Estudiaremos la novela de
Pío Baroja más desdeñada probablemente y que atrajo a menos estudiosos. Birute
Ciplijauskaite, en las páginas finales de un libro suyo verdaderamente excelente, asume que Susana
–como anticipó Eugenio de Nora-- pertenece al periodo decadente del vasco en el
que repite temas y situaciones. Añade que el protagonista trata de un personaje
conocido: “hombre fantaseante y sentimental que intenta ser realista y objetivo”[ii] circulando por una trama casi inexistente que
carece “de un interés sostenido. Los episodios secundarios son autónomos y se
pueden incluir o dejar aparte”[iii].
Piensa que la intriga amorosa tampoco
anima el interés y reitera que en temas de amor Baroja no había aprendido nada
todavía. Aunque la acción acontece
durante la Guerra Civil y se presenten
tipos de exiliados, “la realidad de la guerra se queda muy al
fondo.”[iv]
La novela fue encargada
por la editorial donostiarra Bimsa y, se piensa que urgió a Baroja a concluirla
pronto; la urgencia justificaría su precipitado
final, pero no lo apoyamos. Baroja
era un experto en el arte de novelar y tenía
trazado un plan para el manuscrito de Miguel Salazar con sucesos ya transcurridos,
no nuevos, incluido el momento en que finaliza su relación con Susana, y al plan previsto
se atuvo. Si el tema principal de Susana --como de otras novelas suyas--
es el fracaso frente al destino, ni la noticia del fallecimiento de la
protagonista ni la brevedad de algunos capítulos finales debe atribuirse a
premura. Susana no es una novela de Baroja desdeñable, pertenece al
realismo barojiano y ofrece, como veremos, aspectos interesantes sobre su manera de
novelar y su evolución.
García de Juan recoge una
cita del propio Baroja afirmando el realismo de su novela al referirse a los
personajes cuya creación simultaneaba
con artículos para la prensa sudamericana: “casi todas las
figuras que aparecen son reales, más o menos disfrazadas (…) me
puse a escribir una novela de ambiente parisiense, que fue Susana y los
cazadores de moscas, en la que conté
la vida de un manchego a orillas del Sena, un manchego que nada tenía de
Quijote, ni tampoco de Sancho Panza (…) La vida de un español joven, áspero y
pesimista aficionado a la química, que vivía en una calleja de Montrouge, me
sirvió para mi relato.”[v]
García de Juan demuestra muy acertadamente que si comparamos las novelas Susana y Laura con los escritos autobiográficos de Baroja—de Juan lo hace minuciosamente--,
y dejamos a un lado parques, jardines y
edificios visitados por el autor, “se deduce una constante influencia de la
realidad vivida en Francia y su capital, así como en Suiza en 1937 o antes, y
de las noticias que de una u otra forma le llegan de España.”[vi]
Miguel Salazar, rubio de
ojos claros, es un manchego hijo de boticario que estudió Farmacia, pero no
pudo heredar la botica donde trabajaba su padre porque no había concluido la
carrera y la familia atravesaba una mala situación económica. Marcha a Madrid para
regentar una farmacia con poco sueldo; Doña Márgara, la propietaria, viuda
fondona y cuarentona se le insinúa, pero Miguel prefiere continuar siendo pobre
dedicado a la lectura y la pintura hasta que la viuda le envía a París en busca
de un medicamente que proporcione un éxito a su farmacia.
El lector aprecia
enseguida que Miguel no pertenece al estamento de los hombres de acción
barojianos y tampoco es un dechado de cualidades, vamos, que se integra con
simpleza en el grupo de los antihéroes pusilánimes.
Miguel mismo se piensa
falto de condiciones para destacar. No sabe hacer ni amigos ni protectores. Se
estima infantil y tímido, pero también “sereno, frío, tranquilo”(10).
Su único vicio consiste en tomar café y a los
28 años tiene ideas pesimistas de viejo. Su Dulcinea son los libros, que devora. Vive resignado a una
existencia monótona; ni siquiera le apetece viajar. Es el retrato de un
sedentario que no encuentra un momento de suerte en una vida en la que “vegetaría
miserablemente”(12).
