martes, 11 de octubre de 2011

Los cuentos bilingües de Christopher

 

CHRISTOPHER, JUGADOR
DEL REAL MADRID


Para mi nieto Christopher Diego en su 5º cumpleaños.
English translation by his grandmother Betty Jean Curtis Inselmann




Desde el sueño saltó al césped de un estadio grandioso. Gracias a que estaba vacío pudo leer unas palabras muy grandes en una de sus gradas laterales; decían Real Madrid. Christopher quedó impresionado y más cuando se le acercó un jugador muy simpático que también parecía imponente.

-- Y tú, ¿qué haces aquí?

-- Me llamo Christopher Diego y soy el ganador de la promoción que el Real Madrid hizo en los Estados Unidos entre niños que hubieran cumplido los cinco años para jugar aquí un partido amistoso contra los infantiles del Barcelona.

-- ¿Y por qué te han elegido a ti?

-- Porque soy el mejor portero y también el mejor delantero de mi edad metiendo goles de USA.

-- Sí que es extraño ser bueno en las dos cosas—dijo el otro.

-- Eso mismo me dijo Beckham, a quien regateé cinco veces en un palmo del terreno en una exhibición que hicimos los dos.

-- ¡Debes ser tremendo!

-- Lo soy. ¿Y como te llamas tú?—pregunto el niño.

--¿Yo? Cristiano.

-- ¡Ah! ¡Sí! Te he visto jugar a través de la Gol TV americana y no lo haces nada mal.

-- ¿También se me ve allá?

--Pues claro. Mi padre me dijo que al Real Madrid se le sigue en USA desde hace muchísimos años.

Mientras hablaban apareció un hombre encorvado que tenía unas piernas larguísimas; se acercó y dijo al pequeño.

--Tú debes ser Christopher, El gamo de las praderas creo que te llaman allá. Me gustaría verte echar una desde aquí hasta aquella portería y volver para observar tus cualidades.

-- ¡Hecho! – contestó el pequeño.

Fue visto y no visto, pues Diego puso pies en polvorosa y como es tan pequeño se perdió en la distancia y regresó en menos de un minuto; además, para que no hubiese duda de que había llegado adonde se le envió, trajo una toalla olvidada por algún portero que la usaba para secar sus guantes durante los partidos.

-- Sí que corres—dijo el preparador.--. Esa es la toalla de Iker. Y mira por dónde a lo mejor viene a buscarla.

El portero del Madrid aseguró que venía a por su toalla y sonriendo preguntó:

-- ¿Que quiere el chiquillo? ¿Qué le firme un autógrafo?

-- No- dijo el preparador--. Quiere meterte unos goles.

Iker miró al preparador con guasa, pero sin hacer ningún comentario y se acercó a la portería del gol sur. El utillero puso cinco balones en torno al punto de penalti y Christopher, sin tardar un respiro, disparó como una ametralladora metiendo dos goles, uno por cada escuadra, otros dos por los ángulos inferiores y otro por el centro de la portería dejando a Iker en cuclillas sobre el césped, las manos tapándose la cara y mirando boquiabierto al chiquillo.

-- Ahora que Cristiano me dispare a mi—dijo Christopher mientras, muy resuelto, ocupaba la portería sin que los otros se atreviesen a rechistar. Cristiano disparó los cinco balones intentando meter los mismos goles que Diego hizo, pero este, como si fuera un puma con alas, se lanzó a los espacios atrapando cada balón con elegancia y seguridad.

--Nos has dejado impresionados, Christopher --dijo el preparador—Mañana seguro que jugarás unos minutos contra el Barcelona...

Al día siguiente los periódicos sacaban titulares sorprendentes como Llega un americano bajito para jugar contra el Barça, No es Donovan, es todavía mejor, El Madrid tiene un jugador que retará a La pulguita Messi II... y otros parecidos.

El partido se iba jugar en el Estadio Alfredo Di Stefano y había un lleno absoluto. Los altavoces animaban a la concurrencia con canciones que habían elegido los jugadores. Se trataba de un partido amistoso y cada equipo jugaría con los infantiles, pero saldrían reforzados con dos estrellas, una del Barça de Miami y otra norteamericana por el Madrid cuando sus entrenadores lo creyesen conveniente, por eso ni Messi IIº ni Christopher jugaron desde el principio.

La contienda discurrió sin mucho interés porque ambos equipos estuvieron estudiándose durante un buen rato y luego se dedicaron a destruir la táctica del otro hasta que, mediada la primera parte, salió La Pulguita Messi IIº. El chaval correteó como es costumbre en él y en un pis pas metió un gol extraordinario: revolviéndose entre las piernas del central madridista y golpeando de tacón hacia el ángulo izquierdo de la portería.

Continuó el partido ya en un toma y daca espectacular, pero un chaval que se parecía mucho a Pujol no dejaba pasar ni una en el área barcelonista por lo que los delanteros del Madrid no hilvanaban ninguna jugada de gol por mucho que se esforzasen.

Avanzado el segundo tiempo Pujol fue sustituido y el preparador del Madrid indicó a Christopher que se preparara para salir. Cuando el cuarto arbitro lo permitió, saltó como una liebre y tres arrancadas de las suyas, salvando piernas y driblando jugadores, terminaron en disparos cerca de los postes contrarios. Próximo el final del partido vio que un chico gigantesco al que sus compañeros llamaban Quique II estaba abierto y listo para detener su galopada. De manera increíble, Christopher se coló entre sus piernas, dribló a tres oponentes y ante el último defensor, se volvió de espaldas alzó el balón sobre él y el contrario y, filtrando y recogiéndolo sin dejarlo caer al suelo, largó un disparo fantástico que se coló por la escuadra derecha de la portería. El madridismo, encantado, celebró el gol de manera ensordecedora, siendo Ricardo, el padre de Christopher, el que más gritaba. Se había empatado un partido que sólo tardó unos minutos en concluir.

