martes, 9 de junio de 2015



PÍO BAROJA:  ALGUNAS REFLEXIONES 
SOBRE EL MUNDO ES ANSÍ  


Pío Baroja escribió El mundo es ansí (1912) [i] –según Azorín una verdadera antología barojiana—de manera documentada, con enorme intención estilística y practicando la economía verbal mientras urdía un merodeo novedoso por el laberinto de la vida. Jamás entendí porqué ha disfrutado de una atención menor, si por haberse publicado un año después de la mejor novela de Baroja, El árbol de la ciencia y de la notable Las inquietudes de Shanti Andía (ambas de 1911), o bien, porque César o nada (1910) o La sensualidad pervertida (1920) –las otras dos integrantes de la trilogía “Las ciudades”—despertaron mayor interés.

El mundo es ansí es una novela que aporta novedades importantes a la novelística barojiana. La primera sería tratarse de una novela cerrada y no abierta como suelen ser las de Baroja; el prólogo se explaya sobre la última boda de la protagonista, Sacha,  su desenlace y su  situación actual; el resto de la novela  se centra en narrar cómo sucedieron las cosas.

Ascensión Rivas Hernández sugiere otros pasos al decir que “Se  puede hablar de estructura circular por lo que respecta al contenido, e incluso a la voz del narrador” y que los cambios que se producen en la estructura externa se  deben a los continuos cambios originados por los viajes de la protagonista: “Aquí la técnica es de engarce, porque al final de cada bloque de capítulos se encuentra el germen del siguiente. Por otra parte, cada uno de esos viajes supone un hito en el deambular de Sacha en busca de su propia verdad existencial. Si unimos esto al carácter circular de la novela mencionado con anterioridad, se puede hablar de un nuevo viaje mítico, semejante al que realizan otros personajes barojianos: Fernando Ossorio, Andrés Hurtado, Luis Murguía…”  [ii]

La segunda novedad importante es que la novela no está protagonizada por el típico personaje de acción barojiano sino por un carácter femenino de acción reposada que huye escaldado y de manera precipitada al final de cada aventura acometida.

La crítica ha atribuido parentescos al personaje de Sacha, por ejemplo, Andreu Navarra afirma: “¿Cómo no ver en la sufrida protagonista, Sacha Savarofna, como la encarnación de la mujer angelical y caprichosa de las novelas de Dostoyevsky?[iii]; también se han negado: Emilio González López afirma que “No es Sacha una nueva versión de Madame Bovary, símbolo del desencanto erótico femenino[iv] .

Pío Baroja de joven fue un devoto de la literatura rusa del momento y lo demostró en sus artículos a partir de 1890. Veía y leía con simpatía cuanto el país eslavo reflejaba a través de sus mejores escritores; le proporcionaban impresiones vitales que él vulgarizaba, sobre todo el nihilismo que adoptaría en ocasiones desde su particular punto de vista vasco-impresionista. Y ese interés también se extendió hacia  los rusos exiliados a consecuencia  de la Revolución de 1905.

A raíz de un viaje por Suiza e Italia en 1907,  Baroja se había interesado en conocer lo que fuese sobre ciertas mujeres extranjeras, especialmente las rusas que, exiliadas, vagabundeaban por Europa estudiando y mostrando perfiles sociales combativos. Su interés se reavivó cuando asistió como testigo a la boda de su amigo Paul Schmitz con una joven rusa celebrada en Biarritz, acontecimiento recordado por  algunos estudiosos[v]; precisamente la joven esposa y amiga sería una de sus informantes.

Puede asegurarse que Baroja encontraba en las mujeres de norte y en las rusas una personalidad femenina diferente de la española y así lo expresa José Ignacio Arcelu, considerado uno de los alter ego de Baroja en El mundo es ansí: ”La personalidad femenina es un producto del Norte, de Inglaterra, de Noruega, de Rusia… Aquí en el Mediodía encontrará usted en la mujer la personalidad biológica, el carácter, el temperamento; nada más. Es el catolicismo que ha ido produciendo su inferioridad(pp.191/192).

Sacha Savarof proviene de una Rusia que vive décadas conflictivas hasta alcanzar el momento clave de la Revolución de 1905. El movimiento prerrevolucionario ruso desde 1880 había sido obra principal de una intelligentsia dividida en grupúsculos; cada uno tenía ideario propio y pese a activar algaradas, motines, etc., movió escasamente al campesinado. Dos grandes acontecimientos, la guerra contra el Japón y el llamado domingo sangriento de enero de 1905 sucedido en San Petersburgo (cuando una marcha de campesinos y obreros liderada por un pope pretendía entregar al zar una lista de peticiones fue brutalmente agredida frente al Palacio de Invierno por tropas que causaron infinidad de víctimas) fueron los que originaron disturbios enormes  y una actividad política inusual que condujeron doce años después a los acontecimientos de 1917.

La 1ª Parte de El mundo es ansí es un retrato social de Rusia en torno a la Revolución de 1905 y de los exiliados que originó, pero el acontecimiento histórico sólo será un episodio en la novela porque el objetivo del autor se decanta por detallar la rebelión que protagoniza Sacha Savarof contra la posición que ocupaba la mujer de su tiempo en cualquier tipo de sociedad.

En la novela El mundo es ansí hay dos palabras claves, busca y espejismo; la primera está implícita en la acción de la protagonista y la segunda responde a la ilusión óptica fallida que obtiene de sus buscas. Sacha buscaba razones para vivir y, al moverse por el espacio novelesco de nación en nación y de ciudad en ciudad en una época donde se les atribuía características singulares así como a sus habitantes, lo que encuentra son espejismos. Con su novela Baroja quiso decir  que no había singularidades ni en los países ni en las personas, sino que la vida en cualquier lugar “es esto; crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén por la fuerza por la debilidad, y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos(p. 313), verdades que resume la frase el mundo es ansí que Sacha lee en el escudo de Navaridas y se convierte en el leitmotiv de la novela.

