…DE
CUANDO FELIPE II VISITÓ LA MUY ILUSTRE CIUDAD DE TORTOSA POR NAVIDAD…
NOTA.:
La línea histórica del relato relacionada con la estancia de Felipe II en Tortosa procede del escrito de Henrique de Cock “Relación del viaje hecho por Felipe II, en 1585, á Zaragoza, Barcelona y Valencia” del que hay una edición de Alfredo Morel-Fatio y Antonio Rodríguez Villa publicada por Sucesores de Rivadeneyra en 1876 que se puede leer en Google y también resume don Enrique Bayerri y Bertomeu en el Tomo VIII de la Historia de Tortosa y su comarca impreso por Algueró y Baiges en Tortosa, 1960, pp. 632/638. Más detalles sobre la vida y milagros de Henrique de Cock están en el estudio de 2011 titulado “Enrique Cock. Humanista, coreógrafo de Madrid, cronista de los archeros reales” del profesor de Investigación del CSIC Alfredo Alvar Ezquerra que también se puede leer en Google. El archero Cock, además de personaje histórico también actúa como personaje de ficción en mi relato, línea que iluminan con vista y oído Emili y Jordi y comparte Massana.
***
Tortosa es una ciudad
que tiene casi ochocientos hogares y ocho monasterios atendidos por ochenta y
ocho eclesiásticos; viven aquí entre dos y cuatro mil personas según las
cuentas de unos o de otros, si suman o no los sarracenos que viven a extramuros
de la ciudad y si tienen en cuenta los
estragos de las plagas que asolan la ciudad de vez en cuando.
La peor vino siempre de Barcelona, cuyos nobles mucho más poderosos que
los nuestros se presentaban por aquí haciéndose regalar cuanto les apetecía, incluso doncellas
vírgenes y animales, el aceite, las benditas alcachofas y el arroz, exigiendo alcabalas
a contribuir con pellizcos. Los tortosinos adornan con crespones negros tales
recuerdos en su memoria.
El peor fue Galcerán
de Naves, Conseller en Cap que
pretendió pasear Tortosa luciendo las insignias consulares de su oficio, pero
no se lo permitieron y Galcerán, furioso, volvió a Barcelona, sacó la bandera
de Santa Eulalia llamando a la guerra y al frente de seis mil soldados –dicen
que pudieron ser menos—retornó a Tortosa con el propósito de acendrar su
dignidad siendo colmado de presentes y honores -- tal aparece en las crónicas, sutil
modo de ocultar que se llevó cuanto oro pudo apañar a cambio de la sangre que no
derramó por no haber entrado a saco.
Por eso, y caminando por
el tiempo a zancadas, cuando se supo que Don Felipe II vendría a Tortosa, la
noticia convulsionó al vecindario, unos a favor porque se trataba de Su
Majestad y otros en contra porque aún se recordaba a Galcerán el expoliador. Alguien
reparó que cuando Don Felipe se presentó como Rey en Poblet no le abrieron las
puertas, pero sí cuando, rectificando, dijo ser el Conde de Barcelona; de esto
sabe mucho Don Francisco Oliver quien abrirá las suyas a Don Felipe porque ahora
se hospedará en su palacio tortosí. Pese a éstos y otros tiquis y niquis, se
emprenderán los preparativos necesarios.
Tortosa no tiene protocolos
ni escenografía que orienten celebración tan importante como el arribo de un
Rey. Se decidió seguir los consejos enviados desde la Corte e imitar lo
acontecido en otras ciudades. Para la bienvenida se construirá un arco triunfal
que el Rey atravesará al ser recibido; se embellecerán el puente y los
edificios de la ribera; habrá procesiones de autoridades y dignidades que
terminarán en bailes populares; no es tiempo de correr toros, pero se echarán
fuegos artificiales. Los vecinos
contribuirán adornando los balcones con flores, banderas, tapices y leyendas
extraídas del Llibre de les Costums.
