domingo, 26 de mayo de 2013


“México y los mexicanos”
Según José Zorrilla


Madrid, París, Londres…

A los diecinueve años José Zorrilla (1817/1893) se evade a Madrid. El padre, nada liberal por cierto, le había ordenado ir a Lerma a cavar viñas por no haber cumplido sus obligaciones de estudiante. El plan no apetecía nada al joven vallisoletano, sin embargo, bien dispuesto hacia las mujeres y el ejercicio de  la literatura.

Llega a Madrid y vive como puede mientras hace amistades literarias que se multiplicarán cuando Larra muere un año después (1837) y, en su entierro, Zorrilla lee un poema laudatorio que le proporciona celebridad, la amistad de Espronceda y de otros escritores destacados, además  del empleo de Larra en el periódico El español.

En 1838 se casa con Florentina O´Reilly sin el consentimiento paterno. Se trata de una viuda irlandesa arruinada y bastante mayor con un hijo que chocará con Zorrilla bastantes veces. El matrimonio está llamado al fracaso mientras el dramaturgo galantea con otras mujeres y se consuela con el éxito literario. Entre 1839 y 1845 su fama explosiona con la publicación de obras como  Cantos del trovador y veintitantos dramas entre los que destacan El zapatero y el rey, El puñal del godo, Don Juan Tenorio Traidor, inconfeso y mártir.

En 1845 abandona a la irlandesa y se dirige a París donde se relaciona con autores de la talla de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y George Sand. Un año después regresa a Madrid  a causa de la muerte de su madre. En 1849 es elegido miembro de  la Real Academia.

Pasan dos años y Zorrilla regresa a París huyendo de su mujer nuevamente. Conoce al veracruzano Bartolomé Muriel, “hombre  de mundo, caballeroso y de aristocráticas costumbres” –Zorrilla así le define-- además de rico y culto que le tratará con devoción, alojándole en su propia casa  y socorriéndole. Zorrilla le dedica su famoso  Granada. Poema oriental.  Cuanto ha escrito y escribe se traduce en éxito, pero el dinero siempre le esquiva.

Harto de ser pobre  y posiblemente orientado por Muriel, decide trasladarse a México para hacer fortuna o encontrar una muerte que finalice su desventura. Al despedirle, Muriel  le proporciona una carta de presentación para el poeta veracruzano José María Esteva.  Zorrilla deja amores y una mujer que, con  un “hijo del pecado” en brazos, le despide a pie del tren que le conducirá al puerto de embarque.

Sale para Londres donde será acogido y socorrido por José Rodríguez Losada, célebre relojero maragato autor del famoso reloj de la Puerta del Sol que engalana Madrid. En 1854 Zorrilla embarca en el vapor Paraná y zarpa desde Southampton hacia las Américas. El viaje no deja de producir incidentes curiosos y aporta  el conocimiento de amigos como Baralt y de  personajes singulares como el presidente dominicano don Buenaventura Báez, primer mulato en lograr la presidencia de su país.

La llegada a México

Zorrilla llega a Veracruz a finales de enero de 1855 y la estancia durará hasta 1866. Llega cuando don  Antonio López de Santa Anna presidía México y regresa cuando Maximiliano todavía era emperador. Con los liberales no terminó de avenirse, con el emperador disfrutó de uno de los breves periodos de tranquilidad económica en su vida.

Cuando José María Esteva lee la carta de Muriel no duda en comentar a Zorrilla que corren por el país unas quintillas atribuidas a él que hacen befa de los mexicanos produciendo querellas  entre escritores del país y algunos españoles. Zorrilla defiende su inocencia,  --sabía que las quintillas eran de su gran amigo Antonio García Gutiérrez--, pero tendrá que justificarse ante el propio Presidente Santa Anna. No tardará en recibir homenajes, siendo festejado por todos. Tan agradecido está que escribe: ”Confío en Dios que México, esta madre adoptiva, no se avergüence jamás de haberme tenido como hijo”.

La felicidad no durará  debido a desencuentros y rencillas, pero en mayo de 1864 llegan Maximiliano y Carlota a México y Zorrilla alcanza un bienestar momentáneo al convertirse en cortesano de los emperadores, ser nombrado director del teatro de palacio, alcanzando el rango de Lector. Su actitud pro-imperial le granjea la enemistad de los mejores escritores mexicanos quienes reniegan de la confraternidad que le brindaron años antes.

Al recibir noticias de la muerte de su mujer, Zorrilla decide regresar a España, si bien y como dice  Henestrosa, “no sin antes vencer la resistencia que Maximiliano opuso a su determinación” prometiendo un retorno que jamás se realizaría.  El 13 de junio de 1865 se embarca en Veracruz.