Cuando Christopher despertó vio el uniforme del Real Madrid en el respaldo de la silla cercana y cuando sus padres vinieron a la habitación les dijo levantando los puños:

-- ¡Mamá! ¡Papá!¡Empaté al Madrid con el Barça!

-- ¡Ya lo vi, hijo! ¡Yo también estuve en el campo! – contestó eufórico su padre.


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domingo, 9 de octubre de 2011



Alain Kisieliński





Una foto cayó al suelo cuando abrí el ejemplar de El audaz de Galdós. Los colores estaban desvanecidos, pero las caras de mis antiguos camaradas se iluminaron en mi memoria. Recuerdo que la foto se hizo una hora o así después del examen de cualificación para el doctorado en Filología Hispánica. Entre mis colegas sobresalía Alain Kisieliński, aquel muchacho altísimo, corpulento, rubio rubísimo, que lucía unas gafas gruesas de concha negra que casi ocultaban sus ojos de grandísimo pícaro, no su sonrisa medio descarada. Era venezolano hijo de polacos, pero tenía la malicia y las mañas de alguien nacido en la barriada de San Blas de Caracas por mucho que su aspecto lo desmintiera.

Recuerdo que esa misma tarde al iniciarse el examen estábamos los ocho examinandos alrededor de una gran mesa cuadrada, cada uno con espacio suficiente para escribir. El Dr. Nale acababa de distribuir los cuestionarios y se había retirado del aula. Cada uno parecía estar a lo suyo cuando Alain se agachó, anduvo trasteando por el suelo y, alzándose, puso sobre la mesa unos tomitos pareciéndome los de Enrique Anderson Imbert sobre historia de la literatura hispanoamericana. Teníamos que destripar un cuento de Borges; después, relacionarlo con su obra y a continuación escribir sobre el lugar que el argentino ocupaba entre los escritores hispanoamericanos de su tiempo.

Los compañeros de Alain alzaron la vista para enseguida precipitar sus ojos sobre los libritos armados de sorpresa y enojo. Luego los dirigieron hacia él, aguzados como picos de grajo, y no le dieron tregua más que para sonrojarse, apañar los libritos apresuradamente y devolverlos al lugar de donde habían salido. Le oí decir entre dientes: “¡Chévere! No sabía que aquí…¡bueno… bueno…!”. Seguidamente, todo el mundo se puso a lo que debía ponerse.

Días después me invitó a comer. Más que conocerme, quería que le informara sobre cómo corrían las cosas en el Departamento de Románicas de la Universidad de Texas en Austin. Propuse el comedor de estudiantes de la universidad, pero él me llevó a un restaurante excelente y allí le comenté pormenores asegurando que nuestro Departamento era probablemente el mejor de los Estados Unidos en aquellos momentos, sin comparación con las facultades de nuestros respectivos países.

En cuanto al incidente del examen, dije que los graduados no copiaban y menos en los exámenes; había visto cómo la gastaban nuestros compañeros porque además de colegas eran competidores y no permitían ventaja alguna a nadie. Añadí que arriesgaba ser denunciado y expulsado de la Escuela Graduada. También le aconsejé que cuando redactara los trabajos del curso jamás se le ocurriera copiar ideas u opiniones de otros libros sin citarlos debidamente. Las editoriales y las revistas profesionales encargaban estudios, introducciones, ediciones críticas y artículos a la mayoría de nuestros profesores; si se trataba de una simple reseña sobre un libro reciente leían una biblioteca entera para luego comentar si aportaba algo nuevo o no. Alain podía hacerse idea de lo mucho que sabían e imaginar lo preparados que estaban sobre la temática de sus cursos.

Llegó el momento de pagar la comida y Alain se puso a rebuscar por los bolsillos hasta que me dijo: “Lo siento. Parece que tendrás que pagar mi parte. Dejé mi cartera en los pantalones de ayer”. Alguien me había dicho que en USA, si te invitan a comer sólo te invitan a comer en compañía del que lo propone y únicamente cuando dicen que pagarán tu comida estás invitado como se hace en nuestros países de origen.

Los sábados que a Betty Jean, mi novia, le era imposible venir a Austin, yo cogía un Greyhound (1) para ir a San Antonio. Alain se enteró y para compensar el asunto de nuestro almuerzo, se ofreció a llevarme cuando su chica, Rose, que también era de San Antonio, fuera a visitar a su madre.

Alain estaba sentado al volante de un auto enorme, un Chevrolet Bel Air que lucía unas luces traseras como ojos de gato impresionantes. Mientras esperábamos a Rose le felicité por el carro, pero me dijo: “Es de Rose. Conmigo las chicas lo ponen todo”. Luego me pidió que abriese la guantera. Lo hice y observé que estaba repleta de medicinas o cosas parecidas. “Saca lo que quieras. Hay condones, espermicidas…muchas vainas. Rose suele ir preparada. Cuando lleguemos a San Antonio, su madre siempre nos tendrá dispuesta una comida estupenda. Luego intentaremos una siesta, algo de jamoneo, la caliento, se me para la paloma y nos tiramos a lo b...-No terminó la palabra, aunque me pareció oír algo así como buchón-. Rose es tan considerada que no gasto ni un bolívar en ella. Estoy pegao, ¡chévere!”. Y se rió mientras yo le miraba pasmado, tan asombrado que ni advertí que Rose había entrado en el coche esparciendo un perfume cautivador y, habiendo ocupado uno de los asientos traseros, nos sonreía iluminando su cara de ángel.

