domingo, 24 de agosto de 2014


Romería. Amado muerto (4)


lamento

Ven estrella mía
toma mi abandono,
vivir es acidez
que no soporto.
Llévame
donde los hombres
sueñan en paz
por las noches,
donde las palabras mudas,
el sentir hondo;
donde la soledad comulgue
penas de todos
y venga el morir en caricia,
tal como un soplo.
Ven al redondel
de las almas de piedra.
Ven a arrullar
a los hombres que lamentan
haber existido
cuando el amor los deja.


tu olvido

…y me duele que al susurrar adiós
no lo hayas dicho.
Con tu olvido,
con mi olvido impaciente
de huir, infierno minutario
de pasar, viento a deshora
por un gajo de ternura
en mi ir mondanaranjas…
¡Y  se va de suave
y  se lleva el oleaje de ayer,
 golpeando los oídos, las carnes…
chivillos todos
cuantos escucharon el mareado
contar de amor nuestras pausas!
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jueves, 24 de julio de 2014


EL MECHERO DE PICASSO


Estudiando Derecho en la Complutense --posiblemente el año del llamado golpe de Facultad por el que desalojamos al SEU[i] de la delegación de estudiantes aunque tardaron poco en volver a ocuparla-- protagonizamos repentes como inaugurar una hemeroteca con algunos periódicos europeos avanzados o bien –y de eso me encargue yo- el establecimiento de relaciones con otras delegaciones de Derecho europeas sin que prosperara de proyecto ante el desconocimiento de idiomas que nos caracterizaba entonces. De ingenuidad andábamos sobrados, pero tampoco nada arredraba a los amigos que apoyábamos a José Luis Mendívil Laborde.

No recuerdo quién tuvo la idea de montar una exposición de dibujos de Picasso y se hizo. La estancia elegida no era precisamente grande, pero sus paredes acogieron una veintena de auténticos dibujos de Picasso que atrajeron como un imán gustasen o no, lo mismo que su autor. Ocurría en el año sesenta o sesenta y uno del siglo pasado. El admirable  D. Juan Antonio Gaya Nuño hizo la presentación destacando que los dibujos de centauros y faunos persiguiendo ninfas los hizo Picasso justo después de la liberación de París en la IIª Guerra Mundial y, en ellos, el pintor expresaba su alegría por el acontecimiento y la libertad recobrada.

Íbamos de dibujo en dibujo cuando una estudiante se detuvo ante uno y comentó:

--Esto vale porque lo ha hecho Picasso, pero lo puedo hacer yo igual y no valdría nada.

Juan Antonio Gaya escuchó el comentario y acercándose a nuestra compañera dijo:

--No, señorita, usted seguro que no lo haría igual. Fíjese bien y observe que el dibujo de ese centauro es una línea continua, sin que la mano del artista se haya alzado jamás, ni siquiera cuando la línea se curva. El artista auténtico puede hacerlo, nosotros no. Le contaré una anécdota por si no me he explicado bien. Cuando el pintor Viola estaba exiliado  en París tuvo problemas para subsistir y buscando trabajo consiguió que un editor le encargara dibujos de algunos animales. Viola no sabía pintarlos y afligido fue a ver a Picasso quien le dijo, “No te preocupes. Te los hago yo”. Viola se fue con los dibujos al editor quien al verlos exclamó: “Están pero que muy bien, pero me los trae a lápiz y yo los necesito en tinta para la imprenta”. Regresó Viola a la casa de Picasso quien al oírle contestó: “No pasa nada, hombre. Te los hago de nuevo”, y así hizo. Al salir de la casa del maestro, a Viola se le ocurrió superponer los dibujos primeros y los segundos pasmándose al observar que coincidían en trazos y líneas, cuando Picasso no había vuelto a mirar los realizados a lápiz. El artista verdadero tiene las ideas, las formas y los volúmenes en la cabeza, improvise o no; lo que plasma son concepciones, nunca artesanías o imitaciones simples de nada. Y nosotros  tampoco podríamos imitarles.

