La juventud europea
de ayer y la de hoy
En el año 1961 Jose Luis Aranguren publicaba su ensayo La juventud europea que siete años más tarde la colección Biblioteca Breve de Bolsillo de Seix Barral[i] pondría al alcance de todo el mundo. Aranguren analizaba una juventud que, hasta cierto punto, preocupaba a los adultos de hace cincuenta y dos años. De vivir hoy le impresionarían las modificaciones que ha experimentado. Estas líneas escritas a vuela pluma aluden a algunos de los cambios.
El
tema sigue interesando a los pensadores actuales, aunque a veces se distorsiona
en acontecimientos de algún concejo que desea convertirse en la Capital europea de la juventud. Organizará
intervenciones ad hoc anunciadas a trompeta; se sobará la lámpara de Aladino lo
indecible al fin de resolver el llamado problema primordial de la juventud, el paro
– antes eran los estudios; se discutirán programas y recursos que faciliten la movilidad
de los jóvenes a fin de estudiar o trabajar en otros países, pero, ¿se mirará
en el fondo del vaso o todo quedará registrado en el libro de actas del mírame y no me toques?
Para
Aranguren, los jóvenes de 1960 no estaban politizados porque no deseaban que la
política invadiese el ámbito privado, pero tampoco eran apolíticos, ni revolucionarios,
ni conservadores; el maestro llegaba a decir --sofisticadamente por cierto-- que
los jóvenes seguidores del comunismo lo hacían “por considerarlo el mejor sistema técnico para la elevación general del nivel de vida, por sus presuntas
posibilidades superiores de racionalización de la producción y de equitativa distribución
de los bienes producidos.” (p.25).
El cambio a estos días quedó reflejado en la acogida que tuvo un líder de la
izquierda cuando pretendió cobijar las pretensiones de la juventud indignada en
las calles de Madrid que, además, remojaba las barbas de los otros partidos.
Aranguren
señalaba que un 3% de los jóvenes daba importancia al prestigio nacional, un
4,5% creía que podía influir en los acontecimientos mientras un 35% se
consideraba a merced de ellos, y aseguraba que el triunfo político conservador
sólo se explicaba porque “los partidos de
izquierda no pueden ofrecer más que una derecha inteligente, como no sea
emprendiendo audazmente el camino de la lucha por la transformación radical de
las estructuras sociales.” (p.27)
Hoy,
el triunfo de la derecha o de la izquierda también se obtiene mediando el voto
o la abstención juvenil, pero la victoria depende más del rechazo al poder ejerciente
antes de las elecciones. La sorpresa surge cuando la derecha triunfante
pretende transformar las estructuras sociales porque la izquierda nunca acepta
ceder cometidos que estima suyos, y su oposición resultará mayor si tiene el apoyo de una juventud que repudia
los cambios que la afectan.
Aranguren
decía que la busca principal en el trabajo que tenía la juventud de 1960 “es el logro de una situación estable que
proporcione seguridad y perspectivas de elevación social (p. 39), búsqueda de salidas profesionales que abrumaba
y al ser inciertas en lugares como España, se temía la posibilidad de caer “dentro del cada día más numeroso “proletariado intelectual.” (p.40)
Las salidas hoy resultan una quimera para buena parte de los jóvenes -- particularmente en nuestro país donde el tiempo
invertido en estudiar no garantiza nada. Aranguren comentaba que los teddy boys, los blousone
noirs franceses, los Haklbetarke alemanes y los teppisti vitelloni italianos de aquellos años protagonizaban la rebelión
inútil significando “una evasión de un mundo absurdo y condenado”
(p.49). Sin embargo, aunque la mayoría de las gentes que hoy se estiman
jóvenes tienen un horizonte peor, gritan en las plazas y calles de todo el
mundo exigiendo el reconocimiento de los derechos fundamentales de la
ciudadanía, forman en las filas de las
ONG, trabajan en la cooperación y el desarrollo, es decir, realizan tareas que
placen, mientras sólo una minoría se decanta por actitudes antisistema convirtiendo la protesta en algarada.
Aranguren
afirmaba que en los años sesenta se tenía “la
confortable convicción de que (la juventud) continúa siendo lo que siempre fue, simple tránsito revoltoso,
inexperto y bullicioso, de la niñez a la edad adulta” (p. 10), pero llegó mayo de 1968 en París y la
juventud pasó a ser una fuerza social
sustantiva, mayor de edad, y por ello --como pensaba Aranguren
con anterioridad a esa fecha-- emancipada de cualquier tutela hasta el punto de
sentirse capaz de elegir por si misma maestros
y jefes.