Animado por un médico que
le convence para que acepte la propuesta de Dª Márgara, sale de su carapacho y
se va a París. Instalado en un hotel del bulevar Saint-Michel, busca sin éxito
el medicamento que ensueña Dª Márgara, viaja una semana a Londres y a la vuelta
recibe la noticias del estallido de la Guerra Civil.
El Capt. III recoge el
impacto de la guerra en los españoles que están en Francia y en los franceses.
A Miguel, la Guerra Civil le produce perplejidad y desorientación; confía en
que sea una cuestión de días pese a los augurios de que durará. Un mes después
continúa perplejo y el regente que le sustituyó en la botica de Madrid le
entera de que los milicianos han ido a buscarle “sin duda para darme un
disgusto, porque me consideraban reaccionario”(17) aunque nunca
antes se había manifestado políticamente.
El París que Miguel vive se
reduce a un espacio social proletario de
personajes míseros o derrengados, a veces plurinacionales, pero Miguel
no estima que pertenece al ámbito de miseria de los otros aunque la pobreza
asome en su vestuario; siempre aparece su talante burgués de clase, por
ejemplo, cuando viviendo en el hotel dice
que le molesta el olor a pobre que sube del portal a las habitaciones del León
de Plata (20), al afirmar que la multitud le
espanta, o cuando piensa mal de la gente con la que convive: “aquella
gente del hotel era sospechosa, antes de acostarme cerraba la puerta y la
atrancaba”(22).
Al principio de esta
novela proliferan las estampas del universo proletario, pero no existe la
denuncia social que, por ejemplo, encontrábamos en La lucha por la vida; cuando
Miguel sale de la postración y le aceptan para traducir prospectos de farmacia,
escribe: “Ganaba menos que un peón de cualquier oficio manual y hasta algunas
criadas; pero si me hubiera presentado ante un grupo de
obreros, me hubieran llamado miserable burgués.”(28)
Es sabido que Baroja también
construía a sus personajes mostrando lo que no eran, parecían o no les gustaba.
Miguel no aprecia el París monumental y tampoco tiene espíritu de turista. Menos
aún se imagina un hombre importante; no es nadie y encuentra lógico que la gente
tampoco le muestre simpatía. Aunque tiene”la sospecha un poco triste de que no me ha
querido nunca nadie”(101) goza del
beneplácito de los demás y el Sr. Olivier piensa que puede llegar a hacer algo
en el campo de la experimentación. Vive con resignación y, de cuando en cuando,
se autocompadece: “no creo que haya hecho nada para merecer tan desdichada suerte”.
(41) Se
siente próximo a Jill Fortuner, pero desde sus desemejanzas; a Jilll le gusta
el deporte y jugar al ajedrez; Miguel no
practica esas aficiones y le parecen aburridas; la amistad surge de estar
juntos, de no molestarse el uno al otro.
La aproximación de Miguel
a Susana surge hacia la mitad de la novela, en el capítulo X, pero es un
acontecimiento que pone de manifiesto una batalla entre su carácter irresoluto y
los sentimientos que ella despierta: “El
verme dominado por una pasión amorosa, me alarmaba”(74)
y
se considera un
imbécil por no haber cortado antes esas ilusiones. Al encontrarse en la casa
del Sr. Roberts con otras personas sospecha que están ahí porque Susana quiere que
le estudien y ello le induce a mostrarse con prudencia y pintarse como un hombre
pobre y sin pretensiones. (91)
La relación amorosa progresará
muy lentamente, pero proporciona nuevos aspectos del protagonista. Estando en
casa del pintor Ferón le molesta ver a un joven comentando al oído de Susana cosas
en secreto. Se trata de un chico que ella conoce desde niño por lo que Susana advierte: “Veo
que es usted celoso” (140), concepto que eleva
a “receloso”
cuando Miguel asume que el joven está enamorado de ella, y el cumplido deriva
a “malévolo”
cuando pone en solfa las conversaciones entre los pintores Ferón y Roberts.