México y los mexicanos

Apenas llegado a México, Zorrilla  comienza a escribir La flor de los recuerdos (1857), publicación que recoge las experiencias del viaje a América en su primera parte, y el ensayo  México y los mexicanos (1) en la segunda en forma de una epístola larga  dirigida a don Ángel Saavedra, Duque de Rivas, páginas que Andrés Henestrosa define así: “Abunda su trabajo en observaciones generales sobre nuestras costumbres, nuestras fiestas, nuestra peculiar manera de ser, a veces muy penetrantes, a ratos tenidas de una entrañable simpatía humana. Excepto cuando alude al monomaniaco odio de los mexicanos a los españoles”, todo ese capítulo de La flor de los recuerdos es un encendido canto a México.” (p. XXI)

De inicio José Zorrilla describe el valle que rodea la ciudad de México, destacando “la diafanidad del aire” y precisando: “el valle de México es la estancia más grata para detenerse a reposar en la mitad del viaje fatigoso de la vida, y el panorama más risueño y más espléndidamente iluminado que existe en el universo.” (p. 28) También emparenta la capital mexicana con las ciudades alegres de Andalucía y declara que es “la más alegra y bulliciosa del mundo”. (p. 29)

Describe a los mexicanos como ostentosos, corteses y francos, espléndidos en sus convites y destaca  su pronunciación, resaltando la de las señoras  por su “sonoridad dulce y poco aguda”. Sobre ellas apunta que, aunque sigan la moda francesa, “aún conservan la mantilla y se sirven del abanico como las españolas”. (p. 30) De los hombres también ofrece una estampa de clase, resaltando su gusto por las botonaduras y herretes de plata y oro, y sus trajes “calculados para montar. Y en verdad que son gallardos y consumados jinetes”. (p. 31)

Lo verdaderamente popular aparece al hablar de la música destacando el jarabe que los mexicanos bailan con languidez y abandono en medio de pasos y armonías complicadas convirtiéndole en el aire nacional más popular de los conocidos, aunque las gentes de la buena sociedad no tengan el gusto de bailarlo.

Su impresión positiva de las gentes no le evita comentar el abandono que sufre la educación del pueblo a causa de  los vaivenes políticos aunque existan hombres  valiosos por su ciencia y conocimientos. Su crítica se centra en quienes  Quevedo  denominó “locos repúblicos y de gobierno en El gran tacaño, culpables del incendio político del país –una industria y agricultura paralizadas, un comercio entorpecido, la ciencia abandonada—que conduce a la nación a vivir una  situación dramática: “Y la nación entera quiere vivir del erario; más como no hay gobierno que pueda emplear a toda su población, los que no son por él empleados se vuelven sus enemigos: y no dándoles espera la necesidad,  van muy pronto a buscar remedio a ella en el campo de la revolución.(p. 37)

Observa que las contiendas civiles mexicanas son continuas, sucediéndose unas a otras como consecuencia de un estado de agitación persistente que es “el estado normal de la nación” aunque “no dejan una página negra en los anales de la historia”. (p. 39) No obstante, puntualiza que las conspiraciones y los pronunciamientos  se cuecen al son de los rumores que propician lo que llama un “nublado de mentiras”. Para Zorrilla “los mexicanos tienen más talento, más fraternidad, más civilización y mejor carácter que los que les atribuimos  los extranjeros, y que los que les dan al parecer las relaciones de su historia escrita y de su historia tradicional de sus últimos veinte años.” (p. 40)

La literatura mexicana

Zorrilla opinaba que la literatura mexicana anterior a la Independencia era un mero reflejo de la española, por eso decidió  escribir sobre los literatos  surgidos después, especialmente los poetas, ya que la novela y el teatro mexicano apenas tenían relieve.

Era un tiempo de poetas que no podían vivir de la poesía;  necesitaban ejercer otra profesión como le ocurría a los primeros bardos evocados por Zorrilla: Fray Manuel de Navarrete y Francisco Manuel Sánchez de Tagle. El primero seguía la línea neoclásica de nuestro Meléndez Valdés, pero se dedicaba en cuerpo y alma al periodismo, mientras el segundo,  hombre de gran preparación académica, fue un político independentista que ocupó altos cargos y su poesía fue realmente circunstancial. Nuestro poeta los define así: “Navarrete fue lo que pudo ser; Tagle, por el contrario, como poeta, fue lo que quiso, y no fue más porque no aspiró a más.” (p. 48) Zorrilla no hallaba suficiente caudal poético que examinar en ambos escritores.

El iliterato Fernando VII había prolongado la vida de la Inquisición, pero la Independencia no acarreó  “la emancipación del talento” en la nueva  república ni tampoco leyes adecuadas para proteger las publicaciones, etc. El motivo fue que los gobiernos mexicanos “dejaron la censura literaria en manos de los teólogos: los cuales, no ocupándose en general de los estudios profanos, podían muy bien juzgar de la moral de un drama o de un poema según las opiniones de los SS.PP., o las decisiones de los concilios; pero no de su mérito literario según los preceptos de Horacio y las reglas del buen gusto(p. 55).

Zorrilla destacó la afición a mezclar poesía y política como uno de los defectos de la literatura mexicana porque ambas inclinaciones no casaban, tal y como se demostró cuando la citada literatura se dejó arrastrar por el torbellino revolucionario en 1821. “Entre aquellas composiciones hay pocas buenas: porque la inspiración del entusiasmo político rara vez produce más que lugares comunes y exageraciones, que son naturales desahogos del corazón, pero no verdaderos arranques del genio”. (p. 56)

Aunque el campo de la novela mexicana estaba en barbecho, Zorrilla no olvidó a Joaquín Fernández de Lizardi, fundador de El Pensador Mexicano y autor de la primera novela hispanoamericana, El periquillo Sarniento, diciendo que “escribió unas fábulas ingeniosísimas y una especie de Gil Blas, que ejercieron grande influjo en las costumbres, y cuyo recuerdo vive todavía en la memoria del pueblo”, (p. 57) elogio cierto, aunque queda lejos de apreciar la estatura y trascendencia del escritor mexicano.