Aranguren
estimaba que la juvenilización general de la sociedad se veía favorecida porque la salud se conservaba
mejor: “Hoy –decía--todos pretendemos pasar por jóvenes, parecer
que lo somos. Y por eso todo el mundo tiende a hacer lo mismo que los jóvenes”
(pp. 11/12) trátese de la
vestimenta o de hacer deporte, etc., etc. Pienso, no obstante, que hasta mayo
de 1968 esa actitud tenía que ver con el
parecer, no con el ser, pues la
juventud europea que Aranguren tomaba en consideración se limitaba a personas que
tenían entre 18 y los 30 años – límites trazados por el Instutut François d’Opinion parisién en 1957 que Aranguren corrigió al bajar el inicio de la juventud a los 15
años, mientras el límite por arriba se ha
ido ensanchando después considerablemente.
La
revista Tiempo publicó una reseña
titulada “La generación Yo Yo Yo”[ii],
evocando la portada de un artículo de Joel Stein, joven periodista de Los Ángeles Times quien, según José Antonio Marina --autor de la
reseña--: “hace una interesante historia de
las generaciones: la generación misionera (1860-1882), la generación perdida
(1892-1900), la gran generación (1900-1924, la generación silenciosa 1925-1942,
la generación baby boomer
(1943-1960), la generación X (1963-1980) y la generación milenial (1980-2000)”
clasificaciones que exhalan un casero perfume norteamericano. Al parecer, la
generación baby boomer o generación
del YO, ha dado paso a la generación
YO YO YO que es “una generación
narcisista, que cuelga en Facebook sus fotos, que está encantada consigo misma
y que no pretende subir a una cima para desde allí contemplar el paisaje, sino
para que la vean”, comenta Marina.
Se
afirma que las nuevas generaciones vivirán mucho, llegarán incluso a los 120 años. Gerontólogos como el biomédico Aubrey de Grey piensan que habiendo salud se pueden cumplir los 500 años... No
puede extrañar que incluso personas de pelo blanco se consideren jóvenes. Sin embargo, sería preferible pensar que el
límite estaría implícito en la frase atribuida a Salvador Dalí: “la mayor desgracia de la juventud actual es
ya no pertenecer a ella”.
Aranguren
comentaba que un acontecimiento
generacional marcaba una generación para el resto de su existencia, por
ejemplo, la Guerra Civil o la IIª Guerra Mundial. Los nacidos después también
quedaban marcados, pero volvían la espalda a los modelos propuestos por la generación inmediatamente anterior: “Lo característico de la actual juventud es
el desplome de los ideales, la desilusión y, consecuentemente, en mayor o menor
grado el escepticismo” (p.17),
Aranguren matizaba a continuación: “A la
gesticulante desesperación existencialista ha sucedido una desesperanza
tranquila, un nihilismo aceptado como actitud en la que, a pesar de todo, puede
uno instalarse y seguir viviendo” (p.19).
Y acogía el concepto que Th. W. Adorno denominaba concretismo : la visión que la
juventud tiene del mundo se mueve entre
el “realismo” y el “positivismo”, lo concreto frente a los sueños románticos y
las visiones entusiastas.
La
mayor parte de la juventud europea actual
no ha surgido de contienda alguna ni es narcisista en su abundante mayoría. Es
una juventud que tiene dos sexos y edades
varias que sintonizan como nunca y entre sus identidades más destacadas figura como
sociedad de los indignados. Es una
juventud constituida mayormente por seres pacíficos, pero irritada ante la
injusticia, la corrupción, la privación de libertades, y la manipulación de la
información en sus países. Es una juventud que funciona como masa. Abarrota plazas y calles para proclamar
su ira, se apelotona y marcha por un impulso colectivo que niega y demoniza el
tinglado social organizado por la sociedad y la política tradicional. El
impulso es el mismo en todos los
lugares, aunque se acreciente con motivos
particulares en determinadas naciones donde la democracia no ha existido, o el
ropaje de la farsa es mayor,
El
Aranguren de hace cincuenta y dos años hablaba de un incipiente sentimiento
europeísta en los jóvenes: “aunque
todavía confuso, es cierto y creciente.” (p.29). Hoy, el sentimiento europeísta ha perdido
lozanía entre los adultos europeos, sin
embargo, la juventud es el estamento social que mejor lo sustenta no ya
porque se mueva de país en país
--tendencia en aumento--sino porque Europa
se ha convertido en el territorio mítico
donde resolver los problemas que no tienen solución en los países propios.
NOTAS.:
[i] José Luis Aranguren, La
juventud europea y otros ensayos, Biblioteca Breve de Bolsillo, Barcelona,
1968. (Mis citas son de esta edición)
[ii] José Antonio Marina, “La generación Yo
Yo Yo”, TIEMPO, nº 1.606, 7 al 13 de
junio de 2013, p. 46.