La relación Miguel-Susana
no adquiere visos hasta el Capt. XIX, bien avanzada la novela, cuando Miguel
muestra su preocupación por lo que el Sr. Roberts opina de él como pretendiente de Susana y si le parecería
digno para entrar en la familia. Susana disipa sus dudas aunque reconoce cierto
cariño egoísta en su padre porque no desea separarse de ella. Para vencer una posible hostilidad propone que
asegure a su progenitor que no pretende casarse con ella y que ha encontrado un
procedimiento práctico y barato para terminar con las moscas. Y cuando Miguel
le pregunta si ella sería positiva con su pretensión, Susana le asegura que sí.
La
emoción de Miguel
le lleva a estrechar las manos de Susana con efusión (143) y como una
declaración de amor velada; la secuencia tiene un parecido lejano
con la concertación de los matrimonios por conveniencia pese a que un Miguel
eufórico articula este cumplido: “Usted es mi inspiradora, y yo la considero
muy superior a mí.”(145) La timidez es, no
obstante, una característica de la chica que ella describe así: “he
vivido tan aislada, que me ha quedado la timidez como una enfermedad (…) A
pesar de esto, no crea usted, si tengo
que hacer algo difícil, me armo de
decisión y soy hasta valiente.” (145)
Sin embargo, aparecen curvas
en la relación entre ambos jóvenes. Susana enferma y viaja al norte con su
padre sin comunicárselo a Miguel. Ni siquiera habrá relación epistolar, aunque Susana
piensa al regreso del viaje que su padre hizo desaparecer las cartas de Miguel
y escamoteó las suyas a él (177).
Cerca del final, Miguel
parece un enamorado incondicional al responder a la pregunta de Susana si es
celoso y responder: “Algo, sí, y soy exclusivo. Me preocupa
usted; ya no me preocupan los demás, ni mujeres ni hombres.” (182)
El médico recomendará que
Susana vaya a un país de sol para recuperar plenamente la salud y padre e hija viajarán
a El Cairo siguiendo el consejo médico. Los novios acuerdan preparar los
papeles del casamiento para la vuelta y, como en las viejas películas, habrá un
beso de despedida. “De pronto, unos días sin carta. Después un telegrama. Susana había
muerto en un accidente de automóvil. ”(188)
Baroja muestra la mayor sobriedad al comunicar al lector un desenlace tan sorprendente como inesperado,
sin embargo no es tan sorprendente si leemos con atención los capítulos anteriores
al viaje y nos fijamos en las consideraciones de Susana sobre la muerte.
Miguel desesperará de
dolor, viajará a Italia por consejo de sus allegados y regresará a España. Los
dos párrafos finales los escribe desde el frente. Poniéndose a examen de la
persona para quien escribe su relato; dice: “No sé lo que pensará usted de mí,
ni que considerará usted auténtico y profundo en mi manera de ser, si la pasada
tendencia al sentimentalismo y a la blandura, o la actitud de dureza, de
energía y de serenidad. Yo mismo no sé a qué atenerme.” (191)[vii]
LOS PERSONAJES FEMENINOS
No sustentamos la opinión
de que en temas de amor Baroja no había
aprendido nada todavía como escribió Birute Ciplijauskaite porque novelas de
fecha anterior a Susana demuestran lo
contrario; la creación misma de Susana, casi un dechado de perfecciones,
niega que Baroja tuviera una visión
negativa y distante de la mujer.
Las mujeres que aparecen
en Susana
desempeñan papeles esporádicos a excepción de la coprotagonista, pero la visión
general es amable con la sola excepción de Dª Margara (“maliciosa y suspicaz”(12)). Las
demás viven, son artistas, algunas arrastran dolor por la suerte de sus amados
en la Guerra Civil y otras padecen situaciones denunciadas por Baroja: la
dificultad del matrimonio si no se tiene trabajo: “¡Casarse sin dinero o sin empleo
en París!-–exclamó Juana Mari--. Es imposible, o, por lo menos, muy difícil.
Habría que casarse con algún desesperado.” (59),
y la
explotación de las mujeres como la sufrida por la pintora polaca, aristócrata
venida a menos y explotada por los comerciantes de cuadros.
