lunes, 15 de julio de 2013


La juventud europea
de ayer y la de hoy


En el año 1961 Jose Luis Aranguren publicaba su ensayo La juventud europea que siete años más tarde la colección Biblioteca Breve de Bolsillo de Seix Barral[i] pondría al alcance de todo el mundo. Aranguren analizaba una juventud que, hasta cierto punto, preocupaba a los adultos de hace cincuenta y dos años. De vivir hoy le impresionarían las modificaciones que ha experimentado. Estas líneas escritas a vuela pluma aluden a algunos de los cambios.

El tema sigue interesando a los pensadores actuales, aunque a veces se distorsiona en acontecimientos de algún concejo que desea convertirse en la Capital europea de la juventud. Organizará intervenciones ad hoc anunciadas a trompeta; se sobará la lámpara de Aladino lo indecible al fin de resolver el llamado problema primordial de la juventud, el paro – antes eran los estudios; se discutirán programas y recursos que faciliten la movilidad de los jóvenes a fin de estudiar o trabajar en otros países, pero, ¿se mirará en el fondo del vaso o todo quedará registrado en el libro de actas del  mírame y no me toques?

Para Aranguren, los jóvenes de 1960 no estaban politizados porque no deseaban que la política invadiese el ámbito privado, pero tampoco eran apolíticos, ni revolucionarios, ni conservadores; el maestro llegaba a decir --sofisticadamente por cierto-- que los jóvenes seguidores del comunismo lo hacían “por considerarlo el mejor sistema técnico para la elevación general del nivel de vida, por sus presuntas posibilidades superiores de racionalización de la producción y de equitativa distribución de los bienes producidos.” (p.25). El cambio a estos días quedó reflejado en la acogida que tuvo un líder de la izquierda cuando pretendió cobijar las pretensiones de la juventud indignada en las calles de Madrid que, además, remojaba las barbas de los otros partidos.

Aranguren señalaba que un 3% de los jóvenes daba importancia al prestigio nacional, un 4,5% creía que podía influir en los acontecimientos mientras un 35% se consideraba a merced de ellos, y aseguraba que el triunfo político conservador sólo se explicaba porque “los partidos de izquierda no pueden ofrecer más que una derecha inteligente, como no sea emprendiendo audazmente el camino de la lucha por la transformación radical de las estructuras sociales.” (p.27)

Hoy, el triunfo de la derecha o de la izquierda también se obtiene mediando el voto o la abstención juvenil, pero la victoria  depende más del rechazo al poder ejerciente antes de las elecciones. La sorpresa surge cuando la derecha triunfante pretende transformar las estructuras sociales porque la izquierda nunca acepta ceder cometidos que estima suyos, y su oposición resultará mayor  si tiene el apoyo de una juventud que repudia  los cambios que la afectan

Aranguren decía que la busca principal en el trabajo que tenía la juventud de 1960 “es el logro de una situación estable que proporcione seguridad y perspectivas de elevación social (p. 39), búsqueda de salidas profesionales que abrumaba y al ser inciertas en lugares como España, se temía  la posibilidad de caer “dentro del cada día más numeroso “proletariado intelectual.” (p.40)

Las salidas hoy resultan una quimera para buena parte de los jóvenes --   particularmente en nuestro país donde el tiempo invertido en estudiar no garantiza nada. Aranguren comentaba que los teddy boys, los blousone noirs franceses, los Haklbetarke alemanes y los teppisti vitelloni italianos de aquellos años protagonizaban la rebelión inútil significando una evasión de un mundo absurdo y condenado” (p.49). Sin embargo, aunque  la mayoría de las gentes que hoy se estiman jóvenes tienen un horizonte peor, gritan en las plazas y calles de todo el mundo exigiendo el reconocimiento de los derechos fundamentales de la ciudadanía, forman en  las filas de las ONG, trabajan en la cooperación y el desarrollo, es decir, realizan tareas que placen, mientras sólo una minoría se decanta por actitudes antisistema  convirtiendo la protesta en algarada.

Aranguren afirmaba que en los años sesenta se tenía “la confortable convicción de que (la juventud) continúa siendo lo que siempre fue, simple tránsito revoltoso, inexperto y bullicioso, de la niñez a la edad adulta” (p. 10), pero llegó mayo de 1968 en París y la juventud pasó a ser una fuerza social sustantiva, mayor de edad, y por ello --como pensaba Aranguren con anterioridad a esa fecha-- emancipada de cualquier tutela hasta el punto de sentirse capaz de elegir por si misma maestros y jefes.

