viernes, 5 de febrero de 2016


PÍO BAROJA: LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE[i],
COMENTARIOS SOBRE SU ÚLTIMA NOVELA

A la memoria de Ricardo Gullón,
en el XXVº aniversario de su muerte


No será la última publicación de Pío Baroja. Miguel Sánchez-Ostiz ha comentado[ii]  que existen más trabajos inéditos, entre ellos Pasada la tormenta,[iii] libro de recuerdos que podría incluirse en las Memorias del vasco.

Entre 1936 y 1938, Pío Baroja acusa la presión de la Guerra Civil sobre su persona y marcha a París en dos ocasiones, ciudad  donde llevará una vida de pobreza auxiliada residiendo en el Colegio Español --gracias a la protección de su director, don Ángel Establier Costa-- y recibiendo algún dinero de La Nación de Buenos Aires por sus colaboraciones. Convertido en un consumado peatón parisién adquiere conocimiento de ciertos barrios y de sus tipos pintorescos, vivencias que se reflejarán en sus escritos.

Muerto Baroja, algunas de sus novelas inéditas se hallaron en un cuaderno gris etiquetado  como Novelas de Guerra (Inéditas) que, según el “Extracto biográfico” de Jorge Campos --recogido en la Guía de Pío Caro Baroja[iv]--, contiene: “Iª Las Saturnales. Madrid revolucionario, 301 folios, fechado Madrid, enero, 1951. IIª Miserias de la guerra, 258 folios. IIIª A la desbandada, 101 folios.” En el citado “Extracto” se apunta  que A la desbandada tuvo anteriormente el título Los caprichos de la suerte.[v] Esta novela sería una continuación de Miserias de la guerra (publicada en 2006), “aunque en todo o en parte hubiese sido escrito antes, durante el exilio parisino de Baroja”  según Sánchez-Ostiz[vi] completando así la trilogía Las saturnales iniciada en 1950 con la publicación de El cantor vagabundo.

José Carlos Mainer comenta en su Notas introductorias que Los caprichos de la suerte es la reescritura de una novela corta, Los caprichos del destino, integrada en la colección de relatos Los enigmáticos (1948) y protagonizada por un auxiliar de universidad viudo, Jesús Martín Elorza, muy vinculado al Juan Elorrio protagonista de la novela larga.

El miedo y el protagonista

Los caprichos de la suerte no es novela de acción, sino de acontecimiento --la Guerra Civil y sus consecuencias-- explicado a través de las imágenes del miedo, el viaje y el exilio. Se han estudiado las relaciones entre el protagonista y el Pío Baroja que se fue a  París --ambos eligieron la huida--, su función como alter ego de Baroja, aspectos muy interesantes sin duda,  pero como nunca el personaje de la realidad es el mismo de la novela, aquí sólo estudiaremos al personaje de la ficción.

La acción comienza en un Madrid otoñal, bombardeado, donde acaban de presentarse las Brigadas Internacionales. La gente tiene un miedo generalizado y, buscando protección,  muchos se disfrazan o pretenden ser otros: “según algunos maliciosos, en ese tiempo la población madrileña sufrió de repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis más o menos auténtica que les obligaba a taparse los ojos. Pero no era una necesidad terapéutica la que obligaba al tratamiento a los supuestos enfermos, sino una necesidad de disimulo y disfraz.” (pp.31/32).

El protagonista también se socorre con el disfraz. En Miserias de la guerra tenía el nombre de Luis Goyena y Elorrio, pero al sobrevenir la revolución de 1936 –llamada por él revolución fracasada “porque no se sabía qué es lo que atacaba y qué es lo que patrocinaba”--  este personaje que también había firmado sus artículos como Juan de Oyarzun “pensó que no le convenía persistir en la actitud  que había mostrado en sus artículos y en su libro y dejó de firmar Oyarzun y comenzó a llamarse Juan Elorrio” (p. 28). La mudanza no concluye ahí, pues, cuando obtiene un salvoconducto será a nombre de Luis García Peña. De manera breve, el personaje principal queda retratado y figura, además, como autor de la novela Los caprichos de la suerte.