Zorrilla también atribuye a  El moro expósito de su amigo don Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, el origen del romanticismo en México, afirmación posiblemente aduladora, pero a tono con una realidad que Zorrilla denunció: al teatro mexicano le faltaban cultivadores y, además, tampoco existían teatros en los que representar, siendo el teatro español de la época —Zorrilla incluido— el que se prefería para las escasas representaciones.

Hasta cierto punto, el ensayo de Zorrilla se convierte en un memorial de poetas que se abre hablando de la academia San Juan de Letrán “punto de partida de lo que hoy puede llamarse literatura original mexicana(p. 58)) fundada en 1837 por José María Lecunza y otros escritores. Sin embargo, en cierto momento se pierde en consideraciones sobre el influjo de la política en la literatura y achaca la carencia de genios y grandes obras “porque (esa literatura) está todavía sometida a tres malas influencias: a la superstición del siglo XVI, a las preocupaciones del XVIII y a la empleomanía del XIX”. (p. 74) Después, acierta al describir la gran causa: que sólo una clase social determinada tuviera acceso a la enseñanza y al estudio bajo la tutela coercitiva de la Inquisición, calamidad igualmente padecida en España hasta la invasión francesa, pero que México no ha podido erradicar “porque lleva apenas una generación de nacionalidad: y esta generación la ha pasado en revoluciones continuas.(p. 75)

Zorrilla afirma que México adora la poesía, pero no a sus poetas debido a que no han sido respetados ni protegidos por su gobierno. La afición poética popular se muestra en todas las celebraciones donde abundan los recitados o en el trabajo los Píndaros del mercado o evangelistas que a veces carecen de camisa, pero sentados tras una mesilla sobre la que utilizan papel y pluma, escriben décimas por encargo para ensalzar o denigrar a los caídos en desgracia del pueblo. Y señala que el predominio de la poesía popular también se debe  a que los libros son caros y a que la prensa los critica en vez de valorarlos, ahondando en la separación entre poeta y pueblo.

Como si no hubiera dicho bastante, el capítulo siguiente se titula “Poetas mexicanos” y es un nuevo memorial que incluye entre otros a Fernando Calderón --seguidor de Espronceda--, Carlos Hipólito, Pablo Villaseñor, Fernando Orozco que fue también autor de la novela La guerra de los treinta años, etc., etc. (2) Zorrilla hace gala de elitismo e incomprensión --que debió molestar muchísimo--  al acusar a ciertos poetas de “empeñarse en hacer una sola sílaba de dos vocales unidas que no son diptongo, y que deben hacer dos: dejándose llevar  de la viciosa pronunciación hispano-americana”.  (p. 100)

Dedica sobrada atención a José Joaquín Pesado Pérez, poeta tranquilo, suave, autor de versos apacibles que al principio fue político liberal, el canciller de México que declararía la guerra a Francia en su momento. No obstante, Zorrilla critica aspectos formales de su poesía que poetas posteriores no tardarían en llevar a extremos.

También habla de Luis G. Ortiz en quien estima su poesía pastoril mejor que la romántica, criticando su afición a imitarle. Y aquí encontramos uno de los párrafos en los que Zorrilla hace autocrítica de sus obras afirmando que “El oropel del ropaje con el cual están vestidas es tan  débil y falso como brillante, y no puede ser tomado para vestir otras: porque al querer arrancarle de las mías se desgarra por su propia fragilidad. Ortiz se ha dejado seducir por el sonsonete, muchas veces vacío de sentido, y por la palabrería sonoras de mis orientales y de mis serenatas, composiciones que generalmente no son más que música celestial; y es lástima que poetas como él, que tienen talento propio, imiten a nadie  más que a los grandes maestros clásicos.(p. 129)

No evita señalar otro problema de la poesía mexicana, la falta de editores, hecho que afectó, por ejemplo a Francisco González Bocanegra y Pantaleón Tovar. Juzga al escritor y político Guillermo Prieto como el poeta mexicano de mayor inspiración, pese a ser “inculto, incorrecto, desaliñado, a veces sublime, a veces rastrero, remontándose a veces como el águila, rasando a veces el polvo  como la golondrina: sin paciencia para llevar a cabo obras de gran aliento (…) su pluma se ha ensayado en todos los géneros de cortas dimensiones.” (pp. 135/36).

En México y los mexicanos Zorrilla creyó haber  realizado una crítica objetiva de la poesía de esa nación para su amigo el Duque de Rivas. Piensa que ha sido riguroso en sus apreciaciones e imparcial. Avala esa actitud comentando que él mismo ha aceptado las críticas de amigos que no han dejado de serlo por hacerlas. Llega a decir: “La mayor torpeza que puede cometer un escritor y sobre todo un poeta, es defender sus escritos contra la crítica, justa o injusta, porque es dar a conocer el exceso de su amor propio y el resentimiento de su vanidad ofendida”. (p. 152)