Así la hospitalidad del pueblo tortosino quedará por cima.
Viene D. Felipe de las
Cortes de Monzón donde su hijo, también Felipe, prestó juramento como príncipe
heredero. Después, el Rey ordenó que el viaje hacia Valencia se iniciase descendiendo
por el Ebro. Al efecto embarcó en Mequinenza, descansó en Cherta y, después de
comer, volvió a navegar. En Aldover catorce barcas engalanadas por los gremios tortosinos
fueron a cumplimentar y escoltar a Su Majestad y su comitiva hasta llegar a
Tortosa.
La música que viene de
las barcas excita la curiosidad de los vecinos hacinados en ambas orillas pese
al viento de poniente que les azota. Las piezas de artillería distribuidas por
la ciudad también saludan a Su Majestad mientras un tortosino ingenioso, asegura
que los cañones han provocado que los
peces del Ebro, velando por su propia seguridad, se escurran hacia el mar con propósito de no volver hasta que los
recién llegados abandonen Tortosa.
Al atardecer del 18 de
diciembre de 1585, festividad de Nuestra Señora de la O, el Rey ha puesto pie en la escalinata que, desde el río,
asciende al palacio de Francisco Oliver donde se hospedará como sabemos. Antes
habrá recibido las llaves de la ciudad, el homenaje de la nobleza y autoridades
que le aguardaban.
No le esperaban Emili
Ceruero y Jordi Prades, chicos de quince y dieciséis primaveras que tienen la ilusión de lograr pase a Castilla, llegar a
Sevilla y embarcar hacia América, ilusión fecundada por un vecino de varios
oficios con puesto junto a ellos en el mercado y que mantiene los ojos puestos en
la Cestora de los muchachos, vaca de la que luego hablaremos. El citado se llama Massana y le gustaría ser el
rapabolsas más hábil y el alma más penca de la rufianía tortosina, pero sólo es
secretario del recaudador municipal y, arbitrio que éste no toma para sus
necesidades, Massana tampoco lo pasa al arca municipal. Es converso por temor a
la hoguera, capaz de oír cien misas por el parecer y disimular, pero con los ojos puestos en los cepillos para ver
quién da y quién no, porque sirve a sus negocios.
Por el lado bueno, a
Massana le gusta contar historias americanas y no duda en fabricarlas para estimular las ambiciones de Jordi y Emili, que
se quedan mudos cuando no pasmados escuchándole, crean o no lo que asegura,
como al decir: “Allí el viento silba como
nunca oímos en Tortosa y mira que es fuerte aquí cuando se impone. Las montañas
como si anduvieran por las noches, pues,
cada amanecer parece que cambiaron de lugar. Nunca sabes dónde estás porque jamás te
cuadra la posición del sol o la luna. Ves como flotar la tierra en el aire, a
los pájaros volar bajo ella mientras las serpientes se aventuran más allá del cielo con sus alas gigantescas.”
Otras veces, desvaría: “Los
conquistadores hallaron lugares e islas llenas de amazonas que son verdaderas
fieras para el hombre porque manejan con tino el arco y las flechas, pero los
elementos parecen estar vivos y protegen a los jóvenes; el sol cegará a
vuestros enemigos, amazonas, indios o animales, si os obligan a justas injustas.
Y hay mil frutos más que aquí y al alcance de la mano; nunca el hambre
angustiará vuestra andorga ni os impedirá la procura del oro.”
El huertillo junto al
chamizo donde viven Jordi y Emily no siempre da lo suficiente para comer, de
ahí que en los días sin pitanza prevista,
rapiñen al descuido alimentos en el mercado o alivien verduras y frutos de algún huerto vecinal;
cuando ni esto es posible, acuden a la sopa del Santísimo Sacramento. Por lo
general se alimentan de la Cestora y
venden la leche sobrante en el mercado; ahorran cuanto pueden pensando que alguna
vez les servirá para alcanzar su sueño
americano.