Sacha proviene de una familia dominada por un padre tiránico,despótico, brutal y puntilloso(p.23)  y una madre separada considerada por la hija como extranjerizada porque “no tenía afición ni cariño por el pueblo(p.29).  Al finalizar el instituto entra en la Escuela de Medicina de Moscú, hervidero de socialistas y anarquistas. En ese medio reina un “misticismo humanitario”: “el vivir para los demás, el despreciar las comodidades y la riqueza, el sacrificarse por el pueblo eran entre ellos verdaderos dogmas(p. 31). Sacha lee los libros apostólicos de Tolstoy, se va convenciendo y, al llegar las primeras vacaciones, pretende difundir entre los aldeanos los dogmas adquiridos, pero: “Se encontró, como era natural, con una gente miserable, desconfiada, incapaz de una acción lenta y reflexiva, que iba abandonando el miedo respetuoso por el señor y adquiriendo el odio por el propietario(p.32). Ese pueblo atropella y hiere de muerte a un médico amigo, revolucionario idealista que sólo trataba de ayudar, pero aunque Sacha se horrorice no abandona su “tendencia evangélica” y confiesa a madame Frossard que sus propósitos son los de estudiar medicina y volver al campo ruso a predicar “las doctrinas salvadoras de la Revolución” (p.35).

De vuelta en  Moscú organiza actos, conferencias y cuando la policía cierra la Escuela de Medicina, prosigue su actividad revolucionaria en medio de un panorama social cada vez más violento. Apresada, se dispone a un martirio revolucionario del que será salvada por su padre, quien sabiendo que los revolucionarios sólo tienen dos salidas, la prisión o la deportación, dispone lo necesario para que Sacha acceda a continuar sus estudios en Ginebra.

Sacha recorre Ginebra junto a madame Frossard que hace de cicerone. La ciudad mostrada no tiene identidad propia a primera vista; los lugares importantes se enumeran en tres líneas, pero no se describen; en general se destacan por su relación con personajes célebres: Calvino, Juan Jacobo, Voltaire, Madame Staël… Ginebra parece más  una traslación de Rusia. El paisaje humano es ruso; Sacha “Hubiera podido creer sin esfuerzo que se encontraba en Rusia, en algún centro estudiantil de estudiantes pobres.”(p.36). Y ese paisaje de rusos venidos a menos tiene una particularidad: la mayoría son judíos, algunos escapados políticos, otros no fueron admitidos para los estudios universitarios en su país[vi]. El retrato de conjunto es realista, pero el narrador destaca de propósito esa atmósfera con ojo antisemítico mientras Sacha contempla un atlas de anatomía.

Los rusos, por supuesto,  están aislados del ambiente suizo. Los chicos son descritos como del tipo meridional, “eran un tanto sucios y abandonados(p.36); si se habla de  una estudiante metódica e intelectual metida en su libro “daba la impresión de una inteligencia de hombre en un cuerpo femenino(p.37). Las chicas rechazan las galanterías; cuanto parezca coquetería o amabilidad “constituía una humillación para ellas”; usan anteojos, andan encorvadas, “Una galantería les parecía a estas señoritas una ofensa a su condición de intelectuales”(…) “llevaban bastón, fumaban, hacían todas las tonterías que son  en la mayoría de los países señal distintiva del hombre(p.41). Baroja concluye: “Estas estudiantonas rusas despreciaban la belleza(p.42).  El aire femenino está reservada para Sacha, rubia de tez clara y ojos azules.

Las pensiones de los rusos  del barrio de Carouge “eran pequeños falansterios, en donde hacían la vida  en común hombres y mujeres(p. 45); la pedantería y la tendencia doctrinaria constituían su defecto general. Su oráculo es el profesor Ornsom, metafísico descrito como un trepador, judío alemán, intrigante, arribista, cuco y farsante que hace carrera subiendo escalones.

En torno a ese ambiente surgen tres figuras: Vera Petrovna, la jovencita morena y pobre que se convertirá en amiga de Sacha, Nicolás Leskof hijo de un amigo del padre de Sacha, joven rubio de mirada inteligente, y un joven suizo de familia judía, Ernesto Klein, descrito con sutileza por el narrador al definirle como el discípulo predilecto del profesor Ornsom. Sacha cree inocentemente que ambos son luchadores por la libertad.

Nicolás Leskof es antisemita porque “Consideraba que la actividad judía tenía por fin destruir toda concepción elevada y noble y sustituirla por el internacionalismo comercial y el capitalismo(p.46). Su manera de pensar le acarrea disputas continuas con Sacha porque Leskof se ríe de los exaltados que piensan en la transformación de Rusia, considera que las mujeres no están organizadas para el estudio y, aunque Sacha disiente citando a eslavas notables, la superioridad científica de Leskof se le atraganta y se le hace un tanto desagradable. Cuando estaba en Rusia Sacha estudiaba medicina “como algo casi religioso para llegar a un fin evangélico(p.49) meta compartida por la juventud del momento, pero en Ginebra comprueba que a sus compatriotas les despreocupa la política así como las ideas socialistas y de tener algún misticismo “era el de la ciencia por la ciencia; lo demás no tenía importancia(Ibid).

Leskof siente inclinación hacia Sacha y es amable de día y duro como profesor nocturno tanto con ella como con Vera. Leskof tiene a Klein como rival, pero éste --“solapado y tortuoso”-- se dedica a minar la imagen que Sacha tiene de su contrincante menospreciando su indiferencia hacia las doctrinas emancipadoras del socialismo o su inclinación hacia el darwinismo “hasta desarrollar en Sacha el germen de antipatía que tenía ya por el médico y hacer ver a sus ojos la figura del rival completamente odiosa(p. 53). Sacha muestra una debilidad: es influenciable.

