sábado, 5 de marzo de 2016



FRANCISCO AYALA:  EL RAPTO[i]


Con la intención de participar en un congreso sobre el desarrollo económico-social de Latinoamérica, el autor va a Alemania. Un viaje por tren le propicia  la oportunidad de ponerse en contacto con los españoles que trabajan en ese país, El novelista dibuja a sus interlocutores – presentación hecha a la manera de un reportaje periodístico— y como de una nebulosa salen, más que perfiles humanos, las voces de unos hombres a quienes  se les han caído las vendas y las mordaza que les torturaban en los pueblos y ciudades de España. La introducción sirve de contraste al relato  que sigue, novelita según la definición del autor.

Hacia 1957 o 1958 un hombre que viene de Alemania, llamado Vicente Roca, llega al pueblo donde dice haber nacido. El singular atuendo que porta exacerba la pazguatería del vecindario. Traba amistad con varios jóvenes acomodados y se convierte en el  confidente de Manolo Tejera, quien no tarda en confesarle su pasión por Julita, a su vez pretendida por el mozarrón Fructuoso. Termina Vicente raptando a la joven, abandonándola sin mácula, pero llevándose las joyas y dinero que ella había hurtado a su padre. Manolo y Fructuoso conversan sus cuitas en la paz del campo, hasta que un buen día el primero recibe una carta de Vicente invitándole a reunirse en Alemania con él, al menos, para recuperar las joyas de Julia.

Anécdota mínima, pero sustancial. Ayala sacó el mayor partido posible a  unos personajes que por su vulgaridad podrían habérsele ido con facilidad de la mano. Vicente es, visto por fuera, un vividor;  interiormente, un ser desilusionado, un cínico a resultas. Manolo, el joven fácil de embaucar.  Fructuoso, el hombre de la fuerza ciega y del irraciocinio. Julita, la bella loba, asfixiada en el prosaico ambiente en que vive. La masa de lugareños, un vaivén de  entusiasmo y prejuicios. El campo español es el escenario de la novela. La intención del novelista, a mi entender, fustigar la idea de quienes consideraban que el campo conservaba los  valores morales,  auténticos, de la idiosincrasia española descubriendo el ambiente letal en que se vivía. (Otro relato de Ayala, El mensaje, incluido en La cabeza del cordero, presenta imágenes no muy diferentes, aunque el asunto del relato sea distinto).

Los personajes de El rapto hablan con la ramplonería que corresponde a sus personales tesituras. Y acertó Ayala al reflejarla  pasaje a pasaje, pues, de otra forma no hubiera podido sublimar la realidad literaria al convertirse en trasunto de la realidad histórica. El novelista manejó la prosa  más nerviosa que le conozco; a ella agregó el diálogo de los personajes logrando de ese modo ofrecer un panorama amplio del subconsciente colectivo de los españoles. La narración  recoge también las interpretaciones, juicios, sentencia y “adivinaciones” de Ayala, quien da la impresión  de actuar como si un lector se hubiese encaramado a la trama, uniéndose al coloquio y al enigma. Esa intromisión del autor llega al punto de arrebatar la palabra a los protagonistas, contando por ellos, pero  resultando más chispero y gracioso que la garrulería de aquellos permitiría. Juego peligroso que la maestría técnica de Francisco Ayala resolvió a la perfección porque su voz literaria estaba hecha, en esta ocasión, del tono y los ademanes de los viejos bufones; deja desnudos a los personajes, viola también su farsa, farsa que evoca otra de mayores dimensiones.[ii]





Notas.:

[i] Francisco Ayala, El rapto, La novela popular, núm. 1, Madrid, 1965. Una edición más moderna en Punto de lectura, Madrid, 2005

[ii] Texto corregido. El original de esta reseña, se publicó en la revista  Ínsula, Nº 227, Octubre de 1965, y la misma revista volvió a recogerlo en el homenaje que dedicó a Francisco Ayala  bajo la dirección del Prof. Luis García Montero en Ínsula, Nº 718, Octubre de 2006, pp.20/21. Estudios sobre El rapto más enjundiosos y notables que mi reseña son los de Adrián García Montoro, «El Rapto, Novela Ejemplar», La Torre, revista general de la Universidad de Puerto Rico, octubre-diciembre, 1968 y el de Rosario H. Hiriart, Las alusiones literarias en la obra narrativa de Francisco Ayala, Cap.IIIº “El rapto, reelaboración de un cuento cervantino”, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que se puede leer en Google.
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viernes, 5 de febrero de 2016


PÍO BAROJA: LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE[i],
COMENTARIOS SOBRE SU ÚLTIMA NOVELA

A la memoria de Ricardo Gullón,
en el XXVº aniversario de su muerte


No será la última publicación de Pío Baroja. Miguel Sánchez-Ostiz ha comentado[ii]  que existen más trabajos inéditos, entre ellos Pasada la tormenta,[iii] libro de recuerdos que podría incluirse en las Memorias del vasco.

Entre 1936 y 1938, Pío Baroja acusa la presión de la Guerra Civil sobre su persona y marcha a París en dos ocasiones, ciudad  donde llevará una vida de pobreza auxiliada residiendo en el Colegio Español --gracias a la protección de su director, don Ángel Establier Costa-- y recibiendo algún dinero de La Nación de Buenos Aires por sus colaboraciones. Convertido en un consumado peatón parisién adquiere conocimiento de ciertos barrios y de sus tipos pintorescos, vivencias que se reflejarán en sus escritos.

