A la memoria de Ricardo Gullón,
en el XXVº aniversario de su muerte
No será la última
publicación de Pío Baroja. Miguel Sánchez-Ostiz ha comentado[ii] que existen más trabajos inéditos, entre
ellos Pasada la tormenta,[iii]
libro de recuerdos que podría incluirse en las Memorias del vasco.
Entre 1936 y 1938, Pío
Baroja acusa la presión de la Guerra Civil sobre su persona y marcha a París en
dos ocasiones, ciudad donde llevará una
vida de pobreza auxiliada residiendo
en el Colegio Español --gracias a la protección de su director, don Ángel
Establier Costa-- y recibiendo algún dinero de La Nación de Buenos Aires por sus colaboraciones. Convertido en un consumado peatón
parisién adquiere conocimiento de ciertos barrios y de sus tipos
pintorescos, vivencias que se reflejarán en sus escritos.
Muerto Baroja, algunas de
sus novelas inéditas se hallaron en un cuaderno gris etiquetado como Novelas
de Guerra (Inéditas) que, según el “Extracto biográfico” de Jorge Campos --recogido
en la Guía de Pío Caro Baroja[iv]--,
contiene: “Iª Las Saturnales. Madrid
revolucionario, 301 folios, fechado
Madrid, enero, 1951. IIª Miserias
de la guerra, 258 folios. IIIª A la
desbandada, 101 folios.” En el citado
“Extracto” se apunta que A la
desbandada tuvo anteriormente el título Los
caprichos de la suerte.[v]
Esta novela sería una continuación de Miserias
de la guerra (publicada en 2006), “aunque
en todo o en parte hubiese sido escrito antes, durante el exilio parisino de
Baroja” según Sánchez-Ostiz[vi]
completando así la trilogía Las
saturnales iniciada en 1950 con la publicación de El cantor vagabundo.
José Carlos Mainer comenta
en su Notas introductorias que Los caprichos de la suerte es la
reescritura de una novela corta, Los
caprichos del destino, integrada en la colección de relatos Los enigmáticos (1948) y protagonizada
por un auxiliar de universidad viudo, Jesús Martín Elorza, muy vinculado al Juan
Elorrio protagonista de la novela larga.
El miedo y el protagonista
Los
caprichos de la suerte no es novela de acción, sino de
acontecimiento --la Guerra Civil y sus consecuencias-- explicado a través de las imágenes del miedo, el
viaje y el exilio. Se han estudiado las relaciones entre el protagonista y el Pío
Baroja que se fue a París --ambos eligieron
la huida--, su función como alter ego de Baroja, aspectos muy
interesantes sin duda, pero como nunca
el personaje de la realidad es el mismo de la novela, aquí sólo estudiaremos al
personaje de la ficción.
La acción comienza en un
Madrid otoñal, bombardeado, donde acaban de presentarse las Brigadas
Internacionales. La gente tiene un miedo generalizado y, buscando protección, muchos se disfrazan o pretenden ser otros: “según algunos maliciosos, en ese tiempo la
población madrileña sufrió de repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis
más o menos auténtica que les obligaba a taparse los ojos. Pero no era una
necesidad terapéutica la que obligaba al tratamiento a los supuestos enfermos,
sino una necesidad de disimulo y disfraz.” (pp.31/32).
El protagonista también se
socorre con el disfraz. En Miserias de la
guerra tenía el nombre de Luis Goyena y Elorrio, pero al sobrevenir la
revolución de 1936 –llamada por él revolución fracasada “porque no se sabía qué es lo que atacaba y qué es lo que patrocinaba”-- este personaje que también había firmado sus
artículos como Juan de Oyarzun “pensó que
no le convenía persistir en la actitud
que había mostrado en sus artículos y en su libro y dejó de firmar
Oyarzun y comenzó a llamarse Juan Elorrio” (p. 28). La mudanza no concluye ahí,
pues, cuando obtiene un salvoconducto será a nombre de Luis García Peña. De
manera breve, el personaje principal queda retratado y figura, además, como autor de la novela Los caprichos de la suerte.