El retrato de México y de su literatura en aquella primera mitad del siglo XIX resulta valiosísimo. El desamor final  que originó entre los escritores mexicanos no se debió a las opiniones que emitió acerca de su literatura sino a su propia deriva política. La mayoría de los escritores mexicanos había luchado --o cuando menos celebrado-- la independencia de su nación y, por este motivo, debieron considerar una traición que el dramaturgo se convirtiera en cortesano del emperador Maximiliano. El tiempo ha transcurrido y lo que permanece es un retrato de aquella sociedad sentidamente escrito y merecedor de  consideración. 
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NOTAS.
1.- José Zorrilla, México y los Mexicanos ( 1855-1857), Prólogo “Zorrilla en México” de Andres Henestrosa, Ediciones de Andrea, México, 1955. Todas mis citas corresponden a la paginación de este libro.
2.- Recomiendo la lectura del trabajo “José Zorrilla en el Parnaso mexicano” de John Dowling,  AIH,  Actas IX (1986), pp. 527/533 que ofrece el Centro Virtual Cervantes y se puede leer en Google.


miércoles, 15 de mayo de 2013



LO QUE NO ACAECE EN UN AÑO
SUCEDE EN UN RATO


¡Vaya hombre! Por ahí viene el de ayer. Y llevo su chaqueta. Convencido estoy de que anoche estaba borracho; hoy parece que no. Camina recio y lo veo, ¡seguro que viene a que se la devuelva! Si me pidieran limosna estando a dos velas… ¡iba a regalar mi chaqueta! ¡Que si quieres! Pues mira, sí;  se ha quedado quieto parao, mirándome.

-- Perdone usted, pero si no me equivoco, ayer le di la chaqueta que lleva puesta, así que le doy esto  para que se compre unos pantalones.
--Muchas gracias, señor, muchísimas gracias. ¡Dios se lo pague!

Ni lo cuento, Me largo en cuanto  doble  la esquina. ¡…Mira las cosas que le pasan a uno!

Nada de comprar unos pantalones. Iré a donde el ropavejero y le venderé la chaqueta porque no puedo limosnear con una pocholez como esta. ¡Canto de aurora boreal! Con lo que saque por ella y los veinte euros que el sujeto me dio para los pantalones… ¡un banquero! ¡Sí señor, un banquero!

--Isaac, ¿me compras esta pitusa? Ya no las hacen así.
--Isaac, ¿por qué la miras tanto? ¿Por qué la sobas?
--Porque esta chaqueta salió ayer de aquí. Se la llevó Camilo sin que me diese cuenta.
--¿Quién es Camilo? ¿Un  dependiente nuevo?
--Aciertas. Y también se llevó  80 euros de la registradora.
--¡Caray!
--No le denuncié porque tampoco vale la pena ¡arrieros somos…! Si algo te puedo dar es un socorro por devolverla. ¿Vale?
--Pues bueno, ¡puestos así?

Menuda sorpresa, caray. Tres euros más no te sacan de pobre… Admirable Camilo, se llevó ochenta euros y me dio veinte. ¡Tampoco me voy a quejar…! Pero, ¿y si el tal Camilo fuese un invento del ropavejero?

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martes, 23 de abril de 2013




De la novela BABBITT

a  LA CODICIA DE GUILLERMO DE ORANGE,

novela de GERMÁN GULLÓN



La Revolución Industrial y sus desequilibrios tuvieron buen reflejo en las novelas de Charles Dickens, aunque los asuntos morales y sociales  le preocupaban por encima de los económicos. La vida de  Oliver Twist o la de Mr. Pip en Great Expectations comienza en la pobreza, ambos viven los sufrimientos propios de las capas inferiores de la sociedad, llegan a los negocios, pero la fortuna --en toda la amplitud del concepto-- viene de sus protectores.

Cuando la burguesía llevaba tiempo encumbrando al hombre de negocios --y los autores paseándole por las novelas-- surge Babbitt (1922),  vendedor de fincas, booster  que encaja en la tipología de los que  ascienden por la escalera social aunque, en sus comienzos, ha sido presentado como tenedor de un pequeño buen negocio cuya reputación depende de la opinión de los demás.

En determinado momento Babbitt sufre una conmoción personal al saber que su mejor amigo ha matado a la esposa y va a la cárcel. Entonces se rebela contra el escenario que  caracterizaba su vida. Empieza a transgredir los códigos sociales, se acerca al socialismo, al alcohol, prueba el adulterio, hasta que una enfermedad de su mujer atempera sus rebeliones y regresa a su vida anterior y a unos amigos encantados de su vuelta al redil.

Sinclair Lewis retrata en Babbitt a un ser mediocre que vive los convencionalismos sociales dañados por la corrupción moral de la clase media. Cuando Babbitt llega a ser  vicepresidente del Booster’s Club de Zenith es el paradigma del hombre de negocios de clase media, pero también es mediocre como la pluralidad de sus colegas y resulta que los  hombres de negocios son los que rigen la nación.

La novela Babbitt, constituyó “la mayor documentación literaria de la cultura del American Business” escribió el prestigioso profesor Mark Schorer (1). Para el profesor norteamericano, documentación era la palabra clave, pues, la mayoría de los capítulos de la novela apenas desarrollan un argumento, sin embargo,  registran secuencias de la vida de Babbitt que van desde una cena en su casa a la cuestión del matrimonio, la cultura del automóvil, la utilización del tiempo libre en sus amplias posibilidades --desde el béisbol a ir al cine, jugar al golf o al bridge--, el fenómeno de las convenciones anuales, etc., etc. Desde esas y otras perspectivas Lewis realiza un cuidadoso análisis sociológico del mundo comercial americano al mismo tiempo que consuma una crítica formidable de la clase media.