Muerto Baroja, algunas de sus novelas inéditas se hallaron en un cuaderno gris etiquetado  como Novelas de Guerra (Inéditas) que, según el “Extracto biográfico” de Jorge Campos --recogido en la Guía de Pío Caro Baroja[iv]--, contiene: “Iª Las Saturnales. Madrid revolucionario, 301 folios, fechado Madrid, enero, 1951. IIª Miserias de la guerra, 258 folios. IIIª A la desbandada, 101 folios.” En el citado “Extracto” se apunta  que A la desbandada tuvo anteriormente el título Los caprichos de la suerte.[v] Esta novela sería una continuación de Miserias de la guerra (publicada en 2006), “aunque en todo o en parte hubiese sido escrito antes, durante el exilio parisino de Baroja”  según Sánchez-Ostiz[vi] completando así la trilogía Las saturnales iniciada en 1950 con la publicación de El cantor vagabundo.

José Carlos Mainer comenta en su Notas introductorias que Los caprichos de la suerte es la reescritura de una novela corta, Los caprichos del destino, integrada en la colección de relatos Los enigmáticos (1948) y protagonizada por un auxiliar de universidad viudo, Jesús Martín Elorza, muy vinculado al Juan Elorrio protagonista de la novela larga.

El miedo y el protagonista

Los caprichos de la suerte no es novela de acción, sino de acontecimiento --la Guerra Civil y sus consecuencias-- explicado a través de las imágenes del miedo, el viaje y el exilio. Se han estudiado las relaciones entre el protagonista y el Pío Baroja que se fue a  París --ambos eligieron la huida--, su función como alter ego de Baroja, aspectos muy interesantes sin duda,  pero como nunca el personaje de la realidad es el mismo de la novela, aquí sólo estudiaremos al personaje de la ficción.

La acción comienza en un Madrid otoñal, bombardeado, donde acaban de presentarse las Brigadas Internacionales. La gente tiene un miedo generalizado y, buscando protección,  muchos se disfrazan o pretenden ser otros: “según algunos maliciosos, en ese tiempo la población madrileña sufrió de repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis más o menos auténtica que les obligaba a taparse los ojos. Pero no era una necesidad terapéutica la que obligaba al tratamiento a los supuestos enfermos, sino una necesidad de disimulo y disfraz.” (pp.31/32).

El protagonista también se socorre con el disfraz. En Miserias de la guerra tenía el nombre de Luis Goyena y Elorrio, pero al sobrevenir la revolución de 1936 –llamada por él revolución fracasada “porque no se sabía qué es lo que atacaba y qué es lo que patrocinaba”--  este personaje que también había firmado sus artículos como Juan de Oyarzun “pensó que no le convenía persistir en la actitud  que había mostrado en sus artículos y en su libro y dejó de firmar Oyarzun y comenzó a llamarse Juan Elorrio” (p. 28). La mudanza no concluye ahí, pues, cuando obtiene un salvoconducto será a nombre de Luis García Peña. De manera breve, el personaje principal queda retratado y figura, además, como autor de la novela Los caprichos de la suerte.

Juan Elorrio aparenta veinticuatro o veinticinco años, pero tiene más; de escritor brusco e independiente ha pasado a precavido aunque ahora “prefería pasar como tipo borroso” (p. 30); dos libros suyos aparecieron sin su nombre en la portada y, dando un paso más, abandona su colaboración en La Nación bonaerense “porque había censura y era peligroso mostrarse independiente” (p. 28). Su miedo continúa creciendo y aconseja aumentar el disfraz; como es pelirrojo, se tiñe el pelo de negro y se pone gafas oscuras para salir de Madrid.

El disfraz libera de la angustia y los desequilibrios psíquicos que causan las situaciones que originan miedo,  pero ¿sirve de algo? Cuando Elorrio se refugia en una pensión del Puente de Vallecas conoce a un cómico de la legua, Emilio Muñoz; con él discute sobre la idoneidad de los disfraces y Muñoz, experto en el  tema, afirma  que el verdadero disfraz es muy difícil de lograr. El disfraz no diluye la identidad del personaje; en su personalidad anterior, Elorrio era o pretendía ser independiente en un medio social hostil para esta clase de personas; el miedo y el deseo de recuperar esa independencia le persuaden de ir a Valencia y luego al extranjero.

Juan Elorrio resulta un personaje gris, un escritor difuminado, distinto aunque no muy distante de la figura del intelectual que protagoniza novelas del existencialismo francés de la época en que Los caprichos de la suerte fue escrita. La función  de Elorrio consiste en relatar cuanto ve y transmitir pensamientos que a veces se nos figuran de Baroja, pero que no tienen por qué pertenecer al vasco.

El conocimiento, pero la falta de compromiso, pergeñan la personalidad del protagonista reflejándose en la opinión de Gloria: “a mí no me gustan los hombres talentudos y serios” (p. 96); añade que Elorrio atrae la mala suerte, que es gafe y lo define como pajaritero. Julia, sin embargo,  piensa que “es un hombre de talento claro y que no dice las cosas por decir, sino porque las sabe y se entera. Yo me entendería con él” (p. 97) aunque no se tengan cariño.

