los demás.“
Octavi, que lo sabe todo sobre el Comandante, me cuenta que es profesor de
latín porque iba para cura, pero vino la guerra y al volver del frente conoció
a la chica que se convertiría en su mujer y dejó pendiente lo del sacerdocio.
Cuando viaja a su tierra en
vacaciones se detiene en Silos y como ha prometido a los hijos que jamás
conducirá después de comer sin haber echado una siesta, la disfruta en un
sillón de la hospedería del monasterio
donde excepcionalmente le dejan reposar; asegura, y no sé si es un invento de
Octavi, que echar una siesta arrullado por el canto gregoriano --célebre en ese
lugar-- es como un anticipo de su entrada triunfal en el reino de los cielos. Así
las cosas, Angustias ha dicho a su
mujer que en Silos tomará los hábitos si queda viudo, lo que me sorprende mucho
porque no veo al hombre con trazas de durar, al menos si sigue subiendo por esta
empinada, ancha y desigual escalera de
San Luis.
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