viernes, 9 de mayo de 2014



Romería (2)

mimo

Y el barquito azul
 dio el sí,  cuando el mar ceniciento
durmió al barquero


sonrisa navegante

Has sido patito en el rincón,
sonrisa navegante
para mi cuerpo niño de cristal y rayo.
Ven con otro beso a mi granada abierta
y  voy con las palmas hojaldradas de luz
y  los ojos de raso cardenal a santiguarte.
Sonrisa navegante,
¿dónde posas por tu azurar naranja la espuma
que me siento ola desnuda de cresta y playa?
Pero eres mi sonrisa navegante”,
y soy, como soy, cabriola de lirios
heridos por el arpón de tu prisa blanda.


amar y dar

Cuan bello renunciar cuando el amor nos colma.
Ser y dar en integridad de única respuesta, dar y amar,
que hoy la naturaleza nos redondea y exalta.
(Amar y dar desde el mismo ser
aún cuando escriban en el cielo
logaritmos y destierros
y deba morir a plazo de estrellas
y de luna en sortilegio.)
Pondrán fin  a la estación insólita del hombre,
nos tenderán a viento y fuego,
pero habremos sido,
 ¡habré sido colmado por el amor!

.

miércoles, 30 de abril de 2014


Romería


búsqueda

Tejerá risueña… Y espera
¿Hallaré la ermita
si las estrellas dormidas…?
¿Quién será el romero?
¿Seré yo,  o el sueño
de un pasar  en romería?
Esa fuerza ciega me conduce
me seduce  esa pena incierta
que me lleva a dudar de la jornada.
Las piedras no agostan el camino,
las razones hacen tropezar el alma.
¿Quién será la romera
que alivie  caminar
por mis desvelos?
¿Quién me apaciguará
si mis dudas, hueras
son, en un sueño?
Soñar el peregrinar,
es soñar el caminar
de los cuatro vientos.
Quizás un soplo
fundido somos.
Quizás una pena
de Dios. El, Solo,
como solo el hombre espera.


Sonambulía

…crecen tus ojos, niña pura;
crecen y me dejan ciego….
¡tan cerca velan de los míos!
Mis dedos son relámpagos
y desnudan las tinieblas.
Ya tengo tu beso, niña,
ya tengo tu sueño.
La noche vela blanca
brújula, destino…
relicario luminoso de la dicha

.

domingo, 20 de abril de 2014



 CAMILO JOSÉ CELA EN AUSTIN, TEXAS[i]

En la primavera de 1964 Camilo Jose Cela llegó a Austin invitado por la Universidad de Texas. Le esperaban Ricardo Gullón, Ramón Martínez López y Miguel Enguídanos entre otros amigos. Quiso reponerse de las excitaciones del vuelo en la cafetería del aeropuerto; Cela hablaba poco si no tenía delante un café aunque fuese chirle. Contó que habían aterrizado imprevistamente en Waco y, sin que el avión detuviera los motores y contra todas las leyes de la aviación, las azafatas abrieron una de las compuertas de salida permitiendo que una pasajera bellísima de atuendo tejano saltara sobre un caballo montándole a horcajadas mientras el nutrido y vociferante grupo que la esperaba disparaba sus revólveres al aire. Se trataba, ni más ni menos, del recibiendo local a Miss Texas. Cela no se había percatado de la compañía de aquella viajera, pero esas cosas pasaban viajando en  los bimotores lentos, pero estruendosos y apestando a gasolina de la Trans Texas Airways, la compañía que, entre nosotros bromeábamos como Azar del Aire. No sabríamos decir si lo sucedido ocurrió o fue un invento del escritor.

En Austin, Cela debía celebrar una reunión con los estudiantes graduados y pronunciar una conferencia. La reunión tuvo lugar en Batts Hall, el edificio del Departamento de lenguas Románicas también llamado de los murciélagos porque solíamos usar chaqueta y corbata, prendas inusitadas para el calor de Texas. Cela no se sintió a gusto ante aquella elite de los graduados tan serios y pertrechados de preguntas sofisticadas, pues, asumían que la literatura no guardaba secretos para un escritor de la grandeza del gallego. Un incidente ilustrará del calibre de  las preguntas  y cómo Cela se defendió del acoso. La señora Zimic, nieta del laureado poeta Robert Frost, le preguntó a Cela qué pensaba de la influencia de Simone de Beauvoir en Jean Paul Sartre a lo que Cela, a ceño fruncido y desafiante, contestó: “Señora, yo no  me meto en cuestiones personales”.

A Cela le iba ir de romería por los cafés, la tertulia amistosa, los paseos breves por el campus universitario o por Guadalupe Street y sólo la visita a la casa-museo de O ‘Henry –que en un principio quiso evitar-- pareció ensimismarle. Lo demás no parecía interesarle; prefería el paisaje humano y su fauna.

Justo en aquellos días se celebraba alguna de las numerosas  fiestas nacionales de Argentina.  Una  profesora brasileña muy femenina que tendía a celebrarlo todo, organizó un cóctel para conmemorarla. A Cela le estomagaba que se le considerara invitado de honor, departir a pie firme con un martini o una margarita en las manos y beberla a sorbitos mientras se hablaba de las bondades del tiempo y simplezas semejantes; pensaba que la función sería otra de festejarse genuinamente al país de los gauchos. Así que el descubrir el jardín de la casa, un velador y unas cuantas silla alrededor, arrastró a los pocos jóvenes que allí estábamos y montó lo que bautizó como El orfeón de la Asunción, lamentando que el ron y no el vino inspirase el repertorio.

