sábado, 15 de febrero de 2014




El caso del Juez Miller




El fiscal alzó los ojos, balanceó su mirada entre los miembros del jurado y dijo con cierta solemnidad: “…El juez Miller nunca debió hallarse a solas  con la Sra. Lambert en lugar distinto a su despacho del juzgado donde, por cierto, se veían a diario. El encuentro que tuvo lugar en el Motel Oak Creek de la carretera degrada las razones de amistad del acusado con la familia Lambert y justifica la solicitud de divorcio por adulterio presentada en su día por el Sr. Lambert, quien, tampoco se considera el padre de los  hijos del matrimonio. Por consiguiente, y pareciendo evidente que el Juez Miller prevaricó en su día al dictar sentencia contraria a la petición del Sr. Lambert,  solicito de los miembros del jurado el veredicto de culpabilidad por prevaricación para el Sr. Miller, acreedor a la  pena de un año en la prisión del condado  y a la multa de mil dólares contemplada en la ley...

En la Sala se guardaba un silencio absoluto. Existían lazos familiares o de amistad entre los presentes y con las personas del banquillo, pero casi nadie entendía bien las razones del proceso, de ahí que todos se mantuvieran expectantes. El juez Miller, no. Sentado junto a su abogado mantenía la cabeza alta y los ojos perdidos en la imagen cegada de la justicia que presidía la Sala. Repasaba las palabras de su abogado en la interioridad de su conciencia como si no fueran suyas:  “…Prevaricación no es una palabra aplicable al acusado, al  Juez  Miller que todos conocemos. Por razones de verdadera y antigua amistad, al margen de trabajar juntos, el Sr. Miller estaba obligado a escuchar a la Sra. Lambert y si eligieron un lugar apartado para comunicarse confidencialmente fue porque no encontraron otro fiable. Además, no hay prueba alguna que sustancie de manera convincente la no paternidad del Sr. Lambert respecto  de sus hijos…“

Tampoco el  Juez Miller escuchaba al  Juez Holmes cuando instruía al jurado sobre las cuestiones que debería decidir “…si hay razones suficientes, alejadas de cualquier duda razonable, para considerar al  acusado culpable de prevaricación cuando dictó una sentencia  contraria  a la demanda de divorcio presentada en su día  por el Sr. Lambert… si se considera que el acusado actuó improcedentemente yendo al Motel Oak Creek a fin de mantener una entrevista con su secretaria, la Sra. Lambert…”

Pero, se lo preguntarían los presentes: ¿qué motivos tenía el juez Miller para entrevistarse con la bella Sra. Lambert en aquella habitación del motel? ¿Acaso negaron que se hubieran visto? Sucedió aquel atardecer. Llevaba rato esperándola en la habitación y, cuando ella entró, Evelyn se le echó en los brazos; lloraba sofocadamente y tenía los nervios alterados. Palpitaba en sus brazos como quince años atrás cuando, siendo su secretaria, se veían en aquel mismo motel de carretera. Ahora el motivo era distinto “…Evans, ¡tienes que ayudarme! La acusación de mi marido es completamente falsa, ¡falsa de todo punto! Es un hombre trastornado por el oficio de la guerra y no puedes imaginar hasta qué punto. Te contaré secretos relacionados con él que ni imaginas…”

Evans Miller recuerda que Evelyn era muy joven y él rondaba los cuarenta cuando Peter Lambert apareció en su vida. Evans se había trasladado a Miami para asistir a un  Congreso de Jueces de Condado. Durante esa semana,  Evelyn había salido con amigas conociendo y sintiéndose muy atraída hacia un oficial de la Fuerza Delta todo músculo, bien parecido y de sólo veinticinco años. A su regreso, Evans comprendió que su relación con Evelyn había concluido, pero tampoco se lo tomó a mal. Permitió que Evelyn continuara como secretaria suya, favoreció que el romance con Peter floreciera y llegase hasta el matrimonio, quedando él como  amigo de la pareja.