La historia de cómo
Emili y Jordi se hicieron con la Cestora tiene su quid. Una tarde en la que un
anciano contemplaba las obras de restauración de un boquete en la muralla, fue
asaltado por un par de ladrones que pretendían hacerse con sus pertenencias mediando
voces groseras y trompadas. Jordi -- alto, bien parecido y forzudo-- y Emili --espigado, de ojos vivísimos y
fibroso--, merodeaban la misma tarde por allí tratando de abatir pajarillos y coger frutas
de un huerto que parecía desatendido, pero al observar la indefensión del
anciano ni lo pensaron, corrieron en su defensa agitando varas, blandiendo hondas y dando voces por si
alguien más se avenía a ayudar.
El alboroto y la
gresca permitieron al anciano sacar su
espada y, desde aquel punto y hora, la guerra fue otra. Pinchados, a palos y
cantazos en órbita, los ladrones se atemorizaron y pensando que tras los chicos
vendrían los padres y acaso los alguaciles, echaron a correr como lagartijas.
Los chicos descansaban
de la pelea sin mirar para el anciano cuando oyeron su voz.
--Chiquets, soy el Veguer
de Tortosa, ¿A qué mercedes debo la vida y la bolsa?
La pregunta les
sacudió como un trallazo. ¡El Veguer? Era para huir por los surcos como los pájaros
volanderos, pero no se movieron hasta que Jordi, armado de valor, respondió.
--Somos los nietos de
Piñana, el cazador de piratas.
--Ahora sé quiénes
sois y en buena hora me hallasteis. ¿Eres también cazador? –Preguntó a Emili al
observar los gorriones que colgaban de
su cinto-. ¿Y qué asoma de tu zurrón, naranjas?
–A Jordi un color se le iba y
otro se le venía--.¿Sabéis de quién es el huerto del que venís? -Y como ninguno
de los dos respondiera, desveló:
--Pues mío. Me dijo un
payés que algunos chiquets suelen
acamparlo, me avientan los tordos de los olivos y me cuidan los naranjos por
nada. A eso venía yo también por estos pagos si os encontraba, a premiaros la
dedicación; además, tengo una deuda con vosotros por lo de esta tarde que voy a
satisfacer. Me acompañareis porque soy viejo y aprecio la vida que me habéis
protegido.
El anciano les llevó a
una masía cercana y les regaló una vaca no muy grande pero útil para muchas
cosas y para que tuvieran una fuente de alimentación y de salud recomendándoles
que, si les sobraba leche, la vendieran para
obtener dinero que les cubriera otras necesidades. Los chicos habían pasado un
momento muy malo al saberse en presencia del Veguer, pero subieron al cielo
cuando recibieron la recompensa que jamás habrían pensado obtener.
A Jordi y Emili
la persona del
Rey nada les dice, pero como son de juicio rápido, piensan que no habrá leche suficiente
para Don Felipe y su comitiva en el pueblo. Por eso han hecho averiguaciones para
saber si la demanda de leche puede beneficiarles, porque el Veguer dijo que la Cestora es un ejemplar de
l’Albera que sirve para muchas cosas y tiene una leche muy cremosa y densa, lo
que ellos ya han comprobado porque algunos de sus clientes del mercado la
estiman como la mejor que han bebido sin la menor duda, aunque otros la prefieren para elaborar quesos y
bizcochos de nata.
Deciden consultar a
Massana porque tiene puesto en el mercado –donde hace de escribano y
prestamista-- en un lateral del pasadizo donde los chicos asientan la Cestora, una banqueta y la cántara que
sirve para el ordeño y la venta de la
leche. A Massana le bailan los ojos con la consulta, pero pide a los chicos que
no se hagan ilusiones porque el señor Oliver sabrá proveer las necesidades de
sus augustos huéspedes. Pasa un rato arrascando
sus cejas y mirando al vacío para, de súbito, decir que hay una solución que pasa
por unos servidores del palacio, amigos suyos, que podrían colaborar mediando algunos
arreglos.
