sábado, 10 de julio de 2010


JUAN CRUZ RUIZ Y SUS "EGOS REVUELTOS"

Imaginamos al escritor sentado en el porche de su casa, frente al mar, recordando y escribiendo. Bajo su cabellera canosa hay dos brochazos de cejas negras y brillan dos ojos como carbones de arco azulado.

Su vida ha sido la de un periodista, editor, novelista; sobre todo un hombre de El País, del universo Prisa para el que ha trabajado y corrido mundo; a veces, muchas, lo ha pasado bien, otras no porque la gente se le va, muda a otro lugar o continente, o simplemente desaparece.

Ha concluido su libro Egos revueltos. Una memoria personal de la vida literaria (1). Ha escrito sobre los escritores con los que tuvo trato procurando contar qué les movía, si la vocación, la pasión, sus egos, es decir, su autoestima, pacífica, exacerbada y hasta violenta según quiénes.

La historia comienza cuando se traslada a Londres para entrevistar a Cabrera Infante, pero el cubano estaba, ¿cómo lo diremos?, ensimismado o, como excusaría su mujer, sufriendo un nervous breakdown. Así que Cruz disimula, habla de sus tiempos de estudiante, de cuando "los libros eran como lugares de recreo", de sus maestros -Emilio Lledó sobre todos- o Domingo Pérez Minik, de otras amistades españolas o londinenses, hasta que decide utilizar la lista que recibió de su amigo Marcos Ricardo Barnatán para contactos con los grandes escritores.

Narra sus charlas con Julio Caro Baroja, Gabo, el grupito de Carlos Barral. Salimos de su primer encuentro en Tenerife con un Cela griposo y tumbado en la cama que pide que hable y hable porque lo necesita para dormirse. Ese primer Cela que era un tipo como no había dos. Sobre su primer viaje a USA escribió que su primera mujer le llevó un bocadillo al avión para el viaje. Y cuando llegó al Austin tejano–fui testigo- escandalizó a los norteamericanos prefiriendo charlar y tomar un café a visitar la casa donde vivió O’Henry, gusto que mirándolo desde otro punto de vista estaba justificado.

Se cruzan en la memoria de Juan Cruz gente importante como el poeta Pablo Neruda y su devoción por las arepas, Juan Marichal, Leonardo Sciascia, Francisco Brines, los viajes a Oliver o el Boccaccio de los tiempos de la movida madrileña y tantas y tantos, hasta que Cabrera Infante le recibe para mantener una entrevista o, más bien, una hora de silencio que concluye la mujer del cubano alentándole con un “La próxima vez le hablará, ya lo verá usted”.

Hemos leído 101 páginas, pero el libro no concluye; sólo recorrimos cerca de un cuarto, apenas el 21%. El tinerfeño consulta la lista de contactos que le dio Barnatán y los encuentros continúan.
.
Ahora estamos en París y Julio Cortázar emerge en páginas fenomenales aunque Cruz lamenta un olvido que no vemos por ninguna parte, pues, Rayuela es como el Ulises de Joyce, novelas que marcan épocas en la literatura y entierran a sus autores en el Partenón.

Aparece Juan Carlos Onetti y tras él, Adolfo Marsillach, Rafael Azcona y, fugazmente, Jesús Aguirre, Jaime Salinas, Jesús Fernández Santos, etc., etc., hasta que llegamos a Octavio Paz, el hombre que tuvo la suerte de desmentir su propia muerte a una emisora mejicana, que estaba obsesionado por corregirlo todo y que llamaba Juansito a nuestro autor.

Juan Cruz fue el lazarillo de Borges por las calles de Madrid y le pareció el hombre menos pedante que había conocido pese su bastón chino y sus camisas a rayas. Pedante no, pero presumido sí lo era, tanto que hasta consultaba su reloj para ver la hora, número que montó mientras daba una conferencia en Austin para asombro de los que allí concurríamos. Así que su lazarillo bien puede asegurar que Borges veía luces en el Hotel Palace de Madrid.

Y pasamos del yo revuelto de Francisco Ayala al de Eduardo Haro Tecglen, al irritable de Mario Benedetti por el que, no obstante, Cruz sintió cariño porque “estar con Mario, como con su poesía, era un viaje a la melancolía”.

Pienso que Paul Bowles –cuyo centenario se cumple este año- fue un compositor interesante y se pueden decir incluso cosas buenas sobre él como escritor, aunque según Mohamed Mrabet (2) , quien trabajo más de cuarenta años para los Bowles como cocinero, chófer, guardaespaldas, el americano vampirizaba sus historias, es decir, se las oía, las cogía y las moldeaba, pero Juan Cruz no ha visto a ningún vampiro, sino al hombre cuya “biografía haya sido un compendio de lo que le pasó al siglo XX cuando sólo quiso ser feliz y viajero”. Vio a un anciano desamparado, asustadizo, al que José Luis Gómez, Jesús Quintero y él trataron de divertir en una cena muy festiva porque le habían tomado un enorme afecto.

Aparece Severo Sarduy, un hombre sentenciado por unos análisis, pero aficionado a los crustáceos y los Bloody Mary. Son páginas centella que dejan el mensaje de que todos deberíamos querer a aquel cubano vitalista y divertido que escondía sus cicatrices.

Vemos a Juan Benet como amigo y consejero cuando Juan Cruz se convirtió en editor. Conectaron fácil porque Benet era un hombre de muchos amigos. Las páginas finales hablan de su muerte y entierro; son agrias, tristes, difíciles aunque las palabras carezcan de intención.

Las dedicadas a Manuel Vázquez Montalbán son las mejores del libro, tan emotivas como las que dedica a Hunter Gräss. Después de leerlas nos preguntamos: ¿dónde se nos ha quedado Manuel? ¿Por qué se martirizó al alemán, qué sacaron con ello?

Llega Pepe Hierro a consolarnos; parece un retrato a plumilla que le hubiera hecho Zamorano. Los bares, las bebidas y la vida se titula uno de los capítulos, y es que hay muchos bares recorridos y mucha bebida consumida en el libro. Se podría hacer un censo de las zonas húmedas de varias ciudades españolas y algunas de ultramar.

Me gusta lo que dice de Rulfo. En 1964 seguía yo un curso graduado sobre literatura hispanoamericana con el profesor George Shade en la Universidad de Texas, en Austin, cuando apareció una bellísimna compañera nuestra que se había desplazado a Méjico para sonsacar a Rulfo sobre La cordillera, posiblemente su última novela. Aquella linda pelirroja volvió para decirnos que de la novela sólo había el título y no se había progresado. Rulfo, es decir, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, tenía la costumbre de identificar los cementerios que sobrevolaba el avión en el que viajaba poniendo los pelos de punta de algún célebre compañero. Con personajes así no hace falta tenérselas como el Cid, la barba recogida y apretada bajo el cinturón para que no nos la mesen.

Eran los años del boom y abundan los hispanoamericanos, algunos salados como Alfredo Bryce Echenique, otros melancólicos como Augusto Monterroso, otros puestos como José Donoso “acostumbrado a adivinar que algo era de cahemir desde una milla de distancia” hasta que la vista se le apagó.

El ego de Ernesto Sábato reventaba porque siempre le ponían el tercero, detrás de Borges y Cortázar -aunque tan sólo se tratara de ponerles en orden alfabético-, y él tan pequeño, pero siempre enhiesto y con lanzas en los labios.

No podía faltar Augusto Roa Bastos un ejemplo del gran escritor mendicante, autor de una obra tan enorme como Yo el supremo, pero también obligado a escribir para alimentarse. Recuerdo que Baroja en sus Memorias se quejaba de que era muy triste llegar a anciano y continuar escribiendo para poder sobrevivir.

Miguel Delibes, Francisco Umbral, Camilo José de Cela tienen las páginas que tienen que tener… Son el bueno, el feo y el malo –dicho en solfa-- de nuestra literatura reciente; dejémosles con sus cuitas y lleguémonos hacia al final con Ángel González y algún otro.

El libro de Cruz es amable porque no parece haber hecho enemigos debido a su natural amistoso y expansivo. Además, siempre se habla bien de los muertos; como mucho te atreves a hacer dos o tres morisquetas a los que menos te han gustado, pero no pasas de ahí. Tampoco hay análisis de libros ni crítica literaria; sólo memorias personales contadas en buena e imaginativa prosa.

El libro tiene como brumas de cementerio. Ha desfilado casi toda una generación que se fue. Quizás nuestro autor ha sido uno de los primeros en darse cuenta y debemos agradecer su generoso retrato coral. Y esa generación tampoco parece tener una gran descendencia. ¿Tendrá razón Carlos Fuentes cuando dijo a Cruz: “El porvenir es otra vez latinoamericano” reafirmando una frase anterior, “Del boom al bumerang”?
______________
NOTAS:

1. Juan Cruz Ruiz, Egos revueltos. Una momoria personal de la vida literaria, Tusquets, Barcelona, 2010. Este libro obtuvo el XXII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias.