Mientras en el interior de la casa la conversa seguía de etiqueta y el gramófono enlazaba nostalgias del pericón con las chichipendeiras o la bossa-nova, los del jardín íbamos de Santurce a Extremadura pasando por Asturias sin movernos de las sillas bajo uno de esos maravillosos ocasos de Texas. Durante un rato dejamos el cante e hicimos charla. A un compañero se le ocurrió preguntar a Cela sobre el tremendismo. Si no fuese porque estábamos de copas habría contestado muy molesto, pero Cela se limitó a decir que era un invento de los sacristanes de la crítica. Recordó una fiesta bien distinta a la nuestra en Barcelona, “de esas donde no se celebra nada y casi terminan en orgía”, dijo. Tenía sentada sobre sus rodillas a una cincuentena ligerita de ropa quien, en medio de vaivenes de lirio marchito, le espetó: “Hoy hace catorce años que mi único hijo se mató en un accidente de automóvil”. Y entonces Cela preguntó a mi compañero: “¿Cómo cuento yo eso en una novela? ¿Y me pregunta sobre el tremendismo? Hay que echar  agua a la vida para hacer literatura” Decidimos no ponernos serios y regresar al orfeón cantando el picante kyrie que le habían enseñado en Venezuela cuando fue para escribir el encargo de La catira  ”…con el kyrie, que kirie que kirie / con el kirie que kirie eleison / si me das con el dóminus vobis / yo te doy con el dominus tecum…”. Como si fuera una llamada de trompeta,  los de la fiesta vinieron en tropel al jardín con la intención de sumarse al jolgorio, pero fue entonces cuando Cela dio por terminado su papel en la fiesta.

De la conferencia no recuerdo casi nada. Alguna alusión a un abad trabucaire y excomulgador, alguna incursión escatológica por la intrahistoria de España. Lo que si recuerdo es su tono de voz, impresionante, su famosa ceja enguadañándose sobre la montura de las gafas  y a aquellas señoras encopetadas y estupefactas que se iban hundiendo en sus asientos como si estuviesen frente al mismo diablo u horrorizadas escuchando las trompetería pregonera del Juicio Final. El actor estuvo maravilloso y la ovación de gala. Era el Cela que querían ver, el tremendo Cela ejerciendo de español.

Pero al entrar en el avión de vuelta, Cela ya no era tan impotente. Dijo que se sentía como un niño asustado. Y Miguel Enguídanos se encargó de que las azafatas le tomaran a su cuidado. Abandonaba Texas y volaría  al Este, de universidad en universidad, continuando  un viaje que empezó en Madrid, cuando su esposa le llevó las alforjas y un bocadillo  al avión de Iberia, un viaje que contaría a su manera en Papeles de Son Armadans.

Pasó un tiempo. Varias universidades norteamericanas solicitarían el Nobel para Cela y, entre sus razones, alegaban “el protagonismo del hombre en una obra donde el individuo lucha contra un entorno hostil o indiferente” y también “que Camilo José Cela ha definido la novela como la sombra del hombre”. Es muy posible que los americanos le entendieran mejor o más atinadamente que nosotros. Otro tanto sucedió antes con Juan Ramón Jiménez.

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NOTA.:
[i] Actualización de mi artículo “Una estancia de Camilo José Cela en Tejas”, Diario Español de Tarragona, Año XLIV, nº 13.219, 24 de febrero de 1982, pág. 24.



lunes, 10 de marzo de 2014



LOS VIAJES  A  ESPAÑA
DE  NIKOS  KAZANTZAKIS


Nikos Kazantzakis fue un grandísimo escritor griego de la primera mitad del siglo XX conocido en España -sobre todo- por dos películas basadas en novelas suyas, Zorba, el griego (dirigida por M. Cacoyannis, 1964) y La última tentación de Cristo (de M. Scorsese, 1988). Sin embargo, este poeta, novelista y dramaturgo cretense, fue también un viajero contumaz, autor de multitud de artículos y libros de viaje, también sobre España.

Entre nosotros se ha hablado de Nikos o NK (como le llamaremos preferentemente en adelante) partiendo de su  libro España (1937) (1) o de colecciones de cartas publicadas. En mi caso deseché el libro y preferí la biografía estupenda  a  partir de las cartas del escritor --publicada en francés y versionada al inglés (2)--  de su segunda esposa, Eleni Samios (Helen Kazantzakis o, como Nikos la llamaba familiarmente, Lenostchka). De las cartas extractadas por ella he traducido y abreviado únicamente lo relacionado con nuestro país, pues,  mi intención ha sido evocar a un amigo de España que contribuyó a hacerla conocida.

La primera visita: el encuentro con El Greco

Nikos Kazantzakis está en Atenas trabajando sin desmayo cuando se aproxima el verano de 1926. A Kavafakis, propietario del periódico Eleftheros Logos, le gustaría que Nikos hiciese reportajes de Rumanía y los Balcanes, pero el escritor preferiría ir a  España, Egipto o la India. En junio confiesa a Lenotschka que estuvo escribiendo todo el día y está tan cansado que ni puede sostener el lapicero. Agrega que ha despejado su escritorio de libros hebreos y rusos sustituyéndoles por otros sobre España, El Greco, el Quijote, obras de Lope, Calderón, Santa Teresa…  en fin, que  España le llena la cabeza.

En Grecia se vivían tiempos complicados porque el general Theodoros Pangalos --que había secundado el golpe de estado de Plastiras que derrocó la monarquía en 1924—acababa de convertirse en presidente de la República griega en marzo de 1926 (aunque sería depuesto en julio del mismo año…) También eran tiempos de conflictos con los turcos y los búlgaros. Nikos temía que se aplazara su viaje a España, pero no fue así.

El 1 de septiembre de 1926 llega a España y en la carta a Lenotschka escrita en Madrid tres días después, comenta que el 1 de septiembre corrió gran peligro al cruzar los Pirineos:  “Muchos trenes en España han descarrilado; mucha gente ha muerto. Mi tren escapó”.  Comprobé que decía verdad porque el tren correo Barcelona - Valencia descarrilaba en la fecha citada entre las estaciones de la Ametlla de Mar  y L'Ampolla causando veintiún muertos y ciento treinta heridos, habiendo tenido lugar otro descarrilamiento reciente.

Madrid le parece una gran ciudad europea, pero  El Greco ocupa su mente. Su museo –-suponemos que se refiere al creado por el marqués de la Vega-Inclán-- le parece formidable, especialmente la estancia que guarda treinta cuadros del pintor cretense.