Juan Elorrio aparenta
veinticuatro o veinticinco años, pero tiene más; de escritor brusco e
independiente ha pasado a precavido aunque ahora “prefería pasar como tipo borroso” (p. 30); dos libros suyos
aparecieron sin su nombre en la portada y, dando un paso más, abandona su
colaboración en La Nación bonaerense
“porque había censura y era peligroso
mostrarse independiente” (p. 28). Su miedo continúa creciendo y aconseja aumentar
el disfraz; como es pelirrojo, se tiñe el pelo de negro y se pone gafas oscuras
para salir de Madrid.
El disfraz libera de la
angustia y los desequilibrios psíquicos que causan las situaciones que originan
miedo, pero ¿sirve de algo? Cuando
Elorrio se refugia en una pensión del Puente de Vallecas conoce a un
cómico de la legua, Emilio Muñoz; con él discute sobre la idoneidad de los
disfraces y Muñoz, experto en el tema,
afirma que el verdadero disfraz es muy
difícil de lograr. El disfraz no diluye la identidad del personaje; en su
personalidad anterior,
Elorrio era o pretendía ser independiente en un medio social hostil para esta
clase de personas; el miedo y el deseo de recuperar esa independencia le
persuaden de ir a Valencia y luego al extranjero.
Juan Elorrio resulta un
personaje gris, un escritor difuminado, distinto aunque no muy distante de la
figura del intelectual que protagoniza novelas del existencialismo francés de
la época en que Los caprichos de la
suerte fue escrita. La función de
Elorrio consiste en relatar cuanto ve y transmitir pensamientos que a veces
se nos figuran de Baroja, pero que no tienen por qué pertenecer al vasco.
El conocimiento, pero la falta
de compromiso, pergeñan la personalidad del protagonista reflejándose en la
opinión de Gloria: “a mí no me gustan los
hombres talentudos y serios” (p. 96); añade que Elorrio atrae la mala
suerte, que es gafe y lo define como pajaritero. Julia, sin embargo, piensa que “es un hombre de talento claro y que no dice las cosas por decir, sino
porque las sabe y se entera. Yo me entendería con él” (p. 97) aunque no se
tengan cariño.
Viviendo en París, Elorrio
dirá que hace “una vida de forzado”;
trabaja, va al hotel Palais Royal para charlar con Escalante y las amigas, come
en algún fonducho y regresa para trabajar en casa. Amistades, pocas. Al final
de la novela, Elorrio se considera un hombre sin suerte ni fortuna; las buscó,
pero jamás las tuvo a su alcance. Afirma que la mediocridad “ha sido mi perspectiva. Cuando se tiene ese
destino de vivir en el mundo de los mediocres, no hay manera de vencerlo, haga
uno los esfuerzos que quiera.”(p. 213). Para colmo, la débil historia de
amor empezada en una noche abrasadora concluye con una balada en cuartetas de
pésimo gusto donde Elorrio se burla de sí mismo y de su destino.
Juan Elorrio no es uno de
los protagonistas barojianos que seducen, sin embargo, es un retrato cabal del hombre
falto de compromiso que, aun dedicándose a las letras, sólo cela por existir; resulta un personaje
bastante nuevo en la novelística barojiana donde abundan los hombres de acción.
El viaje a Valencia
La imagen del viaje surge
cuando Elorrio y Muñoz[vii]
abandonan Madrid. El viaje no es comparable al emprendido
en su día por el protagonista de Camino
de perfección (1902) porque se trata de una huida, sin embargo, la
experiencia obtenida por Baroja sirvió después; a Baroja le socorre el oficio, constituyendo
el viaje a Valencia un conjunto de
viñetas agavilladas mediante cordeles impresionistas para estimular la lectura.
