Los cuentos bilingues de Christopher
CHRISTOPHER CUMPLE SIETE AÑOS
Para mi nieto Chistopher
Christopher estaba realmente preocupado. Su abuelo español le había dicho que cumpliría siete años al día siguiente y,
desde por la mañana, debería distinguir
entre el bien y el mal. Pero, ¿cómo lo
sabría? ¿Por una revelación, como si cayera un rayo del cielo sobre él? Se preguntó si su abuelo le habría gastado
una broma pesada. Metido en esas preocupaciones quedó dormido.
Dormido estaba cuando
apareció en el sueño un anciano de barba larguísima, cubierto por una capa
gris, que le preguntó:
-- ¿Sabes historias de Joel?-. Christopher respondió que no y entonces
el anciano dijo:
-- Escucha bien, pero mantén los ojos cerrados para ver y entender lo que
voy a contar. Joel era un chico muy travieso. No sólo hacía perrerías en casa
sino también en las de sus vecinos. Una mañana de mayo vio a la Sra. Hamilton
tender ropa recién lavada en un cordel que se extendía entre un árbol y un
poste del barandal del porche de su casa.
Cuando la vecina quedó oculta por las mismas prendas que colgaba y se
movían abanicadas por el aire, Joel se deslizó detrás del árbol
y, con mucha discreción, con su mano
izquierda fue soltando el trozo de cuerda que abrazaba el árbol mientras con su mano derecha la sostenía estirada hasta que, apenas
segundos después, la dejó caer. La Sra. Hamilton quedó pasmada y,
enseguida, se puso a proferir exclamaciones de enojo pensando que el desastre
había ocurrido por una imprevisión suya, cuando ató la cuerda del tendido al
árbol. Joel desapareció sigilosamente, tapando con sus manos la risita que se
le alborotaba en la boca.
Entonces el anciano preguntó a Christopher si quería
conocer otra hazaña de Joel y el niño respondió entusiasmado que sí. El anciano
sonrió y prosiguió:
--Ocurrió
una tarde del Domingo de Resurrección. Joel sabía que sus primos y algunos amiguitos tardarían poco en venir a buscar los
llaveros, los huevos duros pintados y,
al parecer, dos huevos blancos de
chocolate que sus padres habían escondido aquella mañana temprano en el jardín
de su casa. Antes de que la tropa llegase quiso averiguar el escondite de alguno de los huevos de chocolate para
asegurar que, al menos, cogería uno. Buscando y buscando encontró un huevo
blanquísimo y grande que no dudó en alzar ante sus ojos. Cuando empezó a cascarlo,
la clara y la yema saltaron sobre sus dedos formando un hilillo denso,
parecido al del yo-yo, que terminó desparramado en sus bambas. ¡Menuda
sorpresa! Aún la estaba ponderando cuando
a su lado apareció una gallina casi tan grande como él que le dio un aletazo tan fuerte que Joel se tambaleó. Después le regañó
así: “Además de hacer trampas, ¿es que no sabes apreciar qué es un
huevo de verdad? Has espachurrado un pollito que, si hubiera nacido, me daría
amor, a ti mucha alegría y, más tarde, también muchísimos huevos a tu familia. ¿Acaso no
eres un pilluelo?".
Christopher se preocupó bastante con la última historia,
pero no pudo resistir la curiosidad cuando el anciano le preguntó si quería que
le contara una nueva hazaña de Joel. El anciano comenzó así:
--Era una mañana muy soleada. Joel recorría el jardín de la casa tocando
su armónica y decidió meterse en el huerto del Sr. Pendleton. De pronto la
armónica se le cayó junto a un manzano, el mismo del que pensaba coger una
fruta. Como la copa
del árbol daba una sombra densísima le resultaba muy difícil dar con la
armónica. Molestísimo por la busca infructuosa no se le ocurrió otra cosa que dar una patada formidable al
árbol, una patada de las que daba jugando al fútbol en el colegio. El desaire
no gustó nada al manzano porque sacudió
sus ramas con tal fuerza que varias manzanas cayeron sobre la cabeza, los
hombros y la espalda de Joel tirándole al suelo. Además, el
manzano le mostró su enojo con estas palabras: “¡Ya es hora de que sepas
distinguir el bien del mal, renacuajo! ¡Tú perdiste la armónica, no yo,
insensato!".
Entonces el anciano se
acercó a un oído de Christopher y le musitó suavemente: “Ahora que eres pequeño, te lloverán manzanas sobre la cabeza cuando
obres mal, pero cuando seas mayor, si obras mal te verás manchado como las
prendas de la Sra. Hamilton que Joel hizo caer al suelo y parecerás uno de esos
hombres que vagan por los caminos siempre
perdidos y sucios, buscando algo, pero sin saber qué.”
A la mañana siguiente,
cuando los padres fueron a despertar a Christopher, llevaban un huevo grande de
chocolate, una manzana caramelizada además de una sorpresa, regalos que el niño recibió con la mayor de
las alegrías.
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