Juan Elorrio aparenta veinticuatro o veinticinco años, pero tiene más; de escritor brusco e independiente ha pasado a precavido aunque ahora “prefería pasar como tipo borroso” (p. 30); dos libros suyos aparecieron sin su nombre en la portada y, dando un paso más, abandona su colaboración en La Nación bonaerense “porque había censura y era peligroso mostrarse independiente” (p. 28). Su miedo continúa creciendo y aconseja aumentar el disfraz; como es pelirrojo, se tiñe el pelo de negro y se pone gafas oscuras para salir de Madrid.

El disfraz libera de la angustia y los desequilibrios psíquicos que causan las situaciones que originan miedo,  pero ¿sirve de algo? Cuando Elorrio se refugia en una pensión del Puente de Vallecas conoce a un cómico de la legua, Emilio Muñoz; con él discute sobre la idoneidad de los disfraces y Muñoz, experto en el  tema, afirma  que el verdadero disfraz es muy difícil de lograr. El disfraz no diluye la identidad del personaje; en su personalidad anterior, Elorrio era o pretendía ser independiente en un medio social hostil para esta clase de personas; el miedo y el deseo de recuperar esa independencia le persuaden de ir a Valencia y luego al extranjero.

Juan Elorrio resulta un personaje gris, un escritor difuminado, distinto aunque no muy distante de la figura del intelectual que protagoniza novelas del existencialismo francés de la época en que Los caprichos de la suerte fue escrita. La función  de Elorrio consiste en relatar cuanto ve y transmitir pensamientos que a veces se nos figuran de Baroja, pero que no tienen por qué pertenecer al vasco.

El conocimiento, pero la falta de compromiso, pergeñan la personalidad del protagonista reflejándose en la opinión de Gloria: “a mí no me gustan los hombres talentudos y serios” (p. 96); añade que Elorrio atrae la mala suerte, que es gafe y lo define como pajaritero. Julia, sin embargo,  piensa que “es un hombre de talento claro y que no dice las cosas por decir, sino porque las sabe y se entera. Yo me entendería con él” (p. 97) aunque no se tengan cariño.

Viviendo en París, Elorrio dirá que hace “una vida de forzado”; trabaja, va al hotel Palais Royal para charlar con Escalante y las amigas, come en algún fonducho y regresa para trabajar en casa. Amistades, pocas. Al final de la novela, Elorrio se considera un hombre sin suerte ni fortuna; las buscó, pero jamás las tuvo a su alcance. Afirma que la mediocridad “ha sido mi perspectiva. Cuando se tiene ese destino de vivir en el mundo de los mediocres, no hay manera de vencerlo, haga uno los esfuerzos que quiera.”(p. 213). Para colmo, la débil historia de amor empezada en una noche abrasadora concluye con una balada en cuartetas de pésimo gusto donde Elorrio se burla de sí mismo y de su destino.

Juan Elorrio no es uno de los protagonistas barojianos que seducen, sin embargo, es un retrato cabal del hombre falto de compromiso que, aun dedicándose a las letras,  sólo cela por existir; resulta un personaje bastante nuevo en la novelística barojiana donde abundan los hombres de acción.

El viaje a Valencia

La imagen del viaje surge cuando Elorrio y Muñoz[vii] abandonan Madrid. El viaje no es comparable al emprendido en su día por el protagonista de Camino de perfección (1902) porque se trata de una huida, sin embargo, la experiencia obtenida por Baroja sirvió después; a Baroja le socorre el oficio, constituyendo el viaje a Valencia  un conjunto de viñetas agavilladas mediante cordeles impresionistas para estimular la lectura.