El viaje muestra que la
guerra se sufre también fuera de Madrid
y ello no apaciguará el temor original de los viajeros. Los pueblos que Elorrio
y Muñoz recorren, incluso grandes como Tarancón, están rodeados de cuevas en
las que vive gente en la miseria. Son tiempos en que la circunstancia de la
guerra obliga a expresarse poco: “La
conversación de todos era suspicaz. Sin duda se desconfiaba del prójimo” (p.
43), así sucede con las personas que los viajeros encuentran. La atmósfera espacial
también espeja el miedo: “Las puestas de
sol, en aquel campo castellano desierto y árido, en medio del más absoluto
silencio, imponía terror en el espíritu de los viajeros” (p. 37). A Muñoz
le turba hasta la presencia de un lagarto verde. También está en los reflectores que
barren el paisaje nocturno que los viajeros cruzan. Reaparece en Cuenca cuando Elorrio
sale a pasear y siente la resonancia de sus propios pasos, el ladrido de los
perros, el chirrido de las lechuzas agoreras, “el canto lúgubre de los búhos que parecían enloquecidos por el odio y
la cólera” (p.47). La pluma
impresionista de Baroja resplandece.
Pero hay más cosas en el
texto. Baroja, intercala en la narración poemas del mismo Elorrio, estrofas de
canciones más o menos conocidas y ya en tierras valencianas, himnos y canciones
de la guerra. David Bary en su magnífico trabajo “El cancionero de Baroja” puso de manifiesto que todo este conjunto de
canciones “se encuentran en este
curiosísimo cancionero que forman las obras de Pío Baroja” no por cualquier motivo, sino porque las
cancioncillas unas veces forman parte de la intriga, otras revelan el estado
anímico del personaje o bien le caracterizan, otras desvelan las costumbres o la época en que suceden los
acontecimientos, es decir, siempre significan algo, como cuando en Valencia se
canta La Internacional o la Varsovienka. Dice Bary: “Las escenas en que no pasa “nada”, en que sólo se cantan unas canciones
insignificantes, resultan ser escenas en que pasa “algo”. No interrumpen la
acción de la novela; “son” la acción. A esto más que a nada se debe el carácter
episódico de estas novelas tan nobles, tan amenas, tan poco picarescas.”[viii]
Al llegar a Valencia Elorrio
se aloja en el Palace Hotel –refugio de escritores y artistas-- que ahora se
llama Casa de la Cultura y está en la calle de la Paz donde se han sufrido
muchos bombardeos. No obstante, a Elorrio le preocupa poco lo que ocurre en Valencia,
ciudad de crímenes y canalladas; le interesa sólo cuanto sucede en un cuadrilátero
de calles alrededor de una checa “Se
aseguraba que para amedrentar a los presos se les decía que se les iba a poner
una inyección para dejarles ciegos y que esta inyección no era más que agua teñida de rojo, pero que producía un
enorme terror en el detenido” (pp. 59/60).
En el hotel, Elorrio entabla amistad con Gloria, mujer
bella de talante burlón; al entrar en su cuarto en una noche tórrida la halla
desnuda. El episodio sexual no se repetirá, pero ambos personajes se dirigirán
juntos al exilio en París.
El exilio
A diferencia de lo que suele
ocurrir, el tema del exilio no está vinculado al del paraíso perdido en esta novela y la razón es que los exiliados no tienen
una España que idealizar. Los personajes no sueñan con volver a casa sino en irse
aún más lejos: Elorrio quiere marchar a
la Argentina, Abel Escalante a los Estados Unidos, Gloria y Julia emigrarán a
Suiza. Los exiliados se fueron de España con una maleta espiritual vacía y
encima sienten el desasosiego producido por los recuerdos y las noticias que
les llegan a través de conocidos. Por otra
parte, el exilio no satisface. Cuando se pregunta a Elorrio si hay
muchos españoles en París contesta que no faltan: “Pero cada uno de ellos tiene un problema, y para todos ellos, de un
modo o de otro, la vida les resulta difícil” (p.79). El mismo Elorrio
piensa sobre Francia: “Yo creo que para
el extranjero Francia es muy dura” (p.85).