Enseguida muestra impaciencia por ir a Toledo: “Dios mío, qué alegría estar vivo y poder ir a verlo”, exclama. De momento está callejeando en Madrid. Hombres y mujeres le parecen feos; las viejas, monstruosas, y encuentra vehementes a las jóvenes envueltas en sus mantillas y emperifolladas. El gentío no  le entusiasma “quizás porque estoy absorbido por El Greco y el primer y violento contacto con este nuevo país” en el que percibe un nivel cultural inferior. Nota que la apariencia vetusta, superficial y sexo-obsesiva en los dandis contrasta con el aire ascético y austero de los campesinos. La llanura castellana le produce la misma exaltación que tuvo al contemplar las montañas de Jericó en su día; concluye que nuestras villas semejan a las árabes, “sin agua, sin un árbol, de la misma piedra que las montañas circundantes”.

En la carta de 6 de septiembre reseña su encuentro con D. Benigno de la Vega Inclán y Flaquer, mecenas fundador del Museo del Greco y personalidad influyente en la creación de otros museos especializados. Hablaron del pintor como si se tratara de un amigo querido e íntimo de ambos, de su mujer e hijo, de su manera de trabajar, de su carácter. El gozo de Nikos se ensancha cuando el marqués le enseña una obra maestra que acaba de adquirir, el San Luis en Jerusalén, que D. Benigno piensa dejar cuando muera al Banco de España para impedir que sea robada.

Kazantzakis no pierde el tiempo. El 7 de septiembre narra que ha visto al general Primo de Rivera,  juzgándole como una persona mediocre inspirada por un impulso superior a sí mismo. Nikos peregrina por los ministerios estudiando actas legislativas, examinando lo sucedido en España desde la última guerra, acaparando datos de toda índole sobre la economía, la política, el comercio, la industria, la agricultura y la ciencia para sus artículos. Los libros tampoco se le caen de las manos porque apenas duerme, lo que agradece a su padre “que me dio la salud de una bestia salvaje”.

El 10 de septiembre detalla que ha visitado El Escorial y  visto cinco cuadros del Greco, experiencia que le lleva a exaltar al pintor con las siguientes palabras: “Estoy exhausto y feliz. El Greco se ha convertido en una gran lección para mí, un modelo, una dirección que debo seguir. Han pasado tres siglos y soy el primer cretense que viene a reverenciar a este estupendo compatriota mío. ¡Dios quiera que nuestro encuentro sea fructífero!”. Después, dice que ha visitado al poeta más grande del lugar, Juan Ramón Jiménez, con quien habló durante horas como si fuera la última conversación posible.

El 13 de septiembre  viaja a Toledo con el corazón batiendo hacia el encuentro anhelado con su ídolo desde que era niño. Visita el llamado jardín del Greco y su casa. Afirma que el pintor amaba tanto a los judíos que siempre vivió en la judería. Toledo, sin embargo, no es lo que esperaba al carecer del paisaje trágico que le hubiera gustado ver. Le recuerda a Creta. Sí encuentra magnifica su catedral, especialmente cuando al recibir el impacto del sol sus vidrieras la encienden por dentro. Después visita las demás iglesias que atesoran testimonios del pintor.

Celebra el  día siguiente como uno de los más gloriosos de su vida por haber visitado el Museo del Greco de Toledo.  Ha quedado deslumbrado por lo colores, los cuerpos atléticos, las panoplias, las caras demacradas de los cuadros y confiesa: “Ninguna fotografía, nada, puede dar idea de lo que el Greco es”. Y exclama: “El encuentro de los dos cretenses ha sido tan vehemente, Lenotschka”.

Eleni no recoge en su biografía otras experiencias españolas de este viaje. La carta posterior de NK fue escrita en Pisa y lleva fecha de 28 de septiembre. Resumiendo: el primer viaje de Nikos a España tenía por objetivo principal encontrarse con el Greco; sobre lo demás, la cultura española, sus artistas y escritores vivos -exceptuado Juan Ramón- ha echado una mirada entre dispersa y relativamente considerada, algo que mejorará en los viajes siguientes.

La segunda visita: el encuentro con la IIª República española

Es octubre de 1932 Kazantzakis  llega a Madrid. Son las 7’30 de la mañana. Dedica cinco horas a buscar un buen alojamiento; lo encuentra en la Pensión Abella de la calle San Bernardo nº 13-15; le parece incluso más "aristocrática" que la pensión que le cobijó en Roma. También añade: “Lo primero que hice en Madrid fue comprar un kilo de magníficas brevas… y me las comí en la calle”. Así se reparó del viaje.

El 8/9 de octubre firma una carta a Eleni. Asegura que ha recuperado el ritmo y siente como si hubiese vivido toda la vida en la ciudad. Pero no ha podido escribir nada. Pasa los días de museo en museo. Escribe a su amigo al pintor Timoteo Pérez Rubio, pero no ha tenido respuesta. Tampoco ha visto a Juan Ramón.

Tiene los ojos puestos en Madrid, sus calles, museos, la gente. Ha ido a una corrida de toros, espectáculo que le parece tan magnífico como terrorífico y piensa repetir al día siguiente. Habla de Benavente como autor de una obra, Santa Rusia, estrenada el día anterior; comenta que, antes de alzarse el telón, el autor recita una Oración a Rusia que parece llena de calidez, amor y compresión. Como la obra está impresa ha adquirido un ejemplar y piensa traducirla para una revista literaria de Atenas.

El 9 de octubre acude a la puerta del teatro donde se representa la obra de Benavente. Le aguarda durante bastante rato en medio de un tiempo desapacible. Reconoce al dramaturgo cuando sale del coche por las caricaturas que ha visto en los periódicos; le describe así: ”hombre viejo, delgado, de complexión fuerte,  elegante, con un poco de barba, bajo y refinado”. Le acerca una nota y una carta y Benavente, a través de su secretaria, le cita para que vaya a su casa entre las dos y las cuatro de la tarde del día siguiente. NK traducirá la oración y la obra pro soviética de D. Jacinto  que concluye en un parque de Londres con Lenin rodeado de niños llevando esta pancarta: “¡Trabajadores del mundo, uníos!”.