Aranguren estimaba que la juvenilización  general de la sociedad se veía  favorecida porque la salud se conservaba mejor: “Hoy –decía--todos pretendemos pasar por jóvenes, parecer que lo somos. Y por eso todo el mundo tiende a hacer lo mismo que los jóvenes” (pp. 11/12) trátese de la vestimenta o de hacer deporte, etc., etc. Pienso, no obstante, que hasta mayo de 1968 esa actitud tenía que ver con el parecer, no con el ser, pues la juventud europea que Aranguren tomaba en consideración se limitaba a personas que tenían entre 18 y los 30 años – límites trazados por el Instutut François d’Opinion parisién  en 1957 que Aranguren corrigió  al bajar el inicio de la juventud a los 15 años, mientras el límite por arriba  se ha ido ensanchando después considerablemente.

La revista Tiempo publicó una reseña titulada “La generación Yo Yo Yo”[ii], evocando la  portada de un artículo  de Joel Stein,  joven periodista de Los Ángeles Times quien, según José Antonio Marina --autor de la reseña--: “hace una interesante historia de las generaciones: la generación misionera (1860-1882), la generación perdida (1892-1900), la gran generación (1900-1924, la generación silenciosa 1925-1942, la generación baby boomer (1943-1960), la generación X (1963-1980) y la generación milenial (1980-2000)” clasificaciones que exhalan un casero perfume norteamericano. Al parecer, la generación baby boomer o generación del YO, ha dado paso a la generación YO YO YO que es “una generación narcisista, que cuelga en Facebook sus fotos, que está encantada consigo misma y que no pretende subir a una cima para desde allí contemplar el paisaje, sino para que la vean”, comenta Marina.

Se afirma que las nuevas generaciones vivirán mucho, llegarán incluso a los 120 años. Gerontólogos como el biomédico Aubrey de Grey piensan que habiendo salud se pueden cumplir los 500 años... No puede extrañar que incluso personas de pelo blanco se consideren jóvenes.  Sin embargo, sería preferible pensar que el límite estaría implícito en la frase atribuida a Salvador Dalí: “la mayor desgracia de la juventud actual es ya no pertenecer a ella”.

Aranguren comentaba que un acontecimiento generacional marcaba una generación para el resto de su existencia, por ejemplo, la Guerra Civil o la IIª Guerra Mundial. Los nacidos después también quedaban marcados, pero volvían la espalda a los modelos propuestos por la generación inmediatamente anterior: “Lo característico de la actual juventud es el desplome de los ideales, la desilusión y, consecuentemente, en mayor o menor grado el escepticismo” (p.17), Aranguren matizaba a continuación: “A la gesticulante desesperación existencialista ha sucedido una desesperanza tranquila, un nihilismo aceptado como actitud en la que, a pesar de todo, puede uno instalarse y seguir viviendo” (p.19). Y acogía el concepto que Th. W. Adorno denominaba concretismo : la visión que la juventud tiene del mundo se mueve entre el “realismo” y el “positivismo”, lo concreto frente a los sueños románticos y las visiones entusiastas.

La mayor parte de la juventud europea actual no ha surgido de contienda alguna ni es narcisista en su abundante mayoría. Es una  juventud que tiene dos sexos y edades varias que sintonizan como nunca y entre sus identidades más destacadas figura como sociedad de los indignados. Es una juventud constituida mayormente por seres pacíficos, pero irritada ante la injusticia, la corrupción, la privación de libertades, y la manipulación de la información en sus países. Es una juventud que funciona como  masa. Abarrota plazas y calles para proclamar su ira, se apelotona y marcha por un impulso colectivo que niega y demoniza el tinglado social organizado por la sociedad y la política tradicional. El impulso es el mismo en  todos los lugares, aunque se acreciente con  motivos particulares en determinadas naciones donde la democracia no ha existido, o el ropaje de la farsa es mayor,

El Aranguren de hace cincuenta y dos años hablaba de un incipiente sentimiento europeísta en los jóvenes: “aunque todavía confuso, es cierto y creciente.” (p.29). Hoy, el sentimiento europeísta ha perdido lozanía entre los adultos europeos, sin  embargo, la juventud es el estamento social que mejor lo sustenta no ya porque se mueva  de país en país --tendencia en aumento--sino porque Europa se ha convertido en el territorio mítico donde resolver los problemas que no tienen solución en los países propios.





NOTAS.:
[i] José Luis Aranguren, La juventud europea y otros ensayos, Biblioteca Breve de Bolsillo, Barcelona, 1968. (Mis citas son de esta edición)
[ii] José Antonio Marina, “La generación Yo Yo Yo”, TIEMPO, nº 1.606, 7 al 13 de junio de 2013, p. 46.