El París que recorren los
exiliados tampoco es el de cuarenta años atrás, el de la Réjane y Sarah
Bernhardt; París, no sólo “va dejando de ser internacional” (p.86)
como dice un personaje, sino que se achica espacialmente para los exiliados.
Los exiliados recorren la
feria de Clignancourt o el Mercado de
las Pulgas (Marché aux Puces), Belleville, van al parque de las Buttes
Chaumont, se menciona el Barrio Latino
al propósito de comer en un restaurante, pero terminan en casa del escultor Barral.
También acuden a la calle de los Solitarios donde está el Hotel del Cisne que
es una fantasía espacial creada por Baroja. Llegando al final de la novela y
como si procediera una despedida fastuosa,
el comandante Evans –del que luego
hablaremos-- invita a sus amistades femeninas, Escalante y Juan Elorrio a un
restaurante de los Campos Elíseos. Ese es todo
el París de los exiliados; un espacio reducido a pocas plazas, un mercado,
un parque y cinco calles, la Biblioteca Nacional y un paseo en coche con el
escultor Barral sin que apenas sepamos de lo que ven… Además, los personajes
son exiliados que no tienen conciencia de serlo. Elorrio dice: “No sé si se nos puede llamar a nosotros
desterrados, exiliados o proscritos. Lo más exacto sería llamarnos turistas de
ínfima categoría” (p.154).
El exilio presenta una lista
coral de personajes muy del estilo barojiano: principales escogidos y
abundantes secundarios. Entre los escogidos está el comandante Evans a quien conocemos de El cantor vagabundo y, sobre todo, de Miserias de la guerra como un personaje
de acción que combatió en la India y África, fue agregado a la embajada inglesa
de Madrid y que abandonó la acción para convertirse en un simple espectador sin
prejuicios acerca del desarrollo de la Guerra Civil española en Madrid, acontecimiento
que plasma en un Diario. En Los caprichos de la suerte, Evans está avizor
por si tiene que luchar contra Alemania, pero no es ya un personaje de acción
sino un sedentario que relata sucesos, pasea y comparte conversaciones con
Elorrio y Escalante, Gloria y su amiga Julia, y aporta tipos a la tertulia.
El autor califica a Abel
Escalante --otro conocido de Miserias de
la guerra-- como antagonista de Elorrio, porque si éste roza la
sensibilidad de las personas, Escalante es lo contrario; lo convierte todo “en elogios y en suavidades, hasta las
acusaciones que en otro parecerían insultos y groserías” (p. 96). Dibujante
y perito en joyas, Escalante pone el punto amable en las charlas del Palais
Royal.
Gloria y Julia son mujeres
independientes que pertenecerían al bando de la Sacha de El mundo es ansí. Gloria no quiere más que vivir a su aire aunque
sea “a la diabla como dicen aquí” (p.74).
Estuvo casada, pero se desengañó de un marido chulo y brutal con el que llegó a
pegarse. No extraña que tampoco pueda entenderse con Elorrio porque está escocida y
va a su aire; la relación de los dos ha sido vertiginosa, en un pis pas se han
querido y se han distanciado. El personaje de Gloria se hilvana a lo largo de
la novela; en algún momento muestra
conciencia política: a Gloria le gusta “raspar los ojos de Hitler que veía en las
revistas ilustradas” (p. 91), pero es sobre todo pesimista: “favor me hubiera hecho el destino, si el
barco y luego el tren que me trajeron a París hubieran naufragado o
descarrilado, contándome entre las víctimas” (p.157).
Gloria equipara a Julia con
la mariposa de la patata. Ella y su amiga son mujeres decepcionadas. Se dice de
Julia que su fracaso matrimonial “le
dejaba campo abierto para sus fantasías y libertad para hacer lo que le diera
la gana” (p. 211), pero no pasa de ser un deseo. La dos son mujeres de vida
desordenada aunque de buenos sentimientos, perturbadas por vivir en una época
de agitaciones y barbaridades: “Se
echaban diariamente las cartas y después consultaban un libro de cartomancia en
busca de las respuestas que hubieran podido darle los naipes” (p. 93/94). Aunque se diga de Gloria que
“tenía un fondo de aventurera” (p.