El viaje muestra que la guerra se sufre también  fuera de Madrid y ello no apaciguará el temor original de los viajeros. Los pueblos que Elorrio y Muñoz recorren, incluso grandes como Tarancón, están rodeados de cuevas en las que vive gente en la miseria. Son tiempos en que la circunstancia de la guerra obliga a expresarse poco: “La conversación de todos era suspicaz. Sin duda se desconfiaba del prójimo” (p. 43), así sucede con las personas que los viajeros encuentran. La atmósfera espacial también espeja el miedo: “Las puestas de sol, en aquel campo castellano desierto y árido, en medio del más absoluto silencio, imponía terror en el espíritu de los viajeros” (p. 37). A Muñoz le turba hasta la presencia de un lagarto verde. También está en los reflectores que barren el paisaje nocturno que los viajeros cruzan. Reaparece en Cuenca cuando Elorrio sale a pasear y siente la resonancia de sus propios pasos, el ladrido de los perros, el chirrido de las lechuzas agoreras, “el canto lúgubre de los búhos que parecían enloquecidos por el odio y la  cólera” (p.47). La pluma impresionista de Baroja resplandece.

Pero hay más cosas en el texto. Baroja, intercala en la narración poemas del mismo Elorrio, estrofas de canciones más o menos conocidas y ya en tierras valencianas, himnos y canciones de la guerra. David Bary en su magnífico trabajo “El cancionero de Baroja”  puso de manifiesto que todo este conjunto de canciones “se encuentran en este curiosísimo cancionero que forman las obras de Pío Baroja”  no por cualquier motivo, sino porque las cancioncillas unas veces forman parte de la intriga, otras revelan el estado anímico del personaje o bien le caracterizan, otras desvelan  las costumbres o la época en que suceden los acontecimientos, es decir, siempre significan algo, como cuando en Valencia se canta La Internacional o la Varsovienka. Dice Bary: “Las escenas en que no pasa “nada”, en que sólo se cantan unas canciones insignificantes, resultan ser escenas en que pasa “algo”. No interrumpen la acción de la novela; “son” la acción. A esto más que a nada se debe el carácter episódico de estas novelas tan nobles, tan amenas, tan poco picarescas.”[viii]

Al llegar a Valencia Elorrio se aloja en el Palace Hotel –refugio de escritores y artistas-- que ahora se llama Casa de la Cultura y está en la calle de la Paz donde se han sufrido muchos bombardeos. No obstante, a Elorrio le preocupa poco lo que ocurre en Valencia, ciudad de crímenes y canalladas; le interesa sólo cuanto sucede en un cuadrilátero de calles alrededor de una checa “Se aseguraba que para amedrentar a los presos se les decía que se les iba a poner una inyección para dejarles ciegos y que esta inyección no era más  que agua teñida de rojo, pero que producía un enorme terror en el detenido” (pp. 59/60).

En el hotel,  Elorrio entabla amistad con Gloria, mujer bella de talante burlón; al entrar en su cuarto en una noche tórrida la halla desnuda. El episodio sexual no se repetirá, pero ambos personajes se dirigirán juntos al exilio en París.

El exilio

A diferencia de lo que suele ocurrir, el tema del exilio no está vinculado al del paraíso perdido en esta novela y la razón es que los exiliados no tienen una España que idealizar. Los personajes no sueñan con volver a casa sino en irse aún más lejos: Elorrio quiere marchar a la Argentina, Abel Escalante a los Estados Unidos, Gloria y Julia emigrarán a Suiza. Los exiliados se fueron de España con una maleta espiritual vacía y encima sienten el desasosiego producido por los recuerdos y las noticias que les llegan a través de conocidos. Por otra  parte, el exilio no satisface. Cuando se pregunta a Elorrio si hay muchos españoles en París contesta que no faltan: “Pero cada uno de ellos tiene un problema, y para todos ellos, de un modo o de otro, la vida les resulta difícil” (p.79). El mismo Elorrio piensa sobre Francia: “Yo creo que para el extranjero Francia es muy dura” (p.85).