2. Ver César Antono Molina, "El amigo secreto de Paul Bowles", El Cultural de ABC, 14 de mayo de 2010. También se puede consultar en Google.

viernes, 25 de junio de 2010



POEMAS DEL BURBIA
(Final)





ARMONÍA


La tarde es alta sobre el río
y ese pescador de memorias
se persigna
Son campanas de San Francisco
proa al valle voces sonoras
maravilla
al aire de ese sin sentido
que repicando son las horas
armonía



ATARDECER


Y la tarde se volvió de oro
mirando a las montañas
donde el sol soñaba
El agua suspiraba en las cañas
y los pájaros de la vega
nadaban hacia los álamos
altos de Vilela
Por la huerta se oía cantar

El río no tié barca
porque no hay barquero
Se fue con la niña
del molinero


Frente a las Médulas
Vilela soñaba su alameda
en el cascaluz del cielo



OCTUBRE


Bajo la sombra
de las nubes
viaja el río
El sol que asoma
nos descubre
su camino
Ven y reposa
Es octubre
ocaso amigo



LLUVIA


Plata y gris
las estrellas sobre el río
Es que llueve
y son gotas de marfil
nácar frío
que esta noche me conmueven
Por decir
que de soledad herido
sí me duelen



CIPRES DE LA ANUNCIADA


Bajo el ciprés solitario
dicen que un hombre tendido
teje con mimo sueños sagrados
Que las margaritas silvestres
junto al ciprés solitario
consejas de amores deshojan
en silencios de sagrario

Si tuviese el cielo
secreto de hombres
iría a arrancarlos
para leer mi destino
sobre paz tan muerta
por estos caminos



TRISTEZA


Vivir es morirse
en el río
que ya no es fuente
sino mar al poniente
en el río
que es espejo doliente
de una memoria ausente
en el río
oscuro que dice
no volverás a sentirte



TRANSPARENCIAS DE
VILLAFRANCA DEL BIERZO



Al alba
desprendida la villa
de su nocturna silueta
al Burbia venía

Como blancas mariposas
San Francisco el Castillo
y la Colegiata
recogían el caserío
y lentamente posaban
en los cristales líquidos
que el río entramaba

Al mediodía
había ¡Dios! que verla
transparente móvil
sobre los peces de sol
que la encendían

La sombra
del martín pescador
el lienzo disolvía
Volvían San Francisco
el Castillo y la Colegiata
al cuadro que solían
y nos ganaba un silencio
entristecido
por el sendero del agua
.

martes, 8 de junio de 2010



POEMAS DEL BURBIA
(Segunda selección)


ENAMORADOS


Las luces del cielo
mi morenilla enciende
cuando al río la llevo
Por eso la quiero
porque es franca y no miente

De tus pies la senda
iré a penar un día
de rosas desvanecidas


ENSOÑACIÓN


Por un campo de nardos
yo vite en sueños
cantarina el agua
entontecía…
tántala agua
sobre la risa
tántala la brisa
sobre la ría…
y a volar paloma
fuiste lejos
solecita el agua
ensombrecía…
tántala agua
adormecida
tántala agua
ría ría…
por un mal aire
palomilla
por un mal aire
lejos ibas…

.

ADELFAS EN FLOR


Sabroso de amor
faltome ventura
Burbia que te quiere
Burbia que te halle
de la vega donaire
pasito de tarde
¡Ay molinera ay segadora
que yo era en la tolva
lo que en el rio ahora!
Y vosotras la adelfa
la adelfa en flor
que el agua amarga
que el agua endura…
Sabroso de amor
faltome ventura

.

CAMPANAS DE SAN FRANCISCO


No sé que son tienen
los vencejos cuando trinan
ni las golondrinas
esta tarde de color gris
Asoman entre las nubes
que el sol desbarata
y espantan camino del Malvís
No hay azor que las persiga
ni las obligue a huir…
Serán las campanas locas
que en San Francisco
tañen para dejarse oír




LAR


Los sarmientos secos
la abuela prendía
y echaba castañas
y después patatas
El fuego crujía
El abuelo miraba
con melancolía
mientras nos contaban
la noche nacida
cuentos magníficos
que él ya sabía



AUSENCIAS

I

Calle del agua

Me iba
camino de la estación
Me iba
y me decía adiós
Mi abuelo en el balcón
solía
mirar calle arriba
¡Adiós abuelo!
No volvería
en el balcón
tu sonrisa
a recibirme
ni a despedirme
con amor


II


Ramón El Pescador

Y ya dispuesto
pues su vida fue tanta
el pescador
entró en el río
Tenía la barca
esperándole
las monedas contadas
los remos listos
y al buen Caronte
que le tendía
el vino amargo
para la travesía
Y bebió el vino
mientras la barca
se deslizaba
por las aguas dormidas



III

Senderos

De la mano de mi padre
paseaba por la orilla del río
los espejos de la tarde
navegaban por sus ojos
amigos
y me hablaba y sus palabras
quedaban suspendidas

Sé que olvidaba
que tenía como un sueño
arisco
y de pronto encalmaba
no se qué me susurraba
al oído

De la mano de mi padre
caminaba a orillas
del río
Los senderos de la tarde
se adentraban en mis ojos
perdidos

¡Dios! Pues si él era mi gozo
¿por qué lloro? ¿por qué olvido?

.

lunes, 24 de mayo de 2010



POEMAS DEL BURBIA(Primera selección)

.El Río Burbia que canto es el que llega por Las Cascadas --siete conchas que le van filtrando camino de la vega--, ondula entre Dragonte y el monte Malvís --dejando atrás la que fue miniatura celta de Puente de Rey-- y llega a los pies de las dos villas que, frente por frente, disputan ser el vigía del Bierzo: imponiéndose sobre la margen derecha del río, Corullón, que tiene en el vecino Alto de los Gallegos el mirador desde el que podemos admirar el vergel que enamoró a los romanos y, a los pies de su margen izquierda, Villafranca.

Desde esa capital histórica y sentimental del Bierzo el paisaje es otro: la vega donde Vilela dibuja una fantasía de álamos, chopos y nieblas ,  la  lejanía misteriosa donde surge la masa añil de Las Médulas con su vientre de oro desgarrado. Desde allí,  el martín-pescador siempre vuelve sesgando sobre las aguas del atardecer.

En ese espacio viví periodos de infancia y de juventud que me trascendieron y sobre él he vuelto con mis recuerdos y añoranzas en la madurez. Sin embargo,  la circunstancia geográfica o la irrealidad del Burbia de ayer respecto al de hoy no deben confundir al lector desfamiliarizado. El Burbia es también el río metafísico que cada uno conoce y nos moraliza sobre la fugacidad de la vida desde Heráclito.


.

.RÍO BURBIA

Un son de mirlo
un son silbino de aguacero
un fleco divino que se llega
por el valle entre los álamos
canta y ríe su peonza
a la luz de los almendros
Lanza verde que se allega
tan suave a la ribera
y los mimbrales detienen
y los juncos envaran y cimbrean
y Burbia abajo llevan
el cascaluz del Bierzo


¡Malvís, hacia los Vados
un son de mirlo avanza!


DE CASCADAS VIENE EL RÍO


Por las cascadas te he seguido
y como si una torrentera fueras
he quedado tendido en el vacío
y he caído donde tu no estabas
y estaban los ayes del río

¡Ay corazón
que tan de tarde vas
Las aguas de abajo
no vuelven atrás!


CANTARES DEL BIERZO


I

En el Alto de los Gallegos
se sueña el Bierzo
En el lago de Carucedo
duermen sus sueños


II

Por Puente de Rey
la vi pasar
Segaba para no llorar
¡Ay segadora
que a la aldea llevas
la gavilla de mis sueños!


III

¡Corullón!
Peña de amor
castillo chico
que en el agua esconde
pasarelas de amor




IV

En Cacabelos
sueñan las mocillas
bajo los almendros
y celan los mozos
en los viñedos

Almendros en flor
como rosas de amor
soñando eterno

V

Al corro juegan
las niñas de Camponaraya
Girasol lindo
que mece la tarde en las brañas


VI

¡Qué blanca era mi amiga
y qué premio tendría
en mi mano la flor…!

Mozo, si me mancillas
no tienes corazón

Espinareda arriba
subía la canción


VII

La niña de Ponferrada
.
Tropezón de cielo
hay en tus ojos ¡ay fuego!

Si supieras niña
que el alba te envidia

De juncos claros
vienen los sueños

Tropezón de cielo
hay en tus ojos ¡ay fuego!



VIII

Los almendros en flor
son nata en los viñedos
y guinda el acerol

Lago de Carucedo
lágrimas de doncella
miman tus sueños



FUENTE DEL SOCUBO

Y de pronto una muchacha
con el cántaro de la gracia
¡Ay trovador
qué tardo a la samaritana!
Que se te va de calle
vacilando a los ángeles
¡Ay trovador
que se te va la gracia!


Cuenta la leyenda que había amores entre el barón de Corullón y la abadesa de La Anunciada. Se encontraban a través de un pasadizo construído bajo el río que unía castillo y convento.

RONDÓ DE LA ABADESA
Y EL BARÓN DE CORULLÓN

El sol no llegaba al agua
por culpa de las palomas
que zureaban transidas
en el altar de la aurora

Y náufragas parecían
las ensimismadas olas
que en el azogue del río
eran amores y sombras

Me embrujaba sí el alba
su despertar amapola
sobre la vega del Burbia
en ademán vencedora
.
... y náufragas parecían
las ensimismadas olas
que en el azogue del río
eran amores y sombras...
.


Nota.: En las dos entradas de junio de 2010 concluyen los Poemas del Burbia

jueves, 6 de mayo de 2010


POEMAS DE AUSTINViví en Austin (Texas) de enero de 1964 hasta agosto de 1968; luego marché a Pensilvania. Mi estancia en la capital tejana fue creativamente fértil; escribí y publiqué Romería (1965), concluí otras dos colecciones de poemas, Los convidados de piedra y Poemas del limo. Los Poemas de Austin que he seleccionado pertenecen al libro Poemas de Austin. Poemas del Burbia (2009), poemas que por su intimismo romántico no entraban en ninguna de las colecciones surrealistas que escribí entonces. El caso es que sobrevivieron en algún lugar de mi escritorio, que se fueron armonizando con el tiempo y las relecturas, y se convirtieron en evocaciones queridísimas de un tiempo de juventud.