Se me quedó grabada aquella lección simple del Sr. Gaya Nuño y la he recordado durante mi vida sirviéndome muchas veces para discernir el talento auténtico del falso o de la imitación  en el arte sea en pintura o en la literatura.

Leyendo estos días el libro excelente que Camilo Jose Cela Conde escribió sobre su padre, me interesó la anécdota de una visita a Picasso en la que Cela le proporcionó fuego con un encendedor de oro y laca negra provocando la admiración del pintor: “¡Qué tío, vaya mechero tienes! ¡Siempre ha habido pobres y ricos!” y le mareó tanto con lo del mechero que Cela, admirador manifiesto del artista malagueño, se sintió obligado a regalárselo. Antes de irse, Jacqueline –la última mujer de Picasso- le entregó un paquete pequeño que contenía un mechero nada pretencioso y Cela Conde prosigue: “Pero en él Picasso había grabado con un punzón el hermosísimo dibujo del centauro y la ninfa. CJC se quedó boquiabierto”.

Llegado Cela padre a Mallorca quiso pasar el grabado de Picasso a un mural de su casa de La Bonanova mediante la colaboración de dos amigos uno de los cuales reprodujo las líneas del grabado con el mayor cuidado. Cela Conde comenta: “Creo que es una buena muestra de la valía del arte de Picasso el que un cambio tan drástico de las proporciones, desde el pequeño mechero al enorme mural, no haya afectado en absoluto la fuerza y la composición de la escena: permanecen intactas[ii]. Del mural hay una foto que algo enseña en el libro de Cela Conde, pero me habría gustado ver otra del grabado que Picasso punzó en el modesto encendedor que regaló a su padre.






NOTAS.:
[i]  SEU, sindicato español universitario, único y de carácter gubernamental durante los años en que mandaba Franco.

[ii]  Camilo José Cela Conde, Cela. Mi padre, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 1989, pp. 182/183.

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lunes, 7 de julio de 2014



MONCLOA (Una mujer hace historia)
Una novela política de Germán Gullón

Excelente novela que podría parecer sospechosa –la portada exhibe los colores de la bandera de España, los mismos de los Episodios de Galdós que amula--,  aunque atrapa cuando los lectores perciben que el subtítulo, “Una mujer hace historia”, alberga reprobaciones y premoniciones prendidas a un estilo siempre bienvenido,  pues, como se dice en el breve epílogo del libro: ”Este volumen, que parodia la vida política española, pretende llegar a los lectores que sepan apreciar su humor e intención”.

Nuestra novela política moderna nació con La Fontana de Oro de Galdós, se fortaleció en El audaz, algunos de los Episodios, Doña Perfecta y otras  novelas contemporáneas del canario.  Juan Ignacio Ferreras señaló que también cultivaban la novela del dualismo sociopolítico de entonces escritores como Wenceslao Aiguals de Izco, Ceferino Tresserra, Alfonso Torres de Castilla hasta llegar a Blasco Ibáñez (1).  Antes de la Guerra Civil destacaron José Díaz Fernández, Joaquín Arderius, César Arconada  y Luis Araquistain… En los años franquistas siempre se mentó a los realistas de la postguerra y a los autores de la novela social, relegándose a Antonio Ferres, Armando López Salinas y Juan Eduardo Zúñiga, cultivadores de una novela muchas veces clandestina que fue perseguida por considerarse muy peligrosa.

Germán Gullón es un renombrado profesor de literatura y crítico literario --uno de los mejores galdosianos del momento--, también autor de cuentos y relatos sorprendentes,  que decidió hace poco cultivar la novela política sirviéndose de una prosa que combina documentación, naturalidad, acidez, ironía y humor. Primero noveló el acoso  que los grandes grupos financieros del Norte ejercían sobre la economía de España y otros países del sur europeo en  La codicia de Guillermo de Orange (2) y, ahora, ha deshollinado nuestra realidad política en Moncloa (3), construyendo una utopía donde una mujer, mediando la Corona, alcanza la presidencia del gobierno. Germán Gullón ha escuchado los lemas y gritos de nuestras plazas y calles, a los políticos y tertulianos, leído la prensa y también la consigna de que necesitamos una novela más combativa,  y se ha puesto a la tarea con el genio y el  ingenio que emergen de sus muchas virtudes literarias.

