viernes, 9 de septiembre de 2011


Galdós:  Los pobres de Misericordia




La viuda doña Francisca Juárez ha dilapidado su fortuna y se alimenta gracias a las limosnas que obtiene su criada, la señá Benina o Nina. Esta se relaciona  con Almudena o Mordejai --quien siendo ciego ve lo que no ven los demás -- y con Don Romualdo, un sacerdote de su invención para justificar sus correrías fuera de casa, pero que imprevistamente aparece hacia el final de la novela trastocándola. De los demás caracteres destacan Frasquito Ponte entre los burgueses pobres y Moreno Trujillo como representante del señorío mercantil.

En el prefacio escrito en 1913, Galdós aclaró el propósito de su novela: “me propuse descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal y merecedora de corrección”.

No es Misericordia una novela pintoresca ni Galdós pretendió que lo fuera. Es una novela en la onda del humanismo del que Tolstoy hizo gala en su etapa final, pero sin esconder una intención indisimulada: parodiar la Restauración canovista que mantenía a multitud de españoles en la miseria por haber resultado muy desafortunada socialmente. En Misericordia la parodia fue un ejercicio de creatividad; Galdós dejó las reflexiones para el discurso La sociedad presente como materia novelable que escribía para su ingreso el 7 de febrero de 1897 en la R.A.E. y para Cánovas, su último Episodio nacional.

La miseria, mal endémico español, era una herencia de tiempos antiguos que el Lazarillo y libros semejantes retrataron cumplidamente, también estampas como la gente de la candela de Larra, miseria que una revolución industrial de modesta implantación en España ensanchó al afectar al sector obrero y al parcial de la clase media que vivía de rentas si las había, de las apariencias y se moría de hambre. Misericordia se centra, pues, en los pobres-pobres y en la clase media tronada, formando ambas un conjunto humano que parecía de pocas virtudes, muchos vicios y de mayor hambre. Gentío que aun viviendo separado, se relaciona a través de Benina, la criada filantrópica como la llamó Galdós o la mujer de promisión a juicio de Almudena,

Joaquín Casalduero dijo que el tema de Misericordia y de otras novelas es el empobrecimiento de una familia de clase media adinerada (1). Siempre me pareció más complejo porque en la novela existe un parámetro económico-social basado en la oposición entre pobreza y riqueza, otro moral que contrasta caridad e ingratitud y un tercero encarnado por la palabra que da título a la novela, el símbolo que califica sus avatares mediante su presencia o ausencia.

Misericordia no es la acepción fraudulenta que se aviene con la costumbre limosnera de la burguesía hacia los pobres, ni tampoco la tarea de instituciones privativas de libertad como San Bernardino o el asilo. Misericordia es amar al prójimo y socorrerle no siendo disparate afirmar que en la novela hay un parentesco sui generis de Nina con Jesucristo, quien hizo del amor al prójimo el motivo de su peregrinaje por Palestina, tierra donde también era pobre la mayoría de la población. Nina se le parece actuando; como Él será prendida por los corchetes–palabra que aparece en el libro con intención- y pronunciará palabras de Jesús como las que se recogen en la última línea de la novela cuando, tras negar su propia santidad, despide a una Juliana arrepentida de su ingratitud: “No llores… y ahora vete a tu casa, y no vuelvas a pecar”.

Por lo escrito, entendemos que en la novela podemos distinguir un ámbito material donde riqueza y pobreza combaten, otro inmaterial donde batallan virtudes y defectos, caridades o ingratitudes, y el de las altas significaciones trascendentales donde impera la misericordia divina de la que Benina parece delegada.

La temática de la novela se desarrolla en dos espacios diferenciados pero comunicantes, el de la realidad donde vemos a los personajes peregrinar en busca de la subsistencia –cumpliendo a veces la ley de “el hombre lobo para el hombre”-- y el espacio de la imaginación donde los personajes encuentran, por sí o por otros, el sustento espiritual que remedia sus necesidades de orden material.

El símbolo de la pared stendhaliana, la mole de la iglesia de San Sebastián, disocia el señorío mercantil de la Plaza del Ángel de los barrios bajos que se enfilan por la calle Cañizares. Como se dijo, Nina los recorre, delimita e integra, bien cuando hace los recados ordenados por doña Paca, o va en busca de dinero o del peregrino Almudena.