El París que recorren los exiliados tampoco es el de cuarenta años atrás, el de la Réjane y Sarah Bernhardt; París,  no sólo “va dejando de ser internacional” (p.86) como dice un personaje, sino que se achica espacialmente para los exiliados.

Los exiliados recorren la feria de  Clignancourt o el Mercado de las Pulgas (Marché aux Puces), Belleville, van al parque de las Buttes Chaumont,  se menciona el Barrio Latino al propósito de comer en un restaurante, pero terminan en casa del escultor Barral. También acuden a la calle de los Solitarios donde está el Hotel del Cisne que es una fantasía espacial creada por Baroja. Llegando al final de la novela y como si procediera una despedida fastuosa, el  comandante Evans –del que luego hablaremos-- invita a sus amistades femeninas, Escalante y Juan Elorrio a un restaurante de los Campos Elíseos. Ese es todo el París de los exiliados; un espacio reducido a pocas plazas, un mercado, un parque y cinco calles, la Biblioteca Nacional y un paseo en coche con el escultor Barral sin que apenas sepamos de lo que ven… Además, los personajes son exiliados que no tienen conciencia de serlo. Elorrio dice: “No sé si se nos puede llamar a nosotros desterrados, exiliados o proscritos. Lo más exacto sería llamarnos turistas de ínfima categoría” (p.154).

El exilio presenta una lista coral de personajes muy del estilo barojiano: principales escogidos y abundantes secundarios. Entre los escogidos está el  comandante Evans a quien conocemos de El cantor vagabundo y, sobre todo, de Miserias de la guerra como un personaje de acción que combatió en la India y África, fue agregado a la embajada inglesa de Madrid y que abandonó la acción para convertirse en un simple espectador sin prejuicios acerca del desarrollo de la Guerra Civil española en Madrid, acontecimiento que plasma en un Diario. En Los caprichos de la suerte, Evans está avizor por si tiene que luchar contra Alemania, pero no es ya un personaje de acción sino un sedentario que relata sucesos, pasea y comparte conversaciones con Elorrio y Escalante, Gloria y su amiga Julia, y aporta tipos a la tertulia.

El autor califica a Abel Escalante --otro conocido de Miserias de la guerra-- como antagonista de Elorrio, porque si éste roza la sensibilidad de las personas, Escalante es lo contrario; lo convierte todo “en elogios y en suavidades, hasta las acusaciones que en otro parecerían insultos y groserías” (p. 96). Dibujante y perito en joyas, Escalante pone el punto amable en las charlas del Palais Royal.

Gloria y Julia son mujeres independientes que pertenecerían al bando de la Sacha de El mundo es ansí. Gloria no quiere más que vivir a su aire aunque sea “a la diabla como dicen aquí” (p.74). Estuvo casada, pero se desengañó de un marido chulo y brutal con el que llegó a pegarse. No extraña que tampoco pueda entenderse con Elorrio porque está escocida y va a su aire; la relación de los dos ha sido vertiginosa, en un pis pas se han querido y se han distanciado. El personaje de Gloria se hilvana a lo largo de la novela; en algún momento muestra conciencia política: a Gloria  le gusta “raspar los ojos de Hitler que veía en las revistas ilustradas” (p. 91), pero es sobre todo pesimista: “favor me hubiera hecho el destino, si el barco y luego el tren que me trajeron a París hubieran naufragado o descarrilado, contándome entre las víctimas” (p.157).