La maragata María José Benavides, casada y madre de hijos pequeños, es la líder del Partido Ciudadanos Independientes (PCI). Mujer de 41 años,  morena de figura grácil, trato agradable  y carácter firme, trabaja como profesora de inglés en la universidad.  También es diputada y acostumbra saludar a la estatua de Miguel de Cervantes que preside la Plaza del Congreso cada vez que entra o sale del mismo. Para el jefe del partido de las derechas, (PD), es “una mindundi de las ligas juveniles”, Iñaki Zulaika futuro camarada de Pepa, piensa que “hay una leona más en el Congreso de los Diputados”. La derechona Francisca Bello tampoco tarda en descubrir que Pepa “Tiene la espina dorsal derecha”. Sin embargo, el partido que Pepa preside está formado por escasos afiliados, un filósofo, un novelista y un par de intelectuales… 

Aunque los compañeros creen que su líder tiene una oportunidad única para cambiar el panorama de la política nacional, el realismo de Pepa Benavides asume  que sus posibilidades se limitan a poner puntos sobre las íes defendiendo determinados objetivos como el apoyo a las energías renovables, el mantenimiento de las becas Erasmus y la importancia de sostener la inversión I+D. Después de un viaje a Holanda tiene claro que la economía no debe acaparar el discurso político y sus  camaradas tratarán de convencerla de que debe ir hacia adelante y  liderar una Segunda Transición.

La proximidad de unas elecciones generales vale para fotografiar a los partidos políticos, los que se han repartido el poder hasta ahora --el citado PD y el partido socialista o PS que está a punto de dejar la presidencia del gobierno--, nacionalistas e izquierdistas. Germán Gullón ofrece un tapiz de enredos, personajes que parecen socías de algunos de la realidad aunque lucen como arquetipos paródicos, diestros en procedimientos basados en la artimaña, el falso halago, los apaños  y el enredo corruptivo. El retrato que hace de la política española es tal cual, no hay más concesiones que las que permite un humor  acidulado, sazonado con  las imágenes pizpiretas, vivarachas, corvas o volatineras de la parodia, por ejemplo,  cuando un periodista piensa que José Manuel Malo, Presidente del Congreso “tiene mucha experiencia parlamentaria. Pone el piloto automático y a jugar con el iPad”. Al presentar la novela el narrador escribe: “Confieso que he prestado de la guardarropía de la Historia contemporánea unos maniquís o figuras de cera, según prefieran, a quienes la imaginación del autor cubrió de carne y hueso de ficción”. Se añadirá que hay intención política, pero con propósito ético-político

Junto a los líderes están los camaradas principales. Por un lado Iñaki Zulaika --considerado un talento natural para los números--, el hacker Pepe Paredes, jefe de la campaña electoral del PCI y Jaime Noriega, marido de Pepa. Paredes procede de La codicia de Guillermo de Orange, la novela anterior de Gullón, al igual que Ellen Visser y otros personajes importantes del grupo holandés que, en Moncloa tienen un papel de apoyo episódico o esporádico. El préstamo sirve para enlazar las dos novelas presumiéndose una tercera porque Moncloa concluye como novela abierta, sin que sepamos lo que sucederá después del triunfo de Pepa Benavides.

En el otro lado figuran el cesante presidente del gobierno, el socialista  Pablo Bernesga, con faz de “buenísimo franciscano”, personaje de sonrisa beatífica sobre todo cuando piensa que los vientos soplan a su favor. Al conservador Xosé Manuel del Castillo se le caracteriza como “un hombre grande de ojos azul oscuro y de piel blanca de celta”. La verdad es que ambos líderes figuran y representan más que hacen por lo que destacan sus segundas o terceras  espadas, muy especialmente si son mujeres como Francisca Bello. Pienso que Germán Gullón asume que el siglo XXI es el de la mujer.