Los chicos tienen que
traer la vaca bien limpia a un establo de Massana próximo al palacio Oliver
porque, si los amigos aceptan el negocio, conocedores de la cantidad de leche
que necesitan, les resultará más fácil ordeñar la justa y llevarla a cocinas.
Del dinero que se obtenga, los amigos del converso guardarán una parte para sí,
otra servirá para cubrir el gasto de la hierba, el pasto y los forrajes del
animal, una tercera compensará la mediación de Massana y el bruto restante para
los dos muchachos que, además, se ahorrarán el cuidado general de la Cestora.
Ni entienden bien la
propuesta de Massana ni les entusiasma lo que intuyen, pero como la alternativa
son los cuartos escuálidos que sacan del
mercado, aceptan, puesto que el negocio les
permitirá unos días libres para hacer cuanto les venga en gana.
Y lo primero ha sido salir afuera de
la muralla para rastrear objetos abandonados por los corsarios argelinos
en sus razias sobre Tortosa y que no fueron tomados por los sarracenos que
viven a extramuros. Están en ello cuando perciben con preocupación que se
acerca un personaje cuya librea desde la gola a las calzas es de color amarillo
con guardas de color carmesí, sin duda militar, alto de fachada que en seguida les
pregunta:
--¿Qué hacéis por
aquí?
--No mucho—responde
Jordi--, buscamos cosas que los berberiscos pudieron olvidar y no se las quedaron
esas gentes– Emili señala hacia las casuchas arracimadas junto a la muralla.
--¿Y quiénes son los
que viven ahí?
--Sarracenos
–respondió Emili- que vivían bajo la protección del ahora muerto Obispo de Tortosa.
--Y decidme, por
favor, ¿son muchos¿ ¿Influyen en el número de habitantes de la ciudad? Porque
en Cataluña quedaron pocos mahometanos. Y, ¿podéis decirme, cuántos moradores
tiene Tortosa?
Emili mueve los
hombros, pero Jordi dice con suficiencia:
--Muchos, pero no
tantos como aseguran los que leen porque, dependiendo de quién pregunta, suman
o no los habitantes cristianos con los que no lo son. Y perdone, ¿por qué pregunta
estas cosas?
El soldado se echó a
reír mirando al cielo, estirando, arrugando el cuerpo y poniendo las manos
sobre los muslos.
--Tenéis razón --dijo
más calmado--; no me he presentado. Me llamo Henrique de Cock y soy archero de
la Guardia Real aunque mi verdadero oficio es el de cronista y ahora escribo
una relación del actual viaje de Su Majestad
a Barcelona, Zaragoza y Valencia. Nací en Gorkum en la Batavia de donde
hui porque era católico y nos perseguían; estuve en Roma y ahora, ¡Laudes
España! Circulo por la ciudad para
servir al Rey enterándome de cuanto le interesa y las cuestiones de población
le apasionan.
Los chicos se quedan algo
sorprendidos, pero cavilando sobre si
algún beneficio de presente o de futuro pudiera venir del encuentro con el
archero Cock, deciden allanarse a cualquier pregunta que les haga.
--¿Sabéis que en 1530
se hizo un recuento de los habitantes de España calculándose en 4.700.000? – Cock
ha preguntado con una sonrisa mientras
los chicos ponen cara de ignorantes.--
Lo difícil es repartir esa cifra y tratar de entender, por ejemplo, por qué
Barcelona ha crecido tan poco pese a las afluencias de franceses no hace mucho.
--Eso es verdad –casi
gritó un Emili exaltado-. Nuestro abuelo nos contó que cuando era calderero en
Calamocha allí llegaron muchos franceses como también vinieron por estas
tierras y no pocos se casaron y se quedaron a vivir acá, especialmente los que
eran mozos.