El 14 de octubre Kazantzakis  habla de Nicéforo Focas, tragedia en verso que traduce al francés y comenta: “Madrid es hermoso y tiene museos, pero no encuentras aquí paz alguna”.  Suele ir al cine y piensa ver la película de René Clair  Nous la liberté. Vuelve a hablar de nuestras frutas que constituyen el plato fundamental de su alimentación dedicándolas su escaso dinero. Nikos es y será un gran escritor, pero también un escritor pobre casi toda su vida.

Nikos explica que las calles están llenas de gente a causa de una manifestación que congrega hombres y mujeres… “Gritos, risas, como un bazar. La gente es amable, cálida, con ganas”. Y hace una confesión interesante: “Este año Goya me ha  hecho una gran impresión. El Greco permanece a la misma altura, no más allá. Pero algo de Goya, sus últimas (obras) se han elevado muy alto dentro de mí”.

El 20 de octubre escribe a Lenotschka acerca de sus problemas económicos: “Para los gastos diarios sólo empleo dos pesetas”. De esa forma piensa tirar hasta diciembre y para entonces, quizás, surja algo agradable. Dice que Juan Ramón Jiménez le ha visitado: “Siempre igual: gran señor poseído por su trabajo, profundo, serio, dulce, distante y cordial”.  Añade que vio a Benavente en su casa: “Taciturno, viejo, elegante pero frío. No sé cómo se manejó para escribir tan bella Oración (a Rusia). Vi su obra, Rusia, Santa Rusia; mediocre, peroratas, trucos viejos, aunque cálida y correcta. Como literatura es de poco valor”. Y añade que verá a Ortega y Gasset en casa de Juan Ramón y que sigue leyendo libros útiles sobre España.

El 26 de octubre dice que habló largo y tendido con el pintor Timoteo Pérez Rubio valorándole como persona afectiva y sentimental que le gusta, pero en la carta de 31 de octubre, apostilla que no se ha mudado a la casa de Pérez Rubio porque no quiere cobrarle: ”Es pobre y no se puede abusar”, explica.

En otra carta de noviembre define la nada y la pasión como los polos extremos del espíritu español. Le gustaría asentarse en la vieja Castilla como su compatriota el Greco  “para mirar directamente a la Nada y tener un amor ardiente por la  vida (la ruta que conduce a la Nada), esto es lo que me gusta y lo encuentro aquí en la tierra, el aire, los molinos de viento de Nuestro Señor, Don Quijote”.

Las cartas siguientes  recogidas por la esposa reflejan su mundo íntimo y el propio de escritor. Habla de su novela Toda Raba; ha conseguido finalizar un canto a Dante a pesar de sus penurias. El 15 de diciembre comenta que caminando hacia el Ateneo madrileño saludó a algunos amigos y conoció a  Unamuno. Tres días después menciona que ha visto Mädchen in Uniform (Muchachas de uniforme); imaginamos que se refiere el clásico film alemán de 1931 de Leontine Sagan y Carl Froelich estimándole como “la mejor película que he visto jamás”.

En otra carta de noviembre anuncia que se ha mudado a una habitación grande y soleada de la Plaza del Progreso, nº 5. El 3 de diciembre confiesa: ”El otro día escuché una canción popular que me hizo sentir que mi vida ha sido desperdiciada en vano”. Nikos está apesadumbrado; son días de sentimientos oscuros. Sin embargo, comenta que fue a Toledo y el día fue exquisito, lleno de sol.

Tiempo después vagabundea por el norte de España tratando de agotar su cuerpo. Ha estado en Salamanca. El día 27 de diciembre escribe a Eleni desde Valladolid y piensa salir para Burgos al día siguiente e ir después a Zaragoza. Apenas come o duerme. El día 29 escribe desde Miranda. Concibe la catedral de Burgos como “una fortaleza genuina, todo empuje hacia arriba y con aliento bélico. No tiene la gracia y la nobleza de Notre Dame, pero es masculina, feroz, agresiva y me ha gustado”. Habla del palacio donde los Reyes Católicos dieron la bienvenida  a Colón cuando regresó de América.  Añade que ahora  irá a Alicante porque su cuerpo no está lo cansado que debería  estar.

El 30 de diciembre habla desde Zaragoza sobre el Pilar  y de sus calles estrechas como las de Nápoles. Ese mismo día menciona que el ministro de Asuntos Exteriores español le concederá 400  pesetas mensuales “a condición de que escriba algunos artículos sobre la actividad intelectual en la España moderna” Y reflexiona: “no son muchas, pero sí suficientes para vivir en Madrid y, en la primavera, continuar mi peregrinaje por España”.

Oculta a todos la muerte de su padre, incluso a su amigo Pérez Rubio. Está descolocado y confuso. El 5 de enero confiesa a Eleni que no quiere ir a Creta para conocer la herencia de su progenitor; preferiría que ella le encontrara algo en Inglaterra. Piensa  que hallará algún equilibrio sólo manteniéndose silencioso y haciendo correrías por España. Admite que no era amor lo que le unía a su padre, sino una raíz profunda ahora cercenada.

Enero concluye  frío y nevado, pero Nikos  pasa el tiempo en su habitación caldeada “tomando notas para los artículos que debo escribir sobre España, leyendo y traduciendo a los poetas actuales del país”. Y en febrero se refiere de pasada a la celebración del carnaval que le parece insípido y peor que las celebraciones religiosas.

Eleni extracta las siguientes frases de la carta de 6 de marzo: “…Aquí las noticias políticas son alarmantes. Una nueva guerra se está gestando y puede estallar repentinamente…”. Y en la del día 13 remacha: “La guerra se acerca. El peligro nunca ha sido tan grande. Debemos tenerlo en cuenta para escoger dónde queremos que la tormenta nos coja.” Después  pide a Eleni que le diga cómo hacer mermelada: “El otro día traté de hacer una mermelada de naranja y me salieron naranjas hervidas. Las puse en mucha azúcar sin resultado. ¿Dónde está el equívoco?”.