Tampoco extraña que Gullón torciera su andadura hacia la novela política sin que se perdieran por el camino algunas de las características peculiares de su prosa. El humor abunda en las opiniones del propio narrador, se convierte en socarronería al describir situaciones y muchas veces surge con chispa y ocurrencias en los abundantes diálogos  de marcado perfil cinematográfico que aceleran el ritmo del acontecer como sucede en films tan diferentes como Caballero sin espada (1939) de Frank Capra interpretada por James Stewart  o El político (1949) de Robert Rossen representado por Broderick Crawford y sin que este parecer mío suponga que Gullón los tuviera en cuenta.

Peio H. Riaño escribió hace dos años que desde Juan García Hortelano no ha aparecido una  novela política que merezca tal título por falta de compromiso para proclamar la verdad de la situación real del país. Al menos Germán Gullón figura entre los que han roto el  paréntesis y con una buena disposición: la importancia que da a las palabras y a las imágenes. Como comenta Rafael Chirbes --y cito del artículo de Riaño-- cualquier texto es una mirada sobre su época: "El lenguaje, las palabras son como las personas frutos de su tiempo y, en cada época, pelean por imponerse unas sobre otras. Decir libertad, amnistía y estatuto de autonomía era dinamita en una época, te convertía en delincuente. Hoy te llevan al Parlamento".(4)

Moncloa es una novela valiente donde el texto, reitero, va envuelto de ironía y humor, características que apoyan el compromiso ético-político que el autor se marcó al escribir una utopía nada desdeñable donde también se tritura la maleza que ahoga a nuestro país. Como recuerda la Miss Marple de Agatha Christie actuando  En el hotel Bertram: “Cuando un jardín se llena de malas hierbas no hay más remedio que arrancarlas todas de raíz”.
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NOTAS.:
1.- Juan Ignacio Ferreras, La novela española en el siglo XIX (hasta 1868), Taurus, Madrid, 1987, pp. 70/71.

2.- Germán Gullón, La codicia de Guillermo de Orange, Destino, Barcelona, 2013. Esta novela fue comentada en la entrada a este blog titulada “De la novela Babbitt a La codicia de Guillermo de Orange” (23/04/2013).

3.- Germán Gullón, MONCLOA. Una mujer hace historia, ViveLibro, Madrid, 2014

4.- Peio H. Riaño “La novela política entre las palabras y las ideas”, Público.Es, 13/3/2011. Se puede leer en Google.

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domingo, 15 de junio de 2014



Romería. Amado muerto (3)
                                                        ¡Viajan las lugares a las horas
propicias!   -  J. R. Jiménez


…y viajas en mí, en mis ideas
en mis pensamientos de árbol estrella,
cola de eternidad para hombre solo.
Puedes frustrar el sueño en camino,
olvidar mi amor con las horas,
desvanecer la primera caricia
de tus manos imprevistas,
de tus labios compañía.
Fuimos porqués diferentes
de rosas en diferentes bocas.

Así nos vio Arlequín Mirar de Lirio,
temblar entre las palomas del éter lúbrico
confundido por  nuestro abrazo en sonda.
Era la hora propicia del beso
donde las almas, sien a sien,
mejilla a mejilla, mondan sus secretos.
Era la prisa de eternidad,
la rúbrica del paso por la vida.



amarga

Y nos pusimos las máscaras del olvido para bailar con las máscaras del mundo, mis amigas confraternas, tus espuelas del silencio, nuestros encuentros de hontanar en esta romería donde las almas discurren vagabundas unas de otras, huyendo de saber que el amor sólo tiene cobijo entre las piedras.