Toda Texas estaba alfombrada de lupinos. Aquellas flores silvestres como torres azules jaspeadas de blanco que crecen en cualquier tierra, sea buena o mala, evocaban en mí otras flores, otros campos y montañas; era la primavera, mi primera lejos de España.

SPRING
(Primavera)


La antigua leyenda de las rosas de plata
vuelve a mis ojos esta primavera
de soledad mía
como al candor de los ojos niños
vuelan las margaritas
en las blancas primaveras de mi tierra
La antigua leyenda de las rosas de plata
punzando las sienes de las doncellas
sobre los campos de trigo
agua-jazmín en la ubre de amor de las montañas




En los parterres ajardinados de la Universidad de Texas en Austin abundaban los pensamientos silvestres, esas flores menudas que tiemblan a la caricia del viento, pero cuyas faces imperturbables, nos hacen soñar o descaran nuestros sentimientos.


WILD PANSIES
(Pensamientos silvestres)

El amor en las guitarras
en la corrala del sol
del sol mordiendo en las tunas
en los regatos de cactus
y el olé-orí del cow-boy
(--Y tus enaguas Linda
por la noche alumbrarás)
Gigantes
por la alcoba horizontal
Bajo el sol y sobre el sol
la tierra columpiándose
La pipa
del viejo
mezclacuentos
ha perdido el color...
sobre los lirios
en las guitarras
sobre los pensamientos silvestres
en cabalgada de máscaras




Al supermercado se llegaba por una pista situada a las afueras de Austin. A todos sorprendía aquel biplano aparcado entre los automóviles del estacionamiento. Cuando cerraba el establecimiento y todos se iban, el dueño subía al avión, casi siempre al ocaso.


DAYDREAMS
(Para mi soñar)


Por el cielo azul
la avioneta plata
bajo las nubes rojas
riza y salta
y viene a tierra
posada de amor
murmullo escarlata
y pestañea Hélices
llenando la brisa
de margaritas suicidas
Quisiera soñar
darme la felicidad
del pájaro de aluminio
tan juguetón clavel tinto
en la tierra amarilla
de este campo que el viento
-la brisa invertida-
vuelve tobogán
de empinada y descenso
Para mi soñar
un poco de tul
de nube bermeja
de cielo escarlata
para mi soñar




Pegado al río Colorado estaba Barton Springs un parque que tenía un pequeño auditorio frecuentado por los grupos de rock. Las aguas, los árboles y la espesura bendecían los amores juveniles de la primavera.


BARTON SPRINGS
(Manantiales de Barton, en Austin)


Llegas como el agua
alba y rosa a cantar hermosa
Y brincas en mis venas
y brincas en mis labios
y brincan los cien mil palpos
de tu coral
Ven, que no hay noche de abril
que perdone un nido
Ven, que no hay llanto que merezca
un río
Ven, abrázame fuerte
hostia de mis sueños sagrada
muerte que me mece
adormece
para siempre jamás

TAKING A NAP IN BARTON SPRINGS
(Siesta en Barton Springs)


Estaba recluído en mi pequeña paz
regurgitándome
(cueva del silencio, permanencia)
y fue el viento que se agita contra la ciudad gris
y fue y vino
entrando Dios sabe por dónde
para llevárseme un temblor
(él, que gritaba contra la ciudad gris
bañada en muerte de piedra)
Mas, ¿por qué desperdiciar ternuras
aun tan levemente propias como un temblor?
¡Mi temblor desprendido!...
Voy detrás de mi temblor con un caza-mariposas
el silencio de aquí
alfarea un sueño profundo,
la mariposa se deshace
en el murmullo de allá
(¡ay el viento contra la ciudad de piedra!)
Más temblores desprendidos
por el viento
Más angustias tontas
El silencio acaramela soledad

Lo descubres un día cualquiera que susurras “Ya no eres como solías”, que te dices “No tengo suerte” o tienes miedo sin saber porqué. Me ocurrió mirando a la bahía que los españoles bautizaron con el nombre de Corpus Christi en el Golfo de Méjico , cuya costa defiende la Isla del Padre, una isla maravillosa de playa traicionera donde encallaron puñados de galeones españoles cuyos marinos pagaron las monedas que debían a Caronte con creces.

IN CORPUS CHRISTY BAY
(En la Bahía de Corpus Christi)


Madre
ya no me cuentan cuentos
los luceros
ya no soy más marinero
que va a puerto
no corzo ni mancebo
de los vientos


Madre
ya se me voló el trebol
que me dieron
las gaviotas del velero
de los sueños
y hay mucha mar adentro
Tengo miedo

Barquero errante
del mar mío
calza el remo
que estoy dormido


EPÍLOGO de 1991


Mi tío Ricardo Gullón me llevó a Austin y gracias a él viví entre mis 24 y los 28 años algunos de los mejores de mi vida. Mientras le llevábamos al cementerio de Astorga se me agolpaban imágenes del que también fue mi maestro que me permitieron escribir este poema donde brilla ese terceto del soneto amoroso de Quevedo que tanto le gustaba

.

EL ADIOS DEL CISNE
En el entierro de Ricardo Gullón


Burlando primaveras
noches alegres glorias y querellas,
elocuente cisne modernista
el invierno enmudeció tu acento
tu elegante movimiento
en el lago sombrío
de espejo oscuro y sin nombre

Del Teleno venían voces
de San Marcos
que el cisne egregio no oía
en sus médulas muriendo...

"Su cuerpo dejará, no su cuidado,
serán ceniza, más tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado."

y el cisne bajo un manto de violetas
despidió la luz y su tristeza.


domingo, 11 de abril de 2010

TAXI CON GASÓGENO

Cuando vivíamos en Madrid, una tarde mi abuelita me dijo: “Ponte el abrigo y acompáñame. Vamos a ver al tío Fernandito.” Nuestro taxista de siempre, Teodoro, aguardaba junto a su viejo automóvil unido a un carrito donde tenía instalado el gasógeno. Una vez acomodados, bajó la bandera del taxímetro y arrancó.

Apenas había circulación, así que tardamos poco en llegar a la Red de San Luis. Al descender por la Avenida de José Antonio vimos grandes cartelones con anuncios que distraían y escondían los edificios destruidos. “Había que ver esta Gran Vía lo que era, un mírame y no me toques, y en lo que quedó. La gente la bautizó como La Avenida de los Obuses cuando la guerra; había sacos terreros por todas partes, pero el resultado es el que se ve” comentó Teodoro mientras meneaba la cabeza de un lado a otro. “Pues sí”, asentía mi abuela.

Ya estábamos en carretera cuando el taxi dio como dos tirones y quedó parado. “¡Maldita sea! --gruñó Teodoro--. Un momento, que miro el gasógeno.” Salió del automóvil mientras yo me volvía y ponía de rodillas junto a mi abuela para fisgar por la ventanilla de atrás. Vi que Teodoro abría el maletero, sacaba un saco del que extraía carbón y luego parecía echarlo en algún lugar del gasógeno. También me parece que anduvo agachado y sacando ceniza, hasta que se aupó y permaneció con los brazos en jarras mirando hacia la chimenea del artefacto; cuando echó algunas volutas de humo volvió a su asiento. “Perdone la señora, pero el repostaje lleva casi un cuarto de hora por cada hora de trayecto entre que limpias la ceniza, echas el carbón, enciendes y ves que ha prendido. Además no conseguí leña de brezo para que ese trasto deje de parecer un fogón de castañera y tire como es debido.”

Se ve que Teodoro tenía ganas de hablar porque no tardó en preguntar: “Y usted, Señora, ¿conoce la leyenda del loco del manicomio?Como mi abuela respondiera negativamente. Teodoro empezó a contarla pausadamente: “Pues parece ser que una noche se escapó el tipo más loco y peligroso de los que había en Ciempozuelos y justo esa misma noche, una pareja de novios ya prometidos para casarse, regresaba de una juerga celebrada en un lugar vecino, cuando se les terminó la gasolina a dos kilómetros de su casa. Esperaron a que alguien les socorriese, pero como nadie aparecía, el novio decidió acercarse a la gasolinera del pueblo con una lata, quedando su novia a la guarda del coche. Pasaron dos horas desde que el joven había marchado cuando su novia empezó a escuchar unos golpetazos secos, fuertes y repetidos en el techo del automóvil. Asustadísima, salió corriendo y, cuando consideró que estaba alejada, giró la cabeza y observó que un hombre daba los golpes y los daba con la cabeza de su novio.” Mi abuela se llevó los dedos a la boca después de repetir “¡Jesús! ¡Jesús!“ Teodoro concluyó la historia: “Cogieron al loco, pero la chica no tardó en ingresar en el mismo manicomio.”

Me iba aterrorizando a medida que Teodoro contaba su historia y me dieron unas ganas enormes de orinar, pero no quería bajarme del taxi para evitar que la historia se repitiese conmigo. Me dijeron que estábamos a punto de llegar, que aguardara, pese a que el miedo me estaba dejando, además, sin respiración y sin saliva.

El edificio de ladrillo se presentó ante nosotros sin inspirarme confianza alguna. Llegué a los lavabos temblando porque las sombras empezaban a adueñarse del lugar e imaginé que ocultaban a una pandilla de locos dispuesta a rebanar mi cabeza. Salí disparado y cuando pude asirme a la falda de mi abuela respiré hondo y aquieté mi corazón que hasta ese momento había brincado como un garbanzo friéndose en una sartén.

Nos sentaron en una salita y no tardó en aparecer una monja llevando del brazo al tío Fernandito a quien mi abuela abrazó. La monja también saludó mostrando gran familiaridad al ser de nuestro mismo pueblo; un rato después dijo: “¡Ay doña Luisa! Ni se imagina lo que Fernandito nos hace padecer. El lunes de la semana pasada se quedó dormido fumando un cigarrillo y casi prendió fuego a la cama, claro, con él adentro.