Eleni comenta que Nikos no sólo se dedicaba a los poetas españoles modernos: también profundizaba sobre Garcilaso, Fray Luis de León, Góngora, Ruiz Alarcón, Juan de la Cruz y Quevedo “y estaba observando, escuchando, inhalando el fermento de la Guerra Civil”. Anota estas palabras del marido: “El olor a pólvora se extiende por todas las partes. Incluso son descubiertas factorías de armas en pequeñas villas… Pero  la ciudad universitaria es magnífica, los estudiantes llenos de vida y entusiasmo. Una nueva España está luchando por liberarse a sí misma, monárquica y anarquista por igual…

El 14 de marzo escribe a Prevelakis que finalizó un nuevo canto sobre el Greco: “Fui a Toledo a ver a un amigo... Y mientras caminaba por las calles estrechas, un coro de voces, de palabras y versos se abalanzaron sobre mí. Desde entonces no he sido capaz de pensar en nada más…

Eleni proclama que, sin la menor duda, Nikos Kazantzakis era un hombre dedicado a la amistad y el conocimiento, que en poco tiempo se familiarizó con España recorriéndola de esquina a esquina, relacionándose con sus artistas más ilustres, escribiendo sobre nuestra cultura así como dedicado a su propio trabajo creador sin el menor descanso. Y todo esto lo hizo sin gozar de medios económicos, levantando con su propia vida un monumento al escritor pobre de aquellos tiempos.

Nikos escribe las cartas siguientes desde la isla griega de Aegina. Habla de las felicitaciones encendidas que amigos y conocidos le hacen por sus artículos sobre España, algo que le entristece porque “prueba que cuando escribes algo bueno, lo escrito  les supera, y sólo cuando escribes bagatelas que ellos entienden comienza el entusiasmo”…

La tercera visita: cuando la Guerra Civil

El tercer viaje lo inició en octubre de 1936. El dictador griego Metaxas se había hecho con el poder en agosto. Eleni describe la situación del país así: “cualquiera que fuese progresista era sospechoso”, y agregaba: “Con horror observábamos la tragedia de España con los alemanes e italianos probando sus armas; Francia, bajo Blum, queriendo ir a su rescate e Inglaterra evitándolo.”

En octubre NK recibe un telegrama de Georgios Vlachos, todavía director del diario I Kathimerini, pidiéndole que, con la mayor urgencia, se dirija a España para informar sobre la Guerra Civil. El director le expresa en la entrevista personal: “Sé qué preferirías ir con  los rojos, pero quiero que vayas donde los negros como tú les llamas” y cuando Nikos le pregunta la razón, Vlachos responde: “Porque tú dices la verdad. Tus amigos y enemigos te evitarán como a una plaga. Y yo estaré encantado. Irás de inmediato, ¿sí o no?”.

El 9 de octubre Kazantzakis  escribe desde Marsella: “España nunca se aleja de mi mente. Siento pena y dolor por ella como si se tratase de una persona concreta. Estoy impaciente por ver qué la ha sulfurado, que le ha sucedido, si algo irreparable se ha perdido. Y seré imparcialmente inhumano en todo  lo que escriba. Se disgustarán ambos bandos, pero no lo haré de otra forma”.

El 16 de octubre manifiesta que ya tiene el permiso para entrar en España y el día 22 escribe que ha estado en el frente en una posición elevada –posiblemente el Alto de los Leones-- divisando Madrid y la línea enemiga. Los oficiales acompañantes aconsejaron abandonar la posición porque podía ser batida por los cañones y bastó decirlo para que un obús volara sobre sus cabezas. NK permaneció de pie un momento mientras los demás se tiraron al suelo. El cañonazo fue seguido de otros tres sin que nadie resultase herido.

El 26 de octubre comenta a Eleni que hay una censura estricta y por eso escribe sus postales en francés. Añade que ha atravesado todo el frente del norte en una semana siendo continuamente hostigado por disparos y balas. Puede que estuviera en peligro; por donde iba también caían bombas. Visitó las trincheras y vio a los rojos desde ellas. Ha vivido una semana auténtica de guerra. Asegura que se diferencia de los demás corresponsales, sobre todo de los alemanes que pasan el tiempo sentados en Salamanca a la espera de acontecimientos. Bosqueja imágenes impresionistas de la guerra: “Villas en ruinas, madres llorando, gente de negro,  perros aún  fieles a sus umbrales,  los ojos rojos”.

Permanece acá hasta noviembre. De España se lleva algunos recuerdos, una bandera pequeña con la sangre de un joven que creía en la libertad, pero cayó  muerto en el frente… la fotografía y la carta de una mujer donde la hija pide a su padre que venga para que ver los cuatro gatitos que su gata dio a luz… la pesada llave de entrada a una iglesia violada… (3) Y también sus pensamientos y recuerdos…”Mucho se ha dicho de los horrores de la Guerra Civil en España, pero poco se ha hecho para remediarlos”…”¿Estás de acuerdo con lo que Unamuno te ha dicho? ¿La verdad debe esconderse del pueblo? ¿Tiene razón Unamuno al recordar  las palabras del Viejo Testamento: quien mira a Dios a la cara morirá?”…”Las palabras de Unamuno tienen un punto de verdad, porque ¿cómo va a descubrirse la verdad a cientos de mujeres jóvenes o viejas a quienes los curas y los gobiernos han mantenido en total ignorancia? Para estas mujeres, un hijo comunista o anarquista, padre o hermano es un diablo”… El reportaje de Nikos Kazantzakis sobre la Guerra Civil aparecería en la sección “Viva la muerte” de su libro España.


Probablemente, Kazantzakis aceptó la oferta de Vlachos porque necesitaba dinero, pero ver la Guerra Civil desde el lado franquista debió tener otros motivos. Eleftheria Teleioni los ofrece en su tesis para la Universidad de Birmingham (4). Recuerda que la dictadura de Metaxas dificultaba todo viaje desde Grecia hacia la España republicana y aún más favorecerla en los periódicos. Otro argumento sería que NK se había ido desilusionando del comunismo acariciando en cierto modo  las ideas nacionalistas que tuvo entre 1910 y 1920 bajo la influencia del político Ion Dragumis.
Aunque Nikos mantenía sus simpatías por la izquierda ¿permaneció fiel a la decisión de mantenerse neutral?  NK –según el parecer de Teleioni-- sabía  que, si los republicanos ganaban la Guerra Civil, el rostro de España cambiaría dramáticamente y también el de Europa,  aunque esta posibilidad  no respalda la opinión de que las cosas cambiarían para mejor o peor  necesariamente. Teleioni cree que NK no veía en la Guerra Civil las características de las guerras civiles que  hubo hasta entonces. La española era una guerra entre comunismo y fascismo. Teleioni anota que NK escogió guardar silencio en muchas ocasiones prefiriendo escuchar y reproducir los testimonios que recibía y que el escritor griego concluyó que el triunfo nacionalista se debió al fracaso de la democracia en cumplir sus promesas.