Las máscaras danzan
tienen arrugas
son misterio;
las máscaras sufren,
son impotentes,
son gesto
marcado, máscara
de nacimiento
de enamorado,
máscara de un gesto
Impuesto
en laberinto
de máscaras amargas,
bufas,
trágicas.

Amarga esta máscara mía. Amarga este dolor de libertad. Amarga esta soledad en abandono. Amarga este destino de máscara impuesto, ese perfil, este proyecto de hombre que hicieron las estrellas como un juego. Cuando vino la estación del amor, tuve ilusión de quebrar el sortilegio. Eras tú el abrir mi mundo interno, mi Dadá de rosas, de pájaros,  de nubes;  eras todo eso que quería contemplar a rostro abierto y gozar con lágrimas de alegría y de risas como brotes de un sueño en niño. Eras ser cepa de vida. Y todo en resurrección merecía vivirse.  El hombre saldría de la cárcel del alma, porque los pájaros de mi reja estaban en ti y la nostalgia vagabunda en tus manos; a tus manos iba para que arrancaras el número de mi máscara, porque ya era para seguir siendo.


Las máscaras danzan en el arroyo,
beben vino.
Las máscaras se aman en los sembrados,
salpican
arrugas de barro, máscaras enternecidas,
y marchan.
Las máscaras huyen en desconcierto de risas.
Los sembrados,
vacíos y empapelados de cintas caprichosas
de carnaval,
misteriosas serpientes…  como recuerdos…
como recuerdos…


Con la máscara del olvido puesta atezo mis ponientes y mis sombras donde posen. Con mi máscara voy y encanto las musarañas y las lloronas  damas junto al inmortal río, y hundo mi hocico en tales almas y lengüeteo los gusanos calaveras en tan grata compañía de mi alivio.


Amarga, amarga saber
lo imposible,
amarga  morir en sueños
Amarga.
Amarga esta soledad
de margaritas
en mis manos amargas;
tiemblan
sabiéndose nada
--color, forma—
estructura de un cero,
máscaras.


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sábado, 24 de mayo de 2014



BAROJA, CORRESPONDENCIA
CON S. J. ARBÒ


Quaderns de l’Ebre[i] es una revista de agradable presentación que coordina mi amigo el profesor e historiador Roc Salvadó al objeto de demostrar que muchos docentes de la educación secundaria, además de preparar sus clases, investigan en pro de la educación, la ciencia y la cultura y difunden sus hallazgos por medio de trabajos y publicaciones.

En su nº 3 la revista incluye un artículo del profesor de literatura Pep Carcellé titulado “Correspondència personal entre Sebastià Juan Arbó i Pío Baroja” –ilustrado con fotocopias  de las  cartas que cita—y que ha suscitado mi interés porque el profesor va más allá de comentar la relación cordial que se desprende de las cartas que ambos novelistas intercambiaron entre enero y agosto de 1948,  correspondencia que se conserva en el Archivo Municipal del Ayuntamiento de San Carlos de la Rápita.

El Prof. Carcellé recuerda que la relación epistolar se inició quince años antes de que  Arbò publicara Pío Baroja y su tiempo en 1953 y,  para entonces,  el escritor de La Rápita  había adquirido una aureola personal y literaria al ganar el Premio Nadal de 1948 con su novela Sobre las piedras grises. Arbò se mostraba en sus cartas como un lector entusiasta de Pío Baroja y crítico convencido del valor de su obra, mientras las misivas de Baroja, asegura Carcellé, también destacaban  por “retratar enèrgicamente el nivell cultural d’un país decadent i sincerar-se a nivell personal”.

La única carta enviada a Baroja  --de la que se conserva un borrador en papel membretado del Ateneo barcelonés--  iba acompañada de un ejemplar de El mayorazgo de Labraz  para que don Pío se  lo dedicara por ser la novela preferida del rapitense y añadía su novela Caminos de la noche. En la carta, Arbò decía que preferiría --si le quedaba ánimo de leer, podía hacerlo y tenía  tiempo-- que leyese Tierras del Ebro, obra anterior de la que “si Dios quiere y la censura” lo permite, pensaba hacer una edición definitiva que le remitiría cuando eso ocurriera.