Viviendo en París, Elorrio dirá que hace “una vida de forzado”; trabaja, va al hotel Palais Royal para charlar con Escalante y las amigas, come en algún fonducho y regresa para trabajar en casa. Amistades, pocas. Al final de la novela, Elorrio se considera un hombre sin suerte ni fortuna; las buscó, pero jamás las tuvo a su alcance. Afirma que la mediocridad “ha sido mi perspectiva. Cuando se tiene ese destino de vivir en el mundo de los mediocres, no hay manera de vencerlo, haga uno los esfuerzos que quiera.”(p. 213). Para colmo, la débil historia de amor empezada en una noche abrasadora concluye con una balada en cuartetas de pésimo gusto donde Elorrio se burla de sí mismo y de su destino.

Juan Elorrio no es uno de los protagonistas barojianos que seducen, sin embargo, es un retrato cabal del hombre falto de compromiso que, aun dedicándose a las letras,  sólo cela por existir; resulta un personaje bastante nuevo en la novelística barojiana donde abundan los hombres de acción.

El viaje a Valencia

La imagen del viaje surge cuando Elorrio y Muñoz[vii] abandonan Madrid. El viaje no es comparable al emprendido en su día por el protagonista de Camino de perfección (1902) porque se trata de una huida, sin embargo, la experiencia obtenida por Baroja sirvió después; a Baroja le socorre el oficio, constituyendo el viaje a Valencia  un conjunto de viñetas agavilladas mediante cordeles impresionistas para estimular la lectura.

El viaje muestra que la guerra se sufre también  fuera de Madrid y ello no apaciguará el temor original de los viajeros. Los pueblos que Elorrio y Muñoz recorren, incluso grandes como Tarancón, están rodeados de cuevas en las que vive gente en la miseria. Son tiempos en que la circunstancia de la guerra obliga a expresarse poco: “La conversación de todos era suspicaz. Sin duda se desconfiaba del prójimo” (p. 43), así sucede con las personas que los viajeros encuentran. La atmósfera espacial también espeja el miedo: “Las puestas de sol, en aquel campo castellano desierto y árido, en medio del más absoluto silencio, imponía terror en el espíritu de los viajeros” (p. 37). A Muñoz le turba hasta la presencia de un lagarto verde. También está en los reflectores que barren el paisaje nocturno que los viajeros cruzan. Reaparece en Cuenca cuando Elorrio sale a pasear y siente la resonancia de sus propios pasos, el ladrido de los perros, el chirrido de las lechuzas agoreras, “el canto lúgubre de los búhos que parecían enloquecidos por el odio y la  cólera” (p.47). La pluma impresionista de Baroja resplandece.

Pero hay más cosas en el texto. Baroja, intercala en la narración poemas del mismo Elorrio, estrofas de canciones más o menos conocidas y ya en tierras valencianas, himnos y canciones de la guerra. David Bary en su magnífico trabajo “El cancionero de Baroja”  puso de manifiesto que todo este conjunto de canciones “se encuentran en este curiosísimo cancionero que forman las obras de Pío Baroja”  no por cualquier motivo, sino porque las cancioncillas unas veces forman parte de la intriga, otras revelan el estado anímico del personaje o bien le caracterizan, otras desvelan  las costumbres o la época en que suceden los acontecimientos, es decir, siempre significan algo, como cuando en Valencia se canta La Internacional o la Varsovienka. Dice Bary: “Las escenas en que no pasa “nada”, en que sólo se cantan unas canciones insignificantes, resultan ser escenas en que pasa “algo”. No interrumpen la acción de la novela; “son” la acción. A esto más que a nada se debe el carácter episódico de estas novelas tan nobles, tan amenas, tan poco picarescas.”[viii]

Al llegar a Valencia Elorrio se aloja en el Palace Hotel –refugio de escritores y artistas-- que ahora se llama Casa de la Cultura y está en la calle de la Paz donde se han sufrido muchos bombardeos. No obstante, a Elorrio le preocupa poco lo que ocurre en Valencia, ciudad de crímenes y canalladas; le interesa sólo cuanto sucede en un cuadrilátero de calles alrededor de una checa “Se aseguraba que para amedrentar a los presos se les decía que se les iba a poner una inyección para dejarles ciegos y que esta inyección no era más  que agua teñida de rojo, pero que producía un enorme terror en el detenido” (pp. 59/60).

En el hotel,  Elorrio entabla amistad con Gloria, mujer bella de talante burlón; al entrar en su cuarto en una noche tórrida la halla desnuda. El episodio sexual no se repetirá, pero ambos personajes se dirigirán juntos al exilio en París.

El exilio

A diferencia de lo que suele ocurrir, el tema del exilio no está vinculado al del paraíso perdido en esta novela y la razón es que los exiliados no tienen una España que idealizar. Los personajes no sueñan con volver a casa sino en irse aún más lejos: Elorrio quiere marchar a la Argentina, Abel Escalante a los Estados Unidos, Gloria y Julia emigrarán a Suiza. Los exiliados se fueron de España con una maleta espiritual vacía y encima sienten el desasosiego producido por los recuerdos y las noticias que les llegan a través de conocidos. Por otra  parte, el exilio no satisface. Cuando se pregunta a Elorrio si hay muchos españoles en París contesta que no faltan: “Pero cada uno de ellos tiene un problema, y para todos ellos, de un modo o de otro, la vida les resulta difícil” (p.79). El mismo Elorrio piensa sobre Francia: “Yo creo que para el extranjero Francia es muy dura” (p.85).