A veces Alain desaparecía. Tenía la costumbre de escribir cartas solicitando puestos de trabajo en los lugares más insospechados del país y cuando le contestaban invitándole a una entrevista marchaba para el lugar siempre que le pagaran viajes, gastos de hotel y de estancia. Era su forma de conocer los Estados Unidos: de Texas a Alaska o California, de Texas a Vermont o Florida, gratis siempre, por supuesto.

Cuando llegó el verano, Alain volvió a desaparecer. Los demás peleábamos para que se nos contratara en algún curso de estío, sobre todo en los institutos de la NDEA (2), pero Alain fue a Las Vegas. Un atardecer, disfrutando de algunas copas en casa de nuestra compañera Lucy Costen, me confesó que poseía una fórmula matemática para la ruleta que su padre le había enseñado y que, aplicada con prudencia para que los esbirros de los casinos no le descubriesen, le producía rentabilidad como para tomarse unas buenas vacaciones, cursar una rápida visita familiar a Venezuela, y vivir el resto del año. Viajó a Las Vegas en aquel verano de 1966, pero nunca volvió a Austin ni tampoco supe más de él.

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NOTAS
1. Se refiere a un autobús de la compañía Greyhound.
2. Se refiere a los cursos patrocinados por el Department of Health, Education, and Walfare de los EE.UU que se daban en algunas universidades al objeto de mejorar los conocimientos de los profesores de lengua de los institutos de bachillerato y colegios de la nación.


 

domingo, 25 de septiembre de 2011



GALDÓS: UNA PARODIA DE LA RESTAURACIÓN
 EN MISERICORDIA


La novela Misericordia tiene una apertura coral; las voces pertenecen a los pedigüeños madrileños que van a representar una parodia breve de la España de la Restauración (1). El coro se retira muy pronto del protagonismo dando paso a los personajes principales, los pobres de espíritu evangélico encabezados por Benina y Almudena, y los pobres burgueses en torno a Doña Paca.

Los alrededores de la iglesia de San Sebastián son caracterizados como un campo de batalla que dan “los intrépidos soldados de la miseria” por la limosna. Se habla de mujeres recias --divididas en antiguas, nuevas y temporera representando clases sociales--, ancianos audaces, ciegos machacones, niños de una acometividad irresistible, y allí se están hasta la hora de comer, pues también ese “ejército se raciona metódicamente, para volver con nuevos bríos a la campaña de la tarde”. (Cap I)

El ejército tiene un orden jerárquico: la caporala es Casiana y su lugarteniente Eliseo; la oposición está encabezado por la Burlada. El conjunto representa la estructura socio-política de la España de la Restauración dividida entre conservadores y liberales, republicanos, federalistas y radicales…

La señá Casiana personifica al egocéntrico Cánovas. El retrato es desagradable y la maledicencia asegura que su delgadez no resalta por llevar buena ropas debajo de los pingajos; el narrador asegura que tienen ojos que parecen ciegos sin serlo y deja caer un detalle revelador: “hablaba con cierta arrogancia, como quien tiene o cree tener autoridad”. (Cap. II) Casiana (2) , que tiene el mejor puesto y por ende recibe las mejores limosnas, pertenece al estamento de las antigüas y ejerce un dominio total sobre sus camaradas.

La antagonista de Casiana es Flora, viejecilla de habla altanera y descortés de apodo la Burlada —personifica del revés a La Gloriosa—a quien se caracteriza así: “podríamos imaginarla como un gato que hubiera perdido el pelo después de una riña” (Cap.II). La anotación más clara del papel de ambas adversarias se hace al finalizar el citado capítulo con motivo de una discusión; habla un lisiado, luego Casiana y después Flora:

“—Pero señoras, por Dios. Arreparen que están alzando el Santísimo Sacramento.
“—Es esta habladora, escorpionaza.
“—Es esta dominanta… ¡A ver!... Pues, hija, ya que eres caporala, no tires tanto de la cuerda, y deja de que las nuevas alcancemos algo de limosna, que todas semos hijas de Dios…¡ A ver!
“--¡Silencio, digo!
“--¡Ay hija…, ni que fuas Cánovas!

Las dos mendigas vuelven a discutir a propósito de Benina en el Cap. IV. Casiana acusa a Nina de sisona y dice que por esa razón la echaron de las casas donde servía. Flora aboga por la criada e implica que la sisona es Casiana quien replica:

“—Aquí no se habla mal de naide.
“—No es hablar mal. ¡A ver!... La que habla pestes es bueycencia, señora presidenta de ministros.
“--¿Yo?
“—Sí… Vuestra Eminencia ilustrísima es la que ha dicho que la Benina sisaba”.

Establecida la relación entre personajes novelescos e históricos Galdós parodia los dimes y diretes de Cánovas y la Iglesia en torno a la cuestión de la unidad religiosa que levantó multitud de controversias cuando se proyectaba la Constitución de 1876:

A eso de las diez, la Casiana salió al patio para ir a la sacristía (donde tenía gran metimiento como antigua) para tratar con don Senén de alguna incumbencia desconocida para los compañeros y por lo mismo muy comentada. Lo mismo fue salir la caporala que correrse la Burlada hacia el otro grupo (…) y sentándose entre la mujer que pedía con dos niños, llamada Demetria, y el ciego marroquí, dio suelta a la lengua, más cortante y afilada que las diez uñas lagartijeras de sus dedos negros y rapantes” Cap. III.