Fernandito miraba a lo lejos sin decir nada. Llevaba una gorra de visera a cuadros y un mono de color mostaza que daba a su rostro un color ictérico poco saludable. Además, aquel día no debían haberle afeitado o él no se había afeitado, ¡a saber! Las dos mujeres continuaron hablando de él y de las gentes del pueblo hasta que la monja se despidió. Entonces la abuela pasó a decirle cosas, pero Fernandito no se inmutaba aunque parecía escuchar.

Aquel hombre tan decrépito y de mal color no era el descrito en casa como capaz de los dislates mayores a realizar por ser humano alguno; por ejemplo, pasear desnudo por la gran balconada de nuestra casona de verano avergonzando a las mujeres mayores y provocando el curioseo de las jóvenes, pues dicen que era muy apuesto además de bien dotado... Cierto día, enfadadísimo con la familia por censurar su noviazgo con Ágata, bajó por la carretera que lleva al río a más de ciento veinte kilómetros por hora en su motocicleta y, al trazar la curva del final, dio con moto y huesos en el río estando a punto de matarse... Y lo peor es cuando murió la Tancreda --como maliciosamente llamaban mis familiares a la madre de Ágata, una mujer tan pequeña como convencida republicana-- Fernandito se empeñó en que tenía que ser enterrada en nuestro panteón familiar por tratarse de su suegra, lo que logró porque mi abuela no hizo oposición y tenía opinión principal sobre sus hermanos, quienes nunca le hablaron más.

Ágata era la hija del peón caminero que cuidaba un trozo de cinco kilómetros cerca de Lebico, realmente una belleza sin competencia en toda la región, y tío Fernandito se había casado con ella y malvivido, más por sus vicios que por otros motivos. El lío empezó cuando tía Ágata amaneció una mañana sin un pelo derecho en su cabeza; Fernandito la había rapado por la noche con tijeretazos a desmano, pero sin hacer ruido. Al día siguiente apareció un lagarto en el cocido y nadie dudó que había sido él. Otra mañana, las gallinas del corral yacían con la cabeza separada del cuerpo y el gallo correteaba y aleteaba sin rumbo muy afectado por el desmán inferido a su harén. Tiempo después, la tía buscó en su armario ropa que ponerse y halló que no tenía nada de nada; Fernandito la había dejado en la iglesia para los pobres y cuando ella preguntó el motivo, él respondió mirándola fijamente: “¿Pero no te habías muerto?” Cositas como estas dieron que cavilar y hubo miedo pensado en la mujer y en el hijo; cositas así dieron con él en Ciempozuelos. Sólo mi abuela veía a Fernandito y se ocupaba de los gastos de su estancia y cuidados.

Cuando montamos en el taxi para regresar a Madrid, mi abuela pidió a Teodoro que hiciera un alto en la Puerta de Alcalá. Llegados allí nos dirigimos a un edificio que tenía a su derecha una pequeña tahona-pastelería y a su izquierda una librería. Subimos al tercer piso donde estaba la pensión de tía Ágata cuando venía a Madrid. La abuela era el único miembro de la familia que mantenía contacto con ella. A mí también me gustaba la tía por un buen motivo; cuando mi abuela la visitaba para dar noticias de Fernandito y se disponían a hablar de sus cosas, tía Ágata me daba unas pesetas preguntándome: “¿Serías tan bueno de ir a la pastelería de abajo y subirte seis merengues de los que dos serán de fresa y otros dos de café y los otros dos los escoges tu?

Bajaba contentísimo porque sabía que dos de los merengues serían para mí y además caería otro porque la abuela jamás tomaba más de uno. Compre, subí y me concentré en mis delicias mientras ellas seguían charloteando de sus cosas hasta que los dulces pasaron a mejor vida. Para entonces mencionaban a Nando --el hijo de la tía Ágata y del loco-- a quien alguna vez había visto por nuestra casa. Mi abuela le tenía un cariño enorme y aunque sabía que era un donjuán y se lo pasaba pipa ejerciendo pese a estar casado, la abuela se lo perdonaba todo porque era muy cariñoso y la hacía reir como nadie relatando sus trapacerías .

Pero aquella tarde las dos mujeres terminaron poniéndose muy serías. “Te tengo que contar...” dijo tía Ágata. Parece que Nando había tenido un hijo con diphallia o algo así, una anomalía por la cual el crío nació con dos penes. Un desorden rarísimo y añadió: “Quienes lo sufren tienen riesgo de duplicación renal, anorrectal y de espina bífida entre otras cosas. Los penes son iguales de tamaño y el crío puede orinar por uno o ambos y ¡fíjate! –exclamó tía Ágata-- tener erecciones con los dos...” Agregó que era posible que no viniese más por Madrid, pues Nando se había vuelto muy raro y “temo que le pase lo mismo que a Fernandito.”

Teodoro nos acercó a nuestra casa de Narváez en un satiamén y se puso muy contento con la propina que recibió de mi abuela, y tan contento estaba que tuvo el detalle de mostrarme el gasógeno de frente, un gran cilindro de hierro que tiene chimenea y una pequeña mirilla por la que se ven llamas que crean gas a partir de la combustión incompleta de materia orgánica, una cosa bárbara, ¡pistonuda! “Es como un infierno en pequeñito” me dijo Teodoro.

lunes, 22 de marzo de 2010

EL CINE EN EL TERRITORIO DE LA FICCIÓN.


Se dice del cine que es el séptimo arte. Las artes interpretan el mundo, la vida, mediante una serie de recursos para reflejarle, imitarla o interpretarles. El cine, además, comparte con la literatura el gran territorio de la ficción.

Pero el cine está sometido a un enemigo poderoso: los fallos circunstanciales originados por descuido o desidia de los directores y guionistas, y los condicionantes que surgen --sobre todo cuando el presupuesto escasea-- y hacen que las películas concluyan fallidas, desbaratadas...

Una película como El tercer hombre (1949) nos quita el respiro al verla, pero también se lo quitó al personaje Harry Limes que interpretó Orson Welles. Las escenas famosas de la persecución fueron rodadas en dos escenarios distintos, en las alcantarillas de Londres y en las de Viena; en las de Viena oímos respirar al personaje, pero no en las rodadas en Londres. Cuando Martins (Joseph Cotten) acude al funeral y pregunta de quien se trata, se ve una tumba negra detrás de él; cuando luego camina y se sitúa junto a Anna, la tumba negra sigue apareciendo detrás, pero se ha corrido y aparece a la derecha de ella. Al parecer fueron escenas filmadas en los estudios de Shepperton donde sólo se disponía de unas cuantas tumbas falsas para rodar... y había que aprovecharlas.

Utilizar la historia y practicar el anacronismo ocurre a menudo. En la película 55 días en Pekín (1963) se supone que la acción tiene lugar hacia 1900, pero en determinado momento los marines norteamericanos usan una ametralladora que se estrenó en 1917 durante la Iª Guerra Mundial. Antes de la escena de la batalla de 1846 en Gangs de Nueva York (2002), el cura Vallon recita una oración a San Miguel diciendo más o menos: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro protector contra la debilidad y las mañas del diablo”... palabras prestadas de una oración escrita por el Papa León XIII en 1888.

En las películas de Woody Allen hay misterios gratuitos. Por ejemplo en Match Point (2005); cuando los personajes de Tom y Nola juegan al ajedrez, la cantidad de vino en el vaso de Nola sufre altibajos tan dispares entre escenas como para preguntar a Woody si toca a ver visiones.

La reciente polémica catalana sobre los toros me recordó que tenía entre mis vídeos Sangre y arena en la versión de la novela de Vicente Blasco Ibáñez que se estrenó en 1941. Me apeteció verla y la sorpresa fue enorme porque la película de Rouben Maumolian trasluce considerables dosis de españolidad en las interpretación de los personajes, en la fotografía de exteriores e interiores, la música aportada por Alfred Newman -- memorable el pasodoble bailado por Rita Hayworth y Anthony Quinn—todo bastante convincente, lo que explica la resistencia del film al paso del tiempo.

Sangre y arena recibió merecidamente un óscar por la fotografía. La cámara retrata objetos y personas adornándoles con unas colores impresionantes entre los que predominan azules, rojos y amarillos sorprendentes; los colores sirven para subrayar el acento dramático o amoroso de las escenas; por ejemplo, los colores se miman a tal punto en la escena de la muerte del torero Nacional que parece un cuadro, y cuadros parecen otras escenas. Sin embargo, el dinero debió acabarse antes de tiempo porque el final de la película acumula despistes; a diferencia de la muerte antes citada, la de Tyrone Power plantea incógnitas: no sabemos si el toro le ha corneado por delante o por detrás, y el traje de luces del torero yacente está tan impoluto y el protagonista tan aseado y limpio que, más que a morir, parece a punto de levantarse para ir a otra corrida.

Arte o artesanía, el cine resulta un usuario del territorio de la ficción sorprendente. En las escenas finales de Recuerda (1945), nuestros ojos van a la misma velocidad de Ingrid Bergman y Gregory Peck deslizando sus esquís por la pista donde él recuperará su memoria. En la realidad, ambos personajes están en semicuclillas mientras Hitchcock proyecta a sus espaldas un paisaje nevado para practicar esquí alpino. No importa que la postura de la Bergman sea forzada y se escore a su izquierda en ocasiones de manera que no cuadre bien con el supuesto manejo de los esquís o con la posición del compañero. El suspense nos tensiona y ciega al engaño. Como dice uno de los personajes de Alfonso Ussia
[i]: “Si usted cree en las películas, le parecerá normal que aparezca por la puerta el pato Donald y se siente a cenar con nosotros.”


