lunes, 18 de marzo de 2013

Los cuentos bilingues de Christopher



CHRISTOPHER CUMPLE SIETE AÑOS

Para mi nieto Chistopher


Christopher  estaba realmente preocupado.  Su abuelo español le había dicho que cumpliría siete años al día siguiente y, desde por la mañana, debería  distinguir entre el bien y el mal.  Pero, ¿cómo lo sabría? ¿Por una revelación, como si cayera un rayo del cielo sobre él?  Se preguntó si su abuelo le habría gastado una broma pesada. Metido en esas preocupaciones quedó dormido.

Dormido estaba cuando apareció en el sueño un anciano de barba larguísima, cubierto por una capa gris, que le preguntó:

-- ¿Sabes historias de Joel?-. Christopher respondió que no y entonces el anciano dijo:

-- Escucha bien, pero mantén los ojos cerrados para ver y entender lo que voy a contar. Joel era un chico muy travieso. No sólo hacía perrerías en casa sino también en las de sus vecinos. Una mañana de mayo vio a la Sra. Hamilton tender ropa recién lavada en un cordel que se extendía entre un árbol y un poste del barandal del porche de su casa.   Cuando la vecina quedó oculta por las mismas prendas que colgaba y se movían abanicadas por el aire, Joel se deslizó detrás del árbol y,  con mucha discreción, con su mano izquierda fue soltando el trozo de cuerda que abrazaba el árbol  mientras con su mano derecha la sostenía  estirada hasta que,  apenas  segundos después, la dejó caer. La Sra. Hamilton quedó pasmada y, enseguida, se puso a proferir exclamaciones de enojo pensando que el desastre había ocurrido por una imprevisión suya, cuando ató la cuerda del tendido al árbol. Joel desapareció sigilosamente, tapando con sus manos la risita que se le alborotaba en la boca.

Entonces el  anciano preguntó a Christopher si quería conocer otra hazaña de Joel y el niño respondió entusiasmado que sí. El anciano sonrió y prosiguió:

--Ocurrió una tarde del Domingo de Resurrección. Joel sabía que sus primos y  algunos amiguitos  tardarían poco en venir a buscar los llaveros, los huevos duros pintados  y, al parecer,  dos huevos blancos de chocolate que sus padres habían escondido aquella mañana temprano en el jardín de su casa. Antes de que la tropa llegase quiso averiguar el escondite de  alguno de los huevos de chocolate para asegurar que, al menos, cogería uno. Buscando y buscando encontró un huevo blanquísimo y grande que no dudó en alzar ante sus ojos. Cuando empezó a  cascarlo,   la clara y la yema saltaron sobre sus dedos formando un hilillo denso, parecido al del yo-yo, que terminó desparramado en sus bambas. ¡Menuda sorpresa! Aún la  estaba ponderando  cuando a su lado apareció una gallina casi tan grande como él que le dio un aletazo tan fuerte que Joel se tambaleó. Después  le regañó  así: “Además de hacer trampas, ¿es que no sabes apreciar qué es un huevo de verdad? Has espachurrado un pollito que, si hubiera nacido, me daría amor,  a ti mucha  alegría y, más tarde, también  muchísimos huevos a tu familia. ¿Acaso no eres un pilluelo?".

Christopher  se preocupó bastante con la última historia, pero no pudo resistir la curiosidad cuando el anciano le preguntó si quería que le contara una nueva hazaña de Joel. El anciano comenzó así:

--Era una mañana muy soleada. Joel recorría el jardín de la casa tocando su armónica y decidió meterse en el huerto del Sr. Pendleton. De pronto la armónica se le cayó junto a un manzano, el mismo del que pensaba coger una fruta.  Como la  copa  del árbol daba una sombra densísima le resultaba muy difícil dar con la armónica. Molestísimo por la busca infructuosa no se le ocurrió  otra cosa que dar una patada formidable al árbol, una patada de las que daba jugando al fútbol en el colegio. El desaire no gustó nada al manzano  porque sacudió sus ramas con tal fuerza que varias manzanas cayeron sobre la cabeza, los hombros y la espalda de Joel tirándole al suelo.  Además, el  manzano le mostró su enojo con estas palabras: “¡Ya es hora de que sepas distinguir el bien del mal, renacuajo! ¡Tú perdiste la armónica, no yo, insensato!".

Entonces el anciano se acercó a un oído de Christopher y le musitó suavemente: “Ahora que eres pequeño, te lloverán manzanas sobre la cabeza cuando obres mal, pero cuando seas mayor, si obras mal te verás manchado como las prendas de la Sra. Hamilton que Joel hizo caer al suelo y parecerás uno de esos hombres que vagan por los caminos siempre  perdidos y sucios, buscando algo, pero sin saber qué.”

A la mañana siguiente, cuando los padres fueron a despertar a Christopher, llevaban un huevo grande de chocolate, una manzana caramelizada además de una sorpresa,  regalos que el niño recibió con la mayor de las alegrías.

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