“…Todo iba bien hasta que nos mudamos de nuestra casa de la calle Elmer a la vivienda de la calle Possum. Hacíamos la mudanza cuando  Peter descubrió una caja mía que contenía fotografías viejas, algunas facturas, cartas de amigas y,  entre ellas,  una tuya que, por no recuerdo  el motivo, había conservado. Peter sintió curiosidad y, sin pedirme permiso,  leyó la carta en la que te quejabas de ser un galán tímido apenas considerado por mí. Su lectura  provocó las bromas de Peter y  no se cansaba de preguntarme, riendo, qué habría sido de mí si me hubiera casado contigo mediando veintidós años de diferencia entre nosotros. Jamás sospechaste nada porque Peter seguía llamándote papito cuando los tres nos veíamos para comer o con motivo de algún acontecimiento, pero Peter estaba cambiando  y  cuando regresó de Irán,  de la Operación Garra de Águila de 1980 ordenada por el Presidente Carter, ya no era el mismo que conocíamos. Iba de la euforia a la depresión, bebía demasiado cuando no tenía servicios y no le sentaba bien. En la cama, y perdona, tampoco era el soldado cariñoso y potente que yo había conocido sino un amante nervioso que no lograba consumar el amor algunas noches. Noté que miraba a nuestra pequeña Nancy de una manera rara y, no pocas veces,  como si le molestase su presencia. Parecía como si hubiese olvidado hablar conmigo y se mantenía distante y con el ceño fruncido muchas horas. Tres años después, cuando la invasión de la isla de Granada ordenada por el Presidente Reagan, regresó con un compañero diciéndome que era un amigo del alma que le había salvado la vida a quien le debía todo. Ambos estaban de permiso y esa misma noche se emborracharon de una manera más que considerable en casa. Peter casi no se sostenía en pie y en un rapto increíble empujó a su amigo hacia mi habitación diciéndole algo así como “Tienes que conocer a mi mujer. Tienes que hacer el amor con ella porque yo no puedo y ella necesita hombres enteros, ningún impotente a su lado”. El amigo entró por la fuerza en mi cuarto y parecía muy asustado, sobre todo al notar mi pánico  al comprobar que Peter nos había encerrado por fuera y no podíamos salir del cuarto. No sucedió nada desagradable. Greg, creo que se llama así, me miraba de seguido como pidiendo perdón. Terminó tumbándose en el suelo y yo hecha un ovillo en la cama. Llegamos a dormir y debió abrirnos el curto por la madrugada A la mañana siguiente ni Peter ni Greg se hablaron. Peter permanecía tumbado en el sofá del living como abstraído, mirando hacia el techo y cuando Greg susurró que se iba, que tenía que volver el Fuerte, Peter sólo le  dijo “Bueno, ya nos veremos por ahí…” A mí no me dijo nada,  Me dio la impresión de que daba por descontado que había pasado de todo entre Greg y yo, por su culpa, y estaba arrepentido, pero igual se trataba de  una figuración mía, porque actuó como si nada hubiera pasado y hasta se llevó a Nancy al pequeño zoológico infantil del Parque del Lago. Un año después nació Peter Jr. Y días después me confió que iba a hacerse una vasectomia “porque no quiero tener más hijos”, dijo. La decisión de Peter además de parecerme insultante me dolía en el alma. Creí que tenía figuraciones que le hacían desdichado cuando no le pasaba absolutamente nada como demostraba la existencia de nuestro pequeño Peter Jr. Y no puedo ocultarlo, me atormentaba pensando que Peter creyese que el pequeño era hijo de Greg, o bien, que tú y yo nos veíamos durante sus ausencias y los hijos eran nuestros y no suyos. Decidí visitar  al  Dr. Glasser porque iba a realizar la intervención solicitada por Peter. Le comenté mis temores sin guardarme nada y me atreví a rogarle que simulara la operación de vasectomia, que no se la hiciese de verdad porque su cuerpo funcionaba y todo eran suposiciones  de una mente algo descabalada por la guerra. Claro, el doctor se negó a hacer lo que le pedí y, además, fue un error de mi parte, aunque  después de que Peter se hiciera la operación quedé embarazada y nació Salter. Peter pensó  que no podía ser hijo suyo de ninguna de las maneras y presentó la demanda de divorcio por adulterio que tú juzgaste…”