Por lo leído hasta ahora en el espacio-Ginebra parece que sólo  habitan los exiliados rusos, espacio de marginación evidente al compararse la Ginebra antigua, la Cité, y la nueva. La antigua es sombría y austera, “algo como un contraste de las malas intenciones del hombre frente a la bondad de la Naturaleza(p. 55); en la Cité vive la familia de Klein. La Ginebra nueva está dominada por la aristocracia calvinista que “no es asequible  al advenedizo(p.57).  El narrador destaca la barrera que Klein no podrá atravesar aunque se lo proponga.

Klein es tan práctico que si  habla o discute con los rusos no será por cuestión de ideas sino para perfeccionarse en el uso del idioma ruso. Doctor por la Facultad de Filosofía a los veintitrés años, conoce el castellano y su literatura porque la familia tiene arraigo sefardita al provenir de Toledo. Aunque escribe en los periódicos y pertenece al grupo socialista posee “un gran fondo conservador y un deseo ardiente de alternar con la alta burguesía ginebrina “(p.57).

A la vuelta de las vacaciones, Sacha ve con agrado que Klein la corteje. Entonces aparece el paisaje suizo, pueblos como Coppet o Hermance, el lago  Leman y las montañas en su esplendor mediante descripciones breves, concisas. Los personajes han encontrado la vereda del sentimiento. Baroja piensa que el amor es una Vía Láctea que señala el camino de la ilusión, pero pierde brillo con el tiempo. Resulta que Klein no está enamorado; un personaje le ha comentado que Sacha es rica y, al saberlo,  Klein está dispuesto a que la muchacha no se le escape; se ve como un gran señor ruso vigilando haciendas, disponiendo cultivos. Y traza un plan donde lo primero es apartar a Sacha de los estudios. La imagen idealista que Sacha se había forjado de ser un motor apostólico entre los aldeanos de su tierra se desploma al surgir el espejismo del amor. La boda, como acostumbra Baroja, se despacha en línea y media y se añade que “la luna de miel no fue tan extraordinaria como esperaba Sacha(p. 92).

Aunque Klein no sea su gran amor, parece hacer lo bastante para que Sacha se considere feliz. Al quedar embarazada su personalidad se transforma y sufre “un sentimentalismo morboso(p.97). Como al autor los paralelismos le gustan, el nacimiento viene con la noticia de la muerte de Savarof  padre. Sacha piensa que lo  más conveniente es ir a Moscú, decisión desgraciada porque Klein ni se integrará en la sociedad rusa ni recibirá satisfacciones de nadie: “Al cabo de dos años de vivir en Rusia, la hostilidad entre marido y mujer llegó a convertirse en odio profundo(p. 102). En uno de los  altercados Klein pretende golpear a su mujer; Sacha en acto de valentía compra un revolver y dispara a su marido  sin acertar  y Klein, al que la sangre le horroriza tanto como la posibilidad de recibir un tiro, propone la separación por incompatibilidad de caracteres, de opiniones, de todo, idea que Sacha acepta a condición de quedarse con Olga.

La existencia de un narrador objetivo en el prólogo, sustituido por el  narrador omnisciente de la 1ª Parte, a su vez reemplazado en la IIª Parte por unas cartas de Sacha a su amiga Vera que una señora suiza confía al autor, luego sustituidas por el diario íntimo de Sacha en la IIIª Parte, para llegar a un epílogo donde la señora suiza concluye la narración, demuestran la devoción barojiana por los procedimientos cervantinos en la utilización de las voces y los  puntos de vista en la narración, ejercicio que Baroja también desarrolló en otras novelas. Sin embargo, lo que destaca poderosamente es  la iluminación narrativa que proyectan las distintas voces sobre la protagonista y entre ellas o detrás de ellas el silabeo del autor actuando como un apuntador desde la concha.

Como a Sacha no le seduce regresar  a Ginebra para no tropezarse con Klein, ni tampoco le atrae la vida elegante de su hermano en Moscú, se traslada a Florencia. El relato de esta IIª Parte proviene de las cartas  que manda a Vera con la intención de que se venga a vivir con ella. Tratándose de cartas femeninas la narración debería tener aromas, matices y un modo de opinar diferentes a los de la Iª Parte. Baroja se esforzó tratando de trasladar al relato una sensibilidad femenina lograndolo en muchas páginas, pero no en todas debido a la presencia del apuntador mencionado antes.

La IIª Parte contrasta con la anterior en la presentación del espacio, pues, ofrece de entrada una grata, prolija  y bella descripción de la ciudad de Florencia, belleza que contrastará con el dibujo gris que se hace de la sociedad. Cuando Sacha comenta el acontecimiento florentino de La Scoppio del carro  --explosiones  que llenan una plaza con el  humo de pólvora mientras todas las campanas tocan celebrando el Sábado Santo--,  dice que en su país el espíritu cristiano resulta más sentido. Cuando Sacha va al teatro Politeama  para escuchar  El  Trovador le sorprende que la gente sepa la ópera de memoria, pero mire a los actores en éxtasis. Sacha llega a decir “a mí esto no me encanta(p.126). Los italianos no le son simpáticos. Su cordialidad suena a moneda falsa: “Italia debe ser el país donde más cosas se pueden conseguir con dinero(p.127). Los italianos piensan en cómo sacar siempre una lira más y los hombres buscan una princesa extranjera para vivir a sus expensas. Florencia es bella, pero no su gente.