Susana aparece pasadas cincuenta
páginas, pero ya sobre el papel, su autor traza un dibujo donde resplandece su
belleza y “un aire un poco delicado y frágil”(53),
suficiente
para despertar la admiración de Miguel. Es una mujer inteligente y aplicada que ganó una oposición
a archivera con el número 1. Domina la geografía urbana de París y da sustancia
a la retahíla de calles --que abruma al lector-- ilustrándolas en ocasiones con
relatos bien humorados como el relacionado con el castillo de Vauvert.
De alguna forma pertenece
a la estirpe barojiana de las salvadoras, las mujeres que,
como acontece en La lucha por la vida, rescatan a su hombre del laberinto vital en
el que anda perdido. Los hilos salvadores de Susana son menos pretenciosos: buscarle
una vivienda mejor, moverle por el espacio invitándole a ir a otros lugares y
conocer a diversas personas, ayudándole a
traducir al francés las memorias encargadas por el Sr. Olivier, invitándole a
pintar y proponiéndole la lectura de
grandes autores, es decir, patrocina mejorías en sus aficiones de siempre.
Susana enferma cerca del
final adquiriendo un aspecto lánguido y melancólico en un verano sofocante y “hablaba mucho de la muerte y de la tristeza
del tiempo que pasa, con cierta delectación.” (181) En
los últimos capítulos, la muerte aparece en sus pensamientos y diálogos como un
presentimiento. No hay urgencias del editor. Baroja estaba preparando la
noticia de un final acorde con su idea de la fatalidad del destino.
LOS PERSONAJES SECUNDARIOS
Y ESPORÁDICOS
A excepción del Sr.
Roberts, pululan por la novela como parientes, amigos o conocidos de los personajes principales o proceden de los
círculos de la miseria; el narrador les perfila y cuenta su historia. Además de
los franceses, también hay plurinacionales. Cuando la arquitecta inglesa invita
a Miguel --español--, a Jill -- hijo de
un inglés-- y una estudiante china a visitar el estudio de la pintora polaca,
el primero escribe: “Primero comeríamos en un bar ruso y luego
iríamos a visitar a la polaca”(45);
después se sumarán una francesa y una rumana. La pintora polaca, es descrita
como “vieja con aire de momia”(47),
algo desmemoriada y con un pequeño zoo en su casa. La secuencia sirve para dar
entrada a la protagonista, Susana, que aparece en compañía de su padre, el
pintor Emilio Roberts cuyos razonamientos negativos sobre el arte moderno sirven para caracterizarle (50
y ss.)
Emilio Roberts tiene
recorrido en el texto y hay cierta delectación en su retrato. “Yo no
me creo un gran artista, querida” (51)
dice a su hija, pero presume de serlo; si su aspecto es de hombre elegante, también
surge el caricato cuando persigue una mosca con ansiedad provocando las risas
del puñado de conocidos que viaja con él en el metro para visitar el estudio de
otro pintor. Exhibe un aire bohemio, pero “se manifestaba insociable y misántropo. No
quería nuevas amistades, era un tanto teósofo y medio budista. Como pintor,
creía que la pintura había terminado en el impresionismo” (63)
Roberts posee una opinión peculiar
sobre las mujeres al pensar “que el hombre que mejor había comprendido el
destino de las mujeres era el señor Landrú.” (95)
Pero
serán las mujeres las que mejor le evalúen y descubran. Una amiga de la
señorita Bartas, le considera como “un hombre de una inquietud y de un egoísmo
terrible. No quiere que su hija se case, porque se quedaría solo y no tendría
quien le cuidara.”(99) Su hija
misma piensa: “El miedo a la enfermedad, el aislamiento, le están fastidiando; yo creo
que querría vivir en un quirófano esterilizado y antiséptico.”(102)
Roberts también cree que el
hombre es enemigo del hombre, pero lo singular de su personalidad es la pertenencía
a la cofradía de los cazadores de moscas, al igual que el osteólogo-disecador o
el pintor Aquiles Ferón. La preocupación de Roberts por las moscas es sanitaria:
“La
mosca parece que es un elemento de contagio terrible” (92);
estima que se debe tener higiene y dar seguridad a la vida, y cuando Miguel
esparce dudas al decir: “Usted habrá oído decir que hay heridas que
se curan antes cuando las tocan las moscas”(93)
se
informará sobre los procedimientos
para eliminarlas. Para el cazador de moscas Paul Olivier la existencia
de las moscas es “la prueba absoluta de la falta de cultura” (108)
y
cuando
favorezca
a Miguel con el encargo de unas memorias, una versará sobre la extinción de las
moscas.