--Sin embargo
–replicó Cock— la población de Cataluña
no creció demasiado salvo en los territorios rurales. Las poblaciones grandes
que sobrepasan los 1.000 habitantes
apenas son Barcelona, Gerona, Lérida, Perpiñán, Tortosa y Tarragona; claro,
vecinos y alguaciles multiplican muchas veces su población si conviene.
--¿Y se tienen en
cuenta los partos? – Insinúa Jordi—Porque hay muchos y los viudos se casan por
segunda y hasta por tercera vez, ¿no Emili?—Cock sonríe y dice:
--Seguro que la mitad
de los críos mueren y no hay más de dos
hijos por casa salvo si acogen huérfanos de parientes. Y lo de morir cunde a
todos por causa de las malas cosechas, la peste, el tifus, el paludismo, la
difteria, la viruela… Y los niños mueren más por motivos del parto, las
deficiencias alimenticias, la higiene o los problemas del destete. Bueno, ya
que os veo puestos, ¿con quién vivís vosotros?
Entonces Jordi y Emili
le relatan su existencia poniendo el acento en sus planes de ir a América, pero
lo que suscita el interés de Cock es saber que viven solos y sin más familia
que la Cestora. Mientras hablan suenen pífanos en la lejanía a los que el
arquero presta oído para seguidamente decir:
--Tengo que regresar y
vosotros no debéis perderos los festejos que hoy y mañana se harán en honor del Rey. –Se dispone a marchar, pero se vuelve
y añade— Si queréis ir pronto a América, pensad si os interesaría convertiros
en grumetes de carabela. Por acá tiene que haber buenos marinos que podrían explicaros el
oficio; me parecéis aspirantes ideales;
estáis en la edad, sobre todo el pequeño.-- Y se aleja con paso rápido hasta
perderse por una de las puertas de la muralla.
Por la misma entran
Emili y Jordi encontrando un gentío por
plazas, calles y en los balcones. Las nubecillas de la mañana han desaparecido
hacia el sur y el día resplandece. El ruido de los tambores, dispersos de una a
otra parte de la Ciudad tapona las orejas de los vecinos, especialmente de quienes
moran en las callejuelas estrechas.
Un amigo trolero dice
a Jordi que han puesto un arco triunfal en el
Portal del Romero, pero es
falso y los chicos prefirieren correr para disfrutar de las luminarias y fuegos
de artificio que acompañan a los gigantes y cabezudos. Otro conocido les cuenta
que el mentado arco de triunfo existió y aguardaba al Rey a la entrada del palacio
Oliver; tenía un arco florido en cuya cúspide aparecía una reproducción del
Santo Ángel, patrón de Tortosa, que descendía por cordeles portando las llaves
de la Ciudad que el Veguer entregaba a
Don Felipe. No era un arco como los de Pompeyo Leoni, pero el suceso fue del agrado
del Rey dejando muy satisfechos a las otras autoridades y dignidades presentes.
Los chicos han
decidido ir al río, pues, las barcas que el día anterior recibieron al Rey vuelven
al Ebro; unas irán llenas de tamboreros que batirán ritmos de fiesta y otras de
arcabuceros que dispararán sin pausa, llenando el río de humo.
El viernes 20 de
diciembre después de comer, los oficios
mecánicos exhiben danzas en dos tablados engalanados lujosamente y
dispuestos a cada lado de la puerta central del palacio Oliver. Los músicos
soplan la gralla, el tible o tiple y el flabiol acompañados por el sac
de gemes o cornamusa que es la gaita
típica de Cataluña. El flabiol
da pie a la sardana corta que se baila y participa de manera enardecida por los
vecinos porque la sardana fue prohibida por deshonesta en Olot en el año 1552, pero
nunca en Tortosa. El fabliolaire
resulta el protagonista por su habilidad para soplar y manejar el flabiol con la mano
izquierda, que además sostiene el tamborí
o timbal, mientras con la derecha golpea el citado tamborí marcando el ritmo.