Posiblemente algunos de los extremismos que se produjeron en torno a La Gloriosa habían disgustado a Galdós. Las imágenes “lengua suelta”, “uñas lagartijeras” y la de “los dedos negros y rapantes” podrían aludir a los baños de sangre, a José Paul y Angulo –presunto asesino de Prim- y la oratoria de Ruiz Zorrilla, político hacia el que mostró muy poca simpatía. En el Cap. III se dice de Benina que “nunca formuló protesta, ni se la vio siguiendo de cerca ni de lejos la bandera turbulenta y demagógica de la Burlada” (3). Si algo sorprende es que Galdós no parodiara a la oposición oficial a Cánovas, quizás, porque fue diputado cunero de Sagasta.

La Restauración llegó tras el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto. Galdós le convierte en un pedigüeño cojo y manco en la novela:

“Eliseo Martínez, que gozaba del privilegio de vender en aquel sitio la Semana Católica. Era, después de Casiana, la persona de más autoridad y mangoneo en la cuadrilla y como su lugarteniente y mayor general”. (Cap. III).

Aclarada su caracterización, se le rebaja más cuando zanja una disputa con un tono impropio de un general, pero sí de un guardia municipal:

“¡A callar se ha dicho! –gritó el cojo vendedor de La Semana--. Aquí se viene a lo que se viene y a guardar la circuspición.” (Cap. III)

No despista que venda el periódico aludido. El Ejército era una institución que había sido liberal, pero se había puesto al servicio de las ideas de Cánovas y constituía un pilar firme del poder restaurador.

El personaje Piche, pareja de Casiana, representa al poder económico en la parodia. A través de Almudena, conocemos cuanto los de su clase pensaban de este poder. El ciego habla con sentimiento parecido al que, sospechamos, enervó el pueblo madrileño cuando en 1854 saqueó la casa del marqués de Salamanca, el super-rico de la época, el icono del lujo en la España de Isabel II. Almudena dice del Piche:

“Diniero él, mucho diniero… Ser capatazo de la sopa en el Sagriado Corazón de allá… y en toda la pobreza de allá, mandando él, con garrota él…barrio Salamanca…., capatazo… malo, mu malo, y no dejar comer… Ser un criado del Goberno, del Goberno malo de Ispania, y de los del Banco, aonde estar tuda el dinero en cajas soterradas… guardar él, matarnos de hambre él…” (Cap.III)

Recordemos que Cánovas empezó su carrera política cuando llegó a Madrid desde Málaga con una carta de recomendación para su paisano el marqués de Salamanca quien le colocó en las oficinas del ferrocarril Madrid-Aranjuez. No es baladí, por tanto, que Galdós asociara a Piche con el marqués, muerto cuatro años antes de publicarse la novela. Sin embargo, si hay una imagen irónica que resume como pocas lo que acontecía en aquella sociedad es cuando Benina y Almudena lamentando su mala fortuna van a parar a la plaza del Progreso y, sentados al pie de la estatua, deliberan sobre las dificultades y ahogos del día.

Misericordia es una novela que esconde varias parodias que otros investigarán, pero la interpretada por los mendigos me parece de las principales al desnudar a la Restauración y lo que representaba. La novela fue escrita en los comienzos de 1897. El anarquista italiano Miguel Angiolillo, asesinaría a Cánovas el 8 de agosto de ese mismo año en el balneario de Santa Águeda. Cánovas se reponía de su habitual glucosuria y del agotamiento producido por las tareas de Estado.
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NOTAS.-

(1) - Este escrito se relaciona parcialmente con mi artículo “Miseria y parodia galdosiana de la Restauración”, Ínsula, Año XXV, nº 291 (Febrero, 1971), pp. 4-5.

(2) - Curiosamente, Galdós vuelve a utilizar el nombre de Casiana al referirse a la joven analfabeta, pero de carácter dulce y sencillo, que cautiva a Tito en Cánovas, el último Episodio Nacional del escritor.

(3) - Precisamente en Cánovas, episodio para el que Galdós guardó su valoración explícita de la Restauración, se dicen estas palabras reveladoras: “¿Crees tú, Titillo, en la revolución? No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antidiluvianos, esos que ya chillaban en los años anteriores al 68. La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se ha quedado, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, lustros tal vez, quizá medio siglo largo, antes que este Régimen, atacado de tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental.”







viernes, 9 de septiembre de 2011


Galdós:  Los pobres de Misericordia




La viuda doña Francisca Juárez ha dilapidado su fortuna y se alimenta gracias a las limosnas que obtiene su criada, la señá Benina o Nina. Esta se relaciona  con Almudena o Mordejai --quien siendo ciego ve lo que no ven los demás -- y con Don Romualdo, un sacerdote de su invención para justificar sus correrías fuera de casa, pero que imprevistamente aparece hacia el final de la novela trastocándola. De los demás caracteres destacan Frasquito Ponte entre los burgueses pobres y Moreno Trujillo como representante del señorío mercantil.

En el prefacio escrito en 1913, Galdós aclaró el propósito de su novela: “me propuse descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal y merecedora de corrección”.

No es Misericordia una novela pintoresca ni Galdós pretendió que lo fuera. Es una novela en la onda del humanismo del que Tolstoy hizo gala en su etapa final, pero sin esconder una intención indisimulada: parodiar la Restauración canovista que mantenía a multitud de españoles en la miseria por haber resultado muy desafortunada socialmente. En Misericordia la parodia fue un ejercicio de creatividad; Galdós dejó las reflexiones para el discurso La sociedad presente como materia novelable que escribía para su ingreso el 7 de febrero de 1897 en la R.A.E. y para Cánovas, su último Episodio nacional.