[i] Alfonso Ussia, El diario de mamá, Editorial Planeta, Barcelona, 2009, pág. 242.

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viernes, 5 de marzo de 2010

SONSO

Sonó el timbre de la puerta y Sonso fue a abrirla. Al hacerlo quedó como petrificado. Marta, su antigua novia, le miraba entreabriendo los labios con media sonrisa. “¿Me invitas a pasar?” El, todavía sorprendido, dijo:. “¡Oh! Sí, sí” y se hizo a un lado para después guiarla por el pasillo que conducía al saloncito contiguo a su despacho.

Ni escuché sus saludos. No hacía más que mirarla impresionado por los cambios que el tiempo se había cobrado. Había perdido aquel maravilloso brillo de sus ojos que ahora parecían hundidos y tristes. Las mejillas se habían desplomado y su nariz había dejado de ser respingona para abultarse, enrojecerse y acopiar granillos rosáceos en las paredes externas de las fosas nasales. Su cintura también había ensanchado. Y el pelo, que recordaba tan largo y liso, parecía una masa de estopa de la que sobresalían algunas canas. A Marta, el tiempo la había borrado la juventud; estaba claro.

-- Tu dirás-- diijo el hombre un tanto nervioso.
-- Me comentaron que tu padre había fallecido.
-- ¡Ah, sí! Hace dos meses. Gracias por venir, aunque no tenías porqué.
Marta se apretujó los manos nerviosamente mirando al suelo
-- Apreciaba mucho a don Tadeo, tú lo sabes, pero.....
-- Muchas gracias de verdad; es ley de vida. No era necesario que te molestaras.

Dijo que apreciaba a mi padre. Que recuerde, jamás le había visto. Nunca estuvo en casa. Pero no era el momento de corregir. De cualquier forma, fue un detalle el de venir a darme el pésame, sobre todo después de tanto tiempo sin vernos”.

Se miraron como si ya nada tuvieran que decirse y desviaron los ojos hacia las librerías que guarnecían las paredes a sus espaldas.

-- ¿Qué tal Julián? – peguntó él por preguntar.
-- Supongo que bien.

Me chocó la respuesta. Julián, su marido, fue nuestro mejor amigo hasta que Marta se decidió por él y me dejó. Nos habíamos conocido en la facultad de Letras. Éramos uña y carne hasta que Julián empezó a jugar sucio. Si lo miras, fue más bien una trapisonda, como una puñalada trapera. Ocurrió el día que salimos tarde de un examen. Caminábamos para coger el autobús que nos subiría a la Moncloa cuando de pronto dijo a Marta que puesto que era tarde y ambos vivían cerca y en dirección opuesta a la mía, le ofrecía ir en taxi con él. Y Marta, ante mi asombro, dijo que sí. La historia se repitió en los días siguientes. Y lo peor es que desde entonces les encontraba juntos cuando llegaba a la universidad o cuando acudía al bar de Filosofía. Tampoco se me escapaba el bochinche que aumentaba entre ellos cada día. Pese a todo, Marta todavía salía conmigo los domingos, pero como si lo hiciera obligada a ir en una procesión y casi siempre callada, callada...”

-- Nos hemos separado hace tres meses y lo probable es que nos divorciemos.
-- No lo sabía.
-- ¡Hombre! ¿Por qué ibas a saberlo si no nos vemos desde los tiempos de la facultad?
-- Sí, cuando me dejaste—se atrevió a replicar.
-- Esa es otra historia - susurró ella

Lo de Marta hacía lustros que estaba olvidado. Luego, los dos me tuvieron sin cuidado, pero la visita de Marta empezaba a mortificarme, el que viniera a remover historias.”

-- Hace tiempo que necesitaba confesarte algo que desconocías. --Comentó ella mientras bajaba la cabeza--. Te ocultamos algo entonces, Sonso. ¿Recuerdas que jugábamos a la lotería primitiva? Julián decía que nos haría ricos. Nosotros éramos unos descreídos totales, pero le dábamos dinero y él rellenaba los boletos para comentar cada vez: “No ha tocado nada de nada. Los millones tendrán que esperar”. También recordarás aquel día que me fui con él en taxi. No fuimos a casa, no; me llevó a un restaurante del barrio y allí me confesó que había jugado unos boletos distintos de los nuestros y le había tocado un premio multimillonario, tan grande, que ni se lo había comentado a los suyos porque primero–-Marta vaciló antes de proseguir--, quería saber si yo estaría dispuesta a comprometerme y casarme con él. Me resistí un tiempo, pero me presionaba y me hacía regalos tan magníficos, que torció mi voluntad. Lo demás ya lo sabes.

“¡Torció su voluntad! ¿Habrase visto cara más dura? Y yo entonces la creía íntegra...”

--En todo caso –-comentó él de manera algo brusca--, las cosas del amor... Fueron cosas vuestras.
Permanecieron en silencio hasta que ella dijo:
--Hay algo más. Nunca supe si el boleto premiado fue el que compartía con nosotros. Puede que no lo fuera –él lo aseguraba así-, pero no dejo de hacer suposiciones.
--¿Sospechas o lo crees? – preguntó Sonso mirándola fijamente. Ella volvió a bajar los ojos.
--La verdad es que no lo sé.

Ni me importa. Jamás me dieron explicaciones de nada; simplemente desaparecieron. Debieron pensar: Con su pan se lo coma. Pero es igual. Las cosas, las personas, las tienes hoy y mañana las pierdes, y yo he vivido sin necesidades y sin convivir con una Marta que, de haberse casado conmigo, estaría apenada por no haberse ido con él. Pero, ¿a qué ha venido esta mujer? ¿A alterarme la vida de nuevo?"

--Lo siento mucho de veras, Sonso. – Marta se alzó para salir. Sonso la acompaño hasta la puerta y la despidió sin palabras y sin darle la mano.
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domingo, 21 de febrero de 2010


JOSÉ VENEGAS



Mi hija Virginia gusta de curiosear en las librerías de lance de Montevideo y en una de ellas encontró el libro Andanzas y recuerdos de España de José Venegas que adquirió y me regaló las pasadas Navidades. El libro se imprimió en la imprenta Ferrari Hermanos de Buenos Aires y lo editó la Feria del Libro de la capital uruguaya en 1943. Es un ejemplar de segunda mano, pero bien conservado en su estructura al haberse impreso a base de cuadernillos cosidos a mano y seguramente unidos al lomo con goma alemana permitiendo que sus hojas se abran y pasen perfectamente extendidas.

No sabía nada acerca de José Venegas y las palabras preliminares del autor tampoco prometían una biografía personal porque, según él, la vulgaridad de la misma “no interesa a nadie fuera de mi círculo privado”. Sin embargo, encontré un relato fascinante de la vida española entre 1920 y 1939.

Empieza describiendo el periodismo y a los periodistas que trabajaban en el importante diario El Liberal de aquellos años; incluye no pocas chanzas y bromas de mejor o de peor gusto, mientras descubre al paso una realidad española que iba nublándose poco a poco. Junto a los gacetilleros que Baroja habría asimilado al golfo arquetípico que llamó Superhombre con ironía, desfilan verdaderos superperiodistas y personajes como Unamuno, Baroja, Valle Inclán, “Tono”, no pocos políticos amigos o adversarios, y hasta La Argentinita – protagonista de notable anécdota por cierto.

El capítulo Elecciones en Huesca de 1923 retrata el caciquismo y el clientelismo como motores de la vida política en torno a las actas de diputado en provincias. Deja anécdotas sabrosas como la del abogado y candidato catalán José María España que suscita el ¡Viva España! de sus seguidores, pero también el ¡Viva España con honra! de sus antagonistas.

Retrata personajes como Diego Martín Veloz, militarista de origen cubano a la espera de su medalla Laureada, poseedor de casas de juego y diputado que fue descrito por don Miguel de Unamuno –según Venegas—con la siguiente frase: “Antes se emborrachaba con ginebra, pero ahora se emborracha con el Espasa, y es muchísimo peor”. Veloz fue presidente de la Diputación de Salamanca del 28 de julio al 1 de agosto de 1936... Un error de Venegas consiste en decir que su amigo murió al frente de una patrulla franquista en el Guadarrama, cuando parece que falleció en su casa de Salamanca rodeado de los suyos.

Tampoco es menos fascinante el dibujo que traza del periodista y sindicalista peruano César Falcón, quien salió de su país junto a José Carlos Mariátegui y Félix del Valle para vivir en España entre 1919 y 1939. Hombre caracterizado por la seguridad en si mismo, el oportunismo y el aprovechamiento de las amistades hasta constituirse en un parásito de muchas. Venegas deja un retrato que linda en lo pintoresco, pero Falcón era un tipo original: marxista capaz de vivir una aventura romántica como la de raptar a la jovencísima Irene, hija de un judío alemán y de una española, ayudante de Ramón y Cajal, a quien años más tarde –ya separada del peruano cuyo apellido había adoptado- se conocería como Irene Falcón, amiga íntima y confidente de Dolores Ibárruri, La Pasionaria.

Escribe todo un capítulo en torno al curiosísimo padre Chumillas --pariente en cierto modo del San Manuel Bueno unamuniano, de cuya juventud hay referencias en la novela Mala hierba de Baroja, amigo suyo y sobre todo de Azorín --, que ejercía el sacerdocio para poder comer. El padre Chumillas también sirve a Venegas para explayar sus opiniones sobre la religión y su influencia en la vida española.

El capítulo sobre el final de la IIª República contiene algunas de las reflexiones más perspicaces que he leído. Venegas fue un socialista de base recio en sus creencias, pero fiel a sus amigos y protectores aunque no compartiesen su ideología. En Venegas funcionaba una independencia de criterio que pocas veces se encuentra en memoriales de unos y de otros sobre lo acontecido en aquellos años. Pluma ágil, muchísimas veces simpática, testigo de las vicisitudes de políticos y literatos y, sobre todo, de aquellos veinte años anteriores a la Guerra Civil.