El subtema de los cazadores de moscas se incorporó al
título de la novela en la edición de 1941 con la aquiescencia de Pío Baroja.
Puede estimarse como una boutade
barojiana. Desde una visión republicana, las moscas representarían a los
aviones mosca[viii]
de la contribución rusa a la Guerra Civil que los nacionalistas pretendían abatir,
pero esta interpretación supondría un alineamiento de Pío Baroja por
cualquiera de los bandos difícil de sustentar para los años 1937/38. Sin
embargo, merece un aprecio la opinión de Francesca Crippa al decir: “las
moscas representarían los aspectos más triviales de la existencia y en este
sentido la importancia que los personajes les atribuyen se convertiría en el
símbolo de una generalizada falta de valores que caracterizaba, según Baroja,
la sociedad española de su época; por otro lado, la imposibilidad de alcanzar
el objetivo final sería una metáfora de la condición existencial del hombre
moderno, obligado a luchar constantemente para defender sus sueños e ideales.”[ix]
Ahora bien, si tenemos presente que los cazadores de moscas son franceses,
mejor sería decir que la falta de valores que Baroja denunciaba también la veía
en una Francia que estaba a las puertas de IIª Guerra Mundial.
EL ESPACIO NOVELESCO
La novela transcurre
principalmente en el entorno del parque de Montsouris, un reducto de amor que
despierta vivencias y sensaciones agradables, al contrario de las calles cercanas
cuya atmósfera de miseria parece un remedo del ambiente espacial de La
busca trasladado a París. También Influye el libro Causas célebres de todos los
pueblos prestado por la dueña
del hotel para que se entretenga; contenidos del mismo pasan a la novela. La
prisión de la Santé y el recuerdo de una guillotina provocan en Miguel esta
reflexión: ”Esto debe ser la imagen de la vida—pensaba al contemplar el sombrío
edificio--. Aburrimiento y tristeza dentro, y la muerte fuera.”(33) La
clínica de locos del barrio también le suscita sensaciones mórbidas. Confiesa
que “Algunas calles me daban casi miedo”(35)
y
mira con terror hacia sus edificios pensado que sólo podían desarrollarse cosas
terribles en ellos.
Mucho más adelante, cuando
Miguel conoce la Salpêtrière con sus viejas terribles, Susana comenta: “yo no comprendo tanto ese gusto
por los rincones negros”(123)
Miguel
confiesa: “La vida que pasa por delante de los ojos me llama más la atención que
el arte que se guarda en los museos.”(125) Y
Susana asiente para definirle así: “Es usted un observador de las cosas pequeñas.”(126)
La visión de París brota
de técnicas impresionistas y no siempre es triste. Resplandece en ocasiones,
por ejemplo, en los comienzos del Cap. XIII cuando se describe una noche invernal
en la proximidad de la Nochebuena. (103/104) También
cuando se describe el Paris de los días de fiesta y feria en el Cap. XV (116/118) y
el regreso de las gentes hacia sus casas al anochecer (167),
páginas
formidables del mejor Baroja.
EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL
La Guerra Civil aparece,
efectivamente, en el fondo de la novela desde las primeras páginas y desde dos
puntos de vista. Cuando Miguel regresa a París desde Londres dice al final del
Cap. IIº: “me encontré sorprendido con las noticias de la revolución española.”(15)
Sorpresa
que se vuelve perplejidad, --aunque espera que la situación se aclare en unos
días -- y más al saber que los milicianos han ido a buscarle en Madrid.