Los personajes nuevos juegan papeles parecidos a los interpretados por los caracteres de Ginebra. María Karolyi será la amiga de Sacha como Vera lo era con anterioridad; otro húngaro, el pintor Dulachska semeja el papel del Leskof enamorado de Sacha. La única transposición es que María Karolyi y no Sacha se enamora de Enrique Amati, un violinista cuya personalidad evoca la de Klein; Baroja ironiza sobre el amor que Amati despierta en María recurriendo a imágenes espaciales: cuando María recibe un anónimo de la amante de Amati revelando la relación que tienen ambos decide ir, acompañada de Sacha, a comprobar la existencia de esa mujer que vive en la Vía del Limbo y,  para llegar, recorren callejas llamadas Vía del Purgatorio y Vía del Infierno… Entonces María sabrá por su padre que Amati es un aventurero, explotador de mujeres, “un apache distinguido(p. 135).

La novela entra por derroteros nuevos con la aparición de Juan Velasco, “el polo opuesto del pintor húngaro en carácter, en ideas y en todo(p. 131) un pintor que, según Sacha, parece más un sportsman,  un hombre de carácter que el narrador define como “español activo y tumultuoso(p. 137). Juan  trata de convencerla para que vaya a España “a ver corridas de toros y procesiones de disciplinantes” porque “cuando una persona se acostumbra a una espectáculo de sangre y violencia tiene verdadera preparación para la vida.(p.131). La fuerza de este español es tanta que Sacha deja de pensar; Velasco “no permitía a Sacha discurrir ni razonar(p.136). Comentamos que Sacha es influenciable sobre todo por personalidades fuertes, así que se casa con Velasco dejando atrás cuanto le une a Florencia. La boda es descrita con la parquedad de la boda con Klein. Tampoco merecía más; sabíamos desde el prólogo que este matrimonio fracasó.

Cuando Velasco  lleva a Sacha a una corrida de toros ella negará el más mínimo interés que, sin embargo, encuentra en un partido de pelota. La recepción glacial de la familia del marido y otras impresiones la conducen a reflexionar: “Yo creí que en Rusia estarían las cosas de la vida práctica mal organizadas; pero en España están todavía peor(p.144). Cuando Velasco lleva a Sacha a conocer la finca “La Hinojosa” situada en Navaridas distrae su atención el blasón de una casa bajita, rojiza con tres cruces de hierro. “Representa unos puñales en forma de cruz, esgrimidos por manos cerradas, que se clavan en tres corazones. Cada corazón va destilando gotas de sangre. Alrededor se lee una leyenda sencilla: “El mundo es ansí” (p.146).  Sacha exclama: “¡El mundo es ansí! Es decir, todo es crueldad, barbarie, ingratitud.(p.146).

El cura del lugar y Velasco agregarán conceptos al escudo de Navaridas: brutalidad, dolor y pena sustanciados  en la escena de una mujer montada en un burro  que lleva una  criatura en brazos; sobre las ancas del rucio se apoya la mano de un ciego que lleva una guitarra a su espalda con la que se ayudan a vivir; imagen de dolor y miseria  que precipita en Sacha este comentario: “¡Qué vidas más miserables! Si una tuviera esto en cuenta no se quejaría nunca(p.147). Además,  la frase el mundo es ansí desarrolla remordimientos en Sacha; se considera un monstruo desde el día que abandonó a la nodriza Matriona que la despedía en lágrimas cuando abandonaba Rusia, al recordar al pintor húngaro que valoraba a ella y a Olga como seres angélicos y del que no se despidió al dejar Florencia… “¡Cuanta ingratitud! ¡Cuánto dolor producido a los demás de una manera caprichosa e indiferente!(p.148)  confiesa.

A partir de ahí Sacha comenta las impresiones y reflexiones que le sugieren España y los españoles vinculándolas a Juan Velasco, por ejemplo, cuando percibe la falta de sentido social de un molesto comerciante en granos que  toma asiento en su compartimento del tren: “Parece que cada español no se ha enterado todavía de que hay otros hombres en el mundo además  de él. Juan mismo no hace caso de nada.(p.151). Observa que Madrid no es cosmopolita como Florencia; da poca importancia al extranjero  y el dinero no tiene el valor de Italia,  pero sorprende con estas cavilaciones: “los españoles tienen orgullo individual, pero no  patriotismo”(…) “Aquí creen, o lo dicen al menos, que todo lo que hacen lo españoles es malo y consideran que sus políticos, sus generales, sus hombres de Estado están vendidos o son unos botarates(pp.152/153).

Los espejismos más simples se le presentan a Sacha cuando quiere sentirse bien en su nuevo hábitat: “Como la alondra que levanta el vuelo al amanecer, mi corazón se ha sentido con alas y ha volado lleno de esperanza al entrar en Andalucía. ¡Qué extraño espejismo! ¡Qué ilusión más absurda!”(…)”Entre Córdoba y Sevilla el cielo comenzó a llevarse de nubes, y el espejismo de mi alma palideció y se borró(p.154); vuelven las ilusiones ópticas que barruntan otras.  

Advierte que hay muchos hombres, pero pocas mujeres en las calles de Sevilla y si ha oído decir que las sevillanas son bonitas no le llaman la atención. Piensa que ante la apariencia de vivir en gran libertad se opone una moral con frenos de hierro. Ve poca diferencia entre la gente del norte y del sur, al revés que en Italia. El español le parece un Arlequín celoso que vive y discute en la calle y tiene la casa para las cuestiones vegetativas; en ella encierra y trata severamente a Colombina. Rusia se ha encumbrado en los pensamientos de Sacha a medida que ha viajado por Italia y España; así reflexiona sobre su nuevo país: “De la vida informe de Rusia a ésta, tan sometida a reglas estrechas, hay, como se dice, un abismo(p.158). Advertimos que Sacha no piensa invariablemente como un alter ego de Baroja; coincide y no con sus pensamientos sobre la sociedad española mediante el modelo de la sevillana, pero si vamos al fondo, lo esencial del dibujo recae, sobre todo,  en la clase media.