El París que recorren los exiliados tampoco es el de cuarenta años atrás, el de la Réjane y Sarah Bernhardt; París,  no sólo “va dejando de ser internacional” (p.86) como dice un personaje, sino que se achica espacialmente para los exiliados.

Los exiliados recorren la feria de  Clignancourt o el Mercado de las Pulgas (Marché aux Puces), Belleville, van al parque de las Buttes Chaumont,  se menciona el Barrio Latino al propósito de comer en un restaurante, pero terminan en casa del escultor Barral. También acuden a la calle de los Solitarios donde está el Hotel del Cisne que es una fantasía espacial creada por Baroja. Llegando al final de la novela y como si procediera una despedida fastuosa, el  comandante Evans –del que luego hablaremos-- invita a sus amistades femeninas, Escalante y Juan Elorrio a un restaurante de los Campos Elíseos. Ese es todo el París de los exiliados; un espacio reducido a pocas plazas, un mercado, un parque y cinco calles, la Biblioteca Nacional y un paseo en coche con el escultor Barral sin que apenas sepamos de lo que ven… Además, los personajes son exiliados que no tienen conciencia de serlo. Elorrio dice: “No sé si se nos puede llamar a nosotros desterrados, exiliados o proscritos. Lo más exacto sería llamarnos turistas de ínfima categoría” (p.154).

El exilio presenta una lista coral de personajes muy del estilo barojiano: principales escogidos y abundantes secundarios. Entre los escogidos está el  comandante Evans a quien conocemos de El cantor vagabundo y, sobre todo, de Miserias de la guerra como un personaje de acción que combatió en la India y África, fue agregado a la embajada inglesa de Madrid y que abandonó la acción para convertirse en un simple espectador sin prejuicios acerca del desarrollo de la Guerra Civil española en Madrid, acontecimiento que plasma en un Diario. En Los caprichos de la suerte, Evans está avizor por si tiene que luchar contra Alemania, pero no es ya un personaje de acción sino un sedentario que relata sucesos, pasea y comparte conversaciones con Elorrio y Escalante, Gloria y su amiga Julia, y aporta tipos a la tertulia.

El autor califica a Abel Escalante --otro conocido de Miserias de la guerra-- como antagonista de Elorrio, porque si éste roza la sensibilidad de las personas, Escalante es lo contrario; lo convierte todo “en elogios y en suavidades, hasta las acusaciones que en otro parecerían insultos y groserías” (p. 96). Dibujante y perito en joyas, Escalante pone el punto amable en las charlas del Palais Royal.

Gloria y Julia son mujeres independientes que pertenecerían al bando de la Sacha de El mundo es ansí. Gloria no quiere más que vivir a su aire aunque sea “a la diabla como dicen aquí” (p.74). Estuvo casada, pero se desengañó de un marido chulo y brutal con el que llegó a pegarse. No extraña que tampoco pueda entenderse con Elorrio porque está escocida y va a su aire; la relación de los dos ha sido vertiginosa, en un pis pas se han querido y se han distanciado. El personaje de Gloria se hilvana a lo largo de la novela; en algún momento muestra conciencia política: a Gloria  le gusta “raspar los ojos de Hitler que veía en las revistas ilustradas” (p. 91), pero es sobre todo pesimista: “favor me hubiera hecho el destino, si el barco y luego el tren que me trajeron a París hubieran naufragado o descarrilado, contándome entre las víctimas” (p.157).

Gloria equipara a Julia con la mariposa de la patata. Ella y su amiga son mujeres decepcionadas. Se dice de Julia que su fracaso matrimonial “le dejaba campo abierto para sus fantasías y libertad para hacer lo que le diera la gana” (p. 211), pero no pasa de ser un deseo. La dos son mujeres de vida desordenada aunque de buenos sentimientos, perturbadas por vivir en una época de agitaciones y barbaridades: “Se echaban diariamente las cartas y después consultaban un libro de cartomancia en busca de las respuestas que hubieran podido darle los naipes” (p. 93/94). Aunque se diga de Gloria que “tenía un fondo de aventurera” (p. 211), ella y su amiga son sedentarias; pasan la mayor parte del tiempo encerradas en el hotel Palais Royal, una vida de hotel que se prolongará en Suiza.

Aproximándonos hacia su mitad la novela se hace episódica y surge una colección de viñetas sobre lugares, sucesos y personajes esporádicos. El escultor Barral haciendo un busto de Elorrio recuerda al escultor Sebastián Miranda esculpiendo el busto de Baroja. El coronel Goldman aparece como relator episódico. A Madame Latour –la dueña del hotel del Cisne-- y a su hija Dorina se las describe como “las que más valen da la casa” (p.204) y Pagani las define como “milagros de la inteligencia” (p. 205). A Dorina, “le gustaba coquetear, aunque fuese con un viejo” (p. 200) y compartir conversaciones con Evans y su amigo Pagani volviéndolas superficiales. Procopio Pagani, consumado peatón parisién, no es nuevo; al iniciarse el prólogo de El hotel del cisne Baroja comenta que le trato en la época que vivió en Belleville en el citado hotel de la calle de los Solitarios, significando la interrelación de Los caprichos de la suerte con la novela de 1946.