Tampoco se puede ocultar  --como escribe Teleioni-- que NK expresó admiración  por Franco, sintiéndose feliz cuando tuvo oportunidad de avistarle  aunque no de hablarle, porque veía en él a una persona capaz de gobernar un país. Teleioni manifiesta que NK atribuyó a Franco cualidades que había admirado en Mussolini al conocerle diez años antes en Roma (octubre de 1926). “En conclusión –escribe Teleioni- su meta de ser imparcial y decir la verdad resultó socavada más o menos explícitamente tanto por sus observaciones positivas sobre los nacionalistas como  por la ausencia total de comentarios positivos sobre los republicanos. Kazantzakis no podía ser objetivo, porque sólo escuchó los puntos de vista de los nacionalistas”. (T.:p.65)

Con todo, cualquier simpatía fue efímera. La IIª Guerra Mundial le restituiría a las ideas progresistas con las que simpatizó la mayor parte de su vida. En 1946 se convertiría en líder de un partido de izquierdas --aunque no comunista-- llegando a ser ministro, cargo del que dimitió un año después.

La cuarta visita: de turismo con amigos

En  septiembre de 1950 Eleni Samios confiesa que tenían todo lo que se necesitaba para ser feliz: “salud, paz y reputación”. Fue entonces cuando sus fieles amigos Yvonne y Pierre Métral les ofrecieron compartir un viaje por España.  “Jugamos a ser turistas del cinco al veintidós de septiembre”. Entraron en España por Barcelona y siguieron ruta por Tarragona, Valencia, Alicante, Córdoba, Toledo, Illescas, Madrid, Victoria, San Sebastián, Bayona y vuelta a Antibes. Eleni dice que Nikos añadió este viaje a sus más felices tanto por  la compañía de los Métrals como por la oportunidad de mostrarles  El Greco.

***

Nikos conoció a Juan Ramón Jiménez en 1926. Entonces le definió como el más grande poeta local. Sabemos que en enero de 1933 está leyendo y traduciendo a poetas españoles del momento y que su versión de los poemas de Juan Ramón publicada en I Kyklos fue recibida fantásticamente. Respetaba a Juan Ramón y conocía su obra tan a fondo que citaba imágenes del poeta de Moguer frecuentemente. Cuando escribe a Prevelakis el 6 de febrero de 1933 asegura que la vida es breve y cuando vengan a sepultarnos comenzará a desplegarse la "enorme mariposa" de Jiménez… Días después, 17 de febrero, escribe a Eleni que nada habría escrito si no fuera por la soledad… “Soledad, soledad, soledad…” como dice Juan Ramón.

En 1956 Juan Ramón y Nikos Kazantzakis fueron  propuestos para el Nobel de Literatura y el 25 de octubre se lo dieron al poeta andaluz. En junio de 1957 Eleni y Nikos están listos para ir a China donde el escritor sería recibido triunfalmente, pero  en Cantón vacunarían a  Nikos contra el cólera y la viruela y el brazo inyectado empezó a inflamarse cuando poco después estaban en Japón. Volvieron a Europa: “Vintidós días perdidos criminalmente en Copenhague precipitaron el final”, escribió Eleni. Por recomendación médica volaron a Alemania para que Nikos fuese observado en la clínica universitaria de la Universidad de Friburgo.

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La noticia de su enfermedad se extiende por doquier. En determinado momento NK dice a su muer que van a tener buenas noticias y cuando ella cree que se trata de la concesión del Nobel de Literatura como habían asegurado por teléfono desde Suecia, él responde: “¡Mejores!” refiriéndose a que  un Comité para la Paz Internacional en Pekín tuvo conocimiento de sus penalidades de salud y económicas y le mandaba una suma considerable para  cubrir los gastos de la clínica donde permanecía prometiendo hacerse cargo de los nuevos. Nikos comentó a su mujer: “La amistad  es para mí más que todo el oro del mundo, Lenotschka. Y ahora me vas a ayudar a redactar un telegrama para agradecer a nuestros amigos. Además no podemos aceptar su ofrecimiento. No vamos a comer un grano de arroz que pertenezca al pueblo chino”.  

Cuantos estaban en la clínica de Friburgo se sintieron tristes al conocer la noticia de que el Premio Nobel de Literatura 1957 había sido otorgado a Albert Camus por un voto más que los recibidos por la candidatura de Nikos Kazantzakis, quien al saberlo dijo: “Lenotschka, ven rápida y ayúdame a redactar un buen telegrama. Juan Ramón Jiménez. Albert Camus, he ahí  dos hombres que bien merecen el Nobel. ¡Vamos a escribir un buen telegrama!”. Nikos Kazantzakis falleció El 26 de octubre de 1957. Su epitafio dice: "No deseo nada, No temo nada, Soy libre".

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NOTAS.:

1.- Nikos Kazantzakis, Spain, Simon and Schuster, New York, 1963, y del mismo autor  España y Viva la muerte, Ediciones Júcar, Gijón, 1977

2.- Helen Kazantzakis, Nikos Kazantzakis. A biography Based in His Letters, Simon and Schuster, New York, 1968.

3.-Carlos García Santa Cecilia, “40 Días en España” en Letra Internacional texto que se puede leer en Google.

4.-Eleftheria Teleioni, Spain and Kazantzakis´Travel Writing, The University of Birmingham, 2009. Esta tesis se puede leer en Google.