Como si el Baroja-autor  se percatase de que invade directamente los pensamientos de Sacha y, consecuentemente, del  diario que escribe, concibe el personaje de José Ignacio Arcelu, un primo de Juan Velasco que se aposentará en el mismo hotel del matrimonio, que instalará una estufa en su cuarto a cambio de tener una hora de tertulia con Sacha. De este modo, el Baroja-autor crea una situación verosímil que le permite desdoblarse en Arcelu, y de  esta manera los tres, Arcelu, Sacha y Baroja, contrastarán pareceres y ocurrencias sobre la sociedad española [vii] con credibilidad. Facilita esta situación que  Juan se aparte más cada vez de la escena, aunque no sin que antes se profundice en su retrato. Arcelu es la contrafigura de Juan: “Somos dos tipos opuestos: él es un impulsivo y yo un razonador. A él no le gusta que se le deshagan los planes entre los dedos; lo que quiere es constantemente hacer algo. A mí, en cambio, me gusta pedantear un poco acerca de la vida y de la sociedad. Tengo este defecto(p.185).  Y sobre Arcelu escribe Sacha: “Él dice que hay una frase española que le cuadra muy bien; es ésta: “Aprendiz de todo, maestro de nada” (p.178).  Cuando el texto dice: “Arcelu no quiere más que hablar a todo pasto(p.186) sabemos qué otro tiene también gusto en hacerlo.

Es seguro que Baroja no pretendía reducir el diario de Sacha a una transcripción interminable de las conversaciones entre los tertulianos de la habitación, pero asoma embozadamente o bien a través de Arcelu cuando se habla sobre tipos de españoles, se asegura que a mayor aristocracia corresponde mayor incultura, se critica la chulería y el  caciquismo, fustiga la influencia del catolicismo, la envidia  y hasta  que los españoles pongan los sello en las cartas de cualquier manera.  En determinado momento, al reducir la clasificación de los hombres a dos castas, trae a colación un émulo del doctor Iturrioz --viejo conocido de El árbol de la ciencia--, que las simplifica así: los alpinos, que proceden del gorila, y los mediterráneos, del chimpancé. Mary Lee Bretz pone luz a este episodio diciendo que “Baroja presenta una versión irónica de las teorías antropológicas de le época; la clasificación  del europeo en arios y semitas se transforma en otra ideada por un discípulo de Iturrioz[viii]; es decir, se supone que también aparecen pensamientos distintos mediante  personajes que no estaban hasta ahora.

Decíamos que Juan Velasco se distancia de su esposa en la medida que se estrecha la relación Sacha-Arcelu. Surge una pequeña intriga con anónimos y adulterio de por medio, pero lo importante es la valoración que Sacha hace de su rechazo del marido: “tenía el sentimiento de un pueblo que se levanta contra un tirano(p. 210); Juan, como antes Klein, forma parte del espejismo del amor y Sacha, aunque ha prometido no tomar decisión alguna sin consultar a Arcelu, se marcha de España sin avisar a nadie.

Cuando cruza las llanuras alemanas camino de Moscú escribe en su diario “me ha asaltado la sospecha de que podía estar engañaba por un nuevo espejismo(p.212). La Rusia engrandecida durante su exilio recupera su verdadero tamaño como comprueba  en Moscú: “Los estudiantes se ríen del antiguo idealismo(p.212). No se lee ni a Tolstoy ni a Dostoievski. Amigos de Sacha fueron enviados a Siberia, otros se suicidaron: “Los débiles, los idealistas, han perecido(p.213). Rusia no es distinta; sólo halla crueldad, barbarie…

Por el epílogo sabemos que Sacha originó otra víctima: José Ignacio Arcelu, quien al conocer su marcha de Sevilla quedó aplanado, estuvo varios días sin hablar, y marchó a China para informar de otra revolución. Al saberlo,  Sacha se encierra a llorar consciente de haber tratado con indiferencia y desdén al hombre que la quería humildemente. Sacha es mucho más que una imitación de las mujeres inteligentes de la novela rusa que se casan con hombres mediocres. Es una mujer valiente que busca un papel existencial boicoteado por la realidad. En sus viajes ha encontrado que las diversas culturas son espejismos que  encubren las verdades del escudo de Navaridas: El mundo es ansí.




NOTAS.:

[i] Pío Baroja, El mundo es ansí, Edcn. conmemorativa del nacimiento del escritor, Caro Raggio, Madrid, 1975. Las citas de la novela corresponden a esta edición.

[ii] Ascensión Rivas Hernández, Pío Baroja: Aspectos de la técnica narrativa, Universidad de Extremadura, Cáceres, 1998, p.86. Un gran libro sobre Baroja; el capítulo dedicado a esta novela es revelador; véanse las pp. 85/98.

[iii] Andreu Navarra Ordoño, “Pío Baroja y Rusia”, Sancho el Sabio: Revista de Cultura e Investigación Vasca, nº 34, año 2011, pp. 11-22. Gracias a Dialnet se puede leer completo en Google

[iv] Emilio González López, El arte narrativo de Pío Baroja: las trilogías, Las Américas, Madrid, 1971, p. 232

[v] Véase el formidable artículo de Rodolfo Cardona “En torno a El mundo es ansí” en Cuadernos Hispanoamericanos, nos. 265/267,  (Julio-Septiembre, 1972), Madrid, pp.562-57 y el libro de José-Carlos Mainer, Pío Baroja, Taurus, Madrid, 2012, pp. 193 y sg.

[vi] Se dice con anterioridad que el gobierno ruso de entonces no admitía más de un 3% de estudiantes judíos en los cursos universitarios.

