lunes, 22 de marzo de 2010

EL CINE EN EL TERRITORIO DE LA FICCIÓN.


Se dice del cine que es el séptimo arte. Las artes interpretan el mundo, la vida, mediante una serie de recursos para reflejarle, imitarla o interpretarles. El cine, además, comparte con la literatura el gran territorio de la ficción.

Pero el cine está sometido a un enemigo poderoso: los fallos circunstanciales originados por descuido o desidia de los directores y guionistas, y los condicionantes que surgen --sobre todo cuando el presupuesto escasea-- y hacen que las películas concluyan fallidas, desbaratadas...

Una película como El tercer hombre (1949) nos quita el respiro al verla, pero también se lo quitó al personaje Harry Limes que interpretó Orson Welles. Las escenas famosas de la persecución fueron rodadas en dos escenarios distintos, en las alcantarillas de Londres y en las de Viena; en las de Viena oímos respirar al personaje, pero no en las rodadas en Londres. Cuando Martins (Joseph Cotten) acude al funeral y pregunta de quien se trata, se ve una tumba negra detrás de él; cuando luego camina y se sitúa junto a Anna, la tumba negra sigue apareciendo detrás, pero se ha corrido y aparece a la derecha de ella. Al parecer fueron escenas filmadas en los estudios de Shepperton donde sólo se disponía de unas cuantas tumbas falsas para rodar... y había que aprovecharlas.

Utilizar la historia y practicar el anacronismo ocurre a menudo. En la película 55 días en Pekín (1963) se supone que la acción tiene lugar hacia 1900, pero en determinado momento los marines norteamericanos usan una ametralladora que se estrenó en 1917 durante la Iª Guerra Mundial. Antes de la escena de la batalla de 1846 en Gangs de Nueva York (2002), el cura Vallon recita una oración a San Miguel diciendo más o menos: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro protector contra la debilidad y las mañas del diablo”... palabras prestadas de una oración escrita por el Papa León XIII en 1888.

En las películas de Woody Allen hay misterios gratuitos. Por ejemplo en Match Point (2005); cuando los personajes de Tom y Nola juegan al ajedrez, la cantidad de vino en el vaso de Nola sufre altibajos tan dispares entre escenas como para preguntar a Woody si toca a ver visiones.

La reciente polémica catalana sobre los toros me recordó que tenía entre mis vídeos Sangre y arena en la versión de la novela de Vicente Blasco Ibáñez que se estrenó en 1941. Me apeteció verla y la sorpresa fue enorme porque la película de Rouben Maumolian trasluce considerables dosis de españolidad en las interpretación de los personajes, en la fotografía de exteriores e interiores, la música aportada por Alfred Newman -- memorable el pasodoble bailado por Rita Hayworth y Anthony Quinn—todo bastante convincente, lo que explica la resistencia del film al paso del tiempo.

Sangre y arena recibió merecidamente un óscar por la fotografía. La cámara retrata objetos y personas adornándoles con unas colores impresionantes entre los que predominan azules, rojos y amarillos sorprendentes; los colores sirven para subrayar el acento dramático o amoroso de las escenas; por ejemplo, los colores se miman a tal punto en la escena de la muerte del torero Nacional que parece un cuadro, y cuadros parecen otras escenas. Sin embargo, el dinero debió acabarse antes de tiempo porque el final de la película acumula despistes; a diferencia de la muerte antes citada, la de Tyrone Power plantea incógnitas: no sabemos si el toro le ha corneado por delante o por detrás, y el traje de luces del torero yacente está tan impoluto y el protagonista tan aseado y limpio que, más que a morir, parece a punto de levantarse para ir a otra corrida.

Arte o artesanía, el cine resulta un usuario del territorio de la ficción sorprendente. En las escenas finales de Recuerda (1945), nuestros ojos van a la misma velocidad de Ingrid Bergman y Gregory Peck deslizando sus esquís por la pista donde él recuperará su memoria. En la realidad, ambos personajes están en semicuclillas mientras Hitchcock proyecta a sus espaldas un paisaje nevado para practicar esquí alpino. No importa que la postura de la Bergman sea forzada y se escore a su izquierda en ocasiones de manera que no cuadre bien con el supuesto manejo de los esquís o con la posición del compañero. El suspense nos tensiona y ciega al engaño. Como dice uno de los personajes de Alfonso Ussia
[i]: “Si usted cree en las películas, le parecerá normal que aparezca por la puerta el pato Donald y se siente a cenar con nosotros.”


[i] Alfonso Ussia, El diario de mamá, Editorial Planeta, Barcelona, 2009, pág. 242.

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