Valoración final

José-Carlos Mainer dice en sus Notas introductorias que: “Los caprichos de la suerte es una novela falta de una última mano, que a veces tiene aire de esbozo vertiginoso, otras es un atropellado memorial de agravios y a menudo se trueca en una tertulia donde ya se ha hablado de todo”, pero en cualquier caso “reconocemos siempre al mejor Baroja”.[ix] Efectivamente, tiene cierto aire de un penúltimo borrador falto de harnero, pero con calidad de sobra. Baroja culminó la trilogía dando un sentido al tema de Las saturnales: remedar en negro la festividad romana dedicada a Saturno, donde el banquete público se ha transformado en visiones de una guerra fratricida donde el sacrificado es el pueblo español.





NOTAS

[i] Pío Baroja, Los caprichos de la suerte, Espasa, Madrid, 2015.
[ii] Miguel Sánchez-Ostiz, “A la desbandada” en Cuartopoder.2/7/15.  Se puede  leer en Google
[iii] Miguel Sánchez Ostiz, Op. Cit. “Diré también que Pasada la tormenta no sería el último «inédito encontrado» porque con el material reunido en las carpetas repertoriadas por Julio Caro Baroja todavía se podrían «enjarretar» uno o dos títulos más, empezando por Extravagancias y siguiendo por Hombres extraños. Y si no, al tiempo.”
[iv] Pío Caro Baroja, Ed., Guía de Pío Baroja. El mundo barojiano. Caro Raggio/Cátedra, Madrid, 1987, p. 161.
[v] Pío Caro Baroja, Op. Cit., p. 162 (Nota 10)
[vi] Miguel Sánchez-Ostiz, Op. Cit.
[vii] En Miserias de la guerra se anuncia que Goyena (Elorrio) y Escalante están dispuestos a marchar de Madrid, aunque el primero no tuviera la vida resuelta como su colega. En Los caprichos de la suerte se va con Muñoz. Este detalle establece alguna duda sobre si Miserias de la guerra fue escrita después de Los capricho de la suerte.
[viii] David Bary, “El cancionero de Baroja” en Papeles de Son Armadans, año VII, t. 24, número LXXII, marzo, 1962 y en el libro de  Javier Martínez Palacio, Ed., Pío Baroja,  Taurus, Madrid, 1974, David Bary, “El cancionero de Baroja”,  pp. 123/138.
[ix] Pío Baroja, Los caprichos de la suerte,  op. cit., p. 15

martes, 15 de diciembre de 2015


LA  VIDA  LENTA  DE  JOSEP  PLA


Hace un año que la editorial Destino publicó La vida lenta. Notas para tres diarios (1956,1957 y 1964)[i] de Josep Pla, libro muy bien editado, prologado por Xavier Pla, y traducido al castellano por Concha Cardeñoso.

Comentando sobre los dietarios, Xavier Pla  recuerda los precedentes de  Thomas Mann o el de Witold Gombrowicz quienes permitieron que fueran conocidos décadas después, avisando Mann que el suyo carecía de valor literario.

Los dietarios, generalmente, son como los apuntes del pintor --trazos, bosquejos, esbozos--, auxiliares de la memoria para elaborar la obra proyectada. Ahora bien, si carecen de valor literario, ¿por qué publicarlos? Xavier Pla lo justifica diciendo  que los dietarios de Josep Pla “proporcionaban una gran cantidad de datos reales  sobre la vida privada del escritor, mostraban reflexiones, lecturas y personajes que no  aparecen en los volúmenes de su obra y, sobre todo, ayudaban a desmentir algunos lugares comunes que rodearon a la figura de Pla en los últimos años de su vida”. Sin negar que los dietarios por lo general son como “negativos de su vida diaria”, recuerda que Pla “practicó la literatura diarística en todas sus modalidades”, estupendamente en El cuaderno gris (1966), Madrid (1921), Un dietari (1929), Notes disperses (1969) Notes per a Sílvia (1976)… y otros recogidos en volúmenes de sus Obras Completas.

Las afirmaciones ocasionales de Josep Pla, sus puntos de vista sobre las cuestiones que se dilucidaban en la vida nacional, los hombres, las cosas, cómo se alimentaba, emergen a través de una escritura a veces apasionada, otras reiterativa y poco estimulante, pero que nos capta por su sinceridad y desenvoltura.


LOS DIETARIOS

El Dietario de 1956 se inicia el 1 de enero y  observamos enseguida que Josep Pla se siente como un viejo cansado y deprimido. Escribe poco y sin ganas, pareciendo hipocondríaco. Acaba de cumplir  los sesenta años. El 2 de febrero está en Austria y advierte que puede sufrir un ataque al corazón. En otra ocasión percibe molestias en el hígado. Un dietario de muchos sucesos diferentes que corre hasta la página 173 del libro.