211), ella y su amiga son sedentarias; pasan la mayor parte del tiempo
encerradas en el hotel Palais Royal, una vida de hotel que se prolongará en
Suiza.
Aproximándonos hacia su
mitad la novela se hace episódica y surge una colección de viñetas sobre
lugares, sucesos y personajes esporádicos. El escultor Barral haciendo un busto
de Elorrio recuerda al escultor Sebastián Miranda esculpiendo el busto de
Baroja. El coronel Goldman aparece como relator episódico. A Madame Latour –la
dueña del hotel del Cisne-- y a su hija Dorina se las describe como “las que más valen da la casa” (p.204) y
Pagani las define como “milagros de la
inteligencia” (p. 205). A Dorina, “le
gustaba coquetear, aunque fuese con un viejo” (p. 200) y compartir conversaciones
con Evans y su amigo Pagani volviéndolas superficiales. Procopio Pagani,
consumado peatón parisién, no es nuevo; al iniciarse el prólogo de El hotel del cisne Baroja comenta que le
trato en la época que vivió en Belleville en el citado hotel de la calle de los
Solitarios, significando la interrelación de Los caprichos de la suerte con la novela de 1946.
Valoración final
José-Carlos Mainer dice en
sus Notas introductorias que: “Los
caprichos de la suerte es una novela
falta de una última mano, que a veces tiene aire de esbozo vertiginoso, otras
es un atropellado memorial de agravios y a menudo se trueca en una tertulia donde
ya se ha hablado de todo”, pero en cualquier caso “reconocemos siempre al mejor Baroja”.[ix]
Efectivamente, tiene cierto aire de un penúltimo borrador falto de harnero, pero
con calidad de sobra. Baroja culminó la trilogía dando un sentido al tema de Las saturnales: remedar en negro la
festividad romana dedicada a Saturno, donde el banquete público se ha
transformado en visiones de una guerra fratricida donde el sacrificado es el
pueblo español.
NOTAS
[i] Pío Baroja, Los caprichos de la suerte, Espasa,
Madrid, 2015.
[ii] Miguel
Sánchez-Ostiz, “A la desbandada” en Cuartopoder.2/7/15. Se puede
leer en Google
[iii] Miguel
Sánchez Ostiz, Op. Cit. “Diré también que
Pasada la tormenta no sería el último «inédito encontrado» porque con el
material reunido en las carpetas repertoriadas por Julio Caro Baroja todavía se
podrían «enjarretar» uno o dos títulos más, empezando por Extravagancias y
siguiendo por Hombres extraños. Y si no, al tiempo.”
[iv] Pío
Caro Baroja, Ed., Guía de Pío Baroja. El
mundo barojiano. Caro Raggio/Cátedra, Madrid, 1987, p. 161.
[v] Pío Caro
Baroja, Op. Cit., p. 162 (Nota 10)
[vi] Miguel
Sánchez-Ostiz, Op. Cit.
[vii] En Miserias de la guerra se anuncia que
Goyena (Elorrio) y Escalante están dispuestos a marchar de Madrid, aunque el
primero no tuviera la vida resuelta como su colega. En Los caprichos de la
suerte se va con Muñoz. Este detalle establece alguna duda sobre si Miserias de
la guerra fue escrita después de Los capricho de la suerte.
[viii] David
Bary, “El cancionero de Baroja” en Papeles
de Son Armadans, año VII, t. 24, número LXXII, marzo, 1962 y en el libro de Javier Martínez Palacio, Ed., Pío Baroja, Taurus, Madrid, 1974, David Bary, “El
cancionero de Baroja”, pp. 123/138.
[ix] Pío
Baroja, Los caprichos de la suerte, op. cit., p. 15