Aspectos de la novelística de Francisco Ayala (y II)
La Guerra Civil segó aquella
visión iluminada y frutal del mundo y modificó el hacer
creativo del gran escritor. Y ese cambio se reflejaría en Los
usurpadores (1949) donde visualizó el cainismo redundante en la historia de
España a través de sucesos y de algunos personajes históricos. En la
novelística de Ayala la metáfora ya no ocuparía el lugar capital,
sino el tema. Al hablar de los cuentos
recogidos en Los usurpadores escribió:
“Su tema central –común a todos los
relatos- viene expresado ya en el título del volumen que los contiene, y
pudiera formularse de otra manera: que el poder ejercido por el hombre sobre su
prójimo es siempre una usurpación” y tal convicción sería también el
propósito de obras posteriores.
FRANCISCO
AYALA: EL PROTAGONISTA
de CAZADOR
EN EL ALBA[i]
Francisco Ayala precisó que su novelita Cazador en el alba (1930) “contiene una visión clara, iluminada y
frutal del mundo”; desde otro punto de vista es la historia sucinta de Antonio
Arenas, joven que deja el campo para servir en el ejército.
El relato no comienza como una biografía sino que enfoca un momento posterior: el soldado ha caído de un caballo y está postrado en la habitación de un hospital. Las imágenes representan a un mozo enfermo, como en actitud de inocente angélico, un ser que tiene escaso conocimiento de la vida: Arenas ignoraba “lo que oculta el vientre de los estanques, la lucha de clases y la selección natural de Darwin, hasta que la fiebre le fue mostrando sus descabalados trozos de film, desplegó ante su vista los catálogos, y le ofreció a prueba sus mercancías”. El lector después se verá inundado por un turbillón de imágenes vanguardistas sorprendentes, algunas afines a las de la cinematografía de aquel tiempo.
El relato no comienza como una biografía sino que enfoca un momento posterior: el soldado ha caído de un caballo y está postrado en la habitación de un hospital. Las imágenes representan a un mozo enfermo, como en actitud de inocente angélico, un ser que tiene escaso conocimiento de la vida: Arenas ignoraba “lo que oculta el vientre de los estanques, la lucha de clases y la selección natural de Darwin, hasta que la fiebre le fue mostrando sus descabalados trozos de film, desplegó ante su vista los catálogos, y le ofreció a prueba sus mercancías”. El lector después se verá inundado por un turbillón de imágenes vanguardistas sorprendentes, algunas afines a las de la cinematografía de aquel tiempo.
Pensamos, posiblemente sin fundamentos,
que Ayala tuvo presentes dos perspectivas en la creación de su personaje, las
experiencias típicas de la vida de soldado y la vieja creencia popular de que
el hombre comienza a serlo cuando entra en filas. Lo que el autor no quería
hacer era un retrato realista que
mostrase la transición de un campesino simplón a soldado y luego a hombre hecho
y derecho. En aquellos días Ayala era un incondicional de la vanguardia y creía
que, “las realidades puras sólo son visibles
a temperaturas de 40º”; por lo tanto, su trabajo creador iba a consistir en
disolver la realidad del personaje en una sucesión de imágenes metafóricas que encaminarían
al lector a descubrir la realidad pura
de Antonio Arenas. Lo crucial sería plasmar la surrealidad de cada escena, en
consecuencia, lo menor es que Antonio
Arenas esté hospitalizado por una caída de caballo, lo relevante serán las
metáforas que expondrán la situación personal y psíquica del personaje.
Si en la historia de Arenas hay un
acontecer y una realidad pura ésta se desvelará por medio de los sueños. Por
ejemplo, pese a la impresión que proporcionan las primeras páginas de la
novela, Arenas no es un enfermo sino alguien que ha estado enfermo. Esto sucede
porque al imaginar la complicada estructura de Cazador en el alba, Ayala empleó el tiempo psíquico del personaje
unas veces y otras el tiempo cronológico
en una alternancia continua, por ejemplo, para presentar al personaje tumbado
en una cama del hospital y hacerlo ascender o descender desde el ámbito de la
abstracción.
Lo sobresaliente de esta novela es la
creación de un personaje nuevo, sin ataduras a estereotipo o precedente alguno:
El Arenas del hospital sueña cosas informes; repite una vida embrionaria, es como un ir a nacer y acaso
nacer ¿no es una situación también próxima a lo onírico? Los diversos Arenas están unido por el
cordón umbilical del sueño (“había
naufragado en un sueño absoluto sin playas”) Soñando escucha las pisadas de un caballo -- probablemente
el que le hizo caer, pero esas pisadas también
representan el concierto de sucesos y pasiones que le esperan.