Baroja le contestó el 15 de febrero de 1948 –veintiún días después-- diciendo que leyó la novela aunque no como hubiese querido porque se encontraba muy mal de salud. Tenía 76 años y como estima correctamente Carcellé, esa edad era la propia de un viejo en aquellos años y más si la salud estaba afectada. Pese a todo, Baroja comentó  que la novela de Arbò era  regional o rural y estaba bien; destacaba su carácter elegante que le proporcionaba un halo de “lentejuela” y pensaba que leída en catalán probablemente estaría mejor que en castellano, lo que de algún modo considero un estimable parecer barojiano sobre el tema de si la calidad de una obra literaria depende de estar escrita en la lengua materna del autor.

Baroja escribió de nuevo a Arbò el 9 de julio del mismo año para agradecer el ejemplar prometido y recibido  de la edición definitiva de Tierras del Ebro que le complacía página por página más que la anterior y lamenta que el trabajo de oficina impidiera a Arbò dedicarse a la literatura plenamente. Carcellé recalca otro aspecto de la carta de Baroja: su denuncia de la indigencia cultural de un país donde casi nadie leía y del menoscabo económico que atravesaban sus escritores. Baroja aducía que ningún libro publicado en España entonces vendía más de mil ejemplares lo que no daba a su autor para vivir. Carcellé cita estas palabras de Baroja: “Yo al menos no me las he arreglado más que prescindiendo de muchas cosas. Ahora pasados los sesenta años puedo vivir de lo que he escrito en una casa que vivir no es vivir como diría algún jugador de palabras”.

Carcellé dice que a finales de 1950 Arbò pronunciaría una conferencia sobre Pío Baroja en el Ateneo de Madrid a la que Cela asistió y  que la estancia en la Capital serviría para conocer personalmente al vasco.

Una curiosidad que proporciona la lectura de este trabajo del profesor Carcellé pleno de aportaciones interesantísimas. En agosto de 1949 Baroja responde a Arbò en otra carta presagiando el calentamiento climático que ahora padecemos. Se quejaba amargamente del calor “tórrido” que vivía en Madrid similar al “espantoso” que su sobrino –Carcellé supone que se refería a Julio Caro—había experimentado en la capital francesa. Tales horrores llevaron a  Baroja a escribir: “Este planeta se está poniendo inhabitable”.




[i] Pep Carcellé, “Correspondència personal entre Sebastià Juan Arbó i Pío Baroja”, Quaderns de l’Ebre (Revista d’educació, ciencia i cultura), núm. 3, Tortosa, 2014, pp. 16-28. Revista patrocinada por el Intitut Cristòfol Despuig de Tortosa,  la Escola Conservatori de Música de Tortosa y la Diputació de Tarragona. Se puede leer en Google pulsando en  mediateca de l'Institut Cristòfol Despuig

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viernes, 9 de mayo de 2014



Romería (2)

mimo

Y el barquito azul
 dio el sí,  cuando el mar ceniciento
durmió al barquero


sonrisa navegante

Has sido patito en el rincón,
sonrisa navegante
para mi cuerpo niño de cristal y rayo.
Ven con otro beso a mi granada abierta
y  voy con las palmas hojaldradas de luz
y  los ojos de raso cardenal a santiguarte.
Sonrisa navegante,
¿dónde posas por tu azurar naranja la espuma
que me siento ola desnuda de cresta y playa?
Pero eres mi sonrisa navegante”,
y soy, como soy, cabriola de lirios
heridos por el arpón de tu prisa blanda.


amar y dar

Cuan bello renunciar cuando el amor nos colma.
Ser y dar en integridad de única respuesta, dar y amar,
que hoy la naturaleza nos redondea y exalta.
(Amar y dar desde el mismo ser
aún cuando escriban en el cielo
logaritmos y destierros
y deba morir a plazo de estrellas
y de luna en sortilegio.)
Pondrán fin  a la estación insólita del hombre,
nos tenderán a viento y fuego,
pero habremos sido,
 ¡habré sido colmado por el amor!