Celebramos que el libro de José Venegas López haya sido rescatado del olvido y publicado de nuevo --con un prólogo del profesor Eugenio Pérez Alcalá-- en la colección Biblioteca del Exilio por el Centro de Estudios Andaluces y la Editorial Renacimiento en octubre de 2009.





viernes, 5 de febrero de 2010

Confidencias sobre mi libro 
HistoriaS de EspañA


En julio del año pasado empecé a publicar  el libro HistoriaS de EspañA en mi blog finalizado hace cosa de medio mes. Me parece oportuno hacer  algunas confidencias acerca de su contenido.HistoriaS de EspañA acontece en tres espacios, dos  reales –Madrid y Tortosa- y otro ficticio –Lebico-- que también lo fue de mi libro Historia de mi pueblo. Llamo historias a su contenido porque cuentos y narraciones similares lo son para mi, como lo fue alguna tan brevísima como el “Corrido en Dallas” donde narré, como si se tratase de un corrido en son tejano-mejicano,  el asesinato de John Kennedy. (Ver mi entrada del 23 de enero de 2009)

La fecha que doy a cada una de las historias indica que sucedió efectivamente en tal año, siendo dudosa la de “La visita”, pues, pudo suceder años antes o después, aunque –si se me permite la chanza- antecedió al euro con seguridad.

De niño contemplé al viejo médico evocado en “Don Leandro” leyendo en voz alta las noticias del periódico que podían mortificar a los guardias civiles que pasaban bajo su balcón  camino del cuartel. El hijo muerto que se rememora era el mejor amigo de juventud de mi padre. 
Sin embargo, resulta inútil descubrir más personajes de la realidad en los protagonistas porque  se historian 65 años de vida española y de españoles en sucesos espaciados --de los que fui testigo casi siempre—protagonizados por entes de mi fantasía. El Napoleón de las novelas, a fin de cuentas, nada tiene que ver con el de la realidad.

“Entre septiembre y octubre” historia años de juventud de mi generación nacida al concluir la Guerra Civil, la misma que el Sr. Carrero Blanco quiso sacrificar y, sin embargo, protagonizó la transición. Orillé vivencias como la presencia que tuvimos algunos jóvenes universitarios en la AECE (Asociación Española de Cooperación Europea) y las acciones que facilitaron la integración en la Facultad de Derecho de un personaje que después sería importantísimo para salvar nuestra democracia, pero si quise reflejar la frustración que, 
antes o después,  alcanza a todas las generaciones. “Entre septiembre y octubre”era una novela larga, pero la poda apuntada y mi desmedida afición a corregir, la dejó en su mitad.

El tío Jacobo” historia a un tío de mi madre (q.e.p.d.) en tiempos que ella era niña y cuya historia parcial trasladé nada menos que al 23-F para significar los aprietos que trajo a los españoles acontecimiento tan célebre como tragicómico.

La visita” es un tributo a mis 51 años de vida universitaria y a la ciudad tortosina donde vivo desde hace casi 35 años. Salió de un tirón pese a las vueltas del hilo narrativo, sin embargo, corregirla me llevó tanto tiempo que doy por tentativo el año en que aconteció.

Lo relatado en “La tertulia” sucedió en lugares tan dispares como mi antigua casa de la calle madrileña de Narváez, en Austin (Texas) y en Tortosa..., por eso congregué los sucesos en el espacio ficticio de Lebico y en ese lugar reuní también a los personajes que protagonizan esa verdadera historia. Si la narración hubiese sido un capítulo de mis memorias y hubiese cometido la indignidad de descubrir a los protagonistas que se esconden tras los entes de ficción, daría pie a un cotorreo en el mundillo literario y traicionaría mi intención de escribir historias.
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NB.:

Las  historias se pueden leer en las siguientes entradas:

Don Leandro (07/11/15)
Entre septiembre y octubre (26/09/15)
El 23-F del Tío Jacobo (25/10/15)
La visita (04/10/15)
La tertulia (25/11/15)

domingo, 19 de julio de 2009

Del libro HistoriaS de EspañA


Año 1.945

DON LEANDRO
Leer este relato corregido en la entrada que corresponde al 7 de noviembre de 2015.

sábado, 4 de julio de 2009

LA PESTE QUE NOS LLEGA

El gobierno de Canadá avisó al mejicano que uno de sus ciudadanos había disfrutado de sus vacaciones en un determinado lugar de Méjico y contraído una especie inusual de gripe.

El mal no era una gripe aviar sino porcina que había mutado y, en algún momento, se había transmitido a algún ser humano. Para el 25 de abril de 2009 se contabilizaron 943 afectados y 16 muertes; 13 vivían en el Distrito Federal mejicano que cuenta con 13 millones de habitantes. Se supo, además, que el virus afligía a jóvenes y personas de mediana edad y no tanto a niños y ancianos por lo general vacunados contra otras cepas - por lo que disponían de mayor protección.

Hubo consenso casi universal en convertir a Méjico en origen y difusor del mal. Todo el que hubiera estado en Méjico estaría contaminado y se consideraría portador a su gente viajera y a sus visitantes. Las televisiones mostraban la caza obsesiva de mejicanos llevada a cabo por los chinos, también imágenes irónicas de mejicanos limpiando con detergentes los toldos de unas cafeterías y restaurantes cerrados al público. Se quería resaltar la chusca improvisación y la falta de barreras sanitarias.

Pero la gripe aparecía en un gran número de países, en personas que no habían estado en Méjico y resultó que el número de afectados en los Estados Unidos superó con creces al de Méjico donde se detenía el progreso del mal. De otra parte, Wall Street se convulsionaba y más las compañía aéreas y los hoteles...

Pudo ser el momento de Obama echando su cuarto a espadas para justificar la tan discurseada extensión de la seguridad social a los ciudadanos menos favorecidos de su país, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue quien intervino, primero y sobre todo, para cambiar el nombre de una gripe que ya no podía llamarse mejicana a secas.

La denominó Gripe A –lo mismo que no decir nada-, Influenza A(H1N) o Influenza A subtipo H1N1 –que es como oír la misa en latín con propina de cantos gregorianos- y hasta gripe capitalista en los países y cenáculos políticos que se consideran diferentes.

La gripe mariachi –como la llamaba mi prima Marisa— dejó de ser noticia y se pautaron las informaciones hasta anestesiarlas por no decir olvidarlas.

Silencio tan creciente me llevó a informarme un poquito sobre la gripe porcina. Supe que los chanchos pueden sufrirla en forma clínica hiperaguda, subaguda o crónica.La morbilidad y mortalidad es tremenda en la forma hiperaguda. Los cerdos sufren de congestión y edema pulmonar, congestión del hígado y del tracto gastrointestinal, alcanzan los 41º de fiebre y mueren alrededor de los cinco días después de contraer la enfermedad.

Llegarán a los 15 o 20 días si padecen la enfermedad en su forma subaguda. La mortalidad oscila entre el 30 y el 100% dependiendo de las cepas y del estado de inmunidad de la población. Los cerdos padecen abatimiento e inapetencia, abundancia extrema de sangre en una parte del cuerpo, pero disminuyen sus leucocitos; sufren hemorragias internas, padecen temblores constantes y se hacinan cuando están en libertad; llegan a los 42º de fiebre, se paraliza su tercio posterior y terminan por echarse de lado moviendo sus extremidades como si estuviesen remando.

La mortalidad se modera en la modalidad crónica, pero tiene importancia epidemiológica porque origina otras formas del mal como las erisipelas y crea animales portadores inaparentes del virus que lo mantienen dentro de la población.

¿Y esa enfermedad animal ha mutado para introducirse en el género humano? La peste es un mal de existencia inmemorial como atestigua el Éxodo (9.5) en donde se habla de “tumores apostemados así en los hombres como en las bestias”. Pasó de achacarse a la cólera divina, al estado pútrido de la atmósfera por la descomposición de la materia orgánica debido a los grandes calores (Galeno), e incluso imputarse a los judíos tachados convenientemente de envenenadores en ciertas épocas.

Pulgas y piojos infectados al convivir con las ratas negras enfermas procedentes de la India serán los encargados de circular la gran peste por todo el planeta. Si la plaga amarilla afectó a Inglaterra en la primera mitad del siglo I, la peste negra bubónica y neumónica del s. XIV sería la primera pandemia que afectó a la población mundial. En China murieron trece millones de personas, la mitad de los habitantes en la India y un cuarto de la población europea, unos veinticinco millones.

Pero si dejamos a un lado las diversas plagas, las estadísticas, las sintomatologías, y buscamos una mirada al sentir de los afectados no la encontraremos en los organismos públicos de sanidad, ni en la OMS, ni siquiera en la prensa. Habrá que recurrir a la literatura, a Defoe, Poe y sobre todo a La peste (1947), la novela magistral de Albert Camus.

La novela se inicia a mediados de un mes de abril en un año de 1.94... del siglo pasado en la ciudad de Orán, aislada del resto del mundo por una epidemia de peste bubónica. Anota la reacción de sus habitantes que pasan de la despreocupación inicial al temor y los efectos de la constatación del mal, pues unos se resignan, otros quieren escapar, hay quien ayuda en el cuidado de los enfermos y también quien negocia con la plaga, actitudes que caracterizan a cada uno de los personajes.

El narrador cuenta lo que oye, ve, o bien lee en el diario de su amigo Tarrou. Utiliza la tercera persona para proporcionar a su relato la mayor objetividad posible. Sin embargo, no analiza sentimientos o pensamientos.