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sábado, 15 de febrero de 2014




El caso del Juez Miller




El fiscal alzó los ojos, balanceó su mirada entre los miembros del jurado y dijo con cierta solemnidad: “…El juez Miller nunca debió hallarse a solas  con la Sra. Lambert en lugar distinto a su despacho del juzgado donde, por cierto, se veían a diario. El encuentro que tuvo lugar en el Motel Oak Creek de la carretera degrada las razones de amistad del acusado con la familia Lambert y justifica la solicitud de divorcio por adulterio presentada en su día por el Sr. Lambert, quien, tampoco se considera el padre de los  hijos del matrimonio. Por consiguiente, y pareciendo evidente que el Juez Miller prevaricó en su día al dictar sentencia contraria a la petición del Sr. Lambert,  solicito de los miembros del jurado el veredicto de culpabilidad por prevaricación para el Sr. Miller, acreedor a la  pena de un año en la prisión del condado  y a la multa de mil dólares contemplada en la ley...

En la Sala se guardaba un silencio absoluto. Existían lazos familiares o de amistad entre los presentes y con las personas del banquillo, pero casi nadie entendía bien las razones del proceso, de ahí que todos se mantuvieran expectantes. El juez Miller, no. Sentado junto a su abogado mantenía la cabeza alta y los ojos perdidos en la imagen cegada de la justicia que presidía la Sala. Repasaba las palabras de su abogado en la interioridad de su conciencia como si no fueran suyas:  “…Prevaricación no es una palabra aplicable al acusado, al  Juez  Miller que todos conocemos. Por razones de verdadera y antigua amistad, al margen de trabajar juntos, el Sr. Miller estaba obligado a escuchar a la Sra. Lambert y si eligieron un lugar apartado para comunicarse confidencialmente fue porque no encontraron otro fiable. Además, no hay prueba alguna que sustancie de manera convincente la no paternidad del Sr. Lambert respecto  de sus hijos…“

Tampoco el  Juez Miller escuchaba al  Juez Holmes cuando instruía al jurado sobre las cuestiones que debería decidir “…si hay razones suficientes, alejadas de cualquier duda razonable, para considerar al  acusado culpable de prevaricación cuando dictó una sentencia  contraria  a la demanda de divorcio presentada en su día  por el Sr. Lambert… si se considera que el acusado actuó improcedentemente yendo al Motel Oak Creek a fin de mantener una entrevista con su secretaria, la Sra. Lambert…”

Pero, se lo preguntarían los presentes: ¿qué motivos tenía el juez Miller para entrevistarse con la bella Sra. Lambert en aquella habitación del motel? ¿Acaso negaron que se hubieran visto? Sucedió aquel atardecer. Llevaba rato esperándola en la habitación y, cuando ella entró, Evelyn se le echó en los brazos; lloraba sofocadamente y tenía los nervios alterados. Palpitaba en sus brazos como quince años atrás cuando, siendo su secretaria, se veían en aquel mismo motel de carretera. Ahora el motivo era distinto “…Evans, ¡tienes que ayudarme! La acusación de mi marido es completamente falsa, ¡falsa de todo punto! Es un hombre trastornado por el oficio de la guerra y no puedes imaginar hasta qué punto. Te contaré secretos relacionados con él que ni imaginas…”

Evans Miller recuerda que Evelyn era muy joven y él rondaba los cuarenta cuando Peter Lambert apareció en su vida. Evans se había trasladado a Miami para asistir a un  Congreso de Jueces de Condado. Durante esa semana,  Evelyn había salido con amigas conociendo y sintiéndose muy atraída hacia un oficial de la Fuerza Delta todo músculo, bien parecido y de sólo veinticinco años. A su regreso, Evans comprendió que su relación con Evelyn había concluido, pero tampoco se lo tomó a mal. Permitió que Evelyn continuara como secretaria suya, favoreció que el romance con Peter floreciera y llegase hasta el matrimonio, quedando él como  amigo de la pareja.

“…Todo iba bien hasta que nos mudamos de nuestra casa de la calle Elmer a la vivienda de la calle Possum. Hacíamos la mudanza cuando  Peter descubrió una caja mía que contenía fotografías viejas, algunas facturas, cartas de amigas y,  entre ellas,  una tuya que, por no recuerdo  el motivo, había conservado. Peter sintió curiosidad y, sin pedirme permiso,  leyó la carta en la que te quejabas de ser un galán tímido apenas considerado por mí. Su lectura  provocó las bromas de Peter y  no se cansaba de preguntarme, riendo, qué habría sido de mí si me hubiera casado contigo mediando veintidós años de diferencia entre nosotros. Jamás sospechaste nada porque Peter seguía llamándote papito cuando los tres nos veíamos para comer o con motivo de algún acontecimiento, pero Peter estaba cambiando  y  cuando regresó de Irán,  de la Operación Garra de Águila de 1980 ordenada por el Presidente Carter, ya no era el mismo que conocíamos. Iba de la euforia a la depresión, bebía demasiado cuando no tenía servicios y no le sentaba bien. En la cama, y perdona, tampoco era el soldado cariñoso y potente que yo había conocido sino un amante nervioso que no lograba consumar el amor algunas noches. Noté que miraba a nuestra pequeña Nancy de una manera rara y, no pocas veces,  como si le molestase su presencia. Parecía como si hubiese olvidado hablar conmigo y se mantenía distante y con el ceño fruncido muchas horas. Tres años después, cuando la invasión de la isla de Granada ordenada por el Presidente Reagan, regresó con un compañero diciéndome que era un amigo del alma que le había salvado la vida a quien le debía todo. Ambos estaban de permiso y esa misma noche se emborracharon de una manera más que considerable en casa. Peter casi no se sostenía en pie y en un rapto increíble empujó a su amigo hacia mi habitación diciéndole algo así como “Tienes que conocer a mi mujer. Tienes que hacer el amor con ella porque yo no puedo y ella necesita hombres enteros, ningún impotente a su lado”. El amigo entró por la fuerza en mi cuarto y parecía muy asustado, sobre todo al notar mi pánico  al comprobar que Peter nos había encerrado por fuera y no podíamos salir del cuarto. No sucedió nada desagradable. Greg, creo que se llama así, me miraba de seguido como pidiendo perdón. Terminó tumbándose en el suelo y yo hecha un ovillo en la cama. Llegamos a dormir y debió abrirnos el curto por la madrugada A la mañana siguiente ni Peter ni Greg se hablaron. Peter permanecía tumbado en el sofá del living como abstraído, mirando hacia el techo y cuando Greg susurró que se iba, que tenía que volver el Fuerte, Peter sólo le  dijo “Bueno, ya nos veremos por ahí…” A mí no me dijo nada,  Me dio la impresión de que daba por descontado que había pasado de todo entre Greg y yo, por su culpa, y estaba arrepentido, pero igual se trataba de  una figuración mía, porque actuó como si nada hubiera pasado y hasta se llevó a Nancy al pequeño zoológico infantil del Parque del Lago. Un año después nació Peter Jr. Y días después me confió que iba a hacerse una vasectomia “porque no quiero tener más hijos”, dijo. La decisión de Peter además de parecerme insultante me dolía en el alma. Creí que tenía figuraciones que le hacían desdichado cuando no le pasaba absolutamente nada como demostraba la existencia de nuestro pequeño Peter Jr. Y no puedo ocultarlo, me atormentaba pensando que Peter creyese que el pequeño era hijo de Greg, o bien, que tú y yo nos veíamos durante sus ausencias y los hijos eran nuestros y no suyos. Decidí visitar  al  Dr. Glasser porque iba a realizar la intervención solicitada por Peter. Le comenté mis temores sin guardarme nada y me atreví a rogarle que simulara la operación de vasectomia, que no se la hiciese de verdad porque su cuerpo funcionaba y todo eran suposiciones  de una mente algo descabalada por la guerra. Claro, el doctor se negó a hacer lo que le pedí y, además, fue un error de mi parte, aunque  después de que Peter se hiciera la operación quedé embarazada y nació Salter. Peter pensó  que no podía ser hijo suyo de ninguna de las maneras y presentó la demanda de divorcio por adulterio que tú juzgaste…”