Los españoles que viven en Francia tienen parecidas
reacciones, pero no se muestran
excesivamente preocupados y su afán consiste en ingeniárselas para vivir como el catalán Juan Samper que ha
huido de la zona roja y subsiste de una pensión del gobierno español desde
antes de la guerra (37). Otros no están a la altura;
a Miguel le insatisface el trato bromista de los estudiantes españoles y decide
no volver a reunirse con ellos (41).
El tema de España es un motivo
de conversación de los franceses. Muestran sentimientos, pero un conocimiento
escaso de nuestra geografía, historia y de los motivos de la contienda; su visión
es estereotipada o negativa. En el Cap. Vº se discute sobre si San Sebastián es
francesa o española (42). Una amiga de la
institutriz Ernestina recién llegada de Madrid, comenta: “Aquello está muy mal. ¡Qué pena!
¡Yo que le tenía tanto cariño a ese pueblo! Allí ya no se puede vivir.” (58)
Cuando
Miguel visita al profesor Paul Olivier
se dice que España “era un volcán, que todos los
españoles éramos fanáticos y energúmenos; otros aseguraban que España era un
país tan libre como cualquiera. Una señora afirmó que en
España las mujeres no pensaban más que en sus hijos y no hacían vida de
sociedad.” (105/06). Una
visión más profunda la tiene precisamente Paul Olivier para quien “los
españoles serían gente desencantada, quizá demasiado ambiciosos, porque él
creía notar esto lo mismo en Séneca que en Cervantes, en Ignacio de Loyola que
en los conquistadores.”(106)
Cuando se pide a Miguel que
opine asegura no haber pensado en la cuestión, pero animado por los
concurrentes en la casa de Olivier comenta que, desde un punto de vista, “las gentes de todas partes parecían iguales“y,
desde otro, la gente de las naciones, de las comarcas e incluso de los pueblos
parecían diferentes.
Al final de la novela vemos
a Miguel, afligido por la muerte de Susana, sin ambición alguna y convencido de
que nada se podía prever; llega a Cádiz desde la Italia fascista y se inmiscuye
en la guerra no por patriotismo hacia uno de los lados sino porque se ha
quedado sin dinero. Ahora trabaja en una
ambulancia del frente haciendo análisis y fabricando sueros, viendo a diario
muertos, acostumbrándose a la idea de la muerte y sin saber a qué
atenerse.
NOTAS.:
[i]
Pío Baroja, Susana, Bruguera, Barcelona,
1981. Mis citas de la novela corresponden a esta edición. La novela fue
publicada por Bimsa como Susana en 1938. El nombre se ampliaría a “Susana y los cazadores de moscas” en la edición de
Editorial Juventud de 1941 y en las posteriores. García de Juan en el libro que
citamos después comenta las variantes entre la edición primera y las posteriores.
[ii] Birute
Ciplijauskaite, Baroja, un estilo, Ínsula, Madrid, 1972, p. 242.
[iii]
Ciplijauskaite, op. Cit., p. 243.
[iv]
Ciplijauskaite, op. Cit., p. 244.
[v] Miguel
Ángel García de Juan, Las novelas
parisienses de Pío Baroja (Susana y Laura, 1936-1939), Caro Raggio, Madrid,
2007, p. 29.
[vi] G. de
Juan, op. cit., p. 33.
[vii]
Me parece acertada esta reflexión de García de Juan: “El protagonista se ha mostrado en unas ocasiones como un ser en exceso racional, endurecido por la
vida, irreductible pesimista… pero en otras, ha cedido ante el poder de los
sentimientos y de la ilusión. En consecuencia, todos los estados que se
producen en el itinerario vital de los individuos son auténticos, todos son
frutos de un destino contra el que es inútil luchar.” Op. cit., p. 72
[viii]
Los cazas Policarpov I-16 fueron contribuidos por la URSS a la IIª República
española; venían desmontados y en cajas con el nombre Москва en cirílico lo que
llevo a los republicanos a llamarles “moscas”.
[ix] Francesa
Crippa, “La literaturización de la experiencia del exilio como síntesis de la
trayectoria política barojiana: el caso de Susana
y los cazadores de moscas” Università Cattolica del Sacro Cuore (Milano), Verba Hispanica XXIII, p.240. Se puede
leer en Google