Babbitt se convirtió en arquetipo de personajes similares creados después hasta que Citizen Kane (1941) presentó en pantalla la figura del magnate que, desde un escalón muy superior al de Babbitt, evoluciona desde el idealismo social hasta su busca obstinada de poder personal, por ejemplo, cuando manipula a la opinión americana sobre la guerra de Cuba a través de su periódico, matrimonia con una sobrina del presidente o pretende gobernar el estado de Nueva York.

La derrota de Mr. Kane hace que los de su especie se agrupen en sociedades financieras, en holdings, refugios donde se ocultan  para acometer sus objetivos de negocio e inversión, poder  y enriquecimiento al menor riesgo. Desde ese cobijo trasgreden los  límites impuestos por las leyes, influencian a  los gobiernos de los países más débiles, compran a sus  funcionarios y patrocinan actividades que beneficien sus intereses.

La virtud no ocupa lugar en este tipo de individuos que suelen adornarse de un patriotismo aparente para justificar sus empeños. Carecen de limitaciones en sus objetivos e incluso dan lugar al crimen. La palabra negocio equivale a corrupción en relación con ellos. Tales personajes y sus comportamientos a través de las empresas que controlan son los que retrata y combate La codicia de Guillermo de Orange (2).

En su comienzo, la novela de Germán Gullón alude a un hecho puntual: el jugador Iniesta marca un gol y España gana el Campeonato Mundial de fútbol del año 2010. La victoria  sobre Holanda, propicia un espíritu de revancha en algunos magnates del país y en la prensa holandesa prejuiciada que, además, manporrea –expresión del autor-- a los países del cinturón del ajo ocultándose convenientemente el propósito que tienen aquellos de enriquecerse cuanto más mejor de la crisis económica que padecen las naciones mediterráneas.  

En la novela de Germán Gullón brilla la ironía al narrar y al describir. Sobresale retratando personajes como los tres cerditos --Joost van der Linden, Peter-Paul Sloterdijk y Jan van der Toorn—socios de la financiera Willem van Oranje donde se cobijan.  La ironía actúa al describir su mirada verde turbia o su Jaguar verde oscuro (domina el color atribuido al dinero) e, igualmente,  al retratar sus planes de negocio, la defensa chusca que hacen de la hegemonía cultural holandesa denostando lo extranjero y al servirse de gente mezquina para todo. Respecto de España, activan el propósito de incrementar la desconfianza hacia  nuestro país para que crezca el interés pagadero por sus letras y bonos de estado.

Pero si los bonos son una inversión segura aunque aburrida, también tienen vaivenes positivos en tiempos de tormenta: los tres cerditos juegan con ventaja porque saben que los gobiernos atacados y la UE garantizan el pago de los intereses. Los beneficios que recibe la sociedad financiera Willem van Oranje se amplían adquiriendo compañías estatales a precios favorables, traficando con pistolas de plástico  convertidas que se fabrican en Lisboa, etc.,  negocios respaldados por el lobby que actúa en el Parlamento europeo con la pretensión de que los beneficios sean mayores e impidiendo que se aprueben normas que puedan resultar desfavorables.

Para lograr objetivos, los tres cerditos pretenden que los medios de comunicación destaquen cuantas noticias desfavorables se produzcan en  España silenciando las favorables.  Si el panfleto Apología de Guillermo de Orange contra Felipe II originó la Leyenda Negra de tan nefasto como largo recorrido, el plan secretísimo de la financiera Willem van Oranje persigue una actualización de temas y modos contando siempre con la ayuda a prestar por instituciones como la inglesa Battle of Trafalgar.

El clan de los antagonistas es estrecho en la cúspide –los tres cerditos-- y amplio en la base formada, entre otros, por un periodista impresentable de un gran periódico holandés en Madrid, un rector de universidad embaucado, las emperifolladas esposas y las carnales secretarias, un criminal bielorruso y sus secuaces serbios amigos del spray naranja y de los palos, así como la casposa banda madrileña Residuos Tóxicos más interesada en hacer bote  que en rasgar  la guitarra.

En el clan de los protagonistas sobresalen dos que lideran la batalla y desempeñan la función de introducir y hacer actuar a sus amigos. Ellen Viser,  una chica holandesa  autora de la tesina “La crisis financiera española vista por la prensa holandesa” y que, para ganarse la vida, será técnica en un equipo madrileño de hockey sobre hierba mientras estudia un master en periodismo de El País. Junto a  Ellen actúa su amigo Sebastian Wooda “Bas”, reportero del Amsterdam Revue y cachas part-time de un bar del barrio rojo, que proviene del club Los Mariachis, asociación de alumnos de español.

Gracias a Ellen y Bas conocemos a los profesores de español contra los que se ejerce violencia, a un par de entrenadores deportivos, a la avezada novia de “Bas” y al viejito francés  que preside el  Banco Central de la Unión Europea en Fráncfort, al productor televisivo que proyecta plantear el tema del enriquecimiento de la clase política, y policías, fiscales,  deportistas y hasta hackers honestos como Pepe Paredes, es decir,  una multitud de personajes que siempre da la cara y presenta batalla. El clan de los protagonistas se conduce como un personaje colectivo que, como si representara a la ciudadanía airada de nuestros días, denuncia y se enfrenta a los cerditos solapados en la Willem van Oranje, desenmascarándolos, actuando  contundentemente y con la intención de vencer.