Evelyn echó un largo respiro y dio pasos por la habitación hasta que sus miradas interrogativas hacia Evans no hallaron respuesta. Seguía muy nerviosa y al rato decidió despedirse besándole en la mejilla. Evans estaba distraído pensando que las insignias de rango crecían en el uniforme de Peter al mismo tiempo que sus sospechas. Pero ¿cavilar que Evelyn no era  mujer amante de su marido y de sus hijos? No buscaba respuesta. Días más tarde decidió no admitir la pretensión de Peter. Jamás obtendría el divorcio mientras no demostrase la existencia de adulterio alguno.

Horas después de conocerse la sentencia, Evelyn le telefoneó “…echaste abajo su petición, pero  me gritó que tu sentencia prueba que eres mi amante y piensa denunciarte.  Evans, he vivido meses en el infierno y no salgo de él. Sus llamas me rodean y consumen  sin la mínima piedad. No dejes que te consuman a ti…”

Ahora se  repetía el espectáculo del juicio anterior. Actuaban como testigos  personas que se habían sentado junto al estrado del juez al menos en una de las causas. Tíos, sobrinos, amigas y amigos, juraron que los Lambert habían formado una pareja ideal, resplandeciendo la virtud de ella y la bonhomía, el humor y el patriotismo y fervor solidario de él. Incluso Gregg, sin mencionar la enredada visita que hizo a casa de los Lambert, juró que no había hombre más íntegro ni mujer más hacendosa y devota de su marido. También subió al estrado el Dr. Gassler quien, a preguntas de la defensa, aseguró “…la vasectomia es un anticonceptivo efectivo casi un cien por cien de las veces que se practica, pero no es causa de esterilidad inmediata. Si el hombre tiene sexo sin protección muy poco después de la cirugía, puede ocasionar un embarazo, porque el esperma fértil almacenado en el área más amplia de los vasos deferentes, llamado ampolla, permanece allí después de la vasectomia. El hombre no  debe pensar que es estéril hasta que un análisis de su semen demuestre que no hay esperma si eyacula. El análisis debe iniciarse entre ocho y doce semanas después de la intervención y, aconsejamos, que se repita cada seis semanas mientras se encuentren espermatozoides móviles o la cantidad de cien mil  por milímetro…

El Juez Holmes creyó ver en los ojos de Peter Lambert un brillo súbito. En realidad, Peter buscaba en su cerebro memoria de una cópula que justificara el nacimiento de Salter. El Juez Holmes volvió la vista hacia donde estaba Evelyn, quien parecía sumergida en un estado de confusión perceptible.

Evans no piensa nada porque lo sabe todo, por ejemplo, que el Dr. Gassler se negó a simular  la operación que proponía Evelyn; podrían retirarle su licencia. Mira para Evelyn y, por primera vez en muchos días, no encuentra rastro de la angustia que mostraba en el motel. Resplandece su belleza en su delgadez tan femenina. Si pudiera abrazarla seguro que sentiría su cuerpo de algodón, sus manos delicadas y sus labios tan bien diseñados para ofrecer besos cálidos... Pero decide alejar su mirada.

El jurado ha permanecido reunido unos cuarenta y cinco minutos y ha entregado el veredicto al Juez Holmes quien ordena su lectura en público “…consideramos que el Juez Miller dictó una sentencia justa al no admitir la solicitud de divorcio presentada por el Sr. Lambert. Creemos que las evidencias presentadas en su favor no han sido convincentes; no encontramos  pruebas que avalen las sospechas del demandante. También consideramos que el Sr, Miller es un juez íntegro cuando dicta resoluciones, pero cometió un error acudiendo al Motel Oak Creek de la carretera por lo que solicitamos  le sea impuesta la multa mínima de un dólar...”


El Juez Holmes acaba de golpear en la mesa con su mazo dando la vista por concluida. Alzándose, pasea su mirada escéptica entre el público que se estrecha en abrazos, se  saluda, o busca la salida. Luego, como hace siempre al concluir un juicio, comenta para sí: “Será fácil dictar la sentencia, pero ¿estamos en el camino de hacer justicia?”.

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