El doctor Bernard Rieux, quien ha sido el principal combatiente del mal, ve morir a su amigo Tarrou y entonces descubre que es el autor de la historia y su deseo de que, la crónica de los sucesos que ha escrito, sirva para revelar algo que se aprende cuando se ha vivido en medio de todas las pestes:”que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Hasta llegar a esa concienciación ha sido un médico enteramente dedicado a su profesión, un dechado de precisión y de objetividad en sus dos tareas –sanar y escribir--, actuando como una OMS individual, pero como la institución citada, a distancia del sufrimiento particular de los afectados, quizás porque el doctor Rieux intuía que su lucha contra el mal fracasaría ante la muerte.

La novela acontece un siglo después de que Orán fuera colonizada por los franceses y acaeciera una peste que mató a una buena parte de su población, evento que se repitió en otras ocasiones, por ejemplo en 1.944 aunque entonces falleció un numero menor de personas del reflejado en la novela.
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La peste conduce a una reflexión sobre la condición humana. Constata que la vida es irracional.  La información sobre las plagas se sintetiza h
oy en día en lugares geográficos, número de afectados, si hay vacuna o se construye el edifico para elaborarla... Camus hace ver la peste con toda su crudeza, sus efectos sobre las personas, y llega al fondo cuando muestra que los cambios que se han originado en nuestras vidas son los que, a fin de cuentas, han originado la peste, un mal que pasa y regresa. Nada de eso aparece en las informaciones de la OMS y muy poco en la prensa. No se quiere alarmar y, si algún ministro inglés se pasa al figurar el posible número de afectados, se le contradice. 


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martes, 26 de mayo de 2009



BAROJA: ESPACIO E IMAGENES ESPACIALES EN "lA LUCHA POR LA VIDA"[i]

Madrid, a caballo de dos siglos
[ii]. A él llega un Manuel mocito en La Busca; por él va y viene en las dos primeras novelas de la trilogía y en él se asienta, ya veinteañero, en Aurora Roja. Es un Madrid convulso por el crimen de la calle Fuencarral (1888), la pérdida de Cuba (1898), el debut de la Chelito (1900) y la coronación del rey (1902), sucesos del tiempo histórico que se proyectan sobre la novela para apoyar su estructura y servir de contraluz a los avatares de los personajes.

El 3 de marzo de 1903, la revista El Globo hacía publicidad de la obra que publicaría en breve: "Baroja, sin prejuicios morales, sociológicos, ni literarios, con absoluta independencia, ha entrado en el infierno de la miseria y el hampa madrileñas, pintando en La Busca la terrible vida de los miserables y los tristes". Decía bien, sin prejuicios literarios, porque Madrid no iba a tener en La Busca la visión más o menos pintoresca de buena parte de los escritores del siglo XIX, sino que iba a ser reinventado en un espacio de ficción sólo comparable en grandeza literaria al Madrid de Benito Pérez Galdós en Misericordia. Por eso Mariano Rodríguez Rivas no reconoció a Madrid en la trilogía barojiana y censuró que el vasco no describiera la ciudad afirmando que el "telón de fondo madrileño está más dibujado y coloreado" en La horda de Blasco Ibáñez
[iii]. Baroja no tenía nada que ver con esas pinturas realistas. Cuando el Lazarillo llega a la insigne ciudad de Toledo no encuentra las grandezas imperiales que cabía suponer, sino la casa lóbrega y oscura donde nunca comen ni beben y el anónimo autor coció el espacio de su obra bajo esa visión. Quizás Baroja, que se estimó discípulo de los maestros de la picaresca, tuvo en cuenta el precedente al elaborar el Madrid por el que transitaría Manuel Alcázar.

Baroja dijo que sus novela le eran sugeridas por un tipo o un lugar; sugeridas, porque los personajes, el espacio donde deambulan y el tiempo novelesco que se superpone al histórico, son invención del artista. Como aglutinador siempre el tema que, en La lucha por la vida está representado por la imagen de la busca; ella impulsa a los personajes a moverse por un espacio cambiante; que se detengan o no, depende del hallazgo. La primacía del movimiento hace que la estructura de la trilogía sea clásica; la del viaje. El camino presenta avatares y dificultades al personaje que debe afrontar para realizarse; y el camino facilita el encuentro con otros caracteres que, o deambulan por rutas propias o están asentados en espacios concretos, aunque el ritmo de la acción les deja casi siempre atrás, permitiendo al autor establecer nuevas y constantes situaciones novelescas que entretejen la trilogía.

De lo dicho con anterioridad concretaremos que en la trilogía: 1º.: Hay un espacio donde conviven personajes que buscan y personajes que no, al menos de una manera consciente. 2.: La busca hace que el espacio geográfico -Madrid o algunas zonas de Madrid- se polarice en tres imágenes literarias: las del laberinto, el cementerio y el infierno.

El Madrid de La lucha por la vida es el de los marginados, los explotados y los rebeldes. Baroja manejó el símbolo de la pared stendhaliana
[iv] al situar la acción de la novela al otro lado de la pared donde viven los ricos y los burgueses -en las corralas, en las zonas marginadas y fronterizas de la ciudad- o bien en la ciudadela: Puerta del Sol y calles céntricas donde los unos trabajan o buscan y los otros tienen sus centros de poder, aunque la ciudadela subraya su carácter de inconquistable para los marginados.

La paleta descriptiva de Baroja parece monocroma. Destaca la uniformidad y monotonía de una ciudad que para él carece de personalidad salvo en raros rincones. Esa visión descolorida de un Madrid vulgar proviene de la metaforización impresionista que el narrador hace de la atmósfera de la Capital, destacando reiteradamente una nebulosidad
[v] que desrealiza lo que se ve. Recién llegado a Madrid, Manuel observa que:

Una gran gasa de polvo llenaba el aire; los faroles brillaban opacos en la atmósfera enturbiada. (I, LB, p.266)

La atmósfera espacial varía poco. Las imágenes impresionistas que la sugieren -"gasa de polvo", "atmósfera enturbiada", amén de la propia niebla- se repiten hasta la saciedad:

Se veía Madrid envuelto en una nube de polvo son sus casas amarillentas. (I, LB, p. 285)

Desde allá surgió Madrid, muy llano, bajo el horizonte gris, por entre la gasa del aire polvoriento. (I, LB, p.292)

Madrid, plano blanquecino, bañado por la humedad, brotaba de la noche (...) y el paisaje lejano tenía algo de irreal y de la inmovilidad de una pintura. (I, LB, p.338)

Hacía una noche templada de niebla, una niebla azulada, luminosa, que templaba el soplo del viento; los globos eléctricos del Palacio Real brillaban entre aquella gasa flotante con una luz morada. (I, MH, p. 464)

Tal insistencia -en La Busca y Mala Hierba- puede pasar inadvertida porque Baroja describe la atmósfera espacial casi de paso, como complemento de un diálogo, aprovechando un mutis, etc., pero la insistencia contribuye a mostrar la desrealización de la ciudad..

En Aurora Roja la imagen de la niebla pasa a un segundo plano y se hace notoria la humareda de las fábricas que cerca la ciudad con su amenaza simbólica. Si la niebla es clave para sustanciar la naturaleza laberíntica del espacio novelesco y el ambiente en que tiene lugar la busca incierta de los personajes -sobre todo la de Manuel-, el humo no representa otra cosa que los vapores del infierno que es el Madrid donde bullen los rebeldes y arden los explotados. Un exaltado Juan Alcázar lo expresa bien:

Aquella mayor parte de la humanidad que agonizaba en el infierno de la miseria se rebelaría e impondría la piedad por la fuerza, e impediría que se siguieran cometiendo tantas infamias, tantas iniquidades. Y para esto, para excitar a la rebelión de las masas, todos los procedimientos eran buenos: la bomba, el incendio, el regicidio... (I, AR, p. 631)

A las imágenes del laberinto y del infierno -clásicas, pero muy utilizadas por los modernistas- se une la del cementerio como domicilio de muertos y de vivos. Las tres imágenes se agrupan, complementan o dispersan sugiriendo las variantes del espacio novelesco y mostrándole desde diferentes perspectivas.

La pensión de doña Casiana es "morada casta y pura" al principio, después laberinto donde Manuel pierde la inocencia, más tarde el infierno donde se consume Petra, la patrona y sus huéspedes y, también, el sumidero donde la madre de Manuel perece.

Los barrios próximos al río Manzanares le parecían pintorescos incluso a Benito Pérez Galdós. Baroja los recorre dejando una impresión distinta. Siguiendo al narrador, rebasamos la Ronda de Segovia y el Campillo de GIl Imón, y nos detenemos junto al corralón del tío Rilo. Las imágenes descriptivas vuelven a sugerir el laberinto, el cementerio y el infierno de manera tan amalgamada que es difícil separarlas. La Corrala, según el narrador, era "un mundo pequeño, agitado y febril, que bullía como una gusanera" (I, LB, p. 288); estamos, pues, en un lugar de vivos que semejan muertos. Sobre la imagen variable del sumidero, Baroja acopla la del laberinto en cuyas galerías el tiempo se pierde a sí mismo:

De los lados del callejón de entrada subían escaleras de ladrillo o galerías abiertas, que corrían a lo largo de la casa en los tres pisos, dando la vuelta al patio. Abríanse de trecho en trecho, en el fondo de estas galerías, filas de puertas pintadas de azul, con un número negro en el dintel de cada una. (I, LB, p.286)

La impresión de necrópolis-sumidero se acentúa en las líneas siguientes:

Entre la cal y los ladrillos de las paredes asomaban, como huesos puestos al descubierto, largueros y travesaños, rodeados de tomizas resecas. (Idem)

La atmósfera del lugar no puede ser otra que pestilente:

Solían echar también los vecinos por cualquier parte la basura y cuando llovía, como se obturaba casi siempre la boca del sumidero, se producía una pestilencia insoportable de la corrupción de agua negra que inundaba el patio. (I, LB, p.287)

Por si las imágenes no fueran suficientes, aparece una figura monstruosa que funciona como la cancerbera del corralón:

al entrar solía verse en el portal o en el pasillo una mujer borracha y delirante, que pedía limosna e insultaba a todo el mundo, a quien llamaban La Muerte. (Idem)

La Muerte deambula por toda la zona que, en Madrid, se llama Barrio de las Injurias - allí, por ejemplo, está la Taberna de la Blasa, estancia mayor del infierno de la prostitución. Los habitantes del barrio están condenados sin remedio. Leandro, primo de Manuel, pretende la huida tras matar a su novia Milagros; La Muerte, detiene al poseso que huye con sus gritos, impidiéndole la salvación:

iba a bajar por el paseo de las Acacias, cuando tropezó con la Muerte que le empezó a insultar. Leandro se paró, miró a todos los lados; nadie se atrevía a acercarse; le echaban fuego los ojos. De pronto se metió la navaja por el costado izquierdo, yo no sé cuantas veces. Cuando uno de los guardias le agarró del brazo, se cayó como un saco. (I, LB, p.323).