“…De
improviso se quedó despierto. Clarividente y solo” El personaje asoma a la
realidad concreta. ¿Cómo sucede el milagro? Porque el tiempo psíquico y el
cronológico coinciden en algún punto. Ayala lo explica misteriosamente: “Las horas elásticas, los momentos se alargan
hasta lograr delgadeces increíbles”. Y esa hora increíblemente delgada del
despertar proporciona al personaje visiones diferentes a las del sueño porque
se trata del porvenir vital aunque, como tal porvenir, carezca de contenido
real: “Sus miradas recorrían la muda
superficie del techo. Compases, escuadras y cartabones dibujaban en aquel estanque
helado difíciles paisajes, itinerarios complicados. Patinaba en finos esquís su
imaginación; volvía, giraba ebria de trayectos”.
Cuando Arenas comienza a recordar, tales
recuerdos son “menos vivos cuanto más lejanos” porque se refieren
al hombre que fue y ya no es, el hombre que tuvo otra vida en el campo antes de servir en el ejército. Aquel otro Arenas “estaba hecho al paso suave, palmípedo de los campesinos”. Su
realidad concreta de entonces era el campo, un lugar donde “las estaciones tornan como las cuatro pintas
de la baraja, despacio: hasta apurar la
última copa, hasta quemar en la chimenea el último basto…”.
Sin embargo, la vida es una continuidad de momentos íntimos, inconexos la
mayoría de las veces.
Un buen día metieron al soldado Arenas
con otros mozos en el tren: “tuvo la
sensación de ser conducido como las reses de ganado, los mismos reses de ganado
que él veía pasar en una ‘época de su
vida’, clausurada ya en este mismo día”, imágenes que afloran ecos del ¡Adiós, Cordera! de Clarín, pero que
dejan paso a otras donde el protagonista adquiere una personalidad deshumanizada:
“Soldado Antonio Arenas, primer
regimiento de Cazadores, primera compañía. Perímetro, 96; peso, 62; talla, 1,55”.
La realidad concreta vuelve a sublimarse gracias al artilugio de la ilusión: “Conforme el tren avanzaba, los reclutas recibían los mensajes, cada vez
más vehementes, de la ciudad. Los reclamos de hoteles, de fotografías, de
vinos, de bicicletas, se alzaban sobre los pastos y los puentes”. Pastos y
puentes que, enlazados, reverberan en los ‘continentes’ del protagonista.
“…De pronto todo quedó inmóvil, parado. Un
film que se corta” El tiempo psíquico y el cronológico se separan. Estelle Irizarri en su excelente estudio Teoría y creación literaria en
Francisco Ayala (que se puede
leer en www.cervantesvirtual.com
y en Google)
advierte sobre esta novela: “que el
tiempo psíquico interrumpe el fluir del tiempo claramente cronológico. Ayala nos precipita de un nivel temporal a
otro en sus narraciones, pero nunca se dejan de sentir la tensión temporal y la
impresión de vida que ocurre en el tiempo”. Al final Arenas clausura el
pasado y entra en una nueva circunstancia (o ‘tercer continente’)
llamado Aurora con quien regresa a la realidad concreta: “Se miraban. Se descubrían las facciones, los movimientos, con la
emoción pura del explorador ártico; pero también con la curiosidad utilitaria
de quien recorre las habitaciones de la nueva casa donde va a instalarse.”
El pasado queda reducido a la misma nada
de cuando parecía futuro; el día que Arenas sale del ejército es otro hombre: “Su prehistoria había palidecido hasta quedar
casi borrada, traslúcida como la luna al mediodía”. Con Aurora dejará atrás
los recuerdos de su vida anterior y la
vida de soldado, la dualidad anterior para acceder al logaritmo de la persona;
Arenas “había sentido en las sienes los
dedos fríos de esa hora en que los cazadores suelen apostarse en el alba.“
Ayala sometió Cazador en el alba a la técnica de ‘descomposición metafórica’ vanguardista (“Abrir una ventana hubiera sido echar en la
sala, entre las camas, un metro cúbico de luz compacta”… “Las manos, turbadas, sin guantes, sin sable,
sin saludos, se hundían como perdices muertas en los hondos bolsillos”…) convirtiendo
la novelita en icono del movimiento porque la creación del personaje iba a
simbolizar otras dimensiones posibles del ser humano representado.
La Guerra Civil segó aquella
visión iluminada y frutal del mundo y modificó el hacer
creativo del gran escritor. Y ese cambio se reflejaría en Los
usurpadores (1949) donde visualizó el cainismo redundante en la historia de
España a través de sucesos y de algunos personajes históricos. En la
novelística de Ayala la metáfora ya no ocuparía el lugar capital,
sino el tema. Al hablar de los cuentos
recogidos en Los usurpadores escribió:
“Su tema central –común a todos los
relatos- viene expresado ya en el título del volumen que los contiene, y
pudiera formularse de otra manera: que el poder ejercido por el hombre sobre su
prójimo es siempre una usurpación” y tal convicción sería también el
propósito de obras posteriores.
[i]
Francisco Ayala, Cazador en el alba,
Renacimiento, 2006, o en la edición de Alianza Editorial, 2010.