El Dietario de 1957 es breve, 29 páginas. También comienza un 1 de enero: “Todo el día en la cama. Fatigadísimo”. Y poco después, el 10 de febrero, exclama: “Pero ¡qué vida, Dios mío!, ¡qué vida!”. Es un dietario que parece incompleto porque salta de febrero a diciembre. Desconocemos si por cuestiones de salud o se perdieron hojas. Lo real es que pasamos  del 23 de febrero al 21 de diciembre, cuando Pla, acompañado de  Josep Vergés y del fotógrafo Dimas, están a bordo del Conte Grande, un barco  armatoste que lleva 1.400 viajeros hacia Lisboa. El 28 de diciembre el dietario concluye con esas palabras:”En mar. Vida ordinaria. Comer, dormir, pasear, contemplación del mar!”.

El Dietario de 1964 se abre con una nota en la que Pla dice que llega a Lisboa en un avión de la K.L.M. procedente de Buenos Aires-Río, que ha sido un buen viaje y le recibe su hermano. La primera anotación corresponde ¡cómo no! al 1 de enero. Notamos variantes respecto de los dietarios anteriores: estilo puntillista, frases sueltas de significado oculto salvo para él, palabras sueltas entre puntos. Su vitalidad continúa resintiéndose, pero las malas noticias relacionadas con la salud de su madre le impresionan más. Siente fatiga. “A veces me entran la depresión y el desánimo. Es difícil de soportar”, dice el 15 de febrero.  Caracteriza a este diario la simplicidad. En diciembre de 1964 el diario se entrecorta. Casi no encontramos frases y sí palabras sueltas. Es  un diciembre de mal tiempo que  invita a meterse en la cama donde Pla lee y trabaja en Les hores. Este dietario tiene 151 páginas.


EL HOMBRE

El Josep Pla presente en esos diarios es un hombre mayor que en agosto de 1957 confiesa que lleva una vida disipada y nocturna contra la que rebrinca a veces; a comienzos de septiembre proclama: “He convertido el día en la noche y la noche en el día”. Le gusta la lluvia. También y mucho la cocina de su madre, o el coche, porque le acerca a todos los sitios en un momento; Cataluña es un pequeño país que Pla recorre con entusiasmo siempre.

El insomnio le acosa a diario llegando a decir: “Lo más importante de la vida es dormir(p.161). En sus insomnios lee, a veces escucha Radio París. Es un hombre que vive para sentirse libre y por eso rechaza los homenajes que se le preparan “para tener la libertad de siempre(p.172).

Pla vivió con Adi Emberg –compañera y esposa- desde 1925 a 1939. Y tuvo relación con Aurora Perea Mené, viviendo juntos en L’Escala entre 1943 y 1948; luego, Aurora marchó a la Argentina donde casó. Años después recuperaron el contacto epistolar y el Pla de los dietarios se  muestra añorante, incluso angustiado esperando las cartas que Aurora no prodiga y que una vez recibidas parece que no contienen las palabras que él desea leer. Pla la visitó varias veces en Buenos Aires y, al parecer, la ayudó económicamente. Como dice el prologuista sobre esta relación: en los diarios dejó “testimonio de una obsesión contradictoria, nostálgica y erótica(p.346).

Pla combate  la soledad frecuentando o  dejándose frecuentar por amistades que fueron muchas y fraternales --Josep Quintá, Luis Medir, los Sagrera, muchísimos más-- con quienes hace  parada y fonda frecuente en el Can Miquel de Palafruguell. Los amigos también se acercan a su masía a visitarle, o le van a buscar y a veces se hacen compañía viajando al extranjero, ellos para hacer negocios, él para escribir artículos.

Las conversaciones con los amigos son valiosas porque le traen noticias de fuera  y, sobre todo,  de dentro  del país, por ejemplo,  si se barrunta una depuración en Falange, la detención de Dionisio Ridruejo – que le afecta; sólo  cuando se  habla de  las operaciones médicas se le pone la carne de gallina.

En algún momento  su amigo Antrás llega con un tocadiscos comprado en Andorra y escuchan un trío de Schubert en el que toca Casals, el Cant dels ocells y las sardanas de los Serra padre e hijo. En otro momento aparecen Fuster y Raimon que pernoctarán en su  casa y al día siguiente junto a Ortínez, Quintá y otros amigos escuchan a Raimon tocar en la guitarra “cosa muy personal(p.281).

Cierto día tiene una larga conversación política con Vicens Vives y el comentario que escribe es: “Vicens flojea”  y pone en duda la capacidad del catalán para la política aunque el 29 de diciembre de 1956, cena en casa de Vives y escribe: “Vicens es admirable y un gran amigo”.

Por lo general ni hay retrato ni se excede en elogios de los amigos, pero se esmera en el bosquejo de los protagonistas de encuentros ocasionales. El 16 de agosto de 1956 se encuentra con Dionisio Ridruejo y le parece “interesante, simpático y fascinador(p.107).Tres días después le define como un personaje “agudo,  inteligente y mentalmente fino”  que ha causado impresión en la reunión de amigos. Ello no quita para que observe que a veces “pone cara de víctima”. El antifranquismo no es raro en sus conversaciones. El 25 de agosto Pla confiesa: “Ridruejo ha estado brillante, pero su capacidad cerebral llega a asustarme” recordándole la misma que tenía él cuando era joven.