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miércoles, 30 de abril de 2014


Romería


búsqueda

Tejerá risueña… Y espera
¿Hallaré la ermita
si las estrellas dormidas…?
¿Quién será el romero?
¿Seré yo,  o el sueño
de un pasar  en romería?
Esa fuerza ciega me conduce
me seduce  esa pena incierta
que me lleva a dudar de la jornada.
Las piedras no agostan el camino,
las razones hacen tropezar el alma.
¿Quién será la romera
que alivie  caminar
por mis desvelos?
¿Quién me apaciguará
si mis dudas, hueras
son, en un sueño?
Soñar el peregrinar,
es soñar el caminar
de los cuatro vientos.
Quizás un soplo
fundido somos.
Quizás una pena
de Dios. El, Solo,
como solo el hombre espera.


Sonambulía

…crecen tus ojos, niña pura;
crecen y me dejan ciego….
¡tan cerca velan de los míos!
Mis dedos son relámpagos
y desnudan las tinieblas.
Ya tengo tu beso, niña,
ya tengo tu sueño.
La noche vela blanca
brújula, destino…
relicario luminoso de la dicha

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domingo, 20 de abril de 2014



 CAMILO JOSÉ CELA EN AUSTIN, TEXAS[i]

En la primavera de 1964 Camilo Jose Cela llegó a Austin invitado por la Universidad de Texas. Le esperaban Ricardo Gullón, Ramón Martínez López y Miguel Enguídanos entre otros amigos. Quiso reponerse de las excitaciones del vuelo en la cafetería del aeropuerto; Cela hablaba poco si no tenía delante un café aunque fuese chirle. Contó que habían aterrizado imprevistamente en Waco y, sin que el avión detuviera los motores y contra todas las leyes de la aviación, las azafatas abrieron una de las compuertas de salida permitiendo que una pasajera bellísima de atuendo tejano saltara sobre un caballo montándole a horcajadas mientras el nutrido y vociferante grupo que la esperaba disparaba sus revólveres al aire. Se trataba, ni más ni menos, del recibiendo local a Miss Texas. Cela no se había percatado de la compañía de aquella viajera, pero esas cosas pasaban viajando en  los bimotores lentos, pero estruendosos y apestando a gasolina de la Trans Texas Airways, la compañía que, entre nosotros bromeábamos como Azar del Aire. No sabríamos decir si lo sucedido ocurrió o fue un invento del escritor.

En Austin, Cela debía celebrar una reunión con los estudiantes graduados y pronunciar una conferencia. La reunión tuvo lugar en Batts Hall, el edificio del Departamento de lenguas Románicas también llamado de los murciélagos porque solíamos usar chaqueta y corbata, prendas inusitadas para el calor de Texas. Cela no se sintió a gusto ante aquella elite de los graduados tan serios y pertrechados de preguntas sofisticadas, pues, asumían que la literatura no guardaba secretos para un escritor de la grandeza del gallego. Un incidente ilustrará del calibre de  las preguntas  y cómo Cela se defendió del acoso. La señora Zimic, nieta del laureado poeta Robert Frost, le preguntó a Cela qué pensaba de la influencia de Simone de Beauvoir en Jean Paul Sartre a lo que Cela, a ceño fruncido y desafiante, contestó: “Señora, yo no  me meto en cuestiones personales”.

A Cela le iba ir de romería por los cafés, la tertulia amistosa, los paseos breves por el campus universitario o por Guadalupe Street y sólo la visita a la casa-museo de O ‘Henry –que en un principio quiso evitar-- pareció ensimismarle. Lo demás no parecía interesarle; prefería el paisaje humano y su fauna.