Los de la comitiva
real se admiran de los sonidos que producen los instrumentos catalanes,
desconocidos para la mayoría y se sorprenden de lo bien que se acompasan los
bailarines; algunas damas desearían bajar y bailar si la rigidez de la Corte no
lo prohibiese. Continúan observando el baile de bastones y el cercaviles o pasacalles.
El pueblo se enciende cuando
ven al Rey, la infanta Isabel y el príncipe Felipe salir al balcón y los
presentes corean a Sus Altezas cuando dan unos pasos de baile con verdadera gracia,
mientras una dama acerca un pastisset a Su Majestad que lo acepta de
buen grado. Don Felipe se quita el guante negro de su mano derecha y con el
pico de tres dedos delgadísimos, coge el dulce que es de Bitem; los ojos de casi todos los presentes se
congregan en la boca del Rey; los de
Emili, que jamás ha visto un pastisset
tan grande y hermoso, parecen polluelos
disparándose del nido. Cuando se abren los labios reales, asoma una fila ordenadísima de dientes níveos
durante unos segundos para, de pronto, ponerse a mordisquear la trencilla de los
bordes del pastisset y luego tajar la
piel como de abuelo payés que esconde un panal de cabello de ángel.
El sábado 21,
festividad de Santo Tomé apóstol, parece que Don Felipe ha oído misa en el oratorio
del palacio Oliver con su familia. Asistir a misa nunca estuvo en la intención
de Emili y Jordi cuando, callejeando, han sido asaltados, si puede decirse así,
por un Massana que bambolea ante sus narices una bolsita con algunas monedas.
--Las contaréis y observad
que estoy estirando a favor vuestro la parte del negocio que os corresponde. Sólo han
pasado tres días, para el negocio dos y hay muchísima competencia, pero la
calidad de vuestra leche ha sido apreciada en palacio como muy conveniente para
el príncipe niño.
Emili, tras contar las
monedas, pone mala cara y no se contiene al decir:
--Esto y algo más
sacábamos del mercado en un día.
Massana, baja la
cabeza y la arrima hacia ellos empequeñeciendo los ojos y musitando:
--Tened paciencia, que
Don Felipe continuará algunos días más en Tortosa y estamos al punto de la
Navidad.
Con semblantes mohínos
los dos muchachos se van a comer y, después, a coger sitio en la ribera para presenciar
los juegos de guerra anunciados.
Al
propósito, se han construido una torre con
maderas y tablas pintadas. Para defenderla y asaltarla se han formado dos
partidas de pescadores: una reúne a los defensores que hacen de moros y la otra
congrega a los cristianos que cercarán la torre desde el Ebro. Comenzada la
batalla se suceden ataques viriles y defensas numantinas, en ocasiones se llega
al cuerpo a cuerpo y se rifan insultos e incluso algunos puñetazos. Al
atardecer los cristianos toman la torre
y llevan presos a los moros hasta las puertas del
palacio Oliver entre grandes aplausos y algazara.
Llega
el día de la Navidad sin que Jordi y Emili tengan rastro de Massana por lo que
se sienten muy molestos y decididos a saber qué sucede con la Cestora. Han ido
al corral donde se supone que Massana la guarda y cuida. Saltan la verja porque
no encuentran entrada practicable y buscan en el establo donde, para enorme sorpresa
suya, no hay ni rastro de la Cestora. Se quedan parados y confundidos mientras
un río de rabia crece por sus cuerpos. Después de pensarlo, saltan la verja de nuevo y con paso decidido
se dirigen al palacio Oliver donde preguntan por Henrique de Cock quien,
llegado a su altura, les reconoce y saluda amistosamente. Le ponen al día del
negocio que Massana les propuso y el chasco que han sufrido ante la aparente
desaparición de la vaca. Entonces Cock les dice que aguarden mientras indaga entre
los sirvientes de palacio que conocen a Massana y las personas que han
intervenido en los pagos de la leche. Al rato vuelve con el rostro serio.