[vii] Rodolfo  Cardona dice “es obvio para los que conocen la obra de Baroja que aquí el autor nos presenta sus propias observaciones críticas sobre España y los españoles, proyectadas en dos planos; la visión externa de la forastera Sacha y la visión interna del español Arcelu”, op. cit., p. 567.

[viii] Mary Lee Bretz, La evolución novelística de Pío Baroja, José Porrúa Turanzas SA, Madrid, 1979, p. 404.
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viernes, 15 de mayo de 2015



William C. Faulkner,  El Rebelde


Fue un sudista obstinado, de formación autodidacta como  casi todos sus compañeros de la generación perdida, pero se convirtió en el más grande de los novelistas norteamericanos del siglo XX e influyó en casi todas las literaturas.

Acertó Gonzalo Torrente Ballester cuando definió a Faulkner “como el último gigante de una literatura tendente al gigantismo.” Ni siquiera Hemingway y, en menor grado, Caldwell o Steinbeck se le aproximaron; sólo un Dos Passos joven compitió como innovador en el uso de las técnicas narrativas al describir y descubrirnos una sociedad tan pluriversa como la norteamericana de entonces. Ningún otro del Grupo de los 5 grandes conseguiría alcanzar la profundidad de una obra donde se confunden los elementos de la tragedia griega, la introspección dostoievskiana y la narrativa fotográfica que descubrió James Joyce.

Descendiente de una familia sudista de rancio abolengo arruinada por la Guerra de Secesión, Faulkner tuvo que ingeniárselas para que, viviendo prácticamente en la calle, cercado por las necesidades que ahogan al hombre cuando el hambre aprieta, su ingenio llevara al papel el rigor de vivir  cada día con la moral –que no el dinero-   de un  caballero del sur a  pesar de que “la voz de la conciencia y del honor es muy débil cuando gritan las tripas” como escribió Diderot. En todos sus actos obraría como un confederado para quien el honor y la afrenta son irreconciliables, la soledad altiva, el orgullo  y la filosofía de la tierra teñida de un cierto fatalismo, serían postulados de su modo de vivir.

Pero Faulkner (1897/1962) también era esencialmente norteamericano. Sintió el instinto pionero, emprendedor, le atrajo la aventura, defendió la ley de la frontera abierta, sentimientos que formaron su carácter.  Las mujeres de su familia le enseñaron a leer antes de que fuera a la escuela y cultivaron su percepción visual de las cosas. Y los hombres allegados y algunos residentes de la pequeña localidad de Oxford --donde vivió con intermitencias casi toda su vida-- le narraron viejas historias de la Guerra Civil y de su propia familia que  despertaron su interés y formaron su espíritu sudista. Faulkner  tuvo un bisabuelo famoso, William Clark Falkner,  héroe de aquella guerra;  se le llamaba el viejo coronel, el mismo que muchos años después resucitaría con otras identidades y apellidos  en escritores famosos de aquí y de allá que se convertirían en brillantes  discípulos de Faulkner; hablamos  del mismo coronel que Faulkner llamó John Sartoris en su novela Sartoris (1929).

No tuvo suerte con sus escritos primerizos  fueran poemas o cuentos. Tiene 21 años cuando decidió cambiar el apellido original de Falkner a Faulkner. Cuatro  años después vivía en Nueva Orleans trabajando de reportero. En esa ciudad conocería a Sherwood Anderson y, como ya comenté al hablar de este escritor,  Anderson influiría en encontrarle editor para su primera novela, La paga de los soldados (1926).

El sudista Faulkner tenía un espíritu confederado.  Fiel a la ideología de sus mayores – tan bien descrita en Los invictos (1940) —se negó a alistarse en los ejércitos de los EE.UU para combatir en la Gran Guerra—una ocasión que nadie debe perderse diría uno de sus personajes--, haciéndolo en la Royal Flying Corps de Canadá. Siendo teniente reservista su avión sería derribado dos veces sobre Francia.  Y él, profundamente decepcionado por los resultados de su aventura, en vez de quedarse en París –donde un Hemingway repartidor de leche y periodista dejaba de escribir artículos para seguir el consejo de Gertrude Stein e iniciarse en “el duro y difícil  aprendizaje del oficio de escritor”—volvía a su tierra, al Sur, transformándose en un honrado agricultor que escribía historias. De su aventura bélica no salieron leyendas como las de su bisabuelo, pero sí escribió dos novelas, La paga de los soldados y Pylon (1935)  tejidas con sus experiencias de aviador. En ellas se ve al escritor esforzándose por sacar a la luz un fantasma que le ronda el cerebro, una vida aventurera sin alegrías, donde  el triunfo es menor que los lamentos del estómago, el ansia se diluye en la necesidad de un bocadillo o de una borrachera, vida que discurre entre la necesidad biológica y el logro que se busca y no aparece.

Si Faulkner resultó un aventurero fracasado, la literatura de su país  ganó mucho con ello. En el retiro de su granja, su imaginación fue centrándose hasta crear un escenario magnífico donde viviría la mayoría de sus criaturas, Yoknapatawpha County. En  ese condado imaginario  discurriría la acción de sus mejores obras, testimonio de una rebelión histórica contra el tiempo y la sociedad que le agobiaban.

El Sur, hemos dicho, era todo para él, pero sus gentes no eran las mismas de los tiempos de sus mayores. Quedaba poco orgullo, menos lealtad, menos sentido del honor; demasiada ruina en las fachadas y en las personas. Faulkner sabía que las tierras de Misisipi estaban pobladas por una legión de desheredados, viciosos, criaturas sórdidas, calcomanías de hombres y mujeres que, sin embargo, llevaban apellidos ilustres. No podía cerrar los ojos a la realidad y decidió recoger en sus novelas a aquellos pobres blancos con delirios de grandeza que nada tenían que ver con los pobres blancos de otras tierras al norte. Relató sus historias sin piedad por aquella obligación de sinceridad impuesta a sí mismo y posiblemente amargado al ver lo que había quedado de la noble tradición sudista.