Evelyn echó un largo respiro y dio pasos por la habitación hasta que sus miradas interrogativas hacia Evans no hallaron respuesta. Seguía muy nerviosa y al rato decidió despedirse besándole en la mejilla. Evans estaba distraído pensando que las insignias de rango crecían en el uniforme de Peter al mismo tiempo que sus sospechas. Pero ¿cavilar que Evelyn no era  mujer amante de su marido y de sus hijos? No buscaba respuesta. Días más tarde decidió no admitir la pretensión de Peter. Jamás obtendría el divorcio mientras no demostrase la existencia de adulterio alguno.

Horas después de conocerse la sentencia, Evelyn le telefoneó “…echaste abajo su petición, pero  me gritó que tu sentencia prueba que eres mi amante y piensa denunciarte.  Evans, he vivido meses en el infierno y no salgo de él. Sus llamas me rodean y consumen  sin la mínima piedad. No dejes que te consuman a ti…”

Ahora se  repetía el espectáculo del juicio anterior. Actuaban como testigos  personas que se habían sentado junto al estrado del juez al menos en una de las causas. Tíos, sobrinos, amigas y amigos, juraron que los Lambert habían formado una pareja ideal, resplandeciendo la virtud de ella y la bonhomía, el humor y el patriotismo y fervor solidario de él. Incluso Gregg, sin mencionar la enredada visita que hizo a casa de los Lambert, juró que no había hombre más íntegro ni mujer más hacendosa y devota de su marido. También subió al estrado el Dr. Gassler quien, a preguntas de la defensa, aseguró “…la vasectomia es un anticonceptivo efectivo casi un cien por cien de las veces que se practica, pero no es causa de esterilidad inmediata. Si el hombre tiene sexo sin protección muy poco después de la cirugía, puede ocasionar un embarazo, porque el esperma fértil almacenado en el área más amplia de los vasos deferentes, llamado ampolla, permanece allí después de la vasectomia. El hombre no  debe pensar que es estéril hasta que un análisis de su semen demuestre que no hay esperma si eyacula. El análisis debe iniciarse entre ocho y doce semanas después de la intervención y, aconsejamos, que se repita cada seis semanas mientras se encuentren espermatozoides móviles o la cantidad de cien mil  por milímetro…

El Juez Holmes creyó ver en los ojos de Peter Lambert un brillo súbito. En realidad, Peter buscaba en su cerebro memoria de una cópula que justificara el nacimiento de Salter. El Juez Holmes volvió la vista hacia donde estaba Evelyn, quien parecía sumergida en un estado de confusión perceptible.

Evans no piensa nada porque lo sabe todo, por ejemplo, que el Dr. Gassler se negó a simular  la operación que proponía Evelyn; podrían retirarle su licencia. Mira para Evelyn y, por primera vez en muchos días, no encuentra rastro de la angustia que mostraba en el motel. Resplandece su belleza en su delgadez tan femenina. Si pudiera abrazarla seguro que sentiría su cuerpo de algodón, sus manos delicadas y sus labios tan bien diseñados para ofrecer besos cálidos... Pero decide alejar su mirada.

El jurado ha permanecido reunido unos cuarenta y cinco minutos y ha entregado el veredicto al Juez Holmes quien ordena su lectura en público “…consideramos que el Juez Miller dictó una sentencia justa al no admitir la solicitud de divorcio presentada por el Sr. Lambert. Creemos que las evidencias presentadas en su favor no han sido convincentes; no encontramos  pruebas que avalen las sospechas del demandante. También consideramos que el Sr, Miller es un juez íntegro cuando dicta resoluciones, pero cometió un error acudiendo al Motel Oak Creek de la carretera por lo que solicitamos  le sea impuesta la multa mínima de un dólar...”


El Juez Holmes acaba de golpear en la mesa con su mazo dando la vista por concluida. Alzándose, pasea su mirada escéptica entre el público que se estrecha en abrazos, se  saluda, o busca la salida. Luego, como hace siempre al concluir un juicio, comenta para sí: “Será fácil dictar la sentencia, pero ¿estamos en el camino de hacer justicia?”.

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