--Ha
surgido un problema, pero debéis prometerme que jamás lo compartiréis con nadie,
¿entendido? --Los chicos asienten repetidamente con la cabeza y Cock prosigue.-- El
príncipe Felipe ha enfermado y los médicos han querido conocer qué alimentos se
le han servido durante estos días. Tras sus pesquisas acordaron que la leche
originó el absceso del niño. Entonces los galenos decidieron observar las vacas
que le alimentaron mandando traerlas a su presencia, ordeñarlas y probarlas delante de ellos; han llegado
a la conclusión de que el mal proviene de la Cestora, no porque su leche sea mala
sino porque es muy grasa y aunque le gustaba al príncipe, no le sentó bien,
estriñéndolo y propiciando otro mal del que no puedo informaros. Vuestra vaca
está aún en el establo de palacio porque después de la investigación, Massana propuso
que si la leche no sirve, siendo un
animal pequeño, pero lustroso de carnes,
bien puede servir de manjar si los dueños aceden a ello.
Jordi
y Emili se han llevado las manos a la cabeza mientras oyen al archero y el
primero estalla:
--¡Cuando
menos la deja en palacio para no pagar el mantenimiento! ¡Massana no se saldrá
con su plan de ninguna de las maneras! Ni siquiera ha terminado de hacernos las
cuentas y ahora quiere beneficiarse de nuestra única fortuna. Está muy equivocado,
¿sería posible que la Cestora se venga con nosotros ahora mismo?
Cock
dice que lo preguntará. Un tiempo después regresa sonriendo.
--Chicos,
podéis llevaros el animal. Confirmé que sois los dueños y como los supuestos
amigos de Massana no quieren verse envueltos en ningún lío, os la devuelven;
además me han dado esta bolsa de monedas que Massana no recogió aún.
Jordi
y Emili han saltado de alegría y
agradecimiento atreviéndose a abrazar al amigo que ha resuelto sus problemas.
Recogen la Cestora y se dirigen a casa más contentos que nunca porque al abrir
la bolsa de las monedas aparece un doblón de oro que, posiblemente, Cock deslizó
distraídamente…
El
día de Navidad Su Majestad ha ido a la catedral para oír misa y contemplar las
reliquias de los Santos que se guardan en Tortosa deteniéndose ante la Cinta, reverenciada en la ciudad, porque la Virgen se la dejó a un sacerdote
tortosino.
El
día 26 no se ha visto ni al Rey ni a sus hijos aunque se ha formado bullicio a las puertas del palacio Oliver al
pasar un dragón llamado Cucafera que
echa llamas y vaporea humos hacia los diablos que danzan en su entorno. Más
tarde han desfilado las cofradías con sus pendones e imágenes y después los
canónigos y clérigos entonando un Te Deum. El príncipe Felipe, visiblemente
pálido, ha salido al balcón para
saludarles.
Al
día siguiente el Rey con sus hijos y algunas damas montaron en una barca bien
adornada y fueron río arriba para
visitar la casa que el fallecido obispo D. Juan Izquierdo ha dejado en herencia
al colegio de Santo Domingo. De regreso y desde el balcón principal del palacio
Oliver, el Rey ha presidido el desfile espectacular dado por los 50 caballos
húngaros, coches y palafreneros del mismo país, que su tío el Emperador de Roma
envió a Don Felipe II y llegados antes de que Su Majestad desembarcara en
Tortosa.
La
vecindad tortosina ha podido contemplar con largueza y sosegadamente al Rey. Su
vestido, el de sus hijos y el de los miembros de la comitiva real personifican
los ideales de la doctrina de Trento. El porte de Don Felipe trasluce una imagen
de invisibilidad a causa del color negro de su vestimenta, el aire sombrío, y
el conducirse siempre con seriedad. Ni la gorguera del cuello ofrece una nota
de color. En la vestimenta de las damas ha desaparecido toda estela de sexualidad;
usan tablillas para ocultar el busto y verdugados o armazones de madera
arropados por enaguas que parecen obedecer a la no hace mucho rehecha Guía de pecadores de Fray Luis de
Granada.
