RAMÓN PÉREZ DE AYALA: “CUARTO MENGUANTE”
No es raro que si tienes librerías distribuidas por toda la casa y sacas un libro de cualquier estantería te sorprenda algún hallazgo imprevisto. Me sucedió cuando pretendía leer El trueno dorado de Valle Inclán. Estaba junto a otro libro --dos de las Sonatas de don Ramón-- y allí, aplastadillas entre ambos, aparecieron las 57 paginillas de Cuarto menguante. Novelita ingenua y sentimental de Ramón Pérez de Ayala con ilustraciones de Bartolozzi, nº 14 de La novela semanal, una publicación que existió entre 1921 y 1925.
En septiembre de 1921, mes de su publicación, Pérez de Ayala tenía 41 años y era un escritor de recorrido largo. Hacía 11 años que había publicado A.M.D.G., luego Troteras y danzaderas (1913), ensayos y libros periodísticos, saliendo de su pluma medio centenar de creaciones entre 1902 y 1928, incluyendo las que llamó novelas poemáticas de la vida española: Prometeo, Luz de domingo y La caída de los limones. El año 1921 también fue el de otra de sus novelas más conocidas: Belarmino y Apolonio.
Cuarto menguante es una novelita que tras su edición en La novela semanal, sería retomada, profundizada y ampliada por el autor en Luna de miel, luna de hiel y Los trabajos de Urbano y Simona (1923). El asunto era el amor, más concretamente, la educación erótica de los españoles o, precisando, la educación sexual inadecuada, tratada en falsete y con enormes dosis de ironía no exenta de sesgos caricaturescos. Como Pérez de Ayala era un buen helenista, tuvo a mano la historia de Dafnis y Cloe.
El argumento de Cuarto menguante es este: Micaela y Victoria han concertado el matrimonio de sus hijos, Urbano y Simona, educándoles de manera estricta “para la perfección en la tierra y la bienaventura en el cielo” y así ambos llegaran al altar sin que les haya rozado “ni siquiera el ala de un mal pensamiento”, es decir, desconociendo todo lo relativo al sexo.
Alrededor de los jóvenes cumplen función otros personajes descritos con dosis de humor --esperpéntico en ocasiones-- como don Leoncio Fano, el progenitor de Urbano, “testa de nieve, rostro oliváceo é hidalgueño, barbas de acero”, el preceptor don Cástulo Cólera que “daba la impresión de un crepúsculo otoñal”, la abuela doña Rosita que inspira en don Leoncio “devoción é irreprimible deseo de arrodillarse”, el centauro Paolo “con botas de montar, de las cuales nunca se despojaba” o la decidida madre de Urbano, doña Micaela, llevando a la boda “unos plumachos negros que á ratos sacudía con majestad, como caballo de funeraria”.
Tal despliegue de humor jocoso va in crescendo hacia un final que muestra a un Urbano colgado del cuello del padre, lloroso, pidiendo que no le deje hacer el viaje de novios porque tiene miedo. Continúa con el dibujo de los novios con la cabeza gacha en el landó que les conduce a la diligencia y, una vez en ella, asegurándose mutuamente que son felices por el simple hecho de estar casados mientras otro viajero bromea, o supone, que Urbano ha raptado a Simona. Urbano llega a la fonda con el pensamiento tan difuso y confundido que propone a Simona dormir en habitaciones separadas; lo hacen así y, al amanecer, él huye a su casa mientras Simona regresa a la suya creyendo que va a tener un hijo porque se le apareció el Ángel Anunciador en el horizonte, aunque se obstina en creerse una desgraciada como lo han sido todas las mujeres de su familia.
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Pérez de Ayala se percató de las posibilidades de Cuarto menguante motivándose a ampliarla en las novelas antes citadas. En cualquier caso y pese a su rápido final, Cuarto menguante resulta un primor de narración breve, un ejemplo de la mejor prosa novecentista pese a los cultismos que, en el diapasón de Pérez de Ayala, siempre aparecen cogiéndonos desprevenidos, pero que, gusten o no, también constituyen una de las notas personales de su estilo.
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