La novela de Germán Gullón es brillante, optimista y esperanzadora, trabajada, valiente y honesta en su denuncia. Destaca asuntos y realidades ajenas a la novela tradicional incorporando de manera inteligible el lenguaje de la economía y de las finanzas, y dibuja personajes creíbles que viven azares tan enjundiosos como verosímiles. Y como sucede en la novela de caballerías, vencen los buenos y sus héroes obtienen el premio de la dama. Todo ello sin llegar a las trescientas páginas.

La codicia de Guillermo de Orange no es una novela anti holandesa. Su autor tiene familia directa de allí y vive la mitad del año en ese país. En una entrevista que le hizo Pablo Ojeda (3), Germán Gullón comentó que Holanda había cambiado mucho desde el comienzo de la crisis en 2008: “Ya no es el país ejemplo de libertad, civismo y apertura. Ha surgido un recelo hacia lo extranjero y en concreto hacia lo español.” Se refería después a la visión positiva que tienen de nosotros los holandeses que viven en nuestro país mientras el periódico más importante de Holanda publica crónicas de mala fe como las emitidas por el personaje de la novela. Respecto al mítico Guillermo de Orange aseguraba: “lo tenían un poco aparcado, porque querían parecer un país moderno y neutral. Pero con la crisis se ha vuelto a recuperar su discurso”. Finalmente explicaba su propósito al escribir la novela: no podemos desenterrar las rencillas del pasado que tanto daño hicieron en nuestro continente.” Y aseguraba que “la mayor parte de los holandeses, entre los que no han calado los prejuicios azuzados por la ultraderecha, están conmigo.



NOTAS
1.- Sinclair Lewis, Babbitt, Sixth Signet Classic Edition, New York, 1964. “Afterward” by Mark Schorer, p. 320.
2.-  Germán Gullón, La codicia de Guillermo de Orange, Ediciones Destino, Barcelona, 2013.
3.-  Pablo Ojeda, Germán Gullón, entrevista publicada en el suplemento “El Cultural” de EL MUNDO el 28 de enero, 2013 y en El Cultural.es pudiéndose leer en Google. 

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martes, 9 de abril de 2013


PALABRAS Y PLUMAS 
EL VIENTO LAS LLEVA



Ocurrió un atardecer. Entonces Nancy y Diana acostumbraban a ordeñar. Estaban sentadas y en la tarea, cuando  descendí del pajar y Nancy me dijo: 


--Te damos un cuenco de leche si coges antes dos o tres pajaritos de la alameda para nosotras. 


Aunque Diana se puso a reír,  respondí: 


--Pues claro. Un pájaro para ti y otro para tu hermana. ¿Qué preferís? ¿Un mirlo, un cardenal, o un pájaro azul?” 


--Correcaminos --me llamó la pequeña, que era Diana, alborozando su risa--. Te acompaño y elijo. 


Salimos hacia la alameda. Cuando llegamos se sentó a mi lado. Pájaros bellísimos volaban sobre nuestras cabezas. Diana levantaba los brazos y yo me alzaba para coger sus manos y tornarlas en puños que guardaban la caza fantástica, y así hicimos una y otra vez:


--¡Ahora el mirlo!


--¡Ahora el cardenal!


--¡Ahora el pájaro azul!


gritaba Diana… Luego, Nancy me trajo el cuenco de leche que tan merecido tenía.


Tiempo después estaba en la alameda de nuevo, repitiendo el juego con Nancy hasta que, noche de luna llena nacida, nos tumbamos en la hierba,  los pájaros ya posados en los árboles, mirando.


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jueves, 21 de marzo de 2013

Día Mundial de la Poesía






TEXAS SUNSET
(Ocaso tejano)


¡Cómo besa la tierra al cielo!
Ay, ese beso rojo lento ¡quién pudiera!
Cómo van estrechándose
uniéndose
cómo van entrando en el vuelo de las almas
sabiéndose alumbre del único misterio…



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lunes, 18 de marzo de 2013

Los cuentos bilingues de Christopher



CHRISTOPHER CUMPLE SIETE AÑOS

Para mi nieto Chistopher


Christopher  estaba realmente preocupado.  Su abuelo español le había dicho que cumpliría siete años al día siguiente y, desde por la mañana, debería  distinguir entre el bien y el mal.  Pero, ¿cómo lo sabría? ¿Por una revelación, como si cayera un rayo del cielo sobre él?  Se preguntó si su abuelo le habría gastado una broma pesada. Metido en esas preocupaciones quedó dormido.

Dormido estaba cuando apareció en el sueño un anciano de barba larguísima, cubierto por una capa gris, que le preguntó:

-- ¿Sabes historias de Joel?-. Christopher respondió que no y entonces el anciano dijo:

-- Escucha bien, pero mantén los ojos cerrados para ver y entender lo que voy a contar. Joel era un chico muy travieso. No sólo hacía perrerías en casa sino también en las de sus vecinos. Una mañana de mayo vio a la Sra. Hamilton tender ropa recién lavada en un cordel que se extendía entre un árbol y un poste del barandal del porche de su casa.   Cuando la vecina quedó oculta por las mismas prendas que colgaba y se movían abanicadas por el aire, Joel se deslizó detrás del árbol y,  con mucha discreción, con su mano izquierda fue soltando el trozo de cuerda que abrazaba el árbol  mientras con su mano derecha la sostenía  estirada hasta que,  apenas  segundos después, la dejó caer. La Sra. Hamilton quedó pasmada y, enseguida, se puso a proferir exclamaciones de enojo pensando que el desastre había ocurrido por una imprevisión suya, cuando ató la cuerda del tendido al árbol. Joel desapareció sigilosamente, tapando con sus manos la risita que se le alborotaba en la boca.