Tampoco
se hizo nada importante el 28 de diciembre, que no es festivo en Tortosa, bien que
los acompañantes del Rey aventuraban que
saldrían dos días después para Valencia al ver la llegada de carros y acémilas
para el transporte. Sin embargo, el domingo 29 pasaba sin gloria cuando llegó la
noticia del fallecimiento de doña Francisca Manrique, hija del conde de Paredes
y dama de palacio, y se vio al Rey y su comitiva asistiendo a un buen número de
misas y otros actos religiosos hasta finar el día.
El
30 de diciembre hubo justas en el Ebro a pesar de que se multiplicaban los
resfriados a causa de un tiempo muy frío y desapacible. Los pescadores habían
elegido una docena de campeadores que combatirán con los puños entre sí
eliminándose si caen de la barca al agua. Se pensaba que estarían motivados por los premios, en verdad cuantiosos,
mas lo cierto es que tanto los contendientes que han caído como los triunfadores –obviando recoger premio
alguno--, salían del agua y ponían pie
en la ribera para correr al abrigo de sus casas.
Ajenos
a lo relatado Jordi y Emili han vivido
el encuentro deseado con Massana quien ha tratado de esquivarlos hasta que le
arrinconaron contra una pared. Massana, creyendo que no existe mejor defensa que un buen
ataque, les dice:
--Ya
sé que os llevasteis a Cestora y un dinero; por cierto, me debéis plata por mi
parte en el negocio.
--¡Qué
te debemos? –Pregunta Jordi levantando un puño cerca de su cara y añadiendo-- ¡No
sólo no te debemos nada sino que estamos pensando en llevarte ante el Veguer
por tus componendas para negociar la Cestora como carne!
Asustado
por la actitud de los muchachos y temiendo lo que Jordi acaba de decir, trata
de salir por la tangente:
--Si
no queréis darme nada, pues estará bien, pero no volváis a pedirme que fragüe
negocios con vosotros.
--Ya,
–le corta Emili-- porque menos mal que los negocios principales cayeron en
manos de los banqueros que si pierden el equilibrio y dan en tus manos, Tortosa
entera pediría licencia para marchar a América.
Y aún nos tienes que indemnizar.
Esta
amenaza convence a Massana que lo mejor es desaparecer hacia su casa. Los
chicos prorrumpen en carcajadas, pero no se disponen a seguirle porque ven acercarse
a Cock haciendo señales de querer hablarles.
--Tenéis
que aclararme algo que nos ha tenido llenos de asombro en palacio, la razón de
que no hubiera pescado en el mercado estando Tortosa a un paso del mar mientras tuvimos
tantísimo en Zaragoza y Monzón.
Jordi
y Emili ríen a carcajadas hasta que Jordi responde:
--Dicen
que los peces escaparon al mar por culpa de los arcabuceros de las barcas y los
humos del río.
--Bueno,
ya importa poco. —Responde el arquero riendo--. Vengo también a despedirme porque salgo mañana
hacia Valencia.
Observando
la tristeza que emergía en los chicos, alzo las manos para dejarlas caer en
abrazos afectuosos antes de marchar.
Nada
sucedió el último día de diciembre digno de contar. Si el Año Nuevo se celebró, quedó
en secreto de palacio. El 2 de enero ya no estorbaba la enfermedad del príncipe
porque fue sangrado y purgado por los galenos. Al día siguiente, viernes, el Rey abandonó Tortosa con gran gozo de su comitiva
y no menor de los comerciantes del lugar; cruzaron el puente y se fueron cuatro
leguas camino de Ulldecona, villa de cuatrocientos vecinos no lejos del mar con
un castillo recio, donde permanecieron hasta el día de Reyes.
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