LOS 7 CUENTOS DEL VENEZOLANO
JORGE OLAVARRÍA
JORGE OLAVARRÍA
Se acercó a José Luis Mendívil y a mí buscando información sobre el curso, las aulas y los catedráticos. Al concluir la conversación éramos ya buenos amigos. El joven venezolano se llamaba Jorge Olavarría de Tezanos Pinto y había llegado para estudiar Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Esto ocurría hace 58 años.
Nos uniría algo más y fue nuestra vocación europeísta. Jorge acababa de graduarse en el Collège d’Europe de Brujas y nosotros acudíamos regularmente a las sesiones de tarde que la Asociación Española de Cooperación Europea (AECE) celebraba en un piso de José Antonio 42 (la Gran Vía de siempre). Algún tiempo después Jorge cedería su vivienda para la celebración de un coctel en honor de M. Robert van Schendel cuyas visitas a España eran generalmente silenciadas por el Régimen, asistiendo el embajador de Francia, algunas personalidades franco-europeas y españolas, y en cuya preparación actuamos.
La amistad de Jorge con José Luis Mendívil se afirmaba en lo político mientras la mía se orientaba a lo literario porque ambos escribíamos. Jorge tenía claveteado un gran plano en la pared frente a su escritorio con esquemas argumentales, nombres de personajes y otros pormenores que servían para desarrollar los cuentos de su futuro libro. Le interesaban las opiniones, sobre todo de los venezolanos que vivían en nuestra capital. En el Preámbulo de los 7 Cuentos escribió: “Las contadas personas a las cuales les he mostrado los manuscritos, en busca de opiniones críticas, me han expresado, todas, la misma objeción: son demasiado duros y algo ‘injustos’. Me aferro a creer lo contrario y llegaría a afirmar que son demasiado suaves con la realidad Venezolana y Caraqueña”.
Jorge era pasión y creía que los libros todavía impactaban en la conciencia de políticos y ciudadanos, efecto que había dejado de ser real. Creía que el arte aún tenía esa misión. Se empecinaba en escribir porque le enervaba la visión que se tenía de Hispanoamérica y de su país en particular.
En el Preámbulo explicaba que la visión típica y exótica que europeos y norteamericanos tenían de hispanos y venezolanos era falsa porque ambos conceptos enmascaraban “las injusticias sociales, la miseria, el hambre”, tanto si se admiraba a los del lugar rasgueando descalzos sus guitarras a la luz de la luna como si se observaba la apariencia de los pescaderos margariteños con camisetas Made in USA, sombreros Made in Italy y botines Made in Texas.
Afirmaba que las leyes no servían a los ciudadanos en Venezuela: “Los intereses creados, la torpeza, los prejuicios y las enormes diferencias económicas y culturales han impedido que la legislación llegue a una interpretación honrada y cabal de la verdadera realidad de la Venezuela campesina y suburbana”. El relato …Anote allí señol… es el de un viejo que se considera ‘letrao’ y quiere registrar la muerte de un hijo natural suyo –que no de otro-- porque ya hubo lío con la herencia de su propio padre al no haber registrado los hijos que tenía vivos o muertos.
Olavarría anteponía a algunos de sus cuentos –preocupado porque se entendieran bien—párrafos o unas páginas de denuncia social sostenidas por la historia o estadísticas demoledoras que apoyaban su labor creativa y anunciaban al periodista, escritor y político en que se transformaría pronto. Por ejemplo, se refiere a Diego Losada --cuando entró en el valle de los indios caracas en el siglo XVI-- para decir que el conquistador jamás habría imaginado que la topografía del lugar sería la de los Cerros y las Colinas que representan las dos Caracas tan dramáticamente diferentes: en Las Colinas se hacen las leyes y se reparte la riqueza mientras en los Cerros se sufren esas leyes y sólo se obtienen las migajas del aludido reparto.
Venezuela no era un país rico aseguraba Jorge. En los aledaños de 1960 unos 750.000 venezolanos ingresaban entre 11 y 15 bolívares al mes (unos 4$ USA). Con anterioridad a 1950 las estadísticas revelaban que el 52% de las casas tenían piso de tierra, el 59% carecía de servicio sanitario y el 71% no disponía de cubo de la basura. Más de un 50% de la población estaba por debajo de los 21 años creciendo a un 3% anual. En 1958 se calculaba que del 1.300.000 niños que tenían entre 7 y 14 años, medio millón dejaría de asistir a la escuela al año siguiente por no haber suficientes escuelas, suponiéndose que en 1960, fecha de la publicación del libro, las cifras serían mayores.
Lo anterior subyace en el cuento titulado intencionadamente Carnaval. Las dos ‘Venezuelas’ están representadas en dos bailes, El baile de las colinas y El baile de los de abajo. Cada uno tiene su ‘reina’ y sus personajes característicos. Sonia impera en el primero disfrazada de rusa ucraniana con sobrero de astracán; a su padre se le describe como hombre “marcando un paso digno de ser acompasado por un trombón” y a su novio se le bautiza con el nombre de Perucho Oropendiente. Sonia está escandaliza porque al paso de su carroza los de abajo lanzaron algunas piedras.