Entonces el  anciano preguntó a Christopher si quería conocer otra hazaña de Joel y el niño respondió entusiasmado que sí. El anciano sonrió y prosiguió:

--Ocurrió una tarde del Domingo de Resurrección. Joel sabía que sus primos y  algunos amiguitos  tardarían poco en venir a buscar los llaveros, los huevos duros pintados  y, al parecer,  dos huevos blancos de chocolate que sus padres habían escondido aquella mañana temprano en el jardín de su casa. Antes de que la tropa llegase quiso averiguar el escondite de  alguno de los huevos de chocolate para asegurar que, al menos, cogería uno. Buscando y buscando encontró un huevo blanquísimo y grande que no dudó en alzar ante sus ojos. Cuando empezó a  cascarlo,   la clara y la yema saltaron sobre sus dedos formando un hilillo denso, parecido al del yo-yo, que terminó desparramado en sus bambas. ¡Menuda sorpresa! Aún la  estaba ponderando  cuando a su lado apareció una gallina casi tan grande como él que le dio un aletazo tan fuerte que Joel se tambaleó. Después  le regañó  así: “Además de hacer trampas, ¿es que no sabes apreciar qué es un huevo de verdad? Has espachurrado un pollito que, si hubiera nacido, me daría amor,  a ti mucha  alegría y, más tarde, también  muchísimos huevos a tu familia. ¿Acaso no eres un pilluelo?".

Christopher  se preocupó bastante con la última historia, pero no pudo resistir la curiosidad cuando el anciano le preguntó si quería que le contara una nueva hazaña de Joel. El anciano comenzó así:

--Era una mañana muy soleada. Joel recorría el jardín de la casa tocando su armónica y decidió meterse en el huerto del Sr. Pendleton. De pronto la armónica se le cayó junto a un manzano, el mismo del que pensaba coger una fruta.  Como la  copa  del árbol daba una sombra densísima le resultaba muy difícil dar con la armónica. Molestísimo por la busca infructuosa no se le ocurrió  otra cosa que dar una patada formidable al árbol, una patada de las que daba jugando al fútbol en el colegio. El desaire no gustó nada al manzano  porque sacudió sus ramas con tal fuerza que varias manzanas cayeron sobre la cabeza, los hombros y la espalda de Joel tirándole al suelo.  Además, el  manzano le mostró su enojo con estas palabras: “¡Ya es hora de que sepas distinguir el bien del mal, renacuajo! ¡Tú perdiste la armónica, no yo, insensato!".

Entonces el anciano se acercó a un oído de Christopher y le musitó suavemente: “Ahora que eres pequeño, te lloverán manzanas sobre la cabeza cuando obres mal, pero cuando seas mayor, si obras mal te verás manchado como las prendas de la Sra. Hamilton que Joel hizo caer al suelo y parecerás uno de esos hombres que vagan por los caminos siempre  perdidos y sucios, buscando algo, pero sin saber qué.”

A la mañana siguiente, cuando los padres fueron a despertar a Christopher, llevaban un huevo grande de chocolate, una manzana caramelizada además de una sorpresa,  regalos que el niño recibió con la mayor de las alegrías.

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Christopher bilingual stories


CHRISTOPHER IS SEVEN YEARS OLD

Text by Javier Martínez Palacio
Translation by Ita Betty Jean Curtis Inselmann



Christopher was really worried.  His Spanish grandfather had told him that the following day he would be seven years old and from that day on he should know right from wrong. But, how would he know? Through a revelation, as if a ray of light from Heaven were to illuminate him? He wondered if his grandfather had played a cruel joke on him. Immersed in these worrisome thoughts he fell asleep.

He was sleeping when an old man with a very long beard, wearing a gray cape, appeared in his dream and asked him:

Do you know the stories about Joel?” Christopher said that he did not and then the old man said:

“Listen carefully, but keep your eyes closed in order to see and understand what I am going to tell you. Joel was a very mischievous little boy. He not only played dirty tricks at home, but also in the homes of his neighbors. One morning in May, he saw Mrs. Hamilton hanging out the clean clothes she had just washed on a clothes line tied to a tree and a post of the handrail on the porch of her   house. When the neighbor was hidden by the clothes she was hanging, which swayed back and forth   by the  breeze, Joel slipped behind the tree and, very carefully, with his left hand untied the rope fastened around the tree, while his right hand held it stretched tight until, a few seconds later, he let it go.  Mrs. Hamilton was astonished and she immediately began to shout in anger thinking she had caused the disaster by doing something wrong when she tied the clothes line to the tree.  Joel disappeared without a sound, covering his mouth with his hands to smother the laughter which was struggling to escape.”