Justo en aquellos días se celebraba alguna de las numerosas  fiestas nacionales de Argentina.  Una  profesora brasileña muy femenina que tendía a celebrarlo todo, organizó un cóctel para conmemorarla. A Cela le estomagaba que se le considerara invitado de honor, departir a pie firme con un martini o una margarita en las manos y beberla a sorbitos mientras se hablaba de las bondades del tiempo y simplezas semejantes; pensaba que la función sería otra de festejarse genuinamente al país de los gauchos. Así que el descubrir el jardín de la casa, un velador y unas cuantas silla alrededor, arrastró a los pocos jóvenes que allí estábamos y montó lo que bautizó como El orfeón de la Asunción, lamentando que el ron y no el vino inspirase el repertorio.

Mientras en el interior de la casa la conversa seguía de etiqueta y el gramófono enlazaba nostalgias del pericón con las chichipendeiras o la bossa-nova, los del jardín íbamos de Santurce a Extremadura pasando por Asturias sin movernos de las sillas bajo uno de esos maravillosos ocasos de Texas. Durante un rato dejamos el cante e hicimos charla. A un compañero se le ocurrió preguntar a Cela sobre el tremendismo. Si no fuese porque estábamos de copas habría contestado muy molesto, pero Cela se limitó a decir que era un invento de los sacristanes de la crítica. Recordó una fiesta bien distinta a la nuestra en Barcelona, “de esas donde no se celebra nada y casi terminan en orgía”, dijo. Tenía sentada sobre sus rodillas a una cincuentena ligerita de ropa quien, en medio de vaivenes de lirio marchito, le espetó: “Hoy hace catorce años que mi único hijo se mató en un accidente de automóvil”. Y entonces Cela preguntó a mi compañero: “¿Cómo cuento yo eso en una novela? ¿Y me pregunta sobre el tremendismo? Hay que echar  agua a la vida para hacer literatura” Decidimos no ponernos serios y regresar al orfeón cantando el picante kyrie que le habían enseñado en Venezuela cuando fue para escribir el encargo de La catira  ”…con el kyrie, que kirie que kirie / con el kirie que kirie eleison / si me das con el dóminus vobis / yo te doy con el dominus tecum…”. Como si fuera una llamada de trompeta,  los de la fiesta vinieron en tropel al jardín con la intención de sumarse al jolgorio, pero fue entonces cuando Cela dio por terminado su papel en la fiesta.

De la conferencia no recuerdo casi nada. Alguna alusión a un abad trabucaire y excomulgador, alguna incursión escatológica por la intrahistoria de España. Lo que si recuerdo es su tono de voz, impresionante, su famosa ceja enguadañándose sobre la montura de las gafas  y a aquellas señoras encopetadas y estupefactas que se iban hundiendo en sus asientos como si estuviesen frente al mismo diablo u horrorizadas escuchando las trompetería pregonera del Juicio Final. El actor estuvo maravilloso y la ovación de gala. Era el Cela que querían ver, el tremendo Cela ejerciendo de español.

Pero al entrar en el avión de vuelta, Cela ya no era tan impotente. Dijo que se sentía como un niño asustado. Y Miguel Enguídanos se encargó de que las azafatas le tomaran a su cuidado. Abandonaba Texas y volaría  al Este, de universidad en universidad, continuando  un viaje que empezó en Madrid, cuando su esposa le llevó las alforjas y un bocadillo  al avión de Iberia, un viaje que contaría a su manera en Papeles de Son Armadans.

Pasó un tiempo. Varias universidades norteamericanas solicitarían el Nobel para Cela y, entre sus razones, alegaban “el protagonismo del hombre en una obra donde el individuo lucha contra un entorno hostil o indiferente” y también “que Camilo José Cela ha definido la novela como la sombra del hombre”. Es muy posible que los americanos le entendieran mejor o más atinadamente que nosotros. Otro tanto sucedió antes con Juan Ramón Jiménez.

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NOTA.:
[i] Actualización de mi artículo “Una estancia de Camilo José Cela en Tejas”, Diario Español de Tarragona, Año XLIV, nº 13.219, 24 de febrero de 1982, pág. 24.