Pla es un escritor que, como muchos del oficio, padece dipsomanía. En algún momento reflexiona así: “Por el horror que me dan los borrachos me hago idea del horror que debo de dar a la gente cuando me emborracho(p.9). Sus bebidas favoritas son las cañas, el vino, el wiski y el champán (en la traducción al castellano no aparece la palabra cava) y comentando los efectos de beberlas apunta: “La intoxicación de wiski es más soportable que la del mejor vino del país(p.14). En la misma página asegura que trasnocha: “¡Bebo más de la cuenta. Llego a casa a las tres  y media”.

Sentirse viejo es un sentimiento que, como se ha dicho, acusa de manera reiterada. El 20 de marzo comenta con cierto humor: “La primera vez en la vida que me pesa la langosta” cenada la noche anterior para celebrar su santo. En abril de 1964, le gana la fatiga primaveral y siente dolor en las piernas, sensaciones que se prolongan. El 15 de  julio se siente tan cansado, que confiesa: “Últimamente me canso de la gente”. En septiembre, al regresar de un viaje en automóvil por Francia y Alemania, menciona un estado de gravedad en la salud de su madre que le conduce a sentirse verdaderamente mal y lleno de tristeza. La salud de su madre siempre le afectó profundamente, pero se distrae trabajando en el Cuaderno gris y leyendo mucho. La familia le importa y nunca la deja de lado.


LA TIERRA

Si en 1938 Josep Pla colaboraba con la prensa vasca de la zona nacional, no tardaría en desilusionarse, sobre todo al saber que ya no podría publicar en catalán. España no le parece un país agradable de vivir. En  octubre de 1956 escribe: “El pueblo y la gente están fabulosamente aburridos. Los únicos que tienen ánimo para decirse algo  son los del futbol y los católicos” Y poco después: “Impresionante país de locos corrompidos por el franquismo(p. 168). Estando en Lisboa embarca en el clíper de la Pan American que viene de  Nueva York y le llevará a Barcelona, un viaje que califica de magnífico, pero escribe esta reflexión: “La visión de España erosionada y pétrea. Este país nunca será nada.” (p.206). Mucho antes había señalado al culpable de manera cruda: “El asco físico que me da Franco me deprime(p. 64).

El 18 de julio de 1956 recuerda que 20 años atrás se declaró la Guerra Civil, contienda que tiene muy presente. Define con ironía la festividad del 12 de octubre: “Una cosa a la que llaman la Raza”. En febrero de 1957 la situación política general le deprime tanto que escribe: “El país ha llegado al envilecimiento total(p.193) apreciación motivada por haber leído en La Vanguardia  un  artículo que trata a los catalanes de cobardes. Cuando el 1 de abril de 1964 se conmemoran los famosos XX Años de Paz,  añade “de miseria, de policía, de indignidad(p.238).

Por el contrario permanece atento a la política internacional,  muy agitada en 1956 con los acontecimientos de Hungría y la crisis de Suez. El 29 de octubre celebra con sus amigos y brinda con champán la entrada de los israelitas en Egipto; sin duda  admira a los judíos. El 14 de enero de 1957 registra los alborotos que tuvieron lugar en la universidad francesa y la huelga de los usuarios de tranvías y autobuses que Vicens Vives había anunciado el día anterior. Tres días más tarde  comenta: “Se perfectamente que vamos de cabeza al desastre, pero no tengo ni fuerza ni juventud para decirlo en voz alta e ir a la cárcel.  Horrible”. El 21 de enero del mismo año concluye un artículo sobre la unidad de Europa, pero teme que no se publique. “Oigo hablar de política con tanta desorientación que me fatigo mucho(p.181).

Josep Pla era un devoto de lo catalán, el elemento positivo en su vida. Se enfurece cuando algún diario habla mal de los catalanes como hemos visto. Tiene tan interiorizado ese sentimiento que sale a flote con frecuencia, por ejemplo, cuando  visita el castillo de Alfonso V en Nápoles y ve “las barras catalanas en la puerta”, cuando cruza la frontera y observa: “El Catalán de Francia es mucho mejor que el de España(p.182) o cuando define al obispo de Gerona tras visitarle: “de inteligencia catalana, activa y práctica(p.334).


ESCRIBIR PARA VIVIR

Ama escribir, también porque  tiene que pagarse el vivir, pero le molesta hacerlo a destajo, especialmente para los periódicos: “Llegará un momento en que la fatiga de escribir para los diarios sea insurmontable”; en otra ocasión se lamenta “¡Cuatro horas he pasado pluma en mano! “, o bien “Dos cuartillas – cuatro horas. Es horrible. Es dificilísimo escribir con un poco de claridad(p.64), lo que manifiesta su profesionalidad y culto al bien hacer. El 6 de marzo de 1964 comenta: “Escribir cada día me cuesta más”; dos días después cumplirá 67 años.

La censura es el tormento que lleva peor. En cierta ocasión pasa el día en Destino escribiendo un artículo sobre el algodón y temiendo que no pase la censura: “Trabajar pensando en la posibilidad de que la censura lo desmonte todo es una tortura típica del país. En todos los regímenes, desde hace casi cuarenta años, he trabajado con esta limitación. Todavía aguanto, ¡Qué cabronada! (p. 14). La censura le parece tan insoportable que llega a decir: “Tal vez sea el momento de tomar una decisión e irse de aquí(p.143).