De esta manera se cumple lo escrito a principios de La Busca: La Muerte estaba allí, en el microcosmos de la Corrala, anunciando que sobre aquella casa se cernía la amenaza de algo terrible y trágico.

Las calles de Madrid no se describen, se dan sus nombres, también son galerías interminables. Por ellas conducen a Don Alonso y Manuel a los calabozos-cuevas del Gobierno Civil, espacio que se complementa con el de Las Salesas, el Palacio de Justicia, donde Temis, la severa matrona de los ojos vendados, la aristócrata del Olimpo,

ahora es una vieja arpía, con la vista de lince, el vientre abultado, las uñas largas y el estómago sin fondo. (I, AR, p.588)

La antaño diosa sustituye a La Muerte en el papel de cancerbera, ahora del infierno de la justicia.

El espacio de Aurora Roja parece diferente, quizás, porque los protagonistas son otros: los rebeldes sustituyen a los explotados de las dos primeras novelas. Sin embargo, la acción se sitúa en las proximidades del Tercer Depósito, es decir, el cementerio genuino en vez del cementerio de vivos del barrio de las Injurias u otros similares. Y en el cementerio civil concluye la obra con el entierro de Juan Alcázar, justo cuando acaban de coronar al rey; con Juan quedan sepultadas las esperanzas de los rebeldes.

La busca tiene una razón metafísica: se trata de saber por qué y para qué los personajes están en el mundo; mientras, deambulan por el laberinto de la lucha por la vida del que, algunos, creen que podrán salir, pero no lo lograrán salvo Manuel, gracias a Salvadora, su Ariadna particular.

Por último quisiera destacar que los objetos y las cosas que pueblan el espacio novelesco están en él para significar -no para adornar- y como en los poemas épicos medievales, su significación es trascendente. En Mala Hierba se habla de dos figuras "descomunales y estrambóticas" aunque apenas esbozadas, que ocupan el centro del estudio del escultor Alex Monzón. Por Roberto Hastings sabemos que el autor les llama Los explotados. El grupo escultórico se alza como un símbolo del personaje colectivo que Baroja dibuja a lo largo de La Busca y Mala Hierba. El juego se repite en Aurora Roja; entonces se comenta que Juan Alcázar ha logrado un éxito artístico con Los Rebeldes; sabremos pronto que el personaje colectivo de los rebeldes desplaza al de los explotados del papel protagonista. Con la presentación de ambos grupos escultóricos al comienzo de las novelas, Baroja anticipa su sentido y sugiere las claves para entenderlas.


NOTAS[i] Revisión del estudio publicado en CADUP Estudios-1996, publicación del Centro de Tortosa-UNED, pp. 125/133. Las citas de la trilogía barojiana que se hacen en él son de Obras Completas, Vol. I, Madrid, Biblioteca Nueva, 1946.

[ii] El papel de Madrid en la trilogía ha sido estudiado por autores como Carlos Blanco Aguinaga en Juventud del 98, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1970; véase el capítulo: "Realismo y deformación escéptica: la lucha por la vida según don Pío baroja", pp. 229-290; ver también el librito de Soledad Puértolas "El Madrid de "La lucha por la vida", Madrid, Editorial Helios, 1971; Emilio Alarcos hace otro estudio pormenorizado de ambientes, espacios y paisajes en Anatomía de "La lucha por la vida", Oviedo, Universidad de Oviedo, 1973.
[iii] . Mariano Rodríguez Rivas, Madrid en Baroja, en la revista Índice de Artes y letras, nos. 70/71 (Enero-febrero, 1954) pp. 34-35. Rivas, pese a todo, encuentra en Baroja algún pintoresquismo que relaciona con las ilustraciones de Sancha.
[iv] Stendhal. A Collection of Critical Essays, editado por Victor Bombert; Prentice-Hall Inc. (Englewood Cliffs, N.J., 1962), p. 16.
[v] El Madrid real próximo al río Manzanares, al que llega Manuel y donde transcurre buena parte de la trilogía, está muchas veces cubierto de nieblas, el polvo de la meseta, o de los humos de las fábricas cercanas. Baroja toma la niebla, el humo y el polvo reales, y los sustancia como imagen caracterizadora del espacio novelesco y de su atmósfera. De la misma forma procede en Camino de perfección y otras novelas. También parece interesante esta afirmación de Baroja: "Madrid es un pueblo sin formar, un pueblo de caleidoscopio o de cinematógrafo. La gente aquí se ve todos los días y no se conoce, o se conoce sólo de vista; hablan unos con otros y no tienen intimidad alguna." Obras Completas, Vol. V., Madrid, Biblioteca Nueva, impresión de 1948, p. 20.

miércoles, 22 de abril de 2009


LA GRUTA


La máquina ha pitado y el tren arrancará en seguida. Acodado en la ventanilla, me divierte el corre corre, las prisas de última hora, la pachorra de los que han bajado, el agitar de pañuelos al aire, las lágrimas deslizándose entre sonrisas apenas dibujadas.

Dejo atrás mi mes de descanso, pero me llega la brisa del mar y siento como si aún tuviera agua en los oídos. Me pongo a recordar lo que hice y se impone ella.

Confieso que apenas me llevo otro recuerdo. No era la más bonita, las cosas como son, pero me atrajo intensamente, quizá por su juventud, su piel blanquísima y suave, o la nuca desnuda y deseable cuando alzaba su melena de color bruno brillante.

Nos encontramos en la galería de su pensión. Hablábamos de cosas intrascendentes. Sonreía a menudo y estuvo muy amable al despedirse.

Pasé días aburriéndome sin hacer algo mejor que no fuera ir a la playa. La encontré de nuevo una tarde, también en la galería. Me pareció más hermosa; me atrajo el olor que se desprendía de su corpiño, también la caballera que el aire batía alegremente a su espalda. Estuvimos un buen rato mirando el mar sin decir una palabra. Un sentimiento inevitable llevó mi mano derecha a rodear su cintura. No se apartó. Me miró detenidamente a los ojos y al rato se retiró sin decir más.

Al día siguiente la encontré de nuevo Se celebraba la verbena de San Roque y le propuse ir a la playa al atardecer. Aceptó si unos sobrinos venían con ella. Sentada en la arena con un balandro de juguete sobre la falda cuidaba el ir y venir de los niños en jugueteo incesante. Estuve un rato nadando, pero sin apenas dejar de mirarla. Quise jugar con los críos, pero se mostraron más interesados en construir en la arena que en competir en correrías conmigo.

Al fin me atreví a pedirle que se desvistiera y quedara en  traje de baño; para mi sorpresa, lo hizo. El bañador era negro y quedé fascinado con el contorno de su figura; me dejó contemplarla y sonreía como satisfecha de mi examen. Nadamos un rato. A lo lejos se oía la banda de música que tocaba en el paseo de la Marina mientras las luces empezaban a encenderse y la playa a entregarse a las sombras.

Una vez en la arena, me acerqué a ella cuanto pude y creí descubrir un cierto rubor en sus mejillas, pero nada impidió que la besara en los labios y que nos abrazáramos momentos después. Ajenos al crecimiento de la marea, el agua fría hizo que nos pusiéramos de pie de un salto.

No sé si Paula recogió a los niños y les pidió que regresaran a casa, que estaba muy cerca, o se quedaron jugando. Recuerdo que me cogió de la mano y me llevó a las rocas que cierran la playa por su izquierda abriéndose a los acantilados. Me llevó a una gruta donde nos volvimos a besar acariciándonos incesantemente. De pronto me apartó, se quitó la parte de arriba del bañador, sus pechos brotaron y, ya desnuda,  se entregó mientras me susurraba que sus padres se habían conocido y la habían concebido allí, y que su padre había perecido también cerca de allí cuando su barco se estrelló contra el acantilado a causa de una galerna.

Fue entonces cuando me sentí mareado, ella acercaba sus labios a mi oído y me pidió qué escribirse mi nombre en la gruta. Cuando fui a hacerlo observé que había escritos una infinitud de nombres. La cabeza me daba vueltas. Veía nombres por todas partes, como si cada trocito de la gruta testimoniase del corazón de un hombre. Quise preguntarle, pero Paula había desaparecido, igual que los niños de la playa.


Terminaron mis vacaciones y me parece que tuve una aventura, ¿o no? Apagaré la luz del compartimento. Mis compañeros de viaje se han quedado dormidos. Yo cierro los párpados y veo aparecer a Paula con los niños de nuevo.

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