Con Nina entramos en el hogar del pudiente D. Carlos Moreno Trujillo, pero también en los infiernos prostibularios, en el de los reptiles como La Comadreja, en las Cambroneras o en otros parajes de los necesitados, pues, los miserables compran en las tiendas de baraturas y pasan sus ocios en los llamados cafés económicos. Los ambientes que rodean a Doña Paca u Obdulia, pese a la diferencia de clase y las pretensiones, no son muy distintos. Si unos y otros parecen moverse con libertad pesa sobre sus cabezas la amenaza de otros dos lugares: San Bernardino, el recogimiento de mendigos donde pueden quedar cautivos, y la Misericordia, como intencionadamente se llama al asilo.

En el espacio de la imaginación actúan la magia y la fantasía que producen trasformaciones maravillosas de la realidad. En la tierra prometida de Almudena existe toda la riqueza que se pueda soñar. El elegante fósil y proto-cursi Ponte vive en los palacios de la Bernarda, pero huye de su realidad costrosa trasladándose imaginariamente al palacio de los Montijo o bien a París sin el mínimo esfuerzo. Si Doña Paca siente el vértigo de la caída Ponte sentirá el de la altura. Y cuando Ponte va a morir en casa de Doña Paca transforma el astroso lugar en la casa del Ángel-Nina.

La estructura interior de la novela está montada en una fluctuación constante entre lo real y lo imaginario. Las personas y también las cosas cambian de significado según se sitúan en uno u otro espacio. Si Nina tuviera un duro su valor real insignificante se tornaría en “un átomo inmenso”. Los alimentos terrestres que Nina figura haber servido al ficticio Don Romualdo se materializan para Doña Paca. En determinado pasaje, la neurótica e hiperbólica Obdulia se transforma en Majestad Imperial y el pobre y ridículo Ponte en figura arrogantísima.

Los agentes de la imaginación son tres, Nina inventando al sacerdote Don Romualdo, Almudena que es el profeta de la tierra prometida y creyente en que Nina viene del cielo, y Ponte exorcizando el presente con el fulgor del pasado. Son personajes que tienen fe y operan sobre los que no la tienen. Sus palabras crean ilusiones y desencadenan sueños y, de esa forma, sueños e ilusiones se suman a las cosas transformadas dentro del espacio novelesco.

Los sueños tienen naturaleza real para Nina y por eso, al desear un cambio en su situación, la vemos suspirar --junto a un ama imbricada por ella-- para que se produzca un milagro. Pero la diferencia entre Nina y Almudena y el resto de los personajes es que para aquellos lo real y lo imaginado coexisten, mientras cualquier acontecimiento inesperado resulta una invención para los otros, nunca una realidad. Cuando Don Romualdo se aparece a Doña Paca y a Ponte y les habla de la herencia que modificará sus vidas para bien se resisten a creerle; Ponte no puede digerir una realidad que se presenta sin estrecheces y la posesión del dinero hace el efecto del alcohol en doña Paca.

Galdós no estableció una relación precisa y cambiante entre el tiempo histórico y los acontecimientos de la novela como hizo en Fortunata y Jacinta porque la novela de Nina transcurre en los días en que se escribe, los de una Restauración convulsa. Cuando los pobres dicen que todo va mal y se va a armar una muy gorda, se alude a su deseo de la reinstauración de La Gloriosa, la Iª República. De ahí que el tiempo cronológico tenga menor interés para mí que el tiempo histórico así como el disfraz de los personajes históricos que lucen algunos caracteres de la novela como se verá en la próxima entrada de este blog.

No obstante, la utilización del tiempo está presente de una forma sutil y representativa en los personajes principales de la novela. Almudena vive para el futuro. Ponte y doña Paca están instalados en el pretérito, en los tiempos bobos – como se dice en el capítulo 17. Obdulia, cuando habla con Ponte, también se instala en el pasado. Por el contrario, Nina representa el presente y puede decirse de ella que consume el tiempo con una voracidad sorprendente --la misma que tiene hacia el dinero--, voracidad que desaparece cuando es expulsada de la casa de su ama porque entonces Nina se libera de la opresión del tiempo. En contraste, el tiempo está inmovilizado en relación con el metódico y organizado D. Carlos Moreno Trujillo; parece hombre de puntualidad extrema --sobre todo cuando toca a dar limosnas en recuerdo de su esposa fallecida-- sin embargo, los objetos de su propia casa expresan la trascendencia del tiempo en torno a él: “Sobre la chimenea, nunca encendida, había un reloj de bronce con figuras, que no andaba, y no lejos de allí un almanaque americano, en la fecha del día anterior”.

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NOTA.- [1]  Ver  Joaquín Casalduero “Significado y Forma de "Misericordia", PMLA, Vol. 59, No. 4  (Dic., 1944), pp. 1104-1110 o en Anales Galdosianos Año XXXVI (2001)

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