La miseria, mal endémico español, era una herencia de tiempos antiguos que el Lazarillo y libros semejantes retrataron cumplidamente, también estampas como la gente de la candela de Larra, miseria que una revolución industrial de modesta implantación en España ensanchó al afectar al sector obrero y al parcial de la clase media que vivía de rentas si las había, de las apariencias y se moría de hambre. Misericordia se centra, pues, en los pobres-pobres y en la clase media tronada, formando ambas un conjunto humano que parecía de pocas virtudes, muchos vicios y de mayor hambre. Gentío que aun viviendo separado, se relaciona a través de Benina, la criada filantrópica como la llamó Galdós o la mujer de promisión a juicio de Almudena,

Joaquín Casalduero dijo que el tema de Misericordia y de otras novelas es el empobrecimiento de una familia de clase media adinerada (1). Siempre me pareció más complejo porque en la novela existe un parámetro económico-social basado en la oposición entre pobreza y riqueza, otro moral que contrasta caridad e ingratitud y un tercero encarnado por la palabra que da título a la novela, el símbolo que califica sus avatares mediante su presencia o ausencia.

Misericordia no es la acepción fraudulenta que se aviene con la costumbre limosnera de la burguesía hacia los pobres, ni tampoco la tarea de instituciones privativas de libertad como San Bernardino o el asilo. Misericordia es amar al prójimo y socorrerle no siendo disparate afirmar que en la novela hay un parentesco sui generis de Nina con Jesucristo, quien hizo del amor al prójimo el motivo de su peregrinaje por Palestina, tierra donde también era pobre la mayoría de la población. Nina se le parece actuando; como Él será prendida por los corchetes–palabra que aparece en el libro con intención- y pronunciará palabras de Jesús como las que se recogen en la última línea de la novela cuando, tras negar su propia santidad, despide a una Juliana arrepentida de su ingratitud: “No llores… y ahora vete a tu casa, y no vuelvas a pecar”.

Por lo escrito, entendemos que en la novela podemos distinguir un ámbito material donde riqueza y pobreza combaten, otro inmaterial donde batallan virtudes y defectos, caridades o ingratitudes, y el de las altas significaciones trascendentales donde impera la misericordia divina de la que Benina parece delegada.

La temática de la novela se desarrolla en dos espacios diferenciados pero comunicantes, el de la realidad donde vemos a los personajes peregrinar en busca de la subsistencia –cumpliendo a veces la ley de “el hombre lobo para el hombre”-- y el espacio de la imaginación donde los personajes encuentran, por sí o por otros, el sustento espiritual que remedia sus necesidades de orden material.

El símbolo de la pared stendhaliana, la mole de la iglesia de San Sebastián, disocia el señorío mercantil de la Plaza del Ángel de los barrios bajos que se enfilan por la calle Cañizares. Como se dijo, Nina los recorre, delimita e integra, bien cuando hace los recados ordenados por doña Paca, o va en busca de dinero o del peregrino Almudena.

Con Nina entramos en el hogar del pudiente D. Carlos Moreno Trujillo, pero también en los infiernos prostibularios, en el de los reptiles como La Comadreja, en las Cambroneras o en otros parajes de los necesitados, pues, los miserables compran en las tiendas de baraturas y pasan sus ocios en los llamados cafés económicos. Los ambientes que rodean a Doña Paca u Obdulia, pese a la diferencia de clase y las pretensiones, no son muy distintos. Si unos y otros parecen moverse con libertad pesa sobre sus cabezas la amenaza de otros dos lugares: San Bernardino, el recogimiento de mendigos donde pueden quedar cautivos, y la Misericordia, como intencionadamente se llama al asilo.

En el espacio de la imaginación actúan la magia y la fantasía que producen trasformaciones maravillosas de la realidad. En la tierra prometida de Almudena existe toda la riqueza que se pueda soñar. El elegante fósil y proto-cursi Ponte vive en los palacios de la Bernarda, pero huye de su realidad costrosa trasladándose imaginariamente al palacio de los Montijo o bien a París sin el mínimo esfuerzo. Si Doña Paca siente el vértigo de la caída Ponte sentirá el de la altura. Y cuando Ponte va a morir en casa de Doña Paca transforma el astroso lugar en la casa del Ángel-Nina.

La estructura interior de la novela está montada en una fluctuación constante entre lo real y lo imaginario. Las personas y también las cosas cambian de significado según se sitúan en uno u otro espacio. Si Nina tuviera un duro su valor real insignificante se tornaría en “un átomo inmenso”. Los alimentos terrestres que Nina figura haber servido al ficticio Don Romualdo se materializan para Doña Paca. En determinado pasaje, la neurótica e hiperbólica Obdulia se transforma en Majestad Imperial y el pobre y ridículo Ponte en figura arrogantísima.

Los agentes de la imaginación son tres, Nina inventando al sacerdote Don Romualdo, Almudena que es el profeta de la tierra prometida y creyente en que Nina viene del cielo, y Ponte exorcizando el presente con el fulgor del pasado. Son personajes que tienen fe y operan sobre los que no la tienen. Sus palabras crean ilusiones y desencadenan sueños y, de esa forma, sueños e ilusiones se suman a las cosas transformadas dentro del espacio novelesco.

Los sueños tienen naturaleza real para Nina y por eso, al desear un cambio en su situación, la vemos suspirar --junto a un ama imbricada por ella-- para que se produzca un milagro. Pero la diferencia entre Nina y Almudena y el resto de los personajes es que para aquellos lo real y lo imaginado coexisten, mientras cualquier acontecimiento inesperado resulta una invención para los otros, nunca una realidad. Cuando Don Romualdo se aparece a Doña Paca y a Ponte y les habla de la herencia que modificará sus vidas para bien se resisten a creerle; Ponte no puede digerir una realidad que se presenta sin estrecheces y la posesión del dinero hace el efecto del alcohol en doña Paca.