Gloria equipara a Julia con la mariposa de la patata. Ella y su amiga son mujeres decepcionadas. Se dice de Julia que su fracaso matrimonial “le dejaba campo abierto para sus fantasías y libertad para hacer lo que le diera la gana” (p. 211), pero no pasa de ser un deseo. La dos son mujeres de vida desordenada aunque de buenos sentimientos, perturbadas por vivir en una época de agitaciones y barbaridades: “Se echaban diariamente las cartas y después consultaban un libro de cartomancia en busca de las respuestas que hubieran podido darle los naipes” (p. 93/94). Aunque se diga de Gloria que “tenía un fondo de aventurera” (p. 211), ella y su amiga son sedentarias; pasan la mayor parte del tiempo encerradas en el hotel Palais Royal, una vida de hotel que se prolongará en Suiza.

Aproximándonos hacia su mitad la novela se hace episódica y surge una colección de viñetas sobre lugares, sucesos y personajes esporádicos. El escultor Barral haciendo un busto de Elorrio recuerda al escultor Sebastián Miranda esculpiendo el busto de Baroja. El coronel Goldman aparece como relator episódico. A Madame Latour –la dueña del hotel del Cisne-- y a su hija Dorina se las describe como “las que más valen da la casa” (p.204) y Pagani las define como “milagros de la inteligencia” (p. 205). A Dorina, “le gustaba coquetear, aunque fuese con un viejo” (p. 200) y compartir conversaciones con Evans y su amigo Pagani volviéndolas superficiales. Procopio Pagani, consumado peatón parisién, no es nuevo; al iniciarse el prólogo de El hotel del cisne Baroja comenta que le trato en la época que vivió en Belleville en el citado hotel de la calle de los Solitarios, significando la interrelación de Los caprichos de la suerte con la novela de 1946.

Valoración final

José-Carlos Mainer dice en sus Notas introductorias que: “Los caprichos de la suerte es una novela falta de una última mano, que a veces tiene aire de esbozo vertiginoso, otras es un atropellado memorial de agravios y a menudo se trueca en una tertulia donde ya se ha hablado de todo”, pero en cualquier caso “reconocemos siempre al mejor Baroja”.[ix] Efectivamente, tiene cierto aire de un penúltimo borrador falto de harnero, pero con calidad de sobra. Baroja culminó la trilogía dando un sentido al tema de Las saturnales: remedar en negro la festividad romana dedicada a Saturno, donde el banquete público se ha transformado en visiones de una guerra fratricida donde el sacrificado es el pueblo español.





NOTAS

[i] Pío Baroja, Los caprichos de la suerte, Espasa, Madrid, 2015.
[ii] Miguel Sánchez-Ostiz, “A la desbandada” en Cuartopoder.2/7/15.  Se puede  leer en Google
[iii] Miguel Sánchez Ostiz, Op. Cit. “Diré también que Pasada la tormenta no sería el último «inédito encontrado» porque con el material reunido en las carpetas repertoriadas por Julio Caro Baroja todavía se podrían «enjarretar» uno o dos títulos más, empezando por Extravagancias y siguiendo por Hombres extraños. Y si no, al tiempo.”
[iv] Pío Caro Baroja, Ed., Guía de Pío Baroja. El mundo barojiano. Caro Raggio/Cátedra, Madrid, 1987, p. 161.
[v] Pío Caro Baroja, Op. Cit., p. 162 (Nota 10)
[vi] Miguel Sánchez-Ostiz, Op. Cit.
[vii] En Miserias de la guerra se anuncia que Goyena (Elorrio) y Escalante están dispuestos a marchar de Madrid, aunque el primero no tuviera la vida resuelta como su colega. En Los caprichos de la suerte se va con Muñoz. Este detalle establece alguna duda sobre si Miserias de la guerra fue escrita después de Los capricho de la suerte.
[viii] David Bary, “El cancionero de Baroja” en Papeles de Son Armadans, año VII, t. 24, número LXXII, marzo, 1962 y en el libro de  Javier Martínez Palacio, Ed., Pío Baroja,  Taurus, Madrid, 1974, David Bary, “El cancionero de Baroja”,  pp. 123/138.
[ix] Pío Baroja, Los caprichos de la suerte,  op. cit., p. 15

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