El personaje de Rosa concita cuanto sucede en El baile de los de abajo acompañada de otra figura que transita entre los dos bailes, un Luis Pedernales cercano, aunque no lo suficiente, al protagonista típico de la novela social. Cuando ambos entran en el citado baile se dice: “Una vez adentro, un ambiente de sexo, un vaho de hormonas, una música de sensualidad les rebota en sus cuerpos recién salidos del frescor de la noche”. El sexo domina la acción como si fuera el único magma vital que personifica a los de debajo de la misma forma que el parecer y la mentira restallan en el baile de las Colinas. No hay lirismo descriptivo alguno: “La multitud se mueve como un inmenso pastel humanos”. Es el carnaval venezolano de la ciudad muerta para Luis o de la ciudad dormida para Rosa que concluye el miércoles de ceniza.
Recordando que la población crecía a un ritmo del 3%, Olavarría añadía que 32.000 de los 163.000 niños abandonados vivían en Caracas, subrayaba que el gobierno dedicaba cuarenta y dos millones de bolívares --de un presupuesto de seis mil millones-- al alivio de los menores de 14 años cuando constituían el 43% de la población. Asociado a este panorama infantil estaba el de los viejos cuyas cifras podían ser peores. Por eso escribió El hueso filosofal, donde un perro añoso que deambula por las calles “ya no gruñe. Sólo enseña los dientes”, no tiene mayor ventaja que la de ‘saber esperar’, pero se defiende mejor en la vida que la pobre mendiga de la que se compadece.
Nuestro autor pensaba que “El hombre de la llamada ‘clase media’ lucha la batalla más absurda de nuestra sociedad: tiene que ganar sueldo de obrero y sobrellevar apariencia de patrono”. Esa clase media sólo se diferenciaba de la nueva –que integraban los obreros especializados mayormente-- por el nivel cultural y porque no habían seguido estudios universitarios. Si se llamaba a la clase media la espina dorsal de muchos países por serlo tanto del capitalismo como de la democracia, en ningún sitio lo era tanto como en Venezuela donde el 65% de la población estaba formado por hijos ilegítimos, mientras la gente del cuello blanco “representa el orden familiar óptimo”, pero también es “la espina dorsal del servilismo, de la mediocridad, del odio, de la burguesía intolerante, de la vulgaridad, de la decadencia y, en general, de la marcha difícil y dolorosa de un pueblo que busca angustiosamente su destino sin conocer ni su camino ni las piernas con que andarlo"
En El Talco y la Seda, Jacinto concluye su trabajo de conductor de autobuses y se dirige a casa dispuesto a parar los pies a su suegra por criticar su costumbre de ir al comedor en bata de seda. Efectivamente, al poco de llegar va al cuarto de baño donde se ducha, adecenta, perfuma dejando atrás la mugre obtenida en su jornada laboral, hasta que ya vestido con la famosa bata y contemplándose en el espejo dice para sí: “Parezco un lord”. Gustándose, deja el propósito que tenía para el día siguiente.
En la breve segunda parte del libro incluye Tres cuentos de muy adentro, entre surrealistas y enigmáticos, que son Los ruidos, Medusa y El niño ciego. Se distinguen de los anteriores por mantener significados sociales diluidos en una línea simbólica, sobresaliendo en el primero de ellos la figura de Vidente Libertador quien abre toda puerta cerrada que encuentra, porque, ha sido considerado loco y encerrado en el manicomio, perseguido y encerrado en la cárcel…
La población de Venezuela era de 7.996.896 millones de habitantes en 1960 llegando hoy a los 31.335.113 según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas; las mujeres forman el 49’8% de la población. La tasa de crecimiento que, según la misma fuente, era del 3,8% en 1960 – algo superior al 3,1% que daba Olavarría- es del 1,4% en la actualidad.
La fuga de cerebros que se está produciendo en la universidad venezolana, por ejemplo, de 700 profesores de la U. Central y 400 en la U. Simón Bolívar desde 2011 no se debe sólo a cuestiones de dinero, sino a la escasa consideración que se muestra a su oficio. Por el Venoscopio (que se puede consultar en Google) sabemos que 711.982 personas constituían el personal docente del curso 2010/2011, pero la cifra bajaba a 470.598 un año después sin que se den cifras de años posteriores.
En la memoria “Escolaridad e Inversión Educativa en Venezuela al 2015” de Luis Bravo Jáuregui (que también se puede leer en Google) destaca sobre la inversión pública en educación “una tendencia al achicamiento de la inversión que hace el Estado venezolano en la educación de los venezolanos reales. Lo cual abona la tesis de que más que una “educación para todos de calidad” según reza la propaganda oficial, se está desarrollando una gestión y política pública educativa más próxima a la “pobre educación para pobres” que denuncian los sectores críticos de la presente administración educativa.” (p.68) Una cosa son los propósitos y otra las realidades; el Sr. Bravo apostilla en sus conclusiones que la pretensión real de su Memoria es “mostrar las limitaciones de esa buena intención y las incapacidades para hacerla buena en los hechos”.
Hay diferencias entre los que sucedía en la Venezuela de 1960 y la actualidad, pero ¿son tantas? Creemos que los Siete Cuentos de Jorge Olavarría de ninguna manera deben quedar como marginales a sus libros y artículos históricos o políticos, sino que por su valía deberían ser reeditados incluso con mayor dignidad de la que luce en aquella vieja edición impresa en Madrid en 1960.
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