Galdós no estableció una relación precisa y cambiante entre el tiempo histórico y los acontecimientos de la novela como hizo en Fortunata y Jacinta porque la novela de Nina transcurre en los días en que se escribe, los de una Restauración convulsa. Cuando los pobres dicen que todo va mal y se va a armar una muy gorda, se alude a su deseo de la reinstauración de La Gloriosa, la Iª República. De ahí que el tiempo cronológico tenga menor interés para mí que el tiempo histórico así como el disfraz de los personajes históricos que lucen algunos caracteres de la novela como se verá en la próxima entrada de este blog.

No obstante, la utilización del tiempo está presente de una forma sutil y representativa en los personajes principales de la novela. Almudena vive para el futuro. Ponte y doña Paca están instalados en el pretérito, en los tiempos bobos – como se dice en el capítulo 17. Obdulia, cuando habla con Ponte, también se instala en el pasado. Por el contrario, Nina representa el presente y puede decirse de ella que consume el tiempo con una voracidad sorprendente --la misma que tiene hacia el dinero--, voracidad que desaparece cuando es expulsada de la casa de su ama porque entonces Nina se libera de la opresión del tiempo. En contraste, el tiempo está inmovilizado en relación con el metódico y organizado D. Carlos Moreno Trujillo; parece hombre de puntualidad extrema --sobre todo cuando toca a dar limosnas en recuerdo de su esposa fallecida-- sin embargo, los objetos de su propia casa expresan la trascendencia del tiempo en torno a él: “Sobre la chimenea, nunca encendida, había un reloj de bronce con figuras, que no andaba, y no lejos de allí un almanaque americano, en la fecha del día anterior”.

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NOTA.- [1]  Ver  Joaquín Casalduero “Significado y Forma de "Misericordia", PMLA, Vol. 59, No. 4  (Dic., 1944), pp. 1104-1110 o en Anales Galdosianos Año XXXVI (2001)

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miércoles, 24 de agosto de 2011

Poemas del limo (3)

LUCERO EN EL MAR

Recordando a Doña Julia
y la muerte de su hijo.



Cayó de los peñascos

como lucero en el mar

que dicen que fue un hombre

que fue la Estrella Polar

que le mataron a tiros

que enamorada del mar



cayera quien fuera

qué pena ¿verdad?




NANAS PARA TODOS



Buches de guano

me soba el viento

buluba buluba

carotina de adviento



Zumba de noche

el sabio Soboche

(Frasquina te siente

pero no la revientes)



Bula buluba

jazmín entre cardos

de viento los buches

la nube pigmea

sobre luna, pegote

¡No seas zumba, Soboche!



Arropé

que rin-rin cargas

no te subas a la parra

que mi romera tié

sabroso corsé

Para cin-cin tar

mi morenita tié

resinado compás

La sevillana, gá

abajó la persiá

y el colibrí del sol

caló, ¡enmudeció!



No te muevas Crisantema

¡no me quiebres los lirios!

que los angelillos ratones

¡van robarte los higoooos!



¡Arrope!

¡Vamos a bailar

con el zum de Zapatiesta

la divina hermandad!

Pone el uno, pongo el dos

¡Rabión, que somos tres!

Arropé…

adormite leré




MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA



Mambrú se fue a la guerra

y se quedó con ella…

Nicanor tocó el tambor

tocó requetebién

¡Más vale menos repique

y más gachas y sartén!

que Mambrú se fue a la guerra

y se quedó con ella…



Hay un río colorado

más abajo del molino

dicen que fueron los lobos

dicen que fueron los niños

que Mambrú se fue a la guerra

y se quedó con ella…



Madrugaba el Conde Olinos

la víspera de San Juan

Todas las doncellas pobres

se pusieron a temblar

que Mambrú se fue a la guerra

y se quedó con ella…



No tienen mis penas remedio

por años que aguarde a tu puerta

Tu padre puso la sota

y el basto sobre mi cabeza

que Mambrú se fue a la guerra

y se quedó con ella…




MORIR



Morir todos los días

sin luz, sin velas

poco a poco, sin entusiasmo

Morir de pie o tumbado

(da lo mismo

a la nueva geometría

del espacio)

Morir sin más o menos

flores o lágrimas

duelos o cirios

bajo el epitafio estándar

de los hombres sin bigote

Morir porque si

porque todos morimos

irracionalmente

de la mentira de ayer

del embudo atascado

del corazón – el pobre

tan quieto en su ritmo

tan absurdamente metáfora—

Morir, morir

porque hemos llegado

al último aburrimiento




NANA DEL LIMO



¡Limo limonero

santero de estrellas

carinegro

sandunguero

boliaguas, balilalunas

repúcheritauñas!



Limo carcavón

centinela guadañista

de los lirios



Limo chupetero

chamusquero

hambriento miligailas

todo fino

todo broncialbino

¡morterito del muertero!







miércoles, 10 de agosto de 2011

Poemas del limo (2)




SIESTA



Estaba recluido en mi pequeña paz

regurgitándome

(cueva del silencio, permanencia)

y fue el viento que se agita contra la ciudad gris

y fue y vino

entrando Dios sabe por dónde

para llevárseme un temblor

(él, que gritaba contra la ciudad gris

bañada en muerte de piedra)

Mas, ¿por qué desperdiciar ternuras

aún tan leves, pobres, propias como un temblor?

¡Mi temblor desprendido!

Voy detrás de mi temblor con un cazamariposas

el silencio de aquí

alfarea un sueño profundo

el cazamariposas se deshace

en el murmullo de allá

(¡ay el viento contra la ciudad de piedra!)