LECTURAS Y ESCRITORES

Pla es un  lector impenitente de grandes autores como Voltaire, Shakespeare, Dostoievski, y tuvo una gran admiración por Pío Baroja sobre el que escribió. Cuando habla de Moliere lo califica de fabuloso “quizá el primero de la vida moderna”; su Misanthrope es el mayor alegato contra el Barroco” (p.211).  Montaigne le resulta una lectura apasionante. Cuando inicia el Dietario de 1957 comenta: “En los momentos factibles leo a Montaigne – que nunca molesta(p.175), y líneas más abajo insiste: ”Leo a Montaigne, que cada día me gusta más, a pesar de las continuadas y repetidas lecturas” (Ibid.)

Le fascina la lectura del Bismarck de Banville, le parece magnifico, pero no así Marx: Es un autor que me deprime por la obsesión que tiene” (p.167). En enero de 1957 cruza la frontera y adquiere Les Temps Nouveaux de Sartre demostrando su preocupación por estar al día en todo.

Sobre Judíos, Moros y Cristianos de Cela comenta: “un libro colosal que hace vomitar a cada paso”. Los Papeles de Son Armadans le decepcionan. El 27 de noviembre de 1956 visita a Cela en su casa de Palma y dos días después vuelve a cenar con él y sus amigos. Cela le regala su pluma y Pla comenta: “Conversación animada. Fascinación que produce Cela(p.158).

A veces gusta de leer a Valle Inclán pese a su barroquismo. La lectura del Tirano Banderas le cansa. Sorprende cuando asegura que “Cela está todo en Valle-Inclán, incluida la técnica(p.192); luego, cuando le informan que Cela ha sido nombrado académico, exclama: “¡Lo que faltaba!” (p.196).


VIAJES 

Los viajes sustancian buena parte de sus artículos y libros. Viaja a Italia y Grecia en agosto de 1956 en el Citta de Messina y el periplo le lleva por diversos lugares del país donde observa los costurones de la IIª Guerra Mundial, pero también hace observaciones peculiares relacionadas con sus gustos: estando en Brindisi afirma: “El siniestro barroco ha destrozado todo vestigio medieval(p.41).

En Grecia, por el contrario, casi todo le parece admirable además del yogur: “Me emociono  al pensar que a lo mejor he pisado por donde pisaba Sócrates” y proclamará repentinamente: “Los griegos son los andaluces de los Balcanes(p. 49).  A su regreso añorará  Grecia: “Hace un mes que volví de Grecia. Estaba fuerte y magnífico. El retroceso ha sido enorme. Ahora estoy deprimido y enfermo(p. 65) y más tarde: “Hace dos meses que volví de Grecia. Dos meses de restaurante  -- que todavía he resistido. Pero que fatiga(p.79).

El mismo año de 1956 realiza en automóvil un viaje acelerado hacia Alemania; su pluma se vuelve descarnada, sólo apuntes. La autostrada de Hamburgo le parece magnífica. Va a Copenhague en el tren que viene de París; en Dinamarca le cantan los pájaros, el mirlo y el ruiseñor. Entra en Suecia y va a Oslo donde escribe que “los noruegos son inseparables del agua(p.90). Estocolmo le parece maravilloso y el 16 de julio ya está en Helsinki.

La Europa que recorre entonces está llena de turistas, y se duele: “París, que hastío(p.96). En Perpiñán ve a Josep Sebastià Pons manteniendo conversaciones inagotables y deliciosas con él, pero el 1 de agosto llega a Cervera y escribe: “Me hace ilusión volver a casa”, si bien y como siempre sucede cuando regresa del extranjero, el 12 de agosto tiene sensaciones de vejez cuando pretende escribir para el número 1.000 de la revista Destino.

A finales de enero de 1957 está en Viena que le impresiona. Regresará a Alemania en 1964 y escribe su parecer sobre lo que está muerto y lo que está vivo. La burguesía le asusta un poco. No escucha ninguna marcha militar. Define Frankfurt como una ciudad comercial maravillosa y graciosa. Escribe para Destino. Le sorprende que siendo 20 de agosto mucha gente lleve abrigo. Sale poco y escribe mucho mientras su amigo Paco Sagrera vende corcho. Ya en Francia, Reims le gusta. Le asombra la velocidad que hay en las autopistas alemanas y francesas. Grandes comidas y momentos de obsesión por Aurora. El 30 de agosto está de vuelta. El  1 de septiembre de 1964 regresa a casa y ya no se siente bien. Ha sido  “El viaje más largo de mi vida en automóvil”.

La vida lenta es un libro de lectura a veces incómoda, pero compensa de sobra el retrato magnífico que surge, el conocimiento del quehacer de  Josep Pla entre los 6o y los 67 años de edad – aún viviría 14 años más. He reseñado algunas de sus vivencias que en el libro son muchísimas y van expuestas tal cual, con una espontaneidad formidable. El libro, además, favorece y mucho que no se desvanezca la figura de este escritor catalán singular que fue de los mejores de su tiempo en España.



[i] Josep Pla, La vida lenta. Notas para tres diarios (1956,1957 y 1964) Edición y prólogo de Xavier Pla, Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera, Ediciones Destino, Barcelona 2014,  380 páginas. Citaré sus  páginas cuando no referencie fechas.