Sólo los negros, los fieles negros, merecieron su compasión; con su celo y su guardia vigilante se habían convertido en los pilares que evitaban el derrumbamiento absoluto de aquellas haciendas en ruinas  y sus moradores. A ellos les dedicaría una de sus grandes obras, ¡Absalón Absalón! (1936).

Rebelde contra el tiempo. Jean Paul Sartre ha estudiado profundamente esa faceta de la literatura faulkneriana. El tiempo es la peor de las fatalidades que acongoja al hombre. Existe una estrecha trabazón entre tiempo y destino. Lo podemos observar leyendo esa farsa dramática titulada Mientras agonizo (1930). La madre, Addie Bundren,  ha decidido ser enterrada en Jefferson. Y una vez colocado el féretro en un carro la extraña caravana se pone en marcha.  La familia quiere cumplir el deseo de la difunta. Nada ni nadie podrá detenerlos, ni la crecida de un río, ni un incendio, ni la sociedad con sus costumbres. El cadáver hiede, pero todos continúan en la empresa. No hay prisa, a pesar de que crecen deseos íntimos en el ánimo de los acompañantes, en alguno por acortar el viaje. En esa obra y a pesar de sus  quince narradores, lo previsto habrá de cumplirse.

Y también lo observamos en una obra anterior, El ruido y la furia (1929) --que relata la decadencia y destrucción de un linaje del Sur--, cuando Quentin Compson III estrella su reloj antes de suicidarse. Se trata del tiempo unido a las necesidades del quehacer social que coarta la libertad de nuestros espíritus, nos encadena, hasta colocar nuestra dignidad en algo que está en todas las cosas menos en nosotros  mismos. De ahí una de las  frases últimas y sobrecogedoras de Faulkner: “La única pregunta es esta: ¿cuándo seremos destruidos?

Rebelde contra la sociedad, contra los productos de una vida mecanizada, estandarizada. En una ocasión Faulkner dijo que el norteamericano “sólo ama su automóvil” -- aunque hoy pueda decirse lo mismo de los europeos. Tenía aprendida la frase famosa de Emerson: “La sociedad en todas partes conspira contra la virilidad de cada uno de sus miembros” y, en contraposición, la otra de que “todo hombre verdadero es una causa, un país y una época”. Sabía que la sociedad de su tiempo –como la de hoy-- no es otra cosa que una inteligencia generadora de leyes de coexistencia siempre a costa de  la moral intrínseca del hombre porque, de lo  contrario, nos avasallaría el miedo a perecer.


Durante la mayor parte de su vida, William C. Faulkner fue poco leído en los Estados Unidos, si acaso en las universidades. La obtención del Premio Nobel de 1949  proyecto su fama de la misma forma que hoy también reconocemos su labor como guionista de películas (el único trabajo que le proporcionó algún dinero)  tales como Vivimos hoy, El sueño eterno o El largo y cálido verano al margen de  las películas sobre  algunas de sus novelas.  Lo importante es que  gracias a su rebeldía y a la de personas como él se mantiene el  relevo entre quienes portan la antorcha que representa la defensa de la dignidad del ser humano.

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domingo, 29 de marzo de 2015



CASTELLANO INTERNO* ( y 3)


Dulce inquietud de las nubes
surcando sin saber adónde
y transformándose.
Madeja activa, flor de luna
hilando ilusiones.
Huele a viento azul
de nube verde
sobre las casas puras
de las almas yermas…
… y negras como las noches,
siempre igual
sin esperanzas
en la estancia indefinida
invariable.

La mujer se cierra como pulpa de mimosa
y por un instante tenemos constante de abejorros.
No es quitar la miel, ni multiplicar la rosa,
ni caricia de serpiente.
Llevo luz para arraigar en tus pechos
leche pura de espartanos sentimientos,
pero muerdes cuando quiero invitarte
a pasear por el camino de las cruces,
porque tu fantasma huele a prado, a piedra,
a trechos guarnecidos por sombras inquietas.

Pero serás, mujer, en el tablero de arena
y multiplicaciones de niño
que juegan en la arena con las tumbas.


Universo de colores
encorajinados.
Luces, lentejuelas,
rosa y rojo,
espada, arena.
Bailan las manos,
ardor en las miradas.
De la montera al toro
la sangre espera.
El sol aplasta.
Luces, lentejuelas.
Fugas descubiertas,
lo opaco escapa,
espada, espera…
Sólo una sombra queda
escondiéndose en la arena.
Las manos vuelan…


Niebla sobre incienso.
Niebla en las paredes.
Niebla en los quejidos
santuario…

Paños verdes perdidos en la brisa
cubriendo mil troncos milenarios.
Paños verdes muriéndose de blanco,
calcinada la esperanza altiniebla.
Como conchas los hombres
albergando su tibieza,
caminando sus pasitos
 como leves volanderas,
mirando chiquititos
 sus temblores no miradas…
Blanco todo blanco sobre lo blanco,
niebla toda niebla sobre la niebla.

Yo una hijita, leve rama, simple tronco.
Yo un hombre, leve alma, simple miedo.
Yo la niebla, leve niebla, simple niebla.
Verdes, oscuros, blancos sobre todo lo blanco.
Hojita muere. Alma yede. Niebla…verde.