Más temblores desprendidos

por el viento

Más angustias tontas

El silencio acaramela soledad





NO ERA POR CELOS



No era por celos

que me puse a espiar

el sueño que dormías

no era por celos

Saber quería

si era el protagonista



CANCIONES DEL LIMO



Da sed el camino

fatiga el vecino



Me embrujan los limones

como esos que tienes

pero ponles buen precio

a ver si me convienen



De tus ojos salían

una rosa y un clavel

al llegar a los míos

parecían un ciempiés



Para San Juan

la tengo de parto

Dime zagal

¿sabes tú de cuantos?



Si supiera mentiría
y si mintiera diría
que fue el espíritu santo
de las mozuelas bravías




En las zarzas mi morena

dejó una pestaña

la octava que deja

Pienso que voy a dejarla

no sea que una ceja

olvide mañana

lueguito la cara

hasta que no pueda

escapar yo de las zarzas



Me gusta la miel

y… el alivio

por eso me cuelgan

el sambenito…

mas no se dan hongos

en el sequío…

Si tuviese la culpa

de tanto rocío

estarían los hombres

apañaditos


.

domingo, 24 de julio de 2011

Poemas del limo (1)



LA PALABRA


Agua viva. Sólo ella
playa, breña, romería
fluye siempre, niña
o vieja, en montonera
Caracola sola
ella está, ella es nada
creadora, ella es limo
y ola muda
troncha higuera, suave
aliño, niebla al hombre
miel del aire.

 

PRIMAVERA DEL LIMO



Otra hebra más. Otra primavera
con soluz y soluna dolidueñas
(Aún las hojas muertas devanean
van rodadas, sin acento, tan cascadas)
Ayer, por decir el año de la espalda
ayer tenía más filo mi figura
caballito de la mar
espuma
torigrana a mi grupa
retozona mi montura aral.
Ayer, palo verde, de jinete madrugaba
y cabalgábamos cerreros
en brinco de estrella a limonar
ayer sabíamos del hábito la inmensidad



Con soluz y soluna dolidueñas
viene esta inviolada primavera
con sable de luz sin estribera
Viento de ciervo
¡que trae viento de ciervo
y manantial de nido!
(Pero aún las hojas muertas esterean
tan rodadas, sin hoyuelo, tan cascadas)



DECIR MARINO



Bocadito de limón
te quiero porque te quiero
que no hay red para los hombres
buenos si son marineros
Pon limo en tu caracola
de zumba y corpiño un beso
de mentiroso aguardiente
como la nana del cuento
que fuiste luna pelona
a la verita de un negro…


Bocadito de limón
no, ¡que no me cuenten éso!



NUEVE



Nueve meses pasó la gallina
picando al mediodía y el gallo
no salió


Nueve meses pasó la ternera
rumiando teología y el toro
no salió


¡Sí! Nueve meses pasó la luna
alumbrando muy calmosa y la musa
no salió


Nueve meses, nueve meses, nueve
siempre nueve meses ¡y el décimo
no salió!



ROSALÍA

Rosalía, pelar quisiera una pavana
contigo al mediodía
Pero hay viejas en los claustros
que llevan rímel en los labios
y cosen agujas en las flautas
Y el clavicordio de Madeira
repica en vano cristal y orín
anciano río melancólico


Gentil: las palomas del pino
abrieron el pico y al monte el eco lleva
el trino torcaz

(Ver más Poemas del limo en las entradas del 10 y el 24 de agosto)

miércoles, 20 de julio de 2011


PRIMAVERA SIDERAL




Primavera de estancias


rocío, nube, llanto de novicia


El árbol se angustia de belleza, insulta al asfalto


Jardín recortado entre bostezos


Para las hijas del jardinero cortan margaritas


Jardín de unicornios tristes


Del Jardín-Hospital al Quemadero de Madrid


(Flor caída, perros, viejos, manos de todos, pavesas)


(Hormiguita, el automóvil pasa, hormiguita


Pasa hormiguita. Pasea a la sombra del árbol en flor)


Fuentes estudiadas, niños sin gracia. Prado


(Hormiguita alucinada por tablones de luz)


Primavera sideral… de las luces, de las piedras

de los niños, de la fuente, de la hormiga


Pared seca de años y de años restregados


Bufandas: abrigo caudal se le otorgó al viejo


El viejo al hermano del viejo se restriega…

y a los hermanos de todos los viejos. Pared tostada


(Ver más Poemas del limo en las entradas del 10 y el 24 de agosto)




sábado, 9 de julio de 2011

EL ASUNTO   JOE VARGAS

Los acontecimientos familiares, positivos o negativos,  casi siempre son los más importantes de nuestra vida. Hay otros, que los silenciemos o no, dejaron una huella profunda en nuestra oscilante personalidad. Me apetece referirme a dos que nunca pude  olvidar.

Hice la I.P.S. (Instrucción Premilitar Superior) también conocida como Milicias Universitarias. Era la forma breve de hacer la mili que teníamos los universitarios después de la Guerra Civil y a ella solíamos acogernos fuésemos azules, rojos o corchos.

Durante el segundo campamento tuvimos un compañero al que apellidaré Adelfried. Por su aspecto, rubio ralo incluyendo un bigotito hitleriano, tenía pinta de ser hijo de algún refugiado alemán alpino, más bien pequeñín. Su ideario se abastecía del Mein Kampf y el nacional-catolicismo predominante en la época. Daba la lata con sus postulados cuando discutíamos y, para nuestros ocios, profería consejos contra el género que definía como la fauna femenina.

Habría transcurrido un mes o un mes y medio cuando, librando un fin de semana en Segovia, le vimos pasear junto a una anciana labriega que llevaba un niño de la mano al lado de una preciosa jovencilla, sin duda madre de la criatura, quien escuchaba muy modosita un largo exordio de Adelfried. No tuvimos duda: Adelfried se las había tenido con la bella criadilla en casa y el amorío había tenido un resultado inevitable. Así lo imaginamos, fuera o no verdad.