Then the old man asked Christopher if he wanted to hear another of Joel´s exploits and the little boy responded enthusiastically that he did. The old man smiled and continued:

“It happened on Easter Sunday.  Joel knew that his cousins and other little friends would arrive soon to look for the key chains, the painted,  hard-boiled Easter eggs; and, apparently, the two white chocolate eggs that his parents had hidden early that morning in the garden of their home. Before the group arrived, he wanted to locate the hiding place of one of the white chocolate eggs to make sure that he would find at least one of them. After much searching, he found a large, very white egg which he did not hesitate to hold up in front of his eyes. When he started to crack it open, egg white and egg yolk  ran down  his fingers forming a compact rope like that of a yo-yo, which ended up splashing all over his sneakers. What a surprise! He was still in shock when an enormous   chicken almost as large as him appeared at his side and hit him so soundly with her wing that Joel staggered and nearly fell over. Then she scolded him in the following way: “In addition to cheating, you can´t even recognize a real egg when you see one!  You have smashed a little baby chick that, if it had survived, would have given me affection, would have given you much pleasure, and later, would have given your family dozens and dozens of eggs. Now then, aren´t you a little devil?”

Christopher was quite concerned about the last story, but his curiosity got the best of him when the old man asked if he wanted him to relate another of Joel´s exploits. The old man began like this:

“It was a bright, sunny morning. Joel was strolling around the garden of his house playing his harmonica when he decided to enter Mr. Pendleton´s orchard. Unexpectedly, he dropped his harmonica next to an apple tree; the same tree from which he was planning to steal an apple. Since the shade given by the apple tree was very dark it was difficult to find his harmonica. Extremely irritated by the unsuccessful search, the only thing that occurred to him was to kick the apple tree; a formidable kick similar to those he used when playing soccer at school. The apple tree did not appreciate the offense and shook its branches with such force that several apples fell on Joel´s head, shoulders and back, knocking him to the ground. In addition, the apple tree demonstrated its anger with these words: “It is about time you knew the difference between right and wrong, little whippersnapper! You lost the harmonica, not me, knucklehead!”.

Then the old man drew near and whispered softly in Christopher´s ear: “Now that you are young, many apples will fall on your head when you misbehave; but when you get older, if you misbehave, you will be soiled like Mrs. Hamilton´s clothes which Joel caused to fall on the ground. You will resemble those vagabonds who wander around the streets, always dirty and lost, searching for something; but never knowing quite what it is they are looking for.”

The next morning, when his parents went to wake Christopher they were carrying a big chocolate egg, a candy apple, in addition to a surprise, gifts which the little boy received with great happiness.




domingo, 10 de marzo de 2013




LA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL


Mi hermana María del Mar me  allega la dirección de la Biblioteca Digital Mundial, proyecto impulsado por la UNESCO junto a diversas instituciones --y desarrollado por un equipo de la Biblioteca del Congreso de los EE.UU-- que tiene la finalidad de acercarnos las diversas culturas a través de importantísimos documentos en línea de cincuenta países e idiomas, incluido el castellano

La biblioteca pone a nuestra disposición, por ejemplo, el texto en japonés del año 764 que se cree el primero impreso en la historia,  trabajos científicos árabes dedicados a la geometría, los primeros mapas de América, el diario del erudito veneciano Antonio Pigafetta que acompañaba a Magallanes en su famoso viaje, la Biblia de Gutenberg, etc., etc., documentos escaneados con absoluta fidelidad en su lengua original que posibilitan una lectura interactiva, fácil  y  cómoda.

Basta con escribir "Biblioteca digital mundial", pulsar, y accederemos a más de mil textos que constituyen el inicio de una biblioteca fantástica al servicio del investigador, el profesor, el alumno o el curioso, en constante crecimiento.

Para hacerse una pequeña idea en lo concerniente a España, podemos leer las Siete partidas en manuscrito escrito sobre pergamino en letra gótica, El anillo de cuello de la paloma del poeta andaluz Ahmad ibn Said ibn Hazm del s. X que se encuentra en la Biblioteca de Alejandría, el Manuscrito de Colón con la inscripción “Cádiz 20 de noviembre de 1493” donde el navegante habla de su descubrimiento de las  por él llamadas Indias Orientales, Un mapa moderno de España  basado en una plancha de Gerardus Mercator (s. XVI), el Libro de Calixto y Melibea y de la puta vieja Celestina de la Biblioteca Nacional, la Vida y hechos del pícaro Guzmán de Alfarache, el Poema del Cid, el Quijote, el Arte de reloxes de ruedas para torre, sala y faltriquera publicado en 1759 por el franciscano Manuel del Río, la zarzuela de Barbieri Jugar con fuego,  los cortometrajes de los hermanos Lumiere Procesión en Sevilla y escenas de corridas de toros que se encuentran en la Biblioteca del Congreso, y  muchísimos manuscritos y textos, cuando menos, igualmente interesantes.

Además, la biblioteca incluye mapas, libros raros, grabados, partituras musicales, grabaciones, películas, fotografías... Los artículos de la Biblioteca Digital Mundial se pueden explorar de manera sencilla según lugar, época, tema, clase de artículo e institución colaboradora, o pueden localizarse mediante una búsqueda abierta en varios idiomas.

Entre otras características incluye agrupaciones geográficas interactivas, un cronograma, visualización de imágenes, tipo de documento e incluso  entrevistas con los conservadores.  Y lo más importante: se puede acceder sin límite temporal y, por supuesto, de manera gratuita.

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