Javier Martínez Palacio, Castellano Interno, Orión, Madrid, 1962. Este poemario  de juventud transmitía  sensaciones de nuestra juventud en aquellos tiempos de silencio. Miguel de Unamuno escribió; “el que lee un poema, una criatura –poema es criatura y poesía creación—puede recrearlo. Entre ellos el autor mismo” 
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domingo, 15 de marzo de 2015



CASTELLANO INTERNO* (2)



Y yo envuelto en la maraña
de tus cabellos adioses…
que son silencio y melancolía
en la caída de tu rosa…
Ya no vienen palabras a mis labios
y te pienso en mi sangre.
Gritos rojos con ecos del pasado…



Pecar. Saberse un hombre
que de las estrellas
arranca un himno,
luces a la espalda
de un viento arrollado
por nuevas fragancias.
Pecar la noche
alfareando barro,
creando seres
e inconciencias nuevas.

Ser nuevo…
tronchando los gozos,
rasgando hermosuras,
ardiendo las rosas,
abatiendo las esperanzas últimas.
Pecar. Pecar siempre…
dando culto al pecado de la vida.



La expresión de unos ojos
que se desnudan sobre un ladrillo,
las manos, los brazos que esperan,
y el corazón de la bailarina
que jadea, infinitos contoneos.
Selváticos temblores,
incandescentes sensaciones, movimiento…
Mas sobre todo esos pies
falseando el camino recorrido,
y esos saltos que elevan las miradas.
¡Ritmo!¡Rítmo loco,
ardiendo entre los ojos y los dedos!



Nacemos cada aurora arrebatados al silencio.
De la sombra, arroyo claro en busca de la luz.
Nacemos a la vida adornando los encuentros;
el álamo al sur del cielo. Verdeazul.

La rosa que fue sombra tiene color de sangre.
Rosas de una primavera clandestina
de nuestros sentimientos…



Sobre la tierra nada,
sobre la tierra niebla
niebla deformando
estilizando pasiones
sosteniendo vagacías
siluetadas de armiño.

Álamos,  cipreses,
estiletes de blanca esencia,
todos apuntando al cielo.
Y el cielo plano nieve,
vertical y horizontal,
pesando sobre todos,
asustando relieves.



*Javier Martínez Palacio, Castellano Interno, Orión, Madrid, 1962. 
Este poemario  de juventud transmitía la sensaciones de nuestra juventud en aquellos tiempos de silencio. Los poemas ahora recogidos en esta selección han sido revividos más allá del modo en que Juan Ramón Jimenénez trastocó Diario de un poeta recién casado  (1917)en Diario de poeta y mar (1948).


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martes, 24 de febrero de 2015

CASTELLANO INTERNO* (1)


¡Ansia de vida, de esencia!
sin saber lo que somos,
ni lo que seremos.
Pájaros desquiciados
queriendo abarcarlo todo,
luchando con el infinito eterno.
La carne en círculo vicioso
quebrando las alas del espíritu


Castilla,
teoría del sueño
fronda perdida.
Hojas del cauce seco
estío miserable.
Pasa la alondra llorando
sobre el cisne…
chapotas en el agua turbia.
Ranas de San Antonio,
agujitas para la rifa del santo.
Pinchan  laten novias desnudas
a precio de oraciones.
Misteriosos ojos se persignan.
Cal tibia de las paredes blancas;
cal salitre, sed mordiente…
Las venas curva de escapulario.
Las venas llevan sangre
de ninfas en los campanarios.



Mañana tibia
adornada con el oro
del otoño.
Árboles marchitos
Juegos sencillos del recuerdo
renovándose.
El camino sembrándose
de muertes pequeñitas,
pero muertes…
quejidos susurrantes
que se  lleva el viento.

Galas de un año adormecido
como el círculo de la vida.



Pasó el hombre de la lanza
que confundió con cuernos
nuestros dientes.

Del robledal venía
de alancear los árboles.
Ha bebido en la tierra
murmullos del viento,
y encontrado en los robles
el silencio.



Me das miedo, cielo blanco
porque esta noche es triste
…carnaval de luces fundido
en los ojos de los hombres
acosados de silencio.
Piedras grises…
si pusiera un nardo
a vuestra altura
bajaría un mundo a mi esencia.

Encontrarse el juego de las sombras
abrigando nuestro adiós desesperado.


Nota.:
Javier Martínez Palacio, Castellano Interno, Orión, Madrid, 1963. Este poemario  de juventud transmitía nuestras sensaciones  en aquellos tiempos de silencio

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miércoles, 4 de febrero de 2015


Romería.  (y 6.Poema final)



Yo, amado muerto


Así estoy, de la sombra cero
del mañana, del inquieto iris
de tus pasos, lunas viertehondo
en mis ojos blandos. Seguimiento.
Y a esas mis penas luciérnagas,
cruda estela y muda en celo,
voy y vengo entre asiento y espantada.
Así soy, amado muerto
con la pálida mortaja del silencio.

Así iba por mis noches hondas,
péndulo de venas y de ácidas
sonrisas, de penas rompeolas
en el mar de ti muerto en mis orillas
por vivo en la distancia.
Allí tú por el jardín de un día
y donde tú, para mí coger la sombra,
y donde yo, la sombra madre cubriéndome
de añil hábito en silencio muerto.
Así por el recodo aparecías
para cerner mis sueños y dejar mostaza de lamentos.

Así, en acontecimiento de Adán, Eva y la costilla;
así van las plegarias de esta romería
de cansados solos abastos de soledad,
cuadrando los caminos al violín de invierno
al útero de la eternidad desconocida
al útero cirial del horizonte en remolino.
Caballos amarillos  pastan consejas de girasoles,
faunos, pavos reales en la alcancía de nubes,
los cuervos mordiendo el corazón en hoyo;
corazón de retama y tomillo por los aquelarres,
corazón de ciervo adelgazando su galope,
corazón de ala y de serpiente, palmar de espuma,

así tú, amante muerto, estupor de lunas.
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