Pero las perturbaciones que hicieron de Adelfried un compañero inolvidable tuvieron su momento de oro. Me refiero a la tarde en que nos instruían sobre la utilización de las bombas de mano. Cuando llegó el momento de pasar de la teoría a la práctica, nuestro capitán nos organizó en grupos y, por turnos, nos iba metiendo en dos hoyos preparados para la realización del ejercicio. Desde ellos lanzábamos las granadas uno a uno. El capitán había advertido del peligro que tales artefactos tenían y recomendado que, si caían cerca, deberíamos lanzarnos al suelo y hacer con nuestros cuerpos un hoyo protector bajo el mismo hoyo en que estábamos metidos porque la granada, aunque era de baquelita, tenía un radio de acción de algunos metros.

En el hoyo de la derecha estaba Adelfried. Cuando le tocó el turno de lanzar el explosivo lo hizo con tanta determinación como falta de puntería. Su mano derecha había trazado una pequeña curva y la bomba salió despedida hacia nosotros, situados en el hoyo de la izquierda. Quedamos estupefactos viéndola venir, pero recordando los consejos del capitán nos arrojamos al suelo con la vehemencia anteriormente aconsejada.

Don Eduardo –que se así se llamaba el capitán- corrió hacia Adelfried y se incendió con él pidiendo explicaciones. Su excusa fue que era zurdo, causa de su incapacidad para dirigir bien el lanzamiento con la mano derecha. “¿Y quién le ha dicho a usted que las bombas de mano hay que lanzarlas con la mano derecha?”, explotó el capitán. El susto que pasamos quedó fijo en la memoria casi tanto como los quince días que otro compañero se mantuvo mudo cuando un rayo carbonizó el árbol próximo a la garita donde hacía guardia.
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La historia de Adelfried tuvo un final. Su ideología no valió para mejorar la opinión que nuestros jefes tenían de él y concluyó la I.P.S. de sargento para oprobio suyo, porque era el galón con el que salían los rojos fichados.

En enero de 1964 fui a los Estados Unidos. En Austin, capital del Estado de Texas, viví situaciones de todo tipo. Pero quizá el suceso que se me grabó de manera importante fue el asunto Joe Vargas.

Vargas era estudiante mío en un curso avanzado de lengua española, un alumno cuya presencia en el aula agradecía porque era formal, hacía sus trabajos, pasaba sus exámenes semanales con nota, y siempre estaba dispuesto a intervenir si se pedía colaboración.

Llego el examen final -- que en la UT valía un 30% de la nota global del curso. El ejercicio de Vargas resultó bastante pobre; como mucho y con los ojos cerrados, podía darle un aprobado arañado. Así que promedié ese examen con su trabajo en el curso y le califiqué con una C (un 6 para nosotros).

Al día siguiente, Vargas vino a mi despacho y me rogó que elevara su nota a B (notable) porque de lo contrario tendría que ir al Vietnam. El presidente Johnson había decidido enviar medio millón de soldados y el impacto en las universidades fue grande porque los estudiantes que tuviesen una nota media por debajo del notable, serían llamados a filas.

Nunca pude olvidar la noche de aquel día. Fue un ir y venir dando vueltas por el living del apartamento quejándome de mi mala suerte ¿Cómo era posible que yo, un extranjero --que nada tenía que ver con esa guerra—estuviera inmiscuido en la decisión de enviar un alumno mío al conflicto a causa de una calificación? Sensaciones de injusticia e impotencia se alternaban en mí con la urgencia de tener que decidir.

Pasadas las horas de saturación emocional, me pareció que había una pregunta clave: ¿Era justa mi nota? Me puse a repasar los exámenes semanales y el final de Vargas, los comparé con los de otros compañeros y las notas obtenidas. Llegué a la conclusión de que la nota era justa conforme a mis criterios. Después, probablemente buscando una mayor justificación, me hice otra reflexión: “Y si libro a Vargas de ir a filas, ¿quien irá en su lugar? Porque serán quinientos mil, de eso no hay duda”.

A la mañana siguiente sin haber dormido, pero resuelto en mi decisión, llegué a Batts Hall –edificio del Departamento de Lenguas Románicas—y comuniqué a Joe: “Mantengo la nota; es justa para mi. Lo siento mucho”.

Un año después ejercía de profesor en la Pennsylvania State University. Al llegar las Navidades, mi mujer y yo decidimos pasarlas con mi tío Ricardo en Austin y la familia de ella en San Antonio. Una tarde en Austin fuimos a Sears para realizar unas compras. Deambulando por los pasillos escuche unos gritos a mis espaldas: “¡Professor Martínez! ¡Professor Martínez!”. Los daba Joe Vargas. Había cumplido su año en el Vietnam y había regresado. No sólo no me guardaba ningún rencor sino que estaba contento de verme. ¡Y yo a él!

Resulta fácil imaginar que fueron muchos los días durante aquel año que pensé en Joe y en las cosas que podían haberle ocurrido.  Las informaciones de la guerra eran dramáticas y también chuscas, como la que aseguraba que el general William Westmoreland había ordenado calcular las bajas infringidas al enemigo mediante el procedimiento de contar las botas suyas encontradas, fuesen de un pie u otro, suma de la que pudo deducirse que la población de Vietnam había perecido dos veces. ¿Y qué decir de las bajas propias?

Pero allí estábamos los dos de nuevo, ahora en los pasillos de Sears. Nada tenía que reprocharme; tampoco Joe Vargas me reprochó nada. Sin embargo, han pasado muchos años y pienso que mi decisión sólo pudo tomarla un profesor joven. En cualquier caso, hoy todavía me pregunto si obré bien; el final feliz fue agradable, pero sólo fue eso, un final feliz.
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